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lunes, 4 de noviembre de 2013

"LA VALQUIRIA" (Richard Wagner) - Palau de les Arts - 03/11/13


Anoche tuvo lugar el estreno de la segunda ópera de esta temporada en el Palau de les Arts. Todo un plato fuerte. Nada menos que “La Valquiria”, de Richard Wagner, en la premiada coproducción del teatro valenciano con el Maggio Musicale Fiorentino que ya pudimos ver aquí en 2007 y en los dos Anillos de 2009.

Inicialmente estaba previsto que esta temporada se hubiese inaugurado precisamente con una nueva reposición del ciclo de El Anillo del Nibelungo completo, pero las estrecheces económicas han motivado que hayamos tenido que conformarnos únicamente con la segunda de las óperas del ciclo. No obstante, gracias a aquella previsión inicial y a que el maestro Zubin Mehta había reservado fechas en su agenda para haber dirigido aquí la tetralogía, hemos podido disfrutar de su batuta en las dos primeras óperas de la temporada, “La Traviata”y “La Valquiria”, con sendos homenajes a Verdi y Wagner en el año en que se conmemora el bicentenario del nacimiento de estos dos compositores, y en ambos casos con unos resultados musicales magníficos.

Existía gran curiosidad entre los aficionados por comprobar si, tras los incidentes acaecidos en el estreno de “La Traviata” con la sustitución del tenor Ivan Magrì en plena representación por Nikolai Schukoff, en esta ocasión nos esperaba alguna otra sorpresa, como que apareciese cualquiera de los seis tenores anunciados hasta ahora en Traviata en casa de Hundingconquistando a Sieglinde; o que saliese alguna de las dos Violettaentonando los guerreros “Hojotoho”reservados a Brünnhilde. Pero, afortunadamente, esta vez transcurrió todo sobre el escenario sin artistas invitados.

Donde también hubo pocos invitados esta vez fue en los palcos reservados a autoridades. Si en el estreno de “La Traviata” pudimos ver a un aburrido President de la Generalitat con una corte considerable de compañeros de desgobierno y pelotas varios, esta vez la presencia de politiquillos locales fue mínima. Se ve que Wagner les da miedo. No sé si es que les recordará a la Merkel o que, como decía Woody Allen, no quieren que les entren ganas de invadir Polonia y llenar Varsovia de puentes de Calatrava.

Pero bueno, entrando ya en el análisis concreto de lo acaecido, empezaré por decir que el resultado final de conjunto me pareció espléndido y, aunque ahora pueda entrar a criticar algunos aspectos concretos, quiero dejar claro que salí enormemente satisfecho del teatro y, pese a que haya cosas mejorables, ya quisieran, por ejemplo en Bayreuth, contar con un nivel así ahora mismo.

La dirección de escena ya conocida de Carlus Padrissa y La Fura dels Baus presenta los defectos y virtudes comentados en su momento. Entre los primeros, el exceso de gente en ocasiones trajinando en el escenario, los ruidos que se producen y una dirección de actores más bien pobre, centrándolo prácticamente todo en el impacto visual de la propuesta. Pero claro, esta fuerza visual es tan grande que, sobre todo en las dos primeras óperas del ciclo que se prestan más a ello, se compensan aquellos puntos flacos.

Sin embargo, de toda la tetralogía es esta la entrega en la que el trabajo furero es más comedido, llegando en algún pasaje, como el monólogo de Wotan, al minimalismo puro, lo cual creo que es un acierto pues concentra el interés donde se debe. No deja de ser en cualquier caso una lectura muy clásica, perfectamente ajustada al libreto y en perfecta consonancia con los sonidos surgidos del foso.

Siguen pareciéndome muy interesantes algunos detalles, como la evolución del personaje de Sieglinde, a quien Siegmund no sólo enamora, sino que además la humaniza, ayudando a que camine erguida; o el impactante comienzo del tercer acto; así como el simbolismo de Wotan-sol y Fricka-luna.
Anoche, en el momento en el que Siegmund extrae la espada del fresno o se despistó el director de escena en sus instrucciones o el propio Nikolai Schukoff, pero el caso es que sacó la espada a la carrera, sin el mínimo esfuerzo, como si la cogiese de un mostrador de El Corte Inglés.

Como ya ocurriese en su día, lo que menos me gusta de esta producción es el vestuario de Chu Oroz. Me sigue pareciendo horroroso.

Pero lo más grande de la noche, a mi juicio, tuvo lugar en el foso. La Orquesta de la Comunitat Valenciana, dirigida por el maestro Zubin Mehta, se convirtió en protagonista absoluta de la velada, con unos sonidos maravillosos que hicieron justicia a la genial partitura de Richard Wagner.

La versión ofrecida por Mehta es mucho más lírica que dramática y comenzó con un primer acto en el que ralentizó los tempi y se recreó quizás demasiado en esa vertiente lírica, dejando un poco abandonada la garra y fuerza que también deben estar presentes, llegando al límite mismo de dejar que el motor se calase y decayese la tensión. En los siguientes dos actos, sin embargo, disfrutamos de una lectura más fluida e intensa, con un dominio magistral de la técnica de batuta al servicio del drama escénico, en la que la precisión, la transparencia y la claridad se impusieron definitivamente.

Cuidó muchísimo a los cantantes. En ocasiones en exceso, pero es que las limitaciones de algunos, especialmente de Wotan, obligaban a bajar considerablemente el volumen de la orquesta si se pretendía que se le escuchara en algunos momentos, y aun así varias veces quedaron tapados.

