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martes, 3 de diciembre de 2019

"NABUCCO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 02/12/19


Gran expectación popular, lleno hasta la bandera, desaforada atención mediática, incluso con cámaras de televisión en la entrada a Les Arts preguntando a los espectadores si iban a apoyar a Plácido… la estrella era Plácido y todo parecía centrado en él. La vida es así de injusta a veces.

Injusta por muchos motivos. El primero porque, más allá de la categoría reconocida como el artista irrepetible de la historia de la ópera que es y será siempre Plácido Domingo, su situación vocal actual no justifica por sí misma ese interés por escucharle. Injusto es también que se lleve vendiendo todos estos días en prensa que es sólo la figura de Plácido la que ha hecho que se agoten todas las localidades de la totalidad de funciones de este Nabucco estrenado ayer, cuando la popular ópera verdiana digo yo que también habrá tenido algo que ver, y cuando había otros elementos objetivamente mucho más atractivos para el público que podrían y deberían haber influido en el éxito de la convocatoria, como la presencia en el reparto de la grandísima Anna Pirozzi o el contar todavía en nuestro teatro con uno de los mejores coros del panorama internacional, el Cor de la Generalitat, en una obra en la que el coro es precisamente su espina dorsal y su principal sustento dramático. E injusto es, finalmente, para el propio Plácido Domingo, que, a estas alturas de su incuestionable carrera, sea el morbo creado por las acusaciones de acoso que le han llevado a apartarse de la actividad en los teatros estadounidenses, el que protagonice los titulares y el que haya convertido de algún modo su presencia actual en Les Arts en una especie de plebiscito para demostrar que el público hispano no es como el norteamericano y va a acudir a aplaudirle y apoyarle, cante como cante, y donde sólo habría faltado que nos vistieran a los espectadores de flamencos como en Bienvenido Mr. Marshall.

Desde luego no seré yo quien abra aquí el melón de ponernos a teorizar y discutir sobre los presuntos acosos acaecidos, o no, muchos años atrás, pero para que no quepan dudas sobre mi postura quiero que quede claro que no me parece justificada la caza de brujas (o sátiros) desatada contra el artista; y que siempre he considerado que una cosa es la vertiente personal de cada uno de nosotros y otra la profesional. Cualquier tipo de abuso o acoso es condenable y lo rechazo de plano, así que si alguien ha cometido algún hecho reprobable penalmente y queda demostrado, que lo pague en los tribunales, se llame como se llame; pero no que se condene a un cantante preventivamente con su apartamiento de la escena por hechos no probados sucedidos en los tiempos del pantalón campana y juzgados, sin opción a defenderse, en las redes sociales con los criterios del politicorrectismo imperante en este nefasto siglo XXI. Pira mediática encendida y a pulverizar una carrera profesional inigualable.

Realmente la escena quizás la debería abandonar Domingo por otros motivos, como es el que sus condiciones vocales actuales y su condición física sigue yendo a peor y se corre el riesgo de que se acabe por deteriorar el recuerdo y la figura de uno de los mejores artistas de la historia; pero no por lo que hasta ahora se ha conocido de los famosos acosos. Especialmente cuando la vara de medir es tan diferente dependiendo de la conducta de que se trate o de la profesión a la que se dediquen algunos. Ahí tenemos sin ir más lejos a unos señores llamados Messio Cristiano, delincuentes sentenciados, y a quien nadie ha pedido que dejen de jugar en sus respectivos equipos por malhechores. Pero bueno, ya he dicho que no es mi intención debatir sobre este tema, en absoluto, y además tengo muchas cosas que quiero comentar del estreno de anoche.


