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sábado, 3 de junio de 2017

"THE TURN OF THE SCREW" (Benjamin Britten) - Palau de les Arts - 02/06/17

Anoche se estrenó en el Teatre Martin i Soler del Palau de les Arts The turn of the screw (La vuelta de tuerca), la segunda ópera de Benjamin Britten que se representa en el coliseo valenciano desde su inauguración. El año pasado se inició este particular ciclo Britten con una fantástica producción de A midsummer night’s dream y la próxima temporada está previsto que continúe nada menos que con la gran Peter Grimes. Ojalá se mantenga esta presencia anual de Benjamin Britten en nuestro teatro por mucho tiempo, creo que es uno de los grandes aciertos del intendente Livermore.

Desde que se anunció la programación de esta temporada, el acontecimiento que más me ilusionaba era este estreno de The Turn of the Screw, si bien ya manifesté entonces que me dejaba cierto sabor agridulce el que se hubiera decidido encomendar su interpretación a alumnos del Centre de Perfeccionament. Me parece una sabia opción que se haya optado por representarla en el Teatre Martin i Soler, porque no deja de ser una ópera de cámara y resulta mucho más apropiado; pero dije, y mantengo, que, sin poner en duda la valía de los alumnos (unos más que otros) del Centre, la introducción de Britten en la programación habitual de Les Arts requiere que se ofrezcan buenas producciones y con buenas y adecuadas voces. La música de Puccini, por ejemplo, entra sin vaselina; la de Britten, al neófito se le puede atragantar más, pero siempre defiendo que un Britten bien interpretado te engancha para siempre.

Bueno, pues después de mis miedos iniciales, he de reconocer que la labor que llevaron ayer a cabo los alumnos del Centre fue espléndida. Hubo cosas mejores y peores, pero, en conjunto, el resultado vocal fue más que digno. Así que bravo por ellos y por quienes les hayan preparado concienzudamente, porque además la asunción de vocalidad y estilo fue magnífica.

Por el contrario, cuando vi que de la dirección escénica se encargaría el intendente multiusos Davide Livermore, pensé que su habilidad e ingenio y la potente base del libreto nos conducirían a una producción impactante. Y, en mi humilde opinión, no fue así. Me decepcionó bastante.

Esta nueva producción de Les Arts se mueve, como desgraciadamente viene siendo habitual, muy condicionada por las limitaciones económicas de la casa, de las que Livermore siempre ha sabido extraer oro puro. Ayer también ofreció cosas interesantes y visualmente atractivas, pero no acabó de redondear la faena ante un material que pienso que daba mucho más juego.

La escenografía es mínima, apenas unos elementos de mobiliario, un espejo que simboliza el lago (con reflejos molestos para el espectador, por cierto, otra vez más) y el resto de la acción será enmarcado por unas enormes paredes móviles que irán creando los diferentes ambientes y, sobre todo, simbolizando de forma efectiva la creciente presión psicológica que irán sufriendo los protagonistas. La inquietud de la vida en esa casa se enfatizará a través de atractivos juegos de luces y sombras que añaden un punto turbador y expresionista. Creo que todas estas ideas funcionan bien, pero después de las primeras escenas todo se vuelve repetitivo y poco original. Ese parpadeo de la luz de la lámpara, por ejemplo, al principio contribuye a desasosegar al espectador, pero acaba mareándole.

Los efectos con la vela, las cartas o el vaso son interesantes. Que los fantasmas aparezcan en la pared, cantando detrás de ella, funciona visualmente bien, pero, sobre todo en el caso del tenor, dificultaba su proyección. Las escenas en que se gira el mobiliario y la casa se pone patas arriba, también impactan de inicio, pero luego te dejan padeciendo por si la cantante estará bien amarrada al sillón.

