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jueves, 18 de octubre de 2018

"TURANDOT" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 17/10/18


Tras una espera que siempre se hace demasiado larga, ayer dio comienzo la pretemporada operística en el Palau de les Arts con el estreno de Turandot. Bueno, lo de estreno es un decir, ya que es la cuarta vez que se repone en el teatro valenciano esta producción que se ha convertido en nuestro particular Verano Azul.

Con estas funciones de pretemporada se reanuda la actividad operística tras el parón veraniego, aunque todavía tendremos que aguardar hasta el 1 de diciembre para que dé oficialmente inicio la temporada valenciana 2018-2019. Una temporada de transición entre la última medio programada por el dimisionario Davide Livermore y la primera que corra a cargo de Jesús Iglesias Noriega, el recientemente nombrado nuevo director artístico de Les Arts que se espera que se incorpore oficialmente a su despacho en el edificio de Calatravaa partir del mes de enero.

No obstante, supongo que ya se estará trabajando en el diseño de esa temporada 2019-2020 que debería anunciarse la próxima primavera y que, por una cuestión obvia de tiempo, presumo que tampoco podrá responder del todo a los planes del señor Iglesias. Sí que estaría bien que, lo antes posible, el nuevo director artístico o quienes le han seleccionado, ofrecieran al menos algún apunte de cuáles pueden ser las líneas básicas, previsiones y objetivos del proyecto vencedor de Iglesias Noriega para Les Arts. Y esto no lo pido como espectador, que también, sino sobre todo de cara al exterior para transmitir que se cuenta con un proyecto serio de futuro, dando cierta imagen de estabilidad tras los avatares sufridos en los últimos años.

Como ya he comentado en ocasiones anteriores, me parece una estupenda idea que se aproveche la pretemporada para la reposición de títulos populares a precios irrisorios como forma de atracción de nuevos públicos. Dicho eso, me planteo si no hay otras muchas producciones que puedan servir a tal fin sin necesidad de repetir ¡¡por cuarta vez!! esta Turandot. Es innegable que el éxito de taquilla está garantizado y se ha vendido todo el papel, pero creo que se puede lograr el mismo resultado con otras obras sin someter a los espectadores más veteranos a este permanente efecto pepino repetitivo.

Además, apostar por la cuarta reposición de esta producción cuenta con el riesgo añadido de que para los espectadores con mayor recorrido y memoria es imposible desligar esta Turandot en lo musical del recuerdo de la genialidad desplegada por la dirección de Lorin Maazel en 2009; y en lo sentimental, algunos siempre la tendremos asociada a la entrañable despedida de Zubin Mehta en 2014 con abucheo incluido a la ex consellera Catalá.

De la puesta en escena del director de cine chino Chen Kaige, de cuya reposición se ha encargado Allex Aguilera, poco tengo que comentar. Siempre he dicho y sigo manteniendo que visualmente tiene un poderío innegable, con la impactante escenografía de Liu King y el llamativo vestuario de Chen Tong Xun. Ya nos la sabemos de memoria y me reitero en lo ya comentado anteriormente en este blog con motivo de su última reposición y que reproduzco literalmente a continuación sin que la nueva puesta en escena me motive a cambiar nada:

“Es una propuesta que agrada especialmente a los amantes de las versiones tradicionales y estéticamente vistosas. Tiene su punto kitsch y basa toda su fuerza en el poder visual del colorido vestuario y en una escenografía de corte muy clásico. En el apartado de dirección de actores los estrechos espacios no dan mucho juego al coro y tampoco es un terreno en el que se haya hecho algo especialmente relevante, salvo en los personajes de PingPang y Pong, en los que sí se ha cuidado la actuación dramática y pienso que con éxito. También me resulta atractiva su escena inicial del segundo acto. En lo peor, siguen estando las absurdas banderitas del coro, el estilete del verdugo danzarín y sobre todo ese personaje de Altoum convertido en un idiota ebrio y con Parkinson”.

