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domingo, 15 de abril de 2018

FABIO BIONDI DIMITE COMO DIRECTOR MUSICAL DE LES ARTS


Mientras los sufridos aficionados a la ópera esperábamos con impaciencia el anuncio del contenido de la programación del Palau de les Arts para el próximo ejercicio 2018/19 y el ansiado nombramiento de un nuevo director artístico en sustitución del dimitido Davide Livermore, una nueva noticia ha vuelto a estremecer el eternamente convulso panorama operístico valenciano, con la publicación de la dimisión irrevocable de Fabio Biondi como codirector musical de Les Arts.

Desde que Livermore anunció su marcha como director artístico, pocos eran los que apostaban por la continuidad futura de Fabio Biondi, dado su estrecho vínculo con el dimitido intendente, quien parecía ser su principal y, si se me apura, casi único apoyo. No obstante, todo parecía indicar que tanto Biondi como Roberto Abbado aguardarían a tomar una decisión sobre su permanencia en el foso de Les Arts hasta el vencimiento de sus contratos en 2019 y al menos hasta conocer quién será el nuevo director artístico del coliseo valenciano y sus perspectivas.

De hecho, en una reciente entrevistapublicada el día 6 de abril, Biondi, que reconocía expresamente estar recibiendo ofertas de otros teatros, se declaraba con ganas de continuar en Valencia si el nuevo director artístico que se nombrase mostrara su confianza en él. Además, los buenos resultados obtenidos por el maestro palermitano en el reciente Il Corsaro, parecían contribuir a dar cierta estabilidad a la situación, dentro de la incertidumbre casi perenne que se vive en Les Arts prácticamente desde sus inicios.

Pero el caso es que la aparición el pasado martes 10 de abril en el diario Las Provinciasde los datos de una encuesta interna de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, facilitados por el Comité de Empresa de la misma, en los que se ponía en evidencia la total falta de apoyo de sus miembros a los actuales directores musicales de la agrupación, parece haber sido determinante para el repentino anuncio de dimisión efectuado por Fabio Biondi. En esa encuesta, en la que se preguntaba a los componentes de la orquesta por sus preferencias acerca de quién pudiera ser su director musical, ni Biondi ni Abbado obtuvieron un solo voto entre todos los integrantes de la actual plantilla orquestal, siendo los más votados Gustavo Gimenoy Henrik Nánási.

Pienso que, ante esa situación, el anuncio de Biondi es comprensible e incluso le honra. Si no cuenta con el apoyo de los miembros de la orquesta, si el director artístico que apostó por él se ha largado y si desde la administración autonómica no sólo no se toma iniciativa alguna, sino que se permanece en una indecente parálisis mental que no ayuda precisamente a despejar incertidumbres, lo más honesto y razonable es dimitir.

Quienes me conocéis sabéis bien que admiro al maestro Biondi como músico y que reconozco su tremenda valía dentro de un cierto repertorio, aunque nunca acabó de convencerme su nombramiento como codirector musical de Les Arts. Dicho eso, creo que ha dejado trabajos relevantes como en Silla, Idomeneo o el último Il Corsaro, pero no creo que sea el director que necesita la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Esta dimisión es una gota más que hace rebosar el vaso de los despropósitos del teatro valenciano, pero creo que demuestra la honestidad del maestro Biondi, a quien sólo cabe agradecer su labor y su integridad moral.

Mientras tanto, las lumbreras y chupópteros varios que calientan los sillones en despachos oficiales presumiendo de regir la política cultural valenciana, siguen sin resolver el vacío de poder en el Palau de les Arts. Dijeron que en marzo se anunciaría el Paella Got Talent ese o concurso a la valenciana que quieren convocar para elegir al nuevo director artístico. Estamos ya a mediados de abril y siguen más callados que Harpo Marx mientras el teatro continúa sin director artístico, ahora además sin uno de sus directores musicales, sin que se conozca el contenido de la presunta temporada próxima, con el Cor de la Generalitat anunciando posibles acciones de protesta por su situación laboral, y con la administración del Estado escupiéndonos nuevamente en la cara con una aportación económica humillante y vejatoria…

Si estuviéramos en un teatro normal y serio parecería claro que esto sería el principio del fin y que la temporada próxima de ópera en Valencia sería la que veríamos cada uno en casa por el canal Mezzo; pero con todos los terremotos a los que lleva sobreviviendo Les Arts desde su inauguración, ya ni siquiera me atrevo a apostar por una defunción que parece avecinarse y que casi da que pensar que sea deseada por quienes deberían evitarla.

Seguiremos atentos al culebrón. Desde luego diversión y emociones no nos faltan. Y para reírnos más, el próximo día 6 de mayo se estrena Tosca con Davide Livermore como director escénico, regresando a Les Arts en medio de este follón y al que veremos si se le escapa alguna sonrisa malévola.

jueves, 29 de marzo de 2018

"IL CORSARO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 28/03/18


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts una nueva producción de Il Corsaro de Verdi, una obra que no es nada habitual verla representada. Baste decir que su estreno en España se produjo en el Liceu en versión concierto en el año 2004 y no sería escenificada en nuestro país hasta el año 2010 en Bilbao. Fuera de nuestras fronteras tampoco es frecuente su presencia en los teatros de ópera, así que ya sólo por eso la cita con esta poco conocida composición verdiana presenta un indudable interés.

Reconozco que a priori me hacía bastante poca ilusión, sobre todo después de mi anterior experiencia en Les Arts con la inaguantable Il Mondo della luna de Haydn. Pero bueno, el caso es que al final la experiencia no fue tan mala como la del tostón lunero; para empezar su duración es casi una hora inferior a aquella, lo que ayuda mucho, y, sin ser tampoco el recopetín, aquí todo fluye mejor. La obra es todavía un Verdi primerizo, muy deudor del belcantismo, con cánones encorsetados donde el genio del compositor no se plasma aún en toda su intensidad, pero reconozco que cuenta con algunos momentos destacables como pinceladas que apuntan ese particular estilo con el que alcanzará poco después las cimas de la ópera italiana.

