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sábado, 23 de marzo de 2019

"IOLANTA" (P. I. Tchaikovsky) - Palau de les Arts - 22/03/19


Ya dije cuando se anunció la presente temporada operística 2018/19 del Palau de les Arts que, en principio, lo que más interés me suscitaba, junto a la Lucia di Lammermoor que la clausurará, eran las funciones de Iolanta, de P.I. Tchaikovsky, que se iniciaron ayer en el coliseo valenciano. Varios eran los alicientes que presentaba: para empezar, es una ópera que me conquistó desde la primera vez que la escuché con una música que me parece preciosa; se trata de una obra que no es muy habitual ver representada; cuenta con la dirección escénica del polaco Mariusz Trelinski que casi siempre nos ha ofrecido propuestas interesantes; y de la dirección musical se encarga Henrik Nánási, que ha culminado con éxito incontestable cada aparición suya en el foso de Les Arts.

Para romper la intriga cuanto antes, empiezo ya por confesar que mis expectativas no quedaron defraudadas y considero que, aunque haya algunas cosas a las que se les pueda sacar punta, anoche se vivió un estreno muy exitoso en el que el público se lo pasó fenomenal, lo que, al fin y al cabo, es lo más importante.


Sí hay algo que no entiendo, y es que esta ópera de poco más de hora y media de duración no se haya ofrecido en un programa doble junto a otra obra breve, como se hace habitualmente en otros teatros (por ejemplo, recientemente, en el Teatro Real junto a Perséphone, de Stravinski; o en el neoyorquino Met junto a El castillo de Barbazul, de Bartók). Es verdad que prefiero que se haya optado por la versión escenificada, aunque sea sin ópera acompañante, y no por otra versión en concierto en el infecto Auditori, como ya la tuvimos en 2012; y también es cierto que se han reducido un poco los precios habituales de la sala principal para estas funciones. Igualmente, reconozco que posiblemente la programación un tanto coja de esta ópera venga derivada de cómo se fraguó esta temporada, sin director artístico, en pleno cambio de sus órganos de gobierno y sin apenas tiempo ni margen de reacción. Pero lo que es un hecho incontestable es que el público sale muy satisfecho de la sala con lo vivido, aunque con una especie de sensación de coitus interruptus muy significativa al quedarte con ganas de más.

Como decía antes, la dirección escénica de esta producción del Teatro Mariinsky de San Petersburgo corre a cargo del polaco Mariusz Trelinski, de quien en Les Arts ya hemos visto en temporadas anteriores sus versiones de Madama Butterfly (2010) y Eugene Onegin (2011), mucho mejor a mi juicio la primera que la segunda, aunque siempre con un poderío e impacto visual muy relevante. También en esta ocasión la iluminación y el componente visual y estético tendrán un papel fundamental, lo cual en esta ópera cobra aún más sentido al ser la luz o su ausencia el eje en torno al cual gira toda esta fábula. El vestuario y la escenografía juegan también con el contraste entre blancos y negros, reflejo de esa dualidad simbólica entre luz y oscuridad (conocimiento – ignorancia; uniformidad – singularidad; integración - marginación) que recorre la trama. 

La acción se ha trasladado temporalmente del siglo XV a una época más moderna, posiblemente sobre los años 40 del pasado siglo, y se ha comentado que se ha buscado inspiración en el cine negro de esos años. Como también suele ser habitual en el director polaco, nos encontramos aquí con una escenografía muy limitada; únicamente una estancia en forma de cubo giratorio que representará tanto el interior como el exterior de la casa donde permanece recluida Iolanta rodeada de cráneos de ciervos muertos. Allí la tiene encerrada su padre, igual que a esos animales sin vida, fuera de su hábitat, como un trofeo, sólo para él, tan sobreprotegida que está muerta para el mundo.    

Junto a la casa, enmarcando la acción, simplemente una pila de leña y un bosque de árboles secos flotantes con sus raíces suspendidas, dando al conjunto un cierto aire fantasmagórico muy apropiado para la fábula que en definitiva es. La oscuridad que rodea la casa o ese ambiente neblinoso y turbio, otorga especial protagonismo a la figura de Iolanta y centra la atención del espectador en los personajes principales y en el devenir dramático. El hecho de que gire el cubo central logra dotar de gran ligereza a la acción y los cambios de escena se suceden sin demoras innecesarias y sin que el ritmo narrativo se resienta.

Durante toda la representación, entre el escenario y la platea permanece permanentemente bajada una tela/pantalla sobre la que puntualmente se proyectan algunas imágenes. Yo pensaba que en la escena final, cuando la protagonista recupera la vista, la pantalla se retiraría definitivamente, pero no; con lo que la verdad es que no entiendo por qué nos tenemos que chupar toda la obra tras ese velo que dificulta la visión y la escucha del espectador, para que sirva de soporte para la proyección de video en apenas 4 o 5 ocasiones. Si es para que empaticemos más con la ceguera de la protagonista, ya puestos, que la hubieran hecho a oscuras. Aunque poco faltó para que la platea quedara ciega de verdad, pues, una vez más, las musas de los registas, que deben tener accionariado en la ONCE, decidieron que había que deslumbrar al espectador en una escena, en este caso cuando se descubre que Vaudemont está con Iolanta y todo el reparto aparece armado con linternas que, por supuesto, se encargan de dirigir convenientemente a las pupilas de los espectadores, no vaya a ser que se duerman.

Cuando finalmente la protagonista consigue ver, la luz crecerá en intensidad, y en la última escena todos los intérpretes, con un vestuario en el que predominará claramente el blanco, se alejarán festejando la buena nueva, a excepción de uno, el rey René, vestido de riguroso negro, con un guante de cuero del mismo color (posiblemente simbólico de lo cerca que está su comportamiento sobreprotector hacia su hija del sadismo o del maltrato psicológico), y que se quedará solo en la habitación de Iolanta mientras suenan las últimas notas de la ópera.

Creo que, en conjunto, la dirección escénica puede calificarse de positiva. Es verdad que se encuentra un poco en tierra de nadie entre las propuestas ajustadas al libreto y las más transgresoras, sin que aporte ninguna lectura especialmente original; pero hay una buena dirección de actores (otra cosa es lo buenos o malos que sean luego ellos) y obtiene una alta calificación en la creación de atmósferas y ambientes sugerentes que acompañan adecuadamente el discurso musical y dramático sin alterarlo especialmente y sin perturbar demasiado al espectador, a excepción, como ya he dicho, de esa molesta pantalla interpuesta y las linternitas del demonio.  