Decía antes que uno de los grandes riesgos de presentar de nuevo esta producción es que algunos nos acordemos de las maravillosas genialidades que hizo Maazel en el foso en 2009, y añado ahora que también de la brillantez obtenida de la orquesta por Zubin Mehta. Y si Galduf hubiese dirigido alguna de las pasadas Turandot, seguramente también le echaríamos de menos, y es que el debut en Les Arts del jovencísimo director británico Alpesh Chauhan al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, ha sido más que decepcionante.

Declaraba recientemente Chauhan que su versión iba a ser una Turandot muy rápida para intentar sacar todos los colores de la partitura. Pues bien, los únicos colores obtenidos fueron el rojo del rubor en mis mofletes por la vergüenza ajena sentida y el gris de una lectura plana, burda y desmanotada; y en cuanto a la velocidad anunciada, sólo fue tal a ratos. Empezó la obra imprimiendo un ritmo acelerado bastante absurdo que lo único que lograba era descontrolar el conjunto. No fueron pocos durante la noche los momentos de desfase entre foso y escena. Pero de repente intercalaba otros instantes donde imponía una lentitud exagerada, y, claro, si no tienes la genialidad de Maazel y sabes estirar la tensión al límite sin perder la brillantez, el conjunto se desploma y el bostezo se impone. Propuesta aburrida, lineal, falta de refinamiento y sin el más mínimo matiz, con un volumen por momentos insoportable, lo más opuesto a esa búsqueda de colores que declaraba que pretendía conseguir. No entiendo de quién ha sido la idea de que nos tengamos que chupar a este director porque, oído lo oído, creo que habrá, sólo en el barrio de Monteolivete, no menos de 30 seres humanos que harían mejor papel. Pese a todo se aplaude la actuación profesional de los músicos de la orquesta, con momentos solistas brillantes de clarinete, oboe, violines o chelos.

Cuando llegaron las vacaciones operísticas en Les Arts nos quedamos con la preocupación de la situación sufrida por el Cor de la Generalitat que les llevó a anunciar la posibilidad de convocar huelga y acciones de protesta para estas funciones de Turandot si la administración autonómica no daba pasos adelante hacia la solución satisfactoria de la problemática que viven los miembros de la agrupación. Finalmente no ha habido paros ni comentarios al respecto, lo cual hace pensar que ambas partes en conflicto siguen dando una oportunidad a la negociación. Ojalá todo vaya por buen camino y se solucione de la única forma justa y digna posible que no es otra que atender las legítimas peticiones del Cor. Ayer, otra vez más, la agrupación dirigida por Francesc Perales fue con mucha diferencia lo mejor de  la velada. Mostraron contundencia y poderío vocal pese a que no esté el coro todo lo reforzado que requeriría. Supongo que habrá quien diga que abusaron de volumen, pero ayer o se abusaba de volumen o Chauhan te arrollaba. Magnífica fue como siempre su prestación escénica aunque se tengan que mover en escena bien apretaícos; y de nuevo alcanzaron la excelencia en momentos delicadísimos como Perchè tarda la luna?o el “Liù bontà” con una belleza superior a la que la dirección orquestal parecía marcar. También merecen la felicitación por su rendimiento los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En años anteriores las funciones de la pretemporada valenciana se han caracterizado por ofrecer producciones propias de Les Arts, generalmente reposiciones, a precios muy económicos y con voces jóvenes; pero esta vez se ha optado por incluir en el reparto, en los dos papeles protagonistas, a dos cantantes ya consagrados que han interpretado el rol en los principales recintos internacionales, como son Jennifer Wilson y Marco Berti; aunque sin previo aviso ni explicación alguna y cuando ya estaba todo el papel vendido, se ha anunciado un segundo reparto para la función del día 26 con la soprano italiana Teresa Romano y el tenor francés Amadi Lagha en los papeles de Turandot y Calaf. No conozco a ninguno de los dos, pero visto y escuchado ayer el cast titular, me parece a mí que quienes tienen entradas para el 26 habrán salido ganando.

