Mientras seguimos esperando que la dirección de Les Arts se digne anunciar oficialmente los títulos que compondrán la próxima temporada operística 2017/2018, ayer tuvo lugar en el coliseo de Calatrava el estreno de una de las obras que más expectación habían generado este año entre algunos de nosotros, Werther, de Jules Massenet, una de las cumbres del repertorio operístico romántico francés.
Resumiendo las impresiones que enseguida desarrollaré, diré que salí bastante decepcionado, por culpa sobre todo de unas prestaciones vocales que no me convencieron y una puesta en escena insulsa, cursi y bastante idiota; y ello pese a que la dirección musical me pareció sobresaliente.
La dirección de escena corre a cargo de Jean-Louis Grinda en esta nueva coproducción del Palau de les Arts y la Opéra Monte-Carlo. Del regista monegasco ya hemos podido ver en este teatro su trabajo para The telephone, Amelia al ballo, y la Tosca que se representó en 2011 y 2012. Dije entonces de su labor en Tosca que me resultó previsible y anodina, de planteamiento muy clásico, con una escenografía pobre y absurda y una vulgar dirección de actores. Y lo cierto es que podría decir lo mismo de lo visto ayer en Werther.
La propuesta es enormemente clásica y si el libreto dice clavecín, nos coloca un clavecín en mitad del escenario, si se habla de pistolas, allí están en un armariete, también el libro, las cartas… La única licencia que se toma el señor Grinda es presentarnos toda la obra como un flashback del protagonista que ya nos aparece durante el preludio con su camisa ensangrentada contemplando un espejo que se romperá y que permanecerá presente en el escenario durante toda la representación.
Esto del flashback no es ninguna novedad, pero además en este caso lo considero un recurso fallido. No tiene sentido porque para eso tienes que respetar el punto de vista del personaje principal y ver toda la obra a través de sus ojos, lo que resulta imposible en todas aquellas escenas en las que Werther no participa, salvo que le hagas estar por allí pululando para que veamos su espíritu contemplar la acción. Esto sólo se lleva a cabo poco antes de la entrada del personaje en el tercer acto, precisamente en el peor momento posible, pues se rompe todo el dramatismo de ese instante de Charlotte dudando si su amado aparecerá, mientras él está bambando por detrás mirando las pistolitas. Además resulta ridículo que se pase el personaje toda la obra vestido con la misma camisa llena de sangre.
Y si de vestuario hablamos me gustaría que alguien me explicase qué tipo de hecatombe climática hace que Albert llegue en el primer acto, que se desarrolla en el mes de julio, con abrigo y bufanda. Tampoco la caracterización de Schmidt y Johann como ancianos está conseguida, acercándose a una caracterización de función de colegio. Algo mejor aparece el personaje de Le Bailli, aunque con una pinta de Santiago Segura bastante risible. De los angelitos repipis casi mejor me callo porque la señora madre de Grinda no tiene culpa de nada.
La iluminación tampoco aporta absolutamente nada y todo es sosainas, plano y de andar por casa. La dirección de actores es igualmente vulgar y descuidada lo que, unido a la falta de sapiencia o ganas de la mayoría de los intérpretes, condujo a unos resultados pobres y aburridos en cuanto a dramatismo escénico.
Quizás pudiera reseñar la proyección que se ofrece durante el interludio musical entre el tercer y cuarto acto, con la imagen de Charlotte angustiada corriendo por un interminable camino nevado; pero, como ya sabéis, me repatea eso de que nos quieran entretener durante los fragmentos musicales
No quiero extenderme más sobre el componente escénico de este Werther porque pienso que no lo merece semejante pavisosez y tontunez que lo único que me provocó es sopor.
La riqueza melódica y el refinamiento orquestal de esta composición de Massenet, requieren una orquesta que esté a la altura y ayer encontró adecuado vehículo en nuestra Orquestra de la Comunitat Valenciana que volvió a sonar excepcionalmente; pero, sobre todo, necesita un director que sepa destacar y poner de relieve los inacabables matices de la partitura y Henrik Nánási nos brindó una lectura minuciosa y bellísima de esta maravillosa página. Lamentablemente, anoche en pocas ocasiones el escalofrío de la emoción me alcanzó; eso sí, cuando lo hizo fue siempre, salvo una excepción que luego comentaré, en momentos puramente orquestales: en el Preludio, donde ya vimos por dónde iban a ir las cosas musicalmente, con una variedad de matices y juegos de dinámicas portentosos; en el Claro de Luna del primer acto, donde los violonchelos sonaron celestialmente; o en el interludio entre tercer y cuarto acto, de una intensidad emocional enorme.