En cualquier caso, su mayor lastre, a mi juicio, es un libreto bastante idiota, con unos personajes más planos y estereotipados que Pierre Nodoyuna y Penélope Glamour. Más allá de los valores literarios que sin duda contendrá la obra The Corsair de Byron, en la que se basa la ópera, la adaptación del libreto de Piave y la historia en sí me parecen bastante memas y con buenas dosis de pesadez.

Para la ocasión se ha decidido apostar por una producción propia que se ha coproducido con la Opéra de Monte-Carlo, encargando la dirección escénica a la alemana Nicola Raab, quien ya pasó por Les Arts hace 6 años con la Thaïs de Massenet. Como suele ser habitual en los trabajos de Raab, el atractivo visual de la puesta en escena pretende ser el principal protagonista, dejando un poco más descuidado el apartado dramatúrgico. Ayer la propuesta escénica no me convenció en ninguna de sus facetas y no debí ser el único descontento pues en los saludos finales se escucharon no pocos abucheos.

Raab opta por plantear la historia como una fantasía del propio Lord Byron mientras  escribe The Corsair. De ahí que el personaje de Corrado-Byron esté prácticamente todo el tiempo en escena. Esa idea inicial, aunque esté más vista que Verano Azul, no deja de tener cierto interés e incluso llega a funcionar por momentos, aunque son más los pasajes en los que este planteamiento conduce a situaciones absurdas e incomprensibles si no conoces el libreto al dedillo, cosa que no creo que sea habitual en una obra tan poco representada como esta, como esa pelea de Corrado contra nadie mientras a su espalda Seid cae muerto y se levanta reiteradamente; o que Medora en el primer acto ya se chupe el veneno que acabará con su vida en el tercero.

La acción se desarrolla la mayor parte del tiempo en dos planos, el más cercano al espectador sería el de Byron mientras crea su obra y comprueba cómo evoluciona la historia y los personajes; y tras él se desarrolla el drama que surge de su mente, en otra dimensión. Al final, la muerte de Corrado será planteada como el atrapamiento de Byron en ese plano de su propia creación mental. Esta distinción de planos se aprecia bastante bien en el aria de Medora y el posterior dúo, cuando ella parece atrapada tras unos velos de plástico sin que pueda acceder, pese a intentarlo, al “mundo real”. En otros momentos de la representación la distinción de estos mundos paralelos se limitará a plantar a Corrado-Byron mirando la escena. Al final todo se queda en una buena idea que no acaba de funcionar. Lamentable fue, por ejemplo, el resultado del aria de Medora, haciendo cantar a la soprano desde el fondo del escenario y tras los plásticos colgantes, mientras en primera línea el tenor nos obsequiaba con un ruidoso concierto de rotura de papeles muy bonito.

El punto fuerte de la propuesta, que se supone es el visual, tampoco me gustó. Las proyecciones alla Livermore no aportaban nada y la estética del harén de Seid, que supongo pretendía rememorar el orientalismo de la pintura del XIX (Delacroix, Ingres, Fortuny…), se convirtió en un espectáculo viejuno y kitsch hasta empachar. Aquello parecía una función de colegio (de pago) o la tienda de Souvenirs Mohamed del Gran Bazar. Esos turbantes, babuchas, dorados… Para un Rossini bufo le hubieran ido al pelo, pero en un Verdi pretendidamente dramático chirriaban demasiado. Pocas cosas más patéticas y ridículas he visto últimamente que el presunto disfraz de derviche de Corrado del acto segundo. ¿Qué costaba haberse acercado a un Todo a 1€ del barrio y buscar algo menos risible que envolver al protagonista en una alfombra de mercadillo playero y plantarle un minúsculo fez?

Y en la dirección de actores la producción presentada alcanza ya la matrícula de honor del despropósito haciendo dejación absoluta de funciones, con un planteamiento plano donde, a partir de dos o tres ideas, el resto se deja a la buena de Alá. El colmo de la inoperancia se puso de manifiesto con el movimiento del coro. Vaya diferencia entre el exhaustivo trabajo al que tuvo que hacer frente la agrupación en el reciente Peter Grimes, con esta pantomima en la que las únicas indicaciones parecían ser: “coro a escena - coro fuera de escena”, haciéndoles avanzar por unos pasillicos estrechos, cantar desde la trasera y quedarse todos más quietos que el peluquero de Puigdemont.

En definitiva, pienso que nos encontramos ante una fallida propuesta escénica, rancia, fea, que dificulta seguir la ya de por sí absurda historia, que no favorece el apartado musical y que descuida la vertiente dramática.

De la dirección musical se ha encargado Fabio Biondi. Llamó mucho la atención desde el anuncio de la temporada que el director italiano, centrado en otros repertorios, afrontase un Verdi, por mucho que hablemos de un Verdi primitivo. Biondi, siempre dispuesto a buscar autenticidad en las interpretaciones, ha sorprendido esta vez a la platea de Les Arts subiendo el foso casi a la altura del escenario para, según ha afirmado, encontrar una relación fónica entre orquesta y voces que esté más cercana a lo que podía encontrarse el espectador del siglo XIX. Además de subir el foso, Biondi ha variado la disposición de los atriles, ubicando en el centro a chelos y contrabajos, a la derecha madera, metales y percusión, y a la izquierda violines, violas y arpa.  Cuando vi la original elevación del foso pensé que podría haber voces damnificadas, pero claro, no contaba con el hipogrito huracanado de Fabiano y Dyka. Quizás lo que ocurrió fue lo contrario, que se enteró Biondi de que cantaban estos dos vozarrones y subió la orquesta para que pudiéramos escucharla.