El papel protagonista de la princesa de hielo en el estreno ha recaído en la norteamericana Jennifer Wilson, una soprano bien conocida en Les Arts por sus participaciones como Brünnhilde, Isolde o la Leonora de Fidelio. Yo reconozco que le tengo a esta cantante un cariño muy especial y jamás podré desligarla de lo que me hizo disfrutar en aquellos Anillos. Recuerdo las discusiones que teníamos entonces a la salida y en las cenas posteriores los amigos en torno a su Brünnhilde, posicionándome yo siempre claramente entre sus fervientes defensores. Nunca podré olvidar el impacto que me produjo la primera vez que la escuché, en su primer Siegfried, y cómo me estremecieron aquellos agudos luminosos, potentes y colocados como estiletes. Ha pasado ya tiempo de aquello… Demasiado…

Algunos de los que criticaron entonces a Wilson hablaban de su excesiva frialdad, una frialdad que al papel de Turandot no le va nada mal en el segundo acto, pero ayer hubo otros muchos  problemas. No voy a hacer leña de la Wilson, así que los que esperen que me ensañe quedarán defraudados, pero tampoco voy a mentir. Salí muy triste de la sala. Me apenó enormemente ver a una querida cantante en un estado vocal muy preocupante. Yo pensé si estaría enferma, pero alguien que la conoce bien me dijo que no, que lleva tiempo así. Su línea de canto es inexistente, desigualdad entre registros, zonas central y grave desgastadas, problemas respiratorios, una línea expresiva  sin que se apreciase ninguna evolución en el personaje. Los agudos están lejísimos de los de antaño, se ha perdido brillo y metal y el recurso del chillido y el portamentoestán presentes. Una lástima y una decepción, pero que no justifica en modo alguno los abucheos aislados que se escucharon en los saludos finales. El abucheo a un cantante yo sólo lo justifico al caradura, al que pretende engañar. Si un cantante por los motivos que sean no da más de sí, a quien hay que criticar es a quien le contrata sabiéndolo.

Otro viejo conocido de Les Arts fue el elegido para asumir el papel de Calaf. El tenor italiano Marco Bertique ya protagonizó el rol en los años 2008 y 2009. Poco a mejor ha evolucionado Berti vocalmente (físicamente, a diferencia de la Wilson, parece haber adelgazado como media arroba). Hay aspectos que son incuestionables, como que todas las notas escritas en la partitura son emitidas con facilidad cuando se mueve en el registro agudo; o que frente a otros tenores de emisiones y dicciones más extrañas, Berti al menos transmite cierta “italianità”. Pero tampoco admite discusión su abuso del portamento, su fraseo estentóreo de pregonero, plano, monótono e inane y la nula capacidad de transmitir con su canto al menos una chispa de emoción que nos traslade la intensidad del drama en lugar de parecer que está cantando los números del bingo. Escénicamente tampoco ha mejorado demasiado y su tradicional estatismo de click de Famobil apenas llega ahora a Madelman. La voz arriba llega a brillar, pero en el centro y grave se abre y afea enormemente. Su gran momento del Nessun Dorma pasó sin pena ni gloria, dirigido a velocidad de película de Charlot por Chauhan parecía que nos habíamos equivocado en las revoluciones del pickup; Berti caló además algunas notas en la zona media-baja y acabó con un agudo cortísimo muy decepcionante, y como el director no hizo paradinha, se fue sin aplausos.

