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martes, 3 de diciembre de 2019

"NABUCCO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 02/12/19


Gran expectación popular, lleno hasta la bandera, desaforada atención mediática, incluso con cámaras de televisión en la entrada a Les Arts preguntando a los espectadores si iban a apoyar a Plácido… la estrella era Plácido y todo parecía centrado en él. La vida es así de injusta a veces.

Injusta por muchos motivos. El primero porque, más allá de la categoría reconocida como el artista irrepetible de la historia de la ópera que es y será siempre Plácido Domingo, su situación vocal actual no justifica por sí misma ese interés por escucharle. Injusto es también que se lleve vendiendo todos estos días en prensa que es sólo la figura de Plácido la que ha hecho que se agoten todas las localidades de la totalidad de funciones de este Nabucco estrenado ayer, cuando la popular ópera verdiana digo yo que también habrá tenido algo que ver, y cuando había otros elementos objetivamente mucho más atractivos para el público que podrían y deberían haber influido en el éxito de la convocatoria, como la presencia en el reparto de la grandísima Anna Pirozzi o el contar todavía en nuestro teatro con uno de los mejores coros del panorama internacional, el Cor de la Generalitat, en una obra en la que el coro es precisamente su espina dorsal y su principal sustento dramático. E injusto es, finalmente, para el propio Plácido Domingo, que, a estas alturas de su incuestionable carrera, sea el morbo creado por las acusaciones de acoso que le han llevado a apartarse de la actividad en los teatros estadounidenses, el que protagonice los titulares y el que haya convertido de algún modo su presencia actual en Les Arts en una especie de plebiscito para demostrar que el público hispano no es como el norteamericano y va a acudir a aplaudirle y apoyarle, cante como cante, y donde sólo habría faltado que nos vistieran a los espectadores de flamencos como en Bienvenido Mr. Marshall.

Desde luego no seré yo quien abra aquí el melón de ponernos a teorizar y discutir sobre los presuntos acosos acaecidos, o no, muchos años atrás, pero para que no quepan dudas sobre mi postura quiero que quede claro que no me parece justificada la caza de brujas (o sátiros) desatada contra el artista; y que siempre he considerado que una cosa es la vertiente personal de cada uno de nosotros y otra la profesional. Cualquier tipo de abuso o acoso es condenable y lo rechazo de plano, así que si alguien ha cometido algún hecho reprobable penalmente y queda demostrado, que lo pague en los tribunales, se llame como se llame; pero no que se condene a un cantante preventivamente con su apartamiento de la escena por hechos no probados sucedidos en los tiempos del pantalón campana y juzgados, sin opción a defenderse, en las redes sociales con los criterios del politicorrectismo imperante en este nefasto siglo XXI. Pira mediática encendida y a pulverizar una carrera profesional inigualable.

Realmente la escena quizás la debería abandonar Domingo por otros motivos, como es el que sus condiciones vocales actuales y su condición física sigue yendo a peor y se corre el riesgo de que se acabe por deteriorar el recuerdo y la figura de uno de los mejores artistas de la historia; pero no por lo que hasta ahora se ha conocido de los famosos acosos. Especialmente cuando la vara de medir es tan diferente dependiendo de la conducta de que se trate o de la profesión a la que se dediquen algunos. Ahí tenemos sin ir más lejos a unos señores llamados Messio Cristiano, delincuentes sentenciados, y a quien nadie ha pedido que dejen de jugar en sus respectivos equipos por malhechores. Pero bueno, ya he dicho que no es mi intención debatir sobre este tema, en absoluto, y además tengo muchas cosas que quiero comentar del estreno de anoche.


La producción estrenada ayer de la Washington National Opera, en coproducción con The Minnesota Opera y Opera Philadelphia, cuenta con la dirección de escena y escenografía del estadounidense Thaddeus Strassberger y el vestuario de Mattie Ullrich, quienes fueron ya los responsables de otra producción verdiana que pudo verse en Les Arts en 2013, I due Foscari, también con el protagonismo de Plácido Domingo, aunque poco tienen que ver ambas producciones, salvo quizás algunos rasgos del vestuario. Si algo caracteriza a primera vista esta propuesta es, sin duda alguna, su tradicionalidad, vistosidad y la majestuosidad de cartón piedra en la ambientación de unas espectaculares Jerusalén y Babilonia, propias del álbum de cromos Vida y Color, con sus jardines colgantes, sus leones de la puerta de Ishtar, su barbudo Nabucodonosor… procurando que todo se ubique allí donde dice el libreto, con una escenografía consistente en su mayor parte en grandes telones pintados a la antigua, de esos que cuando pasaba el coro al lado de las columnas del templo de Salomón estas se movían ondulantes. Todo más clásico que un rollo de papel higiénico del Elefante. Una señora detrás de mí comentó entusiasmada que ya era hora de que trajesen a Les Arts puestas en escena como Dios manda. Lo que no me acabó de aclarar es si lo mandaba Jehová o Baal.

Debe reseñarse el llamativo vestuario de Mattie Ullrich, con colores vivos y luminosos para los babilonios y tonalidades blancas o crudas para el pueblo judío; así como también la iluminación de Mark McCullough que jugará un importante papel en una producción que puede gustar o no gustar, enseguida me voy a pronunciar sobre ello, pero a la que si algo no se le puede negar es que viene sustentada en un trabajo escenográfico con un impacto visual muy relevante.

Strassberger no se ha limitado a dejarnos la escenificación clásica sin más, y su innovación consistirá en una duplicación de la acción, con la colocación a la izquierda del escenario de unos palcos de teatro, con espectadores vestidos de época (siglo XIX) asistiendo a la misma función que nosotros, de tal modo que nos encontraremos con una función de ópera dentro de la ópera. Los personajes que asisten a la función y otros figurantes llevarán a cabo su propia trama con una acción dramática paralela durante la obertura, en los entreactos y en algún otro momento que ahora comentaré.

