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domingo, 11 de diciembre de 2016

"I VESPRI SICILIANI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/12/16


Anoche tuvo lugar, al fin, el inicio oficial de la temporada operística 2016-2017 en el Palau de les Arts, con el estreno de la ópera de Giuseppe Verdi I Vespri siciliani, un estreno que ha llegado envuelto en cierta polémica, debido a los reiterados cambios anunciados en los últimos siete días de la protagonista femenina prevista, lo cual no es precisamente una cuestión baladí en una ópera que tiene uno de sus principales atractivos en el complicadísimo papel de Elena.

El día 2 de diciembre, el Intendente Livermore anunció que la excelente soprano Anna Pirozzi cancelaba su participación por “prescripción médica ante su estado de gestación”, comunicándose que las funciones de los días 10, 16 y 18 de diciembre serían cantadas por la ucraniana Sofia Soloviy, mientras que los días 13 y 21 de diciembre lo haría la jerezana Maribel Ortega.

Como ya dije en este mismo blog, considero una falta de respeto al espectador que se tardase casi dos semanas en hacer público lo que ya se venía comentando en todas partes, sobre todo cuando Soloviy se encontraba ya varios días en Valencia ensayando y Pirozzi no había llegado a pisar el teatro.

Pero es que, en un triple salto mortal de la incompetencia y la improvisación, el pasado viernes, esto es, la misma víspera (valenciana) del estreno de estas Vísperas Sicilianas, Les Arts comunica que cambian las fechas anunciadas de las cantantes y así Maribel Ortega cantaría los días 10, 16 y 21 de diciembre y Sofia Soloviy el 13 y el 18... Impresionante. Homérico, como diría el bueno de Michaleen O'Flynn. Hubo gente que tras el anuncio de la cancelación de Pirozzi compró entrada para otras funciones para escuchar a las dos cantantes, y hay quien ahora se encuentra con que esos días han cambiado y va a escuchar a la misma…

Es verdad que los cantantes cancelan en todas partes, pero lo que ha pasado aquí no es normal. Para empezar, una cancelación por “prescripción médica ante su estado de gestación” no parece algo muy imprevisible o que a nadie se le haya pasado por la cabeza que podía ocurrir, pero no voy a entrar en eso; lo impresentable es que cuando todo el mundo sabía que Pirozzino venía, el teatro haya callado durante quince días hasta la rueda de prensa de presentación de la ópera. Y luego, lo de Soloviy y Ortega o es de record Guiness del mal fario o, lo que es más probable, una consecuencia más de improvisar y gestionar a palpón. ¿Ha podido surgir un imprevisto que provoque, como en cualquier teatro, que cambie la cantante del estreno?, puede ser, pero aquí se han bailado todas las fechas que habían anunciado hace apenas una semana. No es de recibo. No cuestiono que hayan surgido problemas e imprevistos, pero estoy convencido de que gran parte de estos movimientos tienen relación con no haberse hecho las cosas bien a la hora de cerrar los acuerdos con los artistas.

El problema es que las consecuencias de lo ocurrido no se han limitado a la anécdota de si finalmente el día de tu entrada canta Anna, Sofía o Maribel, sino que se ha inaugurado la temporada de Les Arts con una cantante de un nivel impropio para la relevancia del acontecimiento y de la obra presentada. Y, lo peor de todo, es que no fue lo único que no funcionó, ya que, lamentablemente, en mi opinión, anoche vivimos un estreno de temporada de serie B.

La producción elegida para la ocasión es una coproducción del Teatro Regio di Torino y ABAO-OLBE que cuenta con la dirección escénica de un turinés que se llama Davide Livermore, del que seguramente hayáis oído hablar. El polivalente Intendente de Les Arts ideó esta puesta en escena para conmemorar en 2011 el 150 aniversario de la unidad italiana en el teatro de su ciudad natal. Livermoretraslada la acción a la Sicilia de 1992, en concreto al brutal asesinato por la Mafia del juez Giovanni Falcone, su mujer y tres de sus escoltas, en lo que se conoce como la masacre de Capaci. El tratamiento que la prensa dio a aquellos hechos en Italia, lo utiliza Livermore para sustituir a los opresores franceses del libreto original por mafiosos y unos medios de comunicación manipulados por una clase política corrupta, que serían quienes actualmente tiranizan a la sociedad.

Al comienzo de la ópera, cuando un oficial francés obliga a Elenaa cantar y ella aprovecha para entonar un canto que eleve el valor del pueblo, Livermoretranspone la situación al momento que pudo verse en todas las televisiones del mundo, en el que la viuda de uno de los escoltas de Falcone habló en el funeral al dictado de un sacerdote y le apartaron el micrófono en cuanto se salió del discurso oficial.

Después, al comienzo del acto segundo, cuando Procidaregresa a Palermo y canta su famosísima aria Oh patria, Livermore nos presenta al personaje en la oscuridad, entre brumas que poco a poco se van disipando, hasta transformarse la escena en una reproducción de la imagen del atentado a Falcone, con los coches en el socavón provocado en la autopista por el explosivo, en uno de los mejores momentos escénicos de la producción.