El papel siempre agradecido de Liú, salvo cuando lo canta la Voulgaridou (que Nuestro Señor mantenga lejos muchos años), recayó en la joven soprano donostiarra, ex alumna del Centre de Perfeccionament, Miren Urbieta-Vega. Como digo, este es un rol agradecido en el que el aplauso final está garantizado. Es el personaje bueno por excelencia de la obra y tiene unos pasajes bellísimos no especialmente comprometidos, pero en los que es preciso derrochar sensibilidad, matizar, ligar, saber frasear y acabar de enganchar con el público. No se trata de buscar el imposible de la nueva Caballé, pero tampoco admitir el encefalograma plano de Voulgaridou. Urbieta-Vega superó la prueba y mostró ayer una voz de bonito color con detalles de buen gusto, con algunas frases muy bien ligadas e intentando apianar y recoger la voz. Al final, como era de esperar en una Liú, obtuvo un triunfo arrollador que creo fue merecido.

Otro ex alumno del Centre de Perfeccionament, el bajo italiano Abramo Rosalen, fue el encargado de interpretar a Timur. Estuvo correcto, aunque le falta peso a su voz y fue imposible no acordarse de la rotundidad que imprimía aquí el ruso Alexánder Tsymbalyuk. Lo que sí fue rotundo fue el mamporrazo que se pegó nada más salir a escena, cuando según el libreto ha de caer al suelo, pero tanto ímpetu le puso que a poco más se desnuca.

Muy acertados en la vertiente actoral, correctos en lo vocal y logrando el favor del público estuvieron los ministros Ping, Pang y Pong, interpretados por Damián del CastilloValentino Buzza y Pablo García López. Bastante bien.

De nuevo el papel de Altoum recayó en el tenor ilicitano Javier Agulló que sufrió otra vez una dirección escénica que convierte su personaje en un pelele y hace su voz casi inaudible cantando desde el fondo del escenario. Bastante peor el Mandarinodel alumno del Centre de Perfeccionament César Méndez con el que seré benévolo y me limitaré a calificarle de irrelevante.

Estupendas, por el contrario, estuvieron como Doncellas las cantantes del Cor de la Generalitat Carmen Avivar y Mónica Bueno.

Hubo otros intérpretes inesperados que no aparecieron anunciados en los programas de mano: los pajaritos que se colaron en la sala, vaya usted a saber cómo, y que acompañaron con sus trinos todo el tercer acto. Cuando se comenzaron a escuchar pensé que era una grabación que pretendía ambientar el momento o un móvil, pero al poco ya nos percatamos todos de que aquello no eran efectos especiales. En todos los años que llevo yendo a Les Arts no recuerdo que nunca se haya producido una invasión avícola de la sala.

El teatro anoche presentaba un aspecto inmejorable, completamente lleno y, como suele ser habitual en funciones de pretemporada, con bastante público joven. No pude fijarme demasiado en quienes ocupaban el palco aunque sí vi una nutrida presencia de miembros del renovado Patronato, con su presidenta Susana Lloret al frente. No estuvo especialmente cálido el público, pero la frialdad de la dirección y de la pareja protagonista tampoco motivaba mucho más. Tan sólo interrumpieron los aplausos la representación al finalizar Liú el Signore ascolta y tras la escena de Ping, Pang y Pong que abre el segundo acto. Al terminar la función hubo generosos aplausos para todos, a excepción de esos abucheos aislados a la Wilson que ya he comentado. Las mayores ovaciones fueron para el coro, Urbieta-Vega y la orquesta, y me pareció oír que el director Alpesh Chauhan recibía también alguna protesta. Los pajaritos, inexplicablemente, no saludaron.

Bueno, pues hasta aquí la primera crónica de la temporada. Espero que la cosa vaya mejorando cuando se inicie ya oficialmente el nuevo ejercicio operístico en diciembre. En cualquier caso el objetivo de la pretemporada está cumplido. Todo el aforo vendido y, pese a que los listillos más veteranos nos pongamos en plan exquisito, una muy buena receptividad por parte de la mayoría del público que parecía salir contento y con ganas de más. ¿Qué queréis que os diga? También hay a quien le va la disciplina inglesa…

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ACTUALIZACIÓN A 19/10/18: El Palau de les Arts ha anunciado hoy oficialmente que Jennifer Wilson cancela por baja médica el resto de funciones de Turandot que tenía previsto cantar. La italiana Teresa Romano que estaba anunciada para la representación del día 26 de octubre, asumirá además las de los días 23 y 28; mientras que será la soprano eslovena Rebeka Lokar quien lo haga los días 20 y 31.

