Mostrando entradas con la etiqueta Troyens. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Troyens. Mostrar todas las entradas

jueves, 8 de abril de 2010

"LES TROYENS" - Héctor Berlioz - DNO Amsterdam - 04/04/10


La coincidencia del estreno en Amsterdam, en plenas vacaciones de Semana Santa, de la reposición de la producción de “Les Troyens” de Héctor Berlioz estrenada en esa misma ciudad en 2003, con el protagonismo en esta ocasión de Eva-María Westbroek en el papel de Cassandre, era una oportunidad demasiado tentadora como para no intentar una escapada a la siempre interesante capital holandesa y aprovechar para efectuar mi primera visita a la DNO (De Nederlandse Opera). Y la experiencia no ha podido ser más positiva.

El moderno edificio del Het Muziektheatre, que alberga la sede de la DNO, se encuentra ubicado al borde del canal Amstel, con unas vistas privilegiadas de la ciudad a través de sus enormes ventanales. Su interior es enormemente funcional y acogedor. Cafeterías, tienda, y numerosos espacios para sentarse y dar cuenta de un tentempié, hacen de los entreactos una grata experiencia, muy alejada de la incómoda frialdad de las instalaciones de Les Arts. La sala con capacidad para unas 1.600 personas tiene una acústica impecable, es comodísima, con muchísimo espacio entre fila y fila, y la totalidad de las localidades gozan de plena visión vendiéndose a unos precios francamente razonables para como está el mercado actualmente.

Aquí podemos ver el video de promoción de la producción que ha sacado la propia DNO (al estar en formato panorámico se corta un poco la imagen):


video de DeNederlandseOpera

La dirección artística de Pierre Audi me resultó mucho más acertada que la propuesta furera vista en noviembre en Valencia. No es nada del otro mundo, pero es estéticamente muy atractiva, especialmente en Troya, y no pretende confundirnos ni marearnos. Los movimientos de actores están trabajados correctamente, ajustándose al devenir del libreto, no al onanismo mental del listo de turno. La escenografía de George Tsypin es muy sencilla, consistente en tres pilares móviles de cristal translucido tallado, de diferentes colores, que en la parte troyana forman pasarelas horizontales y en Cartago son estilizadas columnas que van enmarcando los distintos espacios.
El uso del color me pareció especialmente interesante, sobre todo en los dos primeros actos, donde el rojo representa a los griegos y tan sólo es visible al comienzo en la piel que cubre a Cassandre, indicándonos la tragedia que sólo ella prevé. El soldado griego aparece pintado de rojo, como rojo es también el caballo. En la última escena del segundo acto, con la matanza de las mujeres troyanas, todo el escenario acaba inundado por ese color.

Imprescindible complemento fue la impactante y efectiva iluminación de Peter van Praet, responsable también de este apartado en “Les Troyens” y “El Anillo del Nibelungo” que pudimos ver en Valencia.

El vestuario diseñado por Andrea Schmidt-Futterer, sin embargo, me pareció manifiestamente mejorable. Los habitantes de Cartago son una mezcla entre el botones Sacarino y la Legión Extranjera, el abrigo de pieles con que se adorna a Didon como símbolo de poder es digno de Rappel, y Cassandre aparece como una especie de Wilma Picapiedra pintada cual guerrero Sioux.

Las coreografías de Amir Hosseinpour y Jonathan Lunn me resultaron simplemente ridículas. Se limitaban a algunos primarios equilibrios circenses, movimientos espasmódicos propios del Tío Calambres y retorcimientos de manos que no se sabía si eran la traducción para sordos del libreto o que el coro estaba jugando al maisefoyuti.

