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domingo, 12 de mayo de 2019

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 11/05/19


Desde que se anunciase oficialmente la presente temporada operística valenciana hace ya casi un año, dos dudas rondaban la cabeza de los aficionados respecto a las funciones de este Rigoletto que se estrenó anoche. La primera era conocer si, finalmente, Leo Nucci pisaría por vez primera el escenario del Palau de les Arts, tras haber cancelado en 2015 su participación aquí en Nabucco y haber hecho lo mismo recientemente respecto a la Luisa Miller que se verá en el Liceu en julio. La segunda era ver si Nucci protagonizaría el primer bis de la historia de Les Arts, aunque adivinar esto estaba francamente chupado, estaba claro que si venía, bisaría. Nucci vino con el tiempo justo para el ensayo general, cantó a su manera y, por supuesto, bisó la Vendetta ante el delirio del respetable. E intuyo que, si no cancela la función del día 14, el teatro valenciano vivirá su segundo bis.

Supongo que mucho se hablará y escribirá sobre lo sucedido anoche y las crónicas dejarán para la posteridad el hito histórico del bis, el gran éxito obtenido por el veterano barítono italiano y el entusiasmo del público de Les Arts. Es indudable que la gente se lo pasó muy bien, incluido un servidor, pero el espectáculo fue bastante lamentable. Al menos como ejemplo de función de ópera. Si hablamos de circo o de cachondeo, está muy bien; como representación operística de un teatro de relieve internacional, se consiguieron unos muy buenos momentos, pero el show del bis lo prostituyó todo. Es cierto que esto no sólo pasa aquí. Teatro que pisa el señor Nucci, bis que te crió. La gente lo esperaba y supongo que si no se hubiera bisado hubiera habido protestas. Así de memos somos.

En términos generales, la repetición de un fragmento operístico ante los aplausos y la demanda unánime del público, podríamos discutir si debe admitirse o no. Lo cierto es que se corta radicalmente el desarrollo dramático de la representación y se interrumpe el hechizo conseguido en el espectador por las emociones del texto y el canto, impidiendo que el drama fluya con el ritmo buscado por el autor. Pero bueno, sabemos que cuando las emociones en el público son muy fuertes, las mismas ovaciones y bravos interrumpen de alguna forma la función, e históricamente se viene aceptando que cuando esa muestra de aprobación es intensa y mantenida en el tiempo, paralizando la representación, pueda obsequiarse al respetable con el bis.

Lo de ayer fue distinto. Fue el particular show de Leo Nucci que hace allá donde va. Yo recuerdo haber asistido en Londres a un Barbero de Sevilla con Juan Diego Flórez, con muchos, pero muchos, minutos de aplausos tras una de sus arias y el público en pie gritando bis, bis… y nada. Anoche, nada más acabar la Vendetta, hubo unos microsegundos de aplausos y Nucci ya se dio la vuelta, se puso a saludar como si del final de la función se tratase, agarró a la soprano, saludó al director, hizo levantar a la orquesta, saludaba a diestra y siniestra, la gente le siguió el rollete, consiguió que la platea se pusiera en pie… hizo la seña a Abbado y a por el bis. Prueba conseguida.

Todos contentos… Bueno, yo no. No porque sea un señor estirado y amargado; me divertí y disfruté del show, pero como show, no como ejemplo de lo que debe ser una función de ópera de una intensidad musical y dramática como la de esa obra maestra que es Rigoletto. Recuerdo que de niño me gustaba ver los partidos de los Harlem Globetrotters, pero como espectáculo circense; para ver buen baloncesto prefería los legendarios encuentros de los Celtic contra los Lakers. Pero bueno, como decía antes, ya habrá tiempo de sobra para seguir hablando del bis.

Lo cierto es que estas funciones de Rigoletto han generado una inusitada expectación entre el público valenciano y las entradas para todas las sesiones se encuentran ya agotadas desde hace meses. Sin duda se trata de la ópera estrella de la temporada en cuanto a taquilla, pero, aunque los resultados artísticos han de considerarse buenos, no creo que pueda merecer la valoración de la mejor producción de este año como algunos ya se han atrevido a calificarla. La próxima Lucia di Lammermoor tiene todos los números para superarla y la reciente Iolanta creo que fue mucho más redonda.

Para la ocasión se ha traído una producción de la ABAO y el teatro San Carlos de Lisboa que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi y que tiene ya unos cuantos años de rodaje. En concreto, fue la que inició en 2006 en Bilbao el ciclo Tutto Verdi que todavía se sigue desarrollando en las temporadas de la capital vizcaína.

La propuesta de Sagi en esta ocasión no tiene el colorido y la luminosidad que han caracterizado otras producciones del director asturiano. Al contrario, la oscuridad y un cierto tenebrismo planean sobre este Rigoletto, con el propósito, parece ser, de dibujar la maldad e inmoralidad que preside la actuación de la mayoría de personajes de la obra. Planos inclinados y paneles movibles marcarán los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, mientras que espacios muy abiertos y una escasa escenografía resaltarían a su vez la soledad e incomunicación de los protagonistas. Esta limitación escenográfica deja muchas veces a los personajes desnudos frente a la actuación dramática de sus intérpretes, haciendo que toda la atención del espectador se concentre en ellos y en cómo transmiten las intensas emociones que desprende la obra, y alcanzará su mayor expresión en el tercer acto, con el fondo de la caja escénica a la vista.