Al final, pese a las dudosas previsiones, me gustó bastante el resultado orquestal obtenido por Biondi. Está claro que la obra no es precisamente el colmo del refinamiento y la complejidad, pero dirigió con brío y buen pulso, remarcando con sensibilidad los instantes más líricos y consiguiendo un equilibrio muy notable. Enorme delicadeza mostró, por ejemplo, en el acompañamiento en pizzicato a la muerte de Medora. Trabajó con gusto las dinámicas y logró que la puntual mala disposición escénica de los cantantes no afectase al conjunto. Contó además con otra noche especialmente inspirada de los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana que supieron dejar detalles de su valía, como el clarinete de Tamás Massànyi en la obertura, el arpa en el aria de Medora, las flautas en el aria de Gulnara, el oboe de Christopher Bouwman en la entrada de Medora del tercer acto o el increíble sonido de los chelos, comandados esta vez por Arne Neckelmann, en la introducción orquestal a la segunda escena del acto tercero, a mi juicio, junto al Eccomi prigioniero! subsiguiente, el momento más bello, con diferencia, de esta ópera.

Volvieron a brillar sin reparos los miembros del Cor de la Generalitat pese a las majaderías escénicas que ya he comentado, a su breve participación en la obra y a pillarles este Corsaro en pleno proceso de reivindicaciones y protestas por la inaceptable precariedad laboral a las que les tiene sometida la administración autonómica desde hace años. Fantásticos los chicos en el coro de corsarios inicial y muy bien las chicas tanto en el coro de odaliscas, como en la escena final, en esa especie de coro de Morticias en el que les convirtió la regia.

Uno de los mayores reclamos de esta producción era la presencia como Corrado del tenor norteamericano Michael Fabiano, un cantante con presencia en los principales teatros de ópera desde sus inicios y que saltó especialmente a la fama tras ganar el premio Richard Tucker de 2014. Yo le he visto en algunas ocasiones en retransmisiones desde el MET y nunca me había acabado de convencer del todo. Ayer en directo me gustó más. Lo primero que llama la atención es el impresionante volumen que derrocha y su facilidad de emisión, con una bonita voz de tenor lírico que luce especialmente en el centro, cálida, clara, limpia y mostrando una valentía a prueba de bomba, afrontando el riesgo sin importarle las consecuencias, cosa que se agradece. Quizás flaquea un poco en la zona más aguda, así como con alguna puntual desafinación; pero el resultado general de Fabiano fue muy notable y conquistó sin reservas al público valenciano. A mí también, pero no fue quién más me gustó.

La gran sorpresa de la noche para mí fue la Medora de la impronunciable soprano Kristina Mkhitaryan. Belleza vocal y cautivadora presencia física caracterizaron una actuación impecable en un papel que, pese a su corta participación, bordó. Su timbre de sonoridades claramente eslavas, la riqueza expresiva y la sensibilidad mostrada tanto en su aria como, especialmente, en toda la última escena, me llegaron a recordar, perdóneseme la herejía, a la joven Netrebko. Me gustaría volver a ver a la joven cantante rusa en un papel de mayor extensión para corroborar mis impresiones.

A Oksana Dyka ya la conocemos bien en Valencia después de pasar por Les Arts como Butterfly y Tosca en 2009 y 2010. Vozarrón desaforado y temperamento siguen caracterizando a la soprano ucraniana a la que, sin embargo, he encontrado con un cierto desgaste que no sé si será consecuencia de haber estado frecuentando papeles de mayor peso de lo que su voz lírica aconsejaba. El recital de chillidos que nos ofreció ayer la Dyka fue digno de un Marathon Matrimoniadas. El poderoso agudo que posee queda muy deslucido con esta tendencia al grito y un timbre cada vez más hiriente, así como con el feo empleo de portamentos, como hizo ayer en su aria. Algo más moderada estuvo en la segunda parte, donde incluso apuntó un par de regulaciones, pero he de confirmar con Les Arts si finalmente sus gritos acabaron con toda la cristalería de la cafetería o quedó alguna copa sana.

El barítono italiano Vito Priante fue el encargado de dar vida al repelente y políticamente incorrecto personaje de Seid que, por si fuese poco, ayer fue obligado a vestir de mamarracho salido de una filà de moros de 8ª regional. Cumplió bien su cometido, aunque su escueto volumen e inconsistente emisión, con tendencia a cantar padentro, deslucía un papel que debe imponer un poco más de autoridad y que devino inaudible en gran parte de los concertantes. Además, vocalmente al lado de Dyka era como Mini yo con Pau Gasol. Se hacía muy difícil de creer que aquella tremenda odalisca de grito suelto estaba sojuzgada por este Pachá.

Bien el Giovanni de Evgeny Stavinsky y dignas de mención las breves intervenciones de los miembros del Cor de la Generalitat Ignacio Giner, Antonio Gómez y un estupendo Jesús Rita. Es de agradecer que para estos pequeños papeles se utilicen las buenas voces que tenemos en nuestro coro, en lugar de acudir, como se ha hecho tantas veces, a ignotos cantantes, generalmente italianos, fruto de paquetes (con perdón) 2 x 1 de agentes listillos.

La sala principal de Les Arts presentaba ayer un aspecto más que bueno, de lo cual me alegro, aunque internamente me siga entristeciendo que el nombre de Verdi, aunque sea en una operita como esta, venda más que una joya como Peter Grimes. En el casi lleno de ayer también influyó que el resto de funciones se van a desarrollar en plenas semanas Santa y de Pascua y algunos abonados optaron por cambiar su entrada al estreno. Se aplaudieron prácticamente todos los chimpún con bravos, bravi, brave y fervor de fan, aunque, curiosamente, al llegar el descanso los aplausos no pasaron de una tibieza que rozó la frialdad. Al finalizar la función hubo algo más de entusiasmo, especialmente con el tenor; y, como ya he comentado, se escucharon sonoros abucheos a la dirección de escena.