La producción estrenada ayer de la Washington National Opera, en coproducción con The Minnesota Opera y Opera Philadelphia, cuenta con la dirección de escena y escenografía del estadounidense Thaddeus Strassberger y el vestuario de Mattie Ullrich, quienes fueron ya los responsables de otra producción verdiana que pudo verse en Les Arts en 2013, I due Foscari, también con el protagonismo de Plácido Domingo, aunque poco tienen que ver ambas producciones, salvo quizás algunos rasgos del vestuario. Si algo caracteriza a primera vista esta propuesta es, sin duda alguna, su tradicionalidad, vistosidad y la majestuosidad de cartón piedra en la ambientación de unas espectaculares Jerusalén y Babilonia, propias del álbum de cromos Vida y Color, con sus jardines colgantes, sus leones de la puerta de Ishtar, su barbudo Nabucodonosor… procurando que todo se ubique allí donde dice el libreto, con una escenografía consistente en su mayor parte en grandes telones pintados a la antigua, de esos que cuando pasaba el coro al lado de las columnas del templo de Salomón estas se movían ondulantes. Todo más clásico que un rollo de papel higiénico del Elefante. Una señora detrás de mí comentó entusiasmada que ya era hora de que trajesen a Les Arts puestas en escena como Dios manda. Lo que no me acabó de aclarar es si lo mandaba Jehová o Baal.

Debe reseñarse el llamativo vestuario de Mattie Ullrich, con colores vivos y luminosos para los babilonios y tonalidades blancas o crudas para el pueblo judío; así como también la iluminación de Mark McCullough que jugará un importante papel en una producción que puede gustar o no gustar, enseguida me voy a pronunciar sobre ello, pero a la que si algo no se le puede negar es que viene sustentada en un trabajo escenográfico con un impacto visual muy relevante.

Strassberger no se ha limitado a dejarnos la escenificación clásica sin más, y su innovación consistirá en una duplicación de la acción, con la colocación a la izquierda del escenario de unos palcos de teatro, con espectadores vestidos de época (siglo XIX) asistiendo a la misma función que nosotros, de tal modo que nos encontraremos con una función de ópera dentro de la ópera. Los personajes que asisten a la función y otros figurantes llevarán a cabo su propia trama con una acción dramática paralela durante la obertura, en los entreactos y en algún otro momento que ahora comentaré.

Parece ser que lo que se ha pretendido es escenificar lo que podría haber sido el estreno de Nabucco en 1842 en el Teatro Alla Scala, y digo bien, lo que podría haber sido, no lo que fue. Los personajes de los palcos representarían a la nobleza austriaca, también veremos a miembros del ejército austriaco vigilando al público y  lo que ocurre en escena, y -OJO SPOILER- al final de la noche, acabada la representación operística y cuando están finalizando los saludos de los cantantes (con lo cual a no pocos espectadores, de esos que salen en desbandada nada más escuchar el chimpún final por si se les enfría el hervido, les pilló ya en la calle), se producirá una interacción entre cantantes y figurantes: La Pirozzicogerá del suelo los ramos que les habían lanzado a los cantantes durante los saludos desde los falsos palcos, y los arrojará desafiante contra ellos, en un gesto simbólico contra el invasor austriaco, entonces una voz desde el coro inicia una repetición a cappella del Va pensiero a la que acabará uniéndose todo el coro, los solistas y la orquesta, mientras el coro irá componiendo una bandera italiana con una especie de telones verdes blancos y rojos y unos figurantes junto a los cantantes sujetarán dos banderas italianas pequeñas con el lema Viva Verdi, grito que se lanzará también desde el escenario.

Doy fe de que mucha gente no se enteró de la película, pese a que tampoco es que hiciese falta tener una vasta cultura operística o histórica para entender de qué iba la cosa, porque a la salida escuché no pocas veces lo bonito que había sido que hiciesen un bis del Va pensiero, cosa que incluso ha llegado a salir en algún medio de prensa. Otros comentaban que no entendían por qué había gente vestida de diferentes épocas, pero… ¡qué bonito había sido todo! Incluso hubo quien lo que decía no acabar de comprender era por qué sacaban una bandera de Irlanda (sic), pero… ¡qué bonito!

Pues eso. Todo muy bonito, muy clásico y por lo escuchado ayer en diversos corrillos sé que hoy posiblemente yo vaya a ir a contracorriente, pero, vamos, personalmente, a mí no me acabó de convencer. Reconozco su fuerza visual; su clasicismo, que no tiene por qué ser negativo, en este caso con un guiño que puede resultar entrañable a la manera de hacer teatro a la antigua; e incluso puedo admitir cierta originalidad en la propuesta, enmarcando la obra original en el contexto histórico de la situación política en la fecha del estreno y trasladando a escena la repercusión política que tendría posteriormente la obra de Verdi, con ese episodio final de ficción haciendo protagonista al Va pensiero. Pero más allá de esa idea que puede tener cierta gracia, hay que recordar, como tantas otras veces, que aquí lo principal es la función operística y es en este punto donde yo, como tiquismiquis diplomado, encuentro bastantes cosas negativas.