No me gustó en absoluto que en el sugestivo prólogo en el que suena el piano acompañando la voz del narrador, ésta saliera de un televisor, con sonido metálico de grabación y con la gracieta del chisporroteo de las interferencias televisivas. Y luego, ese recurso de que los espectros canten y doblen la voz y gestos los protagonistas para que nos demos cuenta de que no dejan de ser diferentes caras de la misma moneda, ya está bastante manido por el señor Livermore.

En conjunto la producción no funciona mal, presenta puntos de interés y sirve para conducir dramáticamente la acción. Y si valoramos los medios económicos disponibles le otorgaremos más mérito, pero yo me sigo quedando con esa impresión de que me esperaba bastante más.

En el foso, al frente de la, reducida para la ocasión, Orquestra de la Comunitat Valenciana, volvió a situarse el norteamericano Chistopher Franklin, quien ya lo hiciese anteriormente en Juana de Arco en la hoguera, de Honegger, y en Café Kafka, de Francisco Coll.  En ambas ocasiones, especialmente en la primera de ellas, no me convenció nada de nada. Y ayer me volvió a generar las mismas impresiones. Su dirección fue completamente plana y desmanotada, sin prestar atención alguna a los detalles y matices que son tan importantes en una partitura como esta. Abusando del forte, sin administrar la tensión en los crescendos y fallando a la hora de dotar de equilibrio al conjunto orquestal. Por el contrario, se mostró muy atento con la escena, dirigiendo y marcando las entradas a los cantantes y logrando que estos siguiesen a la orquesta en los momentos más complicados. No sé muy bien qué es lo que han visto en este director para insistir en traerle, pero me preocupa seriamente, después de los resultados de ayer, lo que pueda perpetrar el año que viene con una ópera de enorme envergadura y exigencia como es Peter Grimes.

Que la dirección no acabase de estar a la altura no resta mérito al virtuosismo exhibido por todos y cada uno de los músicos que ayer ocupaban el foso, ofreciendo una vez más unas prestaciones excelentes. Sería injusto destacar a nadie en particular porque todos se mostraron al mejor nivel: celesta, piano, arpa, violines, viola, chelo, contrabajo, flauta, clarinete, oboe, fagot, trompa y percusión. Todos brillaron ante una partitura difícil y en una orquesta de cámara donde cualquier error queda inmediatamente en evidencia. Vaya lujo de músicos seguimos teniendo.

Como decía al principio, mi mayor miedo al inicio no eran los fantasmas de Quint y Jessel, sino el rendimiento que pudiesen dar los alumnos del Centre. He de reconocer que ese miedo se disipó bastante en cuanto se anunciaron oficialmente los nombres de Karen Gardeazabal y Nozomi Kato, posiblemente las dos mejores voces que ha dado el Centre en los últimos años, para los papeles de Institutriz y Mrs. Grose; pero, aún así, hay que felicitar a todos los cantantes que intervinieron ayer por los buenos resultados obtenidos.

El papel de La institutriz no es precisamente una perita en dulce, resulta muy complicado de cantar y de interpretar, y ayer Karen Gardeazábal estuvo a la altura en ambas facetas, ofreciendo una entrega absoluta. Es verdad que quizás se echó de menos esa madurez requerida para saber crear y administrar, vocal y escénicamente, la evolución psicológica que requiere este personaje; pero en cualquier caso lo cantó fantásticamente bien, con ese instrumento poderoso, compacto y de bello color que posee, con una dicción muy buena, un fraseo claro y expresivo y con un arrojo dramático imponente. Además, tratándose de una función de alumnos del Centre no toca cebarse en la faceta negativa, sino alabar lo positivo que se escuchó anoche, que no fue poco. Esta mujer, aunque nos pese, debería ir pensando en volar más allá del Centre Plácido Domingo y encarar una carrera que le está pidiendo a gritos retos mayores.

Muy notable también fue la señora Grose que nos brindó Nozomi Kato, quien ya nos conquistase el año pasado en otro Britten, con su papel de Hermia en A midsummer night’s dream. La cantante japonesa dio adecuada réplica vocal e interpretativa a Gardeazabal y los dúos entre las dos jóvenes intérpretes del Centre fueron de una alta intensidad emocional.

