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lunes, 7 de mayo de 2018

"TOSCA" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 06/05/18

Ayer se estrenó otra Tosca en el Palau de les Arts… Y ya van tres desde que se inauguró. Con todas las obras de primera línea que hay en el repertorio operístico que todavía no se han estrenado en este teatro, se sigue insistiendo hasta el hartazgo en unas pocas, como es el caso de Tosca. Ya no hablo de obras o autores más singulares, sino que incluso dentro de la producción de los omnipresentes Puccini o Verdi tenemos óperas importantes como La fanciulla del West, Il Trittico, Ernani, Un ballo in maschera o Falstaff, que aún no se han escuchado, mientras que algunos tenemos ya un cierto empacho de chuparnos tanta Traviata, Butterfly, Turandot o Tosca. Pero claro, mientras se sigan agotando las localidades con estas obras es complicado que los gestores del teatro (si es que los hay actualmente) se planteen renunciar al recurso fácil de su programación en modo pepino.

Y hablando de gestores, la indolencia y desvergüenza de los actuales irresponsables culturales de la Comunitat respecto la situación que se vive en Les Arts, alcanza ya cotas que poco tienen que envidiar a las que en su día consiguieron otros nefandos personajes como Lola Johnson o María José Catalá. Se suponía que en marzo se iba a anunciar el concurso público para cubrir la vacante originada por la dimisión de Davide Livermore; estamos en mayo y el silencio es la única respuesta. La temporada próxima sigue sin hacerse pública. El desconcierto respecto al futuro de la dirección musical de la Orquestra de la Comunitat Valenciana es total tras la dimisión de Fabio Biondi, sin que nadie quiera aventurar nada ni se establezcan contactos en tanto no haya un nuevo director artístico. El Cor de la Generalitat anuncia drásticas medidas de protesta respecto a su situación y les torean con bonitas palabras vacías de hechos y soluciones concretas. La situación general del teatro es caótica y esperpéntica, pero lo más bochornoso de todo es que quienes deberían tomar medidas, o al menos dar la cara (dura) para no transmitir esta imagen de vacío de poder y de ideas, callan y se desentienden por completo, demostrando que esto no les importa nada. Luego cuando no haya nadie que se interese por venir a Valencia como director artístico o director musical igual hasta se extrañan.

Mientras tanto, los trabajadores y el equipo técnico del teatro, así como los miembros de la orquesta y del coro, siguen dando lecciones de profesionalidad, haciendo que todo funcione con apariencia de normalidad.

Y para completar el sainete, va y resulta que, en medio de esta juerga padre que vivimos, la dirección escénica de la Tosca estrenada ayer es de nuestro amigo el ex intendente Davide Livermore, quien se presentó ayer en Les Arts cojeando y apoyándose en una muleta (supongo que no sería una lesión de retorcerse por el suelo de risa viendo el panorama que ha dejado). La producción presentada pertenece al Teatro Carlo Felice de Genova y contiene rasgos bastante habituales en sus trabajos: hay claras influencias del lenguaje cinematográfico (aunque particularmente me ha parecido una sandez eso que ha dicho de que se presentaba la historia como un plano secuencia), no faltan algunos vídeos con nubarrones, la dirección de actores está trabajada, la escenografía es escueta pero efectiva, y, aunque pueda haber alguna pequeña licencia efectista, la propuesta no deja de ser enormemente clásica y fiel al libreto.

Toda la acción se desarrolla en una plataforma triangular imitando mármol, por supuesto muy inclinada, que igual servirá para escenificar la iglesia de Sant'Andrea della Valle en el primer acto, el despacho de Scarpia en el Palazzo Farnese en el segundo, o el Castel Sant’Angelo en el tercero; y el caso es que funciona bastante bien. Las velas tendrán también un importante protagonismo, tanto en la iglesia, como en los candelabros de Scarpia o en la celda de Cavaradossi. El gran valor de la escenografía es su movilidad y a su vez constituye uno de sus principales defectos. La plataforma girará frecuentemente ayudando a crear la diferenciación de ambientes de las distintas escenas sin interrupciones (a eso supongo que se refería Livermore cuando hablaba del plano secuencia) con diferentes puntos de vista y permitiendo un fluido movimiento de personajes. Además de eso, el giro se utilizará para ofrecer al espectador distintos niveles de la acción, permitiendo, por ejemplo, que veamos la tortura de Cavaradossi mientras Scarpia presiona a Tosca para hacer guarreridas, vulnerando el libreto pero potenciando el crescendo dramático. La diferenciación de planos de la acción jugará también un papel simbólico, con el poder eclesiástico arriba y el pueblo debajo, o con Tosca en lo más alto tras asesinar al vil Scarpia. La entrada en escena de éste es impactante, con el malvado personaje plantado en el vértice de la plataforma dominando la acción como una especie de Capitán Ahab en la proa del Pequod.

El problema estriba en que se abusa del efecto giratorio, que bien administrado es interesante pero que acaba por cansar y marear al espectador que sale de la sala con los ojos como Marty Feldman. Además se desluce el drama dando la impresión a veces de que los cantantes se encuentren en un tiovivo. Y para rematar, el carrusel y las alturas también afectan a las voces de los cantantes que pierden proyección. Y encima la plataforma al girar hace ruido que interfiere la música.

