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viernes, 22 de abril de 2016

"IDOMENEO" (W. A. Mozart) - Palau de les Arts - 21/04/16

Estos días vuelve a aparecer el nombre del Palau de les Arts vinculado a presuntos casos de corrupción. Hay que ver lo poco que le cuesta a la prensa seguir transmitiendo esa imagen, casi con regocijo y chupeteo de dedos, y lo poco que se esfuerzan para promocionar y ser altavoz del tremendo valor cultural que, por ahora, y mucho más allá del monstruo calatravense, seguimos teniendo con nuestro teatro y que permite que podamos continuar disfrutando de espectáculos de gran nivel, como el ofrecido ayer con el estreno de la ópera Idomeneo de Wolfgang Amadeus Mozart.

El Intendente multiusos Davide Livermore ha sido una vez más el encargado de la dirección escénica en esta nueva producción del Palau de les Arts. Él mismo ha manifestado su particular interés en llevar a cabo este trabajo por tratarse de una obra maestra de Mozart, no todo lo conocida que debiera ser, y con la que tenía una espina clavada desde que, en 2010, presentase en Torino una producción de la que no se siente nada contento, por no haber entendido en aquel momento el verdadero sentido que debía transmitir con esta historia.

En esta ocasión el planteamiento de Livermore gira en torno a que, en definitiva, en esta historia de héroes, reyes, monstruos y dioses, todos ellos, el hombre, el dios y el monstruo, están en el interior de uno mismo. La acción la sitúa Livermore en un entorno imaginario, ambientado a finales de los años 60 o primeros 70 del pasado siglo, donde se habría desatado un conflicto atómico y el mundo se halla próximo a su extinción. Idomeneo se convierte así en un viajero espacial que vuelve a casa y que acabará logrando el perdón de los dioses cuando sea capaz de enfrentarse consigo mismo, con su propio Yo.

No voy a negar que la propuesta suene un tanto pretenciosa, pero reconozco que a mí me gustó. Se podrá estar más o menos de acuerdo con el discurso desarrollado por el director escénico, pero creo que la propuesta funciona y toda la construcción elaborada por Livermore tiene sentido. Su desarrollo narrativo es consecuente con el planteamiento y se procura adaptar a la historia original, aunque lo haga con más éxito en algunos momentos que en otros.

Si algo hay que reconocerle a esta producción es el trabajo de introspección en los personajes, con cuidada dirección de actores, y una fuerza visual que, aunque pueda ser excesiva por momentos, es uno de los grandes atractivos de la propuesta. Ya desde el mismo inicio, este poderío visual se pone en evidencia con ese rostro de estatua partido por la mitad que se va transformando en un Kunde envejecido, en cuyo ojo nos adentraremos, para continuar con unas imágenes, en un rutilante color muy cercano al de las películas de los 60, en las que se irá narrando la historia previa de Idomeneo. Una proyección que me pareció impactante, aunque vuelva a ser un ejemplo de esas oberturas escenificadas que tan poco me gustan.

También creo que funciona la recreación de la playa con una lámina de agua sobre el escenario. Eso también tiene sus inconvenientes, el primero es que el agua estará presente en todas las escenas, aunque tenga más sentido en unas (al inicio o con el palacio destruido) que en otras (en la llegada de Idomeneo a palacio o el encuentro con la Voz); y el segundo problema que genera es que (vale, llamadme tiquismiquis) hace ruido. Esperemos que la cosa quede ahí y no tengamos que decir que además no sé cuantos artistas se han constipado por tener que estar chapoteando toda la función.

Los espejos tienen igualmente un papel preponderante en esta producción, como elemento en el que los personajes pueden enfrentarse a ellos mismos. Así veremos como Idomeneo busca su reflejo, mientras que Elettra lo rehúye aterrada. Confieso que gocé particularmente cuando el espejo reflejó el foso orquestal.