Parece ser que lo que se ha pretendido es escenificar lo que podría haber sido el estreno de Nabucco en 1842 en el Teatro Alla Scala, y digo bien, lo que podría haber sido, no lo que fue. Los personajes de los palcos representarían a la nobleza austriaca, también veremos a miembros del ejército austriaco vigilando al público y  lo que ocurre en escena, y -OJO SPOILER- al final de la noche, acabada la representación operística y cuando están finalizando los saludos de los cantantes (con lo cual a no pocos espectadores, de esos que salen en desbandada nada más escuchar el chimpún final por si se les enfría el hervido, les pilló ya en la calle), se producirá una interacción entre cantantes y figurantes: La Pirozzicogerá del suelo los ramos que les habían lanzado a los cantantes durante los saludos desde los falsos palcos, y los arrojará desafiante contra ellos, en un gesto simbólico contra el invasor austriaco, entonces una voz desde el coro inicia una repetición a cappella del Va pensiero a la que acabará uniéndose todo el coro, los solistas y la orquesta, mientras el coro irá componiendo una bandera italiana con una especie de telones verdes blancos y rojos y unos figurantes junto a los cantantes sujetarán dos banderas italianas pequeñas con el lema Viva Verdi, grito que se lanzará también desde el escenario.

Doy fe de que mucha gente no se enteró de la película, pese a que tampoco es que hiciese falta tener una vasta cultura operística o histórica para entender de qué iba la cosa, porque a la salida escuché no pocas veces lo bonito que había sido que hiciesen un bis del Va pensiero, cosa que incluso ha llegado a salir en algún medio de prensa. Otros comentaban que no entendían por qué había gente vestida de diferentes épocas, pero… ¡qué bonito había sido todo! Incluso hubo quien lo que decía no acabar de comprender era por qué sacaban una bandera de Irlanda (sic), pero… ¡qué bonito!

Pues eso. Todo muy bonito, muy clásico y por lo escuchado ayer en diversos corrillos sé que hoy posiblemente yo vaya a ir a contracorriente, pero, vamos, personalmente, a mí no me acabó de convencer. Reconozco su fuerza visual; su clasicismo, que no tiene por qué ser negativo, en este caso con un guiño que puede resultar entrañable a la manera de hacer teatro a la antigua; e incluso puedo admitir cierta originalidad en la propuesta, enmarcando la obra original en el contexto histórico de la situación política en la fecha del estreno y trasladando a escena la repercusión política que tendría posteriormente la obra de Verdi, con ese episodio final de ficción haciendo protagonista al Va pensiero. Pero más allá de esa idea que puede tener cierta gracia, hay que recordar, como tantas otras veces, que aquí lo principal es la función operística y es en este punto donde yo, como tiquismiquis diplomado, encuentro bastantes cosas negativas.

Para empezar, el empeño en meter tramas dramáticas paralelas durante la obertura y los interludios orquestales, hace que el espectador se distraiga de la música y que esta pierda todo su sentido de introducir y ambientar lo que vendrá después, pasando a ser una mera música de fondo de una acción no escrita en el libreto. Algo parecido ocurrirá con la sobrecarga de acción dramática en el escenario, muchas veces sin sentido; ejemplo paradigmático de ello lo tenemos en el aria de Abigaille, Anch’io dischiuso un giorno, donde, en vez de dejarnos concentrarnos en ese intenso instante musical y dramático, tenemos que aguantar mientras como un puñado de sacerdotes se ponen a moverse por allí haciendo tontás, como si hicieran taichí, movimientos que durante la subsiguiente cabaletta se convertirán en giros similares a una danza de derviches… ¿derviches babilónicos?...

Pese a la aparente sencillez de una escenografía con telones móviles, se produjeron también importantes parones entre actos que, unidos a la trama paralela, cortaban bastante el discurrir dramático. Tampoco se apreció un trabajo especial de movimiento de actores. O, lo peor de toda la noche, el celebérrimo Va pensiero aquí se escenificará de forma que parece que lo estemos contemplando entre bambalinas, a través de un telón semitransparente bajado, con figurantes representando a cantantes o bailarines esperando para salir a escena y a diverso personal de La Scala realizando todo tipo de menesteres por delante del coro, que sale de espaldas a nosotros (aunque afortunadamente se giraron para cantar), pero consiguiendo con todo ello que uno de los instantes más emocionantes de la historia de la ópera perdiese toda su fuerza dramática y cualquier tipo del intimismo pretendido por Verdi. Y puestos ya a adulterar el original, tampoco entendí por qué en lugar de acabar la ópera con la muerte de Abigaille, lo hace con el coro Immenso Jeovha que la antecede.

Todas esas cosas, más allá que sean más o menos importantes para cada uno, a mí me dejaron la impresión de que al director norteamericano le importaba bastante poco la ópera y sólo la habría utilizado como vehículo de lucimiento personal. En lugar de haberse trabajado una propuesta escénica que transmita alguna nueva lectura o innovador concepto que pudiera encontrarse a partir del libreto original, Strassbergerse limita a dejar que la ópera se desarrolle de la forma más clásica posible en una parte del escenario, mientras sus innovaciones más que aportar nuevas ideas lo que hacen es introducir historias paralelas de modo tal que además se acaba por perjudicar la música y las voces. O al menos esa es la sensación con la que yo me quedé, por mucho que luego con la sorpresa final del Va pensiero repetido se pretenda ir de guay y epatar al espectador ofreciéndole de nuevo el fragmento más popular de la ópera.

Ocupaba de nuevo el foso de Les Arts el alcoyano Jordi Bernàcer, quien se reencontraba así con la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat, tras haber sido director asistente de ambas agrupaciones y haber dirigido ya en anteriores ocasiones funciones de la temporada regular de ópera en Valencia, como en Simon Boccanegra o Luisa Fernanda. Llevó a cabo ayer Bernàcer un trabajo de batuta bastante serio, con una gran capacidad concertadora, demostrando conocimiento de la partitura y del espíritu verdiano, dirigiendo con brío y énfasis, a veces pecando de exceso de volumen y estridencia y con unos tempi a veces algo lentos. Yo eché de menos una mayor gama de contrastes, aunque hubo instantes de gran intensidad como la preghiera. Creo que en líneas generales cumplió más que adecuadamente y tuvo además el mérito de saber seguir a Domingo cuando este marcaba sus particulares ritmos. Entre los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, creo que merece destacarse el bellísimo sonido del violonchelo y en general de la cuerda grave toda la noche, especialmente en la bellísima  preghierade Zaccaria que se marcaron, con destacadas intervenciones también durante la velada de trompeta, percusión, flauta y maderas.