Durante el primer acto se ofrece al fondo del escenario la imagen circular, como un gran ojo vigilante, de la cúpula de la iglesia de Sant'Andrea, con los famosos frescos de Giovanni Lanfranco. También vemos en diferentes momentos aparecer de fondo los conocidos nubarrones livermorianos, y la imagen de un Cristo que durante la tortura a Cavaradossi sangrará, mientras que durante la cantata y en el Vissi d’arte lo que asomará será una especie de figura alada (¿paloma, ángel…?) bastante cursi. En el tercero veremos la luna y un paisaje, se supone que del Tíber, bastante cutrecillo, como de cuadro de sala de espera de Gestoría Martínez. También queda un poco ridículo que cuando Scarpia se quita el chaleco y se acerca a Tosca para cepillársela, desde algunas zonas del teatro se le viera la camisa manchada de sangre antes de que la diva le clavara el cuchillo. Debería controlarse igualmente la carga de los fusiles de la ejecución de Cavaradossi, pues el elevado volumen de chispas que sale, a buen seguro que acaba impactando en el tenor, que a este paso cuando llegue la última función parecerá Niki Lauda.

El vestuario creado por Gianluca Falaschi es más clásico que el peinado de Matías Prats Jr y absolutamente fiel a la época y libreto; mientras que en la iluminación se opta por un trabajo que resulte adecuado a la acción, sin especiales efectos, bastante básico. El final, para el que dice Livermore haberse inspirado en el film Cielo sobre Berlín de Wenders, es efectista y sorprendente, no tanto por lo que pasa sino por la forma de reflejarlo. Me resisto a comentar nada más para no hacer spoiler a quien todavía no la haya visto. Yo salí con sentimientos encontrados respecto a la propuesta del regista turinés, hubo cosas que me parecieron interesantes y otras que me cargaron, pero creo que en términos generales sirve a su propósito.

Al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a situarse Nicola Luisotti, quien ya nos ha visitado anteriormente en un par de ocasiones, dejando un buen recuerdo tanto en Mefistofele como en Nabucco. Independientemente de la labor que lleve a cabo, que considero que fue buena, es increíble el buenrollismo que desprende este hombre que permanece con la sonrisa en los labios durante toda la función. Luisotti dirigió con pulso, energía y precisión y un gran control de todas las secciones y de la escena, aunque yo quizás eché de menos un mayor refinamiento y una mayor puesta de relieve de los contrastes que tiene la partitura. Impuso de inicio unos tempi lentos que pusieron en algún apuro a los cantantes. También hubo abuso del volumen orquestal que castigó puntualmente las voces. Creo que al final del acto primero y en el tercer acto es donde la orquesta ofreció sus mejores prestaciones, logrando una intensidad dramática imponente, con una sección de cuerda absolutamente espectacular. Las flautas tuvieron también una noche inspirada tanto en el foso como en la gavota interna del segundo acto. Excelente fue la intervención de las trompas al inicio del tercer acto, o la introducción del clarinete de Tamás Massányi a E lucevan le stelle,  y maravillosos de nuevo los violonchelos en la escena previa de ese acto tercero, por cierto comandados por un nuevo solista del que ignoro su nombre.

El Cor de la Generalitat había anunciado posibles acciones de protesta, incluyendo la huelga en esta Tosca, si la administración autonómica no resuelve adecuadamente la incertidumbre de la agrupación por la situación de interinidad de sus miembros. Parece ser que se les ha emplazado para ofrecerles próximamente una propuesta y las acciones de protesta se han suspendido de momento. Ojalá todo se solucione de la mejor forma posible, que no es otra que garantizando la estabilidad y consolidación de todos sus componentes, con las medidas que sean necesarias, ordinarias o extraordinarias, para preservar este irrenunciable activo cultural de la Comunitat. Aunque conociendo el percal, más bien huele la cosa a un intento de ganar tiempo y evitar la repercusión mediática de una huelga en Tosca.

No es extensa la participación del coro en la obra, pero sí determinante en ese impresionante Te Deum en el que volvieron a mostrarse inmensos. También fue muy relevante su entrada del primer acto y una cantata del segundo espléndida. Muy bien estuvieron también los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet.

El papel protagonista de Floria Tosca ha estado interpretado por Lianna Haroutounian, una cantante que saltó a la fama internacional en el Don Carlo de 2013 en el ROH londinense dirigido por Pappano y protagonizado por Jonas Kaufmann, cuando tuvo que hacer una sustitución de última hora de la soprano prevista, Anja Harteros, consiguiendo un importante éxito. La soprano armenia tiene un instrumento privilegiado, con una voz lírica de indudable belleza en el centro que corre perfectamente por la sala con potencia y riqueza tímbrica. Se muestra poderosa y resplandeciente en el agudo y con muchas más carencias en una zona grave donde cambia el color. El reproche que yo le haría es la falta de matices, sin un solo intento de regulación; no obstante lo cual logró transmitir una gran expresividad dramática a momentos como el dúo con Scarpia del primer acto, con un estupendo Dio mi perdona... Egli vede ch'io piango!, la escena del interrogatorio o el dúo final con Cavaradossi. En el Vissi d’arte cantó con emoción e incisividad, pero yo eché en falta también una mayor variedad de intensidades.