Se ha anunciado oficialmente que la función del próximo día 8 será retransmitida en streaming a través de www.OperaVision.eu con la colaboración de la Agencia Valenciana de Turismo y el canal Mezzo. Yo, en cualquier caso, como siempre, os animo a acudir en directo y a disfrutar de las cosas buenas que también tiene esta ópera, con dos voces muy notables y algunos momentos musicales destacables. Además es una oportunidad de conocer una obra muy inusual y, total, si no os gusta, al fin y al cabo estamos en semana de Pasión.



lunes, 27 de marzo de 2017

"LUCREZIA BORGIA" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 26/03/17


Tras el huracán mediático y popular que revolucionó el Palau de les Arts con la reciente Traviata de Verdi, adornada por Valentino, la temporada operística valenciana se reanudó ayer con una de las principales obras del género belcantista, si bien no es de las más populares o conocidas entre el gran público, Lucrezia Borgia, del compositor Gaetano Donizetti. Y la verdad es que vivimos una intensísima velada operística en la que volvimos a sentir la emoción de las más grandes noches de este teatro, gracias, principalmente, a una descomunal interpretación de doña Mariella Devia.

Para la ocasión se ha presentado la ópera con la primera producción propia de Les Arts este año, en la que la dirección escénica, y esto sí que es una novedad, no ha corrido a cargo del intendente Livermore, sino de Emilio Sagi, otro nombre bastante habitual en la casa, que cerrará también la sesión operística en julio con otra creación suya, esta vez para la rossiniana Tancredi. Sagi siempre nos ha ofrecido interesantes trabajos, centrados hasta ahora en repertorio español, como en La Bruja, El dúo de La Africana, Katiuska, Luisa Fernanda o El rey que rabió.

Esta vez el director asturiano se adentra en la ópera italiana romántica con un montaje que huele bastante a low cost, con elementos que parecen claramente reciclados de otras producciones anteriores, como los moñetes falleriles de El rey que rabió o los paneles móviles y espejos de La Bruja. Sin perjuicio de lo anterior, yo pienso que no se le puede negar un indudable atractivo visual y funciona bastante bien. La propuesta de Sagi no pretende contar nada especial, simplemente sirve de vehículo al drama, unas veces con mayor acierto que otras pero, en líneas generales, adecuadamente. Se ha optado por una concepción más abstracta, huyendo de concreciones temporales y de escenografías que nos ubiquen en un espacio y tiempo determinados (apenas una góndola nos remitirá a Venecia y una maqueta de la ciudad a Ferrara).

Gran parte del éxito de la producción se debe al excelente trabajo de iluminación de Eduardo Bravo, que consigue crear unos ambientes enormemente sugerentes y juega también con los efectos, colores y sombras con inteligencia. El vestuario de Pepa Ojanguren es otro elemento positivo y he de decir que, aunque ya manifesté con ocasión de Traviata que soy un absoluto ignorante en la materia, personalmente me gustaron bastante más los vestidos de ayer de Lucrezia que los Valentinos de Violetta.

Siguiendo con comparaciones con la anterior producción vista en Les Arts, a diferencia de lo que sucedía en La Traviata, aquí sí se observa una labor de dirección de actores que, al menos, justifica el sueldo de la regia escénica. Cosa distinta es que luego se tope uno con algún cantante con menos expresividad que un poste de teléfonos, pero, aunque no haya un exceso de originalidad, hay ideas y un trabajo serio de dirección.  

Entre los aspectos que considero más fallidos, no me gustó que, una vez más, nos tengan que entretener durante los preludios u oberturas. Nada más comenzar a sonar las primeras notas, nos enchufaron un video muy livermoriano, de esos en blanco y negro con los personajes unos años atrás que ya aburren a las ovejas. Y después la guinda la pone el bailecito de miembros del coro mientras revolotean con unas medusas y unas cometas de papel y con unos manojos que parecen de espumillón navideño, y todo ello haciendo mucho ruido, molestando notablemente la concentración en la música. Otro punto negativo es que en muchas ocasiones los focos se reflejaban en los espejos o elementos reflectantes de la escenografía deslumbrando y molestando al público.

No creo que nos encontremos ante una dirección escénica especialmente relevante, no se plantea ninguna lectura especialmente original, no es el Sagi más brillante ni de lejos; pero, como hemos dicho en tantas ocasiones aunque sea triste, con que no se interfiera el devenir dramático ni se tome el pelo al espectador, ya nos conformamos, y en este sentido la propuesta cumple y tiene su atractivo.

Fabio Biondi ocupó ayer el foso de Les Arts para dirigir su primera ópera belcantista en la casa, donde hasta la fecha sus intervenciones se habían centrado en obras de los periodos barroco y clásico. En cualquier caso no es algo nuevo para él; sin ir más lejos, en 2012 y 2014 ya pudimos verle en el Palau de la Música dirigir a su agrupación Europa Galante en Norma y Anna Bolena. Como ya ocurriera en aquellas ocasiones, el director palermitano afirma haber buscado una lectura fiel a su origen con un lenguaje historicista. Pese a que Biondi se empeñe en querer destacar lo importante que es la base orquestal en esta partitura, no nos engañemos, no es lo principal. A mi juicio, Biondi se equivoca al intentarse hacer demasiado presente, con  desmanes de volumen y chimpunistas que perjudicaron a las voces, y con algunos cambios de tempo (en la cabaletta del bajo o en el trío del primer acto) efectistas sin duda, pero que no se sabía muy bien a qué respondían. Y, sin embargo, patinó en aquello en lo que debía haber sido más cuidadoso, el respeto a las voces y el mantenimiento de un pulso narrativo que no supo sostener, sobre todo en el Prólogo y en la primera mitad del segundo acto, donde, con algún tempo somnífero, en más de un momento se le cayó la tensión. No obstante, quizás en otra obra todo esto me hubiese enfadado más, pero lo cierto es que, quiéralo Biondi o no, lo fundamental aquí es el canto, y anoche funcionó tan bien lo vocal, con la excepción que luego comentaré, que no me importó.

