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lunes, 28 de septiembre de 2020

"COSÌ FAN TUTTE" (W.A. Mozart) - Palau de les Arts - 27/09/20

Tras no pocos sobresaltos, dudas, silencios y rectificaciones sobre los planes originales, ayer, pese a todo, pudo dar comienzo la temporada operística 2020/2021 en el Palau de les Arts de Valencia. Una temporada que se presenta más que incierta, al venir profundamente condicionada por la crisis sanitaria derivada de la pandemia de COVID-19 que nos sigue azotando con fuerza renovada.

Ya, para empezar, la obra que inauguró ayer el ejercicio operístico valenciano no fue el previsto Réquiem de Mozart escenificado que se había anunciado en julio, sino la ópera Così fan tutte, también del compositor salzburgués, en una versión semiescenificada creada específicamente para la ocasión. La razón es que la compleja dirección escénica concebida por Romeo Castellucci para el Réquiem no permitía garantizar plenamente el cumplimiento de las medidas sanitarias exigidas en el momento actual, especialmente para los miembros del Cor de la Generalitat, por lo que ha sido pospuesto para, en principio, la próxima temporada. Más allá de la frustración de no poder ver estrenado de momento ese Réquiem, a priori tan atractivo, creo que la dirección del teatro ha tomado una decisión correcta.

No sé cómo se irá desarrollando el resto de la temporada, ni qué consecuencias tendrá para el teatro valenciano la difícil situación creada por la pandemia, pero hasta ahora, en mi particular opinión, y espero no tener que tragarme mis palabras, creo que Les Arts está afrontando la crisis razonablemente bien, al menos hacia el exterior en lo que a las medidas para los eventos abiertos al público se refiere. Para empezar, frente a los teatros que han decidido cerrar, cancelar toda su temporada 2020/2021 y esperar tiempos mejores (como el Met), aquí se ha optado por seguir ese sabio proverbio chiquistaní que dice que si la realidad te da la espalda, intenta tocarle el culo. Jesús Iglesias ha declaradorecientemente que “se estudiará la viabilidad de cada título programado diseñando un protocolo específico de seguridad acorde con la normativa que rija en cada momento”. O sea, vamos a mantener la programación hasta donde se pueda y cuando no se pueda se procurará adaptar lo programado a las circunstancias o sustituirlo por un evento viable. Esto va a generar una gran incertidumbre para el espectador, pero sobre todo va a exigir una enorme capacidad de gestión a la dirección artística del teatro para saber improvisar muchas veces, en un ámbito como el de la ópera, en el que, hasta el pasado año, si se quería asegurar el éxito se debía programar todo con una considerable antelación. Ya iremos viendo hasta dónde se puede llegar y en qué condiciones, pero por el momento creo que Les Arts no está respondiendo mal para las cartas tan malas con las que le ha tocado jugar.

En el apartado de la seguridad para el espectador pienso que también se están adoptando todas las medidas que permiten compatibilizar la minimización del riesgo sanitario con la viabilidad de los espectáculos para aforos reducidos. Yo, que confieso ser un poco caguetas y algo exagerado con mis prevenciones anti COVID, reconozco que ayer me sentí bastante seguro, tanto por la organización y medidas de control como por el espacio en la sala. Sé que no habrá sido fácil para el teatro haber reducido su aforo más allá de lo exigido por la normativa, al objeto de dejar un asiento libre junto a cada dos ocupados; pero esta decisión creo que ayuda a que el público pueda sentirse más tranquilo y fidelice su asistencia a los espectáculos que se programen.

Pienso que es mucho más lógica y segura esta reducción de aforo similar en todas las zonas de la sala que, por ejemplo, la opción que tomó recientemente el Teatro Real al efectuar la reducción de aforo cerrando la venta cuando se cubriese la venta del número de localidades máximo a ocupar sin distinción de zonas, lo que originó que todas las zonas más baratas estuviesen completamente llenas y sin huecos que respetasen las distancias mínimas de seguridad, provocando la protesta de algunos espectadores y la posterior suspensión de la función. Sé que hay una agria polémica suscitada acerca de si la culpa fue del teatro, de algunos espectadores excesivamente remilgosos o si, incluso, se pudo tratar de un boicot organizado. No pretendo entrar en una discusión que me importa un pimiento de Padrón, pero he de decir que, aunque doy la razón a quienes critican que haya personas que protesten furiosamente cuando les colocan sin separación en un teatro en la localidad que han adquirido voluntariamente y no lo hacen cuando esa situación se produce en el tren o avión que han tenido que coger para llegar al teatro, mi opinión es que el principal responsable de esa situación fue el teatro madrileño y su errónea gestión de la obligada reducción de aforo. De hecho, ya han rectificado y han decidido aplicar dicha reducción en todas las zonas de forma similar. O sea, lo que aquí ha hecho Les Arts desde el principio.