Creo que todo ese inicio de ópera y la idea en general de Livermore es buena, tiene sentido y no es una mera ocurrencia para provocar o salir del paso. El problema es que no basta sólo con que la idea sea buena y la situación a la que se quiere adaptar el libreto mantenga relación con éste, sino que luego todo el texto y el desarrollo dramático han de tener cierta coherencia; y en este punto pienso que ya hubo más problemas, sobre todo a partir de esa entrada de Procida en escena, que como digo me pareció impactante. Es como si, una vez pasados esos momentos de la ópera que se ajustaban bien a lo que se quería contar, se hubieran acabado las ideas y el resto hubiera que hacerlo casar a empujones. No se puede, por ejemplo, mantener esa misma escenografía de los coches del atentado en la escena siguiente del acto, con el coro Viva la guerra, viva el amor, las novias sobre los coches y las bolsas de basura sobrevolando el escenario de la masacre. Toda la poesía anterior se rompió, consciente o inconscientemente, pero dando la impresión de que aquello ya no tenía mucho sentido. Tampoco creo que se haya adaptado bien a la escena la contraposición entre los coros de franceses y sicilianos del primer acto.

El baile de máscaras se desarrollará en un hemiciclo parlamentario en el acto siguiente, el cual finalizará con una proyección de imágenes de conocidos personajes de la historia y la cultura italiana, desde Cavour a Dario Fo, Fausto Coppi o Mastroianni, que acabarán fundiéndose con los colores de la bandera italiana. Y el quinto acto se iniciará en un plató de televisión con Elena cantando el conocido Bolero junto a unas Mama Chichos. La ópera concluirá de nuevo en el hemiciclo con el pueblo ocupando los escaños y arrancándose sus máscaras mientras aparece sobreimpresionado el artículo 1 de la Constitución italiana proclamando que la soberanía reside en el pueblo.

Por otro lado, en contra de lo que suele ser habitual en los trabajos del regista turinés, en esta ocasión pareció más descuidado el apartado de construcción de personajes y comportamiento actoral de los cantantes que muchas veces parecían dejados caer o colocados donde menos molestasen.

Ya digo que considero que la propuesta de Livermore responde a una idea interesante, con momentos bastante conseguidos, una buena iluminación e instantes atractivos visualmente. Reconozco que me esperaba que la cosa funcionase bastante peor y no es así, pero sentí que el conjunto, aunque a mi juicio funciona, presenta demasiados altibajos, hay muchos detalles localistas que sólo los italianos captarán y acaba destilando una cierta demagogia y bastante pretenciosidad.

Este año sí ha sido uno de los directores musicales de la casa, Roberto Abbado, el encargado de ocupar el foso de Les Arts en la apertura de temporada. El año pasado fue el húngaro Henrik Nánási quien la abriera con un espectacular Macbeth. Y, la verdad, es que, vistos los resultados, hubiera preferido que también lo hubiera hecho en esta ocasión. Es cierto que el pasaporte no otorga el estilo o la sabiduría musical, pero resulta chocante que un húngaro consiguiese imprimir mucho más color verdiano que un italiano.

Roberto Abbado se enfrentaba a una partitura nada sencilla y enormemente exigente en cuanto a concertación. No sé si sería eso lo que le llevase a estar muy pendiente de procurar concertar adecuadamente los conjuntos, no siempre con éxito, o a llevar entre algodones a una soprano inadecuada, pero el caso es que a Verdi no se le veía por ningún lado, la tensión decaía con frecuencia, no se atisbaba apenas refinamiento alguno para destacar los múltiples contrastes de la página verdiana, y había un exceso de chimpuneo que no podía suplir la, ayer ausente, pulsión dramática y garra de la partitura. Eso no quita para que la orquesta tuviese grandes momentos en que se desvelaba su enorme calidad, como el acompañamiento de las cuerdas al aria de Monforte o en el concertante del acto cuarto.

Ayer vi a un Abbadoque parecía más tenso de lo habitual y más serio. Quizás yo vea fantasmas donde no los hay, pero eso unido a la entrevista que publicaba ayer el diario Levante, en la que manifestaba “creo que (en Les Arts) en el futuro debemos trabajar todos más juntos”, me hizo pensar si se estará viviendo cierta crisis entre la dirección musical y artística del teatro. Espero que no.

En medio de la decepción vivida anoche, uno de los rayos de optimismo volvió a surgir del gran Cor de la Generalitat, que también acometía una tarea increíblemente complicada, en una obra donde el coro juega un papel protagonista, con un grado de exigencia mayúsculo que supo superar, mostrándose a un nivel por encima del resto de intervinientes en la función, y ello pese a que también se apreciaron pequeñas descoordinaciones en momentos puntuales, pero como algo anecdótico dentro de una majestuosa labor de conjunto.