En cualquier caso, el maestro Mehta extrajo de la orquesta todo su potencial, que es mucho, logrando unos sonidos de enorme belleza y haciéndose visibles muchos detalles de orquestación que normalmente pasan inadvertidos. Yo no recordaba una versión de La Valquiria donde las maderas tuviesen tal protagonismo. Los fagots estuvieron inspiradísimos toda la noche y las intervenciones solistas de Joan Enric Lluna al clarinete y Cristopher Bouwman en el oboe, fueron de ensueño. Toda la sección de cuerda fue seda pura, debiéndose destacar el papel de la cuerda grave desde el primer compás de la obra hasta el final, con unos contrabajos de lujo y una belleza en los cellos, comandados por Guiorgui Anichenko, difícil de olvidar. También la percusión estuvo sobresaliente. En los metales, trombones y trompetas en concreto, se apreciaron algunos pequeños problemas que no merecen ni reseñarse ante las exigencias de la partitura.

Muy bonito el detalle final del maestro, que espero que no suene a despedida, de subir con toda la orquesta al escenario. Fueron los grandes protagonistas de la velada y merecían este reconocimiento.

En cuanto a los cantantes, del Wotan de Thomas Johannes Mayer me habían hablado regular y, desgraciadamente, mi impresión tras escucharle no es mucho mejor. Pese a lo cual, he de reconocer que en el largo monólogo de Wotan del acto II, que es la prueba del algodón para cualquier cantante que pretenda asumir el rol, la variedad del fraseo y los acentos de Mayer fueron notables. Como también fue muy destacable su matización y las frases ligadas en “Der Augen leuchtendes Paar". Pero su voz me parece insuficiente para el personaje, careciendo del peso y autoridad requeridos en la zona grave y central, y sobre todo de volumen, forzando la emisión y llegando extenuado a los adioses.

En el primer “Leb wohl” Mayer entró a destiempo y luego tuvo que ir a la carrera para no perder a la orquesta, y en la invocación a Loge la voz estaba ya a punto de quebrarse. No me gustó nada su intervención en la muerte de Hunding, donde, lo que debe ser apenas un golpe de aliento y desprecio con el que el dios fulmina a aquél, se convirtió en un chillido que intuyo que hizo fenecer a Hunding del susto más que nada. Pese a todo, la actuación del barítono alemán fue digna y llena de entrega, y comparado con el Wotan que cantó en Bayreuth este verano, este hombre es Hans Hotter.

Jennifer Wilson nos asombró a muchos con su Brühnnildeen sus primeras visitas a Les Arts, con un instrumento privilegiado y unos agudos potentes, luminosos y precisos. El tiempo ha pasado y el brillo deslumbrante en la zona alta ya no es el mismo, mostrando algunos puntuales apuros con algún chillido un tanto feo. Sin embargo, a cambio, ha ensanchado más la voz y ha ganado  en autoridad y expresividad. A mí me sigue gustando mucho esta Brühnnilde.

Nikolai Schukoff, ya regresado de París después de haber conquistado a Violetta  desde el atril en el estreno de La Traviata, compuso un buen Siegmund, mostrando una voz grande y firme, con mordiente, que superaba casi siempre cómodamente la ingente orquesta wagneriana y con algunos momentos en que se preocupó de regular y matizar. Pero nos encontramos con un problema habitual en el repertorio wagneriano actual, el cantante austriaco no es un tenor heroico o heldentenor, sino un tenor lírico valiente y su voz no es homogénea. En la parte superior del registro no acaba de alcanzar el brillo que requiere un Siegmund, y en zonas centrales y graves parece querer dotarla artificialmente de una anchura que no tiene. Algo con lo que debería tener cuidado pues posiblemente esté forzando en exceso el instrumento y eso se acaba pagando.

La norteamericana Heidi Melton, a quien no había escuchado anteriormente, tiene una voz fresca y luminosa, de bello timbre, con un registro agudo solvente, y compuso una Sieglinde casi irreprochable, aunque no consiguió electrizar al público en sus intervenciones, faltándole algo más de garra y pasión en el fraseo. O quizás fuese que teníamos todavía muy reciente el huracán arrebatado que fue Eva María Westbroek en 2009. No obstante, me gustó bastante más en su intervención del tercer acto, donde la encontré mucho más expresiva.

Aunque también parecía difícil poder olvidar el impresionante, malvado y profundo Hunding que ofreciese en su día el gran Matti Salminen, Stephen Milling logró sacar adelante el reto con enorme suficiencia. Su voz de auténtico bajo se mostró imponente y amedrentadora, su fraseo muy cuidado, y su actuación escénica fue magnífica, salvo en el momento de la muerte, donde parecía más preocupado en colocarse bien y no partirse la crisma que en expirar.

La interpretación que más agradablemente me sorprendió fue, curiosamente, la del antipático personaje de Fricka, a cargo de la austriaca Elisabeth Kulman que culminó una actuación excelente, con una bella voz aterciopelada y potente, y sabiendo imprimir al personaje la autoridad que requiere, derrochando expresividad con un fraseo de acentos intensos.

En las Valquirias Bernadette Flaitz, Julia Borchert, Pilar Vázquez,Nadine Weissmann, Eugenia Bethencourt, Julia Rutigliano, Patrizia Scivoletto y Gemma Coma-Alabert hubo un poco de todo, pero en términos generales estuvieron muy correctas.

Frente al lleno prácticamente completo que caracterizó el estreno de “La Traviata”, ayer había demasiados huecos. La platea superaba por poco los tres cuartos de aforo, pero los pisos superiores estaban con muchísimos asientos vacíos. Hubo también algunas deserciones en los intermedios, pero los que se quedaron ovacionaron como se merecía a todos los intervinientes en el espectáculo, especialmente a Mehta y a la orquesta. Por parte de la dirección de escena no salió ningún miembro de La Fura dels Baus, sino Allex Aguilera, perteneciente a la plantilla de Les Arts y encargado de la dirección de esta reposición, recibiendo también los aplausos del público.