Por lo demás, el nivel de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue irreprochable, con protagonismo y solvencia en los metales y delicadas intervenciones de arpa, flautas o del siempre hechizante oboe de Christopher Bouwman.

No es una obra esta que permita un especial lucimiento del coro, aunque, como de costumbre, el Cor de la Generalitat volvió a sorprender por su saber hacer escénico y por su homogeneidad y poderío vocal, como demostraron los chicos en la escena primera del segundo acto.

El gran atractivo de la cita se centraba en la presencia de nuevo en nuestra ciudad de una de las grandes diosas del bel canto, una figura referencial de la genuina escuela belcantista a la antigua, la gran Mariella Devia, que retornaba a Les Arts después de la maravillosa Norma que nos brindó en 2015. Y no es que no nos defraudara, es que dio una soberana lección de canto y puso la platea patas arriba.

La voz puede no tener, obviamente, la frescura de la juventud, pero escuchándola parece difícil creer que el próximo mes la Devia vaya a cumplir 69 años. Es muy complicado cantar mejor. Sigue maravillando la soprano italiana por su elegancia, musicalidad, claridad de exposición, finura y asombrosa técnica, con una depuradísima emisión y un inconmensurable control del fiato que, aunque haya disminuido, le permite seguir exhibiendo un legato pluscuamperfecto. Sus ataques son limpios y rotundos, la afinación y colocación perfectas, sus filados cortan la respiración, y suple las debilidades que se insinúan tímidamente con una contenida expresividad que sin embargo desborda emoción. Es verdad que a la zona grave le falta más consistencia y eso afecta a la homogeneidad de registros y podría deslucir un tanto la línea de canto, pero su sabiduría musical está ahí para salir del paso con distinción. Hay perfección canora tanto en el canto spianato como en las partes más ornamentadas, donde sigue afrontando las agilidades con maestría. Es ejemplar la nobleza y expresividad de su fraseo y cómo construye y acentúa los recitativos, sustentando dramáticamente el canto. Debería ser clase obligada para tantos cantantillos de medio pelo que piensan que con alardes pirotécnicos efectistas tienen la lección aprobada, vomitando luego unos recitativos ininteligibles y pavisosos de actor de serie española.

Ya maravilló con la belleza que supo imprimir a la cavatina de entrada Com'è bello! pese a los plúmbeos tempi de Biondi, o con la eterna nota mantenida en el concertante que cierra el Preludio, o en sus dúos con Gennaro; pero su escena final fue de enmarcar, es imposible cantar mejor Era desso il figlio mio. Todo lo que había que hacer lo hizo y lo hizo bien. Una ópera que acaba con la Devia cantando así y cayendo el telón, tiene el éxito garantizado, ya puede ser aburrida la dirección musical o escénica o ya pueden habernos metido un tenor de saldo, pero ante semejante exhibición sólo puede uno caer postrado de hinojos y susurrar: gracias.

La grandeza de la Devia no debe eclipsar el reconocimiento de la otra gran triunfadora de la noche, la mezzosoprano Silvia Tro Santafé que nos ofreció un Maffio Orsini excelente. Sigue presentando la valenciana una voz amplia de muy bello timbre, con un centro sólido y unos graves de peso que combina con una zona aguda que sabe hacer brillar, aunque puntualmente se intuya algún apuro. El depurado y diáfano fraseo estuvo pleno de musicalidad y variedad de acentos y su implicación escénica y asunción del personaje fueron ejemplares. Brava.

Debutaba en este teatro el bajo Marko Mimica, que asumió el rol de Alfonso d’Este. Para empezar, se agradece escuchar de vez en cuando una voz natural de auténtico bajo, sin esas emisiones traseras cuasi rectales que tan comúnmente nos visitan. Mostró poderío, potencia y homogeneidad en una voz imponente y compacta, sin apenas fisuras, a la que además supo dotar de intensidad, nobleza en el fraseo y se permitió incluso insinuar medias voces y ofrecer algunos detalles más que interesantes.

Fue una lástima, por ser generoso en la calificación, que el cuarteto protagonista de solistas vocales no acabase de resultar redondo con el tenor al que se ha encomendado el papel de Gennaro, el norteamericano William Davenport, quien ya subió al escenario valenciano al inicio de la pretemporada para cantar a Donizetti, como Nemorino en L’Elisir d’amore, y que volvió a mostrar las virtudes y, sobre todo, carencias que se pusieron entonces de manifiesto. Muestra una atractiva emisión natural de una voz que se defiende en el agudo con solvencia, y pare usted de contar. Carece de homogeneidad y de empaque y técnica para proyectarla adecuadamente, resultando anginosa, enganchada a la garganta. Tampoco dotó a su fraseo del refinamiento que exige el género y en sus dúos, tanto con la Devia como con Tro, quedó en vergonzante evidencia. Sus recitativos eran pésimos, el fraseo plano y descuidado y cualquier atisbo de heroicidad, dignidad o nobleza de Gennaro quedaban ocultos en un canto sin fuerza alguna, que hacía completamente increíble un personaje que en su pellejo se convirtió poco más que en un mindundi, un Nemorino en apuros chupándose el dedito. La falta de expresividad fue la tónica de la noche y, a modo de ejemplo, cuando su madre le dice que ha sido envenenado y va a morir, su reacción emocional no fue mucho más allá de la que hubiera tenido ante la noticia de que Alavés y Celta habían empatado a cero un partido amistoso.