El momento más sorprendente de la propuesta de Livermore llega con la aparición de la Voz, momento en el que se pretende simbolizar el encuentro de Idomeneo con su propio interior, mediante la recreación en escena de algunos planos de la mítica película de Stanley Kubrick 2001, una odisea del espacio, cuyo final se reproducirá también durante los últimos compases de la ópera.

No acabé de entender, con este planteamiento de conjunto bastante coherente, por qué, aunque se esté escenificando una ensoñación del protagonista, se ve a Idomeneo rodeado de gente en el momento en que llega a la playa y antes de que aparezca en el libreto Idamante como el primer ser humano al que verá, en lo que supone su condena al sacrificio.

Atractivo, con toques setenteros, el vestuario de Mariana Fracasso; y buen trabajo de iluminación de Antonio Castro, ofreciéndonos por fin una puesta en escena donde las tinieblas no son protagonistas.

Me pareció una buena idea que se haya optado por introducir el intermedio de la función a mitad del acto II, tras el aria Fuor del mar, evitando así hacer dos intermedios, en una velada ya bastante larga de por sí, o dejar la misma dividida en dos partes muy desequilibradas. Se han aprovechado además esas transiciones entre actos para ubicar algunos de los ballets.

El maestro Biondi ocupaba por vez primera el foso de la sala principal de Les Arts. Me gustó en la Martin i Soler con Silla, de Haendel, y bastante menos en los dos conciertos mozartianos en el Auditori-Purgatori, con Davidde penitente y la Sinfonía Jupiter. Hasta ayer, de hecho, no acababa de tener claro que su fichaje como codirector musical nos hubiera ofrecido nada relevante. Por fortuna, su dirección de Idomeneo me ha resultado mucho más convincente. Ya desde el comienzo, con una vibrante obertura, se apreció un pulso narrativo que no decaería en toda la velada.

Con gesto claro y preciso, Biondi supo llevar el conjunto con frescura y agilidad y la orquesta volvió a mostrarse homogénea. Dirigió con fluidez y sin hacer pausas ni paradinhas para buscar aplausos. Su Idomeneo es mucho más humano que heroico, remarcando las emociones de los personajes en los momentos más líricos y en aquellos en los que el sufrimiento interno se ha de hacer presente en escena. Jugó con las dinámicas con inteligencia y consiguiendo notables efectos dramáticos. Intensos musicalmente resultaron instantes como Qual nuovo terrore y Oh voto tremendo. Logró un buen engarce entre foso y escena, sosteniendo y sabiendo respirar con las voces, y retardando los tiempos cuando los comprometidos pasajes ponían a prueba la agilidad de los solistas. Especialmente brillante resultó el precioso (musicalmente) ballet final que, aunque es obvio que dramáticamente es un lastre, es una bellísima página en la que se lució la orquesta con unos sonidos cautivadores que pusieron un inspirado broche de oro a la noche.

En el foso se utilizó adecuadamente un fortepiano en el acompañamiento a los recitativos junto al violonchelo de Jezierski. Gran noche de las maderas, con virtuosismo de flauta y fagot y la, no por acostumbrada menos agradecida, magia del clarinete de Joan Lluna y el extraordinario oboe de Christopher Bouwman, ayer absolutamente pletórico.

Tanto el director de escena como el musical de esta producción han insistido, en los días previos al estreno, en destacar especialmente el trabajo y la calidad del Cor de la Generalitat. Livermore ya tiene más experiencia con ellos, pero lo está diciendo desde que debutase en Les Arts con La Bohème. Todos los profesionales que pasan por aquí quedan impresionados por la calidad de nuestro coro. Y no es para menos. Tener un coro en el que se compagine una calidad vocal máxima, con equilibrio y homogeneidad, con una desenvoltura y entrega escénica absoluta, es un lujo. Las exigencias en escena de esta obra volvieron a ser enormes y el desempeño de la agrupación fue nuevamente irreprochable, chapoteando lo que hizo falta, y vocalmente hubo pasajes de honda emoción, destacando en unos Oh voto tremendo y Qual nuovo terrore majestuosos y en el Scenda Amor final, bellísimo; pero también en Nettuno s'onori, Corriamo fuggiamo o en Placido è il mar donde, a diferencia de lo que me comentaba un amigo, a mí sí me convenció. Quizás en el doble coro Pietà, Numi, pietà hubo demasiado desequilibrio sonoro con el interno, al menos en la posición de la sala en la que yo me encontraba.

