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lunes, 27 de enero de 2014

"LA GRAN BELLEZA". PUES ESO MISMO

Hace unos días me encontré con un amigo que me dijo haberse sorprendido al entrar en mi blog y comprobar que no había escrito todavía nada sobre la película dirigida por Paolo Sorrentino, La grande belleza (La gran belleza), ya que, tanto por el poder visual de sus imágenes, como por la música que se puede escuchar en la misma, consideraba que no habría podido resistirme a hacer alguna reseña en esta página. La explicación de esa omisión, como le dije a él, es sencilla, no había tenido ocasión de ver la película.
 
Bueno, pues ayer finalmente pude acercarme al cine a ver La gran belleza y aquí estoy ahora dedicándole este post, no sólo por la velada petición de mi amigo, sino porque realmente salí entusiasmado, absolutamente conmocionado por una obra maestra de 140 minutos que se me hicieron cortísimos y, si hubiese empezado otra sesión a continuación, no me hubiese importado haber vuelto a entrar en la sala.

Hacía mucho tiempo que no me encontraba con una obra cinematográfica visualmente tan hermosa y que, a la vez, contuviese una reflexión tan lúcida, irónica, cínica y demoledora, como la de la cinta de Sorrentino, sobre una sociedad romana vacua y decadente, no tan alejada de la que nos rodea a cualquiera de nosotros y que es diseccionada de forma descarnada y cruel, sin prisioneros.

Es difícil explicar qué nos cuenta este desgarrador poema visual que es La gran belleza. O quizás demasiado sencillo. Jep Gambardella (Toni Servillo), un periodista y escritor de una única novela de culto, reflexiona a sus 65 años recién cumplidos, permanente cigarrillo en  la boca y copa en la mano, sobre su frívola y banal existencia en la que ha llegado a ser el rey de los mundanos y decide que ha llegado a un punto en el que ya no va a hacer más que aquello que quiera hacer. Destello de lucidez en medio del infierno, conciencia de la trágica inconsistencia de la vida, donde los pocos sentimientos auténticos que surgen nos deslumbran como fogonazos en la noche, en medio de un desfile de patéticos personajes tan repulsivos y humanos como cualquiera de nosotros (aunque con más bótox).

Es imposible no traer a la memoria al maestro Federico Fellini y su Dolce Vita o su Roma, alusiones expresas a las cuales se vislumbran a lo largo de un metraje en el que es complicado no quedar hechizado por sus imágenes fascinantes, como las vistas desde la terraza del protagonista frente al Coliseo, el recorrido nocturno a la luz de las velas por los palacios romanos, los paseos al amanecer por las callejuelas casi desiertas, la mágica aparición de Fanny Ardant en la solitaria madrugada o ese largo plano final sobre las aguas del Tíber.  

La película cuenta con algunos pilares fundamentales, el primero de los cuales es la espléndida labor de dirección de Sorrentino, sus mágicos encuadres, los estudiados movimientos de cámara y su peculiar estilo narrativo. Otro sería la deslumbrante fotografía, que nos presenta a una ciudad de Roma que pocas veces ha lucido más bella en una pantalla. Y no menos importante resulta la labor inconmensurable de Toni Servillo, actor fetiche del director napolitano y presente en todos sus trabajos, cuyo Jep Gambardella merece entrar por la puerta grande en la galería de inolvidables personajes del cine italiano.

Conforme voy escribiendo más en el blog, aumenta mi sensación de que me repito más que un bocata de pepino y que siempre estoy diciendo las mismas cosas, pero es que hay algunas que creo necesario reiterar, como que esta película es, una más, de las que sería un crimen no visionarlas en versión original y disfrutar de la riqueza y dobles sentidos de la lengua italiana y de los matices y acentos que impone Servillo en su soberbia actuación.

Y, por último, como suele ser costumbre en esta casa, quisiera hacer una referencia a la música que se puede escuchar en la película. La banda sonora original corre a cargo de Lele Marchitelli y está excelentemente utilizada, apostillando, con eficacia y mesura, el hipnótico, y en ocasiones desbordante, torrente visual que ofrece Sorrentino en cada plano. Pero junto a ese trabajo original de Marchitelli, hay algunas apariciones de conocidos (unos más que otros) fragmentos musicales que quiero traer hoy al blog. Obviaré el espeluznante Mueve la colita o las versiones de Rafaella Carra y Carosone que suenan en las fiestas y me centraré en lo que pueda considerarse música, más o menos, clásica.