Esa opción por el escenario abierto por los laterales toda la obra, y además por el fondo en el último acto, más allá de que pueda resultar acertado o no para poner el énfasis en la soledad que rodea a los personajes, conlleva una carga demasiado pesada al perjudicar notablemente la proyección de las voces. Para mí este es el mayor inconveniente de la producción. Cada vez que los intérpretes se alejaban de la boca del escenario, las voces se perdían. El coro durante el primer acto fue el más perjudicado por ello, así como Monterone.

Como siempre ocurre con los planos inclinados, algunos espectadores nos pasamos gran parte de la velada sufriendo por los cantantes que da la impresión que van a salir rodando en cualquier momento. Y no digamos en el segundo cuadro del primer acto, cuando el septuagenario Nucci se puso a saltar entre los huecos que dejaban los citados paneles simulando las callejuelas. No me pareció tampoco acertado que los cambios escenográficos entre los dos cuadros del primer acto y entre el segundo y tercer acto, fueran tan lentos y se realizaran a telón levantado.

Aunque el enclave espacio temporal es indeterminado, el clasicismo de la propuesta es evidente y apenas existen transgresiones de relevancia al texto original. Quizás lo más llamativo sea la más que expresa insinuación de relación incestuosa entre Sparafucile y Maddalena, lo cual tampoco creo que aporte absolutamente nada, ni que sea preciso remarcar la inmoralidad de unos personajes que vienen ya suficientemente bien caracterizados en el libreto. No comprendí tampoco por qué, durante la escena de la tormenta, los miembros del coro que imitan el ulular del viento, en lugar de estar haciendo el coro interno, permanecen en la balconada asistiendo como espectadores a las depravaciones que ocurren en la posada.

Buen trabajo de iluminación de Eduardo Bravo que, pese a la penumbra generalizada, consigue algunos efectos visuales interesantes, especialmente en el tercer acto y en el segundo cuadro del primero, aquí con una representación escenográfica de la casa de Gilda algo cursi, pero con buena resolución del movimiento escénico en la escena del rapto, donde se acaba raptando a la chica con casa incluida. De cualquier modo, en general, creo que la propuesta de Sagi funciona correctamente, hay un trabajo dramatúrgico serio y ante las mamarrachadas que por ahí circulan, puede valer; aunque eso no quite para que, personalmente, esperase más.

El todavía director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Roberto Abbado, regresaba al foso de Les Arts para afrontar un final intenso de contrato y de temporada con este Rigoletto y la próxima Lucia. El trabajo que hizo ayer el director milanés tuvo muchísimo mérito. No me siento capacitado para valorar objetivamente su lectura hasta volver a asistir a alguna de las últimas funciones, porque ayer su labor consistió básicamente en perseguir a Nucci y adaptar sus tempi y dinámicas al ritmo y fraseo que marcaba el barítono y, en algunas ocasiones también, Celso Albelo, que ayer tuvo más de un descoordinación con la orquesta. Me gustó bastante la intensidad y el pulso que, pese a todo, impuso Abbado en momentos como el de la tormenta o en la gran escena de Rigoletto del segundo acto, pese a tener que ajustarse al particular fraseo y fiato de Nucci.

Excelente fue también el rendimiento de los atriles orquestales, pese a un dubitativo comienzo de los metales en el Preludio que corrigieron sobradamente a lo largo de una inspirada velada. Espectacular, como de costumbre, el acompañamiento de Christopher Bouwman al oboe en Tutte le feste al tempio; así como los violonchelos en la escena de Sparafucile; y concertino, flautas y flautín toda la noche.

Los componentes masculinos del Cor de la Generalitat realizaron la gran labor escénica y vocal a la que nos tienen acostumbrados, aunque, como ya he comentado, salieron bastante perjudicados con la distorsión acústica que provocaba la apertura de la caja escénica. También les afectó el variable ritmo orquestal que imponía el particular fraseo de Nucci, originando algún desajuste; pero estuvieron fantásticos en sus intervenciones, como en el Scorrendo uniti remota via del acto segundo.

Leo Nucci, a sus 77 años, que se dice pronto, y con más de 500 Rigoletto en su joroba, ya no interpreta Rigoletto, él es Rigoletto y parece completamente poseído por el personaje. Lo tiene interiorizado, sufre con él y consigue transmitir al espectador todas las emociones de este padre verdiano. Me sigue pareciendo antológica su entrega dramática, su capacidad actoral y la intensidad que desprende en su escena del acto segundo en el Cortigiani y el subsiguiente Ebben, piango, mucho más que en la Vendetta del bis garantizado. Sólo por esto y por el reconocimiento que sin duda merece la carrera y el recorrido de una figura operística de este relieve, ya se justifica el aplauso a Nucci. Pero eso no puede hacernos obviar otras consideraciones que se deben realizar si no se quiere ser injusto. Sigue asombrando el timbre baritonal y la potencia de una voz que brillan puntualmente, pero el fiato ha menguado notablemente y esto desdibuja una línea de canto irregular, con los finales de frase inaudibles y sometida a un continuo empujón y empleo del portamento y de más trucos que Juan Tamariz. Es verdad que ocasionalmente, como aquellos muletazos de Curro Romero, te enhebra una frase espectacular llena de sentido verdiano y emoción y te derrite, pero también hace sufrir. No pretendo desmerecer un éxito justo y merecido, pero sí ponerlo en su justa medida de acuerdo con lo que pienso, que no tiene por qué ser acertado.

