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jueves, 18 de octubre de 2018

"TURANDOT" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 17/10/18


Tras una espera que siempre se hace demasiado larga, ayer dio comienzo la pretemporada operística en el Palau de les Arts con el estreno de Turandot. Bueno, lo de estreno es un decir, ya que es la cuarta vez que se repone en el teatro valenciano esta producción que se ha convertido en nuestro particular Verano Azul.

Con estas funciones de pretemporada se reanuda la actividad operística tras el parón veraniego, aunque todavía tendremos que aguardar hasta el 1 de diciembre para que dé oficialmente inicio la temporada valenciana 2018-2019. Una temporada de transición entre la última medio programada por el dimisionario Davide Livermore y la primera que corra a cargo de Jesús Iglesias Noriega, el recientemente nombrado nuevo director artístico de Les Arts que se espera que se incorpore oficialmente a su despacho en el edificio de Calatravaa partir del mes de enero.

No obstante, supongo que ya se estará trabajando en el diseño de esa temporada 2019-2020 que debería anunciarse la próxima primavera y que, por una cuestión obvia de tiempo, presumo que tampoco podrá responder del todo a los planes del señor Iglesias. Sí que estaría bien que, lo antes posible, el nuevo director artístico o quienes le han seleccionado, ofrecieran al menos algún apunte de cuáles pueden ser las líneas básicas, previsiones y objetivos del proyecto vencedor de Iglesias Noriega para Les Arts. Y esto no lo pido como espectador, que también, sino sobre todo de cara al exterior para transmitir que se cuenta con un proyecto serio de futuro, dando cierta imagen de estabilidad tras los avatares sufridos en los últimos años.

Como ya he comentado en ocasiones anteriores, me parece una estupenda idea que se aproveche la pretemporada para la reposición de títulos populares a precios irrisorios como forma de atracción de nuevos públicos. Dicho eso, me planteo si no hay otras muchas producciones que puedan servir a tal fin sin necesidad de repetir ¡¡por cuarta vez!! esta Turandot. Es innegable que el éxito de taquilla está garantizado y se ha vendido todo el papel, pero creo que se puede lograr el mismo resultado con otras obras sin someter a los espectadores más veteranos a este permanente efecto pepino repetitivo.

Además, apostar por la cuarta reposición de esta producción cuenta con el riesgo añadido de que para los espectadores con mayor recorrido y memoria es imposible desligar esta Turandot en lo musical del recuerdo de la genialidad desplegada por la dirección de Lorin Maazel en 2009; y en lo sentimental, algunos siempre la tendremos asociada a la entrañable despedida de Zubin Mehta en 2014 con abucheo incluido a la ex consellera Catalá.

De la puesta en escena del director de cine chino Chen Kaige, de cuya reposición se ha encargado Allex Aguilera, poco tengo que comentar. Siempre he dicho y sigo manteniendo que visualmente tiene un poderío innegable, con la impactante escenografía de Liu King y el llamativo vestuario de Chen Tong Xun. Ya nos la sabemos de memoria y me reitero en lo ya comentado anteriormente en este blog con motivo de su última reposición y que reproduzco literalmente a continuación sin que la nueva puesta en escena me motive a cambiar nada:

“Es una propuesta que agrada especialmente a los amantes de las versiones tradicionales y estéticamente vistosas. Tiene su punto kitsch y basa toda su fuerza en el poder visual del colorido vestuario y en una escenografía de corte muy clásico. En el apartado de dirección de actores los estrechos espacios no dan mucho juego al coro y tampoco es un terreno en el que se haya hecho algo especialmente relevante, salvo en los personajes de PingPang y Pong, en los que sí se ha cuidado la actuación dramática y pienso que con éxito. También me resulta atractiva su escena inicial del segundo acto. En lo peor, siguen estando las absurdas banderitas del coro, el estilete del verdugo danzarín y sobre todo ese personaje de Altoum convertido en un idiota ebrio y con Parkinson”.

