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lunes, 10 de marzo de 2014

"ANNA BOLENA" (Gaetano Donizetti) - Palau de la Música de Valencia - 09/03/14

Hace dos años pasaron por el Palau de la Música de Valencia Fabio Biondi y los músicos de Europa Galante, llevando a cabo una versión de la Norma de Bellini interesantísima, basada en la partitura original, en la que se consiguieron unos resultados musicales excelentes. Tras aquella representación parece que se acordó con la dirección del Palau que regresarían por Valencia con otra ópera belcantista, en este caso Anna Bolena, de Gaetano Donizetti. Y ayer se hizo realidad esta vuelta de Biondi, en la que obtuvo de nuevo un enorme y merecidísimo éxito.

El trabajo de investigación llevado a cabo por el director siciliano ha recuperado la versión de Anna Bolena aprobada por el propio Donizetti para la representación de la obra en el Teatro alla Scala diez años después de su estreno, habiéndose adoptado además unos criterios interpretativos y un equilibrio entre música y voces que procurasen reproducir, en la mayor medida posible, las sensaciones que pudieron vivir los espectadores milaneses en 1840. A este respecto, os recomiendo leer en la web de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana la interesantísima entrevista realizada a Fabio Biondi, donde éste explica todos los entresijos de la versión presentada ayer.

Igual que ocurriera hace dos años con Norma, mi primera impresión ante los sonidos recibidos en la sala fue de cierta extrañeza. Acostumbrados como estamos a las grabaciones “clásicas” de la obra, aquello estaba claro que no sonaba igual, pero sonaba muy bien. Mejor que bien. Y la dirección musical llevada a cabo por Biondi y el control de éste de todo cuanto ocurría sobre el escenario, fueron espléndidos.

Resultó impecable el equilibrio obtenido entre las diferentes secciones orquestales y, al mismo tiempo, la atención prestada al color y características de cada familia instrumental. La dirección fue vivaz, ágil y con una carga dramática impresionante de principio a fin, sin que la tensión decayese ni un solo momento. Magistral me pareció la lectura del dúo del segundo acto entre Anna y Giovanna, así como la intensidad y evolución de la escena final. También se mostró muy preciso el maestro en la dirección de los concertantes.

La orquesta tuvo un protagonismo capital, estando siempre presente, yendo mucho más allá de un simple acompañamiento de las voces, dibujando con precisión las emociones y tensiones que navegan por la partitura. Entre los músicos me parecieron muy destacables las intervenciones de las flautas, trompas o de la percusión, que jugó un papel importantísimo en el énfasis dramático de algunas escenas.

La soprano Marta Torbidoni sorprendió a propios y extraños, llevando a cabo una excelente interpretación de la protagonista donizettiana. Comenzó un tanto fría o nerviosa, sin acabar de alcanzar todo el empaque vocal que requiere el personaje y con algún problema en las agilidades, pero pronto hizo refulgir toda la belleza de una voz homogénea y de amplio registro, que supo utilizar con una fuerza dramática imponente. Sensacional se mostró en el dúo con Giovanna y su escena final revolucionó completamente la platea. Sólo eché en falta un mayor grado de matización en “Al dolce guidami”. Me encantó el efecto conseguido con los sonidos fijos y una peculiar emisión en los recitativos que anunciaban el estado de delirio de Anna.

No menos halagos se deben dedicar a una Laura Polverelli, como Giovanna, que tampoco comenzó bien. Bueno, realmente empezó fatal, con un acusado vibrato y un timbre hiriente y desagradable, pero, conforme calentaba la voz, fue mejorando exponencialmente, con un gran sentido del legatoy del drama, culminando su interpretación en el dúo inicial del segundo acto, donde se mostró soberbia. Hacía mucho tiempo que no veía yo a una cantante, y menos en una versión de concierto, ofrecer tal intensidad emocional en su fraseo.

Positivo resultó también el Percy de Moisés Marín. Se mostró valiente, con gran musicalidad, buen control de la respiración y seguridad en el agudo. Alguna falta de apoyo y sonoridad en los graves, puntuales errores de afinación y cierta tendencia al golpe de glotis, no consiguieron deslucir, sin embargo, una actuación enormemente meritoria que fue reconocida por el público con una enorme ovación.

Buenas prestaciones ofreció también Marina de Liso como Smeton, aunque presentase unos registros desequilibrados. Pese a su atractivo timbre de bajo y buenas resonancias, menos me gustó Ugo Guagliardo como Enrico VIII, quien pasó ostensibles apuros en sus ascensos al agudo y en las agilidades. Olvidable el Rochefort de Dionisos Tsantinis y correcto el Hervey de Francisco Fernández-Rueda.

Mención aparte merece la Coral Catedralicia de Valencia que, bajo la dirección de Luis Garrido, llevo a cabo una de las mejores actuaciones a las que yo he asistido, demostrando que están siguiendo una evolución espléndida. Impresionantes resultaron la sonoridad, el empaste y el equilibrio de sus voces, ofreciendo una gama sorprendente de matices y unas interesantes variaciones dinámicas.

La sala mostraba demasiados huecos para la excelencia del producto ofrecido, sobre todo siendo una función de abono, aunque el público asistente se lo pasó en grande y premió a todos los intervinientes con fuertes ovaciones. Eso sí, no estuvieron ausentes los típicos abonados del culo inquieto que no son capaces de esperarse cinco minutos a que finalice la representación para abandonar la sala.

Especialmente digno de ejecución sumaria fue el tipejo sentado en los asientos de Coro que, en plena escena final, no sólo se levantó y cruzó su fila molestando a los espectadores y al director, al cual tenía enfrente, sino que además tuvo los santos atributos masculinos de quedarse en pie frente a Biondiponiéndose una horripilante cazadora color diarrea sangrienta y volver a sentarse en el extremo de la fila, preparado para salir con el chimpún final cual Usain Bolt. Si yo hubiese sido ayer Biondile hubiera lanzado la batuta a modo de jabalina y hoy estaría el señor en la tienda de parches para tuertos.