Si se descontextualiza la situación, que se inaugure la temporada de ópera con un Così fan tutte en versión semiescenificada no es precisamente el ideal de lo que espera el aficionado, pero ante la evolución de la pandemia y las dificultades crecientes para llevar a cabo eventos musicales o teatrales con gran cantidad de participantes e interacción entre los mismos, creo que la alternativa ofrecida no está nada mal. Se ofrece una de las más populares obras de Mozart, el mismo compositor del Réquiemoriginariamente previsto, tratándose además de una ópera con muy pocos personajes, escasa intervención del coro y con una dramaturgia de acción reducida y que no requiere de un gran apoyo escénico. En lo musical, se han hecho algunos cortes de manera que la duración total de la función no exceda de las dos horas y media, al no poderse hacer descansos; y el foso se ha extendido ocupando las dos primeras filas de platea, para posibilitar una mayor distancia entre los músicos, habiendo colocado pantallas protectoras delante de los vientos.

Para esta singular ocasión se ha decidido apostar por una nueva creación que se anuncia como semiescenificada, pero que aún no sé por qué la han calificado así, porque ya os digo yo que mis ojitos han visto en este teatro óperas con direcciones escénicas que se nos querían vender como el recopetín colorao y que tenían muchísimo menos trabajo teatral y de iluminación o vestuario que este Così fan tutte estrenado ayer, al cual además hay que reconocerle el merito de que se haya creado en un tiempo record, apenas dos semanas, y que finalmente creo que ha obtenido unos resultados más que dignos.

La encargada de la creación escénica ha sido una persona también vinculada a ese Réquiem que no pudo ser, Silvia Costa, actriz y directora italiana colaboradora habitual de Romeo Castellucci, que ha contado además con el apoyo de un hombre muy querido en la casa, Emilio López. La iluminación es de Marco Giusti y el vestuario y elementos escenográficos parece que han corrido a cargo del equipo técnico y artístico de Les Arts, de quienes también hay que valorar como merece su profesionalidad y capacidad de adaptación siempre a las circunstancias por adversas que sean.

Sobre esta propuesta escénica he de empezar reiterando lo que apunté antes, que yo creo que se le ha llamado versión semiescenificada por modestia o por haberse creado de forma apresurada, pero en ningún caso por su resultado final, el cual poco se diferencia de otras muchas óperas escenificadas que han pasado por Les Arts; y supera con creces algunas plastas de ganado vacuno con mosca incluida que nos hemos chupado aquí, baste mencionar los prestigiosos nombres de Carlos Saura, Jonathan Miller o Graham Vick para que a algunos abonados nos dé vueltas la cabeza como a la niña de El exorcista.

De la versión estrenada ayer poco hay que decir. Y esto no necesariamente es algo negativo. Poco hay que explicar porque no se intenta contar nada especial, sino simplemente crear un espacio físico y un movimiento escénico en el que la obra se desarrolle naturalmente, aprovechando la iluminación o vestuario para potenciar puntuales elementos de la trama. A veces lo sencillo es lo que mejor funciona y en este caso creo que todo acaba funcionando bastante bien. Los únicos componentes escenográficos serán unos elementos geométricos blancos y dos grandes visillos que servirán para diferenciar puntualmente distintos espacios de la acción. Todo estará compuesto con una gran simetría y con los colores blanco y negro como protagonistas.

Creo que sobraron los absurdos movimientos de brazos a cámara lenta, mezcla entre el Macarena y el Chiki-chiki, que hacen llevar a cabo al coro y a las hermanas Fiordiligi y Dorabella cuando cantan doblándose gestualmente la una a la otra. Y tampoco acabé de entender por qué se ha vendido que se había construido una puesta en escena respetuosa con la distancia social, cuando entre los intérpretes eso no ocurre. Baste como ejemplo el dúo entre Dorabellay Guglielmo, Il core vi dono, donde la distancia es cero, y yo me los imaginaba diciéndose por lo bajini mientras cantaban: ¿pero tú te has hecho el PCR, pisha?

