Mostrando entradas con la etiqueta Liceu. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Liceu. Mostrar todas las entradas

miércoles, 16 de marzo de 2011

"PARSIFAL" (Richard Wagner) - Gran Teatre del Liceu - 12/03/11


El pasado fin de semana pude organizar una escapada a Barcelona con el propósito de cumplir una deuda que tenía pendiente conmigo mismo. Acudir a una función de ópera en el Gran Teatre del Liceu.

A pesar de haber visitado ya unos cuantos escenarios operísticos en distintos países, la cita con el coliseo barcelonés siempre se había frustrado por unas u otras causas. Una de las cuales recuerdo que fue su desgraciado incendio (el de 1994, no el de 1861). Pero esta vez, con la inmejorable excusa de un wagneriano “Parsifal”, era el momento oportuno para no dilatar más la visita. Y el caso es que los elementos tampoco ayudaron mucho, porque el sábado 12, día de la representación, estuvo diluviando ininterrumpidamente en la capital catalana desde el amanecer, aunque finalmente el grupo de “levantiscos” que hasta allí nos desplazamos pudimos llegar a tiempo al teatro y disfrutar de casi cinco horas y media francamente inolvidables, sobre todo en el apartado vocal.

Por si fuera poco, los amigos Joaquim y Colbran, liceístas de pro, tuvieron la gentileza de mostrarnos los rincones de este bellísimo teatro, modélico en muchos aspectos y concretamente en dos que me llamaron especialmente la atención por su abismal diferencia con alguno que me pilla más cercano: lo acogedor de sus espacios y la sensación de que todo está pensado para servir y atender al público, no para la vanidad de egos de arquitectos o Intendentes.

Ha sido una auténtica suerte, además, que esta visita tuviese como objeto asistir a la última representación de este “Parsifal”, que, a día de hoy, estoy convencido de que va a ser una de las producciones más relevantes de las que pasen esta temporada por los escenarios operísticos. Y, aunque ya se ha dicho casi todo de estas funciones, quería contaros hoy mis impresiones, aunque lleguen con más retraso del que hubiese deseado.

Se trata de una coproducción del Gran Teatre del Liceu con la Opernhaus de Zürich, que contaba con la dirección escénica ideada por el alemán Claus Guth, dirección musical del actual titular de la Orquestra del Liceu, Michael Boder y un elenco solista muy homogéneo y de alto nivel.

La propuesta de Claus Guth, que ha hecho ya correr ríos de tinta, puede resultar discutible en cuanto al fondo, pero resulta estéticamente cautivadora y de una indudable fuerza dramática. Desde el punto de vista teatral es impecable. Su escenografía, con un decorado giratorio en dos niveles, y su cuidadísima y minuciosa dirección de actores, dotan a esta producción de una frescura y dinamismo extraordinarios. La luz es otro elemento fundamental de esta puesta en escena en la que las sombras juegan un papel expresivo muy relevante.

Los largos monólogos de Gurnemanz se ven reforzados con un movimiento escénico y una dirección de actores muy inteligentes y de gran efectividad, sin distraer al espectador del discurso, con coherencia con el mismo y evitando al mismo tiempo la monotonía en que otros planteamientos más introspectivos y minimalistas han incurrido a veces.

La acción se ha situado en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, en un sanatorio ocupado por soldados alemanes heridos, física y mentalmente, siendo Gurnemanz el capellán de la institución. Pese a su traslación espacio-temporal, creo que es bastante respetuosa con la esencia del libreto original, y ello aún cuando cuente con algunas importantísimas licencias que, al menos a mí, no me llegaron a molestar, aunque entiendo que puedan resultar más que discutibles.

Quizás el mayor inconveniente de esta dirección escénica sea que, aunque tiene muy claro el mensaje que quiere transmitir y al final todo cobra el sentido que pretende el regista, deja al espectador demasiado tiempo desorientado sin saber muy bien lo que le están queriendo contar. A mí no me importó, porque, como he dicho, existía un trabajo muy elaborado con los actores y estéticamente me resultaba muy atrayente, pero si intentaba preguntarse uno por el sentido final de todo aquello lo más fácil es que se perdiera intentando adivinar lo que finalmente aparece claro.