Decía antes que uno de los grandes riesgos de presentar de nuevo esta producción es que algunos nos acordemos de las maravillosas genialidades que hizo Maazel en el foso en 2009, y añado ahora que también de la brillantez obtenida de la orquesta por Zubin Mehta. Y si Galduf hubiese dirigido alguna de las pasadas Turandot, seguramente también le echaríamos de menos, y es que el debut en Les Arts del jovencísimo director británico Alpesh Chauhan al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, ha sido más que decepcionante.

Declaraba recientemente Chauhan que su versión iba a ser una Turandot muy rápida para intentar sacar todos los colores de la partitura. Pues bien, los únicos colores obtenidos fueron el rojo del rubor en mis mofletes por la vergüenza ajena sentida y el gris de una lectura plana, burda y desmanotada; y en cuanto a la velocidad anunciada, sólo fue tal a ratos. Empezó la obra imprimiendo un ritmo acelerado bastante absurdo que lo único que lograba era descontrolar el conjunto. No fueron pocos durante la noche los momentos de desfase entre foso y escena. Pero de repente intercalaba otros instantes donde imponía una lentitud exagerada, y, claro, si no tienes la genialidad de Maazel y sabes estirar la tensión al límite sin perder la brillantez, el conjunto se desploma y el bostezo se impone. Propuesta aburrida, lineal, falta de refinamiento y sin el más mínimo matiz, con un volumen por momentos insoportable, lo más opuesto a esa búsqueda de colores que declaraba que pretendía conseguir. No entiendo de quién ha sido la idea de que nos tengamos que chupar a este director porque, oído lo oído, creo que habrá, sólo en el barrio de Monteolivete, no menos de 30 seres humanos que harían mejor papel. Pese a todo se aplaude la actuación profesional de los músicos de la orquesta, con momentos solistas brillantes de clarinete, oboe, violines o chelos.

Cuando llegaron las vacaciones operísticas en Les Arts nos quedamos con la preocupación de la situación sufrida por el Cor de la Generalitat que les llevó a anunciar la posibilidad de convocar huelga y acciones de protesta para estas funciones de Turandot si la administración autonómica no daba pasos adelante hacia la solución satisfactoria de la problemática que viven los miembros de la agrupación. Finalmente no ha habido paros ni comentarios al respecto, lo cual hace pensar que ambas partes en conflicto siguen dando una oportunidad a la negociación. Ojalá todo vaya por buen camino y se solucione de la única forma justa y digna posible que no es otra que atender las legítimas peticiones del Cor. Ayer, otra vez más, la agrupación dirigida por Francesc Perales fue con mucha diferencia lo mejor de  la velada. Mostraron contundencia y poderío vocal pese a que no esté el coro todo lo reforzado que requeriría. Supongo que habrá quien diga que abusaron de volumen, pero ayer o se abusaba de volumen o Chauhan te arrollaba. Magnífica fue como siempre su prestación escénica aunque se tengan que mover en escena bien apretaícos; y de nuevo alcanzaron la excelencia en momentos delicadísimos como Perchè tarda la luna?o el “Liù bontà” con una belleza superior a la que la dirección orquestal parecía marcar. También merecen la felicitación por su rendimiento los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En años anteriores las funciones de la pretemporada valenciana se han caracterizado por ofrecer producciones propias de Les Arts, generalmente reposiciones, a precios muy económicos y con voces jóvenes; pero esta vez se ha optado por incluir en el reparto, en los dos papeles protagonistas, a dos cantantes ya consagrados que han interpretado el rol en los principales recintos internacionales, como son Jennifer Wilson y Marco Berti; aunque sin previo aviso ni explicación alguna y cuando ya estaba todo el papel vendido, se ha anunciado un segundo reparto para la función del día 26 con la soprano italiana Teresa Romano y el tenor francés Amadi Lagha en los papeles de Turandot y Calaf. No conozco a ninguno de los dos, pero visto y escuchado ayer el cast titular, me parece a mí que quienes tienen entradas para el 26 habrán salido ganando.