En cuanto a lo estrictamente musical, del elenco previsto para el cancelado Réquiem se ha contado en este Così con dos de los cantantes anunciados, el tenor Anicio Zorzi Giustiniani y el bajo Nahuel Di Pierro, y con el director musical, Stefano Montanari. Era esta la primera vez que se situaba en el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana este director italiano que cuenta con una reputada carrera, especialmente en el repertorio barroco y mozartiano. Montanarillamó la atención, de entrada, por su curiosa indumentaria,  con camiseta larga, pantalones de cuero y botines, así como por su exageradísima gestualidad, dejando ayer al histriónico Wellber como un vulgar pasmarote. Llegó a provocar la carcajada del respetable cuando, para ocuparse del clave, se metía la batuta por la espalda para dejarla sujeta en la camiseta asomando por el cogote, o bien se la colocaba entre los dientes cual pirata presto al abordaje. Su ímpetu con el teclado también resultó singular y yo esperaba verle en cualquier momento ponerse a arrearle con los botines al modo Jerry Lee Lewis.

Más allá de estos aspectos meramente anecdóticos, creo que Montanari dejó ayer impronta de su buen hacer ofreciendo una versión velocísima, supersónica por momentos, pero no atropellada, sino ágil, fresca y clara, y a la vez muy cuidadosa con los detalles. Su labor con el teclado también resultó destacada, impregnando de vivacidad la escena. Me gustó que la obertura se ejecutase a telón bajado, centrando la atención exclusivamente en lo musical. En momentos puntuales, como en Un’aura amorosa, ralentizó los tiempos y apianó la orquesta consiguiendo que la emoción subiese enteros aunque la voz del tenor en ese caso no acompañase. También hizo lo mismo en Per pietà, ben mio, perdona, volviendo a agilizar el tempo en la segunda parte del aria, creando así un contraste expresivamente muy eficaz e interesante. Sé que a lo mejor a algunos pueda parecerle discutible la dirección musical de Montanari, pero a mí sí me convenció, especialmente si traigo al recuerdo la vez anterior en que se representó esta ópera en Les Arts, en 2009, con la batuta del amigo Tomáš Netopil convirtiendo esta obra maestra en un contundente somnífero.

La Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a ofrecer unos sonidos que por momentos fueron excelentes y ello pese a que creo que las pantallas colocadas en el foso delante de los vientos restaron brillantez y presencia a las maderas en los tutti. No obstante fueron muy destacables las intervenciones de flautas, clarinetes, oboe (con Christopher Bouwman de nuevo en los atriles) y con otra noche de auténtico lujo de las trompas, por ejemplo en la introducción a Secondate, aurette amiche.

El Cor de la Generalitat debía haber sido el gran protagonista de este inicio de temporada en ese Réquiem interruptus que esperamos pueda finalmente consumarse en la próxima temporada. De momento, su intervención en la ópera que inauguró ayer el ejercicio operístico, no por ser menor en extensión fue menos brillante en cuanto al resultado. Estuvo estupendo tanto en Bella vita militar como en Benedetti i doppi coniugi, aunque donde me conquistaron especialmente fue con el breve, pero bellísimo, Secondate, aurette amiche que se marcaron.

En el apartado de los solistas vocales hubo de todo dentro de un buen nivel general, pero ganaron las chicas por goleada. El muy exigente papel de Fiordeligi fue interpretado por la soprano Federica Lombardiquien fue la gran triunfadora de la noche. Sorprendió por su carisma escénico y por una voz cálida que brillaba deslumbrante y con insultante facilidad en unos agudos potentísimos e incisivos. Quizás la zona grave se mostrase más desguarnecida, pero hacer frente a esa diablura mozartiana que es el Come scoglio sin que se apreciasen cambios de color, ya es toda una noticia. Se inventó alguna nota o hubo alguna no del todo afinada, pero el resultado fue estupendo. Supo jugar con las medias voces y los reguladores con un gusto exquisito y un fraseo pulido. En Per pietà, ben mio, perdona, acompañada por el buen hacer de la orquesta, pareció que el tiempo se detuviese, construyéndose uno de los momentos más emocionantes de la velada.