La película comienza a los sones de I Lie, una obra coral con texto en yiddish, del compositor norteamericano David Lang que fue estrenada en San Francisco en el año 2001 y que podemos escuchar aquí en la interpretación de las voces femeninas del Torino Vocal Ensemble dirigido por Carlo Boccadoro:



Del compositor estonio Arvo Pärt se puede escuchar My Heart's in the Highlands, una pieza compuesta originariamente para órgano y contratenor, con texto del poeta escocés Robert Burns, que fue encargada a Pärt con motivo de los actos de celebración de Avignon como ciudad europea de la cultura en el año 2000. Aquí la traigo en la voz de la soprano danesa Else Torp, acompañada por el organista Christopher Bowers-Broadbent que fue quien la tocó en su estreno (la pieza, no a la soprano):


video de MrTriangleman

Ya sabéis los habituales que Francis Poulenc es uno de mis compositores de cabecera y de él puede identificarse en la película de Sorrentino el primero de sus Tres movimientos perpetuos, una pequeña obra para piano compuesta en 1918, que podemos escuchar en la versión del pianista francés Pascal Rogé:


video de Octavestorm

El compositor polaco Zbigniew Preisner, conocido sobre todo por sus bandas sonoras, estrenó en 1998 la obra “Réquiem para mi amigo”, dedicada póstumamente a la memoria del director de cine Krzysztof Kieslowski, a la cual pertenece este Dies Irae que suena en la película en esta misma versión de Elzbieta Towarnicka:


video de iryiu torr

Otro de los fragmentos musicales que pueden identificarse en La gran belleza es el tercer movimiento de la Sinfonía nº 3 del polaco Henryk Górecki, también conocida como Sinfonía de las Lamentaciones”, compuesta en 1976 para orquesta y soprano y que podemos escuchar a la inglesa Susan Gritton junto a la Royal Philharmonic Orchestra dirigida por Yuri Simonov:


video de hussar2007

También la música del compositor Georges Bizet tiene su espacio en La gran belleza, en este caso con el segundo movimiento de su Sinfonía en Do mayor, compuesta con apenas 17 años, y que podemos escuchar ahora en la interpretación de Leopold Stokowski al frente de su orquesta sinfónica y con Robert Bloom al oboe:


video de adam28xx

El británico John Tavener escribió en 1982 The Lamb, una breve composición coral cuya inspiración parece que le sobrevino en el transcurso de un viaje en coche a Londres y que ahora podemos escuchar al King’s College Choir de Cambridge:


video de britcrit09

Y finalizo con The Beatitudes, una obra del ruso Vladimir Martynov escrita originariamente para coro y adaptada para cuarteto de cuerdas por el  propio compositor, que podemos escuchar al Kronos Quartet:


video de MontseAntares

Y aquí os dejo el tráiler. Si todavía estáis a tiempo de verla yo os recomendaría no perder la oportunidad:


video de IndigoFilmProduzioni

miércoles, 21 de septiembre de 2011

"EL ÁRBOL DE LA VIDA". MUSICA PARA UNA OBRA MAESTRA


Siempre he considerado que la persistencia, durante los días siguientes a la proyección, de las sensaciones provocadas por la contemplación de las imágenes de una película que has visto por primera vez, es un fiel indicador del valor de la misma. Al menos del valor que para ti tiene.


Si parto de esa premisa, a la reciente ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, “El Árbol de la Vida” (2011), dirigida por Terrence Malick, habré de considerarla como una de las mejores películas que he visto en los últimos años. O, al menos, una de las más memorables, en cuanto a persistentes en la memoria.

Este último trabajo del director estadounidense no está dejando indiferente a nadie y el público se divide claramente entre quienes opinan (opinamos) que nos encontramos ante una maravillosa obra maestra, y quienes la califican de soberano tostón o incluso directamente de desvergonzada tomadura de pelo.

No voy a ser yo quien defienda aquí la cinta de Malick. Reconozco que tiene muchos elementos que la hacen presa fácil de la crítica despiadada. ¿Es una película pretenciosa?, sin duda. Es larga, de ritmo moroso, desconcertante, narrada de forma poco convencional…

El cine de Malick probablemente no sea apto para todos los paladares, pero para poder disfrutar de él es imprescindible acercarse a la butaca de una forma distinta. Ir a ver una película suya puede ser lo más parecido a asistir a un recital de poesía visual de casi tres horas de duración, donde lo importante no es tanto lo que se cuenta, que también, sino cómo se cuenta. Al igual que ocurre cuando leemos un poema, es obvio que los mensajes que se quieren transmitir podrían surgir de manera más clara y concisa, pero probablemente no de forma más bella.

En esta película especialmente, el director norteamericano consigue hablarnos de la experiencia vital del ser humano y su comunión con la naturaleza, el universo y la trascendencia, en ocasiones quizás de forma demasiado abstracta y metafórica, pero con una belleza y una fuerza emocional difícilmente superables. Y lo consigue, además, no a base de apisonarnos con largos y complejos discursos, sino transmitiendo directamente sensaciones al espectador. Sensaciones que nos remiten sutilmente a nuestras propias experiencias de vida y nos hacen participar emocionalmente de esta inmensa obra maestra, a base de pura técnica cinematográfica esculpida con la paciencia y deleite que requiere la mutación del celuloide en poesía.

De cualquier forma no era mi intención entrar en un sesudo análisis de esta película en cuanto a sus valores puramente visuales o cinematográficos, sino que pretendía centrarme en un aspecto muy concreto, como es el de traer aquí algunos de los temas musicales incluidos en la misma, porque la música juega también un papel primordial a lo largo de todo el film. Contrariamente con lo que ocurre respecto a la escasez de diálogos, hay muy pocos momentos donde no se escuche la banda sonora.