El Ballet de la Generalitat también fue puesto a prueba nuevamente con esta producción, y estos ya no es que chapotearan, sino que se bañaron cual elefantes en charca, con unos resultados magníficos durante toda la velada en cuanto a rendimiento escénico y estética visual. Más crítico he de ser con que les sigan pidiendo hacer ruiditos (esta vez risas) mientras suena la música, y con el planteamiento, que no la ejecución, de algunas coreografías de falla de sección 4ª, como la del ballet final, cuyo único objetivo parecía ser levantar la pierna y rebozarse de agua.

Gregory Kunde sigue afincado operísticamente en Valencia y esperemos que dure. Yo no las tenía todas conmigo con este Idomeneo, porque cada vez le veo menos mozartiano y su voz va perdiendo frescura y limpieza. Y, efectivamente, me resultó poco mozartiano y la voz ha perdido frescura… pero me conmovió con su interpretación hasta el tuétano. Comenzó su intervención con una emisión sucia y veladuras tímbricas, pero dibujó en su primer aria uno de los momentos de la noche, con una hondura y sentimiento que sólo avanzaba el aperitivo de lo que vendría después. Continúa siendo dueño de un inmenso poderío escénico y vocal, especialmente en una franja aguda que sigue cautivando. Potenció la faceta de padre doliente frente a la de rey majestuoso, y fragmentos como Eccoti in me o su escena con el Sumo Sacerdote fueron nuevas muestras de la emoción que es capaz de transmitir, con un fraseo contrastado e intencionado. Posiblemente en Fuor del mar es donde pasó mayores apuros, capando coloraturas, con un fraseo más apresurado y algún ligero problema de fiato.

De vez en cuando hay cosas en las que coincido con Livermore, y una de ellas es en su tirria a los contratenores. Yo le agradezco que en este caso para el papel de Idamante se haya optado por una mezzosoprano, Monica Bacelli, quien sustituía en el reparto a, la anunciada a principio de temporada, Varduhi Abrahamyan (un día tendré que hacer una recopilación de todos los cambios sin previo aviso que se han producido este año en Les Arts y creo que no se salva ni un espectáculo). Por lo que conocemos de Abrahamyan y lo escuchado ayer, no sé que será peor, pero he de confesar que Bacelli fue lo que más me decepcionó. Se le suponía sabiduría y estilo, no en vano tiene grabaciones mozartianas relevantes, como una Finta giardiniera con el recientemente desaparecido HarnoncourtLas Bodas de Figaro con Zubin Mehta; pero no me convenció en absoluto. En general mostró una gran expresividad, pero más gesticulante que vocal y generalmente fuera de estilo, con recitativos masacrados y arias intrascendentes. Su voz velada, mate, engolada, no corría adecuadamente por la sala y sus graves eran áfonos. La estética tampoco ayudaba y, con su pequeña envergadura y ostensible dentadura gomezburiana, se hacía complicado creerse que era el galán de la película.

Bastante mejor estuvo la brasileña Lina Mendes. La ex cantante del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo construyó una encantadora Ilia, con voz de soprano ligera, timbrada, que, a diferencia de la de Bacelli, corría perfectamente y destacaba en los números de conjunto sin estridencias, es verdad que tuvo puntuales destemplanzas en el agudo, sobre todo al inicio, pero mostrando una bella línea de canto, delicadeza y buen gusto, en un fraseo que, además, se reforzó con la mejor dicción de la velada.