La mezzosoprano irlandesa Paula Murrihy llevó a cabo una sentida interpretación del personaje de Dorabella. Murrihy debía haber debutado en el teatro valenciano en el Faustque se canceló la pasada temporada. En esta que ha sido finalmente su primera aparición en Les Arts, a mí particularmente me dejó un buen sabor de boca, pese a reconocer que se trata de una mezzo demasiado lírica, con una voz algo carente de cuerpo, pero con la que consiguió trazar un fraseo cuidado, cargado de musicalidad y sentido expresivo. Se defendió con solvencia en el complicado Smanie implacabili y sus dúos con Fiordiligi destacaron por el encaje de ambas voces y su belleza musical.

El rol de Ferrando corrió a cargo del tenor Anicio Zorzi Giustiniani a quien ya pudimos escuchar en Les Arts en el año 2017, en Le Cinesi de Gluck. El entubamiento y falta de brillantez y claridad de una voz blanquecina, muy pequeña y hospedada en la nariz, deslució una interpretación en la que estuvo muy por debajo de sus compañeros de reparto. En los números de conjunto resultaba completamente inaudible o apenas se alcanzaba a intuir una vocecilla más propia de Alvin y las ardillasque del tenor que ha de lograr enamorar a la audiencia con su canto. En su gran momento de lucimiento en solitario, con la maravillosa Un’aura amorosa, pese al empeño que pusieron solista y orquesta, no acabó de lograr que brotase la emoción. Tampoco ayudó a que mi impresión fuera mejor el que desde que apareció en escena me obsesionase con que me recordaba al conseller Marzà tras haber seguido una severísima dieta de la alcachofa.

Bastante más me convenció su paisano, el barítono Davide Luciano, que fue el encargado de dar vida a Guglielmo. Es este un cantante que se ha subido ya a las tablas de los principales coliseos operísticos internacionales y que sorprendió ayer por su voz de gran volumen, muy homogénea, con auténtico timbre baritonal, y que corría limpia y liberada por la sala, algo que cada vez es más inhabitual en estos tiempos de barítonos de voz atrasada, cogotera e incluso rectal. Tampoco es que el chico sea la bomba, porque se echó en falta un poco más de refinamiento, pero cumplió muy correctamente.

Espléndida fue la Despina que compuso la jovencísima soprano valenciana Marina Monzó, quien ya nos dejase unas buenísimas impresiones el año pasado en su debut en Les Arts como la Marola de La tabernera del puerto, y que anoche confirmó que nos encontramos ante una de las voces más prometedoras del panorama español actual, obteniendo un rotundo y merecidísimo éxito gracias a una voz limpia, timbrada y brillante que manejó con elegancia y seguridad. Sus recitativos fueron posiblemente los mejores del elenco, cargados de expresividad, claridad e intención dramática. Derrochó también gracia y desparpajo escénico en su triple papel de la doncella Despina, falso doctor y falso notario. En estas dos últimas caracterizaciones, además, donde suele ser habitual que la parodia se imponga a la belleza vocal, nos ofreció un canto de factura excelente.

El papel de Don Alfonso estuvo encarnado por el bajo argentino Nahuel Di Pierro, un viejo conocido de Les Arts, donde regresa después de participar en aquellos primeros años de su inauguración en las producciones de Fidelio, Don Giovanni y Cyrano de Bergerac. Posee una voz más baritonal que de auténtico bajo, echándose de menos un poco más de anchura, peso y contundencia vocal, aunque para este papel de Don Alfonso, de carácter más bufo, cumple sus requerimientos, quizás sin especial brillantez pero con corrección. Destacó por el cuidado de los recitativos y el sentido dramático en la construcción del cínico y manipulador personaje.

La sala no presentaba llenos todos los huecos habilitados al efecto, pero creo que para las circunstancias que se viven no puede hablarse de una mala entrada. Poco a poco es de esperar que el público vaya adquiriendo mayor seguridad y fidelice su asistencia. Llamó la atención la reducción del número de toses que se escucharon, aunque también se redujo el número de aplausos, que sólo muy puntualmente interrumpieron el discurrir de la representación. Demasiada frialdad en unos espectadores que, sin embargo, al finalizar la ópera si premiaron con calidez a todos los intervinientes, especialmente a Federica Lombardi, Marina Monzó y la orquesta.