El verdadero protagonista de la velada fue el Cor de la Generalitat, luciéndose como el excepcional grupo vocal que sigue siendo, ante una obra de gran exigencia y en la que el coro lleva el peso de la función, y ello a pesar de que posiblemente sigan sin contar con los refuerzos óptimos que precisaría una obra de esta envergadura coral. También demostraron saberse imponer a las mamarrachadas escénicas, desde el cantar disfrazados tapados completamente con túnicas amarillas y una especie de tiesto en la cabeza, como si fuesen los caraconos en una fiesta de Halloween, o ese Va pensiero extraordinariamente cantado (qué maravilla de nota final sostenida), pero en el que era imposible concentrarse por el trajín ideado en escena por delante. Estuvieron espléndidos toda la velada comenzando ya con un tremendo Gli arredi festivi, siguiendo con el brutal Maledetto dal Signor que se marcó el coro masculino, me maravillaron en S'appressan gl'istanti y pusieron el broche de oro con una escena final para chuparse los dedos. Que lujazo sigue siendo este coro.

Como decía al comienzo, la estrella era Plácido Domingo que acudía a su cita anual prenavideña con Les Arts. El público ya llegó decidido a bravearle incondicionalmente y así lo hizo. ¿Eso quiere decir que lo bordase?, pues, en mi humilde opinión, no. Como no podía ser menos, el madrileño hace su personal Nabucco que no suena a barítono, suena a Domingo cantando Nabucco. Y poco se puede añadir a lo que ya he escrito con motivo de sus últimas visitas, salvo que su voz se presenta cada vez más deteriorada y su movilidad más reducida. Sigue existiendo una zona central que en momentos mágicos aparece sonora y sana, pero las sonoridades leñosas son cada vez más frecuentes. El fiato también es cada vez más corto y la respiración muestra fatiga. Es verdad que sabe construir las frases como nadie, pero se ve obligado a acortarlas y modificarlas por limitaciones físicas más que normales en un cantante que está rondando (por arriba o abajo) los 80.

Reconozco que fue a más conforme avanzaba la representación y, tras una primera parte en la que me resultó bastante decepcionante y me hacía padecer, en la segunda mitad se vino arriba, completando un intenso dúo con Abigailley enhebrando un Dio di Giuda maravilloso, profundo, sentido, con un fraseo de maestro y encima, no ya arrodillado como marca el libreto, sino tumbado directamente boca abajo. Y es que donde Domingo no tiene prácticamente rival es en su instinto dramático, en su enorme expresividad, en la intensidad de sus recitativos, en su capacidad como actor cantante y en su conocimiento de lo que es el canto verdiano. Pocos habrá como él que sepan expresar con tal convicción dramática la evolución del rey babilónico, desde el tirano invasor, al demente que se cree un dios y al converso arrepentido. La humanidad y crueldad del personaje son dibujadas por Domingo con ese talento operístico irrepetible que sigue haciendo que, pese a todas las faltas que se pueden y deben poner a su interpretación vocal, yo siga saliendo del teatro con sensaciones encontradas.

El barítono, este sí de verdad, Amartuvshin Enkhbat, de nombre ciertamente imposible que suena a Rajoy, pazdescanse, felicitando las pascuas comiéndose un polvorón, interpretará el rol del rey babilonio los días 14 y 16. Me ha llamado la atención leer en algunos medios que este será el debut del barítono mongol (con perdón) en Valencia, cuando no es cierto. Ya debutó en Les Arts en un papel verdiano en 2012 interpretando el Monterone en Rigoletto, e incluso en una de las funciones asumió el papel protagonista. Como Monterone hace siete años no me gustó nada, mostrando una de esas emisiones atrasadas cuasi anales, pero me están hablando muy bien de él ahora y es francamente fácil que, en cuanto a ajuste vocal, lo haga mejor que Domingo, en el resto de facetas lo dudo. Lamentablemente no creo que pueda verle, ya que no queda ni una entrada, pero alguien nos lo contará. Ayer, por cierto, se encontraba en la sala y aprovechó el descanso para fumarse medio paquete de cigarrillos tomando el fresco.

Volvía también a Les Arts Anna Pirozzi en el papel de Abigailleque ya interpretase en 2015. No hay duda de que la Pirozzi es una de las grandes Abigaille de la actualidad y de las pocas artistas que pueden hacer frente a este diabólico rol con garantías. Ayer lo volvió a demostrar convirtiéndose, junto al coro, en lo más destacable de la velada. Su voz grande, corpórea, robusta, se imponía fácilmente a la orquesta y corría, timbrada y bellísima, por la sala con poderío, al tiempo que se adornaba en los momentos más líricos regulando intensidades y con un inteligente uso de las medias voces y pianísimos. Su fraseo intencionado derrochaba sentido dramático, cincelando todas las facetas del personaje, desde la autoridad y el odio, al abatimiento final. Todo lo corta que quizás se quede como actriz, lo compensa sobradamente con su expresividad vocal. Imponente estuvo en su Anch’io dischiuso un giorno y supo afrontar también con tremenda solvencia los saltos interválicos y la coloratura, como en la cabaletta Salgo già del trono. Quizás en la zona más alta algún agudo quedó un poco chillado, pero, como ya dije en mi crónica de 2015, pocas Abigaillehay que no chillen en algún momento. Bravissima.

Completando el trío protagonista, el rol de Zaccariafue interpretado por Riccardo Zanellato. El bajo italiano conoce bien la escritura verdiana, no en vano ha trabajado con Muti en diversas ocasiones, y frasea con intención, buen legato y acentos nobles. En su preghiera se mostró realmente emocionante. El problema es que carece del peso vocal preciso para este personaje y su voz se presenta clara en exceso y corta de proyección, lo que hacía que en los concertantes pasase desapercibido.