Bueno, pues hasta aquí esta crónica de urgencia de una extraordinaria tarde de ópera. Esperemos que el maestro Biondi siga con su buena costumbre de pasarse por Valencia ofreciéndonos sus peculiares pero interesantes aproximaciones al repertorio belcantista.

miércoles, 12 de febrero de 2014

RECITAL DE MARÍA JOSÉ MONTIEL Y LUISA DOMINGO - Palau de la Música de Valencia - 11/02/14

Los que tenemos la inmensa suerte de disfrutar con la música clásica y asistir regularmente a óperas, conciertos y recitales, sabemos que hay días, muy pocos pero inolvidables, en los que, sin saber muy bien por qué, surge la magia y se vive el Arte (con mayúscula) en estado puro.

Hay veladas en las que la comunión entre intérprete y público es total, en las que la separación entre el patio de butacas y el escenario no existe, y el cantante, o el músico, parecen estar a solas contigo, cada vez más cerca de ti, cada vez más dentro de ti, convertidos en perfecto vehículo portador de las emociones que, hace muchos años, un compositor sentado en su mesa de trabajo quiso transmitir mediante las notas que garabateaba en una partitura.

Hay tardes, como la de ayer, en las que uno llega a pensar que es imposible alcanzar mayor grado de perfección y belleza mediante el sonido de la voz humana y la pulsación y caricia de las cuerdas de un arpa.

La mezzosoprano madrileña María José Montiel y la arpista valenciana Luisa Domingo, ofrecieron ayer en el Palau de la Músicade Valencia un espectacular recital, dentro de la programación de la Sociedad Filarmónica de Valencia, que guardaré para siempre en mi memoria. Una primera parte dedicada a mélodie y ópera francesa, y una segunda a canción española más dos piezas en portugués de Jayme Ovalle y Ernesto Halffter, componían un programa sabiamente construido, que, unido a la siempre cálida y bella voz de la Montiely el virtuosismo de Domingo, hacía presagiar que pasaríamos una estupenda tarde. Pero se consiguió mucho más.

Es habitual en un recital de este tipo que haya altibajos, que aparezcan momentos en los que la cabeza se te vaya a otra parte, que desees que llegue cuanto antes ese tema que tanto te gusta, que te distraiga hasta el vuelo de una mosca... Lo que no es normal es que desde que suene la primera nota hasta que salgas de la sala, estés con los pelos de punta por la emoción; que la gente se ponga en pie a mitad de recital para aplaudir y bravear durante minutos la ejecución de un aria, como pasó con el "Mon coeur s'ouvre a ta voix"de Samson et Dalila; que en la primera canción ya haya gente con lágrimas en los ojos; que ni la señora del sonotone desajustado y el papel de caramelito tamaño paella gigante de Galbis, pese a los múltiples intentos de desconcentrarte, lo consiga... Y todo eso ocurrió ayer.

Los que me conocéis y seguís el blog, sabéis que soy un enamorado de la voz de María José Montiel, a la que admiro como cantante y estimo como persona. Por eso sé que algunos pensarán que estoy exagerando mis alabanzas. Pero también sé que los que ayer estuvieron en el recital posiblemente opinen que me estoy quedando corto y que mi torpe escritura no alcanza a describir la intensidad de las emociones sentidas.

Y todo esto hay que valorarlo todavía más teniendo en cuenta el tipo de espectáculo del que estamos hablando. Un recital de canciones con el acompañamiento de un instrumento es una prueba de fuego para cualquier intérprete. Ahí el artista tiene que despojarse de todo artificio y la voz queda desnuda, dejando en evidencia cada virtud, pero también cada defecto o imprecisión en su manejo. Si a eso le añadimos que el instrumento acompañante era un arpa, la dificultad técnica se multiplica, pues el cantante carece en ocasiones de apoyo y la riqueza en armónicos del arpa complica más la afinación.

Todo eso no fueron inconvenientes para que María José Montiel llevase a cabo una actuación impecable, técnicamente perfecta, ofreciendo además un recital de canto valiente, por derecho, auténtico. Su voz carnosa y enorme llenaba cada rincón de la sala en los fortes y posiblemente hiciese saltar el poco trencadís que quede en el cercano edificio de Les Arts, pero esa voz tan grande era domada y regulada al servicio de la expresividad, con una sensibilidad exquisita.

Las medias voces que se escucharon ayer fueron de antología, "a la antigua", como apuntaba mi compañero de butaca. Auténticas medias voces, no el típico "cantar bajito", perfectamente recogidas, templadas, en frases largas, afinadísimas y con una regulación del aliento milimétrica. Los pianísimos fueron audibles hasta el último soplo de aire; la precisión en la colocación de cada nota, irreprochable; y la claridad en la emisión, así como su articulación y dicción, admirables. Una magistral exhibición técnica, pero siempre al servicio de la belleza del resultado, no del lucimiento personal. No hubo ni un sólo toque efectista en busca del aplauso fácil. Allí sólo mandaba la belleza musical y la Montielfue su instrumento perfecto.

Luisa Domingonos ofreció unas adaptaciones para arpa interesantísimas, acompañando en su justa medida a la voz, envolviéndola en perfecta armonía y enfatizando las emociones del texto con virtuosa ejecución.

Personalmente, me quedo con la primera parte del recital. Creo que con la música francesa lució más la voz de María José Montiel, que está llamando a gritos debutar Dalila o Charlotte (Werther). Que alguien se lo diga a Helga, ya.

El momento cumbre de la noche posiblemente se viviera, como ya apunté antes, con el "Mon coeur s'ouvre a ta voix", de Samson et Dalila de Saint Saëns. Absoluto derroche de expresividad y presencia escénica. Dibujando perfectamente cada matiz del texto. Fue sublime cómo cogió la primera nota de "Samson! Samson! Je t'aime!", y enormemente sensual como se deslizaba la voz mientras las manos hacían lo propio en "Verse-moi, verse-moi l'ivresse!".