El equilibrio orquestal, la variedad dinámica y la fuerza expresiva fueron constantes toda la velada, con una cuerda grave en estado de gracia, como en la introducción al Pourquoi me réveiller, con destacadas intervenciones también en diferentes momentos de saxo, violín y metales. Nánási nos ofreció una cuidadísima labor de dirección, cuidando bastante las voces, aunque hubiese puntuales arrebatos de volumen orquestal, pero sucedió en instantes en los que lo que se requería era precisamente eso, arrebato emocional. También estuvo atentísimo al escenario dando las entradas a los cantantes con gesto claro y preciso.
Este hombre ha venido ya tres veces a Les Arts y siempre me ha entusiasmado; además, chúpate esa, tocando tres palos tan diferentes como son Bartok, Verdi y Massenet. Por mí, desde luego puede seguir viniendo todos los años varias veces. El otro día en la rueda de prensa de presentación de estas funciones, bromeaban Livermore y Nánási sobre lo bien que se siente éste cada vez que viene a dirigir, por el buen clima de València en comparación con el frío berlinés (dirige allí la Komische Oper) y afirmó confiar en que el Intendente le vuelva a llamar. Yo, si fuera Livermore (Dios no lo permita), intentaría llamarle para que se quede y hacerle titular de una orquesta que no parece sentirse especialmente cómoda con Biondi y Abbado, ni este último parece muy contento con Livermore. En fin, por pedir que no quede.
Hay quien me dice que soy un pelota con el Cor de la Generalitat y que siempre les pongo bien… Pues mira por donde hoy no voy a hablar bien del coro.
El papel protagonista de Werther se ha encomendado al francés Jean-François Borras, un tenor que alcanzó relevancia mediática en 2014 cuando hubo de sustituir en este mismo papel en el Metropolitan de Nueva York al inicialmente previsto Jonas Kaufmann, y que viene con valiosas referencias al haber cantado también en otros importantes teatros (Londres, Viena, Berlín). Yo, después de lo escuchado ayer, no acabo de entender qué es lo que le han visto de especial y le ha catapultado a la fama. No diré que tuvo una mala actuación porque faltaría a la verdad, pero no encontré nada tan relevante como para decir que nos encontramos ante una estrella, ni mucho menos.
Es un tenor lírico bastante ligero, con una vocecita de agradable timbre y acusado, y en ocasiones molesto, vibratillo, a la que, para mi gusto, le falta bastante enjundia y cuerpo. Ofrece un Werther joven, muy ajustado por frescura vocal, delicado y evanescente; pero tan delicadito lo quiere hacer todo, con medias vocecitas y falsetes, que muchas veces cualquier atisbo dramático se evapora, deviniendo, más que en un héroe romántico, en un cervatillo tembloroso. Muestra potencia y seguridad en el agudo, donde es la única zona en la que adquiere prestancia y potencia vocal. Su fraseo tampoco es lo refinado que sería deseable y la escasez de consistencia vocal la pretende suplir en los pasajes más dramáticos con algunos arranques que rozan lo verista. Su primer acto me resultó de una insulsez casi vegetal. Mejoró bastante en el segundo, y en el tercero quizás ofreciese sus mejores prestaciones, cuidando bastante su esperado momento en el aria, la cual resolvió con elegancia y solvencia. En el cuarto tuvo un pequeño accidente perdiendo la afinación y rozando el kikirikí. Escénicamente Borras tampoco me convence y, entre la desidia regista de Grinda y que el tipo tampoco es precisamente Marlon Brando, me resultó demasiado estático y poco natural. Mención especial merece su alargada agonía, durante la cual igual estaba tirado en el suelo exánime, como se levantaba raudo cual rayo y se ponía a cantar como un machote. En cualquier caso, pese a la subjetiva opinión de quien esto suscribe, Borras fue el gran triunfador de la noche y obtuvo el reconocimiento unánime del público.
Siempre he sentido una especial predilección por la mezzosoprano italiana Anna Caterina Antonacci; su Carmen junto a Kaufmann en Londres, o su Cassandre de Les Troyens del Châtelet parisino, entre otros muchos ejemplos, me parecen papeles referenciales. A sus 56 años sigue desprendiendo un carisma y una belleza inigualables, pero quizás esta interpretación de Charlotte le haya pillado ya en un momento algo tardío de su carrera, no porque haya disminuido su capacidad dramática y expresiva, pero sí porque la juventud del personaje queda completamente desdibujada ante un instrumento que ayer, y siento decirlo, parecía acabado. La voz de Antonacci ha perdido homogeneidad y presenta colores distintos a lo largo de un registro en el que, en sus zonas más extremas del agudo y grave, las notas tienden a abrirse y muestran un apreciable vibrato. El agudo roza el tambaleo y el grave no existe, convirtiéndose la mayor parte de las veces en un parlato. El centro sigue siendo bello, pero ha perdido consistencia, por lo que la emisión a veces deviene inaudible. Dicho todo esto, que no es poco, a mí su expresividad dramática y vocal me continúa cautivando y logró hacerme sentir a flor de piel la lucha interna de Charlotte entre su amor por Werther y su compromiso con Albert y con los convencionalismos sociales; especialmente en el que, para mí, es uno de los momentos más bellos y emocionantes de la ópera francesa, el aria del tercer acto Laisse couler mes larmes, donde, acompañada por el saxo y una orquesta inspiradísima, logró conmoverme.