Otro viejo conocido de Les Arts es el tenor Arturo Chacón-Cruz, quien en 2017 fuese el Alfredo de La Traviata también junto a Plácido Domingo. Yo no sé qué le ve a este chico Domingo o quien sea responsable de su contratación. Digo Domingo porque es muy habitual que coincidan juntos en escena, con lo que entiendo que Plácido igual tiene algo que ver en el tema. Si lo que quieren es que cuando cante Chacón-Cruz nos acordemos del joven Domingoy le echemos de menos, lo han conseguido. Ayer el joven tenor mejicano interpretó el papel de Ismael y como en anteriores ocasiones, no me gustó demasiado. Su entrega vocal siempre es irreprochable, pero la voz presenta tiranteces y un centro bastante mate. Se mueve con cierta comodidad por la franja aguda aunque con algunos sonidos abiertos y recurriendo en más de una ocasión al portamento. El fraseo tampoco es nada refinado, y en escena, aunque hace muchos aspavientos y gestos, su expresividad es apenas mayor a la de un botijo toledano.

Por su parte, la soprano Alisa Kolosova fue la encargada de encarnar a la hija de Nabucodonosor, Fenena, con una voz grande, de bello timbre, que incluso en ocasiones se imponía en volumen a la de Pirozzi, como el terceto del primer acto,  y en la que posiblemente se echó en falta un mayor refinamiento en el fraseo. En pequeños papeles comprimarios destacó por encima de todos un estupendo Dongho Kim como Gran Sacerdote, exhibiendo una voz poderosa con la que casi me atrevo a decir que podría haber sido un mejor Zaccaria que Zanellato. Muy bien estuvo también Sofía Esparza como Anna y cumplió correctamente Mark Serdiuk como Abdallo.

La sala principal de Les Arts presentó la mejor entrada de la temporada. Lleno absoluto, con notable presencia del paisanaje valenciano y de esos personajes que no los sueles ver en la ópera si no viene la reina emérita o canta Plácido, pero que les conoces porque salen en revistas tipo Hello Valencia, en todos los eventos sociales, no sé si bronceados o con la cara untada de Nocilla y poniendo gesto de Joker con colitis. Políticos locales por supuesto apenas había, no fuera a acusarles alguien de que estaban apoyando a Domingo. Sí que me dijo alguien que estaba la directora general de Cultura, Carmen Amoraga, miembro del Patronato. Durante la representación y pese a los consabidos avisos, sonaron varios móviles, como siempre; los tísicos también acudieron en cuadrilla; y por supuesto no faltaron los canturreos acompañando el Va pensiero. Se aplaudió todo lo que sonaba a chimpún, se braveó insistentemente a Domingo tras el Dio di Giuda y, al finalizar la representación y la performance del Viva Verdi, las ovaciones fueron generalizadas para todos, incluyendo la dirección de escena.

También durante esos aplausos finales hicieron acto de aparición unos papeles pequeñines y cursis lanzados desde los pisos altos con frases de agradecimiento a Plácido Domingo. Y no faltó tampoco a su cita ese señor mayor que se coloca durante esos aplausos finales en la platea, en el cogote del director de orquesta, y les lanza ramos de flores a los cantantes cuando saludan, con una fuerza digna de Popeye y una precisión milimétrica. Si en Tokio 2020 hacen olímpico este deporte, no voy a decir el oro, pero el pódium lo tenemos garantizado.

Bueno, pues esta es mi crónica de Nabucco y otros aconteceres. Si alguien ha aguantando leyendo hasta aquí que me perdone el rollo y espero que no se sienta desanimado para acudir a disfrutar en Les Arts de un notable espectáculo operístico, sólo por la Pirozzi y el coro ya vale mucho la pena. Y, pese a todo lo que he dicho, yo ayer me lo pasé muy bien.

viernes, 18 de mayo de 2018

RENOVACIÓN DEL PATRONATO DEL PALAU DE LES ARTS


Cinco meses y medio después (que se dice pronto) de que Davide Livermore presentase su dimisión como director artístico del Palau de les Arts, parecen darse por fin los primeros pasos efectivos para intentar empezar a enderezar el rumbo del teatro valenciano. El conseller de Cultura Vicent Marzà anunció ayer en rueda de prensa que el próximo lunes tendrá lugar la reunión constitutiva del nuevo Patronato de la Fundación Palau de les Arts que, a su vez, anunciará las bases de la convocatoria del concurso para la contratación del nuevo director artístico de la casa.

La primera buena noticia es que se anuncia una Presidencia del Patronato desvinculada de cargos políticos y con una intensa relación con el mundo de la cultura y el mecenazgo en nuestra ciudad, en la persona de Susana Lloret, vicepresidenta y directora general de la Fundación Per Amor a l’Art. Esa apertura del Patronato a la sociedad civil se completa además con la introducción de otras cinco personas más como son: la ex ministra de Cultura y patrona del Teatro Real, Carmen Alborch; Isabel Muñoz, que fue directora del Centro de Investigación Príncipe Felipe; José Remohí, del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI); Rafael Juan, empresario; y el presidente de la Asociación Amics de l'Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana, Pablo Font de Mora.

Esto sin duda es una noticia que invita al optimismo de quienes, entre los que me incluyo, llevamos años abogando por un Patronato menos político. El problema es que, aunque se ha dado entrada a esas personas, los miembros del Patronato que lo son en función de sus cargos políticos, aumentará respecto a la anterior composición, pasando de 8 a 12, o sea doblando el de “representantes de la sociedad civil”. Entre estos cargos políticos se quieren reservar dos asientos al Ministerio de Cultura, a ver si alguna vez se digna mirar hacia Valencia más allá de para venir a la playa a chupar cabezas de gamba, y se animan a integrarse en Les Arts y a aumentar el actualmente insultante apoyo económico al teatro. Del antiguo Patronato parece que cae también la única persona que no era cargo político, el director del Cor de la Generalitat, Paco Perales, lo cual es una lamentable noticia, pues se pierde una de las voces más sabias de la música valenciana y los músicos dejarán de estar representados.