Lo más decepcionante de la velada fue, como ya he adelantado, la ausencia de una soprano que ofreciese una calidad acorde a un estreno de temporada en un teatro que pretende mantenerse en el primer nivel. No sé cuales habrán sido las circunstancias que habrán conducido a que haya sido ella la encargada de asumir finalmente en el estreno el papel de Elena, pero el resultado obtenido fue, por ser suave, inadecuado. Maribel Ortegapodría haber encabezado una digna función del Centre de Perfeccionament o un segundo reparto de pretemporada, pero nunca debió ser la protagonista del estreno de temporada del Palau de les Arts. Siento ser tan duro, pero cuando a uno le colocan en primera línea está ahí para lo bueno y para lo malo.

Ya dije a raíz de su intervención en El gato montés, cuando ni sospechar podía lo que me esperaba ayer, que percibía un instrumento sin suficiente peso para afrontar papeles de mayor exigencia dramática. Pienso que este papel no es para ella. La soprano jerezana tiene un atractivo timbre lírico, pero carece totalmente de graves, su centro es inane y sin cuerpo, cubriendo esas carencias con un feo entubamiento, y tan sólo brilla puntualmente en el agudo, algunas veces chillado. Ayer durante los tres primeros actos de la ópera estuvo completamente ausente dramáticamente e inaudible. En los concertantes únicamente resaltaban sus subidas al agudo, el resto era una película de Buster Keaton. En la segunda parte, donde el personaje adquiere mayor protagonismo, tuvo que implicarse algo más y ofreció algún fugaz destello, como un par de agudos imponentes en el quinto acto, pero su Arrigo, ah, parli a un core fue plano y con un final que no se sabía si aquello era una escala descendente o el inicio de una saeta a Jesús del Gran Poder; y el Bolero, directamente lamentable, pese a que fue cuidadísima por Abbado, a quien sólo le faltó subir al escenario a dar las notas, trinos y adornos que ella obviaba.

No fueron pocas las ocasiones en que iba a destiempo, obligando al director a intentar reparar aquello, provocando daños colaterales en el coro y orquesta. Y tampoco puedo entender su escasa implicación dramática. No sé si sería la tensión del momento, pero estaba como atenazada, sin personalidad escénica que supliese las carencias vocales y, al menos anoche, su trabajo de actriz no hubiera superado un casting de telefilm alemán de sobremesa. Es verdad que es una cantante joven y que el papel es enormemente exigente, pero ayer estuvo lejísimos de lo que sería simplemente aceptable.

Si complicado es el papel de Elena, el de Arrigo es probablemente uno de los más exigentes que Verdi escribiera para tenor, requiriendo al intérprete, además de solidez dramática, moverse permanentemente por la zona del pasaje. Que Gregory Kunde a estas alturas de su carrera se atreva a afrontar un personaje que casi todos sus colegas esquivan, ya es de agradecer, pero además es que cumplió nuevamente con solvencia, pese a que cada vez su voz muestra un mayor desgaste, veladuras tímbricas y más colores que una chaquetilla de Chicote, pero cantó con pasión, sentido dramático y un fraseo incisivo que brillaba en el agudo. Culminó en falsete el addio, addiode la segunda escena del quinto acto, con un efecto que acabó resultando más chocante que elegante. Es verdad que, como dicen muchos, Kunde kundea, pero sigue mostrando una autoridad vocal y escénica que cautiva al espectador, aunque le disfracen con ridículas pelucas como fue el caso.  

En el apartado solista, junto a Kunde, para mí lo mejor de la noche estuvo en el Monforte que nos brindó Juan Jesús Rodríguez. Sigue presentando el cantante onubense una voz de auténtico barítono y cuidada línea de canto. En su aria In braccio alle dovizie mostró su dominio del fraseo verdiano con un inspirado recitativo lleno de intención que desembocó en un aria bien respirada y ligada, a la que tan sólo se le echó en falta  un punto más de expresividad y variedad dinámica. 

El Procida del joven bajo ruso Alexánder Vinogradov conquistó al público de Les Arts con su voz profunda, grande y rotunda, de timbre atractivo que se expandía con facilidad por la sala de forma imponente. En su aria Oh patria, que es un regalo de Verdi para la cuerda de bajo, fue enormemente aplaudido, pese a que su canto fue muy poco refinado, sin matices ni ligazón, y trabado a base de arrastrar y empujar la voz.

Cumplieron más que correctamente en papeles menores, Cristian Díaz y los alumnos del Centre de Perfeccionament Nozomi Kato, Andrea Pellegrini, Moisés Marín, Andrés Sulbarán, Jorge Álvarez y Fabián Lara.

La sala no se encontraba llena, presentando numerosos huecos en los pisos superiores y platea alta, con más presencia institucional de lo habitual, con el conseller de Cultura, Vicent Marzà, la consellera de Justicia, Gabriela Bravo, la consellera de Medio Ambiente, Elena Cebrián, o el concejal de Mobilitat, el italiano Giuseppe Grezzi. También pudo verse a cantantes como Raimon o Sole Giménez. El público aplaudió casi cada chimpún de la partitura y al finalizar fueron Alexánder Vinogradov y Gregory Kunde los más braveados. La dirección escénica fue bastante aplaudida con algún abucheo muy aislado. Todo un símbolo de la situación vivida con la soprano es que se optara porque fuese Gregory Kunde el último en salir a saludar, en lugar de la intérprete del papel de Elena, como suele ser lo habitual.