Para empezar, el empeño en meter tramas dramáticas paralelas durante la obertura y los interludios orquestales, hace que el espectador se distraiga de la música y que esta pierda todo su sentido de introducir y ambientar lo que vendrá después, pasando a ser una mera música de fondo de una acción no escrita en el libreto. Algo parecido ocurrirá con la sobrecarga de acción dramática en el escenario, muchas veces sin sentido; ejemplo paradigmático de ello lo tenemos en el aria de Abigaille, Anch’io dischiuso un giorno, donde, en vez de dejarnos concentrarnos en ese intenso instante musical y dramático, tenemos que aguantar mientras como un puñado de sacerdotes se ponen a moverse por allí haciendo tontás, como si hicieran taichí, movimientos que durante la subsiguiente cabaletta se convertirán en giros similares a una danza de derviches… ¿derviches babilónicos?...

Pese a la aparente sencillez de una escenografía con telones móviles, se produjeron también importantes parones entre actos que, unidos a la trama paralela, cortaban bastante el discurrir dramático. Tampoco se apreció un trabajo especial de movimiento de actores. O, lo peor de toda la noche, el celebérrimo Va pensiero aquí se escenificará de forma que parece que lo estemos contemplando entre bambalinas, a través de un telón semitransparente bajado, con figurantes representando a cantantes o bailarines esperando para salir a escena y a diverso personal de La Scala realizando todo tipo de menesteres por delante del coro, que sale de espaldas a nosotros (aunque afortunadamente se giraron para cantar), pero consiguiendo con todo ello que uno de los instantes más emocionantes de la historia de la ópera perdiese toda su fuerza dramática y cualquier tipo del intimismo pretendido por Verdi. Y puestos ya a adulterar el original, tampoco entendí por qué en lugar de acabar la ópera con la muerte de Abigaille, lo hace con el coro Immenso Jeovha que la antecede.

Todas esas cosas, más allá que sean más o menos importantes para cada uno, a mí me dejaron la impresión de que al director norteamericano le importaba bastante poco la ópera y sólo la habría utilizado como vehículo de lucimiento personal. En lugar de haberse trabajado una propuesta escénica que transmita alguna nueva lectura o innovador concepto que pudiera encontrarse a partir del libreto original, Strassbergerse limita a dejar que la ópera se desarrolle de la forma más clásica posible en una parte del escenario, mientras sus innovaciones más que aportar nuevas ideas lo que hacen es introducir historias paralelas de modo tal que además se acaba por perjudicar la música y las voces. O al menos esa es la sensación con la que yo me quedé, por mucho que luego con la sorpresa final del Va pensiero repetido se pretenda ir de guay y epatar al espectador ofreciéndole de nuevo el fragmento más popular de la ópera.

Ocupaba de nuevo el foso de Les Arts el alcoyano Jordi Bernàcer, quien se reencontraba así con la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat, tras haber sido director asistente de ambas agrupaciones y haber dirigido ya en anteriores ocasiones funciones de la temporada regular de ópera en Valencia, como en Simon Boccanegra o Luisa Fernanda. Llevó a cabo ayer Bernàcer un trabajo de batuta bastante serio, con una gran capacidad concertadora, demostrando conocimiento de la partitura y del espíritu verdiano, dirigiendo con brío y énfasis, a veces pecando de exceso de volumen y estridencia y con unos tempi a veces algo lentos. Yo eché de menos una mayor gama de contrastes, aunque hubo instantes de gran intensidad como la preghiera. Creo que en líneas generales cumplió más que adecuadamente y tuvo además el mérito de saber seguir a Domingo cuando este marcaba sus particulares ritmos. Entre los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, creo que merece destacarse el bellísimo sonido del violonchelo y en general de la cuerda grave toda la noche, especialmente en la bellísima  preghierade Zaccaria que se marcaron, con destacadas intervenciones también durante la velada de trompeta, percusión, flauta y maderas.