En papeles menores volvieron a ser reclutados los consabidos miembros del Centre de Perfeccionament Fabián Lara, que fue el más destacado de todos, Andrés Sulbarán, Alejandro López, Moisés Marín, Andrea Pellegrini y Michael Borth, que están ya más vistos los pobres que el anuncio ese de las solteras de tu barrio que quieren conocerte, aunque he de decir que cumplieron dignamente, especialmente en el apartado escénico. También lo hicieron en sus brevísimas intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat José Enrique Requena y Lluís Martínez.

El caso del Petrucci de Simone Alberti es distinto. ¿Se ha contratado para un papel irrelevante a alguien que no pertenece al Centre ni al Cor y que encima fue quien peor cantó de todos? No lo entiendo… o quizás sí, habrá que ver a qué agencia pertenece y en qué lote le han colado.

Fue una sorpresa muy agradable ver que había un lleno considerable en el estreno de ayer, aunque también es verdad que siendo un domingo se favorecía la presencia de nativos y foráneos. Hubo cierto revuelo en la platea al haberse programado los subtítulos de inicio en valenciano, algo que muchas señoras y señores de bien no podían consentir y se apresuraron a intentar corregir sin saber muy bien cómo, generando murmullos y ruiditos varios. El público se mostró bastante frío durante la representación y apenas la cavatina de la Devia levantó encendidos aplausos. Creo que el desconocimiento de la obra por gran parte de los espectadores, que no sabían dónde aplaudir, favoreció esa sensación. Sin embargo, al finalizar la función fue un auténtico delirio el que invadió la sala, siendo ovacionadísimos Devia, Tro y Mimica. La salida de Biondi a saludar coincidió con una disminución del aplausómetro que, justo cuando él se giró y se iluminó a la orquesta, volvió a incrementarse. También fue reconocida con cálidos aplausos la labor de la dirección escénica.

Esta Lucrezia Borgia es un hito que no debemos perdernos. Está muy bien que, además, vaya a ser la primera ópera que se emita desde Les Arts en streaming, el próximo sábado 1 de abril, a través de The Opera Platform; pero yo os recomiendo a todos que vayáis a escuchar a Mariella Devia en directo. Nunca es lo mismo y vale la pena.

Todo aquel falso oropel e impostado glamour con el que se decidió vestir el Palau de les Arts para arropar el gacetillero estreno traviateril, dejó ayer paso simplemente al arte en estado puro, al renacer de las auténticas esencias del género operístico, a lo que lo hace grande y eterno, a la sencilla belleza del canto humano sin artificios. Mariella Devia escribió ayer una nueva página de honor en este teatro al que honró con su presencia y con una de las interpretaciones más inolvidables que se han ofrecido en ese escenario. Todos a Les Arts. Ar!



viernes, 22 de abril de 2016

"IDOMENEO" (W. A. Mozart) - Palau de les Arts - 21/04/16

Estos días vuelve a aparecer el nombre del Palau de les Arts vinculado a presuntos casos de corrupción. Hay que ver lo poco que le cuesta a la prensa seguir transmitiendo esa imagen, casi con regocijo y chupeteo de dedos, y lo poco que se esfuerzan para promocionar y ser altavoz del tremendo valor cultural que, por ahora, y mucho más allá del monstruo calatravense, seguimos teniendo con nuestro teatro y que permite que podamos continuar disfrutando de espectáculos de gran nivel, como el ofrecido ayer con el estreno de la ópera Idomeneo de Wolfgang Amadeus Mozart.

El Intendente multiusos Davide Livermore ha sido una vez más el encargado de la dirección escénica en esta nueva producción del Palau de les Arts. Él mismo ha manifestado su particular interés en llevar a cabo este trabajo por tratarse de una obra maestra de Mozart, no todo lo conocida que debiera ser, y con la que tenía una espina clavada desde que, en 2010, presentase en Torino una producción de la que no se siente nada contento, por no haber entendido en aquel momento el verdadero sentido que debía transmitir con esta historia.

En esta ocasión el planteamiento de Livermore gira en torno a que, en definitiva, en esta historia de héroes, reyes, monstruos y dioses, todos ellos, el hombre, el dios y el monstruo, están en el interior de uno mismo. La acción la sitúa Livermore en un entorno imaginario, ambientado a finales de los años 60 o primeros 70 del pasado siglo, donde se habría desatado un conflicto atómico y el mundo se halla próximo a su extinción. Idomeneo se convierte así en un viajero espacial que vuelve a casa y que acabará logrando el perdón de los dioses cuando sea capaz de enfrentarse consigo mismo, con su propio Yo.

No voy a negar que la propuesta suene un tanto pretenciosa, pero reconozco que a mí me gustó. Se podrá estar más o menos de acuerdo con el discurso desarrollado por el director escénico, pero creo que la propuesta funciona y toda la construcción elaborada por Livermore tiene sentido. Su desarrollo narrativo es consecuente con el planteamiento y se procura adaptar a la historia original, aunque lo haga con más éxito en algunos momentos que en otros.

Si algo hay que reconocerle a esta producción es el trabajo de introspección en los personajes, con cuidada dirección de actores, y una fuerza visual que, aunque pueda ser excesiva por momentos, es uno de los grandes atractivos de la propuesta. Ya desde el mismo inicio, este poderío visual se pone en evidencia con ese rostro de estatua partido por la mitad que se va transformando en un Kunde envejecido, en cuyo ojo nos adentraremos, para continuar con unas imágenes, en un rutilante color muy cercano al de las películas de los 60, en las que se irá narrando la historia previa de Idomeneo. Una proyección que me pareció impactante, aunque vuelva a ser un ejemplo de esas oberturas escenificadas que tan poco me gustan.