Pero no menos emocionantes resultaron el "Connais-tu le pays", de la ópera Mignon de Ambroise Thomas que abrió el concierto, o las mélodies subsiguientes de Hahny Debussy, con un refinamiento exquisito en la ejecución que se repetiría en esos dos temas de Massenet que precedieron a un descanso que nadie en el patio de butacas quería que llegara.

De la segunda parte destacaría especialmente el susurro poético que desprendió esa Nana de las Siete canciones populares de Falla. En "Azulão", de Ovalle, nos brindo algunas de las mejores frases de la noche, con un control del fiato y la respiración apabullantes. Y el programa terminaba con el "Fado (Ai que linda moça)" de Halffter, sentidísimo, enhebrado con la sensibilidad a flor de piel y que finalizó con las dos intérpretes con lágrimas en los ojos y abrazadas.

Tras el delirio final del público, la propina no se hizo esperar. Una Habanerade Carmen sin tonterías. Descarada y sensual, pero sin perder la elegancia que requiere su canto. La sala pedía más, pero el síndrome de Stendhal estaba ya llamando a la puerta, e igual que tras una buena cena, el secreto está en no llegar a saciarse. El público salió emocionado y las artistas también.

Esa es la magia. Decía al principio que hay ocasiones en que ésta surge sin saber muy bien por qué, y entonces se vive el Arte en estado puro. Haré una corrección. Ayer sí supimos por qué: porque allí había dos artistas inmensas que nos ofrecieron generosas todo el fruto de su sacrificio y esfuerzo personal a lo largo de los años, con el único objetivo de hacernos un poco más felices, haciéndonos disfrutar de una maravillosa música exquisitamente ejecutada. Y a fe mía que lo lograron.

Gracias a la Sociedad Filármonica de Valencia por esta iniciativa. Y, sobre todo, gracias, María José y Luisa. No tardéis en volver.

miércoles, 13 de marzo de 2013

CECILIA BARTOLI EN EL PALAU DE LA MÚSICA

Si hace menos de dos semanas teníamos el privilegio de disfrutar en el Palau de la Música de Valencia de la extraordinaria voz de la mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato, el pasado lunes volvimos a tener la oportunidad de escuchar a otro de los grandes referentes de la cuerda, como es la italiana Cecilia Bartoli, quien para la ocasión estaba acompañada por la orquesta I Barocchisti con Diego Fasolis al frente.
 
Como parece que sea congénito a la estupidez del ser humano el aprovechar cualquier ocasión para, en lugar de disfrutar de lo que se tiene, buscar motivos de discusión, la conversación más escuchada el lunes en el Palau era el forzado debate acerca de si era mejor Di Donato o Bartoli, tomando como referencia esos dos recitales, en los que, además, las cantantes habían abordado repertorios distintos. Yo no soy partidario de entrar en esas absurdas pérdidas de tiempo. Sí manifiesto claramente que disfruté muchísimo con Di Donato y lo volví a hacer con Bartoli. Y si alguien me pide que me moje, no tengo inconveniente alguno en decir que quizás me gustó más el recital de la norteamericana, posiblemente también porque me resultase más agradable el repertorio elegido y porque además, de siempre, me reconozco admirador absoluto de la voz de Di Donato, con todas sus peculiaridades y limitaciones.
 
Dicho eso, insisto en que no creo que sea lo más apropiado hacer ese tipo de consideraciones. Yo me lo pasé tremendamente bien escuchando a Bartoli y pienso que somos unos afortunados de haber podido asistir a dos espectáculos de grandísimo nivel en nuestra ciudad estos días.
 
Entrando ya en el recital de la cantante romana, éste estuvo dedicado por completo, salvo los bises, a la obra del, hasta ahora prácticamente desconocido, compositor italiano Agostino Steffani (1654-1728), a quien ha dedicado su reciente trabajo discográfico “Mission”. La música de Steffani corresponde a un Barroco que todavía mantiene muchas reminiscencias Renacentistas y suena demasiado “antiguo” para los gustos de quienes, como un servidor, tenemos la tara de que cuanto más atrás nos vamos en el tiempo, musicalmente hablando, más duro se nos hace el repertorio. No obstante, reconozco que, pese a no ser mi música favorita, hubo momentos de gran belleza, con la inestimable colaboración, eso sí, de Cecilia Bartoli y de I Barocchisti.

La agrupación que dirige Diego Fasolis tuvo un rendimiento excelente, acompañó extraordinariamente a la cantante y, en las oberturas y fragmentos orquestales, tuvo ocasión de lucirse, como en la estupenda ejecución de “Aires pour les nymphes de la rivière” de “La lotta d’Hercole con Acheloo”, o en las virtuosas interpretaciones de los solistas de trompeta y oboe. Para mi gusto sobró un exceso de efectos de la percusión en algunos fragmentos, con ruidos que, aunque ambientaban la ejecución del aria, llegaban a resultar molestos. Fasolis al clave se emocionaba y por momentos parecía que fuese a emular a Jerry Lee Lewis subiéndose encima del teclado.

Cecilia Bartoli domina la puesta en escena como nadie y cada mínimo detalle de sus recitales está perfectamente estudiado para dotar al conjunto de una eficacia incuestionable que atrape al espectador en todo momento. Así, su entrada en escena sonriendo y tocando la pandereta a lo Esmeralda la zíngara, ese pedazo de sillón de piel con mesita auxiliar para que la cantante no abandonase la sala en los interludios orquestales y permitir la fusión que se produjo entre muchos de los fragmentos para no provocar demasiadas interrupciones, la utilización de los músicos de la orquesta como coro, etc. 