Para quien esto suscribe es una alegría poder volver a decir que regresaba al foso de Les Arts Henrik Nánási. Siempre que ha pasado por nuestro teatro, el rendimiento de la orquesta ha sido excelente. Y ayer no fue una excepción. Esta ópera, aparentemente menor, cuenta con una maravillosa orquestación que encontró en la batuta de Nánási y los componentes de la Orquestra de la Comunitat Valenciana una interpretación privilegiada. Todo el cromatismo con el que Tchaikovsky impregna los pentagramas para mostrarnos musicalmente esa dualidad entre la luz y la oscuridad, fue trasladada a la sala por la orquesta de manera mágica. El director húngaro volvió a maravillarme con su extraordinario manejo de las dinámicas y sabia administración de las intensidades, con el absoluto control y equilibrio de orquesta y foso y, sobre todo, con una labor de dirección rebosante de sentido dramático, sabiendo resaltar cada matiz de la partitura generando emociones, al mismo tiempo que cuidaba las voces con un mimo exquisito.

Ya desde los primeros compases, desde ese preludio donde sólo los vientos intervienen para reflejar así la carencia de la luz que padece la protagonista, la calidad de los componentes de nuestra orquesta se puso una vez más de manifiesto. Grandísima noche de maderas y metales, con muy destacadas intervenciones de flautas, trompas y trompetas, de Ana Rivera en el corno inglés, Pierre Antoine Escoffier al oboe y unos más que sobresalientes Salvador Sanchís al fagot y Tamás Massànyi con el clarinete. Y no menos sensacionales estuvieron las cuerdas, desde las luminosas arpas a unos soberbios contrabajos que junto con violines, chelos y violas sustentaron con excelencia el magnífico edificio orquestal concebido por Tchaikovsky. Mención especial merece también el virtuosismo mostrado por Guiorgui Dimchevski, de nuevo como concertino en el foso de Les Arts.

El coro en esta ópera tiene una escasa participación aunque con momentos de indiscutible belleza. Las componentes femeninas del Cor de la Generalitat estuvieron situadas otra vez en el foso, tras la orquesta, durante casi toda la representación. Esto parece ya una nueva moda y esta es ya la tercera vez que se recurre a este singular emplazamiento en menos de un año, desde que a finales de la pasada temporada Abbado tomara la decisión de ubicar parte del coro en el foso en La damnation de Faust y repitiera recientemente en I Masnadieri. La verdad es que, al menos desde mi posición, anoche se logró un gran equilibrio del coro con la orquesta y las voces. Impecables fueron todas sus intervenciones cargadas de sutileza y musicalidad, e imponente la última escena con todo el conjunto sobre el escenario en uno de esos momentos que quedarán para el recuerdo.

El papel de la protagonista ha sido encomendado a la soprano armenia Lianna Haroutounian, quien ya nos visitara el año pasado como Tosca. En aquella ocasión no me acabó de convencer, pese a reconocer la calidad de su instrumento. Como Iolanta me ha gustado más, aunque valdrían muchas de las consideraciones que hice entonces. Es incuestionable la belleza de una voz sana, con cuerpo, bien proyectada, de atractivo timbre lírico que en la zona aguda se expande y agranda notablemente. Puntualmente se le descontroló un poquito la afinación y, pese a que la cantante pone todo su empeño, no puedo evitar que me traslade una cierta frialdad. Es cierto que hay instantes en los que su derroche vocal y entrega artística elevan la vertiente expresiva, pero le falta ese punto de magia, esa chispa de emoción que estimula nuestra espina dorsal, pero puede que sea una sensación muy particular. De cualquier modo, compuso una Iolanta más que notable que sólo puede merecer un encendido elogio.

El rol de Vaudemont no es precisamente una perita en dulce y el tenor ucraniano, hasta ayer para mí desconocido, Valentyn Dytiuk, ha sido toda una agradable sorpresa. Es aún muy joven, apenas 28 años, y está claro que debe madurar y pulir muchos aspectos, pero el resultado final fue muy relevante. Cantó su romanza con un gusto exquisito, adornándose con falsetes y medias voces, presentando en el registro agudo una frescura deslumbrante con apabullante comodidad. El fraseo en la zona central estaba más descuidado, pero es una cuestión a trabajar y que no deslució su muy brillante rendimiento vocal general. Su flanco más vulnerable es su actuación dramática porque como actor el muchacho muestra obvias carencias, con una movilidad y gestualidad limitadas, sacando pecho palomo y posando cual muñeco Michelin. El vestuario con pijo-jersey de Zipi y Zape y pantalón de chándal metido por dentro del botín, tampoco ayudaba.

Poco antes de comenzar la función, nos encontramos en el programa de mano con la sorpresa de que el bajo ruso Mikhail Kolelishvili, inicialmente anunciado como rey René, quedaba relegado a las dos últimas representaciones. Les Arts ha hecho público un comunicado diciendo que cancelaba por indisposición su participación y que sería sustituido por el ucraniano Vitalij Kowaljow, un cantante que también ha pasado ya por Les Arts, cuando vino en 2014 a cantar el Jacopo Fiesco de Simon Boccanegra, también por cierto para sustituir otra cancelación de otro bajo ruso, Ildar Abdrazakov. Kowaljow cumplió sobradamente el compromiso con una voz grave poderosa que manejó cantando con mucha clase y sabiendo dibujar este complicado personaje de perfiles tan polivalentes. Quizás se echase de menos que se mostrara más imponente con esas resonancias cavernosas de los bajos más profundos.

En mi opinión, el menos destacado del quinteto protagonista, sin que ello quiera decir que estuvo mal, fue el Ibn-Haqia de Gevorg Hakobyan, un barítono armenio que también hemos visto en Les Arts el año pasado como uno de los Scarpia de aquellas Tosca con la Haroutounian. Tiene un instrumento más limitado y muestra más tosquedad en su fraseo. Aun así, solventó bastante bien la difícil papeleta en su monólogo en crescendo, aunque acabase algo apurado, y siempre contó con el apoyo y mimo de una base orquestal fantástica.