La dirección musical corrió a cargo del norteamericano John Nelson. Fue junto a Westbroek el gran triunfador de la noche. Su lectura de la partitura de Berlioz fue extraordinaria. Yo eché a faltar tan sólo un poco más de pompa y brío en determinados momentos de la parte Troyana, pero las enormes dosis de lirismo que supo extraer, sin caer en empalagosos efectismos y manteniendo la tensión narrativa, compensaron cualquier carencia. Resultaba imposible no acordarse de la dirección que llevó a cabo recientemente Gergiev en Les Arts, que no me desagradó en absoluto, pero si algo precisamente le critiqué al ruso fue que no hubiese sido capaz de acabar de transmitir toda la mágica emoción que subyace en la hermosa partitura de Berlioz, algo que Nelson sí consiguió con creces.

La Nederlands Philharmonisch Orkest tuvo una muy buena actuación, tan sólo lastrada por puntuales errores en los metales. Notable fue la intervención del clarinete en el solo del acto I, y merece destacarse también el maravilloso sonido y empaste de los cellos que ofrecieron algunos de los momentos más emocionantes de la noche. Antes de empezar la función pude observar como los músicos tenían depositados en sus atriles, junto a la partitura, conejos de Pascua de chocolate.

“Les Troyens” es una obra en la que los coros tienen un especial protagonismo, suponiendo una inmejorable referencia para valorar la excelencia del coro interviniente. En este caso la agrupación titular de la DNO estuvo sencillamente perfecta. La consistencia, empaque y control de las voces no admite el más mínimo reproche y su comportamiento escénico fue igualmente óptimo.

En cuanto a los solistas, la principal atención se centraba en ver el rendimiento que pudiera ofrecer la excepcional soprano local Eva-María Westbroek afrontando el exigente papel de Cassandre. Quienes tuvimos la suerte de escucharla en directo en Les Arts como Sieglinde teníamos pocas dudas acerca de que superaría con éxito la prueba, pero aun así nos sorprendió.

Es imposible no conmoverse ante la intensidad dramática, tanto vocal como escénica, que derrocha esta mujer. Cada segundo que está sobre el escenario permanece completamente metida en el papel. Sus gestos y movimientos siguen el desarrollo dramático de la acción, por muy alejada que se encuentre de la misma.
Su voz, aun no siendo espectacularmente grande, se proyecta con poderío, y presenta una gran homogeneidad y brillantez. Es verdad que los agudos en ocasiones tienden a la tirantez y que sus graves no son rotundos, pero su impecable fraseo y su intensidad interpretativa convierten en referencial casi cualquier papel que asume.

Toda la obra estuve preguntándome qué hubiera pasado si Westbroek hubiese asumido los papeles de Cassandre y de Didon, como ya hicieran en su momento otras cantantes como Verrett o Polaski. El último acto con una Didon como la holandesa podría haber sido inolvidable.

No creo exagerar si afirmo que nos encontramos ante una de las más grandes cantantes de las últimas décadas y, teniendo en cuenta que aun no ha cumplido los 40, podemos esperar que todavía nos ofrezca muchos más momentos mágicos. Yo ya estoy contando los días para poderla ver de nuevo este verano en Salzburgo como la Chrysothemis de “Elektra”.

El dificilísimo rol de Énée estuvo a cargo de Bryan Hymel. Es complicado actualmente encontrar una voz que pueda cumplir con pulcritud las exigencias del papel y Hymel no fue la excepción. Comenzó haciendo gala de una ostensible falta de proyección y de numerosas veladuras que le impedían dotar al personaje del carácter heroico que requiere. En “Inutiles regrets” su ligero y corto vibrato, de resonancias caprinas, hizo ostensible presencia, lo que, mezclado a una importante nasalidad y tendencia al berreo, afeó mucho el momento. No obstante, en los momentos más líricos de la partitura estuvo soberbio, mostrando su mejor cara en el dúo “Nuit d’ivresse”, donde ofreció un canto depurado, lleno de gusto, que adornó con algunos pianísimos espectaculares.

Yvonne Naef, como Didon, fue de menos a más. Comenzó bastante insegura, no controlando demasiado su poderosa voz y no acabando de emocionar, pero en el dúo con Énée estuvo magnífica y su acto V fue realmente intenso, siendo su voz eficaz mensajera del dolor desgarrado del personaje.