Vocalmente, Cecilia Bartoli presentó todos los defectos que tanto critican sus fieros detractores y cada una de las virtudes que la hacen ser idolatrada por sus fans. El comienzo del recital no fue precisamente bueno, en el aria “Schiere invitte” (de “Alarico il Baltha”) recurrió al chillido en un par de ocasiones y la voz no acababa de estar centrada, mostrando más engolamientos y sonidos guturales que en toda la noche. A partir del segundo tema ya se fue entonando y en “Amami e vederai” (de “Niobe, regina di Tebe”) convenció con la exquisitez de su canto a cualquiera que todavía estuviese dudoso de encontrarse ante una grandísima artista, con un precioso acompañamiento de laúd y papel de caramelito.

Yo tengo que reconocer que a mí me gusta mucho más Bartoli en los lamentos que en las arias de bravura. En esos momentos es donde su maravilloso centro luce esplendoroso y el prodigioso control del fiato y el mágico uso de los reguladores le permite esbozar unas frases larguísimas en las que inverosímiles filados y sfumature adornan su canto en un derroche de expresividad y emoción que compensa con creces los entubamientos del sonido, las desigualdades entre registros o la peculiar pronunciación de algunas vocales. Eso no quita para que cuando llega la gallina Turuleca con toda su pirotecnia y acrobacias vocales, como en el “Suoni, tuoni, il suolo scuota” (de “Arminio”) que cerró el programa oficial, también haya que reconocer su alucinante técnica para la coloratura y su capacidad para hacer enloquecer al público de entusiasmo.

Musicalmente, me quedo con los tres bises, que comenzaron con un sentido “Lascia la spina” deIl Trionfo del Tempo e del Disinganno” de Haendel, donde la Bartoli alargó las notas hasta el infinito y más allá, mostrando una exquisita musicalidad; siguió con otro Haendel, una impresionante versión del "Destero dall'empia dite" de su ópera ”Amadigi di Gaula", con el increíble diálogo entre la voz, la trompeta y el oboe; y finalizó con una delicadísima interpretación, junto a la solista de violín, de "Sovente il sole" de ”Andromeda Liberata” de Vivaldi.

El Palau de la Música presentaba un lleno absoluto, reflejo del tirón mediático que tiene la Bartoli haga lo que haga, aunque se trate de una música no especialmente atractiva y de un compositor desconocido. El comportamiento del público no fue precisamente ejemplar. Demasiados ruidos de la siempre eficaz orquesta para toses, envoltorio de celofán, teléfono móvil y sonaduras de mocos con bocina; sonidos que además parecían brotar con mayor virulencia en los momentos más recogidos. La señora de los grititos histéricos de "guapíííísima" tuvo también sus buscados momentos de protagonismo. Y al finalizar el programa oficial del recital, comenzó la desbandada general cual manada de gacelas perseguida por leona hambrienta, lo que limitó a tres los bises... y gracias.

En cualquier caso, fue un espectáculo muy disfrutable que ojalá se repitiera más a menudo.

Por cierto, me han dicho que esta mañana estaba Bartoli viendo la mascletá. Quizás estuviese tomando ideas para adornar su coloratura con nuevos efectismos pirotécnicos en futuros espectáculos...

Bueno, os dejo con la Bartoli interpretando uno de los fragmentos que más me gustaron, “Amami e vederai” de la ópera “Niobe, regina di Tebe”, de Agostino Steffani:


video de Jean-Melchior Delpias

lunes, 20 de febrero de 2012

"NORMA" (Vincenzo Bellini) - Palau de la Música - 18/02/12


El pasado sábado tuvo lugar en el Palau de la Música de Valencia la representación en versión concierto de la célebre ópera de Vincenzo Bellini, “Norma”, a cargo de la formación Europa Galante bajo la dirección de su titular Fabio Biondi. El principal aliciente de esta versión estribaba en la recuperación que se ha hecho de la partitura original y su interpretación con instrumentos de la época.

Reconozco que suelo ser bastante poco amigo de estas versiones “historicistas”, lo cual, unido a un elenco solista del que confieso que no conocía a ninguno de sus integrantes, me hacían desconfiar bastante del resultado final. Pero, como tantas otras veces, me equivoqué de cabo a rabo y el público asistente pudo disfrutar de una extraordinaria tarde de ópera.

Muy lejos de las sonoridades ásperas y rígidas que esperaba, esta "Norma" dirigida por Fabio Biondi, aun presentando matices distintos a los habituales, siempre consiguió que brillase la genial partitura de Bellini con muchísima inteligencia melódica y con algunos detalles sonoros excelentes, aunque otros fuesen más discutibles, como la inclusión de un pianoforte que, a mí particularmente, me chocaba bastante.

La dirección de Biondi fue tremendamente vivaz, cargada de fuerza, marcando con enorme precisión las entradas al coro y a los solistas, y haciendo un cuidadísimo uso de las dinámicas que doto a su lectura de múltiples matices. Fabio Biondi es un hombre al que da gusto verle dirigir en directo. Se palpa claramente su amor por la música y cómo transmite esa misma pasión a los músicos y cantantes que están a su cargo, extrayendo de ellos todas sus capacidades interpretativas.

Así ocurrió con los músicos de la orquesta Europa Galante, todos ellos muy jóvenes, que tuvieron un comportamiento ejemplar, con unas trompas en estado de gracia y unas maderas impecables.

Otro tanto podría decir de la Coral Catedralicia, cuya excelente actuación merece una especial reseña. A la agrupación dirigida por Luis Garrido ya había tenido ocasión de escucharla en este mismo recinto, no hace demasiado tiempo, con dos obras como la Tercera Sinfonía de Gustav Mahler y “Diálogos de Carmelitas” de Poulenc, habiendo alabado en ambas ocasiones la calidad de la agrupación, pero en esta ocasión los resultados han ido bastante más lejos, ofreciendo un rendimiento inmejorable, con perfecto ajuste, empaste y compensación en todas sus cuerdas, y con unos tenores que brillaron como nunca.