También creo que funciona la recreación de la playa con una lámina de agua sobre el escenario. Eso también tiene sus inconvenientes, el primero es que el agua estará presente en todas las escenas, aunque tenga más sentido en unas (al inicio o con el palacio destruido) que en otras (en la llegada de Idomeneo a palacio o el encuentro con la Voz); y el segundo problema que genera es que (vale, llamadme tiquismiquis) hace ruido. Esperemos que la cosa quede ahí y no tengamos que decir que además no sé cuantos artistas se han constipado por tener que estar chapoteando toda la función.

Los espejos tienen igualmente un papel preponderante en esta producción, como elemento en el que los personajes pueden enfrentarse a ellos mismos. Así veremos como Idomeneo busca su reflejo, mientras que Elettra lo rehúye aterrada. Confieso que gocé particularmente cuando el espejo reflejó el foso orquestal.

El momento más sorprendente de la propuesta de Livermore llega con la aparición de la Voz, momento en el que se pretende simbolizar el encuentro de Idomeneo con su propio interior, mediante la recreación en escena de algunos planos de la mítica película de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio, cuyo final se reproducirá también durante los últimos compases de la ópera.

No acabé de entender, con este planteamiento de conjunto bastante coherente, por qué, aunque se esté escenificando una ensoñación del protagonista, se ve a Idomeneo rodeado de gente en el momento en que llega a la playa y antes de que aparezca en el libreto Idamante como el primer ser humano al que verá, en lo que supone su condena al sacrificio.

Atractivo, con toques setenteros, el vestuario de Mariana Fracasso; y buen trabajo de iluminación de Antonio Castro, ofreciéndonos por fin una puesta en escena donde las tinieblas no son protagonistas.

Me pareció una buena idea que se haya optado por introducir el intermedio de la función a mitad del acto II, tras el aria Fuor del mar, evitando así hacer dos intermedios, en una velada ya bastante larga de por sí, o dejar la misma dividida en dos partes muy desequilibradas. Se han aprovechado además esas transiciones entre actos para ubicar algunos de los ballets.

El maestro Biondi ocupaba por vez primera el foso de la sala principal de Les Arts. Me gustó en la Martin i Soler con Silla, de Haendel, y bastante menos en los dos conciertos mozartianos en el Auditori-Purgatori, con Davidde penitente y la Sinfonía Jupiter. Hasta ayer, de hecho, no acababa de tener claro que su fichaje como codirector musical nos hubiera ofrecido nada relevante. Por fortuna, su dirección de Idomeneo me ha resultado mucho más convincente. Ya desde el comienzo, con una vibrante obertura, se apreció un pulso narrativo que no decaería en toda la velada.

Con gesto claro y preciso, Biondi supo llevar el conjunto con frescura y agilidad y la orquesta volvió a mostrarse homogénea. Dirigió con fluidez y sin hacer pausas ni paradinhas para buscar aplausos. Su Idomeneo es mucho más humano que heroico, remarcando las emociones de los personajes en los momentos más líricos y en aquellos en los que el sufrimiento interno se ha de hacer presente en escena. Jugó con las dinámicas con inteligencia y consiguiendo notables efectos dramáticos. Intensos musicalmente resultaron instantes como Qual nuovo terrore y Oh voto tremendo. Logró un buen engarce entre foso y escena, sosteniendo y sabiendo respirar con las voces, y retardando los tiempos cuando los comprometidos pasajes ponían a prueba la agilidad de los solistas. Especialmente brillante resultó el precioso (musicalmente) ballet final que, aunque es obvio que dramáticamente es un lastre, es una bellísima página en la que se lució la orquesta con unos sonidos cautivadores que pusieron un inspirado broche de oro a la noche.

En el foso se utilizó adecuadamente un fortepiano en el acompañamiento a los recitativos junto al violonchelo de Jezierski. Gran noche de las maderas, con virtuosismo de flauta y fagot y la, no por acostumbrada menos agradecida, magia del clarinete de Joan Lluna y el extraordinario oboe de Christopher Bouwman, ayer absolutamente pletórico.

Tanto el director de escena como el musical de esta producción han insistido, en los días previos al estreno, en destacar especialmente el trabajo y la calidad del Cor de la Generalitat. Livermore ya tiene más experiencia con ellos, pero lo está diciendo desde que debutase en Les Arts con La Bohème. Todos los profesionales que pasan por aquí quedan impresionados por la calidad de nuestro coro. Y no es para menos. Tener un coro en el que se compagine una calidad vocal máxima, con equilibrio y homogeneidad, con una desenvoltura y entrega escénica absoluta, es un lujo. Las exigencias en escena de esta obra volvieron a ser enormes y el desempeño de la agrupación fue nuevamente irreprochable, chapoteando lo que hizo falta, y vocalmente hubo pasajes de honda emoción, destacando en unos Oh voto tremendo y Qual nuovo terrore majestuosos y en el Scenda Amor final, bellísimo; pero también en Nettuno s'onori, Corriamo fuggiamo o en Placido è il mar donde, a diferencia de lo que me comentaba un amigo, a mí sí me convenció. Quizás en el doble coro Pietà, Numi, pietà hubo demasiado desequilibrio sonoro con el interno, al menos en la posición de la sala en la que yo me encontraba.