Por supuesto que esta estructura, al menos sobre el papel, es infinitamente mejor que lo que había, pero permitidme que muestre cierta desconfianza inicial. Si de verdad esa apertura a la sociedad del órgano de gobierno de la Fundación se hace efectiva y la sociedad civil tiene voz decisiva en los acuerdos del Patronato, entonces estaremos en la buena senda; ahora bien, no me gustaría nada que esta nueva estructura no fuese más que una renovación del desgastado maquillaje de los representantes políticos en Les Arts y al final solo sirviese para dar una apariencia de apertura y transparencia a unas decisiones en la misma línea que las que se han venido adoptando poniendo en peligro el futuro del teatro. Espero fervientemente que no sea así. Y será obligación de esas seis personas que se incorporarán al Patronato permanecer vigilantes para que no les tengan sólo de comparsas. Por otra parte, habrá que ver cuál va a ser la composición definitiva de otro órgano, la Comisión Ejecutiva, que será la que efectivamente vaya marcando el rumbo de la gestión.

Otra buena noticia anunciada ayer es el nombramiento de Plácido Domingo al frente de una nueva Comisión de Mecenazgo de Les Arts. Es motivo de enorme satisfacción que este gran artista decida seguir implicándose personalmente en el futuro de nuestro teatro pese a todo lo que ha caído. Pocos perfiles más apropiados habrá desde luego para buscar apoyos económicos nacionales e internacionales a la ópera en Valencia que el maestro Domingo, a quien le deseo mejor fortuna en esta singladura que la que tuvo Helga Schmidt cuando le vendieron la moto de dirigir el mecenazgo del teatro.

Y también pienso que es una buena noticia la confirmación de Francisco Potencianocomo director gerente.

Respecto al concurso que se pretende convocar para la contratación del nuevo director artístico, espero que a partir del lunes, cuando se anuncien las bases del mismo, se despejen algunas de las muchas dudas que todavía existen sobre este proceso selectivo. De momento ya es un hecho constatado que no se han cumplido los plazos previstos y en junio no habrá todavía nombramiento. Dice el conseller que “hemos avanzado todo lo rápido que hemos podido, pero estas cosas requieren su tiempo”, una gran frase que pasará a los libros de politología y que en realidad quiere decir “dije una fecha a pitopito porque no tenía ni puñetera idea de lo que cuesta montar un tinglado de estos”.

Y otra cosa que no entiendo o no ha explicado bien Marzà es que, después de anunciar una convocatoria pública, imagino que con unos méritos a valorar, hable de que el proceso será confidencial. Entiendo que quiera avisar a posibles concursantes de que no van a ir pregonando quién se va presentando (cosa que conociendo el percal tampoco me atrevería yo a asegurar, cuando de hecho ya se están filtrando algunos nombres), pero espero que si se empeñan en establecer unos baremos (que siempre me ha parecido una estupidez), se haya de ser escrupulosamente transparente a la hora de justificar por qué se elige a Pepe y no a Juan.

Bueno, a partir del lunes veremos cómo va evolucionando la cosa. Más allá de las dudas, como decía al comienzo, lo principal es que parece empezar a desbloquearse la situación, lo que es fundamental para evitar que la imagen del teatro siga dañándose, y que algunas de las líneas que se apuntan no tienen mala pinta. Pondremos una vela a San Judas Tadeo.

domingo, 10 de diciembre de 2017

"DON CARLO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 09/12/17

Ayer dio comienzo oficialmente la temporada operística 2017/18 en el Palau de les Arts de València. Desde que se anunció el contenido de la programación de este año sabíamos que nos encontrábamos ante una de las grandes citas para el aficionado, confluyendo el interés que siempre tiene un inicio de temporada, con la representación de una de las indiscutibles joyas del repertorio, la grandiosa, en todos los sentidos, Don Carlo, de Giuseppe Verdi, contando además con la presencia, cuestionable pero siempre taquillera, del incombustible Plácido Domingo en el reparto.

Pero por si había poco picante en el guiso, el pasado martes 5 de diciembre Davide Livermore decidió vaciar el frasco de tabasco en la olla, anunciando de forma inesperada su dimisión como intendente y director artístico de Les Arts, como ya os comente AQUÍ; por lo que había también gran interés por saber cómo reaccionaría el público valenciano ante la noticia y si los representantes políticos responsables del área de Cultura acudirían al inicio de temporada, como hizo el conseller Marzà el año pasado o al comienzo de la pretemporada del anterior.

Marzà en su Mundo del Revés
Pues ayer quedaron dos cosas claras: que el aficionado está muy enfadado con la gestión política de este problema y que, una vez más, los políticos encargados de la política cultural en la Comunidad Valenciana son indignos de ostentar esa representación ciudadana, precisamente por su desprecio hacia la ciudadanía. Ni el conseller Marzà, ni el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, a quien estos días protegido en la intimidad de su despacho oficial se le llenó la boca de sandeces, tuvieron el coraje de acudir a Les Arts a dar la cara. Lo peor no fue su cobardía, sino el desprecio absoluto hacia el mundo de la ópera que ello significa, haciendo ostentación con su ausencia en un estreno oficial y en un momento tan delicado como este, de que pasan de nosotros. Es probable que se defecasen encima pensando en lo ocurrido en 2014, cuando se abucheó a otro nefasto personaje, la consellera María José Catalá del gobierno del PP, y no quisieran ser hoy portadas de prensa, pero con ello y sean cuales sean los motivos, perdieron la escasa dignidad pública que les pudiera quedar.

Por cierto, igual de indecente e impresentable es la postura de la señora Catalá quien hoy ha salido sacando pecho y acusando de cobardía al actual gobierno, cuando ella es culpable en muy gran medida de todo lo que está pasando hoy.

Quien sí estuvo dando la cara, asistiendo a la representación y departiendo en el descanso con quienes se acercaban a él, fue Davide Livermore. Fui testigo de cómo numerosos aficionados se acercaban a mostrarle su apoyo y le noté alterado y muy enfadado.

Nada más salir ayer Ramón Tebar al foso y antes de iniciarse la representación, una espectadora solicitó “un aplauso para el maestro Livermore”, petición que fue seguida de una larga ovación. Después, antes de la salida del director tras el descanso, una voz gritó “conseller cobarde”, secundándose con numerosos aplausos y con otras voces como “fuera políticos” o “no os carguéis la ópera”. A continuación, la salida de Tebar fue acompañada de una larguísima e intensa ovación dirigida a la orquesta.