La gran sorpresa de la noche fue el barítono canadiense Jean-François Lapointe como Chorèbe, mostrando una voz de gran volumen, consistente, muy bella, y con auténtico timbre baritonal.

Greg Warren fue un muy buen Iopas y nos brindó un delicado “O blonde Cérès”.

Alastair Miles estuvo pésimo como Narbal. Con una caracterización que le daba un parecido físico notable a Sir Alec Guiness, sólo su deplorable movimiento escénico nos sacó de dudas de que no se trataba del genial actor inglés. En cuanto a su voz, uno no puede ir por los escenarios cantando papeles que exigen consistentes bajos cuando sus graves parecen vulgares eructos con sordina.

Floja estuvo también Charlotte Hellekant como Anna. Sobresaliente fue su actuación dramática, pero su canto se resintió de una voz de mezzosoprano justita, en absoluto de una contralto como requiere la partitura.

En cuanto al resto, estuvieron correctos Nicolas Testé como Panthée, Christian Tréguier como Priam, Valerie Gabail como Ascagne y Sébastien Droy como Hylas.

El público tuvo un comportamiento muy respetuoso durante toda la obra. Me llamó especialmente la atención el silencio casi monacal que imperó en la sala durante los dos primeros actos. En la parte negativa debe reseñarse que el aforo, pese a ser día de estreno, no llegó a completarse, e incluso tras los entreactos se apreciaron algunas deserciones.

Al finalizar hubo calurosas ovaciones para todos los protagonistas, que se convirtieron en un auténtico clamor de bravos, con el público puesto en pie, a la salida de Eva-María Westbroek.

Poder disfrutar actualmente de unos Troyanos de este nivel es una fantástica experiencia. Si a eso le unimos el hacerlo en una ciudad como Amsterdam y con la mejor compañía posible, se convierte en todo un lujo.

Os recomiendo leer las crónicas que han hecho de la función los amigos Mei y Joaquim, con quien tuve también la inmensa suerte de compartir unos muy buenos ratos estos días.

Finalizo con este video en el que Yvonne Naef y Bryan Hymel cantan el famoso dúo “Nuit d’ivresse” del final del acto IV:


video de crewmantle

viernes, 6 de noviembre de 2009

LA PRINCESA Y "LES TROYENS"

"Eneas escapa de Troya" - Federico Barocci - 1598 - Galleria Borghese - Roma

En plena vorágine troyana, y aparcando definitivamente la polémica acerca del abucheo, quería hacer referencia a una figura que resultó clave en el proceso creativo de la ópera “Les Troyens”, como fue la Princesa Carolina de Sayn-Wittgenstein.

Esta mujer culta y amante de las artes tuvo un papel importante en la historia de la música de su época, quizás no directamente, pero sí de forma colateral a través de los artistas con los que se relacionaba y a los que conseguía estimular en su proceso creativo, como Liszt, Wagner o Berlioz.

Carolina Iwanowska nació en Woronice en 1819. De origen polaco, se casó, menor de edad y sin su consentimiento, con el noble ruso Nicolás Sayn-Wittgenstein. En 1847, en Kiev, conoce a Franz Liszt, comenzando dos años después una relación sentimental que duraría hasta la muerte del compositor, aunque no llegarían a casarse al no conseguir la anulación de su primer matrimonio. Fue ella quien motivó a Liszt a dar el salto definitivo de intérprete virtuoso a compositor y quien le animó a ocuparse personalmente de la orquestación de sus obras, además de promocionarle activamente.