El papel protagonista de la princesa de hielo en el estreno ha recaído en la norteamericana Jennifer Wilson, una soprano bien conocida en Les Arts por sus participaciones como Brünnhilde, Isolde o la Leonora de Fidelio. Yo reconozco que le tengo a esta cantante un cariño muy especial y jamás podré desligarla de lo que me hizo disfrutar en aquellos Anillos. Recuerdo las discusiones que teníamos entonces a la salida y en las cenas posteriores los amigos en torno a su Brünnhilde, posicionándome yo siempre claramente entre sus fervientes defensores. Nunca podré olvidar el impacto que me produjo la primera vez que la escuché, en su primer Siegfried, y cómo me estremecieron aquellos agudos luminosos, potentes y colocados como estiletes. Ha pasado ya tiempo de aquello… Demasiado…

Algunos de los que criticaron entonces a Wilson hablaban de su excesiva frialdad, una frialdad que al papel de Turandot no le va nada mal en el segundo acto, pero ayer hubo otros muchos  problemas. No voy a hacer leña de la Wilson, así que los que esperen que me ensañe quedarán defraudados, pero tampoco voy a mentir. Salí muy triste de la sala. Me apenó enormemente ver a una querida cantante en un estado vocal muy preocupante. Yo pensé si estaría enferma, pero alguien que la conoce bien me dijo que no, que lleva tiempo así. Su línea de canto es inexistente, desigualdad entre registros, zonas central y grave desgastadas, problemas respiratorios, una línea expresiva  sin que se apreciase ninguna evolución en el personaje. Los agudos están lejísimos de los de antaño, se ha perdido brillo y metal y el recurso del chillido y el portamentoestán presentes. Una lástima y una decepción, pero que no justifica en modo alguno los abucheos aislados que se escucharon en los saludos finales. El abucheo a un cantante yo sólo lo justifico al caradura, al que pretende engañar. Si un cantante por los motivos que sean no da más de sí, a quien hay que criticar es a quien le contrata sabiéndolo.

Otro viejo conocido de Les Arts fue el elegido para asumir el papel de Calaf. El tenor italiano Marco Bertique ya protagonizó el rol en los años 2008 y 2009. Poco a mejor ha evolucionado Berti vocalmente (físicamente, a diferencia de la Wilson, parece haber adelgazado como media arroba). Hay aspectos que son incuestionables, como que todas las notas escritas en la partitura son emitidas con facilidad cuando se mueve en el registro agudo; o que frente a otros tenores de emisiones y dicciones más extrañas, Berti al menos transmite cierta “italianità”. Pero tampoco admite discusión su abuso del portamento, su fraseo estentóreo de pregonero, plano, monótono e inane y la nula capacidad de transmitir con su canto al menos una chispa de emoción que nos traslade la intensidad del drama en lugar de parecer que está cantando los números del bingo. Escénicamente tampoco ha mejorado demasiado y su tradicional estatismo de click de Famobil apenas llega ahora a Madelman. La voz arriba llega a brillar, pero en el centro y grave se abre y afea enormemente. Su gran momento del Nessun Dorma pasó sin pena ni gloria, dirigido a velocidad de película de Charlot por Chauhan parecía que nos habíamos equivocado en las revoluciones del pickup; Berti caló además algunas notas en la zona media-baja y acabó con un agudo cortísimo muy decepcionante, y como el director no hizo paradinha, se fue sin aplausos.

El papel siempre agradecido de Liú, salvo cuando lo canta la Voulgaridou (que Nuestro Señor mantenga lejos muchos años), recayó en la joven soprano donostiarra, ex alumna del Centre de Perfeccionament, Miren Urbieta-Vega. Como digo, este es un rol agradecido en el que el aplauso final está garantizado. Es el personaje bueno por excelencia de la obra y tiene unos pasajes bellísimos no especialmente comprometidos, pero en los que es preciso derrochar sensibilidad, matizar, ligar, saber frasear y acabar de enganchar con el público. No se trata de buscar el imposible de la nueva Caballé, pero tampoco admitir el encefalograma plano de Voulgaridou. Urbieta-Vega superó la prueba y mostró ayer una voz de bonito color con detalles de buen gusto, con algunas frases muy bien ligadas e intentando apianar y recoger la voz. Al final, como era de esperar en una Liú, obtuvo un triunfo arrollador que creo fue merecido.