No quisiera finalizar esta crónica sin compartir la emoción que sentí anoche, más allá de los resultados artísticos o musicales, por el mero hecho de volverme a encontrar sentado en la sala de este teatro, que es casi mi segunda casa, escuchando de nuevo una ópera en directo. De verdad fue algo muy especial. Y por eso desde aquí os invito a todos los aficionados a animaros a recuperar estas sensaciones. No sabemos lo que nos deparará el futuro y si venceremos a la pandemia o ella acabará por extinguirnos, pero lo que no debemos consentir es que sea el miedo el que nos paralice. Cumplamos todas las medidas de seguridad y seamos prudentes, pero no permitamos que el temor acabe por derrotar la música y la cultura. Al menos por nosotros que no quede.

lunes, 28 de octubre de 2019

LA TABERNERA DEL PUERTO (Pablo Sorozábal) - Palau de les Arts - 27/10/19


En este comienzo de temporada del Palau de les Arts a precios populares, al que no se ha querido denominar pretemporada, se ha incluido también la dosis de zarzuela que nos hemos de chupar cada año, con la acertada programación en esta ocasión de uno de los títulos más atractivos del género, como es La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal, cuyo estreno tuvo lugar ayer en la sala principal del teatro valenciano.

Tradicionalmente, estas representaciones de zarzuela suelen caracterizarse por un significativo aumento de la edad media del público asistente, y, aunque ayer no fue una excepción, sí tengo que reseñar que me llamó la atención ver también más gente joven que otras veces. No sé si habrá tenido algo que ver la iniciativa que este año ha impulsado el nuevo director artístico de Les Arts de reservar algunos de los ahora llamados preestrenos de la temporada (los ensayos generales de toda la vida) a los menores de 28 años, con entradas a 10 euros, habiendo sido el de esta Tabernera que tuvo lugar el pasado viernes, el primero de ellos. En cualquier caso, tenga o no que ver en ello, sólo pueden ser aplaudidas todas aquellas medidas que vayan destinadas al fomento del género lírico y a la búsqueda de público joven.

La popularidad de La tabernera del puerto se sustenta principalmente en una partitura del maestro Sorozábal que convierte su escucha, hasta para el que no es especialmente afín al género, casi en algo parecido a un disco de esos de Grandes Éxitos de Zarzuela, topándonos con una sucesión de romanzas y pasajes musicales cada cual más conocido que el anterior. Indudablemente hay unos momentos más inspirados que otros, pero siempre percibiéndose esa inteligente orquestación e instrumentación que recorre toda la obra. No sólo Sorozábal es responsable del éxito de esta zarzuela, debiéndose destacar también un libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw que, hombre, no nos engañemos, tampoco es de premio Nobel y contiene mucha tontunez, pero, al menos, presenta una mayor enjundia dramática que la mayor parte de sus congéneres (todavía recuerdo con escalofríos de pánico la plomez y el sopor irresistible que me produjo El gato montés de hace tres años en esta misma sala).

Además, para la ocasión se ha buscado una producción más que digna del Teatro de la Zarzuela que cuenta con la dirección escénica del actor y director Mario Gas. Precisamente su padre, el célebre bajo Manuel Gas, fue el encargado de encarnar el personaje de Simpson en La tabernera del puerto cuando se estrenó la obra por vez primera en Madrid en 1940, tras la guerra, aunque su estreno absoluto había tenido lugar en Barcelona en 1936.

Mario Gas ha llevado a cabo un trabajo inteligente y muy respetuoso con el original en el que prima la dramaturgia y el sentido teatral, dejando que las emociones que atraviesan el libreto emerjan naturalmente y se hagan presentes en los personajes, logrando que el público pueda conectar con la historia desde el primer instante y sin que esa relevancia de lo dramático menoscabe la vertiente musical y vocal. En el éxito de la propuesta juegan un papel fundamental la escenografía de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, el vestuario de Franca Squarciapino, la seductora iluminación de Vinicio Cheli, así como las proyecciones de Álvaro Luna, logrando construirse un marco dramático muy realista, adecuado a la acción y con momentos de gran poderío visual, como esa escena de la galerna, siempre complicada de plasmar en escena sin caer en lo ridículo, en la que se consiguieron fusionar proyecciones, transparencias y realidad de forma verdaderamente impactante.