Excelente me pareció Boris Pinkhasovich como Robert. A mí fue el que más me gustó de la noche. El barítono ruso mostró un auténtico color baritonal, con graves bien apoyados, agudos potentes y un timbre luminoso que recorría la sala y se imponía a la orquesta con facilidad. Fraseó con vehemencia y estupendo legato. Su aria resultó imponente por potencia vocal, musicalidad y expresividad, aspecto este en el que sin duda fue también el más destacado de la velada, tanto en lo vocal como en lo actoral.

Me gustó mucho el trío de criadas Marta, Briggitta y Laura, que estuvieron interpretadas con indudable acierto por Marina Pinchuk, Olga Zharikova y Olga Syniakova, respectivamente. Mostraron un gran equilibrio vocal, sensibilidad y un muy buen comportamiento escénico.

Muy correcto estuvo también Gennady Bezzubenkov, en el casi anecdótico papel de Bertrand; y magnífico en todos los aspectos el veterano Andrei Danilov en el también breve rol de Almeric.

Como era de esperar conociendo el comportamiento del público valenciano, al ofrecerse una ópera menos popular aparecieron bastantes más huecos en la sala. Una verdadera pena teniendo en cuenta la calidad del espectáculo ofrecido. Ojalá en las próximas representaciones el boca a boca vaya funcionando y se mejore la venta de entradas. Se aplaudió generosamente a todos los intérpretes a la finalización y hubo gran ovación para la orquesta. Esta vez sí salieron a saludar los responsables de la dirección artística que también obtuvieron la unánime aprobación por parte del público presente.

A los que no se os haya pasado por la cabeza asistir a alguna de estas funciones de Iolanta, os recomiendo que reconsideréis vuestra decisión. Descubriréis una ópera de música bellísima, con una orquesta en estado de gracia y un reparto vocal muy homogéneo y equilibrado. Además, los precios de las localidades son más baratos que de costumbre. ¿Qué más se puede pedir?



jueves, 21 de junio de 2018

"LA DAMNATION DE FAUST" (Hector Berlioz) - Palau de les Arts - 20/06/18


Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de La Damnation de Faust, de Héctor Berlioz, la última ópera de la temporada en su sala principal (el próximo domingo se estrenará en el Auditori La Clemenza di Tito, de Mozart, en versión semi escenificada). La principal noticia de este estreno es, sin duda, que el mismo se llevó a cabo sin que tengamos que reseñar ninguna incidencia ajena a lo puramente musical, ya que, finalmente, se desconvocó la huelga anunciada por el Cor de la Generalitat.

Eso no quiere decir que el problema se haya solucionado, ni mucho menos. Sus justas reivindicaciones continúan sin ser atendidas por la administración autonómica. Sigue sin haber un compromiso claro y por escrito que garantice la estabilidad de la plantilla y la consolidación de los puestos de trabajo que llevan desempeñando desde hace entre 15 y 30 años. La traición del sindicato FSP-UGT, obrando por la espalda y por motivos que algún día se conocerán, ha sido en primera instancia la causa de una desconvocatoria que ha venido seguida de la expresa voluntad de los miembros de la agrupación de dar una oportunidad más a la negociación, aceptando participar en una comisión de seguimiento junto a representantes de la empresa y la administración y posponiendo posibles acciones de protesta y huelga al inicio de la pretemporada si todo sigue igual.

No voy a ahondar más en este tema de momento. No quiero remover las heces con el viento en contra, prefiero dejar que las negociaciones sigan su curso en el ámbito en el que han de desarrollarse y no contribuir a que el ambiente pueda enrarecerse más. Es decir, justo lo contrario de lo que hizo recientemente el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, con unas impresentables declaraciones, indignas de un representante público, que lo único que hacen es dejar en evidencia que su imprudencia es aún superior a su ignorancia.

El caso es que estaba previsto que el Cor de la Generalitat protagonizase las crónicas de este estreno y finalmente así acabará siendo, aunque no por haber ejercido su derecho a la huelga, sino por protagonizar una de las actuaciones más memorables de un coro en un teatro de ópera que ha vivido quien esto escribe, convirtiéndose por los méritos de su propia valía en los indiscutibles triunfadores de la noche. Por supuesto sin que ninguno de los chupatintas, bocachancla y mequetrefes mentales varios que se permiten cuestionar y poner en riesgo la supervivencia del Cor estuviese presente. Aunque en su descargo hay que decir que televisaban el apasionante Irán-España y en À Punt se programaba un nuevo capítulo de “Açò és un Destarifo”.

Decía antes que La Damnation de Faust y La Clemenza di Tito van a ser los dos últimos espectáculos de la temporada. Y hay algo que me ha llamado la atención. La Clemenza se va a interpretar en el aborrecible Auditori en versión semi escenificada (en principio iba a ser en versión concierto) y Damnation escenificada y en la sala principal, cuando lo cierto es que La Clemenza es una ópera que nació con el objeto de ser escenificada y La Damnation es una cosa extraña. Berlioz la calificó como leyenda dramática y en múltiples ocasiones se representa en versión concierto, y es que el componente sinfónico de esta obra tiene mayor peso que el dramático. Quizás hubiera sido más lógico que la programación se hubiese hecho al contrario, pero me alegro enormemente de que no haya sido finalmente así, pues eso nos ha permitido disfrutar de la maravillosa música de Héctor Berlioz sin las distorsiones de la imposible acústica del Auditori.

Para la ocasión se ha presentado una nueva producción del Palau de les Arts en colaboración con el Teatro Regio di Torino y el Teatro dell’Opera di Roma, donde precisamente abrió la temporada 2017/18. La puesta en escena la firma el italiano Damiano Michieletto, de quien en este teatro ya se han visto bastantes trabajos; algunos mejores, como L’elisir d’amore o La scala di seta, y otros claramente fallidos, como Il Barbiere di Siviglia. La producción estrenada ayer obtuvo recientemente el reconocimiento de la crítica italiana obteniendo el premio Franco Abbiati al mejor espectáculo de 2017.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a unos minutos de uno de los ensayos de esta Damnation de Faust y una de las primeras cosas que pensé fue que la puesta en escena concebida por Damiano Michieletto iba a ser fuertemente abucheada. Pero al final me equivoqué. Es verdad que hubo algunos abucheos, pero en absoluto el rechazo generalizado que yo imaginaba. Está claro que Michieletto decide aquí arriesgar fuerte y apuesta por dar una visión muy particular del mito de Fausto. Ya Berlioz, a su vez, ofreció en esta obra su personal lectura del Fausto de Goethe, eliminando el inicial pacto del protagonista con el diablo para lograr la juventud y llevándolo al final como forma de salvar el alma de Marguerite, o ambientando el inicio en Hungría en lugar de Alemania, entre otras cosas. Michieletto va aún más allá y transforma a Faust en un adolescente traumatizado por la muerte de su madre y objeto de bullying por sus compañeros que intenta suicidarse y que se agarra al amor de Marguerite como tabla de salvación frente a su sufrimiento.