Durante una estancia de Héctor Berlioz en Weimar, en la residencia de esta mujer, que él mismo describe en sus Memorias como de fuerte carácter e inteligente y de la que afirma que le brindó todo su apoyo “en sus horas más oscuras”, Sayn-Wittgenstein insistió a Berlioz para que tradujese en una ópera el amor que éste sentía por el mundo antiguo y por la obra de Virgilio, instándole a afrontar el reto pese a las dificultades que pudiese encontrar. La tal Carolina debía ser una hembra de armas tomar y, con una capacidad de convicción envidiable, llegó a decir a Berlioz que si retrocedía ante los obstáculos y era tan débil como para amedrentarse ante la envergadura de la obra, no siendo capaz de enfrentarse a todo por Dido y Casandra, no sería digno de volver por allí y no querría verle nunca más. Estas palabras, confiesa Berlioz, fueron suficientes para él y, nada más volver a París, se puso a trabajar en el libreto y partitura de “Les Troyens”.

Así, en mayo de 1856 comienza Berlioz la creación de su gran ópera, para la que escribe él mismo el libreto basado en los libros segundo y cuarto de “La Eneida” de Virgilio y con notables influencias de Shakespeare.

Berlioz se refiere a su obra como un “Virgilio shakespearizado”. Y efectivamente, el sentido dramático del autor inglés, al que admiraba Berlioz profundamente, gravita sobre la obra y se puede apreciar en diferentes aspectos de la trama, como la imposibilidad de combatir el destino por Eneas, las apariciones fantasmales de Héctor y otros personajes o la composición de la figura de Casandra. Una mujer fuerte a la que quizás la personalidad de Carolina Sayn-Wittgenstein no le fuese tan ajena.

Aquí podemos ver a una de mis Casandras favoritas, Anna Caterina Antonacci, en la producción del Teatro Châtelet de Paris de 2003, en la conmemoración del segundo centenario del nacimiento de Berlioz, en lo que constituyó la primera representación íntegra de la ópera en la capital francesa. Escuchamos el recitativo y aria del Acto I “Les grecs ont disparu... Malhereux roi”, la primera intervención en la obra del personaje de Casandra:



El 12 abril de 1858 finalizó Berlioz la composición de “Les Troyens” tras 2 años de trabajo. En unas cartas dirigidas a la Princesa Sayn-Wittgenstein, Berlioz le reconoce que fue capaz de afrontar el esfuerzo y sucumbir ante tal reto compositivo sólo gracias a ella, a su “estímulo e indulgentes reprobaciones”, y que la ópera no hubiera existido de no ser por ella, por lo que le anuncia que la obra tendrá una doble dedicatoria, a Virgilio y a la propia Princesa Sayn-Wittgenstein.

Por eso he querido, al igual que hizo Berlioz, dedicarle un pequeño y humilde espacio a recordar la figura de esta mujer, gracias a la que muchos años después hemos podido seguir disfrutando de la genial inmensidad de esta composición.

Finalizo esta entrada con Anna Caterina Antonacci, de nuevo como Casandra, esta vez en la última escena del Acto II que finaliza con el suicidio de Casandra y las mujeres troyanas:

domingo, 1 de noviembre de 2009

"LES TROYENS" (Héctor Berlioz) - Palau de les Arts - 31/10/09


Hacer un estreno operístico la noche de Halloween, tiene el riesgo de que la platea y palcos se te pueblen de fantasmas y muertos vivientes, como ocurrió ayer en el Palau de Les Arts de Valencia, que inauguró temporada con el importante reto de poner en escena la colosal ópera de Héctor BerliozLes Troyens”, en una producción propia del coliseo valenciano en colaboración con el Teatro Mariinsky de San Petersburgo y el Teatr Wielki de Varsovia, en lo que, parece ser, supone la primera representación en España de la versión escénica íntegra de la obra.

De entrada, hay que reseñar otra primicia, cual fue que anoche se produjo el primer abucheo de la corta historia de este teatro, dirigido a Carlus Padrissa y La Fura dels Baus, responsables de la puesta en escena y presunta dirección artística de la obra.

La propuesta furera traslada la epopeya troyana a un mundo futurista donde se mezclan virus informáticos, naves espaciales y toda la utillería ya mostrada en otros espectáculos por el grupo catalán, levemente reciclada.