La acción del libreto se desarrolla en la época de su estreno, a mediados de los años 30 del pasado siglo, en el ficticio puerto de Cantabreda. La escenografía es grandiosa por tamaño, pero sencilla, eficaz y con amplias zonas libres para el desarrollo de la acción. Apenas tres paredes y un espacio central reflejarán en los actos primero y tercero la plaza del puerto entre el café y la taberna; y en el segundo el interior de esta. El ambiente marinero y la atmósfera gris de un pueblo pesquero norteño estarán perfectamente dibujados en esa escenografía en la que casi se puede respirar la humedad y el olor a mar. Un mar que, pese a sólo verse expresamente en la tormenta que abre el tercer acto, tendrá una presencia permanente de forma latente con los reflejos del agua sobre las fachadas o con los guijarros que ocupan la boca del escenario simulando la orilla.

La gama cromática en la que se moverá la iluminación acentuará también esa atmósfera norteña, como lo hará igualmente el vestuario de los habitantes de Cantabreda, de tonalidades oscuras, grises y azules, a excepción de la protagonista, Marola, que será la única que destacará de la grisura del conjunto con su vestido azul celeste y chaqueta roja. La dirección de actores y el movimiento escénico están también muy bien resueltos, consiguiéndose dinamismo narrativo y que la trama fluya de forma natural. Vuelvo a destacar la solución dada a la escena de la galerna que no sólo solventa con nota su complicada plasmación teatral, sino que además lo hace impactando visualmente y acentuando el dramatismo del momento.

Creo que en general nos encontramos con un cuidado trabajo de dirección escénica, respetuoso con lo musical y coherente con el libreto que cumple sobradamente las expectativas del público, resultando atractivo visualmente y eficaz para enmarcar la historia.

Guillermo García Calvo ocupaba por vez primera el foso de Les Arts, aunque no es la primera ocasión en que se pone al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pues ya lo hizo en 2013, en ese patatal que osan denominar Auditori, con un concierto dedicado a Beethoven, Mozart y Schumann. El director madrileño supo subrayar ayer las emociones latentes en los pentagramas, remarcando acentos sin caer en la exhibición populista, así como resaltar los colores, mestizajes musicales y la variedad orquestal concebida por Sorozábal. Evitó avasallar las voces con equilibrio sonoro entre foso y escena casi toda la noche. Y digo casi, porque en la escena de la galerna los protagonistas no sólo fueron engullidos por el mar, sino también por el torrente orquestal que los dejó inaudibles. Hubo algún pequeño desajuste puntual con los cantantes, pero en líneas generales creo que fue una buena dirección con unos resultados notables, lográndose que la orquesta sonase estupendamente. En ese aspecto merece destacarse la gran noche de los metales (geniales trompetas) y la percusión, y resultó precioso el momento de los clarinetes en el dúo de amor del primer acto.

El Cor de la Generalitat no tiene en esta obra una participación demasiado relevante, pero puso, como de costumbre, la guinda de calidad en cada una de sus intervenciones vocales tanto escénicas como internas, destacando las chicas en “¡Aquí está la culpable!”, y los chicos en la escena de la taberna.

La jovencísima soprano valenciana Marina Monzó debutaba en el teatro de ópera de su ciudad en el papel de Marola. Voz no muy grande, más ligera de lo que yo esperaba, pero de bello timbre, homogénea, fresca y resplandeciente, con buenos ataques a unos agudos con mordiente. Cumplió con belleza canora, buena técnica y gran delicadeza, sin gazmoñerías, en su romanza estelar, “En un país de fábula”, en la que también se mostró desenvuelta en las agilidades y notas picadas, y algo más incómoda en los graves, pero que finalizó de forma bellísima con un precioso regulador, agrandando progresivamente la última nota. También destacó en el dúo con Juan de Eguía del segundo acto. Acompaña a su canto una irreprochable presencia escénica a la que une entrega y desparpajo dramático. Sólo cabe valorar muy positivamente en su conjunto la actuación de una artista que, aunque todavía presente aspectos técnicos por pulir, tiene toda su carrera por delante, ya que apenas ha cumplido los 25 años, y ya ha mostrado unas credenciales que nos hace ser muy optimistas ante su futuro.

El veterano Àngel Òdena asumió el antipático personaje de Juan de Eguía. Òdena ya nos visitó en aquel pestiño gatuno montés de 2016 y, al igual que hiciera entonces, destacó por el atractivo color baritonal de una voz grande, varonil, con peso, que al mismo tiempo sabe manejar con expresividad. Estupendo estuvo en "La mujer de los quince a los veinte" y aun mejor en su romanza final, francamente emocionante. Ello no quita para que los años hayan cobrado cierto peaje y la voz se presente desgastada, afloren oscilaciones y pase algunos apuros en las zonas más comprometidas, pero todo eso queda siempre para mí en un segundo plano ante la personalidad vocal e interpretativa de este buen barítono catalán.