Muy notable resultó Celso Albelo como el Duca di Mantova, aunque también he de confesar que quedé un tanto decepcionado. Desconozco si tenía algún problema puntual, pero después de haberme gustado mucho en este mismo papel en 2013 en la Maestranza, anoche le encontré mucho más corto de fiato, sin acabar de ligar las frases con la elegancia y maestría que siempre le han caracterizado. Empezó muy regular en un Questa o quella sin chispa, viniéndose claramente arriba en el dúo con Gilda, donde creo que ofreció los mejores momentos de la noche. Espero también a ver si puedo escucharle en alguna de las próximas funciones porque estoy convencido de que su rendimiento mejorará.

La mejor de la noche me pareció la Gilda de la soprano Maria Grazia Schiavo, que regresaba a Les Arts 13 años después de su Zerlina en el accidentado Don Giovanni de 2006. Voz cristalina y angelical que en el primer acto brilló en un Caro nome de muchos quilates, afrontando las agilidades con corrección y adornando con trinos y reguladores un fraseo lleno de musicalidad y sentimiento. En el segundo  y tercer acto mostró que su instrumento de soprano ligera no está exento de cuerpo y expresividad y resolvió con sobresaliente sus intensas escenas con el padre. Fue una lástima que en el forzado bis de Nucci calase ligeramente el sobreagudo, algo que no puede empañar de ninguna manera su merecidísimo éxito.

La mezzo georgiana Nino Surguladze cumplió como Maddalena, con una voz de atractivo color oscuro, aunque en las bajadas más extremas al grave mostrara algún apuro. Derrochó buen hacer escénico y sensualidad. Menos me gustó el bajo italiano Marco Spotti, un habitual en Les Arts, que compuso un entregado Sparafucile pero muy corto de gravedad y profundidad que no asustaba ni a los gatos del callejón.

Gabriele Sagona fue el encargado de interpretar a Monterone. También le faltaron voz y carácter. La limitación de su instrumento, la apertura de la caja escénica y su entrada en el primer acto desde el fondo, remataron la faena. Si en las dos intervenciones que tiene el personaje no consigues imponerte con una voz rotunda que estremezca cuando lance la maldición, no has cumplido tu papel. No entiendo muy bien por qué, siendo así, no se ha optado por acudir a alguno de los alumnos del Centre Plácido Domingo, como se hizo para el resto de comprimarios. Quizás que comparta representante con Nino Surguladze lo explique.

En esos otros papeles menores cumplieron más que correctamente los cantantes del Centre Plácido Domingo: Marta Di Stefano, Alberto Bonifazio, Mark Serdiuk, Arturo Espinosa, Olga Syniakova, Pau Armengol y Juliette Chauvet.

Prácticamente abarrotada se encontraba la sala principal de Les Arts con todo tipo de politiquetes, famosillos y un público que sabía a lo que iba. A regocijarse con el show de Nucci y seguirle el rollo para poder decir que estuvieron allí el día que se produjo el primer bis del teatro valenciano. Por si fuera poco, la salida de Nucci en los saludos finales fue acompañada de una lluvia de los consabidos papeles pequeñines de colores dando las gracias al barítono italiano por su presencia en Valencia, cosa a la que también habrá influido, digo yo, que se le abone el caché que pedía. Grandísimas ovaciones para el terceto protagonista y para la orquesta, mientras que la dirección escénica fue acogida con tibios aplausos y alguna protesta aislada.

Como todas las entradas están agotadas, esta vez no voy a animaros a acudir a Les Arts, aunque siempre quedará el 5% reservado por ley para cada función, Yo de hecho intentaré conseguir localidades para alguna de las últimas representaciones porque quiero ver cómo resulta este Rigoletto sin estar condicionado por el huracán Nucci.

Sí que me gustaría que alguien me informase, si lo sabe, por qué había ayer en el escenario una concha de apuntador. Entiendo que no era para Nucci que se lo sabe ya del revés, ni para Albelo que lo ha cantado en no pocas ocasiones. Así que supongo que sería para la soprano, pero, bueno, ya dirán quienes lo sepan.



jueves, 4 de julio de 2013

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Teatro de la Maestranza - 29/06/13

Transcurría todavía el frío mes de enero cuando un grupo de amigos decidimos comprar entradas para acudir a finales de junio a Sevilla, a la representación de “Rigoletto”que se había anunciado en el Teatro de la Maestranza. Laverdad es que a mí me hacen falta pocos pretextos para ir a una ciudad que me encanta y a la que tengo gran cariño, pero en esta ocasión la excusa era perfecta, pues un “Rigoletto” con Leo Nucci, Jessica Pratt, Celso Albeloy María José Montiel no se ve todos los días. Lástima que no pudiera organizarme para haber ido a alguna de las funciones del también muy interesante primer reparto, con un trío protagonista andaluz formado por Juan Jesús Rodríguez, Mariola Cantarero e Ismael Jordi.

Y la experiencia ha valido la pena. Ya la simple presencia del veterano barítono italiano Leo Nucci en el papel del bufón, garantizaba el espectáculo, pero es que, además, el resto del reparto rindió a un nivel espléndido y pudimos vivir y disfrutar una fantástica noche de ópera, a la vieja usanza, como cuando todavía había divos operísticos y en la que la pasión contagiada desde el escenario desbordó el patio de butacas.