Os aseguro que, aunque algunos piensan que disfruto y me relamo, chupando mis afilados colmillos, cuando hago críticas negativas, nada me gustaría más que poder escribir entusiasmado y animando a todo el mundo a disfrutar de una experiencia inolvidable en nuestro teatro. Ojalá hubiese salido anoche tan emocionado de Les Arts como lo hice el pasado día 7 del Liceu, tras asistir a una Elektra referencial e histórica. Pero no fue así, y yo soy el primero en lamentarlo. No obstante, como digo siempre, esto no es más que una opinión personal, subjetiva y posiblemente cargada de ignorancia, por lo cual os animo a todos a que vayáis a Les Arts estos días a disfrutar de una ópera interesantísima y que hay muy pocas oportunidades de verla representada, y después saquéis vuestras propias conclusiones. La música de Verdi siempre justifica el viaje.

domingo, 11 de noviembre de 2012

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/11/12


Y por fin, se levantó el telón... Tras muchas incertidumbres, la temporada de ópera en Valencia ha comenzado con relativa normalidad. No sabemos cómo acabará la cosa, pero de momento ayer se dio el pistoletazo de salida a un ejercicio operístico que se aventura movidito.

Finalmente, las protestas de los trabajadores del Palau de les Arts frente a los incumplimientos de la empresa de los acuerdos laborales pactados a principios de año y ante el ERE que les van a aplicar, se concretaron en una ruidosa concentración en la explanada de acceso al teatro, tras una pancarta en la que se leía 'Sin nuestro trabajo no hay cultura', y el reparto al público asistente de unas hojas informativas con sus reivindicaciones. Se había planteado a la empresa la iniciativa de leer un manifiesto antes de comenzar la representación, pero parece ser que desde la Conselleria de Cultura se opusieron a la propuesta. Ante esa negativa, el maestro Omer Meir Wellber tuvo un bonito gesto cuando subió al podio para iniciar la interpretación de la obra, al coger el manifiesto de los trabajadores y durante unos segundos hacer como si lo estuviera leyendo al público pero permaneciendo en silencio. Finalizados estos instantes, parte del público, principalmente de los pisos altos, prorrumpió en aplausos y hubo algún grito a favor de la cultura.

El paro de dos horas que se había anunciado para la función del próximo martes se ha desconvocado, aunque para las siguientes representaciones se estará a lo que decida una próxima asamblea de trabajadores. En principio la noticia sería para alegrarse si ello respondiera a una decisión libre de los empleados de Les Arts o a un posible acuerdo con la empresa, pero parece que se debe más a una fuerte presión unilateral por parte de ésta. En fin, ya veremos como acaba la cosa…

Si queremos que la actividad del Palau de les Arts se mantenga, los primeros que habremos de responder seremos los espectadores, demostrando con nuestra asistencia que la continuidad de la actividad operística en nuestra ciudad tiene razón de ser. Y el aspecto que mostraba ayer la sala no era especialmente halagüeño. Había una buena entrada, pero siendo inicio de temporada, con una obra tan popular como “Rigoletto” y un sábado por la tarde, lo lógico era que se hubiese podido llenar. Esperemos que en las próximas representaciones, donde los precios de las localidades serán más baratos que en el estreno, mejore la asistencia de público.

Nos  volvió a obsequiar con su ausencia el President Fabra, al que está claro que le interesa menos la ópera que a mí el Reggaeton. Tampoco vi a la Consellera de Cultura con apellido de sheriff de spaguetti-western, que, si realmente no fue a dar la cara en un día como este, demostraría una vez más lo grande que le viene el cargo. Sí estaba por allí el Vicepresidente Císcar, la Delegada del Gobierno y algunos otros carguillos autonómicos de medio pelo, así como la Intendente Helga Schmidt. También se vieron algunas caras conocidas del mundo del espectáculo como el tenor Jorge de León o el ex portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Rafael Blasco, actualmente imputado por seis delitos.

Mucho se venía hablando en los medios de comunicación locales acerca de la espectacularidad de esta producción de “Rigoletto” del Teatr Wielki de Varsovia, creada originariamente por el belga Gilbert Deflo hace casi veinte años para La Scala, donde es todo un clásico que se representa periódicamente desde entonces (estos días sin ir más lejos). Desde luego la producción es espectacular. Una grandiosa escenografía ocupa ampliamente, en altura y profundidad, la caja escénica del teatro valenciano, mostrando los diferentes ambientes en los que se va desarrollando la acción, siempre dejándonos la sensación de que lo que se pretende sobre todo es apabullar al espectador visualmente, como con el palacio del Duca que parece casi una catedral. Lo mismo ocurre con el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino, de un barroquismo y colorido ciertamente irreprochables. Menos cuidada me ha parecido la iluminación de Stanislaw Zieba, que pienso que podría haber dado mucho más juego en combinación con el resto de elementos escénicos.