Como ya dije antes, yo no había escuchado anteriormente a ninguno de los cantantes elegidos en esta ocasión para interpretar los papeles solistas, y ni siquiera había oído hablar de ellos, lo cual me parece imperdonable después de haber contrastado la calidad de alguna de las cantantes que intervinieron.

Por ejemplo, la soprano Katia Pellegrino, que me gustó muchísimo. Hizo frente a un papel tan exigente como el de Norma con una fuerza expresiva brutal, consiguiendo salir indemne de todos los retos que la partitura presentaba, llegando al final de la obra sin la más mínima señal de desfallecimiento. La voz no es especialmente bonita, pero sí muy homogénea y de sobrado volumen. Estuvo excelente en los pasajes más líricos, ofreciendo una rica paleta de matices con gran sensibilidad; solventó las dificultades de la coloratura con precisión y agilidad; enhebró algunas frases bellísimas a base de buen legato y control del fiato; y en la vertiente más dramática ofreció poderío interpretativo con el que suplía las posibles carencias que puntualmente asomaron. Y todo ello con un ajuste en estilo y una ‘italianidad’ irreprochables.

Fuimos muchos los que comentamos a la salida cómo era posible que no hubiésemos oído antes hablar de una cantante de este nivel, muy superior desde luego a algunas y algunos mediocres que son habituales en muchos recintos operísticos europeos.

Sobresaliente fue también la actuación de la mezzosoprano Lucia Cirillo como Adalgisa, quien mostró una voz ancha, de enorme volumen y bellísimo timbre, algo ajustada en la parte aguda, pero siempre exhibiendo un exquisito sentido belcantista, con un fraseo ligado y muy intencionado, y un ajuste perfecto en sus dúos con Norma.

No tan bien rodaron las cosas con los intérpretes masculinos. El alemán Ferdinand von Bothmer fue un Pollione bastante decepcionante. Es un tenor lírico-ligero de agradable timbre, pero estuvo bastante lejos de ofrecer lo que se espera del personaje, pasando muchos apuros y quedando permanentemente tapado por orquesta y coro, además de lucir menos expresividad que un maniquí de Zara.

Tampoco anduvo muy fino el ruso Nikolai Didenko como Oroveso, falto de rotundidad y peso vocal, aunque en su intervención final mostrase un poco más de contundencia.

Muy correctos en sus breves intervenciones se mostraron Gian Luca Zoccatelli, como Flavio, y Gemma Bertagnolli, como Clotilde.

Al finalizar la obra, grandes ovaciones para todos por parte de un público entusiasmado que prácticamente llenaba la sala. Mención aparte merecen las dos señoras que tuve la desgracia de que instalasen sus posaderas en los asientos situados inmediatamente detrás del mío, quienes durante toda la tarde nos obsequiaron con todo el repertorio de sonidos habituales en estos casos: comentarios en voz alta, caramelitos envueltos en quilos de ruidoso celofán, toses, bostezos, utilización del programa a modo de abanico, ronquidos (sí, ronquidos)… sólo faltó el móvil, pero a cambio tuvimos la oportunidad de conocer su crítica musical a mitad de “Casta Diva”: “qué fino canta esta chica”.

La presidenta del Palau y Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Valencia, Mayrén Beneyto, volvió a tener el bonito detalle de llegar al recinto en coche oficial, supongo que para que veamos que, como estamos en crisis, no malgasta su ajustado sueldo en taxis.

Bueno, pues una vez más en esta temporada una ópera en versión concierto nos ha proporcionado una magnífica velada musical. Espero que si nuestra amiga Helga Schmidt lee o le leen esto, no lo interprete como una alabanza de este tipo de representaciones y nos siga cargando la temporada con óperas en concierto, porque, sinceramente, para eso no hacía falta el derroche de Les Arts y ya teníamos el Palau de la Música, por cierto con una acústica infinitamente mejor que la del Auditorio del monstruo de Calatrava, donde sigue empeñada nuestra Intendente favorita en castigarnos programando representaciones.

Sobre esto mismo habla también maac en la estupenda crónica que ha hecho de esta “Norma” y que podéis leer aquí.

viernes, 1 de julio de 2011

EL PALAU DE LA MÚSICA DE VALENCIA ANUNCIA SU PROGRAMACIÓN 2011-2012


En rueda de prensa celebrada ayer por la Presidenta del Palau de la Música de Valencia, Mayrén Beneyto, el subdirector de Música, Ramón Almazán, y el director titular de la Orquesta de Valencia, Yaron Traub, se anunciaron las líneas principales de la programación del auditorio valenciano para la próxima temporada 2011-2012.

La crisis económica que, desgraciadamente, está incidiendo también de forma singular en el ámbito de la cultura, vuelve a dar otra vuelta de tuerca, reduciéndose el presupuesto del Palau casi un 10% más respecto a la temporada anterior, en la que ya hubo serios recortes. Esto se traducirá en cuatro conciertos menos que este año y quizás en que un menor número de artistas relevantes se dejarán ver y escuchar junto a los Jardines del Turia, aunque con todo el nivel es más que digno.

El próximo 2012 se cumplirán precisamente 25 años de la inauguración de este emblemático recinto musical de la capital valenciana y, para conmemorarlo, el 25 de abril se llevará a cabo un concierto, a cargo de la Orquesta de Valencia con Yaron Traub al frente, con el mismo programa con el que abrió sus puertas el 25 de abril de 1987: la «Marcha Burlesca» de Manuel Palau, el «Concierto de Aranjuez» del maestro Rodrigo, y la ópera en versión concierto «La Vida Breve», de Manuel de Falla, que contará en esta ocasión con la participación de la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs y el fantástico Cor de la Generalitat Valenciana.

Tras dedicar este último año a la conmemoración del centenario de la muerte de Gustav Mahler, la Orquesta de Valencia centrará la próxima temporada en compositores valencianos y la música de Johannes Brahms.