El verdadero protagonista de la velada fue el Cor de la Generalitat, luciéndose como el excepcional grupo vocal que sigue siendo, ante una obra de gran exigencia y en la que el coro lleva el peso de la función, y ello a pesar de que posiblemente sigan sin contar con los refuerzos óptimos que precisaría una obra de esta envergadura coral. También demostraron saberse imponer a las mamarrachadas escénicas, desde el cantar disfrazados tapados completamente con túnicas amarillas y una especie de tiesto en la cabeza, como si fuesen los caraconos en una fiesta de Halloween, o ese Va pensiero extraordinariamente cantado (qué maravilla de nota final sostenida), pero en el que era imposible concentrarse por el trajín ideado en escena por delante. Estuvieron espléndidos toda la velada comenzando ya con un tremendo Gli arredi festivi, siguiendo con el brutal Maledetto dal Signor que se marcó el coro masculino, me maravillaron en S'appressan gl'istanti y pusieron el broche de oro con una escena final para chuparse los dedos. Que lujazo sigue siendo este coro.

Como decía al comienzo, la estrella era Plácido Domingo que acudía a su cita anual prenavideña con Les Arts. El público ya llegó decidido a bravearle incondicionalmente y así lo hizo. ¿Eso quiere decir que lo bordase?, pues, en mi humilde opinión, no. Como no podía ser menos, el madrileño hace su personal Nabucco que no suena a barítono, suena a Domingo cantando Nabucco. Y poco se puede añadir a lo que ya he escrito con motivo de sus últimas visitas, salvo que su voz se presenta cada vez más deteriorada y su movilidad más reducida. Sigue existiendo una zona central que en momentos mágicos aparece sonora y sana, pero las sonoridades leñosas son cada vez más frecuentes. El fiato también es cada vez más corto y la respiración muestra fatiga. Es verdad que sabe construir las frases como nadie, pero se ve obligado a acortarlas y modificarlas por limitaciones físicas más que normales en un cantante que está rondando (por arriba o abajo) los 80.

Reconozco que fue a más conforme avanzaba la representación y, tras una primera parte en la que me resultó bastante decepcionante y me hacía padecer, en la segunda mitad se vino arriba, completando un intenso dúo con Abigailley enhebrando un Dio di Giuda maravilloso, profundo, sentido, con un fraseo de maestro y encima, no ya arrodillado como marca el libreto, sino tumbado directamente boca abajo. Y es que donde Domingo no tiene prácticamente rival es en su instinto dramático, en su enorme expresividad, en la intensidad de sus recitativos, en su capacidad como actor cantante y en su conocimiento de lo que es el canto verdiano. Pocos habrá como él que sepan expresar con tal convicción dramática la evolución del rey babilónico, desde el tirano invasor, al demente que se cree un dios y al converso arrepentido. La humanidad y crueldad del personaje son dibujadas por Domingo con ese talento operístico irrepetible que sigue haciendo que, pese a todas las faltas que se pueden y deben poner a su interpretación vocal, yo siga saliendo del teatro con sensaciones encontradas.

El barítono, este sí de verdad, Amartuvshin Enkhbat, de nombre ciertamente imposible que suena a Rajoy, pazdescanse, felicitando las pascuas comiéndose un polvorón, interpretará el rol del rey babilonio los días 14 y 16. Me ha llamado la atención leer en algunos medios que este será el debut del barítono mongol (con perdón) en Valencia, cuando no es cierto. Ya debutó en Les Arts en un papel verdiano en 2012 interpretando el Monterone en Rigoletto, e incluso en una de las funciones asumió el papel protagonista. Como Monterone hace siete años no me gustó nada, mostrando una de esas emisiones atrasadas cuasi anales, pero me están hablando muy bien de él ahora y es francamente fácil que, en cuanto a ajuste vocal, lo haga mejor que Domingo, en el resto de facetas lo dudo. Lamentablemente no creo que pueda verle, ya que no queda ni una entrada, pero alguien nos lo contará. Ayer, por cierto, se encontraba en la sala y aprovechó el descanso para fumarse medio paquete de cigarrillos tomando el fresco.