Hay todavía muchas localidades disponibles para las siguientes tres funciones de “La Valquiria”. Parece que la mención de la palabra Wagner y la larga duración de sus óperas sigue asustando a una gran parte de los aficionados, y es una lástima, porque el espectáculo vale la pena y es una excelente manera, tanto para acercarse a la producción del genial compositor alemán, como, sobre todo, para disfrutar de nuestra orquesta, que en pocas obras podrá sonar mejor que en esta y que no sabemos lo que nos va a durar tal y como están las cosas.

Aunque si cualquier ser racional con orejas, de quien pudiese depender poner los medios necesarios para el mantenimiento de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, estaba presente, no debería ser preciso plantear ningún otro argumento para convencerle. El problema es que encontrar seres racionales entre quienes nos gobiernan es casi más complicado que hallar un cover para Alfredo en Les Arts.

domingo, 20 de octubre de 2013

"LA TRAVIATA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 19/10/13


Anoche, finalmente, tras no pocos contratiempos e incertidumbres, se puso en marcha la temporada operística 2013/2014 en el Palau de les Arts con el estreno de “La Traviata”, de Giuseppe Verdi.

Una Traviataalgo peculiar, desde luego, porque resulta que Alfredo, en la primera escena del acto II, dice que se va a París a salvar su honor y, cual adúltero marido que alegase bajar a por tabaco, ya no volvió. Menos mal que el welsungo Siegmund, harto ya de tantos rollos incestuosos con Sieglindey de andar huyendo del vengativo cornudo Hundingy de la ira de los dioses Fricka y Wotan, se largó de los bosques germanos y acabó recalando en casa de Violetta, haciéndose pasar por Alfredo y ligándosela… No hay nada como ser un inútil gestionando un teatro de ópera para acabar celebrando el bicentenario de Verdiy Wagner a lo grande, fusionando Traviata y Valquiria para regocijo de los espectadores.

Lo ocurrido anoche en Les Arts no puede más que calificarse de bochornosa vergüenza. Posiblemente ahora haya quien salga alabando la capacidad de improvisación y el buen resultado final, pero ayer, más que nunca, quedó al desnudo la chapucera gestión del teatro valenciano.

Instantes antes de comenzar la función se anunció por megafonía que el tenor Ivan Magrì, pese a padecer una inflamación aguda de las cervicales, de última hora, iba a actuar. Mintieron. De última hora, nada. Hace ya semanas que se conocía el problema físico de Magrìhabiéndose especulado que podría cancelar su participación en Traviata. Así lo manifesté yo ya hace días en este blog, donde también adelanté que el tenor no tenía cover y podría haber problemas.

Durante el primer acto y la primera escena del segundo, el pobre tenor se movía como Robocopy presentó algunos apuros vocales. Tras la salida de escena de Germont, cuando se supone que Alfredo vuelve de París, y ante el desconcierto de Violetta (Jessica Nuccio), cae el telón y hacen retirarse de escena a esta, anunciándose por megafonía que el tenor Magrì había sufrido una indisposición y no iba a poder continuar (posteriormente se supo que había llegado incluso a tener un desvanecimiento), pidiendo al público que continuase en sus asientos. Casi media hora nos tuvieron allí. Apenas un par de silbidos manifestaron el descontento de un público demasiado acostumbrado a aborregarse y dejarse pisotear en todos los ámbitos sociales.

Un par de avisos más seguían pidiendo paciencia mientras se resolvía la situación, anunciándose finalmente que el tenor austriaco Nikolai Schukoff, que se encuentra estos días ensayando en Valencia su papel de Siegmund en la próxima Valquiria y que se hallaba entre el público (yo le vi en el descanso tomándose tranquilamente una copita de cava), iba a cantar desde un atril en el proscenio, mientras un coreógrafo y asistente de la dirección de escena, Christian David Krumm, interpretaría escénicamente el personaje.

Algunos me dirán que eso ocurre en otros teatros también. Cierto, yo lo viví en Londres, pero la situación fue muy diferente, aquello sí fue algo imprevisto, una fuerte tormenta de nieve que impedía llegar a algunos cantantes a tiempo a la representación. También en Les Arts, en un reciente “Cosí fan tutte”, cuando una cantante se quedó sin voz. Pero lo de ayer, aunque acabase resolviéndose bien, fue una imperdonable chapuza y falta de previsión de los responsables del teatro. Si hace semanas que sabes que este cantante está con serios problemas, que ha tenido mareos y fuertes dolores, aunque se lance a cantar tienes que tener preparada una solución por si pasa lo que pasó. ¿Si no llega a estar Schukoff, qué hubiera pasado? ¿Hubiera salido Mehta a escena a tararear?

Esto además puede traer cola. De fondo tiene que haber mucho más tomate. En el despacho de Helga Schmidt hubo una crispada reunión, durante el parón, de aquélla con el maestro Mehta y el agente de Magrì, en la que los gritos que se oían hubiesen hecho apocarse al mismísimo Tarzán. Veremos que trasciende de todo eso.

Insisto. La solución final fue aceptable y el resultado mejoró el original, pero no se puede funcionar a golpe de improvisación.

Por lo demás, se vieron por allí las caras conocidas del faranduleo pueblerino y la corrupción local que suelen acudir a los estrenos. También estaba el habitual Rappelque, aunque estuviese de fiesta en su día libre, bien podría haber avisado a Helga antes de empezar de lo que iba a ocurrir, que seguro que lo habría visto en su bola de cristal aunque llevase las gafas del revés. Nos obsequió con su presencia el President Fabra, que mostró durante la representación menos entusiasmo que un berberecho en una lata, acompañado por una corte de los milagros en la que se hacían ver la Consellera de Cultura, el Conseller de Sanidad y el Conseller cazador Castellano. Cuando pasaban en comitiva por el foyer durante el intermedio, alguien les gritó: “panda, que sois una panda”.