Otro ex alumno del Centre de Perfeccionament, el bajo italiano Abramo Rosalen, fue el encargado de interpretar a Timur. Estuvo correcto, aunque le falta peso a su voz y fue imposible no acordarse de la rotundidad que imprimía aquí el ruso Alexánder Tsymbalyuk. Lo que sí fue rotundo fue el mamporrazo que se pegó nada más salir a escena, cuando según el libreto ha de caer al suelo, pero tanto ímpetu le puso que a poco más se desnuca.

Muy acertados en la vertiente actoral, correctos en lo vocal y logrando el favor del público estuvieron los ministros Ping, Pang y Pong, interpretados por Damián del CastilloValentino Buzza y Pablo García López. Bastante bien.

De nuevo el papel de Altoum recayó en el tenor ilicitano Javier Agulló que sufrió otra vez una dirección escénica que convierte su personaje en un pelele y hace su voz casi inaudible cantando desde el fondo del escenario. Bastante peor el Mandarinodel alumno del Centre de Perfeccionament César Méndez con el que seré benévolo y me limitaré a calificarle de irrelevante.

Estupendas, por el contrario, estuvieron como Doncellas las cantantes del Cor de la Generalitat Carmen Avivar y Mónica Bueno.

Hubo otros intérpretes inesperados que no aparecieron anunciados en los programas de mano: los pajaritos que se colaron en la sala, vaya usted a saber cómo, y que acompañaron con sus trinos todo el tercer acto. Cuando se comenzaron a escuchar pensé que era una grabación que pretendía ambientar el momento o un móvil, pero al poco ya nos percatamos todos de que aquello no eran efectos especiales. En todos los años que llevo yendo a Les Arts no recuerdo que nunca se haya producido una invasión avícola de la sala.

El teatro anoche presentaba un aspecto inmejorable, completamente lleno y, como suele ser habitual en funciones de pretemporada, con bastante público joven. No pude fijarme demasiado en quienes ocupaban el palco aunque sí vi una nutrida presencia de miembros del renovado Patronato, con su presidenta Susana Lloret al frente. No estuvo especialmente cálido el público, pero la frialdad de la dirección y de la pareja protagonista tampoco motivaba mucho más. Tan sólo interrumpieron los aplausos la representación al finalizar Liú el Signore ascolta y tras la escena de Ping, Pang y Pong que abre el segundo acto. Al terminar la función hubo generosos aplausos para todos, a excepción de esos abucheos aislados a la Wilson que ya he comentado. Las mayores ovaciones fueron para el coro, Urbieta-Vega y la orquesta, y me pareció oír que el director Alpesh Chauhan recibía también alguna protesta. Los pajaritos, inexplicablemente, no saludaron.

Bueno, pues hasta aquí la primera crónica de la temporada. Espero que la cosa vaya mejorando cuando se inicie ya oficialmente el nuevo ejercicio operístico en diciembre. En cualquier caso el objetivo de la pretemporada está cumplido. Todo el aforo vendido y, pese a que los listillos más veteranos nos pongamos en plan exquisito, una muy buena receptividad por parte de la mayoría del público que parecía salir contento y con ganas de más. ¿Qué queréis que os diga? También hay a quien le va la disciplina inglesa…

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ACTUALIZACIÓN A 19/10/18: El Palau de les Arts ha anunciado hoy oficialmente que Jennifer Wilson cancela por baja médica el resto de funciones de Turandot que tenía previsto cantar. La italiana Teresa Romano que estaba anunciada para la representación del día 26 de octubre, asumirá además las de los días 23 y 28; mientras que será la soprano eslovena Rebeka Lokar quien lo haga los días 20 y 31.