Volvía también a Les Arts Anna Pirozzi en el papel de Abigailleque ya interpretase en 2015. No hay duda de que la Pirozzi es una de las grandes Abigaille de la actualidad y de las pocas artistas que pueden hacer frente a este diabólico rol con garantías. Ayer lo volvió a demostrar convirtiéndose, junto al coro, en lo más destacable de la velada. Su voz grande, corpórea, robusta, se imponía fácilmente a la orquesta y corría, timbrada y bellísima, por la sala con poderío, al tiempo que se adornaba en los momentos más líricos regulando intensidades y con un inteligente uso de las medias voces y pianísimos. Su fraseo intencionado derrochaba sentido dramático, cincelando todas las facetas del personaje, desde la autoridad y el odio, al abatimiento final. Todo lo corta que quizás se quede como actriz, lo compensa sobradamente con su expresividad vocal. Imponente estuvo en su Anch’io dischiuso un giorno y supo afrontar también con tremenda solvencia los saltos interválicos y la coloratura, como en la cabaletta Salgo già del trono. Quizás en la zona más alta algún agudo quedó un poco chillado, pero, como ya dije en mi crónica de 2015, pocas Abigaillehay que no chillen en algún momento. Bravissima.

Completando el trío protagonista, el rol de Zaccariafue interpretado por Riccardo Zanellato. El bajo italiano conoce bien la escritura verdiana, no en vano ha trabajado con Muti en diversas ocasiones, y frasea con intención, buen legato y acentos nobles. En su preghiera se mostró realmente emocionante. El problema es que carece del peso vocal preciso para este personaje y su voz se presenta clara en exceso y corta de proyección, lo que hacía que en los concertantes pasase desapercibido.

Otro viejo conocido de Les Arts es el tenor Arturo Chacón-Cruz, quien en 2017 fuese el Alfredo de La Traviata también junto a Plácido Domingo. Yo no sé qué le ve a este chico Domingo o quien sea responsable de su contratación. Digo Domingo porque es muy habitual que coincidan juntos en escena, con lo que entiendo que Plácido igual tiene algo que ver en el tema. Si lo que quieren es que cuando cante Chacón-Cruz nos acordemos del joven Domingoy le echemos de menos, lo han conseguido. Ayer el joven tenor mejicano interpretó el papel de Ismael y como en anteriores ocasiones, no me gustó demasiado. Su entrega vocal siempre es irreprochable, pero la voz presenta tiranteces y un centro bastante mate. Se mueve con cierta comodidad por la franja aguda aunque con algunos sonidos abiertos y recurriendo en más de una ocasión al portamento. El fraseo tampoco es nada refinado, y en escena, aunque hace muchos aspavientos y gestos, su expresividad es apenas mayor a la de un botijo toledano.

Por su parte, la soprano Alisa Kolosova fue la encargada de encarnar a la hija de Nabucodonosor, Fenena, con una voz grande, de bello timbre, que incluso en ocasiones se imponía en volumen a la de Pirozzi, como el terceto del primer acto,  y en la que posiblemente se echó en falta un mayor refinamiento en el fraseo. En pequeños papeles comprimarios destacó por encima de todos un estupendo Dongho Kim como Gran Sacerdote, exhibiendo una voz poderosa con la que casi me atrevo a decir que podría haber sido un mejor Zaccaria que Zanellato. Muy bien estuvo también Sofía Esparza como Anna y cumplió correctamente Mark Serdiuk como Abdallo.

La sala principal de Les Arts presentó la mejor entrada de la temporada. Lleno absoluto, con notable presencia del paisanaje valenciano y de esos personajes que no los sueles ver en la ópera si no viene la reina emérita o canta Plácido, pero que les conoces porque salen en revistas tipo Hello Valencia, en todos los eventos sociales, no sé si bronceados o con la cara untada de Nocilla y poniendo gesto de Joker con colitis. Políticos locales por supuesto apenas había, no fuera a acusarles alguien de que estaban apoyando a Domingo. Sí que me dijo alguien que estaba la directora general de Cultura, Carmen Amoraga, miembro del Patronato. Durante la representación y pese a los consabidos avisos, sonaron varios móviles, como siempre; los tísicos también acudieron en cuadrilla; y por supuesto no faltaron los canturreos acompañando el Va pensiero. Se aplaudió todo lo que sonaba a chimpún, se braveó insistentemente a Domingo tras el Dio di Giuda y, al finalizar la representación y la performance del Viva Verdi, las ovaciones fueron generalizadas para todos, incluyendo la dirección de escena.