Bastante menos me gustó el Cavaradossi del tenor surcoreano Alfred Kim, quien desde hace un año está siendo más noticia por motivos ajenos a lo artístico, tras ser condenado en Francia por violencia de género, lo que ha motivado que diversos teatros le hayan vetado. No ha sido el caso de Les Arts. Si le reprochaba yo antes la falta de matices a la soprano, lo de Kim fue ya de matrícula. Su fraseo tarzanesco no bajaba del forte, destrozando cualquier atisbo de lirismo que pudiera contener la partitura, con el agravante de que, además, su proyección, salvo en los territorios más agudos, no siempre superaba la barrera orquestal. Su momento de lucimiento en el adiós a la vida quedó así sepultado entre vozarrones desaforados, transmitiendo menos emoción que un percebe sesteando. Tan sólo en O dolci mani apuntó una aproximación a las medias voces, con mejores intenciones que resultados. El resto de su actuación fue una pura exhibición de músculo y potencia en el agudo, donde brilló notablemente. Tanto en La vita mi costasse del primer acto como en los Vittoria del segundo, nos regaló sendos impecables pepinazos en los que su voz, que en el centro se mostraba tirante, temblona y mate, sonaba limpia y liberada.

Claudio Sgura fue un Scarpia para olvidar. De medios mucho más limitados que sus compañeros de reparto, el barítono italiano se mostró absolutamente incapaz de otorgarle al personaje la presencia y autoridad que requiere.  La voz no es fea pero se le quedaba en la nuez, no llegando ni al proscenio. El Te Deum en lugar de ser su momento de lucimiento parecía una imitación de Harpo Marx, resultando totalmente inaudible. Y el segundo acto se quedó en una burda pantomima de un Scarpia sin carácter y más blandito que Bambi. Fue sin duda el más perjudicado por el torrente decibélico orquestal, pero intuyo que ni con un cuarteto de cuerda hubiera estado a la altura.

Entre los comprimarios destacaría el buen Sacristán de Alfonso Antoniozzi y el Spoletta del siempre entregado Moisés Marín  (tanto, por cierto, que el día del ensayo general a punto estuvo de partirse una pierna resbalando en la traicionera rampa inclinada ideada por Livermore).

Un Angelotti irrelevante y para desechar compuso el ex miembro del Centre de Perfeccionament Alejandro López, muy justo en lo vocal y en lo interpretativo, al que además se le castigó con una pinta lamentable de naufrago de Forges. Y muy justito el Sciarrone de César Méndez. Bastante más correcto fue Andrea Pellegrini como Carcelero.

Sí me gustaría reseñar la estupenda intervención del joven Alejandro Navarro miembro de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats como Pastorcillo.

Con todo el papel vendido desde hace meses, el teatro, como era de esperar, presentó un aspecto espléndido con un lleno absoluto. En el palco, pese a tratarse de una ópera de las fáciles, de las que pueden asimilar sin sueño hasta los altos cargos públicos, no se vio a ningún relevante marzalito. Hubo toses a cascoporro y la habitual estampida final a la carrera sin esperar ni a que se levante el telón, pese a que, al ser domingo, no eran las 9 de la noche cuando finalizó. Me parece impresentable y una falta de respeto que pone en evidencia la poca educación de una gran parte del público de Les Arts. Un público que, por cierto, se mostró bastante frío toda la noche. Al final hubo aplausos generalizados, pero sólo una ovación intensa para la pareja protagonista. Había cierto morbo por ver la reacción del respetable durante los saludos de Livermore como director de escena en el retorno a su teatro, pero pasó sin pena ni gloria. Fue tibiamente aplaudido y no se escucharon protestas, lo cual ya es bastante.

Bueno pues esta temporada, entre dimisión y dimisión, se nos está pasando en un suspiro. Apenas quedan algunas funciones en el infame Auditori, más la imprescindible Condenación de Fausto de Berlioz en la sala principal. Mientras tanto seguiremos esperando a que los responsables autonómicos despierten de su letargo y tomen decisiones cuanto antes respecto a la dirección artística, y a que se publicite de una vez la próxima temporada. Parece que Ramón Gener tiene ya reservada una fecha de junio para hacerlo; pero espero que antes haya algún anuncio oficial y, sobre todo, que finalmente de verdad haya una temporada operística medio decente.


domingo, 21 de mayo de 2017

"WERTHER" (Jules Massenet) - Palau de les Arts - 20/05/17

Mientras seguimos esperando que la dirección de Les Arts se digne anunciar oficialmente los títulos que compondrán la próxima temporada operística 2017/2018, ayer tuvo lugar en el coliseo de Calatrava el estreno de una de las obras que más expectación habían generado este año entre algunos de nosotros, Werther, de Jules Massenet, una de las cumbres del repertorio operístico romántico francés.

Resumiendo las impresiones que enseguida desarrollaré, diré que salí bastante decepcionado, por culpa sobre todo de unas prestaciones vocales que no me convencieron y una puesta en escena insulsa, cursi y bastante idiota; y ello pese a que la dirección musical me pareció sobresaliente.

La dirección de escena corre a cargo de Jean-Louis Grinda en esta nueva coproducción del Palau de les Arts y la Opéra Monte-Carlo. Del regista monegasco ya hemos podido ver en este teatro su trabajo para The telephone, Amelia al ballo, y la Tosca que se representó en 2011 y 2012. Dije entonces de su labor en Tosca que me resultó previsible y anodina, de planteamiento muy clásico, con una escenografía pobre y absurda y una vulgar dirección de actores. Y lo cierto es que podría decir lo mismo de lo visto ayer en Werther.