También me sorprendieron muy gratamente la Miss Jessel que compuso Marianna Mappa, así como la Flora de Giorgia Rotolo. Menos me convenció Andrés Sulbarán en el difícil rol de Peter Quint. Tuvo alguna desafinación y le faltó algo de brillo e incisividad, pero, como digo, el papel es muy complicado y se observó un notable esfuerzo por ajustarse al estilo, lo cual es de agradecer.

Posiblemente el triunfador de la noche fuese el joven del Trinity School Croydon, William Hardy, un Miles espléndido… con lo difícil que es encontrar una voz blanca adecuada al personaje y que además esté a la altura interpretativa que el rol demanda. Ni un reparo se puede hacer a su labor como actor, con un repertorio gestual tan sutil como eficaz que transmitía sus emociones de forma perfecta. Con un rendimiento vocal francamente bueno, siguiendo sin despistes a la orquesta y dotando de expresividad al canto, poniendo así la guinda a una actuación sobresaliente. Si hubiera que poner algún reparo, aunque no es culpa suya, es que el muchacho ha pegado ya el estirón y se le veía grandote para lo infantil del personaje.

La sala del Teatre Martin i Soler presentaba un buen aspecto cercano al lleno, con notable presencia de personal foráneo. Para lo que suele ser habitual en este tipo de representaciones no hubo apenas más que un par de deserciones durante la función y en los momentos en que la música se relajaba se percibía un silencio bastante sintomático de que el público estaba metido de lleno en la historia. Los aplausos fueron generosos para todos, incluido Livermore y su equipo escénico, aunque Gardeazabal, el muchachote Hardy y la orquesta fueron los que concitaron el mayor entusiasmo.

En definitiva, una noche con Britten de rechupete, mucho más satisfactoria de lo que de entrada me esperaba. Aún quedan dos funciones, mañana domingo y el sábado 10, con entradas de 25 euros. Sinceramente pienso que vale la pena acercarse a esta obra maestra. Yo repetiré.


domingo, 13 de diciembre de 2015

"SILLA" (G. F. Haendel) - Palau de les Arts - 12/12/15

Cuando se presentó la temporada operística del Palau de les Arts, allá por el mes de junio, nuestro Intendente Davide Livermore anunció que la ópera Silla, de G.F. Haendel, sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”. Al comenzar la pretemporada en octubre, pudimos comprobar que quien aparecía anunciada era Meredith Arwady, una contralto norteamericana que, sin poner en duda su valía, ni por fama ni por repertorio cumplía el perfil de estrella mundial del barroco. Y, finalmente, ha sido una aún más desconocida Benedetta Mazzucato quien ha protagonizado anoche el estreno de Silla. Parece que en Les Arts, sea quien sea quién maneje su timón, hay cosas que se repiten una y otra vez y que ya parecen formar parte de su peculiar idiosincrasia.

El Intendente Livermore, en una reciente rueda de prensa, anunció también que la programación de esta ignota ópera de Haendel para ser interpretada por alumnos del Centre Plácido Domingo respondía a lo que él denominó “la revolución del sentido común” (chúpate esa), que consiste, según él, en apostar por la calidad de los espectáculos, independientemente de que se trate de obras no tan conocidas por el gran público y aunque sus protagonistas no sean siempre estrellas, sino gente preparada, como era el caso de quienes figuran en el Centre.

Como declaración de intenciones me parece genial. Y hay que reconocer que este hombre tiene una labia que es capaz de venderle un jamón de jabugo a un Ayatollah, el problema puede venir cuando los resultados no se ajusten a los propósitos. Y, en mi opinión, eso es lo que sucedió ayer.

Me parece una gran idea que se incluyan en la temporada títulos minoritarios, de forma que el público no se limite a escuchar una y otra vez los clásicos Traviata, Bohème, etc. y pueda abrirse a nuevas propuestas.