También durante esos aplausos finales hicieron acto de aparición unos papeles pequeñines y cursis lanzados desde los pisos altos con frases de agradecimiento a Plácido Domingo. Y no faltó tampoco a su cita ese señor mayor que se coloca durante esos aplausos finales en la platea, en el cogote del director de orquesta, y les lanza ramos de flores a los cantantes cuando saludan, con una fuerza digna de Popeye y una precisión milimétrica. Si en Tokio 2020 hacen olímpico este deporte, no voy a decir el oro, pero el pódium lo tenemos garantizado.

Bueno, pues esta es mi crónica de Nabucco y otros aconteceres. Si alguien ha aguantando leyendo hasta aquí que me perdone el rollo y espero que no se sienta desanimado para acudir a disfrutar en Les Arts de un notable espectáculo operístico, sólo por la Pirozzi y el coro ya vale mucho la pena. Y, pese a todo lo que he dicho, yo ayer me lo pasé muy bien.

viernes, 25 de enero de 2013

"I DUE FOSCARI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 24/01/13

Este año, en el que se celebra el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el Palau de les Arts de Valencia tiene prevista la representación de dos óperas del autor italiano (“I due Foscari” y “Otello”), más “Rigoletto” que abrió la presente temporada el pasado mes de noviembre. Ayer tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “I due Foscari”, una composición de juventud perteneciente al periodo conocido como “años de galeras”, que, si bien no puede encuadrarse entre las obras maestras de Verdi, sí que atesora méritos suficientes como para tener una mayor presencia en los escenarios operísticos de la que tiene. Podéis leer un estupendo análisis de la misma pinchando aquí.

La presencia del veterano cantante Plácido Domingo debutando un nuevo papel de barítono, en este caso el de Francesco Foscari, constituía el principal aliciente de esta coproducción entre el coliseo valenciano, el Theater an der Wien, la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Ópera de Los Ángeles, donde ya se representó el pasado mes de septiembre. Pero ni el protagonismo de Domingo consiguió evitar que el teatro valenciano presentase una entrada paupérrima para ser una noche de estreno. Apenas media entrada, con los pisos superiores prácticamente vacíos. Quiero volver a reiterar aquí que quizás sea hora de plantearse el hecho de que las entradas para los días de estreno dejen de ser más caras que para el resto de representaciones. Para los artistas, el panorama de un estreno en un teatro medio vacío es deprimente; y está visto que el público prefiere esperarse a otras funciones de precio más reducido y donde además el espectáculo ya ha rodado y hay un mayor ajuste.

La producción presentada ayer cuenta con la dirección escénica del norteamericano Thaddeus Strassberger, con escenografía de Kevin Knight, el vestuario de Mattie Ullrich y la iluminación de Bruno Poet.

La puesta en escena se caracteriza por una ambientación oscura, a veces demasiado, acorde a la sombría trama del drama verdiano representado. La escenografía nos presenta estructuras y edificios semiderruidos apuntalados y montañas de escombros, posiblemente simbolizando todo ello una sociedad en descomposición dominada por un poder político corrupto donde las ambiciones personales prevalecen sobre la justicia. Incidiendo más en todo esto, se pone un énfasis, a mi juicio excesivo, en la vertiente más gore, con gratuitas imágenes de tortura y violencia en esas lóbregas mazmorras propias de las aventuras del Capitán Trueno.

El vistoso y colorido vestuario es lo único que aporta un cierto grado de luminosidad en medio de todo este oscuro y tétrico ambiente de los entresijos del poder que desprende una general fealdad. Por eso, causaba cierta gracia ver a Jacopo Foscari  colgado en una jaula y añorando su ciudad mientras esta se presenta como un montón de desechos.