Se insiste desde Les Arts en que la causa de la cancelación de Wilson es una baja médica. Mientras tanto, la soprano norteamericana se ha limitado a publicar en su perfil de facebook lo siguiente:

I will never forget my brief run as Turandot here in Valencia. At both the general probe and the premiere, I gave performances on a par with my best of my 80-plus Turandot shows around the globe. I greatly appreciate the thunderous ovations I received at the packed-to-the-rafters General and (with four or five noisy exceptions) at the premiere. Toi Toi Toi to my wonderful colleagues for the remainder of the run!

lunes, 23 de mayo de 2016

"CAFÉ KAFKA" (Francisco Coll) - Palau de les Arts - 22/05/16

A muchas personas, escuchar hablar de ópera contemporánea todavía les pone los pelos de punta. Yo mismo he sido testigo hace pocos días en el Palau de les Arts de cómo algunos aficionados, mientras se chupaban media botella de cava en el descanso de Idomeneo, se lamentaban amargamente por haberse incluido en la programación cosas tan interesantes como la Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger, que se estrena el próximo jueves 26; El sueño de una noche de verano, de Benjamin Britten, que se estrenará el 10 de junio; o la ópera que se estrenó ayer, Café Kafka, del valenciano Francisco Coll; considerándolo casi como una invitación al público para que se aleje del teatro.

Este es un tema que daría para un extenso debate y no es el momento, pero sí quiero dejar constancia de mi discrepancia. Es fundamental que el Palau de les Arts mantenga, como columna vertebral de su programación, ópera popular de repertorio que garantice la presencia de espectadores, pero un teatro público no puede limitarse a programar Bohèmes, Aidas, Traviatas y Toscas una y otra vez. Considero un acierto de la dirección del teatro que en la temporada, junto a títulos populares, se incluyan creaciones menos conocidas, pero que tienen un enorme interés. Y el público merece al menos poder acceder a ellas.

Sobre todo si, como es el caso de Café Kafka, estamos además ante una obra de un joven compositor valenciano, de apenas 30 años de edad, que ha obtenido ya un indiscutible reconocimiento internacional.

Es verdad que este tipo de composiciones quizás exigen un esfuerzo mayor del espectador para conseguir seducirle, pero no siempre el placer inmediato que puede provocar la escucha de una melodía armoniosa ha de ser mayor que el de descubrir nuevas formas, nuevas sonoridades y nuevos cauces para transmitir y compartir emociones, que, al fin y al cabo, debe ser el objetivo principal de cualquier creación artística.

La ópera estrenada ayer, para quien, como es mi caso, ni es profesional de la música ni tiene unos sólidos conocimientos musicales, es una obra complicada. Cuando alguien escucha por vez primera La Bohème, aunque no llegue a entender todos los valores o claves que encierra, simplemente por sus melodías queda fascinado y sabe que aquello le gusta. Cuando se accede a una obra como Café Kafka, la primera reacción es casi de desagrado, de prevención ante unas pautas que no entran en nuestros esquemas auditivos más clásicos. Las primeras notas que abren la ópera o la primera intervención de la soprano, son casi hirientes. Se necesitan ciertas claves para poder entender mejor ese espectáculo que se está ofreciendo y valorarlo como merece.

En esta ocasión además somos unos privilegiados por poder tener la oportunidad de preguntarle al propio autor. No tenemos que especular con lo que Mozart o Verdi nos quisieron contar. Así, por ejemplo, como explicó el propio compositor en su encuentro con el público hace unos días, sabremos que ese comienzo de la ópera es un pasodoble descompuesto y vuelto a recomponer; o que esa sensación de desasosiego que nos provoca en algunos momentos la obra es algo buscado a propósito para introducirnos en el mundo interior de los personajes y en sus sentimientos de angustia.

El estreno mundial de Café Kafka tuvo lugar en 2014 en el Festival de Aldeburgh y ha sido representada también en la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Opera North de Leeds, que fueron los tres teatros que hicieron a Francisco Coll el encargo de componer una ópera.

El libreto ha sido escrito por la australiana Meredith Oakes. No se trata de la adaptación operística de una obra concreta de Franz Kafka, sino que ha acudido junto a Coll a una serie de relatos cortos del escritor checo, unos quince, sin tomar ninguno de ellos, pero extrayendo elementos de todos: de algunos unas frases, de otro un personaje, etc. Y, principalmente, lo que se intenta plasmar es la visión crítica de la realidad de su tiempo contenida en esos cuentos que podría ser válida en nuestros días, porque nos habla en definitiva de la tragedia humana, de la incomunicación y de la soledad del individuo.