La escenografía corre a cargo de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Toda la acción se desarrolla en un mismo espacio escénico y el coro estará permanentemente presente en escena, sentado en un graderío por encima de los cantantes. El protagonista en la propuesta de Michieletto es claramente Méphistophélès, quien también estará casi siempre en escena, presencialmente o en proyecciones, con un comportamiento histriónico que recuerda bastante al de presentadores de reality show, donde su punto de vista será mostrado además mediante las imágenes que graba sobre el escenario un cámara portando una steadycam.

Visual y estéticamente hay que reconocer lo impactante de una producción que no puede dejar indiferente a nadie. El blanco luminoso predominante hasta el tramo final y la frialdad de la iluminación me recordaban un poco la estética del 2001 de Kubrick. Los momentos de amor junto a Marguerite trasladarán a Faust a su particular Paraíso que será mostrado con la proyección del cuadro del mismo título de Lucas Cranach el Viejo mientras Méphistophélès contempla la escena transmutado en serpiente, en uno de los instantes a mi juicio más logrados. Otros momentos que me parecieron muy positivos fueron el del coro celestial que salva a Faust del suicidio tras la brutal escena de bullying y que se ilustrará con los recuerdos de éste junto a su madre celebrando un cumpleaños; o la escena de la cabalgada a los infiernos y el Pandemonium, pese al aspecto de bolsas de basura gigantes en movimiento; o la Apoteosis de Marguerite final.

Es verdad que hay cosas que funcionan menos o alguna provocación un tanto gratuita, aunque creo que, en conjunto, los aspectos positivos pesan más que los negativos y yo me lo pasé especialmente bien. Reconozco que puede haber espectadores que se sientan molestos o desconcertados y un poco perdidos, pero en mi opinión hay ideas y sentido dramatúrgico e incluso creo que se consigue dotar de una cierta unidad narrativa a una obra que no puede presumir precisamente de tener un armazón dramático especialmente consistente. Además, algo que me parece incuestionable es el enorme trabajo de dirección de actores (cantantes y figurantes), cuidado hasta el último detalle, y ya sólo por eso el abucheo resultaría injusto.

Aspectos que considero negativos de la propuesta de Michieletto son: el ruido que se organiza en escena más de una vez perjudicando la música y, en general, que creo que pretende contar demasiadas cosas y quizás en ese afán de mostrar todas las lecturas y subniveles que ve el regista en la historia, se le ofrece un exceso de información visual al espectador en forma de claves que acaban por saturarle, haciendo que en lugar de centrarle le enreden más y le distraigan del apartado musical. Dicho eso pienso que en sucesivas visiones la propuesta puede ir ganando y el espectador descubriendo nuevos detalles. A mí sí me gustó.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado, quien tras la marcha de Biondi se ha quedado ya como director titular en solitario de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pero esta va a ser la única ópera que dirija esta temporada, algo ciertamente chocante. No obstante, la próxima no va a salir del foso más que para aliviar vejiga porque está previsto que asuma la dirección de 3 de las 5 óperas que se representarán en la sala principal.

La labor de Abbado ayer me pareció bastante destacable. Es verdad que con esta orquesta y este coro y la espléndida orquestación de Berlioz, era complicado que la cosa saliese demasiado mal. Abbado ayer se lo pasó teta, se le veía en el foso disfrutar con la obra que estaba dirigiendo. Hubo incluso momentos en los que daba la impresión de que tanto se emocionaba que alguna entrada se retrasaba o el tempo variaba. En cualquier caso creo que hizo un trabajo relevante, mantuvo el pulso y la tensión y consiguió que la partitura brillase como merecía. Aunque en ese resultado intervino y mucho la calidad de los músicos de la orquesta, destacadísimos del primero al último. Excelentes los metales, la percusión, una cuerda descomunal, con mención para la solista de viola, y unas maderas que lo bordaron con unas inspiradísimas flautas y Pierre Antoine Escoffier y Ana Rivera en oboe y corno inglés marcándose un acompañamiento bellísimo a D’amour l’ardente flamme.

Del Cor de la Generalitat ya he adelantado antes que fueron los grandes protagonistas de la velada. La calidad del sonido obtenida ayer fue espectacular. El empaste impecable y todas las cuerdas se escuchaban con un equilibrio extraordinario. Creo que habrá pocos coros fuera de nuestras fronteras que puedan garantizar hoy un rendimiento mucho mejor ante una obra tan enormemente exigente como esta. Todas sus intervenciones fueron, incluso pese a algún puntual desajuste, de poner los pelos de punta, pero destacaría la belleza obtenida en el coro de gnomos y sílfides del sueño de Faust y, por supuesto, en el maravilloso coro final. La colocación del coro estático y arriba por la propuesta escénica, ha motivado que el director musical haya decidido que algunos de sus miembros se ubiquen en el foso junto a la orquesta, posiblemente temeroso de que no tuviesen sus voces la relevancia adecuada. Yo creo que no hubiera pasado nada por situar a todo el coro arriba y quizás se evitarían problemas de puntuales desequilibrios entre el coro de foso y el del escenario, pero no voy a dar yo consejos al director. Más allá de haber conseguido Abbado o no su objetivo, lo que quedó claro es que músicos y cantantes estuvieron en el foso como sardinillas en lata. Y que todos los miembros de Cor, en foso y escena, demostraron que la retención urinaria la llevan bastante bien.

Buena fue también la participación final de los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En el reparto vocal se ha contado con un trío protagonista íntegramente hispano, con el tenor Celso Albelo como Faust, Silvia Tro Santafé como Marguerite y Rubén Amoretti como Méphistophélès.