Declaraba Padrissa en el escueto programa de mano entregado que “la ópera es un lugar donde la noción del tiempo desaparece si el espectáculo es capaz de seducirnos de manera global a través de los sentidos”. En este caso, su dirección escénica no sólo no contribuye a esta seducción global, sino que la lastra de forma definitiva. Yo fui uno de los que defendieron y alabaron, con matices, la labor de Padrissa y sus chicos en las sucesivas entregas del “Anillo del Nibelungo”, pero ayer reconozco que me sumé a la protesta ante una versión escénica aburrida, reiterativa, absurda y profundamente fea.

Se han repetido y potenciado en esta producción los elementos fureros más criticables: una nula dirección de actores a los que muchas veces se les ve perdidos; los continuos movimientos en escena de la gente de La Fura, entre los cantantes, arrastrando plataformas, enganchando cables, etc. con sus correspondientes ruidos; y esa excesiva información visual permanente que distrae al espectador incluso cuando no debe, cuando la atención debe estar concentrada en la música y los artistas.

Ayer vivimos algunos momentos escénicos realmente bochornosos. Destacaría especialmente el precioso dúo del acto IV entre Enéas y Dido, “Nuit d’ivresse”, posiblemente el momento musicalmente más bello de toda la obra, donde en lugar de quedarse los dos amantes solos, tal y como marca el libreto, tuvieron en escena la compañía de dos miembros de La Fura que les vigilaban, cual lúbricos voyeurs, porque al señor regista se le había pasado por el moño que cantasen ese momento colgados por los sobacos. Si pretendía ser original Padrissa, debe saber que lo único que consiguió fue una pérdida brutal de la magia y poesía de la escena.

Otros instantes, a mi juicio, muy desafortunados de la propuesta escénica, fueron el patético combate de boxeo que tiene lugar en el Paso de los luchadores del acto I, o el desfile de modelos con prótesis peneanas, en la danza de sátiros y faunos del comienzo del acto IV, de indudable mal gusto. Y tampoco tuvo justificación el humillante numerito que se le impuso a Eric Cutler, obligándole a cantar el aria de Iopas, “O Blonde Cérès”, micro en mano (apagado, claro) y haciendo posturitas dignas de fase clasificatoria regional de Festival OTI.

El instante de la entrada en escena del caballo de troya resultó muy molesto, al deslumbrarse a los espectadores con el reflejo de los focos en el caballito, construido con retales de la sierpe dragón de “Siegfried” y unas enormes ruedas, que le daban la apariencia de regalo de huevo Kinder en grande.

Sin embargo, sí me pareció medianamente interesante la resolución de la muerte de Laocoonte por las serpientes.

El horroroso y sonrojante vestuario diseñado para la ocasión, sólo consiguió llevar al límite de la indignidad a los artistas y que el público se tomase a chirigota momentos dramáticamente intensos, como la aparición de Casandra, poco antes del suicidio colectivo de las troyanas, vestida como una mezcla de Geyper Man y jugador de fútbol americano con escuditos y colores que se asemejaban demasiado a los del Valencia CF.

Las ridiculeces gratuitas en el vestuario y la dirección escénica eran continuas: los soldados troyanos convertidos en clones de las tropas imperiales de "Star Wars"; la pobre Daniela Barcellona colgada por los aires cada dos por tres y tocada con un espantoso peinado a lo fallera afro; Iopas con túnica horrorosa, posiblemente en homenaje a Rappel, presente en la sala y que si hubiese subido al escenario habría pasado desapercibido; o Andrómaca y Astyanax vestidos de caballeros Jedi, el último además con gafotas a lo Elton John y un cochecito teledirigido que con su ruido molestó ostensiblemente el solo de clarinete que sonaba en ese instante.

Tanta interferencia en la obra, desconcierto al espectador y ausencia de innovación en la propuesta de Padrissa, motivaron el sonoro y mayoritario abucheo que se le propinó al finalizar la función.