Si se buscaban ortodoxas esencias interpretativas de la partitura de Giuseppe Verdi, no era la cita más adecuada. La orquesta estuvo lejos de infundir al conjunto acentos y clímax puramente verdianos, y los cantantes se lanzaron a una impactante exhibición vocal incluyendo todos los agudos y sobreagudos no escritos originariamente pero que los sucesivos divos y divas han ido incorporando para su propio lucimiento a lo largo de los años. Ahora bien, si lo que se pretendía era pasarlo estupendamente asistiendo a un emocionante espectáculo de ópera, no había mejor ocasión.

Leo NucciES Rigoletto. Ha cantado tantas veces el papel y lo tiene tan asumido en su interior que, pese a sus puntuales excesos interpretativos, te lo crees completamente. El personaje le surge de forma natural. Se planta la joroba y se transforma. Si algún día me contasen que este hombre ha acabado en su vida personal, como le pasó a Johnny Weissmüller con Tarzán, creyéndose el personaje interpretado y entrando en el comedor de la residencia de la tercera edad gritándoles a todos “Cortigiani, vil razza dannata”, me lo creería sin dudar.

Vocalmente tiene más trampas que una película de chinos, empuja la voz, utiliza portamentia cascoporro, pero, a sus ¡71 años! el derroche que lleva a cabo en escena es brutal y digno de elogio. Y, lo que es más importante, logra alcanzar de forma inmediata el punto sensible del espectador transmitiendo emoción en estado puro, lo cual tiene mucho más mérito teniendo en cuenta que no baja el piloto automático del forte y no ofrece ni un solo matiz.

Pese a su edad, la voz, aunque pueda denotar cierto desgaste, se muestra sin apenas vibrato, su fiato sigue siendo muy respetable y su potencia y técnica de emisión permanecen incólumes. El incisivo fraseo de Nucci emociona y conmueve, retratando a la perfección las diferentes facetas del personaje, desde el arrastrado siervo sin reparos para ser cruel, al amante padre o al ultrajado progenitor  dispuesto a la despiadada venganza.

En ese sentido, su “Cortigiani” y el subsiguiente “Ebben, piango”, me parecieron antológicos, diferenciando de forma maestra las dos secciones, dando una lección de interpretación operística. Me gustó bastante más que la “Vendetta”, más atropellada y efectista, la cual, como no podía ser de otra forma, bisó a telón bajado en compañía de la Pratt con el público puesto en pie. De hecho me comentaron que la bisó hasta en el ensayo general. Nucci es así. That’s entertainment!.

Cuando escuché las primeras notas de Celso Albelo como Il Duca, no pude evitar recordar a Alfredo Kraus. Cierto es que las voces de ambos difieren y que la composición que del personaje realiza Albelotiene una vertiente mucho más golfa que aquel elegante duque que encarnaba Kraus, pero me pareció evidente que el desaparecido maestro es la clara referencia de su joven pupilo. Tengo que decir, ante todo, que me gustó muchísimo Albelo. Y eso pese a que a su fraseo le falte un punto de expresividad y a que comenzó un tanto inseguro y sin acabar de colocar bien la voz, pero en el dúo con Gilda estuvo formidable y su recitativo y aria “Ella mi fu rapita… Parmi veder le lagrime” me parecieron referenciales. Elegancia canora de muchísimos quilates, con impecable dicción, exhibición de fiato y un exquisito canto ligado que no se vio afectado ni pese a los estirados tempi que imponía Halffter. En “La donna é mobile” remató con una nota final eterna, quizás efectista en demasía, pero la noche pedía excesos.

Uno de mis principales alicientes para esta excursión sevillana se centraba en escuchar a la soprano australiana Jessica Pratt, de quien me habían hablado especialmente bien; y no me defraudó en absoluto. Lejos de muchos de los jilguerillos que asumen el papel de Gilda, la Pratt tiene una voz brillante y con cuerpo, con unos agudos timbradísimos, bien emitidos y mejor colocados, de impecable afinación. Dio todo un recital de medias voces, filados, pianísimos y trinos espectaculares que enriquecían su elegante y muy bien ligado fraseo de forma magistral. Haber podido disfrutar en directo, en apenas quince días, de dos voces de soprano como las de María Agresta y Jessica Pratt, es un lujazo.

Posiblemente, Maddalena no sea el rol más adecuado para que se desplieguen las virtudes vocales de María José Montiel, quien se encuentra más cómoda en tesituras no tan graves, pero, a pesar de ello, la mezzosoprano madrileña llevó a cabo una actuación excelente, dotando al personaje de una enorme expresividad, sabiendo transmitir sus diferentes estados de ánimo pese a la brevedad del papel, y con una tremenda carga sensual (a la salida casi había tantos comentarios alusivos a las bonitas piernas de la Montielcomo sobre el bis de Nucci). En el cuarteto se mostró soberbia, afinadísima, perfectamente audible y en conjunción perfecta con el trío protagonista, lo que en una Maddalenano suele ser muy habitual.

El bajo ruso Dmitri Ulianov, a quien vimos el año pasado en Les Arts como rey René de "Iolanta", fue un contundente y muy notable Sparafucile de profundas resonancias, voz potente y, aunque su canto no sea especialmente refinado, de intencionado fraseo con el que logró dibujar de forma efectiva la maldad del personaje.

