Hacer un estreno operístico la noche de
Halloween, tiene el riesgo de que la platea y palcos se te pueblen de
fantasmas y
muertos vivientes, como ocurrió ayer en el Palau de Les Arts de Valencia, que inauguró temporada con el importante reto de poner en escena la colosal ópera de
Héctor Berlioz “
Les Troyens”, en una producción propia del coliseo valenciano en colaboración con el Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Teatr Wielki de Varsovia, en lo que, parece ser, supone la primera representación en España de la versión escénica íntegra de la obra.
De entrada, hay que reseñar otra primicia, cual fue que anoche se produjo el primer abucheo de

la corta historia de este teatro, dirigido a
Carlus Padrissa y
La Fura dels Baus, responsables de la puesta en escena y presunta dirección artística de la obra.
La propuesta
furera traslada la epopeya troyana a un mundo futurista donde se mezclan virus informáticos, naves espaciales y toda la utillería ya mostrada en otros espectáculos por el grupo catalán, levemente reciclada.
Declaraba
Padrissa en el escueto programa de mano entregado que
“la ópera es un lugar donde la noción del tiempo desaparece si el espectáculo es capaz de seducirnos de manera global a través de los sentidos”. En este caso, su dirección escénica no sólo no contribuye a esta seducción global, sino que la lastra de forma definitiva. Yo fui uno de los que defendieron y alabaron, con matices, la labor de
Padrissa y sus chicos en las sucesivas entregas del
“Anillo del Nibelungo”, pero ayer reconozco que me sumé a la protesta ante una versión escénica aburrida, reiterativa, absurda y profundamente fea.
Se han repetido y potenciado en esta producción los elementos
fureros más criticables: una nula

dirección de actores a los que muchas veces se les ve perdidos; los continuos movimientos en escena de la gente de
La Fura, entre los cantantes, arrastrando plataformas, enganchando cables, etc. con sus correspondientes ruidos; y esa excesiva información visual permanente que distrae al espectador incluso cuando no debe, cuando la atención debe estar concentrada en la música y los artistas.
Ayer vivimos algunos momentos escénicos realmente bochornosos. Destacaría especialmente el precioso dúo del acto IV entre
Enéas y
Dido,
“Nuit d’ivresse”, posiblemente el momento musicalmente más bello de toda la obra, donde en lugar de quedarse los dos amantes solos, tal y como marca el libreto, tuvieron en escena la compañía de dos miembros de
La Fura que les vigilaban, cual lúbricos
voyeurs, porque al señor
regista se le había pasado por el moño que cantasen ese momento colgados por los sobacos. Si pretendía ser original
Padrissa, debe saber que lo único que consiguió fue una pérdida brutal de la magia y poesía de

la escena.
Otros instantes, a mi juicio, muy desafortunados de la propuesta escénica, fueron el patético combate de boxeo que tiene lugar en el Paso de los luchadores del acto I, o el desfile de modelos con prótesis peneanas, en la danza de sátiros y faunos del comienzo del acto IV, de indudable mal gusto. Y tampoco tuvo justificación el humillante numerito que se le impuso a
Eric Cutler, obligándole a cantar el aria de
Iopas, “O Blonde Cérès”, micro en mano (apagado, claro) y haciendo posturitas dignas de fase clasificatoria regional de Festival OTI.
El instante de la entrada en escena del caballo de troya resultó muy

molesto, al deslumbrarse a los espectadores con el reflejo de los focos en el caballito, construido con retales de la sierpe dragón de “
Siegfried” y unas enormes ruedas, que le daban la apariencia de regalo de huevo
Kinder en grande.
Sin embargo, sí me pareció medianamente interesante la resolución de la muerte de
Laocoonte por las serpientes.
El horroroso y sonrojante vestuario diseñado para la ocasión, sólo consiguió llevar al límite de la indignidad a los artistas y que el público se tomase a chirigota momentos dramáticamente intensos, como la aparición de
Casandra, poco antes del suicidio colectivo de las troyanas, vestida como una mezcla de
Geyper Man y jugador de fútbol americano con escuditos y colores que se asemejaban demasiado a los del Valencia CF.
Las ridiculeces gratuitas en el vestuario y la dirección escénica eran continuas: los soldados

troyanos convertidos en clones de las tropas imperiales de "
Star Wars"; la pobre
Daniela Barcellona colgada por los aires cada dos por tres y tocada con un espantoso peinado a lo fallera afro;
Iopas con túnica horrorosa, posiblemente en homenaje a Rappel, presente en la sala y que si hubiese subido al escenario habría pasado desapercibido; o
Andrómaca y
Astyanax vestidos de caballeros Jedi, el último además con gafotas a lo Elton John y un cochecito teledirigido que con su ruido molestó ostensiblemente el solo de clarinete que sonaba en ese instante.
Tanta interferencia en la obra, desconcierto al espectador y ausencia de innovación en la propuesta de
Padrissa, motivaron el sonoro y mayoritario abucheo que se le propinó al finalizar la función.