La propuesta es enormemente clásica y si el libreto dice clavecín, nos coloca un clavecín en mitad del escenario, si se habla de pistolas, allí están en un armariete, también el libro, las cartas… La única licencia que se toma el señor Grinda es presentarnos toda la obra como un flashback del protagonista que ya nos aparece durante el preludio con su camisa ensangrentada contemplando un espejo que se romperá y que permanecerá presente en el escenario durante toda la representación.

Esto del flashback no es ninguna novedad, pero además en este caso lo considero un recurso fallido. No tiene sentido porque para eso tienes que respetar el punto de vista del personaje principal y ver toda la obra a través de sus ojos, lo que resulta imposible en todas aquellas escenas en las que Werther no participa, salvo que le hagas estar por allí pululando para que veamos su espíritu contemplar la acción. Esto sólo se lleva a cabo poco antes de la entrada del personaje en el tercer acto, precisamente en el peor momento posible, pues se rompe todo el dramatismo de ese instante de Charlotte dudando si su amado aparecerá, mientras él está bambando por detrás mirando las pistolitas. Además resulta ridículo que se pase el personaje toda la obra vestido con la misma camisa llena de sangre.

Y si de vestuario hablamos me gustaría que alguien me explicase qué tipo de hecatombe climática hace que Albert llegue en el primer acto, que se desarrolla en el mes de julio, con abrigo y bufanda. Tampoco la caracterización de Schmidt y Johann como ancianos está conseguida, acercándose a una caracterización de función de colegio. Algo mejor aparece el personaje de Le Bailli, aunque con una pinta de Santiago Segura bastante risible. De los angelitos repipis casi mejor me callo porque la señora madre de Grinda no tiene culpa de nada.

La iluminación tampoco aporta absolutamente nada y todo es sosainas, plano y de andar por casa. La dirección de actores es igualmente vulgar y descuidada lo que, unido a la falta de sapiencia o ganas de la mayoría de los intérpretes, condujo a unos resultados pobres y aburridos en cuanto a dramatismo escénico.

Quizás pudiera reseñar la proyección que se ofrece durante el interludio musical entre el tercer y cuarto acto, con la imagen de Charlotte angustiada corriendo por un interminable camino nevado; pero, como ya sabéis, me repatea eso de que nos quieran entretener durante los fragmentos musicales

No quiero extenderme más sobre el componente escénico de este Werther porque pienso que no lo merece semejante pavisosez y tontunez que lo único que me provocó es sopor.

La riqueza melódica y el refinamiento orquestal de esta composición de Massenet, requieren una orquesta que esté a la altura y ayer encontró adecuado vehículo en nuestra Orquestra de la Comunitat Valenciana que volvió a sonar excepcionalmente; pero, sobre todo, necesita un director que sepa destacar y poner de relieve los inacabables matices de la partitura y Henrik Nánási nos brindó una lectura minuciosa y bellísima de esta maravillosa página. Lamentablemente, anoche en pocas ocasiones el escalofrío de la emoción me alcanzó; eso sí, cuando lo hizo fue siempre, salvo una excepción que luego comentaré,  en momentos puramente orquestales: en el Preludio, donde ya vimos por dónde iban a ir las cosas musicalmente, con una variedad de matices y juegos de dinámicas portentosos; en el Claro de Luna del primer acto, donde los violonchelos sonaron celestialmente; o en el interludio entre tercer y cuarto acto, de una intensidad emocional enorme.

El equilibrio orquestal, la variedad dinámica y la fuerza expresiva fueron constantes toda la velada, con una cuerda grave en estado de gracia, como en la introducción al Pourquoi me réveiller, con destacadas intervenciones también en diferentes momentos de saxo, violín y metales. Nánási nos ofreció una cuidadísima labor de dirección, cuidando bastante las voces, aunque hubiese puntuales arrebatos de volumen orquestal, pero sucedió en instantes en los que lo que se requería era precisamente eso, arrebato emocional. También estuvo atentísimo al escenario dando las entradas a los cantantes con gesto claro y preciso.

Este hombre ha venido ya tres veces a Les Arts y siempre me ha entusiasmado; además, chúpate esa, tocando tres palos tan diferentes como son Bartok, Verdi y Massenet. Por mí, desde luego puede seguir viniendo todos los años varias veces. El otro día en la rueda de prensa de presentación de estas funciones, bromeaban Livermore y Nánási sobre lo bien que se siente éste cada vez que viene a dirigir, por el buen clima de València en comparación con el frío berlinés (dirige allí la Komische Oper) y afirmó confiar en que el Intendente le vuelva a llamar. Yo, si fuera Livermore (Dios no lo permita), intentaría llamarle para que se quede y hacerle titular de una orquesta que no parece sentirse especialmente cómoda con Biondi y Abbado, ni este último parece muy contento con Livermore. En fin, por pedir que no quede.

Hay quien me dice que soy un pelota con el Cor de la Generalitat y que siempre les pongo bien… Pues mira por donde hoy no voy a hablar bien del coro.

El papel protagonista de Werther se ha encomendado al francés Jean-François Borras, un tenor que alcanzó relevancia mediática en 2014 cuando hubo de sustituir en este mismo papel en el Metropolitan de Nueva York al inicialmente previsto Jonas Kaufmann, y que viene con valiosas referencias al haber cantado también en otros importantes teatros (Londres, Viena, Berlín). Yo, después de lo escuchado ayer, no acabo de entender qué es lo que le han visto de especial y le ha catapultado a la fama. No diré que tuvo una mala actuación porque faltaría a la verdad, pero no encontré nada tan relevante como para decir que nos encontramos ante una estrella, ni mucho menos.