En el ámbito musical el resultado fue ostensiblemente mejor. Aquí hay que empezar elogiando de nuevo el trabajo realizado por todos y cada uno de los músicos que componen la sensacional Orquestra de la Comunitat Valenciana, absolutamente fantástica en todo momento. Espléndida la sección de viento, con unas trompas alcanzando la perfección al inicio del IV acto.

El director ruso Valery Gergiev condujo con su ya habitual gusto por el volumen descontrolado que le hace moverse permanentemente entre el forte y el fortissimo, faltándole matización, aunque en términos generales su lectura me resultó agradable y, si bien careció de esos momentos de mágica emoción, tampoco me llegó a molestar.

El Coro de la Generalitat tenía una prueba de fuego en esta exigente obra en la que tiene un papel protagonista. El resultado final fue de matrícula de honor. Cuando ya creíamos que era difícil hacerlo mejor, ellos se superaron a sí mismos y lograron imponerse con perfecto empaste por encima incluso de los volúmenes impuestos por Gergiev.

En las voces solistas hubo dos grandes triunfadoras, Elisabete Matos y Daniela Barcellona.
Matos, pese a mostrar alguna carencia en el registro grave, compuso una Casandra excepcional. Fue de menos a más, con una absoluta entrega dramática y poderío en el agudo con algunos ataques prodigiosos.

Daniela Barcellona conquistó a la totalidad del auditorio estando en todo momento implicadísima con el personaje de Dido, pese a la ridícula apariencia impuesta por Padrissa, consiguiendo que su voz, amplia y flexible se impusiera con autoridad, derrochando expresividad y sabiendo transmitir con credibilidad los sucesivos estados de ánimo del personaje. Su “Adieu, fière cité” fue glorioso.

Stephen Gould demostró que no está precisamente en su mejor estado vocal. Tuvo que iniciar su actuación con la terrible entrada escrita por Berlioz “Du peuple et des soldats”, donde presentó problemas de fiato y caló el do. Posteriormente se le vio muy apurado en los agudos, recurriendo a feos falsetes en un par de ocasiones, y mostrando un evidente cansancio. No obstante, le puso mucha voluntad y hay que reconocer su esfuerzo y entrega dramática en este exigente papel.

Eric Cutler, que no es precisamente un cantante por el que sienta especial predilección, estuvo soberbio en el “O Blonde Cérès”, a pesar del numerito OTI que ya he comentado, mostrando una exquisita delicadeza y buen gusto.

El resto del reparto cumplió con corrección, aunque me gustaría destacar la bonita voz de la joven Oksana Shilova, procedente del Mariinsky, que interpretó el breve papel de Ascanio.

A la salida, más allá de la una de la madrugada tras cinco horas de representación (lo que debería hacer a la dirección de Les Arts replantearse la hora de inicio de funciones de esta duración, al menos en día laborable), el abucheo a La Fura era el centro de todas las conversaciones y generó la típica controversia entre quienes opinan que es una falta de educación y quienes, como yo, pensamos que es una tradicional y legítima muestra de descontento en los teatros de ópera. Para mala educación la de aquellos que nos obsequian a todos con sus toses huracanadas, los caramelitos que tardan horas en desenvolverse, los bolsillos agujereados de los que no cesan de caerse ruidosamente objetos al suelo, o las virtuosas del rítmico golpeado del abanico contra sus protuberancias mamarias.

Pese a todo lo expuesto, disfruté muchísimo del espectáculo musical de la noche, que no pudo tener mejor colofón que la cena troyana que compartimos los amigos catalanets y la sección levantisca.

Si queréis tener otras visiones de lo acontecido, podéis leer las estupendas crónicas de FLV-M, Maac y Joaquim.

Para finalizar os dejo a la ex pareja Alagna-Gheorghiu en el dúo del IV acto "nuit d'ivresse", en una grabación con Richard Armstrong dirigiendo la Royal Opera House Covent Garden Orchestra:


video de glenmed