La versión ofrecida por Biondi de este Idomeneo es la que estrenase Mozart en Munich, aunque se ha añadido la imprescindible y bellísima aria del tercer acto de Elettra, D'Oreste d'Aiace, recortada en aquella versión, una auténtica prueba de fuego para cualquier soprano. En general todo el personaje de Elettra tiene una escritura endiablada y la valenciana Carmen Romeu salvó la papeleta con nota. Bella voz la de Romeu, grande y con una zona central rica y con peso, si bien las subidas al agudo sonaron en ocasiones algo estridentes y destempladas. Lidió su complicada entrada Tutte nel cor vi sento con empuje y carácter, haciendo frente con valentía a los saltos de la escritura. En Idol mio se mostró sugerente y matizada y presentó sus mejores credenciales en la parte más complicada, ese D'Oreste d'Aiace donde resultó diabólica y apasionada, siendo muy aplaudida por el público. Su construcción del personaje escénicamente fue, además, inmejorable.

En los papeles menores intervinieron miembros del Centre Plácido Domingo. Emmanuel Faraldo, como Arbace, se mostró muy verde, lució un agudo fácil, pero poco más. Correcto Alejandro López, como la Voz; y bastante deplorable el Sumo Sacerdote de Michael Borth.

La sala presentó bastantes más huecos que en los anteriores estrenos, pero, aún así, una entrada muy aceptable, de nuevo con bastante gente joven para lo que suele ser norma en los estrenos. En general parece que gustó el espectáculo, aunque había gente bastante desorientada con la odisea espacial de Livermore, como mi vecina de delante que cada dos por tres le susurraba al marido “¿pero esto quéee eees?” y que se indignaba mucho cuando los subtítulos se apagaban en las repeticiones de las arias. En el aplausómetro vencieron claramente la orquesta, coro y Kunde, siendo también muy aplaudidas Romeu y Mendes. La salida de Livermore a saludar fue enormemente descriptiva de lo mucho que personalmente parecía importarle la valoración de este trabajo. Asomó en escena con sonrisilla forzada de “estoycagao”, pero en cuanto hubo unanimidad de aplausos, se desató su alegría besándose y abrazándose con todo el mundo.

En suma, una muy buena noche de ópera en la que se pudo disfrutar de una ópera nada habitual, pero con algunas auténticas joyas en su interior que, desde aquí, os animo a descubrir en las cuatro funciones que restan.

A ver si Juanpalomo Livermore, esta vez como Intendente, cumple con las previsiones y en los próximos días nos anuncia la próxima temporada. Estaré alerta para informaros.


lunes, 23 de septiembre de 2013

PREMIOS "HELGA DE ORO" 2013. LOS GANADORES

Los visitantes del blog de Atticus ya han votado y los premios “Helga de Oro” de la edición 2013 tienen ya destinatarios. Como siempre, quiero ante todo agradeceros la participación a cuantos habéis pasado por aquí y habéis dejado vuestros votos en las diferentes categorías. Creo que con ello se obtiene un retrato bastante fiel de lo que el público de Les Arts, en general, considera que ha sido lo mejor y lo peor de lo que pasó por el teatro valenciano la temporada anterior. Y por si cabía alguna duda sobre ello, recientemente se concedieron los premios de la Asociación Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana, por votación de sus asociados, y coinciden exactamente con los Helga de Oro de este año.

Desde que se inició el plazo de votación ha habido dos datos que han quedado claros. En primer lugar, que la pugna por la victoria en las diferentes categorías no iba a deparar muchas emociones, resultando claramente destacados desde el comienzo los finalmente ganadores, salvo en el apartado de mejor dirección musical. Y, en segundo lugar, que ha habido dos producciones que se han repartido la totalidad de los premios y que puede afirmarse que han sido lo mejor de la pasada temporada: “La Bohème” y “Otello”.