Se insiste desde Les Arts en que la causa de la cancelación de Wilson es una baja médica. Mientras tanto, la soprano norteamericana se ha limitado a publicar en su perfil de facebook lo siguiente:

I will never forget my brief run as Turandot here in Valencia. At both the general probe and the premiere, I gave performances on a par with my best of my 80-plus Turandot shows around the globe. I greatly appreciate the thunderous ovations I received at the packed-to-the-rafters General and (with four or five noisy exceptions) at the premiere. Toi Toi Toi to my wonderful colleagues for the remainder of the run!

lunes, 31 de octubre de 2016

"EL GATO MONTÉS" (Manuel Penella) - Palau de les Arts - 30/10/16


Ayer tuvo lugar el estreno de la segunda de las propuestas operísticas de la pretemporada en el Palau de les Arts, la ópera del valenciano Manuel Penella El gato montés. Parece que el motivo de programar esta ópera va doblemente encaminado a cubrir el cupo anual de autor valenciano y a conmemorar el centenario del estreno absoluto de la misma en el Teatro Principal de Valencia.

Es esta una ópera bastante poco representada y de la que únicamente su celebérrimo pasodoble ha alcanzado notoriedad, siendo el único fragmento, junto al dúo del segundo acto, conocido por el gran público. Yo siempre he mantenido la teoría de que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, cuando un título operístico ha permanecido casi en el olvido, por algo será. Reconozco que la opinión que voy a dar a continuación no es más que la mía, cargada de subjetividad y posiblemente de ignorancia, con el único fundamento de mis sensaciones, como no puede ser de otra manera tratándose de un blog personal y no de la crítica oficial de un medio especializado, algo que mucha gente parece olvidar a veces. Bueno, todo esto sirva como introducción para decir que a mí, El gato montés, con todos los respetos, me parece un pestiño colosal.

Es verdad que hay momentos musicales aislados más inspirados, sobre todo en el segundo y tercer acto y principalmente en la vertiente orquestal, con reminiscencias de aires puccinianos; pero no le encuentro coherencia y homogeneidad a un conjunto que, básicamente, me parece monótono y muy aburrido. A ello contribuye decisivamente un famélico libreto que mezcla los aires de sainete con una tragedia desaforada que roza lo esperpéntico, alargando la acción innecesariamente cuando en un acto podría haberse ventilado fácilmente; todo lo cual hace que la construcción dramática se tambalee desde el minuto uno. Ese necrofílico tercer acto sobra entero y el primero es excesivamente largo. Apenas dos horas de ópera se me hicieron más pesadas que un Götterdämerung mal ejecutado. Yo no pude evitar la sensación de estar asistiendo a un esbozo de zarzuela con ínfulas de ópera verista, un quiero pero no puedo sin acabar de decidir el rumbo a seguir.

Y el caso es que el sopor me llegó pese a encontrarnos con una meritoria puesta en escena, unas buenas prestaciones musicales y un reparto vocal equilibrado y con calidad.

La producción presentada del Teatro de la Zarzuela es la que pudo verse en Madrid en 2012, con dirección escénica de José Carlos Plaza, escenografía e iluminación de Paco Leal, vestuario de Pedro Moreno y coreografía de Cristina Hoyos. El principal activo de la propuesta radica en el gran trabajo de dramaturgia construido por José Carlos Plaza, un hombre de teatro que deja su impronta con un sentido del drama excelente, traducido en una cuidada labor de movimiento escénico y la acentuación de los rasgos psicológicos de los personajes mediante un más que relevante trabajo de dirección actoral.

