
Esto de asistir a la última función de una ópera tiene de malo que cuando se pone uno a escribir
sobre ello ya está todo dicho por voces mucho más autorizadas que la suya (os aconsejo leer al respecto las magníficas crónicas que hicieron en su día Alfredo, Maac, Fernando y Titus). Por el contrario, lo bueno es que ya me han hecho la mitad del trabajo. Así que procuraré no ser demasiado reiterativo sobre lo que ya se ha contado mucho mejor acerca de esta “Madama Butterfly” que anoche puso el punto y final a ocho exitosas representaciones, en las que todos los días se ha vendido el aforo al completo y la sala ha estado llena, a excepción de esos asientos reservados para los invitados VIP que se han visto, una vez más, lamentablemente con demasiados huecos, mientras el contribuyente que les paga el sueldo a los ausentes se ha quedado sin entradas tras hacer horas de cola a la intemperie.
En el público asistente se vio mucho novato, de ese que va a ver "Madama Butterfly" porque es una obra de las “bonitas”, y no sé si fue eso, pero desde luego se apreció un incremento en el nivel de
los inoportunos comentarios en voz alta, las estentóreas toses, las sonaduras de narices que retumbaban cual cuerno de Sigfrido, o de un volumen de objetos que caían al suelo, que ni en el terremoto de San Francisco. Mención especial merece el grupito de orientales ubicado en el primer piso, cuya inquietud y permanente movimiento sólo podían ser fruto de una inconsciente ingesta previa de hectolitros de café o de un molesto padecimiento de lombrices intestinales (tres delicias).
Pero, en cualquier caso, nada consiguió impedirnos disfrutar de una noche absolutamente mágica en el Palau de Les Arts, gracias a la maestría de Lorin Maazel, la excelencia de la Orquesta y Coro de la casa y la elegante partitura pucciniana.
La dirección escénica del cineasta polaco Mariusz Trelinski me pareció espléndida, una de las mejores que se han visto en el recinto valenciano, compaginando sabiamente el plano conceptual
con el escénico, jugando permanentemente con los colores (rojo, azul, blanco y negro), con una inteligente utilización de los espacios, una cuidada dirección de actores y todo ello envuelto en una propuesta de una belleza plástica asombrosa, a la que contribuyeron de forma esencial la escenografía de Boris Kudlicka, la iluminación de Tomasz Mierzwa y el vestuario de Magdalena Teslawska y Pawel Grabarczyk (¡impresionante el vestido con pamelón Ascot de Mrs. Pinkerton-Lahuerta!). Un bellísimo montaje que fue el perfecto contrapunto para la exhuberancia musical que nos regaló el Maestro.
Lorin Maazel llevó a cabo un ejercicio de dirección orquestal majestuoso, personalísimo, con
esos tempi tan lentos que son ya una constante en sus lecturas puccinianas, sin caer en la morosidad musical ni perder la intensidad en ningún momento, dotando al conjunto de una coherencia impecable, mientras degustaba la partitura con paciencia y deleite, saboreando cada nimio detalle y haciéndonos percibir toda la grandeza compositiva del compositor de Lucca. Si se quiere criticar algo podría ser el volumen orquestal impuesto, absolutamente inmisericorde con los cantantes, pero dada la grandeza de lo que estábamos escuchando, todo se perdonaba. El final de la obra que se ofreció es de los que se recuerdan siempre.
Por supuesto que para ese magnífico resultado fue trascendental que Maazel contase con los excepcionales músicos que componen la Orquestra de la Comunitat Valenciana, quienes volvieron a ofrecer un rendimiento inmejorable (nunca me cansaré de elogiar la sección de cuerda), y que, al finalizar, ovacionaron y jalearon unánimemente al veterano Maestro, haciendo patente la comunión existente entre director y orquesta.
Extraordinario, una vez más, estuvo también el Cor de la Generalitat, que permitió que gozásemos del mejor final del II acto de esta obra que he escuchado yo jamás, con un coro interno a bocca chiusa antológico, electrizante, donde el lentísimo tiempo orquestal se vio seguido a la perfección por el trabajo de Francesc Perales y los cantantes a su mando. Bravo por ellos.
En el terreno de los solistas, hubo un nivel aceptable, con alguna voz a destacar.
La guapa ucraniana Oksana Dyka fue una buena Butterfly que hizo gala de
un volumen inusitado, logrando proyectar su voz por encima de la masa orquestal que Maazel comandaba sin piedad. Logró unos agudos potentes y metálicos que conquistaron al público, aunque yo eché de menos una mayor dosis de sensibilidad, sobre todo en el primer acto, y una mayor sutileza y regulación de intensidades, porque ese vozarrón incontrolado, unido a su importante envergadura física, hacían poco creíble a la inocente niña de 15 años dispuesta a casarse con el rijoso Pinkerton. Eso sí, su tercer acto fue espléndido, dejando asomar incluso algún grave notabilísimo, y en la escena final estuvo soberbia.
El búlgaro Kamen Chanev fue el tenor de guardia que tuvo que afrontar el papel de Pinkerton ante la ausencia del anunciado Demos Flemotomos. Reconozco que no había oído hablar de él ni en la hoja parroquial del barrio, pero el hombre hizo lo que pudo y, al menos, no fue abucheado como hicieron con sus dos antecesores en el rol.
Estuvo potente en el registro agudo y, aunque con algún apuro, consiguió aguantar con dignidad su dúo con Butterfly del acto I, aunque la orquesta se lo comía. Tuvo alguna desafinación, sobre todo al principio, y sus dos “Butterfly” finales parecieron berridos de gamo en celo. Pero, a pesar de todo, no deslució el resultado de conjunto.
Sí me parecieron muy destacables tanto el Sharpless de Gevorg Hakobyan, como, sobre todo, la Suzuki de Marianna Pizzolato, a quien recientemente dediqué una entrada en este blog, que con ciertas limitaciones en su movimiento escénico, mostró una voz bellísima que moduló con un gusto exquisito.
Al final enormes ovaciones para Dyka y Maazel, de un público que salió exultante tras haber disfrutado de un comienzo de año musical ciertamente esperanzador. Esperemos que la cosa siga así.
Os dejo con Maria Callas interpretando el impresionante final "Con onor muore" de "Madama Butterfly" en 1955, bajo la dirección de Karajan:
video de ceb2633