Sin embargo, esa grandiosidad de la escenografía origina un serio inconveniente al haberse unido a los recortes de personal en Les Arts, y para cambiar los decorados se tarda un tiempo excesivo. Francamente, tres intermedios de media hora cada uno en un “Rigoletto” es una exageración y rompe completamente el ritmo de la obra. Que a los 15 minutos de comenzar ya haya un descanso de 30 minutos, me parece imperdonable.
 
Junto a este derroche escenográfico y de vestuario, la propuesta de dirección escénica de Deflo, adaptada para la ocasión por Beata Redo-Dobber, no me pareció nada del otro mundo y no creo que aporte mucho, más allá de epatar visualmente. El manejo de la dirección de actores y los movimientos en escena son bastante simples. La escenografía pienso que está bien concebida para lograr que la acción fluya natural y eficazmente a los ojos del espectador, pero los cantantes y coro estuvieron bastante estáticos y la resolución de algunas situaciones como la entrada del Duca en el patio de la casa de Rigoletto o el tropiezo de éste con Borsa, me resultaron casi de función de colegio.

Así pues, desde el punto de vista visual la producción deja forzosamente una sensación viejuna pero, en conjunto, satisfactoria. Y es especialmente recomendable para aquellos que se enfrenten por vez primera a esta página de Verdi, pues todo se cuenta, más o menos, como marca el libreto, con un atractivo estético añadido incuestionable.

Lo que más me decepcionó ayer fue la dirección musical de Omer Meir Wellber. El israelí transmitió muy poco aliento verdiano. Dejó de lado cualquier esencia purista de la partitura y fue a su bola. Lo malo es que eso se lo pueden permitir genios como su antecesor Maazel, que, dentro de sus particularidades, te pueden maravillar con los resultados obtenidos, pero no quienes, como Wellber, carecen luego de coherencia en su lectura. Volvió a hacer, como en “Tosca”, una interpretación, a mi juicio, caprichosa de los volúmenes y dinámicas, y llevó a cabo una labor de batuta tan atropellada como sus gestos, poniendo en serios apuros a todos los intérpretes. Lo peor ya no fue que con los tempi veloces que imponía arrollase a los cantantes, sino que además demostró su incapacidad para, en esos momentos, controlar la situación y coordinar foso y voces. Ayer, sin embargo, no fue tan inclemente con el volumen como en otras ocasiones, apreciándose un intento de ajustar el mismo a los cantantes, pero cuando moderaba volúmenes se perdía tensión y, lamentablemente, el color orquestal se difuminaba y el alma que debe impregnar los sonidos que surgen del foso no se encontraba por ningún lado.

Lo anterior no quiere decir que las prestaciones de la Orquestra de la Comunitat Valenciana no hayan sido óptimas en cuanto a ejecución, porque sí lo han sido, pero más por la maestría de los atriles que por la labor del director. Impresionantes resultaron los sonidos del cello solista de Guiorgui Anichenko en el encuentro entre Rigoletto y Sparafucile, o la maravillosa conjunción de la sección de cuerdas al completo en la entrada de Rigoletto en busca de su hija secuestrada, o las flautas en el “Caro Nome”, o todas las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier con el oboe.

Muy bien estuvo también la banda interna formada por alumnos del Conservatorio Profesional de Valencia, bajo la dirección de Ricardo Casero; así como los músicos en escena de la Fundación Desarroya.

En cuanto al Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión por sus integrantes masculinos, sufrieron también el atropellamiento de Wellber y hubo algunos desajustes, aunque vocalmente su actuación fue óptima.

Ha de destacarse que miembros de Ballets de la Generalitat intervinieron por vez primera en una función en el Palau de les Arts, en concreto en el acto primero.

El reparto vocal a priori no presentaba grandes nombres y responde a la época de vacas flacas que nos toca atravesar. Aquí es donde un buen gestor tiene que demostrar su valía y, con menos recursos, saber sacar adelante una programación que mantenga un nivel de suficiente calidad, porque contratar a las grandes estrellas con talones firmados en blanco lo sabríamos hacer casi cualquiera. Personalmente, yo soy partidario de que los recursos que pueda haber se centren en mantener a toda costa la Orquesta y Coro que son hoy ya un referente internacional y en traer buenas voces, sean más o menos populares. Y la inversión en costosas producciones, la mayoría de las veces infumables, debería ser algo secundario.

El mayor aliciente de un reparto vocal bastante desconocido se centraba en el Rigoletto de Juan Jesús Rodríguez, quien nos dejó muy buenas sensaciones el pasado mes de junio cuando sustituyó a última hora el día del estreno de “Il Trovatore” a Sebastián Catana como Conde di Luna, obteniendo un éxito considerable. Pero Rigoletto son palabras mayores. Y creo que el barítono onubense pasó la prueba con nota. A mí desde luego me gustó mucho. Rodríguez tiene una voz cálida, plena, bien colocada, muy homogénea y con auténtico timbre baritonal. Rigoletto es un papel que conoce bien y que seguro que irá perfeccionando. Debutó con él en Jerez y también lo ha cantado en teatros como Parma, Torino o Tenerife. Ayer demostró una entrega absoluta, hilvanando un fraseo con todo el color verdiano del que carecía el acompañamiento orquestal. Su “Cortigiani” resultó emocionante, en la “Vendetta” dio el agudo final y lo mantuvo con potencia, y se marcó un “Pari siamo” notable, con intencionado fraseo y espléndido legato. En el aspecto negativo hay que decir que Rodríguez ofreció a lo largo de la noche poca variedad de matices, y su interpretación quizás no acabase de transmitir la pluralidad de pasiones que convergen en el poliédrico personaje, resultando algo plana en el aspecto dramático.