Plaza opta por resaltar la visión más oscura y trágica del drama, haciendo especial énfasis en la violencia hacia la mujer y la marginación e injusticia social. Pilares básicos de la propuesta son el vestuario de Pedro Moreno y la iluminación de Paco Leal, esta última muy eficaz en la potenciación dramática, pero, una vez más, abusando del tenebrismo y haciendo que muchos detalles se pierdan para el espectador en medio de una oscuridad excesiva que además rechina ante las alusiones del libreto al sol y la luz de Sevilla.

La escenografía es prácticamente inexistente y los intérpretes se desenvolverán la mayor parte del tiempo en un escenario casi vacío, lo que originará que cada vez que se muevan por la zona trasera del mismo las voces no se proyecten correctamente hacia la sala. Entre los pocos elementos escenográficos que aparecen me pareció espantoso el gigantesco espejo dorado con motivos religioso-taurinos.

A mi juicio, la siempre complicada escena de la corrida, con perdón, está resuelta con gran inteligencia y sentido plástico, ofreciendo posiblemente el instante más atractivo visualmente de la propuesta, si bien sobran los exagerados y poco taurinos revoloteos de capote y muleta.

Absolutamente charlotesco o de Benny Hill resulta el momento en que llevan al torero en camilla a la velocidad de la luz con grave riesgo de acabar todos por los suelos. Incluso pienso que Rafaelillo no muere en esta producción por la cornada, sino del susto que pasa en la camilla.

En lo musical, ocupaba esta vez el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Óliver Díaz, quien también fuese el encargado de la dirección musical de esta producción en el Teatro de la Zarzuela en 2012. El director ovetense ofreció una lectura ágil y fresca de la partitura, con gran atención a lo que pasaba en escena, marcando todas las entradas y obteniendo un resultado bastante satisfactorio ante una página con momentos bellos pero poco propicia para exhibición de matices. Aún así mostro buen gusto y refinamiento en el tramo final del primer acto y en el tercero, instantes en los que la orquesta brilló especialmente. Sí eché en falta, como tantas veces en este foso, un mayor control del volumen orquestal que dejó inaudibles a las voces en más de una ocasión.

Destacadas intervenciones en la orquesta de los violonchelos, con un solo en el tercer acto a cargo de Guiorgui Anichenko de los de chuparse los dedos. También merece destacarse a Christopher Bouwmann al oboe y a Rubén Marqués a la trompeta, y en general a todos los metales. Excelente igualmente la banda interna en el pasodoble.

El Cor de la Generalitat volvió a ofrecernos su mejor cara en una obra que no presenta tampoco demasiados momentos para el lucimiento, pero que sí contiene exigencias vocales y escénicas que solventaron, una vez más, con sobresalientes prestaciones. Especialmente destacable me pareció su escena junto al Gato montés del primer acto, uno de los momentos más emocionantes de la noche.

Muy bien estuvieron también los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que tan buen sabor nos dejaron en A midsummer night’s dream, y que cumplieron con  nota alta en su breve intervención.

En el papel femenino protagonista de Soleá, la soprano jerezana Maribel Ortega presentó una voz grande, homogénea en todos los registros, con buena línea de canto, un fraseo muy cuidado y poderío en la zona aguda, con mordiente, con un centro bellísimo aunque poco reforzado y unos graves endebles. Me habían hablado hace tiempo de esta cantante que está afrontando roles de enjundia por otros teatros, como Abigaille o Lady Macbeth, lo cual, a tenor de lo escuchado ayer, me parece una apuesta bastante arriesgada, pues se percibe un instrumento sin suficiente peso, a priori, para afrontar papeles de soprano dramática que podrían malograr un instrumento ciertamente interesante. En cualquier caso, la voz se ajusta al personaje de Soleá que defendió con entrega escénica y suficiencia vocal, aunque tuviese más de un despiste de coordinación con la orquesta.