Lo malo es que precisamente este mensaje es el que ha resultado más controvertido, con la aparición en la última escena de un Parsifal aclamado como redentor y vestido de oficial nazi, augurando así el advenimiento de la dictadura fascista como liberadora de un pueblo germano destrozado física y anímicamente tras su derrota en la Gran Guerra.

Otros aspectos criticados son que Klingsor no acabe destruido por Parsifal o que Kundry no muera, sino que salga huyendo de escena con una maleta, recordándonos demasiado a una asustada judía.

Guth ha incluido además un prólogo y un epílogo escénicos. Mientras suena el final del Preludio del primer acto, se nos muestra una escena en la que vemos, a modo de introducción de lo que vendrá después, como Titurel opta por Amfortas como sucesor y Klingsor abandona la reunión airado. Luego, mientras suenan los acordes finales de la ópera, veremos como Klingsor (vivo) se reconcilia con Amfortas.

De cualquier forma, incidiendo en lo dicho, me parece la de Guth una dirección escénica muy interesante y coherente, así como dramática y conceptualmente arrebatadora.

La dirección musical de Michael Boder no presentó innovaciones destacables, alejándose de presuntas genialidades, sin exhibicionismos en los tempi, pero manteniendo siempre lo principal, la tensión dramática permanente, lo cual en una obra de estas colosales proporciones es muy meritorio. A mi juicio le faltó un poco más de garra en el segundo acto y una mayor variedad de matices, sobre todo en el primer acto, abusando de volumen en el Preludio, pero el tercero fue muy notable.

La Orquestra del Liceu, sin entrar en comparaciones con otras agrupaciones, tuvo un buen rendimiento. Es verdad que si esta función queda en el recuerdo no será por la brillantez de la ejecución orquestal, pero al menos el foso no deslució en absoluto el magnifico espectáculo que vocalmente se estaba desarrollando en el escenario, y en algunos momentos sonó especialmente bien, como en el inicio del tercer acto, en la llegada de Parsifal, donde la cuerda alcanzó sus mejores prestaciones, consiguiendo la calidez y emoción que el fragmento requiere. Las maderas y la percusión funcionaron con aceptable precisión y los metales, aun ofreciendo las peores prestaciones del conjunto orquestal, salvaron, mal que bien, los exigentes requerimientos de la partitura, aunque en el último acto se hizo notar un evidente decaimiento y hubo mayores desajustes.

El Cor del Gran Teatre del Liceu y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana lucieron un buen nivel, mucho mejor la parte masculina que la femenina, donde las sopranos no tuvieron precisamente una noche inspirada y encima se vieron perjudicadas por la incomprensible decisión de situar coros internos. El momento más destacado con diferencia me pareció el que nos brindó el coro masculino en el tercer acto junto al cadáver de Titurel.

Pero lo mejor de la noche fue el nivel general del conjunto de solistas vocales, con alguna interpretación que merece matrícula de honor.

Para mí, la sorpresa más agradable de este “Parsifal” fue el excelso Gurnemanz que nos ofreció el bajo Hans-Peter König. Nunca había escuchado en directo a este hombre y, desde sus primeras frases, me dejó completamente catatónico. Exhibió una voz potente y sólida, con unos graves de peso, muy contundentes. Y, sobre todo, un fraseo perfecto, bellísimo. Salminen redivivo. A todo ello le unió una resistencia titánica, aunque el descanso tras el primer acto le llegó cuando se le notaba ya casi al límite. Un “Parsifal” donde falle alguno de los protagonistas puede ser más o menos decepcionante, pero si Gurnemanz falla puede convertirse en un pestiño. Y por el contrario, con un Gurnemanz como König, la grandeza de la obra de Wagner brilla en todo su esplendor.