Se anuncia la presencia de directores invitados como Rafael Frühbeck de Burgos, Miguel Ángel Gómez-Martínez o Jesús López Cobos, y entre las agrupaciones más relevantes que pasarán por el Palau podemos destacar a: la Akademie für Alte Musik de Berlin, dirigida por René Jacobs, con obras de Haydn y Beethoven; Franz Welser-Möst dirigirá a la Cleveland Symphonie Orchestra el 23 de octubre interpretando la obertura de “Euryanthe” de Carl María von Weber, Doctor Atomic Symphony de John Adams y la Sinfonía nº 4 de Tchaikovski; Michael Tilson Thomas nos visitará el 29 de enero al frente de la London Symphony Orchestra, con un programa que incluirá Preludios de Claude Debussy y la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz; La Orquesta Nacional de Francia, dirigida por Danielle Gatti, también tendrá su presencia el 26 de marzo con obras de Ravel, Fauré y Debussy; e Ivan Fischer, al frente de la Sinfónica de Budapest, ofrecerá el 11 de mayo el concierto para violín de Beethoven, con el legendario Pinchas Zuckerman como solista.

Entre los solistas, destaca también la presencia del pianista chino Lang Lang, en un concierto, el 19 de abril, donde interpretará obras de Bach, Chopin y Schubert.

En el terreno operístico, está prevista el 10 de marzo la representación en versión concierto de "Roger de Flor", de Ruperto Chapí, que hace dos años vio suspendido su estreno tras la rocambolesca y pueblerina decisión de que se sustituyesen en la letra las referencias a “pueblo catalán” por “pueblo valenciano”. Igualmente, se anuncia para el 18 de febrero “Norma”, de Vincenzo Bellini, también en versión concierto, a cargo de Fabio Biondi al frente de Europa Galante y la Coral Catedralicia; y sendos recitales de Diana Damrau (11 de enero) y Ainhoa Arteta (14 de enero). Lamentablemente, nada se ha dicho de que Waltraud Meier nos obsequie en esta ocasión con su visita anual, en lo que se había convertido ya en una muy agradable tradición.

Otras citas habituales que sí tendrán lugar serán: “El Mesías” de G.F. Haendel, el 18 de diciembre de 2011, con La Risonanza; y una “Pasión según San Mateo”, de J.S.Bach, el 25 de marzo de 2012, con Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre.

El mini-abono de la Orquesta de Valencia parece que se mantendrá e incluirá 6 de sus conciertos repartidos en otros tantos jueves del año bajo el título “Los Jueves de la Orquesta”.

Y mientras tanto, doña Helga Schmidt sigue jugando a un absurdo secretismo respecto a los espectáculos que podrán verse la próxima temporada en el Palau de les Arts, pese a que el Patronato de la institución ya aprobó la programación en su reunión del pasado 29 de junio. Esperemos (aunque sin mucha confianza, no nos engañemos) que el retraso al menos sirva para que la programación de los dos principales recintos musicales de la capital se coordine y no nos sigan castigando con impresentables coincidencias de fechas en las que se restan mutuamente público potencial.

lunes, 7 de marzo de 2011

"DIÁLOGOS DE CARMELITAS" Y RECITAL DE VIOLETA URMANA EN EL PALAU DE LA MUSICA DE VALENCIA


Mientras en el Palau de les Arts de Valencia, ayer domingo, Lorin Maazel dirigía la última representación de su inaguantable “1984” coincidiendo con el día de su cumpleaños, en el vecino Palau de la Música hemos podido vivir un fin de semana musical francamente intenso e interesante.

El sábado 5 se ofrecía, en versión concierto, la ópera de Francis Poulenc “Diálogos de Carmelitas”, con la Orquesta de Valencia dirigida por quien fuera su titular años atrás, Miguel Ángel Gómez Martínez. Y al día siguiente nos esperaba un recital de lieder a cargo de Violeta Urmana acompañada al piano por Jan Philip Schulze.

La Orquesta de Valencia parece crecerse últimamente cuando es dirigida por batutas ajenas a su titular Yaron Traub. Así ocurrió en la espléndida 3ª Sinfonía de Mahler que nos brindó recientemente el maestro Frühbeck de Burgos, y de nuevo volvió a pasar el sábado con Miguel Ángel Gómez Martínez dirigiendo con inteligencia y emoción la maravillosa partitura compuesta por Francis Poulenc para su ópera “Diálogos de Carmelitas”, y logrando hacer brillar la gran riqueza orquestal concebida por el compositor francés.

Gómez Martínez, casi siempre dado al desmadre sonoro, cuidó con una pulcritud inusitada los volúmenes de la orquesta en beneficio de los solistas vocales. Logró algunas matizaciones espléndidas en los momentos más líricos, y en el final del primer acto consiguió apagar progresivamente el sonido de la orquesta de forma magistral. El último cuadro de la ópera, posiblemente uno de los finales del género más impactantes, se resolvió con enorme acierto y fuerza dramática, con un extraordinario rendimiento orquestal y del Coro, aunque no me gustó el sonido artificial de la guillotina a través de lo que parecía un sintetizador amplificado.

Los violines, generalmente punto débil de esta orquesta, sonaron con un empaste y calidez desconocidos. Lástima de los perseverantes errores en sus entradas de los metales que tuvieron una noche muy desafortunada.

Fue una pena que la altura del nivel musical ofrecido no encontrase justa correspondencia en un reparto vocal muy irregular.

La soprano valenciana Isabel Monar tuvo que hacer frente al exigente papel de Blanche de la Force. Impecable en el aspecto dramático del personaje, mostró algunas limitaciones en lo vocal y algún fallo de técnica, pero defendió el rol con valentía, yendo de menos a más y siendo el resultado final muy positivo.

La gran triunfadora de la noche, no obstante, fue la mezzosoprano alemana Iris Vermillion, que con su voz oscura, potente y profunda, derrochó autoridad vocal como la Madre Marie.