El papel del torero Rafael fue interpretado por el mismo cantante que lo asumió ya en 2012 en Madrid cuando se presentó esta misma producción en el Teatro de la Zarzuela, el joven tenor vasco Andeka Gorrotxategi. Mostró facilidad para moverse en la zona aguda y no le faltó valentía para afrontar los no pocos escollos que presenta el rol. La voz no siempre corría bien por la sala, abusando de engolamientos en un instrumento de timbres oscuros que sólo liberaba la emisión en los terrenos más agudos. No es precisamente el joven tenor vasco un ejemplo de expresividad y refinamiento y se echó en falta una actuación actoral más implicada y una mayor variedad de matices vocales. Prácticamente lo canto todo en forte y en más de una ocasión empleó empujones y portamentos que deslucían sus llegadas a los extremos altos de la tesitura.

Muchos más matices aportó el experimentado Àngel Òdena en su encarnación del personaje que da título a la obra, papel que también interpretó en esta misma producción en 2012 en Madrid. El barítono catalán controló bien la emisión de una voz auténticamente baritonal y grande que supo mostrarse imponente cuando había de hacerlo y adornar con regulaciones y medias voces en los momentos más íntimos. Su cuidada expresividad escénica y vocal permitió dibujar claramente todas las facetas del personaje.

No le anduvo a la zaga en calidad vocal y escénica tampoco la valenciana Cristina Faus, como Gitana, en un papel breve que defendió con calidad mayúscula en sus dos intervenciones de los actos primero y tercero.

Muy bien estuvo también Miguel Ángel Zapater como Padre Antón. Algunas de sus últimas citas en el Palau de les Arts habían mostrado signos preocupantes de un declive vocal del que ayer no quedaba rastro. Su implicación escénica y sentido del humor fueron irreprochables.

La veterana Marina Rodríguez-Cusì compuso una más que notable Frasquita, plena de emoción y expresividad, con una voz que, pese a los cambios de color y algún problema mostrado en el agudo, supo manejar ofreciendo intensidad dramática.

Igualmente destacado por su buen hacer escénico y una dicción notable el Hormigón del alumno del Centre Plácido Domingo, Jorge Álvarez.

Cumplieron más que correctamente en sus muy breves intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat: Carmen Avivar, Lluís Martínez, Boro Giner, Juan Felipe Durá, José Javier Viudes, Fernando Piqueras, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Vicente Antequera; debiendo destacarse el excelente Pastorcillo que cantó Mónica Bueno.

La sala principal del teatro valenciano presentó una buena entrada, aunque con bastantes más huecos que en el pasado L’elisir d’amore. Entre el público se encontraba la actriz Terele Pávez, nieta del compositor. El público se mostró algo frío durante la representación, aunque al final aplaudió generosamente a todos los intervinientes, incluida la dirección escénica, y mostrando la ya conocida tendencia al aplauso en cuanto se empieza a bajar el telón, ya sea para final de acto o cambio de escena, y aunque estén sonando música o voces. El efecto telón en el público valenciano merecería a un Pávlov que lo estudiase científicamente.

En el ensayo general el Intendente Livermore decidió ofrecer la platea a esos taxistas que no deja de mencionar desde que accedió al cargo, alegando que era muy triste que no conociesen lo que se hacía en el Palau de les Arts. A ver si a partir de ahora eso sirve para liberarnos de que siga repitiéndose con este tema más que Gila con sus chistes, pero con menos gracia.

Como decía al comienzo, que yo me aburriese como una ostra es una cuestión meramente personal ante una obra que no consiguió generar mi interés pese a que fue servida con notable calidad. Hubo otra mucha gente que se lo pasó estupendamente, así que, como para gustos colores, nada mejor que cada uno vaya y opine por sí mismo.