En el público asistente se vio mucho novato, de ese que va a ver "Madama Butterfly" porque es una obra de las “bonitas”, y no sé si fue eso, pero desde luego se apreció un incremento en el nivel de

Pero, en cualquier caso, nada consiguió impedirnos disfrutar de una noche absolutamente mágica en el Palau de Les Arts, gracias a la maestría de Lorin Maazel, la excelencia de la Orquesta y Coro de la casa y la elegante partitura pucciniana.
La dirección escénica del cineasta polaco Mariusz Trelinski me pareció espléndida, una de las mejores que se han visto en el recinto valenciano, compaginando sabiamente el plano conceptual

Lorin Maazel llevó a cabo un ejercicio de dirección orquestal majestuoso, personalísimo, con

Por supuesto que para ese magnífico resultado fue trascendental que Maazel contase con los excepcionales músicos que componen la Orquestra de la Comunitat Valenciana, quienes volvieron a ofrecer un rendimiento inmejorable (nunca me cansaré de elogiar la sección de cuerda), y que, al finalizar, ovacionaron y jalearon unánimemente al veterano Maestro, haciendo patente la comunión existente entre director y orquesta.
Extraordinario, una vez más, estuvo también el Cor de la Generalitat, que permitió que gozásemos del mejor final del II acto de esta obra que he escuchado yo jamás, con un coro interno a bocca chiusa antológico, electrizante, donde el lentísimo tiempo orquestal se vio seguido a la perfección por el trabajo de Francesc Perales y los cantantes a su mando. Bravo por ellos.
En el terreno de los solistas, hubo un nivel aceptable, con alguna voz a destacar.
La guapa ucraniana Oksana Dyka fue una buena Butterfly que hizo gala de

El búlgaro Kamen Chanev fue el tenor de guardia que tuvo que afrontar el papel de Pinkerton ante la ausencia del anunciado Demos Flemotomos. Reconozco que no había oído hablar de él ni en la hoja parroquial del barrio, pero el hombre hizo lo que pudo y, al menos, no fue abucheado como hicieron con sus dos antecesores en el rol.

Sí me parecieron muy destacables tanto el Sharpless de Gevorg Hakobyan, como, sobre todo, la Suzuki de Marianna Pizzolato, a quien recientemente dediqué una entrada en este blog, que con ciertas limitaciones en su movimiento escénico, mostró una voz bellísima que moduló con un gusto exquisito.
Al final enormes ovaciones para Dyka y Maazel, de un público que salió exultante tras haber disfrutado de un comienzo de año musical ciertamente esperanzador. Esperemos que la cosa siga así.
Os dejo con Maria Callas interpretando el impresionante final "Con onor muore" de "Madama Butterfly" en 1955, bajo la dirección de Karajan:
video de ceb2633