Es un tenor lírico bastante ligero, con una vocecita de agradable timbre y acusado, y en ocasiones molesto, vibratillo, a la que, para mi gusto, le falta bastante enjundia y cuerpo. Ofrece un Werther joven, muy ajustado por frescura vocal, delicado y evanescente; pero tan delicadito lo quiere hacer todo, con medias vocecitas y falsetes, que muchas veces cualquier atisbo dramático se evapora, deviniendo, más que en un héroe romántico, en un cervatillo tembloroso. Muestra potencia y seguridad en el agudo, donde es la única zona en la que adquiere prestancia y potencia vocal. Su fraseo tampoco es lo refinado que sería deseable y la escasez de consistencia vocal la pretende suplir en los pasajes más dramáticos con algunos arranques que rozan lo verista. Su primer acto me resultó de una insulsez casi vegetal. Mejoró bastante en el segundo, y en el tercero quizás ofreciese sus mejores prestaciones, cuidando bastante su esperado momento en el aria, la cual resolvió con elegancia y solvencia. En el cuarto tuvo un pequeño accidente perdiendo la afinación y rozando el kikirikí. Escénicamente Borras tampoco me convence y, entre la desidia regista de Grinda y que el tipo tampoco es precisamente Marlon Brando, me resultó demasiado estático y poco natural. Mención especial merece su alargada agonía, durante la cual igual estaba tirado en el suelo exánime, como se levantaba raudo cual rayo y se ponía a cantar como un machote. En cualquier caso, pese a la subjetiva opinión de quien esto suscribe, Borras fue el gran triunfador de la noche y obtuvo el reconocimiento unánime del público.

Siempre he sentido una especial predilección por la mezzosoprano italiana Anna Caterina Antonacci; su Carmen junto a Kaufmann en Londres, o su Cassandre de Les Troyens del Châtelet parisino, entre otros muchos ejemplos, me parecen papeles referenciales. A sus 56 años sigue desprendiendo un carisma y una belleza inigualables, pero quizás esta interpretación de Charlotte le haya pillado ya en un momento algo tardío de su carrera, no porque haya disminuido su capacidad dramática y expresiva, pero sí porque la juventud del personaje queda completamente desdibujada ante un instrumento que ayer, y siento decirlo, parecía acabado. La voz de Antonacci ha perdido homogeneidad y presenta colores distintos a lo largo de un registro en el que, en sus zonas más extremas del agudo y grave, las notas tienden a abrirse y muestran un apreciable vibrato. El agudo roza el tambaleo y el grave no existe, convirtiéndose la mayor parte de las veces en un parlato. El centro sigue siendo bello, pero ha perdido consistencia, por lo que la emisión a veces deviene inaudible. Dicho todo esto, que no es poco, a mí su expresividad dramática y vocal me continúa cautivando y logró hacerme sentir a flor de piel la lucha interna de Charlotte entre su amor por Werther y su compromiso con Albert y con los convencionalismos sociales; especialmente en el que, para mí, es uno de los momentos más bellos y emocionantes de la ópera francesa, el aria del tercer acto Laisse couler mes larmes, donde, acompañada por el saxo y una orquesta inspiradísima, logró conmoverme.

Creo que Les Arts se ha equivocado de lleno encomendando el personaje de Albert al alumno del Centre de Perfeccionament Michael Borth. Me parece bien que los papeles menores de las óperas se ofrezcan al Centre, pero Albert, pese a que su presencia en escena es limitada, tiene una importancia en la obra que merecía algo mucho mejor, especialmente cuando el encargado de asumir el rol es alguien tan carente de estilo, de medios tan limitados y que transmite la emoción de un sándwich de pepino, como fue el caso de Borth. A mi juicio, fue un Albert absolutamente impresentable que convirtió al personaje en alguien irrelevante y que vocalmente llegó incluso a gallear en un par de ocasiones, con una emisión inconsistente y sin ninguna autoridad vocal. Realmente entre lo blandito de este Werther y el mequetrefe de Albert, la que tenía que haberse suicidado era Charlotte.

En el apartado vocal, posiblemente lo que más me convenció de la noche fuera la soprano Helena Orcoyen que hacía frente al repelente papel de Sophie y que tuvo una excelente actuación. Extraordinariamente adecuada al personaje, su voz ligerísima, de jilguerillo, limpia y cristalina, con la que esbozó un dulce fraseo, convirtió sus intervenciones en un soplo de aire fresco.

Si repelente es el personaje de Sophie no digamos los de Schmidt y Johann… La verdad es que en Werther, aparte de los dos protagonistas, el resto de papeles siempre me han parecido bastante odiosos y si hubiese metido la tijera Massenet creo que nos habría hecho un favor. Los miembros del Centre de Perfeccionament Moisés Marín y Jorge Álvarez fueron los encargados de encarnar a este par de vejestorios, pero, entre la primitiva caracterización escénica y sus exageraciones en los movimientos para hacernos creer que eran ancianos, la cosa acabó siendo grotesca. Vocalmente no obstante cumplieron de forma aceptable.