Me gustó también Kathryn Harries como la anciana Priora Madame de Croissy. Reconozco que su voz está cascadísima, pero al personaje moribundo no le viene mal ese declive vocal y, además, la tremenda fuerza expresiva que exhibió Harries a mí me compensó sobradamente cualquiera de sus carencias.

Más desafortunadas estuvieron Janice Watson, que fue una chillona Madame Lidoine, y la argentina Maria Cristina Kiehr, como Constance, que, pese a que su timbre ligero se adaptaba al personaje, con sus sonidos fijos y gritos convirtió en insoportables sus intervenciones.

Del elenco masculino, sólo se salvaron de la quema el correctísimo Marqués de la Force de Anthony Michaels-Moore y el tenor barcelonés Roger Padullés, como Caballero de la Force, que lució un bellísimo timbre y muchísimo gusto en su canto, destacando especialmente en el dúo del segundo acto con Blanche.

Extraordinario fue el rendimiento de la Coral Catedralicia en sus intervenciones corales, entre cuyos componentes pudimos ver a Irina Ionescu, a quien destaqué recientemente en su pequeña intervención en “1984”, y que aquí apenas pudimos escucharla en una frase en solitario. Más discutible resultó la selección de solistas de dicha agrupación.

El público se hizo notar demasiado por sus deserciones antes de hora y los inconvenientes ruidos que acompañaron en todo momento la representación, culminando con un teléfono móvil que en el tramo final del tercer acto protagonizó unos horrísonos segundos que motivaron incluso un airado gesto del maestro Gómez Martínez.

Aquí podemos ver el final de "Diálogos de Carmelitas" en la producción del Met de 1987, con Jessye Norman como Madame Lidoine y Maria Ewing como Blanche de la Force:


video de tenore23

Al día siguiente, una sala con demasiados huecos para la calidad del espectáculo que se anunciaba, recibió a la lituana Violeta Urmana y al pianista alemán Jan Philip Schulze.

El recital tuvo una primera parte dedicada a Gustav Mahler, con una selección de “Des Knaben Wunderhorn” y los “Rückert Lieder”. Ya desde el principio se pusieron de manifiesto las principales virtudes de la cantante, que nos hizo gozar de una lectura cuidadosa y sentida de las piezas seleccionadas. Su voz extensa, homogénea y uniforme en todos los registros y de generoso volumen, corría con fluidez y potencia, pero siempre sabiamente domada para adaptarse al carácter íntimo que debe caracterizar un recital de este tipo, pese al indudable poderío vocal de la intérprete.

La emoción llegaría con toda su intensidad en los bellísimos “Rückert Lieder”, especialmente en un espléndido “Ich bin der Welt abhanden gekommen”, donde el maravilloso fraseo de Urmana y la intensidad del acompañamiento pianístico, pusieron los pelos de punta de un auditorio que, con la última nota de “Um Mitternacht”, prorrumpió en entusiastas bravos.

La segunda parte del recital se inició con dos canciones de Henry Duparc, “Phydilé” y “Chanson triste”, que la cantante lituana interpretó con una corrección y estilo irreprochables.

Tras esto, afrontó una selección de canciones de Sergei Rachmàninov, llevando a cabo un auténtico alarde de encendida expresividad en “Disonancia” (opus 34, nº 13) y una lección de canto ligado y matizado en “Zdes' khorosho” (Opus 21, nº 7).

Cuando ya parecía que no se podía cantar mejor, llegaron las cuatro canciones de Richard Strauss que componen su opus 27, donde su virtuosismo vocal y altura interpretativa alcanzaron la perfección, brindándonos un “Morgen” majestuoso, arrebatador, donde supo jugar también con los silencios de forma maestra.

El apartado de las propinas comenzó con un electrizante “Der Engel” de los “Wesendonck Lieder” de Richard Wagner, siguió con un espectacular “Zueignung” de Richard Strauss y finalizó con una impresionante “la Mamma Morta” del “Andrea Chénier” de Giordano, donde aquí sí que ya dejó de lado la contención e intimidad, para dar rienda suelta a toda su fuerza vocal y dramática en un auténtico vendaval de emoción que puso la sala patas arriba.

Hay que lamentar que las consabidas prisas de algunos por salir corriendo al primer “chim-pom”, evitaron que continuaran los bises. Habrá que decirles algún día a estos del culo inquieto, que es mentira eso que les deben haber contado de que el último en salir paga a la orquesta y los cantantes. La cosa con la crisis está mal, pero no tanto, hombre.

En cualquier caso, nada pudo privarnos de una noche realmente mágica en la que disfrutamos de la grandeza interpretativa de una artistaza.

Y mientras tanto, en Les Arts, los músicos y el Coro le cantaban el “Cumpleaños Feliz” a Lorin Maazel como despedida.

Para finalizar os dejo con Violeta Urmana cantando "Ich bin der Welt abhanden gekommen" de los "Rückert Lieder" de Gustav Mahler:


video de operazaile

viernes, 11 de junio de 2010

WALTRAUD MEIER. KUNDRY EN VALENCIA


Las preclaras mentes que rigen la cultura en la ciudad de Valencia no han tenido mejor idea que permitir que el mismo día coincidiesen el estreno de “Salome”, de Richard Strauss, en el Palau de les Arts, inaugurando el Festival del Mediterrani; y el segundo acto de “Parsifal” de Richard Wagner, en versión concierto, en el Palau de la Música con el protagonismo de la mezzosoprano alemana Waltraud Meier.

Por si la crisis no hace ya bastante para recortar el número de espectadores de este tipo de eventos, los propios dirigentes de los dos recintos musicales de la ciudad, en lugar de colaborar procurando que ambos puedan nutrirse de un público que es bastante coincidente, se hacen la competencia contraprogramándose como vulgares emisiones de telebasura.