Erin Morley, en el papel de Gilda, fue otra de las triunfadoras de la noche. La soprano norteamericana es un jilguerillo, de voz pequeña, clara y con estrecho vibrato, que llevó a cabo una buena actuación, con una emisión segura tanto a voz plena como en las medias voces. A mí me gustan las Gilda con voces de más peso, sobre todo para afrontar la parte final de la obra, pero he de reconocer que el “Caro Nome” estuvo excelentemente cantado, con unos trinos de manual y una coloratura nítida y precisa. Es verdad que sus graves carecen de cuerpo, pero esto en una Gilda importa poco.

Iván Magrì, como el Duca, me gustó bastante menos. El tenor siciliano mostró un incuestionable poderío y brillantez en los agudos y una emisión potente, pero su línea de canto se presentaba descuidada y poco refinada, con un centro aquejado de un vibratillo cuasi caprino. Hacía esfuerzos por matizar y apianar, pero entonces perdía la impostación. En “Parmi veder le lagrime” dejó en evidencia sus problemas de fiato y sus respiraciones a destiempo deslucieron su fraseo. El pobre ni siquiera tuvo oportunidad de ser aplaudido tras “La donna è mobile” ya que Wellber no hizo la paradinha estratégica para permitirlo. Por cierto, a este chico nos lo vuelven a colocar esta temporada en “I due Foscari”.

Paata Burchuladze está actualmente en un estado vocal bastante lamentable y su Sparafucile transmitió la maldad del personaje más a base de tablas que de rotundidad canora.

Adriana Di Paola fue una Maddalena de escasa relevancia. Es verdad que el personaje no tiene un gran protagonismo, pero en el último acto tiene que tener la suficiente entidad vocal como para no pasar inadvertida en el cuarteto ni destrozarlo y ayer Di Paola no lo logró.

El jovencísimo bajo mongol (de Mongolia) Amartuvshin Enkhbat, como Monterone, lanzó su maldición desde el centro del escenario, pero su voz, con una emisión cuasi anal, parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. Lo malo es que en la función del día 24 está anunciado que encarnará el papel de Rigoletto.

En general todos los secundarios estuvieron bastante correctos, especialmente Marina Pinchuk, Mario Cerdá y Miguel Ángel Zapater.

El público de nuevo volvió a iniciar los aplausos de los finales de acto con muchísima antelación a que la música dejase de sonar. Hay quienes deben estar mirando toda la representación el telón para en cuanto lo vean descender un centímetro empezar a dar palmas. Eso sí, luego esos mismos suelen ser los que salen a la carrera de la sala. Al final hubo ovaciones para todos los artistas, aunque con especial intensidad para Juan Jesús Rodríguez y Erin Morley. También fue aplaudida la dirección de escena, saliendo a saludar una mujer rubia (supongo que la directora de la reposición Beata Redo-Dobber) quien se volvió como loca en el escenario, adelantando por su cuenta para que saludasen, casi a empujones, sin ningún criterio, a quien pillaba más a mano, ahora Monterone, ahora Gilda, ahora un Paje, ahora Wellber... Sólo faltó ver entrar a una pareja de mocetones con batas blancas y que se la hubiesen llevado con una camisa de fuerza.

Bueno, pues la temporada 2012-2013 en el Palau de les Arts ha dado comienzo. Ya veremos si, con la colaboración de todos, se puede conseguir que además la podamos finalizar con normalidad y puedan encararse temporadas futuras sin este ambiente de incertidumbre y provisionalidad que se vive ahora mismo.


video de PalaudelesartsRS
 

martes, 29 de mayo de 2012

"IL TROVATORE" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 26/05/12


El pasado sábado tuvo lugar la inauguración del V Festival del Mediterrani en el Palau de les Arts de Valencia, con el estreno de la ópera "Il Trovatore", de Giuseppe Verdi. La presencia en la sala de la Reina doña Sofía obró de nuevo el milagro de que a los politiquillos de esta Comunidad, de repente, les apasione la ópera y nos obsequien con su asistencia. La alcaldesa Barberá, el president Fabra, el presidente de les Corts, el ministro García Margallo o la, incomprensiblemente no cesada ni dimitida todavía, Delegada del Gobierno, se dejaron ver junto a otros más habituales en el recinto como la Consellera de Cultura Lola Johnson, la presidenta del Palau de la Música o el vicealcalde Grau. Y todos ellos, por supuesto, como moscas a la miel, rondando a la esposa del regio cazador de elefantes, mientras un desmesurado dispositivo de seguridad impedía, a veces con malos modos, el normal deambular de los aficionados por los espacios de Les Arts.