Los premiados de este año han sido:

Helga de Oro 2013 a la mejor dirección escénica: Davide Livermore por “La Bohème”

El trabajo del turinés Davide Livermore, en la coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, de la ópera de Puccini “La Bohème”, ha sido el claro vencedor en la categoría de mejor dirección escénica, con una propuesta de corte muy clásico, en la que destacó el atractivo visual de las proyecciones con imágenes de famosos cuadros impresionistas, una iluminación cuidada y eficaz, y con una labor de dirección de actores muy notable, que brilló especialmente en el abarrotado escenario del segundo acto.
Davide Livermore (“La Bohème”): 35 votos
Damiano Michieletto (“Il Barbiere di Siviglia”): 10 votos
Stephen Medcalf (“La Flauta Mágica”): 9 votos

Helga de Oro 2013 a la mejor dirección musical: Riccardo Chailly por “La Bohème”

Tres años consecutivos llevaba el maestro Zubin Mehta obteniendo este galardón al mejor director musical, pero esta vez, aunque ha sido por una diferencia de tan sólo 5 votos, ha sido vencido por Riccardo Chailly y su trabajo al frente de la Orquestra de la Comunitat Valencianaen “La Bohème”. La votación ha estado reñidísima y hasta el último instante no se sabía si el premio recaería en el director indio o en el milanés, pero, finalmente, los votantes han optado por este último. Es una lástima que el duelo entre Chaillyy Mehta haya dejado en segundo plano la extraordinaria labor de batuta que el italiano Ottavio Dantone nos ofreció en “La Flauta Mágica”.  
Riccardo Chailly (“La Bohème”): 28 votos
Zubin Mehta (“Otello”): 23 votos
Ottavio Dantone (“La Flauta Mágica”): 8 votos

Helga de Oro 2013 al mejor tenor: Gregory Kunde

Si la anterior era la categoría más reñida, la dedicada a premiar al mejor tenor ha sido la que ha finalizado con una victoria más rotunda. Como era fácil de presagiar, el tenor norteamericano Gregory Kunde ha conseguido el premio, obteniendo nada menos que el 90% de los votos. A sus casi 60 años, Kunde nos maravilló a todos con un moro personalísimo, muy expresivo y excelentemente cantado. Fue el principal responsable de que tardemos mucho en olvidar esas mágicas funciones de “Otello” del pasado mes de junio.
Gregory Kunde (Otello): 46 votos
Aquiles Machado (Rodolfo en “La Bohème”): 4 votos
Ivan Magrì (Jacopo Foscari “I due Foscari”): 1 voto

Helga de Oro 2013 al mejor bajo/barítono: Carlos Álvarez

También corresponde a ese “Otello” el vencedor en el apartado de mejor bajo o barítono, donde Carlos Álvarez, con su emocionante creación del malvado Yago, ha obtenido una holgada victoria. Una enorme alegría para todos supuso ese retorno a los escenarios del barítono malagueño, si no en plenitud de forma, sí al menos ofreciendo un nivel excelente, transmitiendo buenísimas sensaciones y cautivándonos con un irreprochable sentido verdiano del drama. Álvarezha triplicado casi los votos del segundo clasificado, un Juan Jesús Rodríguez que también nos brindó un Rigoletto muy destacable.
Carlos Álvarez (Yago en “Otello”): 33 votos
Juan Jesús Rodríguez (Rigoletto): 13 votos
Paata Burchuladze (Don Basilio en “Il Barbiere di Siviglia”): 3 votos

Helga de Oro 2013 a la mejor Soprano: María Agresta

Repite galardón por segundo año consecutivo la soprano italiana María Agresta, que completa así el premiado trío protagonista de “Otello”, gracias a una Desdémona llena de sensibilidad, cuyos filados y medias voces hipnotizaron al patio de butacas. Agresta vuelve a demostrar, tras su también premiado trabajo del año pasado en “Il Trovatore”, ser una de las mejores sopranos verdianas de la actualidad.
Maria Agresta (Desdémona en “Otello”): 35 votos
Erin Morley (Gilda en “Rigoletto”): 8 votos
Grazia Doronzio (Pamina en “La Flauta Mágica”): 5 votos