El rol de Leandro recayó en el tenor crevillentino Antonio Gandía. Sorprende la aparente facilidad con la que se mueve por el registro agudo, atacando y colocando las notas en su sitio con potencia y claridad, y se agradece su entrega y arrojo en un canto a pecho descubierto. Reconozco que hubo más de un momento en que su voz me trajo al recuerdo a Alfredo Kraus, obviamente salvando las distancias. Presentó un buen fraseo, control del fiato y una línea de canto regular y con sentido musical. En la parte negativa ha de consignarse una menor desenvoltura que sus compañeros en la faceta teatral, así como una emisión puntualmente estentórea. Suya es la joya de la corona de la noche con la archipopular romanza “No puede ser” que defendió con pundonor y expresividad, finalizando con unos agudos formidables, y todo ello pese al acompañamiento coral que tuvo de buena parte de la platea tarareando y canturreando junto al tenor.

El papel de Simpson que asumiera en el estreno madrileño de 1940 Manuel Gas, ha sido encarnado en esta ocasión por Rubén Amoretti, quien recientemente encandiló al público valenciano como Méphistophélès en la berliozana Damnation de Faust. Desplegó de nuevo el bajo burgalés una sabiduría escénica y sentido teatral de primer orden. Mostró claridad e intención en los recitados y poderío vocal en las partes cantadas, destacando en el terceto y resolviendo muy brillantemente el celebérrimo “Despierta negro”. Quizás no presente en la zona más grave un peso y  profundidad de autentico bajo, ni falta que le hace, porque su inteligencia interpretativa y musicalidad compensan cualquier objeción.

Correcto estuvo Abel García como Verdier en su breve intervención; y estupenda la soprano Ruth González, en el papel del adolescente enamorado Abel, con el que demostró grandes cualidades en la faceta teatral, con una gestualidad, dicción y movimientos que convencieron totalmente al público de que había un muchacho en escena y no una mujer. Y ello sin que desmereciese en absoluto el apartado vocal, donde se presentó segura, cantando con mucho gusto su “Ay que me muero”.

Entre el elenco de actores no cantantes destacó la formidable Antigua que interpreta Vicky Peña, esposa de Mario Gas por cierto, ofreciendo toda una clase de teatro como es habitual en ella cada vez que pisa un escenario. No le anduvo tampoco a la zaga un estupendo Pep Molina como Chinchorro, exhibiendo vis cómica y bordando junto a Vicky Peña el dúo “¡Ven aquí, camastrón!”. También debe reseñarse el muy buen desempeño actoral de Ángel Ruiz como Ripalda, al que la dirección escénica ha decidido caracterizar y darle algunos movimientos y gestualidades que recuerdan claramente al personaje de Charlot.

La sala principal del Palau de les Arts presentó de nuevo un lleno total, confirmando el éxito de convocatoria de este comienzo de temporada a precios populares. Aparte de los canturreos en los momentos más conocidos y las toses de algunos tísicos terminales, el público se mostró más cálido y entregado que en otras ocasiones, aplaudiendo cada romanza y cada chimpún. Al final fue ovacionado todo el elenco, actores y cantantes, con efusividad especial para la que jugaba en casa, Marina Monzó. También fueron muy aplaudidos la dirección musical y orquesta y los representantes de la dirección escénica, con Mario Gas al frente.

Me comentaba alguien el otro día que últimamente estoy más blando en mis crónicas y reparto poca estopa. Bueno, a lo mejor la clave no está en que yo haya cambiado, sino que en estas últimas funciones no haya habido tampoco tanto que objetar. O al menos así me lo ha parecido a mí.

Y es que, igual que dije con ocasión de las recientes Bodas de Figaro, creo que lo fundamental de esta Tabernera del puerto, segunda producción programada de la etapa Iglesias, es que, más allá de los pequeños defectos que pueda haber, el conjunto funciona estupendamente y hay un gran equilibrio entre las prestaciones orquestales, vocales y escénicas, consiguiéndose un resultado global muy positivo. Quizás no haya habido nada especialmente deslumbrante, pero todo ha funcionado como debía, con una calidad más que notable y la gente se lo ha pasado pipa. Y eso es realmente lo esencial.