La segunda gran sorpresa fue Ante Jerkunica, un croata al que tampoco había escuchado nunca y que cinceló, con una voz profundísima, casi cavernosa, de auténtico bajo, un Titurel de referencia, llevando a cabo además una interpretación majestuosa y convirtiendo este brevísimo papel en pieza clave del drama y en un inmenso goce para los sentidos.

La soprano italo-germana Anja Kampe ofreció también un comportamiento escénico sensacional y vocalmente la encontré soberbia, con gran expresividad y luciendo una excelente línea de canto. Afrontó con enorme valentía las diabólicas tesituras de este papel, mostrando una voz de gran extensión y homogeneidad, de auténtica soprano dramática, con unos graves redondos y unos agudos estratosféricos, bien atacados, sin que importase alguna tirantez ocasional. Una extraordinaria Kundry.

Klaus Florian Vogt es un cantante que tiene sus amantes y detractores. Yo en esta ocasión me veo obligado a situarme en un punto medio. Su voz carente de armónicos y casi blanca creo que no desentona con el Parsifal inocente y puro, pero es evidente que le falta el punto de brillo de tenor heroico que yo le exijo al rol, sobre todo en el segundo acto, y eso me chirría bastante. A ello hay que unir una cierta frialdad y falta de energía y énfasis en el fraseo. Pero dicho todo eso, tengo que reconocer que Vogt cantó espléndidamente. Derrocha musicalidad y su voz corre con elegancia y facilidad, limpia, clarísima, proyectándose con una luminosidad sorprendente y acaba por conquistarte. Es un Parsifal “sui generis”, pero que ofrece un resultado mucho más interesante de lo que a priori esperaba de él, aunque sigo pensando que el segundo acto le viene grande.

Alan Held fue un Amfortas fabuloso en lo actoral. Fue de menos a más en su rendimiento vocal, mostrándose entregadísimo en todo momento, combinando poderío y matización, y llevando a cabo una interpretación muy meritoria.

No me gustó, por el contrario, el Klingsor de Boaz Daniel. Estuvo muy inseguro y falto de autoridad vocal. Los graves se le atragantaban y fue tapado por la orquesta en varias ocasiones.

Y a las muchachas-flor mejor olvidarlas. Deberían haberse denominado gallinas-flor. Desde que comienzan su intervención tenían la batalla perdida con Parsifal. Era imposible que consiguiesen seducir al héroe puro con semejante exhibición de chillidos y cacareos en caótica descoordinación.

El público, que llenaba casi por completo el teatro, obsequió con grandes ovaciones a todos los intervinientes, apreciándose mayor intensidad de bravos para König, Kampe y Boder.

Tuve la oportunidad de ver personalmente en acción a ese sujeto singular del lateral del quinto piso, del que me habían hablado, que bravea como un poseso todo lo que se mueva. Este personaje persistió en sus bravos y aplausos a telón bajado y con luces encendidas y a él se unió un pequeño grupo, y no pararon hasta que salieron a saludar Kampe y Vogt, mientras en el teatro apenas quedaban un centenar de personas. Las caras de ambos, más que de satisfacción, fueron de estupefacción cuando comprobaron que el Liceu estaba casi vacío y todo aquel escándalo era obra de cuatro chalaos.

A la salida, seguía lloviendo abundantemente sobre Barcelona, pero nada impidió que la velada tuviese un inmejorable colofón con una estupenda cena, a la que Colbran tuvo la generosidad de invitarnos, y un agradable paseo y charla posterior bajo la ya menguante lluvia, mientras perduraban las emociones de un día realmente intenso.

Mil gracias por todo, Joaquim y Colbran. Volveremos pronto. Lo más tarde en julio, para ver a la Westbroek.


video de LiceuOperaBarcelona

miércoles, 20 de enero de 2010

WESTBROEK Y "BARBE-BLEUE" EN EL LICEU

Ilustración de Gustave Doré (1867) para el cuento de Charles Perrault "La Barbe Bleue"

Estos días se ha hecho público el avance de la programación del Gran Teatre del Liceu de Barcelona para la próxima temporada 2010-2011. No voy a entrar en el análisis de la misma. Para ello os recomiendo que visitéis las entradas que han hecho al respecto en sus blogs tanto Mei como Joaquim.