Y es que una de las características del cine de Malick, melómano reconocido, como lo era también del de Stanley Kubrick, es el cuidado con el que emplea la música en sus trabajos y el acierto con el que suele elegir determinados fragmentos de música clásica que, a partir de entonces, suele ser difícil disociarlos de los fotogramas. Así ocurre con “Gassenhauer” de Carl Orff respecto de “Malas Tierras” (1973); con “El Acuario” de “El Carnaval de los Animales”, de Saint-Saëns, respecto de “Dias del Cielo” (1978); con “In Paradisum”, del “Réquiem” de Gabriel Fauré, respecto de “La Delgada Línea Roja” (1998); o con el inicio de “Das Rheingold”, de Richard Wagner, respecto a “El Nuevo Mundo” (2005).

La Banda Sonora original en esta ocasión corre a cargo del francés Alexandre Desplat, que ha compuesto una serie de temas de tono minimalista que se adaptan perfectamente a las poderosas imágenes de Malick, acompañándolas pero sin hacer perder el protagonismo a estas, y que se complementan a la perfección con los cortes clásicos incluidos por el director.

Son muchos, más de 30, y muy distintos, los fragmentos de música clásica que en algún momento suenan durante la proyección de “El Árbol de la Vida”, y quería proponer la escucha de algunos de ellos. Unos son tan conocidos como la Tocata y Fuga BWV 565 de J.S. Bach, la Sonata para piano KV 545 de Mozart, la Sinfonía nº 4 de Brahms, o este “Vltava” (El Moldava), el segundo de los seis poemas sinfónicos que componen “Ma Vlast” (Mi Patria) de Bedřich Smetana, y que podemos escuchar a continuación en la interpretación de la Filarmónica de Viena dirigida por Wilhelm Furtwängler:




También en diferentes momentos de la película se escucha el comienzo del primer movimiento de la Sinfonía nº 1 “Titán” de Gustav Mahler, cuyos primeros minutos os dejo en la interpretación, de nuevo, de la Filarmónica de Viena, esta vez bajo la batuta de Leonard Bernstein:


video de Tokkemon

Una de las secuencias finales del film transcurre al son de los acordes del impresionante “Agnus Dei”, de la “Grande Messe de Morts” del francés Héctor Berlioz, que podemos escuchar al Coro y Orquesta Sinfónica de Atlanta, dirigidos por Robert Shaw:


video de orincorr

Hacia 1930, Ottorino Respighi compuso la Suite III de sus “Arias y Danzas Antiguas”, transcribiendo libremente algunas piezas para laúd de los siglos XVI y XVII y convirtiéndolas en suite orquestal. La “Siciliana”, que también puede escucharse en “El Árbol de la Vida”, parece que se basó en una composición anónima:




Uno de los momentos más entrañables de la película, y al que pertenece la imagen que encabeza este post, es la secuencia en la que padre e hijo ensayan, al piano y guitarra respectivamente, esta pieza compuesta hacia 1717 por el francés François Couperin, originariamente para clavecín, y titulada “Las Barricadas Misteriosas”, que podemos escuchar en una versión para piano interpretada por Angela Hewitt:


video de oldedrum

En 1913, Gustav Holst, apenas un año antes de embarcarse en su gran obra “Los Planetas”, compuso este “Himno a Dionisos”, musicando un fragmento de “Las Bacantes” de Eurípides, traducido al inglés por Gilbert Murray. Esta pieza se caracteriza por sus continuos cambios de tempo que progresivamente van acercándose al desenfreno final, una vez que el dios Baco ha hecho acto de presencia. La versión que propongo es la del Royal College of Music Chamber Choir y la Royal Philharmonic Orchestra dirigidos por Sir David Willcocks:


video de 13Orcun

El compositor polaco Zbigniew Preisner, conocido sobre todo por sus trabajos para el cine (“Azul”, “El Jardín Secreto”, “La Doble Vida de Verónica”), estrenó en 1998 la obra “Réquiem para mi amigo”, dedicada póstumamente a la memoria del director de cine Krzysztof Kieslowski, a la cual pertenece este “Lacrimosa” que adquiere una importante presencia en la película de Malick y que podemos escuchar a continuación interpretado por la soprano Elzbieta Towarnicka, junto a la Sinfonia Varsovia y el Varsov Chamber Choir, dirigidos por Jacek Kaspszyk:


video de quickwear

Y, para ir acabando, os dejo otro de los momentos musicalmente más intensos de “El Árbol de la Vida”, se trata del segundo movimiento de la impactante Sinfonía nº 3 de Henryk Górecki, también conocida como “Sinfonía de las Lamentaciones”. Compuesta en 1976 para orquesta y soprano, en este segundo movimiento Górecki puso música a un texto escrito por una prisionera de 18 años en la pared de una celda de la Gestapo en Polonia y dirigido a su madre, en el que dice: “Mamá, no llores. Reina de los Cielos, protégeme siempre”.