Ante semejante panorama, yo tuve clara mi opción y decidí acudir a escuchar a Waltraud Meier, en lo que, afortunadamente, se ha convertido ya en una tradición anual, gracias, parece ser, a la amistad que une a la cantante alemana con el actual director de la Orquesta de Valencia, Yaron Traub, y que nos permite que podamos disfrutar todos los años de la presencia en nuestra ciudad de esta leyenda viva del mundo de la ópera.

Esta representación del segundo acto de “Parsifal” contó con la participación, además de la Kundry de Meier, con el tenor neozelandés Simon O’Neill como Parsifal y Roman Trekel en el papel de Klingsor. Así como la Coral Catedralicia de Valencia.

A la llegada al Palau de la Música nos esperaba una desagradable sorpresa, cual fue que, al coger el programa de mano, pudimos ver que, sin previo aviso ni explicación alguna (vamos, lo que se conoce vulgarmente como “conducta a la Helga”), se había eliminado del programa la interpretación inicialmente prevista de “La Metamorfosis” de Richard Strauss. Sólo falta que, ademas de contraprogramarse, se copien lo peor de cada casa.

Yaron Traub dirigió a la Orquesta de Valencia con los mismos aspavientos y crípticos movimientos que de costumbre (yo a veces llego a dudar que los músicos sepan interpretar los gestos de este hombre). Pero para ser sinceros he de decir que la Orquesta sonó mejor que otras veces. Dejando de lado algunas pifias de los violines, las secciones funcionaron con corrección, con unos metales más entonados de lo habitual y una percusión sobresaliente.

La dirección de Traub cuidó con exquisitez el acompañamiento de las intervenciones de Meier, pero curiosamente trató de forma despiadada a O’Neill y Trekel, con unos volúmenes desaforados en la Orquesta, impropios de una representación en versión concierto, sin foso que amortiguara aquella vehemencia.

Lo peor de la noche fue la escena de las muchachas flor, posiblemente uno de los fragmentos más bellos y delicados de toda la obra, pero que, entre alguna solista que chillaba como poseída y entraba a destiempo, y la incapacidad de Traub para controlar aquello, acabo convertido casi en una riña de gatos.

La Coral Catedralicia, con un número quizás exagerado de componentes para la ocasión, cumplió correctamente y se escuchó un buen empaste, aunque también vio lastrada su intervención por la incapacidad directora de Traub.

El barítono Roman Trekel fue un Klingsor solvente, de bella voz, a la que quizás le faltaba un punto más de claridad y grave rotundidad, pero cantó con gusto y musicalidad.

Simon O’Neill sorprendió a casi todos con un Parsifal realmente espléndido. Dejando aparte la eterna discusión acerca de si es o no el heldentenor que estamos esperando, lo cierto es que el neozelandés exhibió una voz fresca, más lírica de lo que a lo mejor esperamos encontrarnos, pero de timbre bellísimo, con una buena técnica de emisión, aunque engolara frecuentemente en la zona más grave, e hizo derroche de un importante fiato. Su “Amfortas, die wunde!” fue realmente espectacular.

Waltraud Meier no representó a Kundry. Ella es Kundry. Sin partitura de apoyo para un papel que se conoce al dedillo, nada más comenzar la música inició su concentración y podía percibirse como iba pasando de ser Meier a ser Kundry. La expresividad mayúscula de esta mujer sobrecoge. Su interpretación es mucho más que eso, es una metamorfosis en la que siente y transmite los sentimientos de su personaje como pocos artistas lo consiguen.

Auténticamente inolvidable fue la belleza con la que emitió la primera frase que dirige Kundry a Parsifal, ese “Parsifal, weile!”, que trazó ayer con una delicadeza y lirismo inigualables. Como también fue bellísimo el relato que hace de la historia de la madre de Parsifal, y que pocas cantantes han interpretado como lo hace ella. Por si fuera poco, se marcó un “lachte” con un si natural impresionante que parecía que iba a quebrar la cúpula acristalada del recinto.

Más allá de la calidad estricta, medida con diferentes parámetros más o menos objetivos, lo que hace definitivamente grande un espectáculo musical es la emoción que logra crear en el público. Y en este sentido, ayer vivimos un espectáculo realmente grande, con inemensas dosis de emoción.

Como ejemplo baste señalar algo realmente inusual por estos lares, como fue que, al finalizar la orquesta el último compás y bajar el director la batuta, no sólo no apareció el paleto pronto-aplaudidor de turno no dejando ni acabar de escucharse la música, sino que durante casi una decena de segundos el público permaneció en un silencio que se podía cortar, acabando de paladear la grandeza de la música de Richard Wagner que se había escuchado, antes de prorrumpir en una estruendosa ovación que duró muchos minutos, en la que rugientes bravos premiaron a los participantes, con especial intensidad para la enorme Waltraud Meier. Un “momento Bayreuth” que hizo aun más inolvidable lo vivido anoche.

Al finalizar, como también se ha convertido en costumbre, Meier y O’Neill atendieron amablemente a quienes pasamos a saludarles y nos sorprendieron agradablemente al anunciarnos que el año que viene tienen previsto volver ambos en un programa dedicado a Mahler con “La canción de la tierra” y los “Rückert Lieder”. Una fantástica noticia, sin duda.

Mañana sábado se repite la representación de este segundo acto de “Parsifal” con los mismos protagonistas, y yo volveré. Vale la pena.

Esta misma semana Waltraud Meier declaraba a la prensa local: “Mi ideal es irme a la cama cada día con la conciencia de que he hecho mi trabajo tan bien como hoy me era posible hacerlo”.
Anoche, desde luego, estoy seguro de que la señora Meier se fue a la cama con la conciencia muy tranquila, y nosotros con el espíritu algo más elevado.

Os recomiendo leer aquí la estupenda crónica que, como de costumbre, ha hecho el amigo maac. Y aquí la no menos buena de FLV-M