Todo el resto del reparto funcionó también muy bien, sin que nadie desluciese el relevante nivel vocal general, mereciendo destacarse el buen Monterone de Miguel Ángel Arias, con una voz francamente interesante, a quien pienso que perjudicaba un tanto la caracterización empleada para avejentarlo, con postizos impropios hasta de la cabalgata de reyes.

No me convenció en absoluto Pedro Halffter al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Interpretar a Verdiexige saberle dar a la partitura todo el protagonismo dramático que la genialidad del compositor de Busseto le otorgó. Y Halffter no supo o no quiso. Su empleo de tempi y dinámicas se me antojó caprichoso, sin responder al devenir narrativo y emocional del drama, siendo la monotonía e insulsez la tónica dominante de su lectura. Hubo pasajes de una morosidad exacerbada, como en “Parmi veder le lagrime”, donde no sólo la orquesta no respiraba con los cantantes, sino que les colocó en una situación muy comprometida que sólo se salvaba gracias a la técnica individual de los intérpretes. Curiosamente, o no, Nuccifue quien menos padeció estas lentitudes. Posiblemente el ser la estrella de la función influyera en ello.

Para no ser del todo injusto diré que hubo momentos donde la orquesta brillo con más relevancia, como en las entradas de Monterone o en la escena de la tormenta y el último acto en general, donde el cuarteto fue bien conducido.

Muy importante me pareció sin embargo la aportación del Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. Si en el aspecto orquestal cualquier comparación que se pudiese hacer con la agrupación que escuchamos habitualmente en Les Arts no se sostenía, en el caso del Coro no ocurrió lo mismo. Sonó fantásticamente bien con un ajuste, sonoridad y empaste de primera línea. Todo un descubrimiento.

En cuanto a la dirección escénica, se trataba de la concebida por Stefano Vizioli para el Teatro Regio di Parma. De corte absolutamente clásico, como le gusta a Nucci, con una escenografía especialmente vistosa en el primer cuadro, sirvió a la perfección para contribuir a la sensación de estar viviendo una noche operística de las de antaño, si bien el trabajo escénico como tal me pareció pobre, sobre todo en lo que a la dirección de actores se refiere.

Pienso que se resolvió bastante hábilmente el último acto, aunque, en este caso, la colocación de los cantantes durante el cuarteto en alturas diferentes creo que es un error. Tampoco se solucionó adecuadamente la voz interna del tenor que sonaba claramente a nivel del escenario y no desde la ventana donde se supone que se encontraba. Pero esta noche, más que nunca, la dirección escénica era lo de menos.

El público, que llenaba totalmente el recinto sevillano, con presencia de caras conocidas de la jet local y muchos aficionados desplazados de toda España, enloqueció literalmente con el espectáculo ofrecido y jaleó y braveó puesto en pie a todos los intérpretes, llegando en el bis de la Vendetta a no esperar ni a que Nucci acabase de cantar. Pocas veces he visto, además, tal cantidad de gente intentando entrar en los camerinos al acabar la función.

Aunque si de verdad hubo algo que nunca había visto en un patio de butacas de un teatro serio de ópera, fue lo que aconteció cuando Celso Albelocomenzaba a afrontar “È il sol dell'anima”: una ruidosa bolsa de plástico empezó a sonar insistentemente, pese las protestas de los que nos encontrábamos cerca del humanoide con gafas autor de semejante concierto que no cesaba. Cuando finalmente paró el ruido, mi compañera de butaca me hizo señas de que mirase al personaje en cuestión y allí estaba el señoritingo de la bolsa metiéndose entre pecho y espalda un bocata tamaño fagot y chuperreteándose sus pezuñas… Al encenderse las luces, apenas unos minutos después, mi amiga le llamó la atención ante la falta de respeto con los artistas y el público de su comportamiento y su respuesta fue que éramos “muy sensibles”, con lo que todos los que por allí estábamos a punto estuvimos de demostrarle que lo único sensible iba a ser su nariz al día siguiente.

En fin, no me alargo más. Hasta aquí mi crónica para dejar constancia de otra inolvidable jornada operística y de un estupendo fin de semana gastronómico-cultural que quiero agradecer a todos los amigos y amigas que me ayudaron a pasarlo todavía mejor, y muy especialmente a nuestros anfitriones Joan, Gabriel y Cayetana. Esperemos poder repetir muy pronto otra escapada.

lunes, 26 de noviembre de 2012

RIGOLETTO È UN'ALTRA COSA


El pasado sábado tuvo lugar en el Palau de les Arts la última de las representaciones de “Rigoletto”, la ópera de Giuseppe Verdi con la que ha comenzado la temporada operística 2012-2013 en el teatro valenciano.
 
Respecto a cuanto comenté con motivo del estreno, pocas cosas más puedo decir de la producción presentada en Les Arts después de haber asistido a un par de funciones más. Lo único que se salió un poco del guión fue la sustitución a última hora del Rigoletto anunciado para la representación del día 24, el mongol Amartuvshin Enkhbat, por el barítono polaco Andrzej Dobber. Me consta que las malas prestaciones de Enkhbat como Monterone en las funciones previas han tenido mucho que ver en esa decisión. Pero el cambio tampoco fue para tirar cohetes, Dobber mostró una voz potente, pero poco más. El pobre hombre estuvo además  perdidísimo en escena, sin duda debido a la ausencia de ensayos.
 