Creo que Les Arts se ha equivocado de lleno encomendando el personaje de Albert al alumno del Centre de Perfeccionament Michael Borth. Me parece bien que los papeles menores de las óperas se ofrezcan al Centre, pero Albert, pese a que su presencia en escena es limitada, tiene una importancia en la obra que merecía algo mucho mejor, especialmente cuando el encargado de asumir el rol es alguien tan carente de estilo, de medios tan limitados y que transmite la emoción de un sándwich de pepino, como fue el caso de Borth. A mi juicio, fue un Albert absolutamente impresentable que convirtió al personaje en alguien irrelevante y que vocalmente llegó incluso a gallear en un par de ocasiones, con una emisión inconsistente y sin ninguna autoridad vocal. Realmente entre lo blandito de este Werther y el mequetrefe de Albert, la que tenía que haberse suicidado era Charlotte.
En el apartado vocal, posiblemente lo que más me convenció de la noche fuera la soprano Helena Orcoyen que hacía frente al repelente papel de Sophie y que tuvo una excelente actuación. Extraordinariamente adecuada al personaje, su voz ligerísima, de jilguerillo, limpia y cristalina, con la que esbozó un dulce fraseo, convirtió sus intervenciones en un soplo de aire fresco.
Si repelente es el personaje de Sophie no digamos los de Schmidt y Johann… La verdad es que en Werther, aparte de los dos protagonistas, el resto de papeles siempre me han parecido bastante odiosos y si hubiese metido la tijera Massenet creo que nos habría hecho un favor. Los miembros del Centre de Perfeccionament Moisés Marín y Jorge Álvarez fueron los encargados de encarnar a este par de vejestorios, pero, entre la primitiva caracterización escénica y sus exageraciones en los movimientos para hacernos creer que eran ancianos, la cosa acabó siendo grotesca. Vocalmente no obstante cumplieron de forma aceptable.
Otro bonico personaje es Le Bailli, ese carcamal, padre de Charlotte, que ha tenido ocho hijos y cuya esposa está fallecida, intuyo que suicidada ante la perspectiva de seguir siendo la coneja del señorito. El omnipresente miembro del Centre Alejandro López fue quien asumió el rol. Me convenció más que otras veces, supongo que porque su voz ajada y su habitual limitación para el movimiento escénico, en esta ocasión le iban bien al personaje. Además su entrega dramática fue algo mayor. Si hace poco dije que su faceta de actor no era mucho mejor que la de un sobao pasiego, creo que ha llegado el momento de ascenderle a Tigretón.
Estupendos vocalmente, aunque con algún despiste escénico, supongo que por fallos de dirección, estuvieron los niños de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats y las chicas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet.
La sala principal del Palau de les Arts presentó una buena entrada, aunque hubo notablemente más huecos que en los anteriores estrenos de la temporada. No sé muy bien qué es lo que ha ocurrido para que esta conocida ópera sea una de las que menos respuesta del público ha recibido hasta el momento. Los asistentes estuvieron bastante fríos, aunque interrumpieron con aplausos la representación al finalizar el aria de Charlotte Laisse couler mes larmes. Hubo ovaciones para todos al concluir la función, especialmente para el tenor Borras y la orquesta, pero no se prolongaron en exceso. De hecho los saludos se extendieron más allá de los aplausos.
Pues, como siempre, os animo desde aquí a acudir a ver este Werther y a forjaros vuestra propia opinión. Aunque sólo fuese por la belleza de las melodías compuestas por Massenet y por las excelentes prestaciones que Henrik Nánási extrae de nuestra orquesta, ya valdría la pena.
Como decía al comienzo, seguiremos aguardando a que el señor Livermore se decida a hacer público el contenido de la próxima temporada operística en València. Yo estoy deseando ya que lo haga para arremeter ante la ausencia que nos espera, una vez más, de Wagner, Strauss o Janáček y la saturación de repertorio italiano ya visto.