He querido hacer mención hoy aquí de esa circunstancia para resaltar una de las previsiones más atractivas, a priori, de esa programación, cual es el estreno en España, en junio de 2011, de la única ópera que escribió Paul Dukas, “Ariane et Barbe-Bleue”, con la presencia de la soprano holandesa Eva María Westbroek en el papel protagonista, convirtiéndose en una cita obligada para todos los westbroekianos y amantes de la música francesa de principios del siglo XX.

La ópera en tres actos de Paul Dukas “Ariane et Barbe-Bleue”, con libreto del maestro simbolista belga Maurice Maeterlinck basado en el cuento homónimo de Perrault, fue estrenada en el Teatro de la Ópera Cómica de París el 10 de mayo de 1907, tras más de siete años de trabajo del compositor. Se trata de una obra que, pese a haber obtenido en su momento el favor del público, ha permanecido tradicionalmente demasiado alejada de los circuitos internacionales. Es evidente que no es una obra de las llamadas fáciles, pero la orquestación refinada y exuberante concebida por Dukas, con rasgos impresionistas y, a la vez, latentes influencias de Wagner, César Franck o Berlioz, resulta fascinante y es una experiencia más que aconsejable dejarse llevar por ese brillante torrente melódico.

La historia ofrece una visión diferente del cuento de Barba Azul, en la que se han querido ver referencias feministas, centrándose en Ariane, su sexta esposa, y el intento de ésta por liberar a las anteriores mujeres que permanecen confinadas. Finalmente, Ariane evita que Barba Azul sea linchado por los lugareños y le anuncia que se marcha de allí, invitando a las otras mujeres a acompañarla, pero éstas rehúsan ser liberadas y deciden permanecer junto a su opresor.

La absoluta protagonista de la obra es el personaje de Ariane, que lleva todo el peso de la misma, con un papel extenso, agotador y muy exigente vocalmente, propio para una soprano dramática de envergadura. Aquí, la Westbroek constituye en principio toda una garantía de éxito.

He querido ilustrar esta noticia con unas grabaciones de 1929 que he encontrado en Youtube de dos momentos de “Ariane et Barbe-Bleue”, en la voz de la soprano francesa Suzanne Balguerie.

Aquí podemos escucharla en el fragmento del acto I “O mes clairs diamants!”:


video de Motskov1000

Pese a que el sonido no es bueno, me ha parecido interesante, al tratarse de una voz casi contemporánea a Dukas y a que por algunos es considerada la Ariane de referencia. En 1921, Balguerie debutó en el escenario de la Ópera Cómica de París, precisamente en el papel de Ariane, obteniendo unas excelentes críticas.

Como curiosidad para los tintinófilos (entre los que me incluyo), os comento que la revista musical francesa “Diapason” publicó, en su número de marzo de 1999, un especial titulado "Tintín en la ópera". A partir de ese trabajo, que hacía mención de todos los fragmentos musicales y de ópera a los que se hacía referencia en los álbumes de Tintín, el equipo de la revista concibió el disco “Tintín y la música”, que nos permite escuchar esa recopilación musical. Y si algún fragmento musical cobra protagonismo en las aventuras de Tintín, ese es, sin duda, el aria de las joyas de “Faust” que entona permanentemente el personaje de Bianca Castafiore (el ruiseñor milanés). Pues bien, en la indicada recopilación es precisamente Suzanne Balguerie quien pone voz a la Castafiore, cantando el aria de Gounod.

Para finalizar, os dejo con Suzanne Balguerie en otro fragmento de “Ariane et Barbe-Bleue”, en esta ocasión “Ah! ce n'est pas encore la clarté véritable!”, perteneciente al acto II:


video de Motskov1000