Yo, personalmente, eché de menos una línea argumental más continua y una construcción dramática menos  surrealista, menos “kafkiana”, que centrara más la atención del espectador; pero, al fin y al cabo, se estaba hablando de Kafka

La dirección escénica para la ocasión se ha encomendado al británico Alexander Herold, contando con el equipo técnico habitual del Palau de les Arts: la escenografía de Manuel Zuriaga, vestuario de José María Adame y la iluminación de Antonio Castro.

La acción se desarrolla en un café atemporal y sin ubicación concreta. Tal y como ya se hiciese en el estreno inglés, se ha optado por llevar a la reducida orquesta al escenario, simulando ser una especie de orquestina del café. Aquí además se ha aprovechado para cubrir el foso de la sala Martin i Soler, extendiendo el espacio escénico hasta la primera línea del patio de butacas, consiguiendo así una mayor cercanía entre la acción dramática y el espectador. Esa cercanía se multiplica desde los mismos prolegómenos a la representación, al estar ya en escena los músicos, cantantes y figurantes mientras el público va ocupando sus butacas.

Al eliminarse el foso, también se ha eliminado la pantalla de subtitulado que normalmente se coloca en esta sala tras el director de orquesta, en la unión entre el foso y el patio de butacas. Esta vez el sobretitulado se lleva a una pantalla en la parte derecha del escenario, integrada en la acción pero bastante esquinada y donde la iluminación de la escena le afecta, lo que originó que costase encontrarla y durante los primeros minutos el público se mostrase algo desconcertado pensando que no se estaba ofreciendo la traducción.

Los colores y la luz presiden esta puesta en escena en la que hay una clara alusión a la obra pictórica del holandés Piet Mondrian. Estéticamente el resultado me parece deslumbrante y muy apropiado para esta creación operística. Las combinaciones de los colores primarios del universo de Mondrian se adaptan perfectamente para ambientar la abstracción argumental y el colorido orquestal, tan acusado y extremo, presente en la partitura de Coll. También el vestuario de los protagonistas refleja esos colores con el tenor en azul, la soprano en rojo, la mezzo en amarillo y el contratenor en blanco. Es justo destacar también el buen trabajo realizado por Ricardo Sile con los movimientos escénicos.

Muy conseguida me parece la resolución de la aparición en escena del cazador Gracchus, pese al aspecto troglodítico del personaje que no en vano es un muerto que vaga eternamente, una especie de holandés errante sin barco fantasma.

En conjunto, el resultado me satisfizo bastante tanto desde el punto de vista estético como de ajuste dramático a un texto y una música que no me parecen sencillos de coordinar.

Café Kafka es una ópera de cámara. Está escrita para diez instrumentos: percusión, incluyendo un glockenspiel, violín, viola, violonchelo, contrafagot, flauta, contrabajo, trombón y clarinete. No está concebida la escritura buscando tanto una conjunción musical orquestal, como diseñando un colorido tímbrico que se ajuste al desarrollo dramático. La partitura es angulosa, como la califica el propio autor, llena de aristas, contrastes exagerados con instrumentos y texturas extremas, y una progresiva fuerza e impulso rítmico ascendente que acaba por atraparte. El punto culminante, a mi juicio, llega con la aparición del cazador Gracchus, donde la partitura se serena y adquiere una poderosa intensidad emocional.

El norteamericano Christopher Franklin se ha puesto al frente de los solistas de la Orquestra de la Comunitat Valenciana que no han ocupado el foso, como ya he comentado antes, sino que estaban integrados en la acción dramática en el escenario. Ante una obra tan singular, que no he escuchado nunca antes y de la que no puedo tener referencia alguna, valorar la dirección de Franklin sería una osadía por mi parte. Únicamente puedo destacar dos cosas, una en positivo y otra en negativo. Como punto a favor, encontré una increíble coordinación de la orquesta con las voces, pese a que la ubicación del director hace muy complicado para los cantantes, que lo tienen a su espalda, seguir sus indicaciones. Obviamente había monitores estratégicamente situados que facilitaban la labor, pero el ajuste me pareció perfecto y muy meritorio.