Girona en su Mundo del Revés
La protesta del aficionado no hay que entenderla personalizada en la dimisión de Davide Livermore en sí. Realmente el detonante de la indignación del aficionado valenciano son las desafortunadas y chulescas declaraciones posteriores de Albert Girona, en las que no sólo mostró la falta de proyecto cultural serio en relación con el Palau de Les Arts, sino además el desconocimiento absoluto del funcionamiento de un teatro de ópera y el desprecio hacia los aficionados y en general hacia el mundo de la lirica, con mención especial para una indiscutible figura como Plácido Domingo de quien tuvo la osadía de afirmar: “no sé qué interés puede tener lo que diga una persona de fuera del Palau de les Arts”. Señor Girona, usted sí que es una persona de fuera… de fuera del mundo real.

Por cierto, alguien debería aclararle a Girona que el cargo de Helga y de Livermore ha sido intendente y director artístico, nunca “superintendente”, como reitera en todas sus declaraciones, no sé si consciente o inconscientemente. El único superintendente conocido es Vicente, el de la T.I.A., la agencia en la que trabaja Mortadelo y donde seguramente el señor Girona haría mucho mejor papel, junto al profesor Bacterio, que en la conselleria de Cultura.

Después de aquellas primeras declaraciones de Girona se ve que alguien se ha dado cuenta de que estaban metiendo la pata hasta las ingles y han procurado maquillarlas diciendo toda clase de tonterías, como que el funcionamiento de Les Arts “no ha sido ni será diferente al del resto de recintos del mundo”. Cualquier persona que haya trabajado en o con Les Arts sabe que eso es simplemente falso. Dudo que haya en todo el mundo otro teatro de ópera del nivel de Les Arts que tenga similares trabas burocráticas, económicas y administrativas para su funcionamiento diario y su gestión interna y artística. Eso es así y es una consecuencia de la dependencia económica y orgánica respecto a la administración autonómica, lo que impide, por ejemplo, que la orquesta pueda reforzarse adecuadamente, al aplicarle las mismas limitaciones en cuanto a contratación de nuevas incorporaciones que las que afectan a cualquier departamento administrativo funcionarial de la Generalitat.

También han salido corriendo ahora los Marzalitos a decir que nunca han pensado en hacer concursos públicos para contratar a los artistas de la temporada operística y que eso ha sido una invención de Livermore. Pues miren, tampoco es cierto. Eso lo dice Livermore porque es lo que se desprende de los informes de auditoría de cumplimiento de la Intervención General de los años 2015 y 2016.

Siguen insistiendo en que hay que abrir el Palau a la sociedad civil, no sé si es que ahora estará ocupado por el tercio Duque de Alba de la Legión o que los aficionados y abonados actuales no somos sociedad civil. Estos últimos años con Livermore al frente creo que precisamente se han dado muchos pasos hacia el acercamiento del género y del teatro a toda la sociedad valenciana con múltiples iniciativas. Lo que realmente habría que abrir a la sociedad civil y al mundo de la cultura y el arte es el Patronato de la Fundación Palau de les Arts, hoy copado por ineficientes y obtusos cargos políticos.

Se pretende engañar a la gente diciendo que lo que quieren, cuando proponen eliminar la figura de intendente y sacar a concurso la de director artístico, es equiparar el organigrama al de otros teatros como Madrid y Barcelona. Es cierto que ahí no hay intendente, pero sí director artístico, como lo era Livermore. Matabosch no fue elegido por concurso; sí lo fue en el Liceu Scheppelmann, pero desde luego en su proceso de selección no tuvo que acreditar, como dicen que pedirán ahora los Marzalitos, conocer la filosofía del gobierno de turno o el conocimiento oral y escrito de la lengua catalana... y ojo que hablamos de Barcelona.

En fin, ya seguiré comentando todas estas cuestiones en otro momento. Davide Livermore lo explica todo bien clarito en la entrevista que concedió ayer a El Mundo y que podéis leer AQUÍ. Yo voy a cambiar de tema porque si sigo no voy a decir nada de lo realmente importante de ayer que fue la representación de ópera que tuvo lugar.

La producción elegida para la ocasión, de la Deutsche Oper de Berlín, cuenta con la dirección escénica, escenografía e iluminación del suizo Marco Arturo Marelli y el vestuario de Dagmar Niefind. Como sabiamente la ha calificado el amigo Titus, se inscribe en ese, últimamente tan habitual, estilo “neososo” que te vale igual para un Don Carlo que un Barberillo de Lavapiés.

Toda la fuerza de la puesta en escena reside en una variada iluminación y una escenografía mínima, compuesta apenas por una serie de bloques o paneles móviles que configuran los distintos espacios escénicos. Durante la mayor parte de la obra se juega con el hecho de que el hueco que dejen esos paneles conforme la figura de una cruz, haciendo así presente en todo momento el omnímodo y vigilante poder religioso. El permanente movimiento de los paneles y los espacios que se van configurando dotan de agilidad a la propuesta y exigen un intensísimo y preciso trabajo por parte del equipo técnico del teatro, entiendo que de ahí que estos saliesen a saludar al término de la función.

Creo que visualmente funciona bastante bien y algunas escenas, como la del auto de fe, me pareció muy interesante, aunque en ésta la situación del coro entre los paneles y en las alturas intuyo que dificultaría su proyección y les exigiría un esfuerzo extra. En el apartado de movimiento escénico y dirección de actores no hay tampoco nada especialmente reseñable, pero sí que todo el conjunto presenta una homogeneidad del discurso dramático y deja fluir sin trabas la historia contada y cantada.

El vestuario mezcla distintas épocas y estilos optando por una abundancia de colores neutros o negros, a excepción del verde de Éboli, los blancos y azules de la reina y el rojo del clero. Sí pienso que alguna mayor carencia se aprecia en el apartado de caracterización y maquillaje, no sé si voluntaria o involuntariamente. Creo que poco hubiera costado un bote de Farmatint o una peluca de Casa Picó para que el Rodrigo encarnado por Plácido Domingo intentase al menos dar el pego de que, como ocurre en el libreto, se trata de un personaje de la misma edad que Carlo y no alguien que podría ser su abuelo. Y luego, la apariencia casi de zombis de los diputados flamencos o el aspecto cantinflanesco de Tebaldo, les hacen perder cualquier connotación dramática. Tampoco me gustó el exceso de humo presente en la sala gran parte de la noche sin venir a cuento. Imagino que cuando fueran a quemar en la hoguera a los herejes estos ya estarían asfixiados y medio ciegos, como buena parte de la platea.