Gran mérito el de Celso Albelo ante un papel mucho más difícil de lo que parece a primera vista y que, si no me equivoco, debutaba. Además de eso tuvo que afrontar unas exigencias escénicas muy importantes y de todo ello salió con unos muy buenos resultados, yendo, a mi juicio, de menos a más, administrando perfectamente sus recursos. Su voz y fraseo ofrecen belleza y una técnica depurada, con una zona aguda muy solvente, brillante y potente. Hubo algún desliz de afinación y una cierta frialdad general, pero el resultado fue positivo.

También creo que se debe valorar como meritorio el desempeño de Silvia Tro Santafé componiendo una buena Marguerite pese a que creo que no es el papel que mejor se ajusta a sus características vocales. Quizás le faltase un poquito más de refinamiento, de control de volumen e intensidades, pero insisto en considerar positivos sus resultados, teniendo también que hacer frente a diversas exigencias escénicas de lo más variopinto, como el tener que cantar echándose vasos de agua por encima…

Aunque si ayer hubo un artista digno de reconocimiento por su comportamiento escénico, ese fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Sensacional toda la noche, con un trabajo actoral exhaustivo que además iba acompañado de numerosos primeros planos que sostuvo con sobresaliente. Impecable en lo dramático y muy destacado también en lo vocal, sabiendo transmitir toda la malvada ironía del personaje.

Correcto el Brander del alumno del Centre Plácido Domingo Jorge Eleazar Álvarez en la canción de la rata, uno de los instantes que más rechazo parece que provocó en el público por la ocurrencia de Michieletto de ilustrarlo con un gigantesco roedor en escena.

Especial reconocimiento merece también en esta obra el numeroso plantel de figuración que lleva a cabo un trabajazo monumental.

La sala principal de Les Arts presentó, lamentablemente, bastantes huecos. Parece que al público valenciano le siga costando animarse a asistir a óperas menos habituales, lo que es muy triste, pero si además le metemos un partido de Ejpaña, pues para qué queremos más. Aunque lo verdaderamente triste y lamentable de ayer no fue tanto el comportamiento del público que se quedó en casa como el de quienes asistieron a la función. Conté no menos de ocho deserciones durante la representación, con taconeo, portazo y cuchicheo incluido. Y lo mejor estaba por llegar. Al final, nada más apagarse la luz, bajarse el telón y cuando Abbado aun no se había bajado del atril, ocurrió esto:



Una estampida de proporciones dantescas en una de las mayores faltas de respeto a los artistas que yo he vivido en este teatro, y mira que he asistido a situaciones parecidas, pero lo de ayer era digno de un simulacro anti incendios con previa inserción de guindillas en el ano. No sé a qué narices se debió. El partido de fútbol ya había acabado y era una hora más que razonable… Los que se quedaron brindaron fuertes ovaciones para todos, y eso que durante la representación no hubo ni un solo aplauso pese a alguna que otra paradita estratégica de Abbado. Especialmente jaleados fueron el coro y la orquesta y también muy aplaudidos los solistas vocales. La salida del equipo escénico fue recibida con bastantes aplausos a los que se unieron algunos abucheos que no me dio la impresión que llegasen a ser mayoritarios.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta última ópera de la temporada en la sala principal. No puedo por menos que animaros a haceros con alguna de las numerosas entradas que hay disponibles para los próximos días. La belleza de la música de Berlioz lo merece. La calidad de nuestra orquesta y coro, más. Y la oportunidad de asistir a un espectáculo diferente siempre vale la pena. Los más reacios y clásicos haced un esfuerzo... el año que viene ya os hartaréis de Rigoletto, Lucia, Turandot y cosas de esas bonitas



domingo, 10 de diciembre de 2017

"DON CARLO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 09/12/17

Ayer dio comienzo oficialmente la temporada operística 2017/18 en el Palau de les Arts de València. Desde que se anunció el contenido de la programación de este año sabíamos que nos encontrábamos ante una de las grandes citas para el aficionado, confluyendo el interés que siempre tiene un inicio de temporada, con la representación de una de las indiscutibles joyas del repertorio, la grandiosa, en todos los sentidos, Don Carlo, de Giuseppe Verdi, contando además con la presencia, cuestionable pero siempre taquillera, del incombustible Plácido Domingo en el reparto.

Pero por si había poco picante en el guiso, el pasado martes 5 de diciembre Davide Livermore decidió vaciar el frasco de tabasco en la olla, anunciando de forma inesperada su dimisión como intendente y director artístico de Les Arts, como ya os comente AQUÍ; por lo que había también gran interés por saber cómo reaccionaría el público valenciano ante la noticia y si los representantes políticos responsables del área de Cultura acudirían al inicio de temporada, como hizo el conseller Marzà el año pasado o al comienzo de la pretemporada del anterior.

Marzà en su Mundo del Revés
Pues ayer quedaron dos cosas claras: que el aficionado está muy enfadado con la gestión política de este problema y que, una vez más, los políticos encargados de la política cultural en la Comunidad Valenciana son indignos de ostentar esa representación ciudadana, precisamente por su desprecio hacia la ciudadanía. Ni el conseller Marzà, ni el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, a quien estos días protegido en la intimidad de su despacho oficial se le llenó la boca de sandeces, tuvieron el coraje de acudir a Les Arts a dar la cara. Lo peor no fue su cobardía, sino el desprecio absoluto hacia el mundo de la ópera que ello significa, haciendo ostentación con su ausencia en un estreno oficial y en un momento tan delicado como este, de que pasan de nosotros. Es probable que se defecasen encima pensando en lo ocurrido en 2014, cuando se abucheó a otro nefasto personaje, la consellera María José Catalá del gobierno del PP, y no quisieran ser hoy portadas de prensa, pero con ello y sean cuales sean los motivos, perdieron la escasa dignidad pública que les pudiera quedar.

Por cierto, igual de indecente e impresentable es la postura de la señora Catalá quien hoy ha salido sacando pecho y acusando de cobardía al actual gobierno, cuando ella es culpable en muy gran medida de todo lo que está pasando hoy.

Quien sí estuvo dando la cara, asistiendo a la representación y departiendo en el descanso con quienes se acercaban a él, fue Davide Livermore. Fui testigo de cómo numerosos aficionados se acercaban a mostrarle su apoyo y le noté alterado y muy enfadado.