Por lo demás, es verdad que los desajustes entre foso y cantantes han ido disminuyendo respecto al día del estreno, pero Wellber ha seguido atropellando a los solistas y demostrando bastante poca maña en los concertantes. Y es que, como dije con ocasión del estreno, mi mayor desencanto con esta ópera inaugural ha venido de la mano del director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, que ha llevado a cabo una labor muy decepcionante y de escaso color verdiano.

Precisamente en relación con estos comentarios sobre las esencias de Verdi, y gracias al amigo Paco, miembro de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana, tuve la ocasión de conocer unos videos cuya existencia reconozco que ignoraba, y con los que he pasado dos horas y media enormemente instructivas y divertidas, por lo que he decidido traerlos al blog para compartirlos con todos los que paséis por aquí y os pueda interesar.

Se trata de una charla sobre la ópera “Rigoletto” ofrecida por el gran director  Riccardo Muti, en el año 1994, en el Aula Magna de la Universidad Comercial Luigi Bocconi de Milán. Por aquel entonces Muti era director musical en el Teatro alla Scala e iba a estrenar una versión de esta ópera de Verdi caracterizada por el escrupuloso respeto a lo escrito originariamente en la partitura por el compositor de Busseto. Más que una charla es toda una clase magistral y, sobre todo, un show entretenidísimo protagonizado por un señor tan serio como Riccardo Muti que, sin embargo, es un excelente comunicador, enormemente apasionado y con un gran sentido del humor.

Muti hace aquí un profundo y detallado análisis de “Rigoletto” y justifica el haber limpiado la partitura de agudos y florituras al no estar escritas por Verdi, pese a que se hayan convertido en habituales tras muchos años en los que se ha impuesto el lucimiento personal de los cantantes frente al rigor musical. Muti no critica estas otras versiones y reconoce que incluso pueden haberse logrado momentos muy bellos, pero, como repite reiteradamente, eso no es Rigoletto, è un'altra cosa” (es otra cosa).

Como decía antes, los dos videos tienen una duración total de dos horas y media, y están sin subtitular, en su versión original en italiano, pero creo que se entiende todo sin demasiados problemas y os garantizo que el tiempo se pasa volando con el showman Muti en todo su esplendor. Podría comentar aquí mil cosas acerca de todo cuanto dice el Maestro, pero creo que lo mejor es dejarle que sea él quien hable (y cante):






Unos días después de esta charla, se estrenaba en La Scala el “Rigoletto” dirigido por Riccardo Muti, con Renato Bruson como Rigoletto, Roberto Alagna como Il Duca, Andrea Rost como Gilda, Dimitri Kavrakos en el papel de Sparafucile y Mariana Pentcheva como Maddalena. La producción era la misma que se ha podido ver estos días en Les Arts, con dirección escénica de Gilbert Deflo.

Pese a que había serias dudas acerca de cómo reaccionaría el público milanés ante una versión poco habitual de esta ópera, fue todo un éxito. Y aquí está el video íntegro de aquel “Rigoletto”:


video de Shawn Melon

domingo, 11 de noviembre de 2012

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/11/12


Y por fin, se levantó el telón... Tras muchas incertidumbres, la temporada de ópera en Valencia ha comenzado con relativa normalidad. No sabemos cómo acabará la cosa, pero de momento ayer se dio el pistoletazo de salida a un ejercicio operístico que se aventura movidito.

Finalmente, las protestas de los trabajadores del Palau de les Arts frente a los incumplimientos de la empresa de los acuerdos laborales pactados a principios de año y ante el ERE que les van a aplicar, se concretaron en una ruidosa concentración en la explanada de acceso al teatro, tras una pancarta en la que se leía 'Sin nuestro trabajo no hay cultura', y el reparto al público asistente de unas hojas informativas con sus reivindicaciones. Se había planteado a la empresa la iniciativa de leer un manifiesto antes de comenzar la representación, pero parece ser que desde la Conselleria de Cultura se opusieron a la propuesta. Ante esa negativa, el maestro Omer Meir Wellber tuvo un bonito gesto cuando subió al podio para iniciar la interpretación de la obra, al coger el manifiesto de los trabajadores y durante unos segundos hacer como si lo estuviera leyendo al público pero permaneciendo en silencio. Finalizados estos instantes, parte del público, principalmente de los pisos altos, prorrumpió en aplausos y hubo algún grito a favor de la cultura.

El paro de dos horas que se había anunciado para la función del próximo martes se ha desconvocado, aunque para las siguientes representaciones se estará a lo que decida una próxima asamblea de trabajadores. En principio la noticia sería para alegrarse si ello respondiera a una decisión libre de los empleados de Les Arts o a un posible acuerdo con la empresa, pero parece que se debe más a una fuerte presión unilateral por parte de ésta. En fin, ya veremos como acaba la cosa…

Si queremos que la actividad del Palau de les Arts se mantenga, los primeros que habremos de responder seremos los espectadores, demostrando con nuestra asistencia que la continuidad de la actividad operística en nuestra ciudad tiene razón de ser. Y el aspecto que mostraba ayer la sala no era especialmente halagüeño. Había una buena entrada, pero siendo inicio de temporada, con una obra tan popular como “Rigoletto” y un sábado por la tarde, lo lógico era que se hubiese podido llenar. Esperemos que en las próximas representaciones, donde los precios de las localidades serán más baratos que en el estreno, mejore la asistencia de público.