En el ámbito musical el resultado fue ostensiblemente mejor. Aquí hay que empezar elogiando de nuevo el trabajo realizado por todos y cada uno de los músicos que componen la sensacional
Orquestra de la Comunitat Valenciana, absolutamente fantástica en todo momento. Espléndida la sección de viento, con unas trompas alcanzando la perfección al inicio del IV acto.
El director ruso
Valery Gergiev condujo con su ya habitual gusto por el volumen descontrolado que le hace moverse permanentemente entre el
forte y el
fortissimo, faltándole matización, aunque en términos generales su lectura me resultó agradable y, si bien careció de esos momentos de mágica emoción, tampoco me llegó a molestar.
El
Coro de la Generalitat tenía una prueba de fuego en esta exigente obra en la que tiene un
papel protagonista. El resultado final fue de matrícula de honor. Cuando ya creíamos que era difícil hacerlo mejor, ellos se superaron a sí mismos y lograron imponerse con perfecto empaste por encima incluso de los volúmenes impuestos por
Gergiev.
En las voces solistas hubo dos grandes triunfadoras,
Elisabete Matos y
Daniela Barcellona.
Matos, pese a mostrar alguna carencia en el registro grave,

compuso una
Casandra excepcional. Fue de menos a más, con una absoluta entrega dramática y poderío en el agudo con algunos ataques prodigiosos.
Daniela Barcellona conquistó a la totalidad del auditorio estando en todo momento implicadísima con el personaje de
Dido, pese a la ridícula apariencia impuesta por
Padrissa, consiguiendo que su voz, amplia y
flexible se impusiera con autoridad, derrochando expresividad y sabiendo transmitir con credibilidad los sucesivos estados de ánimo del personaje. Su
“Adieu, fière cité” fue glorioso.
Stephen Gould demostró que no está precisamente en su mejor estado vocal. Tuvo que iniciar

su actuación con la terrible entrada escrita por
Berlioz “Du peuple et des soldats”, donde presentó problemas de
fiato y caló el
do. Posteriormente se le vio muy apurado en los agudos, recurriendo a feos falsetes en un par de ocasiones, y mostrando un evidente cansancio. No obstante, le puso mucha voluntad y hay que reconocer su esfuerzo y entrega dramática en este exigente papel.
Eric Cutler, que no es precisamente un cantante por el que sienta especial predilección, estuvo
soberbio en el “
O Blonde Cérès”, a pesar del numerito OTI que ya he comentado, mostrando una exquisita delicadeza y buen gusto.
El resto del reparto cumplió con corrección, aunque me gustaría destacar la bonita voz de la joven
Oksana Shilova, procedente del Mariinsky, que interpretó el breve papel de
Ascanio.
A la salida, más allá de la una de la madrugada tras cinco horas de representación (lo que debería hacer a la dirección de Les Arts replantearse la hora de inicio de funciones de esta duración, al menos en día laborable), el abucheo a
La Fura era el centro de todas las conversaciones y generó la típica controversia entre quienes opinan que es una falta de educación y quienes, como yo, pensamos que es una tradicional y legítima muestra de descontento en los teatros de ópera. Para mala educación la de aquellos que nos obsequian a todos con sus toses huracanadas, los caramelitos que tardan horas en desenvolverse, los bolsillos agujereados de los que no cesan de caerse ruidosamente objetos al suelo, o las virtuosas del rítmico golpeado del abanico contra sus protuberancias mamarias.
Pese a todo lo expuesto, disfruté muchísimo del espectáculo musical de la noche, que no pudo tener mejor colofón que la cena troyana que compartimos los amigos
catalanets y la
sección levantisca.
Si queréis tener otras visiones de lo acontecido, podéis leer las estupendas crónicas de
FLV-M,
Maac y
Joaquim.
Para finalizar os dejo a la ex pareja
Alagna-
Gheorghiu en el dúo del IV acto "
nuit d'ivresse", en una grabación con Richard Armstrong dirigiendo la Royal Opera House Covent Garden Orchestra:
video de glenmed