Dicho esto, quiero dejar claro que me parece muy bien que la Reina visite el teatro que lleva su nombre y ojalá que viniese más si su presencia puede entenderse como un guiño de apoyo a nuestro recinto operístico en estos complicados momentos que se viven, con gran incertidumbre sobre lo que nos pueda deparar el futuro. La lástima, como siempre, fue la eterna ausencia del ministro de cultura, pues hubiera sido una buena ocasión para que hubiera comprobado personalmente cómo, pese a los recortes motivados por la crisis, más los recortes extras de su gobierno, este teatro lleva a cabo una programación operística de primer rango, sin necesidad de cantantes de relumbrón, y contando con la mejor orquesta de foso y coro que hay actualmente en España, lo que debería llevarles a replantear su política actual de reparto manifiestamente injusto de las ayudas públicas.

Y es que la función del sábado creo que es de las que crean afición. Tuvimos la ocasión de disfrutar con una orquesta y un coro en estado de gracia, rindiendo a un nivel inmejorable; junto a un elenco de cantantes solistas muy homogéneo, donde todos cumplieron con nota alta sin que hubiera ninguna nota especialmente discordante y llegando en algún caso a entrar de lleno en terrenos de lo excelente; y con una dirección de escena que, mayoritariamente, gustó.

Precisamente, la dirección escénica corrió a cargo del dramaturgo, director de cine y ex director del Centro Dramático Nacional, Gerardo Vera. Para ser tiempos de crisis y después de haber padecido algunas porquerías como la “Carmen” de Carlos Saura o el “Don Giovanni” de Jonathan Miller, la propuesta de Vera, sin ser tampoco la bomba, a mí me convenció. Creo que puede considerarse efectiva y no especialmente discordante y, al menos, denotaba un trabajo de dramaturgia que, independientemente de que pueda gustar más o menos, creo que convierte en injustos los aislados pero ruidosos abucheos que obtuvo al finalizar, aunque se debe reseñar que el aplauso fue la respuesta mayoritaria.

Cuando yo leí que la misma escenografía servirá para acoger, además de este “Trovatore”, la “Medea” que se estrenará el próximo día 12, me temía lo peor y los espacios vacíos a lo Saura o la inmovilidad escenográfica a lo Miller vinieron a mi memoria, pero, lejos de eso, la propuesta de Vera cuenta con un componente escenográfico elaborado, complementado estupendamente con la iluminación de Juan Gómez Cornejo. Los videos creados por Álvaro Luna, algunos más conseguidos que otros, acabaron de dotar a la obra de un marco escénico que considero adecuado, de carácter intemporal, en el que los diferentes ámbitos en los que sucede la acción quedaban suficientemente descritos. Los gitanos aparecen como refugiados sin rumbo en un ambiente de opresión política, en medio de un entorno que podría representar cualquier ciudad en tiempos de guerra, con el fuego casi siempre presente, directamente o a través de las proyecciones.

Quizás la vertiente donde más parecía flaquear el trabajo de Vera fue en una dirección de actores que, especialmente en el caso de los movimientos del Coro y de la pareja protagonista, hubiera admitido un punto más de creatividad. Pero, en conjunto, creo que, pese a todo, nos encontramos ante un buen trabajo escénico.

En lo musical, Zubin Mehta dirigía por primera vez en Les Arts una ópera de Verdi y no me defraudó en absoluto. Es sabido que el maestro indio domina esta partitura y ahí están para atestiguarlo sus grabaciones, algunas de ellas, como la registrada con Domingo y Pryce, claro referente de la página verdiana. Mehta condujo la Orquestra de la Comunitat Valenciana sin ningún tipo de alarde ni pretensión exhibicionista, muy ajustado en los tiempos, manteniendo la tensión y adecuado en estilo, con un control preciso y equilibrado de las diferentes secciones musicales, con una percusión inspiradísima y la flauta de Álvaro Octavio haciéndonos vibrar es su particular diálogo con la soprano en “D'amor sull'ali rosee”. Hacía mucho tiempo que yo no asistía al estreno de una ópera en Les Arts donde se apreciase en la primera función tal ajuste y precisión en el foso y de éste respecto a las voces, así como un control tan cuidado del volumen de la orquesta, en un recinto cuya acústica suele favorecer que los cantantes se vean tapados con cierta frecuencia por los músicos. Desde mi punto de vista, el maestro Mehta desarrolló un fantástico trabajo de batuta y supo inundar la sala de puro aliento verdiano.

El Cor de la Generalitat, dirigido por Francesc Perales, estuvo espléndido en una obra en la que tiene un especial protagonismo, y, pese a que la dirección escénica en ocasiones le impuso un excesivo estatismo, ofreció en lo musical un rendimiento sobresaliente, brillando como en sus mejores noches.