La producción elegida para abrir la temporada ha sido la que la De Nederlandse Opera de Ámsterdam crease, basada en el montaje que concibió Willy Decker para el Festival de Salzburgo de 2005. La famosa “Traviata del reloj” que firma en esta adaptación la directora de escena Meisje Barbara Hummel.

He de decir que me encantó. Ya la conocía del célebre Dvd con Netrebko y Villazón, pero ayer descubrí otros muchos detalles que me hacen valorar muy positivamente esta propuesta. Carece de cualquier envoltorio escenográfico que distraiga y toda la obra está dominada por un juego de luces muy inteligente y un escenario vacío en tonos claros, donde tan sólo nos encontramos con un sofá rojo y un omnipresente y enorme reloj que simboliza el inexorable paso del tiempo. Un tiempo que para Violetta se agota porque la muerte la espera, simbolizada en este caso por la figura del Dr. Grenvil (Luigi Roni) quien también tendrá un gran protagonismo en escena a lo largo de la obra, recordando a la joven con su presencia el inevitable final.

Violetta es la única que viste con color rojo, todo el resto del elenco va de negro y con trajes masculinos, salvo la criada que también es la única que viste de época. La obra se centra en Violetta y en su lucha dentro de una sociedad hipócrita y machista. Y así, escénicamente, se acentúa este objetivo.

Se podrá decir que todo este simbolismo es facilón y simplista, pero la construcción teatral y escénica alrededor del mismo me parece muy interesante. Hay momentos inolvidables, de gran fuerza dramática, como el tránsito del segundo al tercer acto, mientras suena el bellísimo preludio; el despojo de los ropajes y sábanas floridas que cubren la escena cuando en el segundo acto llega Germonta romper la felicidad de la pareja; o las miradas angustiosas de Violetta a Grenvil (la muerte), tanto en el primer acto, cuando Alfredo pide volver a verla al día siguiente y ella mira al doctor antes de responder “ebben, domani”, como en el tercero, cuando vuelve a cruzar la mirada, implorándole más tiempo, al regresar Alfredo y parecer que una feliz vida en común es posible. Y hay otros muchos instantes más que creo que dotan de gran fuerza a esta puesta en escena, aunque en ocasiones se contradiga el libreto, como la presencia de Alfredo junto a Violetta al final del primer acto o de ésta al lado de aquél al inicio del segundo. Hasta la, para mí, siempre antipática escena de “los toreros de Madrid”, resulta aquí más interesante al plantearse casi como una pesadilla de Alfredo.

El gran valor de la producción es este impacto dramático y la concentración en la psicología y pasiones interiores de los personajes. El problema es que la propuesta requiere grandes actores, además de cantantes, y de eso no estuvimos muy sobrados, primero con un Magrì que apenas podía moverse y luego rompiéndose definitivamente la magia escénica con ese Alfredo mudo, impecablemente interpretado por Krumm, pero que al ser doblado por Schukoff desde un rincón, la mirada inconscientemente se dirigía a éste.

Quisiera también destacar, por último, lo mucho que favorece la acústica el diseño del escenario, que hace que, incluso cuando cantan de espaldas los intérpretes, la voz corra perfectamente.

En lo musical, y pese a las incidencias, interrupciones y reuniones en el despacho de Helga, el maestro Zubin Mehta llevó a cabo una labor de batuta magistral. Atentísimo toda la noche a los cantantes, respirando con ellos, cuidándoles, acabó dirigiendo a tres bandas: orquesta, cantantes y atril. Comenzó con un tempo vivo, muy verdiano, alejado de algunas lecturas repipis muy comunes en esta obra. Ello no quita a que hubiera pasajes donde se ralentizó el tempo, pero con una profundidad tal que se logró hacer crecer la tensión y la emoción de manera soberbia, como en el maravilloso Preludio del tercer acto, con una cuerda en pianísimo antológica, o en el dúo de Violetta y Germont o en el aria de éste (ahí quizás en exceso). En el “addio del passato”, y todo el tramo final de la ópera en general, la magia de Mehtay la calidad de la Orquesta de la Comunitat Valenciana brillaron definitivamente, haciendo surgir emociones hasta dentro de ese espectáculo charlotesco que se había vivido con la sustitución tenoril.

Toda la sección de cuerda debe ser destacada por su labor anoche, con un concertino espectacular al comienzo de “teneste la promessa”, y también creo que merece hacerse una referencia a las flautas, al clarinete de Tamás Massànyi o al oboe de Cristopher Bouwman en el “Alfredo, Alfredo”.

No por repetidos deben ser menos apasionados los elogios al lujazo de Cor de la Generalitat que, pese a recortes, EREs y zarandeos varios, podemos seguir disfrutando y que continúa exhibiendo una calidad estratosférica. En la representación de ayer su trabajo merece ser más valorado aún si cabe, teniendo en cuenta que el día anterior cantaron en el Palau de la Música, también de forma excepcional, una obra tan exigente como “La condenación de Fausto”, de Héctor Berlioz. Bravo de nuevo, chicas y chicos del coro. Sois un ejemplo.

Tras confirmarse la cancelación de la participación de la soprano Sonya Yoncheva en las funciones del mes de octubre (de momento), se ha optado porque sea la siciliana Jessica Nuccio, quien la sustituya en el papel protagonista. Nuccio, que es la pareja del barítono Piazzola, que encarna a Germont, fue buscada en un principio para suplir a la búlgara en la representación del 2 de noviembre, fecha en que Yoncheva tenía un compromiso en Berlín en una gala benéfica contra el SIDA.

Curiosamente, en la web de ésta se anuncia que, efectivamente, el día 2 de noviembre cantará en Berlín, y que lo hará en Valencia el resto de funciones de octubre y noviembre. Ya veremos cómo se soluciona finalmente este galimatías.

Yo pensaba que este lío de sustituciones de sopranos iba a concentrar la atención de esta crónica, pero el esperpento de las vértebras de Magrì y de Siegmund cantando Alfredo, ha superado cualquier previsión.