Nada más salir ayer Ramón Tebar al foso y antes de iniciarse la representación, una espectadora solicitó “un aplauso para el maestro Livermore”, petición que fue seguida de una larga ovación. Después, antes de la salida del director tras el descanso, una voz gritó “conseller cobarde”, secundándose con numerosos aplausos y con otras voces como “fuera políticos” o “no os carguéis la ópera”. A continuación, la salida de Tebar fue acompañada de una larguísima e intensa ovación dirigida a la orquesta.

Girona en su Mundo del Revés
La protesta del aficionado no hay que entenderla personalizada en la dimisión de Davide Livermore en sí. Realmente el detonante de la indignación del aficionado valenciano son las desafortunadas y chulescas declaraciones posteriores de Albert Girona, en las que no sólo mostró la falta de proyecto cultural serio en relación con el Palau de Les Arts, sino además el desconocimiento absoluto del funcionamiento de un teatro de ópera y el desprecio hacia los aficionados y en general hacia el mundo de la lirica, con mención especial para una indiscutible figura como Plácido Domingo de quien tuvo la osadía de afirmar: “no sé qué interés puede tener lo que diga una persona de fuera del Palau de les Arts”. Señor Girona, usted sí que es una persona de fuera… de fuera del mundo real.

Por cierto, alguien debería aclararle a Girona que el cargo de Helga y de Livermore ha sido intendente y director artístico, nunca “superintendente”, como reitera en todas sus declaraciones, no sé si consciente o inconscientemente. El único superintendente conocido es Vicente, el de la T.I.A., la agencia en la que trabaja Mortadelo y donde seguramente el señor Girona haría mucho mejor papel, junto al profesor Bacterio, que en la conselleria de Cultura.

Después de aquellas primeras declaraciones de Girona se ve que alguien se ha dado cuenta de que estaban metiendo la pata hasta las ingles y han procurado maquillarlas diciendo toda clase de tonterías, como que el funcionamiento de Les Arts “no ha sido ni será diferente al del resto de recintos del mundo”. Cualquier persona que haya trabajado en o con Les Arts sabe que eso es simplemente falso. Dudo que haya en todo el mundo otro teatro de ópera del nivel de Les Arts que tenga similares trabas burocráticas, económicas y administrativas para su funcionamiento diario y su gestión interna y artística. Eso es así y es una consecuencia de la dependencia económica y orgánica respecto a la administración autonómica, lo que impide, por ejemplo, que la orquesta pueda reforzarse adecuadamente, al aplicarle las mismas limitaciones en cuanto a contratación de nuevas incorporaciones que las que afectan a cualquier departamento administrativo funcionarial de la Generalitat.

También han salido corriendo ahora los Marzalitos a decir que nunca han pensado en hacer concursos públicos para contratar a los artistas de la temporada operística y que eso ha sido una invención de Livermore. Pues miren, tampoco es cierto. Eso lo dice Livermore porque es lo que se desprende de los informes de auditoría de cumplimiento de la Intervención General de los años 2015 y 2016.

Siguen insistiendo en que hay que abrir el Palau a la sociedad civil, no sé si es que ahora estará ocupado por el tercio Duque de Alba de la Legión o que los aficionados y abonados actuales no somos sociedad civil. Estos últimos años con Livermore al frente creo que precisamente se han dado muchos pasos hacia el acercamiento del género y del teatro a toda la sociedad valenciana con múltiples iniciativas. Lo que realmente habría que abrir a la sociedad civil y al mundo de la cultura y el arte es el Patronato de la Fundación Palau de les Arts, hoy copado por ineficientes y obtusos cargos políticos.

Se pretende engañar a la gente diciendo que lo que quieren, cuando proponen eliminar la figura de intendente y sacar a concurso la de director artístico, es equiparar el organigrama al de otros teatros como Madrid y Barcelona. Es cierto que ahí no hay intendente, pero sí director artístico, como lo era Livermore. Matabosch no fue elegido por concurso; sí lo fue en el Liceu Scheppelmann, pero desde luego en su proceso de selección no tuvo que acreditar, como dicen que pedirán ahora los Marzalitos, conocer la filosofía del gobierno de turno o el conocimiento oral y escrito de la lengua catalana... y ojo que hablamos de Barcelona.

En fin, ya seguiré comentando todas estas cuestiones en otro momento. Davide Livermore lo explica todo bien clarito en la entrevista que concedió ayer a El Mundo y que podéis leer AQUÍ. Yo voy a cambiar de tema porque si sigo no voy a decir nada de lo realmente importante de ayer que fue la representación de ópera que tuvo lugar.

La producción elegida para la ocasión, de la Deutsche Oper de Berlín, cuenta con la dirección escénica, escenografía e iluminación del suizo Marco Arturo Marelli y el vestuario de Dagmar Niefind. Como sabiamente la ha calificado el amigo Titus, se inscribe en ese, últimamente tan habitual, estilo “neososo” que te vale igual para un Don Carlo que un Barberillo de Lavapiés.

Toda la fuerza de la puesta en escena reside en una variada iluminación y una escenografía mínima, compuesta apenas por una serie de bloques o paneles móviles que configuran los distintos espacios escénicos. Durante la mayor parte de la obra se juega con el hecho de que el hueco que dejen esos paneles conforme la figura de una cruz, haciendo así presente en todo momento el omnímodo y vigilante poder religioso. El permanente movimiento de los paneles y los espacios que se van configurando dotan de agilidad a la propuesta y exigen un intensísimo y preciso trabajo por parte del equipo técnico del teatro, entiendo que de ahí que estos saliesen a saludar al término de la función.

Creo que visualmente funciona bastante bien y algunas escenas, como la del auto de fe, me pareció muy interesante, aunque en ésta la situación del coro entre los paneles y en las alturas intuyo que dificultaría su proyección y les exigiría un esfuerzo extra. En el apartado de movimiento escénico y dirección de actores no hay tampoco nada especialmente reseñable, pero sí que todo el conjunto presenta una homogeneidad del discurso dramático y deja fluir sin trabas la historia contada y cantada.