El Ballet de la Generalitat también fue puesto a prueba nuevamente con esta producción, y estos ya no es que chapotearan, sino que se bañaron cual elefantes en charca, con unos resultados magníficos durante toda la velada en cuanto a rendimiento escénico y estética visual. Más crítico he de ser con que les sigan pidiendo hacer ruiditos (esta vez risas) mientras suena la música, y con el planteamiento, que no la ejecución, de algunas coreografías de falla de sección 4ª, como la del ballet final, cuyo único objetivo parecía ser levantar la pierna y rebozarse de agua.

Gregory Kunde sigue afincado operísticamente en Valencia y esperemos que dure. Yo no las tenía todas conmigo con este Idomeneo, porque cada vez le veo menos mozartiano y su voz va perdiendo frescura y limpieza. Y, efectivamente, me resultó poco mozartiano y la voz ha perdido frescura… pero me conmovió con su interpretación hasta el tuétano. Comenzó su intervención con una emisión sucia y veladuras tímbricas, pero dibujó en su primer aria uno de los momentos de la noche, con una hondura y sentimiento que sólo avanzaba el aperitivo de lo que vendría después. Continúa siendo dueño de un inmenso poderío escénico y vocal, especialmente en una franja aguda que sigue cautivando. Potenció la faceta de padre doliente frente a la de rey majestuoso, y fragmentos como Eccoti in me o su escena con el Sumo Sacerdote fueron nuevas muestras de la emoción que es capaz de transmitir, con un fraseo contrastado e intencionado. Posiblemente en Fuor del mar es donde pasó mayores apuros, capando coloraturas, con un fraseo más apresurado y algún ligero problema de fiato.

De vez en cuando hay cosas en las que coincido con Livermore, y una de ellas es en su tirria a los contratenores. Yo le agradezco que en este caso para el papel de Idamante se haya optado por una mezzosoprano, Monica Bacelli, quien sustituía en el reparto a, la anunciada a principio de temporada, Varduhi Abrahamyan (un día tendré que hacer una recopilación de todos los cambios sin previo aviso que se han producido este año en Les Arts y creo que no se salva ni un espectáculo). Por lo que conocemos de Abrahamyan y lo escuchado ayer, no sé que será peor, pero he de confesar que Bacelli fue lo que más me decepcionó. Se le suponía sabiduría y estilo, no en vano tiene grabaciones mozartianas relevantes, como una Finta giardiniera con el recientemente desaparecido HarnoncourtLas Bodas de Figaro con Zubin Mehta; pero no me convenció en absoluto. En general mostró una gran expresividad, pero más gesticulante que vocal y generalmente fuera de estilo, con recitativos masacrados y arias intrascendentes. Su voz velada, mate, engolada, no corría adecuadamente por la sala y sus graves eran áfonos. La estética tampoco ayudaba y, con su pequeña envergadura y ostensible dentadura gomezburiana, se hacía complicado creerse que era el galán de la película.

Bastante mejor estuvo la brasileña Lina Mendes. La ex cantante del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo construyó una encantadora Ilia, con voz de soprano ligera, timbrada, que, a diferencia de la de Bacelli, corría perfectamente y destacaba en los números de conjunto sin estridencias, es verdad que tuvo puntuales destemplanzas en el agudo, sobre todo al inicio, pero mostrando una bella línea de canto, delicadeza y buen gusto, en un fraseo que, además, se reforzó con la mejor dicción de la velada.

La versión ofrecida por Biondi de este Idomeneo es la que estrenase Mozart en Munich, aunque se ha añadido la imprescindible y bellísima aria del tercer acto de Elettra, D'Oreste d'Aiace, recortada en aquella versión, una auténtica prueba de fuego para cualquier soprano. En general todo el personaje de Elettra tiene una escritura endiablada y la valenciana Carmen Romeu salvó la papeleta con nota. Bella voz la de Romeu, grande y con una zona central rica y con peso, si bien las subidas al agudo sonaron en ocasiones algo estridentes y destempladas. Lidió su complicada entrada Tutte nel cor vi sento con empuje y carácter, haciendo frente con valentía a los saltos de la escritura. En Idol mio se mostró sugerente y matizada y presentó sus mejores credenciales en la parte más complicada, ese D'Oreste d'Aiace donde resultó diabólica y apasionada, siendo muy aplaudida por el público. Su construcción del personaje escénicamente fue, además, inmejorable.

En los papeles menores intervinieron miembros del Centre Plácido Domingo. Emmanuel Faraldo, como Arbace, se mostró muy verde, lució un agudo fácil, pero poco más. Correcto Alejandro López, como la Voz; y bastante deplorable el Sumo Sacerdote de Michael Borth.

La sala presentó bastantes más huecos que en los anteriores estrenos, pero, aún así, una entrada muy aceptable, de nuevo con bastante gente joven para lo que suele ser norma en los estrenos. En general parece que gustó el espectáculo, aunque había gente bastante desorientada con la odisea espacial de Livermore, como mi vecina de delante que cada dos por tres le susurraba al marido “¿pero esto quéee eees?” y que se indignaba mucho cuando los subtítulos se apagaban en las repeticiones de las arias. En el aplausómetro vencieron claramente la orquesta, coro y Kunde, siendo también muy aplaudidas Romeu y Mendes. La salida de Livermore a saludar fue enormemente descriptiva de lo mucho que personalmente parecía importarle la valoración de este trabajo. Asomó en escena con sonrisilla forzada de “estoycagao”, pero en cuanto hubo unanimidad de aplausos, se desató su alegría besándose y abrazándose con todo el mundo.

En suma, una muy buena noche de ópera en la que se pudo disfrutar de una ópera nada habitual, pero con algunas auténticas joyas en su interior que, desde aquí, os animo a descubrir en las cuatro funciones que restan.

A ver si Juanpalomo Livermore, esta vez como Intendente, cumple con las previsiones y en los próximos días nos anuncia la próxima temporada. Estaré alerta para informaros.