Otro bonico personaje es Le Bailli, ese carcamal, padre de Charlotte, que ha tenido ocho hijos y cuya esposa está fallecida, intuyo que suicidada ante la perspectiva de seguir siendo la coneja del señorito. El omnipresente miembro del Centre Alejandro López fue quien asumió el rol. Me convenció más que otras veces, supongo que porque su voz ajada y su habitual limitación para el movimiento escénico, en esta ocasión le iban bien al personaje. Además su entrega dramática fue algo mayor. Si hace poco dije que su faceta de actor no era mucho mejor que la de un sobao pasiego, creo que ha llegado el momento de ascenderle a Tigretón.

Estupendos vocalmente, aunque con algún despiste escénico, supongo que por fallos de dirección, estuvieron los niños de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats y las chicas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet.

La sala principal del Palau de les Arts presentó una buena entrada, aunque hubo notablemente más huecos que en los anteriores estrenos de la temporada. No sé muy bien qué es lo que ha ocurrido para que esta conocida ópera sea una de las que menos respuesta del público ha recibido hasta el momento. Los asistentes estuvieron bastante fríos, aunque interrumpieron con aplausos la representación al finalizar el aria de Charlotte Laisse couler mes larmes. Hubo ovaciones para todos al concluir la función, especialmente para el tenor Borras y la orquesta, pero no se prolongaron en exceso. De hecho los saludos se extendieron más allá de los aplausos.

Pues, como siempre, os animo desde aquí a acudir a ver este Werther y a forjaros vuestra propia opinión. Aunque sólo fuese por la belleza de las melodías compuestas por Massenet y por las excelentes prestaciones que Henrik Nánási extrae de nuestra orquesta, ya valdría la pena.

Como decía al comienzo, seguiremos aguardando a que el señor Livermore se decida a hacer público el contenido de la próxima temporada operística en València. Yo estoy deseando ya que lo haga para arremeter ante la ausencia que nos espera, una vez más, de Wagner, Strauss o Janáček y la saturación de repertorio italiano ya visto.



viernes, 22 de abril de 2016

"IDOMENEO" (W. A. Mozart) - Palau de les Arts - 21/04/16

Estos días vuelve a aparecer el nombre del Palau de les Arts vinculado a presuntos casos de corrupción. Hay que ver lo poco que le cuesta a la prensa seguir transmitiendo esa imagen, casi con regocijo y chupeteo de dedos, y lo poco que se esfuerzan para promocionar y ser altavoz del tremendo valor cultural que, por ahora, y mucho más allá del monstruo calatravense, seguimos teniendo con nuestro teatro y que permite que podamos continuar disfrutando de espectáculos de gran nivel, como el ofrecido ayer con el estreno de la ópera Idomeneo de Wolfgang Amadeus Mozart.

El Intendente multiusos Davide Livermore ha sido una vez más el encargado de la dirección escénica en esta nueva producción del Palau de les Arts. Él mismo ha manifestado su particular interés en llevar a cabo este trabajo por tratarse de una obra maestra de Mozart, no todo lo conocida que debiera ser, y con la que tenía una espina clavada desde que, en 2010, presentase en Torino una producción de la que no se siente nada contento, por no haber entendido en aquel momento el verdadero sentido que debía transmitir con esta historia.

En esta ocasión el planteamiento de Livermore gira en torno a que, en definitiva, en esta historia de héroes, reyes, monstruos y dioses, todos ellos, el hombre, el dios y el monstruo, están en el interior de uno mismo. La acción la sitúa Livermore en un entorno imaginario, ambientado a finales de los años 60 o primeros 70 del pasado siglo, donde se habría desatado un conflicto atómico y el mundo se halla próximo a su extinción. Idomeneo se convierte así en un viajero espacial que vuelve a casa y que acabará logrando el perdón de los dioses cuando sea capaz de enfrentarse consigo mismo, con su propio Yo.

No voy a negar que la propuesta suene un tanto pretenciosa, pero reconozco que a mí me gustó. Se podrá estar más o menos de acuerdo con el discurso desarrollado por el director escénico, pero creo que la propuesta funciona y toda la construcción elaborada por Livermore tiene sentido. Su desarrollo narrativo es consecuente con el planteamiento y se procura adaptar a la historia original, aunque lo haga con más éxito en algunos momentos que en otros.

Si algo hay que reconocerle a esta producción es el trabajo de introspección en los personajes, con cuidada dirección de actores, y una fuerza visual que, aunque pueda ser excesiva por momentos, es uno de los grandes atractivos de la propuesta. Ya desde el mismo inicio, este poderío visual se pone en evidencia con ese rostro de estatua partido por la mitad que se va transformando en un Kunde envejecido, en cuyo ojo nos adentraremos, para continuar con unas imágenes, en un rutilante color muy cercano al de las películas de los 60, en las que se irá narrando la historia previa de Idomeneo. Una proyección que me pareció impactante, aunque vuelva a ser un ejemplo de esas oberturas escenificadas que tan poco me gustan.

También creo que funciona la recreación de la playa con una lámina de agua sobre el escenario. Eso también tiene sus inconvenientes, el primero es que el agua estará presente en todas las escenas, aunque tenga más sentido en unas (al inicio o con el palacio destruido) que en otras (en la llegada de Idomeneo a palacio o el encuentro con la Voz); y el segundo problema que genera es que (vale, llamadme tiquismiquis) hace ruido. Esperemos que la cosa quede ahí y no tengamos que decir que además no sé cuantos artistas se han constipado por tener que estar chapoteando toda la función.