Y también me parece estupendo que se den oportunidades a jóvenes cantantes, sin necesidad de que sean estrellas mediáticas, siempre que respondan a los niveles de calidad que el nombre de este teatro y la excelencia de sus cuerpos estables merece. Así ha ocurrido en el pasado con muchos de los cantantes que han pasado por Les Arts con enorme éxito antes de su reconocimiento internacional (Amber Wagner, Jennifer Wilson, Jorge de León y un largo etcétera). Pero anoche esa calidad no estuvo presente. Entre los cantantes hubo de todo, bueno, malo y regular; pero incluso en lo bueno el nivel me pareció más propio de estudiantes de conservatorio que de cantantes seleccionados para perfeccionarse en el Centre.

Lo he dicho en alguna ocasión, y lo sigo pensando, que el nivel del alumnado del Centre Plácido Domingo es muy inferior en los últimos años al que tuvo en un principio. Dicho esto también afirmo que lo que escuché anoche me gustó más que las representaciones del Centre del año anterior.

Entiendo, y así lo he mantenido siempre, que no se debe medir por el mismo rasero a estos cantantes del Centre que a los que se contraten para los espectáculos de la temporada de abono, pero cuando desde el teatro se nos pretende colar que esta es una alternativa de calidad, me considero en mi derecho de, al menos, discrepar. Anoche hubo una diferencia abismal entre la calidad de la parte musical y el apartado vocal.

Y el capítulo escénico tampoco acabó de convencerme. Se trata de una nueva producción del Palau de Les Arts que se ha encargado a la joven directora italiana Alessandra Premoli. El resultado es demasiado parecido a cualquiera de los trabajos que ha hecho anteriormente el Intendente Livermore para ser representados por alumnos del Centre, aunque habiéndose pagado aquí a un tercero (Premoli). Quizás esta sensación se deba a que se contaba con la escenografía de Manuel Zuriaga, la iluminación de Antonio Castro y el vestuario de José María Adame; es decir, los habituales colaboradores de la casa. La escenografía está compuesta por un par de paneles móviles y un graderío giratorio que igual representa un ágora, un circo o un parlamento; y los juegos de luces crean una sugerente ambientación para algunas escenas.

Su propuesta no me parece que aporte nada especial. En su defensa se ha de decir que tiene un enorme mérito perder tiempo y esfuerzos en poner en escena un libreto que es una ñorda elefantiásica. Pero la labor de dirección de actores me resultó menos conseguida que en otras ocasiones y limitarse a representar diversas escenas de violencia para que veamos lo malo que es el dictador, hacer veladas referencias a la Italia fascista o simbolizar a los oprimidos con alusiones a las madres de la Plaza de Mayo, no creo que sea nada muy original ni que constituya una inteligente transposición del drama a la época actual. No quiero decir que el trabajo de Premoli sea rechazable, pero me pareció absolutamente intrascendente.

Es de enorme interés la tarea que lleva a cabo Fabio Biondi para la investigación y recuperación de óperas perdidas, como es el caso de este Silla. Decía el maestro Biondi que el motivo de que Haendel hubiera dejado esta ópera en un cajón, llevándose parte de su música a Amadigi di Gaula, era un tema político de la época. Después de lo visto ayer yo más bien sospecho que el compositor pudiera haberse dado cuenta de la inconsistencia y ridiculez del libreto y decidiese dedicar la música a otros fines más loables. Y es que, a diferencia del texto, la partitura de Haendel contiene momentos bellísimos, a los que además Fabio Biondi supo sacarle el mejor partido posible.

Era la primera ocasión en que Biondi ocupaba el foso de Les Arts para dirigir una ópera. Ya pudimos verle en octubre al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, de la que fue nombrado en marzo director titular junto a Roberto Abbado, interpretando Davidde Penitente de Mozart, y tengo que reconocer que entonces me defraudó bastante. Ayer, sin embargo, creo que Biondi llevó a cabo un trabajo excelente de dirección que da motivos para ser optimistas.