El vestuario mezcla distintas épocas y estilos optando por una abundancia de colores neutros o negros, a excepción del verde de Éboli, los blancos y azules de la reina y el rojo del clero. Sí pienso que alguna mayor carencia se aprecia en el apartado de caracterización y maquillaje, no sé si voluntaria o involuntariamente. Creo que poco hubiera costado un bote de Farmatint o una peluca de Casa Picó para que el Rodrigo encarnado por Plácido Domingo intentase al menos dar el pego de que, como ocurre en el libreto, se trata de un personaje de la misma edad que Carlo y no alguien que podría ser su abuelo. Y luego, la apariencia casi de zombis de los diputados flamencos o el aspecto cantinflanesco de Tebaldo, les hacen perder cualquier connotación dramática. Tampoco me gustó el exceso de humo presente en la sala gran parte de la noche sin venir a cuento. Imagino que cuando fueran a quemar en la hoguera a los herejes estos ya estarían asfixiados y medio ciegos, como buena parte de la platea.

Lo mejor de toda la velada, en mi opinión, estuvo en la magnífica dirección musical de Ramón Tebar. El nuevo titular de la Orquesta de València y principal director invitado de la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a mostrar gran sensibilidad y conocimiento de la obra verdiana, como ya hiciese en febrero con La Traviata. El director valenciano consiguió un óptimo ajuste de balances entre foso y escena y llevó a cabo una meritoria labor de concertación. Tebar, muy minucioso, guió la orquesta con nervio, buen pulso y tensión dramática, cuidando al mismo tiempo mucho las voces. Eso hizo que en algún momento, especialmente en intervenciones de Plácido Domingo, el material orquestal plegase gran parte de su protagonismo a las exigencias de las peculiares condiciones vocales del cantante; pero sin que en ningún instante decayese la tensión.

Ayer, en manos de Tebar la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a adquirir las sonoridades de antaño y hubo momentos absolutamente mágicos. Creo que fue de menos a más y, tras un primer acto algo más anodino con unos cantantes bastante planos en lo expresivo, la emoción fue ganando enteros con unos dos últimos actos soberbios. Es imposible no recordar la gran escena del auto de fe que nos brindó Maazel en 2007, pero anoche Tebar no desmereció en absoluto, ofreciéndonos una intensidad orquestal y una emoción espectaculares, con un gran rendimiento de los atriles del foso y de la orquesta interna. Fue una noche especialmente inspirada de toda la sección de cuerda, especialmente de la cuerda grave y también de los metales. Hubo grandes instantes de arrebatadora intensidad dramática y enorme calidad musical, como toda la escena del Inquisidor con Felipe II; el precioso diálogo de cuerda grave y metales al comienzo del acto cuarto; el inicio del acto segundo; el dúo entre el rey y Elisabetta del acto tercero; la entrada del pueblo al final del acto tercero, con un nervio orquestal impactante; los violonchelos en el trío del acto tercero; la cuerda en la entrada de la guardia en la escena final; o, por supuesto, el estupendo solo de violonchelo de Guiorgui Anichenko que acompañó el aria de Felipe II. También hubo instantes de lucimiento para el oboe de Pierre Antoine Escoffier; de Ana Rivera con el corno inglés, como en el acompañamiento a Non pianger, mia compagna; o la flauta y los metales en la muerte del marqués de Posa.

En medio de la tempestad política y económica que lleva azotando estos últimos años la nave de Les Arts, a pesar de la fuga de atriles que está padeciendo la orquesta, y sobreviviendo a la incapacidad de los dirigentes políticos para reforzar la agrupación de forma que se garantice su continuidad, es un auténtico milagro que la Orquestra de la Comunitat Valenciana siga ofreciendo la inmensa calidad que la sigue consolidando como la mejor orquesta de España sin discusión posible.

Y si de milagros hablamos, lo del Cor de la Generalitat es ya digno de canonización. Hacer frente a una ópera como Don Carlo con un refuerzo irrisorio y con los caprichos escénicos de registas más pendientes de la estética que de la música, y obtener unos resultados como los que pudimos disfrutar en la noche de ayer, es para quitarse el sombrero, el bisoñé y la tapa craneal. Enorme auto de fe el que nos brindaron sus miembros, potente, empastado, emocionante… y, como siempre, un rendimiento escénico sobresaliente toda la velada. Bravo.

Plácido Domingo asumió el rol de Rodrigo, marqués de Posa, uno de los más bellos papeles baritonales de la producción verdiana. Sé que siempre es delicado hablar de Domingo y a mí se me hace especialmente difícil porque me provoca grandes contradicciones. En cualquier caso, voy a dar lo que no es más que mi opinión y lo que realmente pienso. Creo que el rol de Posa en la interpretación del veterano artista madrileño queda completamente desdibujado. Ya he comentado muchas veces que comprendo que la presencia de Domingo en la temporada valenciana es un aliciente para muchos espectadores y garantía de agotar las localidades; pero lo que se está agotando de verdad es la paciencia de otros muchos aficionados entre los que me incluyo, ante el maltrato y descafeinamiento de los que son objeto algunos personajes operísticos, como es el caso de este Rodrigo.

Reconozco la grandeza del artista Domingo y su insuperable carrera, sigo alabando y admirando su fuerza dramática y su inteligencia interpretativa, de la que continúa haciendo gala, pero no me parece que eso haya de justificar el que nos tenga que parecer normal o incluso bien que siga cantando estos papeles de barítono sin tener voz de barítono, con carencia absoluta del color baritonal, sin graves y presentando un instrumento cada vez más gastado. Su encarnación del personaje es dramáticamente espléndida, pero ese no es Rodrigo, ni vocal ni físicamente. Asistir por primera vez a Don Carlo con este Rodrigo es engañar al público. Admito que igual es preferible tener a Domingo, sea lo que sea, que a un barítono malo y soso; pero creo que se deben aceptar las reglas del juego.

Dicho todo lo anterior, al mismo tiempo reconozco que si alguien anoche en escena conocía las claves y acentos del fraseo verdiano, ese fue Domingo. Si alguien derrochó carisma escénico e intensidad dramática en cada intervención, ese fue Domingo. Si alguien supo encubrir sus debilidades y venirse arriba en los momentos precisos, ese fue Domingo. Paradigmática fue la escena de su muerte, donde echó el resto, mostrando, pese a la falta de fiato exhibida toda la noche, un fraseo ligado y cargado de intención. Escénicamente su muerte dejó más que desear y tardó más en hincar la rodilla que un Victorino de los bravos.