Lo mejor de toda la velada, en mi opinión, estuvo en la magnífica dirección musical de Ramón Tebar. El nuevo titular de la Orquesta de València y principal director invitado de la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a mostrar gran sensibilidad y conocimiento de la obra verdiana, como ya hiciese en febrero con La Traviata. El director valenciano consiguió un óptimo ajuste de balances entre foso y escena y llevó a cabo una meritoria labor de concertación. Tebar, muy minucioso, guió la orquesta con nervio, buen pulso y tensión dramática, cuidando al mismo tiempo mucho las voces. Eso hizo que en algún momento, especialmente en intervenciones de Plácido Domingo, el material orquestal plegase gran parte de su protagonismo a las exigencias de las peculiares condiciones vocales del cantante; pero sin que en ningún instante decayese la tensión.

Ayer, en manos de Tebar la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a adquirir las sonoridades de antaño y hubo momentos absolutamente mágicos. Creo que fue de menos a más y, tras un primer acto algo más anodino con unos cantantes bastante planos en lo expresivo, la emoción fue ganando enteros con unos dos últimos actos soberbios. Es imposible no recordar la gran escena del auto de fe que nos brindó Maazel en 2007, pero anoche Tebar no desmereció en absoluto, ofreciéndonos una intensidad orquestal y una emoción espectaculares, con un gran rendimiento de los atriles del foso y de la orquesta interna. Fue una noche especialmente inspirada de toda la sección de cuerda, especialmente de la cuerda grave y también de los metales. Hubo grandes instantes de arrebatadora intensidad dramática y enorme calidad musical, como toda la escena del Inquisidor con Felipe II; el precioso diálogo de cuerda grave y metales al comienzo del acto cuarto; el inicio del acto segundo; el dúo entre el rey y Elisabetta del acto tercero; la entrada del pueblo al final del acto tercero, con un nervio orquestal impactante; los violonchelos en el trío del acto tercero; la cuerda en la entrada de la guardia en la escena final; o, por supuesto, el estupendo solo de violonchelo de Guiorgui Anichenko que acompañó el aria de Felipe II. También hubo instantes de lucimiento para el oboe de Pierre Antoine Escoffier; de Ana Rivera con el corno inglés, como en el acompañamiento a Non pianger, mia compagna; o la flauta y los metales en la muerte del marqués de Posa.

En medio de la tempestad política y económica que lleva azotando estos últimos años la nave de Les Arts, a pesar de la fuga de atriles que está padeciendo la orquesta, y sobreviviendo a la incapacidad de los dirigentes políticos para reforzar la agrupación de forma que se garantice su continuidad, es un auténtico milagro que la Orquestra de la Comunitat Valenciana siga ofreciendo la inmensa calidad que la sigue consolidando como la mejor orquesta de España sin discusión posible.

Y si de milagros hablamos, lo del Cor de la Generalitat es ya digno de canonización. Hacer frente a una ópera como Don Carlo con un refuerzo irrisorio y con los caprichos escénicos de registas más pendientes de la estética que de la música, y obtener unos resultados como los que pudimos disfrutar en la noche de ayer, es para quitarse el sombrero, el bisoñé y la tapa craneal. Enorme auto de fe el que nos brindaron sus miembros, potente, empastado, emocionante… y, como siempre, un rendimiento escénico sobresaliente toda la velada. Bravo.

Plácido Domingo asumió el rol de Rodrigo, marqués de Posa, uno de los más bellos papeles baritonales de la producción verdiana. Sé que siempre es delicado hablar de Domingo y a mí se me hace especialmente difícil porque me provoca grandes contradicciones. En cualquier caso, voy a dar lo que no es más que mi opinión y lo que realmente pienso. Creo que el rol de Posa en la interpretación del veterano artista madrileño queda completamente desdibujado. Ya he comentado muchas veces que comprendo que la presencia de Domingo en la temporada valenciana es un aliciente para muchos espectadores y garantía de agotar las localidades; pero lo que se está agotando de verdad es la paciencia de otros muchos aficionados entre los que me incluyo, ante el maltrato y descafeinamiento de los que son objeto algunos personajes operísticos, como es el caso de este Rodrigo.

Reconozco la grandeza del artista Domingo y su insuperable carrera, sigo alabando y admirando su fuerza dramática y su inteligencia interpretativa, de la que continúa haciendo gala, pero no me parece que eso haya de justificar el que nos tenga que parecer normal o incluso bien que siga cantando estos papeles de barítono sin tener voz de barítono, con carencia absoluta del color baritonal, sin graves y presentando un instrumento cada vez más gastado. Su encarnación del personaje es dramáticamente espléndida, pero ese no es Rodrigo, ni vocal ni físicamente. Asistir por primera vez a Don Carlo con este Rodrigo es engañar al público. Admito que igual es preferible tener a Domingo, sea lo que sea, que a un barítono malo y soso; pero creo que se deben aceptar las reglas del juego.

Dicho todo lo anterior, al mismo tiempo reconozco que si alguien anoche en escena conocía las claves y acentos del fraseo verdiano, ese fue Domingo. Si alguien derrochó carisma escénico e intensidad dramática en cada intervención, ese fue Domingo. Si alguien supo encubrir sus debilidades y venirse arriba en los momentos precisos, ese fue Domingo. Paradigmática fue la escena de su muerte, donde echó el resto, mostrando, pese a la falta de fiato exhibida toda la noche, un fraseo ligado y cargado de intención. Escénicamente su muerte dejó más que desear y tardó más en hincar la rodilla que un Victorino de los bravos.

La reina Elisabetta corrió a cargo de María José Siri, otra vieja conocida en Les Arts. La soprano uruguaya presentó buena proyección para una voz de emisión sólida, sin graves pero muy segura sobre todo por arriba, pese a alguna oscilación y algún agudo abierto; pero, como ya ocurriera en sus anteriores presencias en este teatro, su expresividad es limitada y su canto carece de emoción, renunciando casi por completo a cualquier tipo de variedad o riqueza en un fraseo, monótono y bastante plano. Curiosamente lo mejor de la velada vino en su gran aria del acto cuarto, donde ofreció alguna regulación e incluso se permitió enhebrar una messa di voce de buena factura en la invocación a Francia.