Helga de Oro 2013 al cantante revelación: Carmen Romeu

En esta categoría, la soprano valenciana Carmen Romeu ha obtenido también una contundente victoria que ha premiado la excelente Musetta que pudimos disfrutar el pasado invierno en esa Bohèmedirigida por Chailly. Os recomiendo leer la interesante entrevista con Carmen Romeu que se publico hace unos meses en la web de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana y a la que podéis acceder pinchando AQUÍ.
Carmen Romeu (Musetta en “La Bohème”): 35 votos
Cristina Faus (Emilia en “Otello”): 13 votos
Gianluca Buratto (Loredano en “I due Foscari”): 3 votos

Helga de Oro 2013 al mejor espectáculo de la temporada: “Otello”

Tampoco ha existido ninguna duda a la hora de decidir cuál ha sido el espectáculo más redondo de los que pasaron por Les Arts la pasada temporada. Ese inolvidable “Otello” que protagonizó el reciente VI Festival del Mediterrani, será para siempre una de las grandes óperas del coliseo valenciano. Pese a las dificultades que se presentaron en un principio, con la falta de presupuesto para abordar una producción de envergadura y los repetidos cambios de tenor anunciados, el resultado final fue fantástico, gracias sobre todo a un trío protagonista magistral y una orquesta y coro en estado de gracia.
“Otello”: 43 votos
“La Bohème”: 7 votos
“La Flauta Mágica”: 1 voto

Helga Abucheadora 2013 a lo peor del año: “Il Barbiere di Siviglia”

La gran decepción de la temporada, por el contrario, fue ese Barbiere de infausto recuerdo, donde se durmieron hasta los peatones que pasaban por el exterior de Les Arts. El bajo nivel vocal del trío protagonista, por falta de adecuación al rol o por ineptitud manifiesta, como es el caso de Mario Cassi; y una puesta en escena muy trabajada, pero con efectos negativos para las voces y el seguimiento de la trama, fueron los principales culpables de que una ópera divertida con inspiradas melodías, acabase siendo un ladrillo insoportable.  
“Il Barbiere di Siviglia”: 29 votos
Omer Meir Wellber (Dirección musical de “Rigoletto”): 10 votos
Amartuvshin Enkhbat(Monterone en “Rigoletto”): 10 votos

Pues hasta aquí los premios de este año. Espero que dentro de doce meses, más o menos, podamos seguir por aquí hablando de premiar lo mucho bueno que nos ofrezca la temporada que está ahora a punto de iniciarse. Gracias de nuevo a todos los que habéis participado.

lunes, 3 de diciembre de 2012

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/12/12


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts de Valencia la segunda ópera de una temporada de crisis que se caracteriza por la programación de títulos muy populares. Y pocos hay que lo sean tanto como La Bohème, de Giacomo Puccini.

Se busca con ello asegurar los ingresos de taquilla por venta de entradas en estos tiempos tan complicados económicamente. Al igual que ocurriese con el “Rigoletto” que abrió la temporada, está casi garantizado que, en los próximos días, el teatro valenciano estará prácticamente lleno. Sin embargo, también a semejanza de lo ocurrido entonces, el día del estreno volvió a haber muchísimos huecos. No sé si será el momento de que en Les Arts se replanteen que las entradas del primer día dejen de ser más caras que las del resto de representaciones y posibilitar así que el aspecto de la sala un día de estreno no sea tan deprimente como lo fue ayer, sobre todo en los pisos altos.

Los trabajadores del Palau de les Arts volvieron a manifestarse a las puertas del teatro haciendo llegar sus reivindicaciones al público que allí iba llegando. Además, ayer consiguieron un gran golpe de efecto colocando unas lápidas con el nombre de famosos compositores bajo los que figuraban las óperas de cada uno de ellos estrenadas en Les Arts, para indicar que la política cultural que se pretende llevar a cabo conllevará que no volvamos a disfrutar de momentos como los vividos hasta ahora. Por su parte, los músicos de la orquesta también ejecutaron su particular protesta, interpretando cinco minutos antes del comienzo un fragmento de La Bohéme, en concreto el vals de Mussetta, y, al finalizar, enarbolaron en alto el manifiesto de los trabajadores mientras el público rompía a aplaudir.