Los espejos tienen igualmente un papel preponderante en esta producción, como elemento en el que los personajes pueden enfrentarse a ellos mismos. Así veremos como Idomeneo busca su reflejo, mientras que Elettra lo rehúye aterrada. Confieso que gocé particularmente cuando el espejo reflejó el foso orquestal.

El momento más sorprendente de la propuesta de Livermore llega con la aparición de la Voz, momento en el que se pretende simbolizar el encuentro de Idomeneo con su propio interior, mediante la recreación en escena de algunos planos de la mítica película de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio, cuyo final se reproducirá también durante los últimos compases de la ópera.

No acabé de entender, con este planteamiento de conjunto bastante coherente, por qué, aunque se esté escenificando una ensoñación del protagonista, se ve a Idomeneo rodeado de gente en el momento en que llega a la playa y antes de que aparezca en el libreto Idamante como el primer ser humano al que verá, en lo que supone su condena al sacrificio.

Atractivo, con toques setenteros, el vestuario de Mariana Fracasso; y buen trabajo de iluminación de Antonio Castro, ofreciéndonos por fin una puesta en escena donde las tinieblas no son protagonistas.

Me pareció una buena idea que se haya optado por introducir el intermedio de la función a mitad del acto II, tras el aria Fuor del mar, evitando así hacer dos intermedios, en una velada ya bastante larga de por sí, o dejar la misma dividida en dos partes muy desequilibradas. Se han aprovechado además esas transiciones entre actos para ubicar algunos de los ballets.

El maestro Biondi ocupaba por vez primera el foso de la sala principal de Les Arts. Me gustó en la Martin i Soler con Silla, de Haendel, y bastante menos en los dos conciertos mozartianos en el Auditori-Purgatori, con Davidde penitente y la Sinfonía Jupiter. Hasta ayer, de hecho, no acababa de tener claro que su fichaje como codirector musical nos hubiera ofrecido nada relevante. Por fortuna, su dirección de Idomeneo me ha resultado mucho más convincente. Ya desde el comienzo, con una vibrante obertura, se apreció un pulso narrativo que no decaería en toda la velada.

Con gesto claro y preciso, Biondi supo llevar el conjunto con frescura y agilidad y la orquesta volvió a mostrarse homogénea. Dirigió con fluidez y sin hacer pausas ni paradinhas para buscar aplausos. Su Idomeneo es mucho más humano que heroico, remarcando las emociones de los personajes en los momentos más líricos y en aquellos en los que el sufrimiento interno se ha de hacer presente en escena. Jugó con las dinámicas con inteligencia y consiguiendo notables efectos dramáticos. Intensos musicalmente resultaron instantes como Qual nuovo terrore y Oh voto tremendo. Logró un buen engarce entre foso y escena, sosteniendo y sabiendo respirar con las voces, y retardando los tiempos cuando los comprometidos pasajes ponían a prueba la agilidad de los solistas. Especialmente brillante resultó el precioso (musicalmente) ballet final que, aunque es obvio que dramáticamente es un lastre, es una bellísima página en la que se lució la orquesta con unos sonidos cautivadores que pusieron un inspirado broche de oro a la noche.

En el foso se utilizó adecuadamente un fortepiano en el acompañamiento a los recitativos junto al violonchelo de Jezierski. Gran noche de las maderas, con virtuosismo de flauta y fagot y la, no por acostumbrada menos agradecida, magia del clarinete de Joan Lluna y el extraordinario oboe de Christopher Bouwman, ayer absolutamente pletórico.

Tanto el director de escena como el musical de esta producción han insistido, en los días previos al estreno, en destacar especialmente el trabajo y la calidad del Cor de la Generalitat. Livermore ya tiene más experiencia con ellos, pero lo está diciendo desde que debutase en Les Arts con La Bohème. Todos los profesionales que pasan por aquí quedan impresionados por la calidad de nuestro coro. Y no es para menos. Tener un coro en el que se compagine una calidad vocal máxima, con equilibrio y homogeneidad, con una desenvoltura y entrega escénica absoluta, es un lujo. Las exigencias en escena de esta obra volvieron a ser enormes y el desempeño de la agrupación fue nuevamente irreprochable, chapoteando lo que hizo falta, y vocalmente hubo pasajes de honda emoción, destacando en unos Oh voto tremendo y Qual nuovo terrore majestuosos y en el Scenda Amor final, bellísimo; pero también en Nettuno s'onori, Corriamo fuggiamo o en Placido è il mar donde, a diferencia de lo que me comentaba un amigo, a mí sí me convenció. Quizás en el doble coro Pietà, Numi, pietà hubo demasiado desequilibrio sonoro con el interno, al menos en la posición de la sala en la que yo me encontraba.

El Ballet de la Generalitat también fue puesto a prueba nuevamente con esta producción, y estos ya no es que chapotearan, sino que se bañaron cual elefantes en charca, con unos resultados magníficos durante toda la velada en cuanto a rendimiento escénico y estética visual. Más crítico he de ser con que les sigan pidiendo hacer ruiditos (esta vez risas) mientras suena la música, y con el planteamiento, que no la ejecución, de algunas coreografías de falla de sección 4ª, como la del ballet final, cuyo único objetivo parecía ser levantar la pierna y rebozarse de agua.