En cualquier caso, antes de entrar a hablar de las voces escuchadas ayer quisiera hacer aquí una reflexión. Una cosa es que el Palau de les Arts opte por seguir procurando construir una programación con cantantes de cierto renombre, como la Yoncheva, dentro de las limitaciones económicas que, cada vez más, condicionan su actividad, y otra que, por esas mismas circunstancias económicas o imprevistos sobrevenidos, se opte por llenar los repartos con cantantes jóvenes, empleando esos habituales eufemismos de “estrellas emergentes” o “jóvenes promesas”. Jessica Nuccio es una cantante que, sin duda, merece oportunidades y que demostró ayer estar a muy buen nivel, aunque todavía tenga que pulirse en aspectos técnicos y desenvoltura escénica. Pero si vamos a optar por afrontar la crisis o los imprevistos con gente joven, para eso aquí contamos con cantantes locales de un buen nivel que han venido representando el papel en muchos teatros con notable éxito.


Hablo de voces como las de Carmen Romeu, Dolores Lahuerta, Silvia Vázquez o Maite Alberola.  Insisto en que no me parece mal que se les den esas oportunidades a jóvenes voces en un teatro como el Palau de les Arts, teniendo un director musical como Mehta y una orquesta y coro de primera línea. Me parecería perfecto incluso que se programasen habitualmente funciones populares más baratas con cantantes principiantes, pero eso debería aprovecharse, básicamente, para lanzar también las carreras de nuestros jóvenes y buenos  intérpretes.

Estas consideraciones hubiera sido fácil hacerlas si ayer la Nuccio hubiera resultado un desastre, pero las hago comenzando por afirmar que la soprano siciliana llevó a cabo un trabajo muy meritorio y que se ganó a pulso el éxito que finalmente obtuvo.

Y eso que comenzó bastante mal. Afrontó las primeras notas con voz temblona, posiblemente por los nervios del estreno, y con algunas desafinaciones demasiado evidentes y notas caladas. Tiene la Nuccio un timbre metálico, algo ingrato en ocasiones, mostrándose tremendamente frágil en la zona grave, pero con un poderoso registro agudo, si bien con abuso del portamento. Defendió el “sempre libera” con solvencia, aunque la coloratura quedase algo corta y esos portamenti comentados desluciesen un tanto su intervención. Su “dite alla giovine”, por el contrario, estuvo matizadísimo y cargado de intención y sensibilidad. En la parte menos positiva destacaría un “amami Alfredo” cortito de emoción y fuerza dramática, y el “Alfredo, Alfredo, di questo core” demasiado frío e insulso.

De cualquier forma, el resultado final fue muy positivo, gracias sobre todo a un tercer acto que, frente a lo que muchos pensábamos a priori, resolvió extraordinariamente bien. Su “addio del passato” fue sumamente emocionante, jugando con las medias voces y los filados con muchísimo gusto y, sobre todo, exhibiendo un magnífico fiato, impecable legato y un fraseo expresivo y cargado de sentimiento.

De Ivan Magrì poco debo decir, dado que era obvio que no se encontraba en condiciones para salir a escena. Las descoordinaciones con el foso fueron numerosas y pienso que no es el papel más adecuado para él, pero deberá juzgársele cuando cante en condiciones.

Nikolai Schukoffsí merece una elogiosa reseña. Ciertamente era Siegmund cantando Alfredo, pero qué bien cantado… Parecía increíble que este hombre subiese del patio de butacas y, a pelo, se zampase tres cuartos de Traviata con semejante autoridad vocal, con unas inflexiones y matices fantásticos, inundando de expresividad su canto, de tal forma que no hacía falta ver la actuación de su doble escénico, y, lo que es más sorprendente, con tal grado de coordinación con el foso y con sus compañeros. Parecía que llevase ensayando un mes. Su intervención en el complicado concertante del segundo acto fue magistral y de poner los pelos de punta todo el pasaje del “Ogni suo aver tal femmina”. Incluso se permitió unirse a la actuación escénica en la transición entre los actos segundo y tercero, mientras sonaba el Preludio. Bravísimo Nikolai. Esperamos ahora su Siegmundcon más ganas si cabe.

El barítono veronés Simone Piazzola, pese a su juventud, compuso un buen Germont, bastante creíble, en el que yo destacaría su fraseo verdiano, intencionado y muy ligado, aunque pienso que se equivocó al cargar todo el final de su aria “Di Provenza” de efectismos cara a la galería buscando el aplauso fácil. No lo necesitaba.

El resto del jovencísimo (a excepción del Dr. Grenvil de Luigi Roni) reparto, formado básicamente por alumnos y ex alumnos del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, funcionó a bastante buen nivel, destacando como siempre la voz del tenor Mario Cerdá, esta vez en el papel de Gastone.

El público, que casi llenaba el teatro, con una numerosísima presencia de espectadores foráneos, prorrumpió en estruendosas ovaciones nada más finalizar la obra, esperándose en esta ocasión, por fin, a que finalizase la música en el tercer acto, no así en el primero. Nuccio, Piazzola y los siameses Schukoff-Krumm fueron especialmente braveados. También Mehta, coro y orquesta. Y la directora escénica fue igualmente bastante aplaudida sin que se apreciasen muestras de rechazo. Yo, al menos, le grité un sentido bravo.

Bueno, pues hasta aquí la extensa crónica del accidentado inicio de temporada. Si las cosas ya se avecinaban complicadas, esto no parece que ayude mucho a levantar nuestro optimismo. Aunque, para ser sincero, debo reconocer que, en esta ocasión, la imprevisión e inutilidad manifiesta para la gestión de los responsables de nuestro teatro, hicieron transformarse la noche, que podría haber pasado sin mucha pena ni gloria, en un cúmulo de emociones.