La Bohème estrenada ayer es la única producción propia que va a presentar el teatro valenciano esta temporada, en concreto se trata de una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del italiano Davide Livermore. Creo que la puesta en escena de Livermore, sin ser especialmente innovadora, es inteligente y constituye un acierto y, aunque absolutamente clásica y ambientada en la época del libreto, no huele a rancio.

Es de una gran sencillez, con una escenografía mínima, donde la ambientación se consigue mediante proyecciones, a veces con movimiento, de conocidas obras pictóricas impresionistas y postimpresionistas que enmarcan la acción. A veces se trata de indicar las circunstancias en que se desarrolla la misma, como el paisaje de invierno de Monet en el acto III, con el que a mi juicio se logra uno de los momentos estéticamente más bellos, o La Pradera de Renoir, con la que concluye el acto III y se inicia el IV, en alusión a la llegada de la primavera. En otras ocasiones se trata de subrayar menciones específicas del libreto, como esa “Costurera” de Renoir que aparecía cuando Mimí describe su trabajo. Especialmente interesante me pareció la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando esa imagen de una mujer en un sofá rojo, similar a la que se desarrollaba en escena. Cuando Mimí muere, la mujer desaparece del lienzo y el sofá aparece vacío.

Pero además de que estéticamente me pareciera atractiva la propuesta, con un uso de la iluminación también acertado, lo que destacaría principalmente es que denota un serio y efectivo trabajo de dirección. Esto es especialmente relevante en el acto II, donde los distintos planos en los que transcurre la acción y la abundancia de personajes en escena, requieren inteligencia y sentido de la dramaturgia y del movimiento escénico para resolverlo adecuadamente. Y creo que Livermore lo consigue con creces.

Si en el pasado “Rigoletto” manifesté mi decepción ante la dirección musical del titular de la casa, Omer Meir Wellber, en esta “Bohème” sólo puedo tener alabanzas hacia el formidable trabajo de batuta llevado a cabo por quien se dijo en su día que pudo haber ocupado ese puesto, Riccardo Chailly. El milanés ha dirigido por fin una ópera en Les Arts tras haber cancelado en todas las ocasiones anteriores en que fue anunciado. Y la cita resulta aún más especial teniendo en cuenta que no tiene previsto volver a dirigir una ópera hasta 2015.

Chailly había insistido en sus manifestaciones previas a este estreno en que su versión de La Bohème se alejaría de lo que estamos acostumbrados a escuchar y sería mucho más fiel a lo originariamente escrito por Puccini. Como desconozco la literalidad de la partitura original no puedo pronunciarme acerca de la fidelidad o no de la versión de Chailly a la escritura de Puccini, pero es cierto que no se recrea en excesos melodramáticos efectistas, a cambio de ofrecer una lectura general más uniforme, llena de belleza, donde el conjunto rezuma sentimiento, sin alharacas ni explosiones desbordadas, pero con alma. Los tempi impuestos fueron ágiles, por momentos veloces, con una primera mitad del acto I o un acto II llenos de vitalidad y frescura, y con un uso de las dinámicas inteligentísimo, consiguiendo en todo momento mantener la tensión y extraer un colorido orquestal brillante y riquísimo, plagado de matices, mostrándose, eso sí, inclemente con los cantantes en diversas ocasiones en cuanto a volúmenes. La fuerza dramática del final del acto IV fue memorable, y espectacular el maravilloso crescendo de las cuerdas en la entrada de Mimí del acto I.

Nuestra Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a tener un gran director al mando y eso se notó. En comparación con otros estrenos hubo, en general, una precisión y conjunción inusual, tanto en el foso como entre éste y los cantantes, demostrando Chailly además un control ejemplar en los concertantes. Entre las intervenciones solistas destacaron las del concertino Serguéi Ostrovski, así como las flautas comandadas por Álvaro Octavio en “D’onde lieta uscì“, y la inspiradísima noche de los clarinetes o del arpa de Cristina Montes.