En la parte negativa, diría que Franklin abusó de volumen y daba la impresión de no ser muy consciente de la endeblez de algunas voces y del daño que podía hacerles la salida de los músicos fuera del foso.

Para este estreno se ha decidido encomendar las cinco voces solistas a tres alumnos del Centre Plácido Domingo, Miriam Zubieta, Elisa Barbero y Pablo Aranday; un ex alumno, el tenor cordobés Pablo García López; y al contratenor inglés William Purefoy, quien ya participase en el estreno de la obra en tierras inglesas.

Como filosofía de partida, que se optase por encomendar a alumnos del Centre este tipo de obras me daba bastante miedo, primero por la dificultad que entraña para voces en proceso de formación; y después porque precisamente este tipo de óperas que resultan más complicadas para el gran público deberían ofrecerse con el mayor nivel de calidad posible. Pero igual que digo lo anterior, he de reconocer en esta ocasión que la labor llevada a cabo por los intérpretes en el estreno de ayer fue muy notable y digna de elogio.

En general, todos ellos destacaron en el apartado de interpretación actoral, mientras que en lo vocal hubo mejores resultados en la parte femenina que en la masculina.

Destacaría principalmente a Elisa Barbero con una voz amplia, poderosa, muy timbrada y con una dicción estupenda. También respondió al exigente papel Miriam Zubieta, mostrándose afinadísima y segura en los agudos y pizpireta y desenvuelta en la faceta dramática.

Pablo García López cantó ofreciendo detalles de muchísimo gusto y con solvencia cuando la partitura se elevaba; sin embargo fue víctima de una escritura con demasiado recorrido por una zona grave en la que su instrumento no respondía igual.

Tiene muchísimo mérito la breve intervención de Pablo Aranday cómo Gracchus, y sus cambios en tiempo record de los tres personajes que asume, aunque en lo vocal sus graves carecieron de peso. Por su parte, el contratenor William Purefoy me defraudó un poco, perdía la impostación en cuanto se adentraba en terrenos graves y me dejó con la duda de si era un problema suyo o de una escritura inapropiada para la vocalidad.

El público aplaudió sin reservas al finalizar la representación a todo el elenco vocal, músicos y equipo escénico; y el compositor y la libretista fueron llamados a salir al escenario, donde recibieron también el caluroso reconocimiento de las personas que llenaban más de las tres cuartas partes de la sala del Teatre Martin i Soler. No hubo lleno, pero tampoco puede considerarse un fracaso, tratándose de una obra de estas características que se representaba a las 6 de la tarde de un soleado domingo de primavera. Y esto me lleva a una última reflexión.

No entiendo por qué el teatro valenciano sigue siendo tan cuadriculado y obtuso respecto a los horarios de las funciones. Ha sido, a mi juicio, un acierto el diversificar esos horarios, adelantando a las 19 y 18 horas, respectivamente, el comienzo de las representaciones los sábados y domingos. Pero, igual que cuestiono que una ópera especialmente larga tenga que comenzar a las 20 horas por muy día laborable que sea, originando que se salga del teatro pasadas las doce o la una de la madrugada, también critico que una ópera de 45 minutos, como es Café Kafka, tenga que comenzar un domingo de mayo a las 18 horas, estando el público ya en la calle a las 18.50.

En mi humilde e inútil opinión, un teatro de ópera, aunque debe mantener sus horarios generales, tiene que ser capaz de asumir mayor flexibilidad para ajustar los mismos a las peculiaridades concretas de determinadas óperas, a fin de procurar ofrecer un mejor servicio al público y garantizarse una mayor asistencia.

Ya acabo, os animo a todos a acercaros estos días 25 o 28 al Palau de les Arts a acudir a estas funciones que restan de Café Kafka. Es una experiencia distinta, pero pienso que muy satisfactoria y, en el peor de los casos, sólo dura 45 minutos. Y no siempre se tiene la ocasión de poder asistir al estreno de una ópera junto a su compositor…