Ahora sólo falta saber si Sieglinde le leerá la cartilla a Siegmund cuando vuelva a casa… ¡habrase visto!… dejar a una welsunga por una tísica…


martes, 20 de diciembre de 2011

"ARIADNE AUF NAXOS" (Richard Strauss) - Palau de les Arts - 16/12/11

Una de las citas más esperada por mí de la presente temporada del Palau de Les Arts era la ópera “Ariadne auf Naxos”, de Richard Strauss, que se ha representado finalmente los pasados 16 y 18 de diciembre. La verdad es que mi ilusión había bajado muchos enteros cuando, primero, se anunció que se ofrecería en versión concierto, después canceló Riccardo Chailly por problemas médicos y se comunicó que sería sustituido por Sir Andrew Davis, y, por último, sin previo aviso y sin una mísera nota explicativa, como suele hacer las cosas Helga Schmidt, la soprano Adrianne Pieczonka también caía del reparto, anunciándose en su lugar a una desconocidísima Amber Wagner. Para rematar el asunto, las geniales mentes pensantes de Les Arts decidieron, una vez más, que la representación tuviera lugar en su impresentable Auditorio en lugar de en la sala principal.

Pues bien, pese a todo lo anterior, lo primero que tengo que reconocer es que he vivido dos veladas memorables de Ópera con mayúsculas, y ni el repugnante sonido del Auditorio ni la ausencia de escena consiguieron disminuir el enorme disfrute de la música de Strauss en manos de unos músicos y cantantes sensacionales.

De la dirección de Sir Andrew Davis esperaba que fuese correcta y poco más, pero lo cierto es que la labor llevada a cabo por el veterano director inglés resultó excelente. Quizás no alcance la chispa de genialidad de otras ilustres batutas, pero no le hizo ninguna falta. Consiguió que la Orquestra de la Comunitat Valenciana, reducida para la ocasión a poco más de una treintena de componentes, brillase como en las mejores noches, haciendo refulgir, como merece, la maravillosa partitura de Richard Strauss. Sonó a orquesta de cámara cuando así se requería, mientras que en otros pasajes, como el impresionante dúo final, la agrupación orquestal parecía estar engrosada por un centenar de músicos. Davis realizó un esmerado y meticuloso trabajo de dirección donde todo sonaba cuando y como debía sonar, aunque en algunos instantes hubiese sido preferible controlar un poco el volumen. Estuvo muy atento en todo momento a los cantantes, marcando sus entradas con precisión e incluso interactuando con ellos desde el podio. La complicidad del director con sus músicos era también evidente y quedó plenamente de manifiesto al finalizar la representación, momento en que éstos le tributaron una cariñosa y sentida ovación.

Todas las secciones orquestales estuvieron impecables, destacando por su virtuosismo cada uno de los atriles solistas que tuvieron ocasión de lucimiento, debiéndose reseñar en este apartado la maestría del joven concertino Serguéi Ostrovski.

Que la Orquesta de la Comunitat Valenciana ofrezca unas excelentes prestaciones siempre es una buena noticia, aunque, afortunadamente, ya no es una sorpresa. Lo que sí constituyó una sorpresa enorme, al menos para mí, fue el nivel vocal ofrecido por los cantantes, sobre todo por la soprano Amber Wagner, que llegaba a Les Arts como una perfecta desconocida para interpretar el papel de Primadonna y Ariadna y se marcha de aquí con la rendida admiración de todos los que tuvimos la suerte de escucharla en directo.

Nada más afrontar sus primeras frases en el Prólogo ya pudimos apreciar la belleza de una voz ancha, cálida, esmaltada, homogénea y de gran volumen que además moldeaba con un gusto exquisito, pero sería durante la exigente segunda parte cuando todo el potencial del instrumento de la Wagner nos cautivaría incondicionalmente. Su “Es gibt ein Reich” fue todo un recital de canto en el que exhibió una técnica portentosa y una abrumadora capacidad expresiva, vocal y gestual. Demostró gran control del fiato y un fraseo inmaculado que adornó con deslumbrantes matices. Acometió notas en pianísimo con apenas un hilo de voz, aumentando la intensidad del sonido gradualmente sosteniendo el mismo golpe de aliento en un progresivo crescendo hasta inundar la sala con un volumen espectacular. Su dúo final con el Baco de Nikolai Schukoff y la orquesta a pleno rendimiento, es de los que se tarda mucho tiempo en olvidar.

Creo que hemos tenido la fortuna de presenciar los primeros pasos de una mujer que me atrevo a aventurar que esté llamada a ocupar un lugar de honor en el mundo de la ópera durante los próximos años. Y en el momento en el que su registro grave adquiera un poco más de envergadura y perfeccione aún más su técnica podemos encontrarnos ante una soprano de referencia.

El tenor austriaco Nikolai Schukoff tuvo que hacer frente al diabólico papel de Tenor/Baco. Decir que acabó la representación sin romper la voz ya sería todo un mérito, pero es que además llevó a cabo una actuación que considero muy meritoria y, por momentos, brillante, aunque al final pasase sus apuros, cercanos a la defecación, y todavía tenga algunas cosas que pulir.

Julia Bauer también tuvo una destacada actuación en otro papel complicado como es el de Zerbinetta. Su voz, delgada, blanquecina y desprovista de esmalte, no me resulta especialmente grata. Es verdad que adquiere más valor en la zona alta, pero con tendencia al chillido. Pese a esto, debo reconocer que la ejecución de su aria fue estupenda, consiguiendo, gracias también a la paradinha estratégica de Andrew Davis, una fuerte ovación a su finalización.

Me gustó bastante la mezzosoprano Cecelia Hall como El Compositor. Su voz me pareció francamente bonita, con un registro central luminoso y aterciopelado. Presentó ciertas carencias en la zona grave y los agudos sonaron ocasionalmente hirientes, pero su musicalidad, exquisita línea de canto y profunda expresividad, compensaron sobradamente sus limitaciones.