El coro no interviene demasiado en esta obra, aunque sí con un alto nivel de exigencia vocal y de movimiento escénico en el acto II, y aquí tanto el magnífico Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, ofrecieron un rendimiento excelente.

El papel de Mimí fue interpretado por la israelí Gal James, una cantante de la que, francamente, esperaba un poco más. No puedo decir que hiciese nada mal, porque no lo hizo, pero no acabó de encender esa chispa que se precisa para que la emoción te invada. Al menos conmigo. Tiene una voz de atractivo timbre, aunque más bien pequeña, sufriendo notablemente en muchas ocasiones para hacerse oír. Es verdad que cantó bien y mostró sensibilidad en los compases más líricos, cuidando el matiz y apianando con gusto, pero me resultaba fría. De cualquier modo, me gustó más en la segunda mitad que en los dos primeros actos.

Del Rodolfo de Aquiles Machado yo destacaría su entrega interpretativa y el intencionado fraseo, con cuidada dicción, muy ajustado a las exigencias de los tempi impuestos en cada momento por Chailly. Sus agudos se mostraron demasiado tirantes, con una voz que dejaba entrever en la parte alta de la tesitura un adelgazamiento y un oscilante vibrato preocupante. Su centro sin embargo ha ganado cuerpo y cantó en todo momento con mucho gusto, con un uso de las medias voces que rozó el abuso.

El italiano Massimo Cavalletti fue un buen Marcello. Este barítono, curiosamente nacido, al igual que Puccini, en Lucca, posee una voz de bello timbre y sobrado volumen, aunque presentó puntuales engolamientos. Se echó de menos que no abandonase el forte en más ocasiones de lo que lo hizo.

La valenciana Carmen Romeu compuso una estupenda Mussetta, mostrando frescura vocal y resultando espléndida en lo actoral, consiguiendo dotar al personaje del espíritu que requiere.

Gianluca Buratto fue un Colline de hermosa voz, estando muy correcto en la ocasión que tiene de lucirse con “Vecchia Zimarra”. También correcto Mattia Olivieri como Schaunard aunque debe controlar un poco su tendencia a la sobreactuación.

Los saludos finales fueron un tanto atípicos. Los cantantes, según saludaban, se iban quedando sentados en el sofá en el que había expirado Mimí, con gesto serio, y acabaron como si estuvieran posando para una fotografía. Fueron muy aplaudidos todos los intérpretes, así como la dirección escénica, pero la gran ovación de la noche fue para Riccardo Chailly y los miembros de la orquesta. El director italiano, antes de que cayese el telón, cuando ya tuvo bastantes aplausos y saludos, tomó el camino de los camerinos haciendo lo propio todos los demás, bajándose entonces el telón.  

Y hablando de telón, lo de ayer con las prisas por aplaudir en cuanto empieza a bajar, alcanzó cotas de premio Nobel. En esta ópera es mucho más grave la cosa porque el final musicalmente no es el típico chimpún, sino que la música se va apagando progresivamente. Unos cuantos imbéciles comenzaron a aplaudir en cuanto se movió el telón, otro necio se unió gritando “Bravi” y, afortunadamente, una gran parte del público reaccionó pidiendo silencio, acallándose la ganadería hasta que se apagó definitivamente el sonido de la orquesta, aunque no se pudo evitar la aparición desgañitada del memo habitual en todas las representaciones del maestro de Lucca gritando “Viva Puccini”. La diferencia entre que estos majaderos intervengan a destiempo o no, es tan sencilla como que acabes emocionado disfrutando de los compases finales o termines la representación avergonzado e indignado. Creo que, ya que los mentecatos no parecen tener remedio, va siendo hora de que los responsables de Les Arts den instrucciones de que no se baje el telón hasta que la música haya finalizado por completo.


video de PalaudelesartsRS


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