Entre lo más positivo destacaría el uso de la iluminación para remarcar determinadas escenas con inteligencia, como en el terceto del segundo acto. También me gustaron las proyecciones, con algunas frases alusivas al drama, mientras sonaba la música al inicio de cada acto. Por el contrario, la escena de carnaval me pareció muy pobre y aquello más que el Carnaval de Venecia parecía una feria de pueblo, eso sí, con exhibición del últimamente omnipresente tragador de fuego que debe estar en plantilla de Les Arts. Pero, sobre todo, si algo me disgustó de esta propuesta escénica es que no comprendí a qué venía el detalle final de apartarse absurdamente del libreto original haciendo que, tras la muerte de los dos Foscari del título, Lucrezia ahogue en un charco al hijo mayor de Jacopo. Un disparate majadero sin igual.

Al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, tras el glorioso paréntesis en el que pudimos disfrutar de la maestría de Riccardo Chailly, volvió a colocarse su director titular Omer Meir Wellber. Tengo que decir que su trabajo me gustó bastante más que en “Rigoletto”, y, en conjunto, creo que fue positivo, aunque, una vez más, me volvió a dejar con la sensación de que su dirección peca de caprichosa. No consigue transmitirme un concepto unitario en su labor de batuta, aplicando tempi y volúmenes que en muchos momentos parecían seleccionados al azar, combinándose explosiones temperamentales de atronadores efectos sonoros y velocidades supersónicas, con algunos detalles líricos más reposados, pero no necesariamente conectados con lo que sucedía en escena. Su dirección vehemente y nerviosa volvió a atropellar en muchos momentos a los cantantes, y el descontrol, especialmente con Magrì y con el coro en sus primeras intervenciones, fue evidente en más de una ocasión. Este hombre debería tomarse una tila y respirar un poquito más con los cantantes. Por el contrario, pese a que otras veces en los concertantes ha patinado, ayer, en el que cierra el acto segundo, llevó a cabo una labor espléndida, alcanzándose uno de los momentos más bellos de la noche.

Los músicos de la Orquesta de la Comunitat Valenciana volvieron a mostrar un comportamiento ejemplar, con alardes de virtuosismo por parte del clarinete de Tamás Massànyi, magníficas intervenciones de Cristina Montes al arpa, y un espléndido inicio del segundo acto con el violonchelo de Guiorgui Anichenko y el solista de viola, al que no pude identificar.

Irreprochable también, una vez más, la labor del Cor de la Generalitat, mostrando un gran poderío en la escena final y derrochando belleza en la intervención de las voces femeninas en la cavatina de la soprano.

Como decía al comienzo, el principal aliciente era la presencia en el escenario de Plácido Domingo en el papel de Francesco Foscari. El número 140 de su carrera, que se dice pronto. Y con eso creo que ya se dice todo. Un señor con semejante currículo, siendo por derecho propio uno de los mejores cantantes de la historia de la ópera, y pisando los escenarios a los setenta y tantos años con un dominio de las tablas impresionante y una voz con impropia frescura, se merece todo mi respeto. Como ya he manifestado en otras ocasiones en que he comentado intervenciones de Domingo como barítono, si comparamos, desde el punto de vista de la ortodoxia canora, el rendimiento del madrileño con otros barítonos de referencia, es obvio que Domingo sale trasquilado. Lo quiera él o no, su voz sigue siendo de tenor. Su zona grave se muestra demasiado desguarnecida como para afrontar por derecho estos papeles, de ahí que se le vea forzado e incómodo en muchos momentos e incluso se vea tapado por la orquesta, aunque en cuanto la tesitura sube, su timbre vuelve a brillar con luz propia.

Pero, si nos olvidamos de la ortodoxia y nos centramos en el puro espectáculo operístico, el señor Domingo no defrauda. Solventa las carencias con efectivos ardides de viejo tahúr y el animal escénico que es te seduce sin paliativos con la fuerza dramática y la pasión de la que siempre hace gala en escena. Además, especialmente en su primera intervención y en la escena final, exhibió un fraseo de auténticos tintes verdianos, con musicalidad, un legato de reglamento, perfecta dicción y expresividad por arrobas. Por si faltaba algo, murió en escena rodando cual Victorino sin puntilla, con tal credibilidad que llegué a temer por su integridad física.