Existía gran expectación por presenciar el retorno a nuestra ciudad del barítono Carlos Álvarez, en el papel de Maestro de Música, tras el prolongado periodo en que una grave enfermedad le ha mantenido apartado de los escenarios.

Me resulta enormemente satisfactorio poder decir bien alto que el cantante malagueño nos sorprendió a todos muy favorablemente, mostrando un estado vocal aparentemente estupendo. Es verdad que el papel no es excesivamente largo y que en su tramo final se le vio un poco forzado, pero exhibió potencia y musicalidad y fue un auténtico placer volver a reencontrarse con la nobleza de timbre de uno de los mejores cantantes que ha dado este país y al que deseo que muy pronto pueda retomar plenamente su carrera. De momento, en una sorpresa más de Helga (esta vez agradable), nos han anunciado de repente que, el próximo 15 de enero, Carlos Álvarez volverá a Les Arts para interpretar un recital de zarzuela.

Del resto del reparto destacaría a Nikolái Borchev como Harlekin, con bonito timbre y maneras de liederista, y al Brighella del tenor británico Barry Banks, muy solvente en lo vocal y sobresaliente en su interpretación. Notable actuación también de Vicenç Esteve como Maestro de Danza y Scaramuccio, y de Sandra Ferrández como Eco.

El público aplaudió calurosamente a todos los artistas y a la salida se podía palpar la emoción de las grandes noches, coincidiendo la gran mayoría en alabar la calidad de lo escuchado y en manifestar su sorpresa y admiración por la interpretación de Amber Wagner, a quien, por cierto, tuve oportunidad de saludar personalmente, pudiendo comprobar su simpatía y sencillez.

Desde luego es una soprano a seguir de cerca. A ver si Helga se anima y consigue que la podamos disfrutar por aquí más a menudo. Si no es así, por si hay alguien interesado os diré que tiene previsto cantar la Sieglinde de “La Valquiria” en junio del próximo año en Frankfurt.

domingo, 6 de noviembre de 2011

"BORIS GODUNOV" (Modest Mussorgsky) - Palau de les Arts - 05/11/11


Ayer, por fin, en una noche más fría de lo esperado, dio comienzo la temporada de ópera 2011-2012 en el Palau de les Arts de Valencia con el estreno de la obra de Modest Mussorgsky “Boris Godunov”, una de las composiciones emblemáticas del género operístico ruso.

Lamentablemente se vieron demasiados huecos en la sala principal de Les Arts para ser la función de inauguración de la temporada. Faranduleo de todo a cien, politiqueo y gorrones varios no faltaron, claro, con la presencia en el palco por vez primera del nuevo President de la Generalitat, Alberto Fabra, y una corte de carguitos y pelotas que le seguían permanentemente, entre ellos la consellera de Cultura Lola Johnson.

Pero, como decía antes, lo más preocupante fue ver más asientos vacíos de lo que es normal en un estreno de comienzo de la temporada, y esa es la peor noticia posible en la situación actual de incertidumbre sobre su futuro en que se encuentra el teatro valenciano. Y encima, en una obra que no es de las más fáciles y con tanto gorrón poco cultivado, tras el descanso los vacíos aumentaron.

Pero bueno, entrando ya en lo importante, esta coproducción del Palau de les Arts con la Fondazione Lirico Sinfonica Petruzzelli e Teatri di Bari y con el Teatro Regio di Torino, inauguró precisamente también la pasada temporada en este último. La versión ofrecida en Les Arts, como ya sucediera en Torino, es la original concebida por Mussorgsky en 1869, omitiendo por tanto el bellísimo acto polaco introducido en 1872, aunque se ha añadido el cuadro del bosque de Kromy con el que finaliza esa versión de 1872, pero intercalada antes del cuadro de la muerte de Boris. En cualquier caso, para conocer más sobre las versiones de “Boris Godunov” y sobre la obra misma, os recomiendo pasar por el blog de maac, de quien también os recomiendo leer la estupenda crónica que ha hecho de este estreno y que podéis ver aquí.

La dirección escénica e iluminación han corrido a cargo del director de cine ruso Andréi Konchalovski. Se caracteriza su puesta en escena por una escenografía de Graziano Gregori muy escueta, apenas unas plataformas móviles inclinadas que consiguieron algunos efectos visuales interesantes, como la caída final del trono a la muerte de Boris o la salida de éste en la escena de la coronación, y tan sólo unos pocos objetos de mobiliario que servían para distinguir en medio de tal sobriedad escénica los distintos espacios físicos en que se desarrollan los cuadros de la obra. Se ha dejado que lo primordial sea la música, el canto y la expresión de las emociones, el mundo interior de los personajes, siendo el vestuario realista de Carla Teti el único vehículo que nos remite a la época y lugar en que se desenvuelve la acción, sirviendo también para marcar las diferencias sociales existentes en la población de la Rusia zarista.

La espléndida iluminación ayuda también a remarcar la carga emocional de las situaciones que viven los personajes y proporciona algunos sugerentes juegos de luces y sombras, como ese gran momento en que el trono de Boris proyecta su larga sombra sobre el escenario.

Todo eso es importante en una obra con una carga psicológica tan fuerte como es esta, pero requiere, además, de unos intérpretes sólidos en el aspecto expresivo, y sobre todo de una dirección de actores coherente y trabajada. Y precisamente en ese punto creo que es donde la propuesta de Konchalovsky convence definitivamente. Se aprecia un consistente trabajo actoral con los cantantes, que resulta especialmente significativo en los movimientos de las masas corales, habiéndose extraído toda la potencialidad teatral del coro, con la dificultad añadida en este caso de su abultado número de componentes y de tener que actuar entre plataformas móviles. Todas estas circunstancias están resueltas con maestría y posiblemente la experiencia cinematográfica del director ruso haya tenido mucho que ver en el innegable éxito que obtuvo ayer la dirección escénica.