Jorge de León debutaba el papel de Manrico. Si no me equivoco en las cuentas, es la séptima ópera que canta en este teatro el tenor tinerfeño, siendo el cuarto papel que debuta en Les Arts (tras el Turiddu de “Cavalleria Rusticana”, el Cavaradossi de “Tosca” y el Rodrigue de “El Cid”), todos ellos muy exigentes y el de Manrico no lo es menos. Claramente, De León fue de menos a más, con un comienzo de ópera en el que dio la impresión, no sé si real o mera apreciación mía, de cierto nerviosismo y rigidez, para irse progresivamente arriba y brindarnos una segunda mitad de ópera colosal, brillando especialmente en una “pira” antológica que hizo venirse abajo el teatro con un aluvión de bravos más que merecidos, y de ahí en adelante sólo fue a mejor, deslumbrando con una zona aguda y sobreaguda resplandeciente, llena de brillo y mordiente.

La soprano italiana María Agresta fue una excelente Leonora, para mí lo mejor de la noche. Pudimos ver en escena a una cantante joven, pero que mostró indudables rasgos de gran soprano verdiana. Presentó Agresta una voz  luminosa, clara, de amplio registro y muy homogénea, con una pulida línea de canto y un exquisito uso del legato y las medias voces, consiguiendo enhebrar algunos pianísimos y filados espectaculares. Su buena dicción y la fuerza e intención de su fraseo completaron una actuación sensacional. Su juventud nos hace ilusionarnos con que todavía tiene mucha carrera por delante y tiempo para perfeccionar aún más las grandes condiciones vocales que ya presenta.

Bien, aunque a mi juicio jugando en otra división, estuvo también Ekaterina Semenchuck como Azucena, mostrando una gran expresividad, aunque por momentos rozase la sobreactuación con algún alarde de tintes veristas. Pese a que se echó de menos una mayor rotundidad de auténtica mezzo en la zona más grave, su actuación debo de calificarla de muy notable, con una voz fresca, limpia y algún agudo realmente brillante y sorprendente.

Quienes asistieron al ensayo general de este “Trovatore” me comentaron que no les había gustado demasiado, por ser generosos, el Conde de Luna del italiano Sebastián Catana. Afortunadamente, para el estreno del sábado fue sustituido por el barítono onubense Juan Jesús Rodríguez, teniendo el detalle los eficientes señores de Les Arts de informar del cambio en el reparto ¡tras el descanso!, supongo que después de escuchar por los pasillos durante el intermedio algunos comentarios, como los que yo oí, acerca de lo mucho que estaba gustando Catana, el cual me consta que estaba en una pizzería cercana levantándose unas cervezas. Oficialmente se ha dicho que la causa de la sustitución ha sido la indisposición del cantante italiano, si bien las noticias que a mí me han llegado hablan de un cambio de última hora ante el pobre rendimiento de Catana en los ensayos. Confío en que, si es así, el cambio se mantenga en las próximas funciones y no sólo haya sido una artimaña para evitar las críticas negativas del estreno ni castigar las reales orejas de doña Sofía de Grecia.

Y es que Juan Jesús Rodríguez llevó a cabo una actuación muy meritoria, sobre todo teniendo en cuenta que tuvo apenas 24 horas para incorporarse al equipo, demostrando un gran sentido del declamar verdiano y fuerza interpretativa, siendo muy ovacionado en su aria.

Tampoco creo que se pueda reprochar nada al Ferrando del bajo chino Liang Li, mostrando poderío cuando fue preciso, y dejándonos expectantes respecto a las prestaciones que pueda ofrecer en este mismo Festival del Mediterrani como el Rey Marke de “Tristan e Isolda”, un compromiso, sin duda, de mayor envergadura.

Muy destacable, como siempre, Ilona Mataradze, esta vez en el breve papel de Inés, corriendo muy bien la voz y con solvente presencia escénica.

Y muy correctos estuvieron también Leonard Bernad, Jesús Álvarez y, sobre todo, Mario Cerdá, quien se marcó un precioso detalle, regulando, en su fugaz intervención.

Al finalizar, hubo grandes ovaciones para todos los artistas, que fueron especialmente intensas para la pareja protagonista, y para Juan Jesús Rodríguez y Zubin Mehta, por parte de un público que casi llenaba el recinto, salvo en los pisos más altos, donde se apreciaban huecos.

No quisiera finalizar mi crónica sin reseñar dos cosas que me llamaron la atención. La primera, fue la coincidencia de Helga Schmidt en el palco junto a la Consellera de Cultura Lola Johnson. Justo antes de apagarse las luces mantenían una apasionada (lo intuyo por sus ostensibles gestos) conversación que, igual trataba sobre la repoblación de angulas en la Albufera, pero que me hizo desear fervientemente poder haber escuchado lo que allí se decía.

La segunda circunstancia que quería comentar fue el bochornoso espectáculo de ver en el intermedio a la jefa de protocolo de Les Arts acompañando a la Reina doña Sofía, con el pinganillo puesto e intentando arrancar, cual cutre regidor de concurso televisivo, el aplauso del público que por allí se encontraba. Por cierto, sin ningún éxito.

Bueno, pues hasta aquí esta crónica en la que quería dejar constancia de la que fue sin duda una muy buena noche en la ópera, aunque no cantase Lasparri, y que me lleva a hacer un llamamiento público para que todos los aficionados a la música que puedan se acerquen en los próximos días a Les Arts, porque vale la pena.

AQUÍ podéis leer también la imprescindible crónica de Maac.


video de PalaudelesartsRS