El papel de Jacopo Foscari fue interpretado por el tenor siciliano Ivan Magrì, a quien ya tuvimos ocasión de ver como Duca en “Rigoletto”. Volvió a mostrar parecidos defectos y virtudes a los de entonces, aunque esta vez me gustó algo más. Su timbre no es precisamente bonito, muy metálico, con un centro donde presenta un vibratillo caprino que afea un tanto su emisión. Destacó nuevamente en su facilidad para la subida al agudo, con potente volumen, pero sus escasos intentos por enhebrar medias voces o matizar su fraseo se topaban con una pérdida de la impostación. Tuvo un buen comportamiento en escena pese a tener que cantar casi permanentemente enjaulado y sobre todo se entregó a su personaje de forma valiente y apasionada haciendo creíble el papel.

La hasta ahora desconocida soprano china Guanqun Yu, ganadora de la última edición de Operalia asumió el rol de Lucrezia Contarini, un papel mucho más exigente de lo que puede parecer, ya que tiene que mostrar sobrada suficiencia tanto en la zona grave como aguda, debe ser solvente en las agilidades y tener fuerza dramática y capacidad para el matiz. Pero, lamentablemente, pocas cosas de estas demostró ayer la china. Tiene una voz lírica de matices muy bellos, brillando la emisión en la zona alta, pero de graves anda cortísima, las agilidades fueron deficientes, en su aria caló reiteradamente, resultaba fría, inexpresiva y sin emoción, y su dicción fue pésima. Pese a todo fue aplaudidísima.

El bajo italiano Gianluca Buratto, como Jacopo Loredano, posiblemente el único de los cantantes principales cuya voz se ajustaba a los requerimientos del papel, tuvo una actuación en la que destacó su poderosa y rotunda voz grave. El tenor valenciano Mario Cerdá fue un Barbarigo que brilló en su intervención final manifestando la inocencia de Jacopo; y los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Marina Pinchuk (Pisana), Pablo García López (Soldado) y Mattia Olivieri (Siervo), tuvieron también unas correctas actuaciones, destacando la potente voz de este último.

Al final, un público más frío y cuchicheador que de costumbre, brindo una ovación de gala a Plácido Domingo, a quien lanzaron numerosos ramos de flores que fueron a parar todos ellos al foso, estando uno a punto de dejar tuerta a la solista de fagot. Fueron también muy ovacionados el resto del elenco, especialmente, como decía antes, la china Guanqun Yu. Y también hubo tibios aplausos para la dirección escénica, pese a un escaso “buuu” aislado de un francotirador.

Quiero expresar aquí mi satisfacción y pública felicitación al encargado de bajar el telón en el Palau de les Arts que ayer, por fin, esperó a que finalizase completamente la música antes de iniciar su descenso, con lo que se evitaron los anticipados aplausos de los nerviosillos de turno.

Esta vez no hubo a la entrada protesta de los trabajadores del Palau de les Arts. Parece ser que han optado por suspender temporalmente las mismas en tanto esperan que la nueva Consellera de Cultura les escuche, como prometió al ocupar el cargo. Ojalá todo acabe solucionándose satisfactoriamente, se olviden del ERE y ese engendro llamado Culturarts no engulla la Fundación Palau de les Arts.

No quisiera finalizar sin animar a todo el que esté indeciso, por desconocer “I due Foscari”, a que acuda al Palau de les Arts. Si ver en escena a un mito de la historia de la ópera como Plácido Domingo no es aliciente bastante, le añadiría que esta obra tiene momentos bellísimos y, sin duda, lo pasarán bien.


video de PalaudelesartsRS


video de PalaudelesartsRS

Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.

Y si alguien está interesado, el próximo miércoles 30 de enero, a las 19.30 horas, la Asociación Amics de l'Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana dará una charla sobre "I due Foscari" en los locales de la Real Sociedad Valenciana de Agricultura y Deportes (calle Comedias nº 12, 46003 Valencia). La entrada es gratuita.