El papel del infante Don Carlo se ha encomendado al italiano Andrea Carè, un tenor que está cantando papeles de spinto en recintos tan prestigiosos como Londres, Bruselas, Barcelona o Madrid. Mi impresión particular es que nos encontramos, una vez más, ante un caso de tenor lírico con grandes posibilidades al que se le intenta explotar cantando papeles que vocalmente puede afrontar pero que pueden pasarle factura muy pronto. Después de escucharle ayer no parece muy normal que con las características de su instrumento y su juventud esté centrando prácticamente toda su carrera en personajes como Don José, Pollione, Cavaradossi o Radamés. La voz no es fea y pretende mostrar autoridad en la zona alta, aunque con algún apuro en la zona de paso y notables estrangulamientos. El mayor problema lo encontré en un fraseo desganado, atropellado, sin clase ni emoción alguna y sin sentido del legato, todo acompañado además de una inexpresividad propia de un maniquí de Cortefiel.

El agradecido y complicado papel de Felipe II lo asumió el bajo ruso Alexander Vinogradov a quien ya hemos tenido por aquí otras ocasiones, como las Vespri Siciliani con las que se inauguró la pasada temporada. Hay que reconocer que, aunque su canto continúa siendo poco refinado, su voz tiene gran presencia y volumen y consigue meterse al público enseguida en el bolsillo. Ayer además, en esa auténtica joya que es el aria que abre el tercer acto, resolvió la papeleta con gran inteligencia, exhibiendo un canto ligado y un fraseo sentido. Fue, junto a Plácido, el triunfador de la noche.

Después de algunos años interpretando papeles de soprano, Violeta Urmana vuelve a nuestro teatro en su cuerda natural, la de mezzo, con un papel no muy extenso, pero de enjundia vocal, como es la Éboli. Aunque ha perdido parte de la frescura natural del timbre que exhibiera en sus inicios, mantiene un poderío incontestable y una entidad dramática imponente. Su voz se muestra todavía homogénea y aunque en los extremos de la tesitura tiende al chillido por arriba y se pierden graves por abajo, la fuerza expresiva de la Urmana a mí me convenció completamente.

El Gran Inquisidor que compuso Marco Spotti apenas se quedó en un pequeño monaguillo. Este inquisidor verdiano precisa de una voz de bajo profundo que estremezca, que imponga autoridad en sus dúos con la voz también grave del rey. Anoche la voz de Vinogradov como Felipe II era mucho más imponente y grave que la de un Spotti que a su lado ni siquiera parecía un bajo, sino más bien un baritonete de voz oscura. No obstante fue también muy aplaudido.

En los papeles secundarios destacaría especialmente al Tebaldo de Karen Gardeazabal y al estupendo conde de Lerma que ofreció Matheus Pompeu.

Cumplieron correctamente Rubén Amoretti, Olga Zharikova y los Diputados flamencos: Javier Galán, Manuel Mas, Valentin Petrovici, Pedro Quiralte, David Sánchez  y Arturo Espinosa.

En el palco, como dije al comienzo, no había ningún responsable principal, secundario o chupatintas de la consellería de Cultura. La representación política institucional apenas estuvo cubierta por la consellera de Justicia, Gabriela Bravo y el diputado de Cultura, Xavier Rius. También estaba por allí el ex presidente Fabra, no pude ver si en vaqueros, pero tiene napias la cosa… después de que en todo su mandato apenas asomase el pico por el palco un par de veces y de que no hiciese absolutamente nada por mejorar la situación del teatro, que ayer se acercará a Les Arts hace pensar si era al olor de la posible carroña. Qué pena.

Al finalizar la representación hubo muy entusiastas ovaciones para todo el reparto, triunfando claramente Domingo y Vinogradov. Se produjo un hecho curioso en los saludos: posiblemente por despiste, cuando ya habían saludado todos los solistas, volvieron a entrar y a comenzar, esta vez por donde tocaba, por figurantes y coro, que antes se habían quedado sin salir. Hubo también la novedad de que tras los saludos del responsable de la dirección escénica pasaron al escenario gran parte del equipo técnico del teatro, posiblemente para reconocer el arduo trabajo técnico que conlleva la producción, pero el caso es que, como el ambiente estaba caldeadito con el tema Livermore/Generalitat, la mayor parte del público lo interpretó como que era un gesto de apoyo del personal de Les Arts a su dimitido intendente.

No sé cómo acabará el nuevo culebrón de Les Arts, pero es imposible que seamos optimistas. Ayer a la salida un espectador me preguntó si de verdad yo pensaba que se iban a cargar la ópera en València, que él pensaba que al final se impondría la sensatez. Yo le envidié su confianza, pero, aunque de verdad pudiera creer en la sensatez de los representantes políticos y en que Marzà se dé mañana un golpe valenciano en la cocorota y de pronto se interese por el sostenimiento y apoyo de un proyecto de ópera de calidad en el Palau de les Arts, veo casi imposible que el daño pueda repararse.

Ojalá me equivoque, pero de momento lo que es un hecho incuestionable es que el coliseo valenciano se encuentra sin director artístico. ¿Qué pasará durante estos próximos meses mientras se nombra a un responsable de la dirección artística? Los teatros de ópera trabajan a muchos meses vista y este parón en la dirección puede condenar la organización de la próxima o próximas temporadas. ¿Qué pasará si Biondi o Abbado o ambos deciden marcharse tras la salida de Livermore? ¿Qué ocurrirá esta misma temporada en mayo con la programación de Tosca, de cuya dirección escénica se encargaba Livermore como parte de un contrato que ya no existe y cuyo coste también entiendo que estaba incluido?. ¿Ahora le pagarán ese trabajo?, ¿se cancelará?

En fin, ya iremos viendo. Compañeros/as sigamos alerta y peleando, es lo que nos queda. De momento disfrutemos de lo bueno que tenemos mientras dure, por ejemplo de este estupendo Don Carlo.