La reina Elisabetta corrió a cargo de María José Siri, otra vieja conocida en Les Arts. La soprano uruguaya presentó buena proyección para una voz de emisión sólida, sin graves pero muy segura sobre todo por arriba, pese a alguna oscilación y algún agudo abierto; pero, como ya ocurriera en sus anteriores presencias en este teatro, su expresividad es limitada y su canto carece de emoción, renunciando casi por completo a cualquier tipo de variedad o riqueza en un fraseo, monótono y bastante plano. Curiosamente lo mejor de la velada vino en su gran aria del acto cuarto, donde ofreció alguna regulación e incluso se permitió enhebrar una messa di voce de buena factura en la invocación a Francia.

El papel del infante Don Carlo se ha encomendado al italiano Andrea Carè, un tenor que está cantando papeles de spinto en recintos tan prestigiosos como Londres, Bruselas, Barcelona o Madrid. Mi impresión particular es que nos encontramos, una vez más, ante un caso de tenor lírico con grandes posibilidades al que se le intenta explotar cantando papeles que vocalmente puede afrontar pero que pueden pasarle factura muy pronto. Después de escucharle ayer no parece muy normal que con las características de su instrumento y su juventud esté centrando prácticamente toda su carrera en personajes como Don José, Pollione, Cavaradossi o Radamés. La voz no es fea y pretende mostrar autoridad en la zona alta, aunque con algún apuro en la zona de paso y notables estrangulamientos. El mayor problema lo encontré en un fraseo desganado, atropellado, sin clase ni emoción alguna y sin sentido del legato, todo acompañado además de una inexpresividad propia de un maniquí de Cortefiel.

El agradecido y complicado papel de Felipe II lo asumió el bajo ruso Alexander Vinogradov a quien ya hemos tenido por aquí otras ocasiones, como las Vespri Siciliani con las que se inauguró la pasada temporada. Hay que reconocer que, aunque su canto continúa siendo poco refinado, su voz tiene gran presencia y volumen y consigue meterse al público enseguida en el bolsillo. Ayer además, en esa auténtica joya que es el aria que abre el tercer acto, resolvió la papeleta con gran inteligencia, exhibiendo un canto ligado y un fraseo sentido. Fue, junto a Plácido, el triunfador de la noche.

Después de algunos años interpretando papeles de soprano, Violeta Urmana vuelve a nuestro teatro en su cuerda natural, la de mezzo, con un papel no muy extenso, pero de enjundia vocal, como es la Éboli. Aunque ha perdido parte de la frescura natural del timbre que exhibiera en sus inicios, mantiene un poderío incontestable y una entidad dramática imponente. Su voz se muestra todavía homogénea y aunque en los extremos de la tesitura tiende al chillido por arriba y se pierden graves por abajo, la fuerza expresiva de la Urmana a mí me convenció completamente.

El Gran Inquisidor que compuso Marco Spotti apenas se quedó en un pequeño monaguillo. Este inquisidor verdiano precisa de una voz de bajo profundo que estremezca, que imponga autoridad en sus dúos con la voz también grave del rey. Anoche la voz de Vinogradov como Felipe II era mucho más imponente y grave que la de un Spotti que a su lado ni siquiera parecía un bajo, sino más bien un baritonete de voz oscura. No obstante fue también muy aplaudido.

En los papeles secundarios destacaría especialmente al Tebaldo de Karen Gardeazabal y al estupendo conde de Lerma que ofreció Matheus Pompeu.

Cumplieron correctamente Rubén Amoretti, Olga Zharikova y los Diputados flamencos: Javier Galán, Manuel Mas, Valentin Petrovici, Pedro Quiralte, David Sánchez  y Arturo Espinosa.

En el palco, como dije al comienzo, no había ningún responsable principal, secundario o chupatintas de la consellería de Cultura. La representación política institucional apenas estuvo cubierta por la consellera de Justicia, Gabriela Bravo y el diputado de Cultura, Xavier Rius. También estaba por allí el ex presidente Fabra, no pude ver si en vaqueros, pero tiene napias la cosa… después de que en todo su mandato apenas asomase el pico por el palco un par de veces y de que no hiciese absolutamente nada por mejorar la situación del teatro, que ayer se acercará a Les Arts hace pensar si era al olor de la posible carroña. Qué pena.

Al finalizar la representación hubo muy entusiastas ovaciones para todo el reparto, triunfando claramente Domingo y Vinogradov. Se produjo un hecho curioso en los saludos: posiblemente por despiste, cuando ya habían saludado todos los solistas, volvieron a entrar y a comenzar, esta vez por donde tocaba, por figurantes y coro, que antes se habían quedado sin salir. Hubo también la novedad de que tras los saludos del responsable de la dirección escénica pasaron al escenario gran parte del equipo técnico del teatro, posiblemente para reconocer el arduo trabajo técnico que conlleva la producción, pero el caso es que, como el ambiente estaba caldeadito con el tema Livermore/Generalitat, la mayor parte del público lo interpretó como que era un gesto de apoyo del personal de Les Arts a su dimitido intendente.

No sé cómo acabará el nuevo culebrón de Les Arts, pero es imposible que seamos optimistas. Ayer a la salida un espectador me preguntó si de verdad yo pensaba que se iban a cargar la ópera en València, que él pensaba que al final se impondría la sensatez. Yo le envidié su confianza, pero, aunque de verdad pudiera creer en la sensatez de los representantes políticos y en que Marzà se dé mañana un golpe valenciano en la cocorota y de pronto se interese por el sostenimiento y apoyo de un proyecto de ópera de calidad en el Palau de les Arts, veo casi imposible que el daño pueda repararse.

Ojalá me equivoque, pero de momento lo que es un hecho incuestionable es que el coliseo valenciano se encuentra sin director artístico. ¿Qué pasará durante estos próximos meses mientras se nombra a un responsable de la dirección artística? Los teatros de ópera trabajan a muchos meses vista y este parón en la dirección puede condenar la organización de la próxima o próximas temporadas. ¿Qué pasará si Biondi o Abbado o ambos deciden marcharse tras la salida de Livermore? ¿Qué ocurrirá esta misma temporada en mayo con la programación de Tosca, de cuya dirección escénica se encargaba Livermore como parte de un contrato que ya no existe y cuyo coste también entiendo que estaba incluido?. ¿Ahora le pagarán ese trabajo?, ¿se cancelará?

En fin, ya iremos viendo. Compañeros/as sigamos alerta y peleando, es lo que nos queda. De momento disfrutemos de lo bueno que tenemos mientras dure, por ejemplo de este estupendo Don Carlo.