Nos  volvió a obsequiar con su ausencia el President Fabra, al que está claro que le interesa menos la ópera que a mí el Reggaeton. Tampoco vi a la Consellera de Cultura con apellido de sheriff de spaguetti-western, que, si realmente no fue a dar la cara en un día como este, demostraría una vez más lo grande que le viene el cargo. Sí estaba por allí el Vicepresidente Císcar, la Delegada del Gobierno y algunos otros carguillos autonómicos de medio pelo, así como la Intendente Helga Schmidt. También se vieron algunas caras conocidas del mundo del espectáculo como el tenor Jorge de León o el ex portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Rafael Blasco, actualmente imputado por seis delitos.

Mucho se venía hablando en los medios de comunicación locales acerca de la espectacularidad de esta producción de “Rigoletto” del Teatr Wielki de Varsovia, creada originariamente por el belga Gilbert Deflo hace casi veinte años para La Scala, donde es todo un clásico que se representa periódicamente desde entonces (estos días sin ir más lejos). Desde luego la producción es espectacular. Una grandiosa escenografía ocupa ampliamente, en altura y profundidad, la caja escénica del teatro valenciano, mostrando los diferentes ambientes en los que se va desarrollando la acción, siempre dejándonos la sensación de que lo que se pretende sobre todo es apabullar al espectador visualmente, como con el palacio del Duca que parece casi una catedral. Lo mismo ocurre con el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino, de un barroquismo y colorido ciertamente irreprochables. Menos cuidada me ha parecido la iluminación de Stanislaw Zieba, que pienso que podría haber dado mucho más juego en combinación con el resto de elementos escénicos.

Sin embargo, esa grandiosidad de la escenografía origina un serio inconveniente al haberse unido a los recortes de personal en Les Arts, y para cambiar los decorados se tarda un tiempo excesivo. Francamente, tres intermedios de media hora cada uno en un “Rigoletto” es una exageración y rompe completamente el ritmo de la obra. Que a los 15 minutos de comenzar ya haya un descanso de 30 minutos, me parece imperdonable.
 
Junto a este derroche escenográfico y de vestuario, la propuesta de dirección escénica de Deflo, adaptada para la ocasión por Beata Redo-Dobber, no me pareció nada del otro mundo y no creo que aporte mucho, más allá de epatar visualmente. El manejo de la dirección de actores y los movimientos en escena son bastante simples. La escenografía pienso que está bien concebida para lograr que la acción fluya natural y eficazmente a los ojos del espectador, pero los cantantes y coro estuvieron bastante estáticos y la resolución de algunas situaciones como la entrada del Duca en el patio de la casa de Rigoletto o el tropiezo de éste con Borsa, me resultaron casi de función de colegio.

Así pues, desde el punto de vista visual la producción deja forzosamente una sensación viejuna pero, en conjunto, satisfactoria. Y es especialmente recomendable para aquellos que se enfrenten por vez primera a esta página de Verdi, pues todo se cuenta, más o menos, como marca el libreto, con un atractivo estético añadido incuestionable.

Lo que más me decepcionó ayer fue la dirección musical de Omer Meir Wellber. El israelí transmitió muy poco aliento verdiano. Dejó de lado cualquier esencia purista de la partitura y fue a su bola. Lo malo es que eso se lo pueden permitir genios como su antecesor Maazel, que, dentro de sus particularidades, te pueden maravillar con los resultados obtenidos, pero no quienes, como Wellber, carecen luego de coherencia en su lectura. Volvió a hacer, como en “Tosca”, una interpretación, a mi juicio, caprichosa de los volúmenes y dinámicas, y llevó a cabo una labor de batuta tan atropellada como sus gestos, poniendo en serios apuros a todos los intérpretes. Lo peor ya no fue que con los tempi veloces que imponía arrollase a los cantantes, sino que además demostró su incapacidad para, en esos momentos, controlar la situación y coordinar foso y voces. Ayer, sin embargo, no fue tan inclemente con el volumen como en otras ocasiones, apreciándose un intento de ajustar el mismo a los cantantes, pero cuando moderaba volúmenes se perdía tensión y, lamentablemente, el color orquestal se difuminaba y el alma que debe impregnar los sonidos que surgen del foso no se encontraba por ningún lado.

Lo anterior no quiere decir que las prestaciones de la Orquestra de la Comunitat Valenciana no hayan sido óptimas en cuanto a ejecución, porque sí lo han sido, pero más por la maestría de los atriles que por la labor del director. Impresionantes resultaron los sonidos del cello solista de Guiorgui Anichenko en el encuentro entre Rigoletto y Sparafucile, o la maravillosa conjunción de la sección de cuerdas al completo en la entrada de Rigoletto en busca de su hija secuestrada, o las flautas en el “Caro Nome”, o todas las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier con el oboe.

Muy bien estuvo también la banda interna formada por alumnos del Conservatorio Profesional de Valencia, bajo la dirección de Ricardo Casero; así como los músicos en escena de la Fundación Desarroya.

En cuanto al Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión por sus integrantes masculinos, sufrieron también el atropellamiento de Wellber y hubo algunos desajustes, aunque vocalmente su actuación fue óptima.

Ha de destacarse que miembros de Ballets de la Generalitat intervinieron por vez primera en una función en el Palau de les Arts, en concreto en el acto primero.