Omer Wellber ha iniciado su primera temporada como titular de la dirección musical de Les Arts con una auténtica prueba de fuego como es “Boris Godunov”. El israelí cuenta con una baza importantísima a su favor como es la de tener bajo sus órdenes a una agrupación excepcional como la Orquestra de la Comunitat Valenciana y con una partitura como la de Mussorgsky llena de fuerza dramática de principio a fin, y es indudable que con esos mimbres el cesto no podía ser demasiado malo. Es verdad que dio la impresión el israelí de comenzar un poco perdido y su dirección me pareció por momentos más rutinaria que intensa, pero en conjunto creo que pasó la prueba con nota, sabiendo mantener la tensión dramática y con momentos en los que hizo brillar especialmente a la orquesta, como la escena de la coronación. Mantuvo en todo instante una impecable conexión entre foso y escena y yo le criticaría un cierto descontrol en el abuso de decibelios, que tapó a los solistas en no pocas ocasiones.

Los movimientos que ha habido en la Orquestra de la Comunitat Valenciana durante estos meses entre temporada y temporada, afortunadamente no parecen haber menguado la excelencia de la agrupación, que ayer volvió a maravillar con la exquisitez de su sonido, con una sección de cuerda que sigue estando en estado de gracia y donde quiero destacar a las violas que tuvieron un par de intervenciones de auténtico lujo. Igualmente merecen destacarse las actuaciones solistas del oboe de Christopher Bouwman y la flauta de Álvaro Octavio.

El nunca suficientemente alabado Cor de la Generalitat tenía aquí una obra propicia para el lucimiento, donde el pueblo ruso se convierte en el auténtico protagonista de la ópera, y lo consiguió con creces, y ello pese a que en esta ocasión la prueba se complicaba más, tanto por la complejidad del idioma, como por esa escenografía móvil que exigía una atención permanente al movimiento escénico. Un empaste impecable, con la rotundidad que exige la partitura, y una actuación teatral excelente fueron claves para que lograsen transmitir de forma idónea el lamento y la rabia de un pueblo ruso permanentemente oprimido.

Las mismas alabanzas las hago extensivas a los jóvenes integrantes de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats y de Pequeños Cantores de Valencia, que llevaron a cabo una labor magnífica.

En una ópera como “Boris Godunov”, donde se incide tanto en lo más íntimo de la personalidad del personaje principal, se requiere un cantante que sea capaz de transmitir con su voz todas las emociones, sabiendo combinar la vertiente más humana del mandatario y su atormentado remordimiento, con su crueldad y ambición. El bajo Orlin Anastassov quizás sea demasiado joven para el papel, pero esa no es su principal carencia, lo cual además compensa con su impresionante envergadura física. Es verdad que el búlgaro tiene una voz realmente bonita, de acentos claramente eslavos, y es un estupendo cantante que hizo un notable trabajo para acentuar los matices del papel, pero su timbre es posiblemente más claro de lo deseable y le falta claramente rotundidad vocal, especialmente en la zona más grave, presentando problemas para proyectar adecuadamente, por lo que, lamentablemente, en muchos momentos se vio tapado por la orquesta y eso en un Boris es imperdonable. No obstante, su rendimiento fue bueno y, hoy por hoy, quitado René Pape, no se me ocurren muchos más nombres que pudieran mejorar el resultado.

El tenor austriaco Nikolai Schukoff, que ya me sorprendiese muy favorablemente como Narraboth en la “Salome” de hace dos temporadas, fue un Grigori (falso Dmitri) de muchos quilates. Su potente voz lírica, de gran belleza, corría con facilidad por la sala y se imponía a la orquesta. Fue una lástima la supresión del acto polaco, porque allí hubiera tenido territorio para lucirse mucho más.

El veterano Vladimir Matorin, con una voz ya no tan fresca como antaño, pero conservando sus resonancias de auténtico bajo ruso y un gran volumen, compuso un Vaarlam excepcional, ayudado además por una interpretación magnífica como actor.

Excelente también fue la actuación de Ilona Mataradze como Xenia, deleitándonos con una preciosa voz cristalina que adornó con unos soberbios matices. Somos ya muchos los que pensamos que esta cantante merece papeles de mayor envergadura.

Aunque las voces infantiles no son precisamente mi debilidad, agradecí en este caso que el papel de Fiódor fuese interpretado por un niño contralto, Iván Khudyakov, en lugar de por una cantante femenina travestida.

El resto de solistas, como el Pimen de Alexánder Morozov o la Posadera de Nadezhda Serdiuk se mantuvo en un buen nivel. Emilio Sánchez, como de costumbre, mejor como actor que como cantante; más flojete me pareció Andréi Zorin como el Idiota, pero al fin y al cabo, haciendo de idiota no desmerecía demasiado; y caso aparte fue Konstantín Plúzhnikov, un deplorable Shúyski, que me hizo dudar de si realmente era un tenor profesional o un payaso del circo instalado actualmente frente al Palau de les Arts que se había colado allí de rondón.

Fuertes ovaciones premiaron la actuación de todos los artistas, siendo especialmente reconocidos Matorin y Anastassov. Patética era la imagen que presentaba el patio de butacas cuando los escasos cinco minutos de aplausos estaban finalizando, pues apenas una veintena de personas quedaban en la platea.

Una de las primeras en salir a la carrera fue la concejala de cultura y presidenta del Palau de la Musica de Valencia, Mairen Beneyto, quien por cierto no dejo de juguetear con su teléfono móvil durante toda la función molestando con su luz, y las prisas en salir de allí desde luego no serían por encontrar un taxi, pues tenía su coche oficial esperando fuera, igual que el resto de carguetes, lo cual, aprovecho para decir, que me parece vergonzoso e irritante con la que está cayendo.