Dirigió Biondi sin batuta, al violín, tal y como era costumbre cuando la obra fue compuesta. En alguna de sus primeras intervenciones como solista se observaron imprecisiones en la digitación, pero en las siguientes dejó instantes sublimes. La dirección de Biondi fue ágil, clara, con pulso dramático y estuvo plagada de modulaciones y matices soberbios que proporcionaron toda la expresividad que faltaba en escena. Cuidó muchísimo la endeblez de la mayoría de las voces y marcó con precisión todas las entradas. La escena de la tormenta fue extraordinaria y maravilloso el acompañamiento de las cuerdas en “La vendetta è un cibo al cor”.

En el foso destacaron toda la noche las intervenciones de Guiorgui Anichenko al violonchelo, Pierre Antoine Escoffier al oboe y un magistral Rubén Marqués a la trompeta, especialmente en el “Con tromba guerriera” que puso fin al primer acto.

En cuanto al apartado vocal, ya he dicho anteriormente lo poco que me satisfizo. Destacaría la delicadeza con la que Federica di Trapani acometió el aria de Flavia “Un sol raggio di speranza”, regulando y dando intención al texto, siendo también la cantante que mejor se manejó en los recitativos, masacrados por la generalidad del reparto. Me gustó también el color, volumen, proyección y sentido del legato de la soprano mejicana Karen Gardeazábal como Metella, aunque se le atragantasen las agilidades. Buenos detalles apuntó también Nozomi Kato como Celia, pese al infame vestuario que tuvo que padecer, mezcla de colegiala nipona y jotera, destacando especialmente en su aria “Sei già morto, idolo mio”.

Por respeto a los alumnos del Centre obviaré las consideraciones más negativas sobre ellos, pero sí señalaré que, curiosamente, lo peor de la noche vino de las dos únicas cantantes que no pertenecían al Centre Plácido Domingo. Adriana Di Paola, se cargó el papel de Claudio, el más  extenso de esta ópera, con voz entubada y destemplada, que cuando entraba en terrenos de agilidad no se sabía si cantaba, reía o le daban arcadas, y exhibió la expresividad dramática de un airgamboy.

Por su parte, Benedetta Mazzucato, en el rol del dictador Lucio Cornelio Sila, tan sólo ofreció agradable timbre en la zona central mientras no entraba en terrenos comprometidos, pero los graves se los dejó en Roma, con las agilidades mostró más problemas que Stephen Hawking saltando vallas y sus recitativos parecían el penoso declamado de un actor de teleserie española juvenil. Es inaudito que desde Les Arts no se haya encontrado ninguna alternativa mejor para el papel protagonista de esta ópera, y haber pasado de anunciar a una estrella mundial del barroco a traernos a Mazzucato es una tomadura de pelo en toda regla.

La figuración recayó esta vez en alumnos de la Escola Superior d'Art Dramàtic de Valencia (ESAD), quienes realizaron una meritoria labor con los mimbres que le atribuyó la dirección escénica.

La sala del Teatre Martin i Soler se encontraba prácticamente llena, con bastante gente joven, y se dejaron ver por allí el tenor José Manuel Zapata, el principal director invitado de la casa, Ramón Tebar, el director húngaro Henrik Nánási y Plácido Domingo junto a su esposa. El público no se mostró especialmente cálido durante la representación, aunque al final se aplaudió y braveó a discreción, especialmente a la orquesta y a su director, Fabio Biondi.

Expediente X digno de consultar a Iker Jiménez fue el origen de las ráfagas de olor a fritanga o churrería que inundaban la sala de vez en cuando, habiéndose confirmado que no se trataba de que hubiesen echado a la bañera de aceite hirviendo a quien seleccionó el reparto vocal.

Pese a todo lo dicho creo que siempre merece la pena acercarse a descubrir una ópera nueva, sobre todo si está plagada de bella música, como este Silla de Haendel y si de paso se puede disfrutar del buen hacer de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, mucho mejor.