El reparto vocal a priori no presentaba grandes nombres y responde a la época de vacas flacas que nos toca atravesar. Aquí es donde un buen gestor tiene que demostrar su valía y, con menos recursos, saber sacar adelante una programación que mantenga un nivel de suficiente calidad, porque contratar a las grandes estrellas con talones firmados en blanco lo sabríamos hacer casi cualquiera. Personalmente, yo soy partidario de que los recursos que pueda haber se centren en mantener a toda costa la Orquesta y Coro que son hoy ya un referente internacional y en traer buenas voces, sean más o menos populares. Y la inversión en costosas producciones, la mayoría de las veces infumables, debería ser algo secundario.

El mayor aliciente de un reparto vocal bastante desconocido se centraba en el Rigoletto de Juan Jesús Rodríguez, quien nos dejó muy buenas sensaciones el pasado mes de junio cuando sustituyó a última hora el día del estreno de “Il Trovatore” a Sebastián Catana como Conde di Luna, obteniendo un éxito considerable. Pero Rigoletto son palabras mayores. Y creo que el barítono onubense pasó la prueba con nota. A mí desde luego me gustó mucho. Rodríguez tiene una voz cálida, plena, bien colocada, muy homogénea y con auténtico timbre baritonal. Rigoletto es un papel que conoce bien y que seguro que irá perfeccionando. Debutó con él en Jerez y también lo ha cantado en teatros como Parma, Torino o Tenerife. Ayer demostró una entrega absoluta, hilvanando un fraseo con todo el color verdiano del que carecía el acompañamiento orquestal. Su “Cortigiani” resultó emocionante, en la “Vendetta” dio el agudo final y lo mantuvo con potencia, y se marcó un “Pari siamo” notable, con intencionado fraseo y espléndido legato. En el aspecto negativo hay que decir que Rodríguez ofreció a lo largo de la noche poca variedad de matices, y su interpretación quizás no acabase de transmitir la pluralidad de pasiones que convergen en el poliédrico personaje, resultando algo plana en el aspecto dramático.

Erin Morley, en el papel de Gilda, fue otra de las triunfadoras de la noche. La soprano norteamericana es un jilguerillo, de voz pequeña, clara y con estrecho vibrato, que llevó a cabo una buena actuación, con una emisión segura tanto a voz plena como en las medias voces. A mí me gustan las Gilda con voces de más peso, sobre todo para afrontar la parte final de la obra, pero he de reconocer que el “Caro Nome” estuvo excelentemente cantado, con unos trinos de manual y una coloratura nítida y precisa. Es verdad que sus graves carecen de cuerpo, pero esto en una Gilda importa poco.

Iván Magrì, como el Duca, me gustó bastante menos. El tenor siciliano mostró un incuestionable poderío y brillantez en los agudos y una emisión potente, pero su línea de canto se presentaba descuidada y poco refinada, con un centro aquejado de un vibratillo cuasi caprino. Hacía esfuerzos por matizar y apianar, pero entonces perdía la impostación. En “Parmi veder le lagrime” dejó en evidencia sus problemas de fiato y sus respiraciones a destiempo deslucieron su fraseo. El pobre ni siquiera tuvo oportunidad de ser aplaudido tras “La donna è mobile” ya que Wellber no hizo la paradinha estratégica para permitirlo. Por cierto, a este chico nos lo vuelven a colocar esta temporada en “I due Foscari”.

Paata Burchuladze está actualmente en un estado vocal bastante lamentable y su Sparafucile transmitió la maldad del personaje más a base de tablas que de rotundidad canora.

Adriana Di Paola fue una Maddalena de escasa relevancia. Es verdad que el personaje no tiene un gran protagonismo, pero en el último acto tiene que tener la suficiente entidad vocal como para no pasar inadvertida en el cuarteto ni destrozarlo y ayer Di Paola no lo logró.

El jovencísimo bajo mongol (de Mongolia) Amartuvshin Enkhbat, como Monterone, lanzó su maldición desde el centro del escenario, pero su voz, con una emisión cuasi anal, parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. Lo malo es que en la función del día 24 está anunciado que encarnará el papel de Rigoletto.

En general todos los secundarios estuvieron bastante correctos, especialmente Marina Pinchuk, Mario Cerdá y Miguel Ángel Zapater.

El público de nuevo volvió a iniciar los aplausos de los finales de acto con muchísima antelación a que la música dejase de sonar. Hay quienes deben estar mirando toda la representación el telón para en cuanto lo vean descender un centímetro empezar a dar palmas. Eso sí, luego esos mismos suelen ser los que salen a la carrera de la sala. Al final hubo ovaciones para todos los artistas, aunque con especial intensidad para Juan Jesús Rodríguez y Erin Morley. También fue aplaudida la dirección de escena, saliendo a saludar una mujer rubia (supongo que la directora de la reposición Beata Redo-Dobber) quien se volvió como loca en el escenario, adelantando por su cuenta para que saludasen, casi a empujones, sin ningún criterio, a quien pillaba más a mano, ahora Monterone, ahora Gilda, ahora un Paje, ahora Wellber... Sólo faltó ver entrar a una pareja de mocetones con batas blancas y que se la hubiesen llevado con una camisa de fuerza.

Bueno, pues la temporada 2012-2013 en el Palau de les Arts ha dado comienzo. Ya veremos si, con la colaboración de todos, se puede conseguir que además la podamos finalizar con normalidad y puedan encararse temporadas futuras sin este ambiente de incertidumbre y provisionalidad que se vive ahora mismo.


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