Gregory Kunde sigue afincado operísticamente en Valencia y esperemos que dure. Yo no las tenía todas conmigo con este Idomeneo, porque cada vez le veo menos mozartiano y su voz va perdiendo frescura y limpieza. Y, efectivamente, me resultó poco mozartiano y la voz ha perdido frescura… pero me conmovió con su interpretación hasta el tuétano. Comenzó su intervención con una emisión sucia y veladuras tímbricas, pero dibujó en su primer aria uno de los momentos de la noche, con una hondura y sentimiento que sólo avanzaba el aperitivo de lo que vendría después. Continúa siendo dueño de un inmenso poderío escénico y vocal, especialmente en una franja aguda que sigue cautivando. Potenció la faceta de padre doliente frente a la de rey majestuoso, y fragmentos como Eccoti in me o su escena con el Sumo Sacerdote fueron nuevas muestras de la emoción que es capaz de transmitir, con un fraseo contrastado e intencionado. Posiblemente en Fuor del mar es donde pasó mayores apuros, capando coloraturas, con un fraseo más apresurado y algún ligero problema de fiato.

De vez en cuando hay cosas en las que coincido con Livermore, y una de ellas es en su tirria a los contratenores. Yo le agradezco que en este caso para el papel de Idamante se haya optado por una mezzosoprano, Monica Bacelli, quien sustituía en el reparto a, la anunciada a principio de temporada, Varduhi Abrahamyan (un día tendré que hacer una recopilación de todos los cambios sin previo aviso que se han producido este año en Les Arts y creo que no se salva ni un espectáculo). Por lo que conocemos de Abrahamyan y lo escuchado ayer, no sé que será peor, pero he de confesar que Bacelli fue lo que más me decepcionó. Se le suponía sabiduría y estilo, no en vano tiene grabaciones mozartianas relevantes, como una Finta giardiniera con el recientemente desaparecido HarnoncourtLas Bodas de Figaro con Zubin Mehta; pero no me convenció en absoluto. En general mostró una gran expresividad, pero más gesticulante que vocal y generalmente fuera de estilo, con recitativos masacrados y arias intrascendentes. Su voz velada, mate, engolada, no corría adecuadamente por la sala y sus graves eran áfonos. La estética tampoco ayudaba y, con su pequeña envergadura y ostensible dentadura gomezburiana, se hacía complicado creerse que era el galán de la película.

Bastante mejor estuvo la brasileña Lina Mendes. La ex cantante del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo construyó una encantadora Ilia, con voz de soprano ligera, timbrada, que, a diferencia de la de Bacelli, corría perfectamente y destacaba en los números de conjunto sin estridencias, es verdad que tuvo puntuales destemplanzas en el agudo, sobre todo al inicio, pero mostrando una bella línea de canto, delicadeza y buen gusto, en un fraseo que, además, se reforzó con la mejor dicción de la velada.

La versión ofrecida por Biondi de este Idomeneo es la que estrenase Mozart en Munich, aunque se ha añadido la imprescindible y bellísima aria del tercer acto de Elettra, D'Oreste d'Aiace, recortada en aquella versión, una auténtica prueba de fuego para cualquier soprano. En general todo el personaje de Elettra tiene una escritura endiablada y la valenciana Carmen Romeu salvó la papeleta con nota. Bella voz la de Romeu, grande y con una zona central rica y con peso, si bien las subidas al agudo sonaron en ocasiones algo estridentes y destempladas. Lidió su complicada entrada Tutte nel cor vi sento con empuje y carácter, haciendo frente con valentía a los saltos de la escritura. En Idol mio se mostró sugerente y matizada y presentó sus mejores credenciales en la parte más complicada, ese D'Oreste d'Aiace donde resultó diabólica y apasionada, siendo muy aplaudida por el público. Su construcción del personaje escénicamente fue, además, inmejorable.

En los papeles menores intervinieron miembros del Centre Plácido Domingo. Emmanuel Faraldo, como Arbace, se mostró muy verde, lució un agudo fácil, pero poco más. Correcto Alejandro López, como la Voz; y bastante deplorable el Sumo Sacerdote de Michael Borth.

La sala presentó bastantes más huecos que en los anteriores estrenos, pero, aún así, una entrada muy aceptable, de nuevo con bastante gente joven para lo que suele ser norma en los estrenos. En general parece que gustó el espectáculo, aunque había gente bastante desorientada con la odisea espacial de Livermore, como mi vecina de delante que cada dos por tres le susurraba al marido “¿pero esto quéee eees?” y que se indignaba mucho cuando los subtítulos se apagaban en las repeticiones de las arias. En el aplausómetro vencieron claramente la orquesta, coro y Kunde, siendo también muy aplaudidas Romeu y Mendes. La salida de Livermore a saludar fue enormemente descriptiva de lo mucho que personalmente parecía importarle la valoración de este trabajo. Asomó en escena con sonrisilla forzada de “estoycagao”, pero en cuanto hubo unanimidad de aplausos, se desató su alegría besándose y abrazándose con todo el mundo.

En suma, una muy buena noche de ópera en la que se pudo disfrutar de una ópera nada habitual, pero con algunas auténticas joyas en su interior que, desde aquí, os animo a descubrir en las cuatro funciones que restan.

A ver si Juanpalomo Livermore, esta vez como Intendente, cumple con las previsiones y en los próximos días nos anuncia la próxima temporada. Estaré alerta para informaros.