Mostrando entradas con la etiqueta Verdi. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Verdi. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de febrero de 2019

"I MASNADIERI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 06/02/19


Ayer, 6 de febrero, se representó en el Palau de les Arts la primera función de ópera del año 2019, con el estreno de I Masnadieri, de Giuseppe Verdi. Este es un dato bastante lamentable. Que hayamos estado en València 52 días, desde la última Flauta Mágica del 15 de diciembre, sin una sola representación de ópera de temporada, en un mes como el de enero, de máxima actividad operística en cualquier teatro medianamente serio, es preocupante.

Esta era una práctica habitual durante el mandato Livermore, ya que el ex intendente aprovechaba tradicionalmente ese mes para dedicarse a sus bolos presentando en otros teatros producciones suyas como director de escena. Este año no sé realmente por qué se ha vuelto a dejar enero en blanco. En cualquier caso, es una temporada de transición que fue montada tras la dimisión de Livermore mientras se esperaba el nombramiento del nuevo responsable de la dirección artística; así que confiemos en que esta sea una de las cosas que remedie a partir de la próxima temporada el nuevo equipo gestor comandado por el señor Jesús Iglesias Noriega.

Iglesias parece que el 1 de enero se ha incorporado ya definitivamente a su despacho en Les Arts y la entrada no ha podido estar rodeada de menos tranquilidad. Se encontró con la dimisión de Inmaculada Pla como Directora General a los 18 días de su nombramiento, después con una nota del Comité de Empresa del teatro acusando a sus gestores de incompetente gestión y falta de rumbo y, por si teníamos poco, el pasado martes se hizo público el anuncio de convocatoria de huelga por parte del Cor de la Generalitat. De momento la huelga está convocada para las dos últimas funciones de I Masnadieri, los días 15 y 17 de febrero; para el concierto del 7 de marzo en conmemoración del 600 aniversario de la Generalitat; y para todas las funciones de Iolanta y La malquerida.

La amenaza de huelga del Cor venía ya rondando desde las funciones de Tosca de la primavera pasada. Finalmente parecieron tranquilizarse las aguas, estableciéndose una comisión de seguimiento y continuando las negociaciones entre representantes de la empresa y de los trabajadores, pero la administración autonómica les ha sorprendido ahora sacando la convocatoria de las plazas de todos los componentes del coro a oposición, poniendo así en riesgo el mantenimiento mismo de la formación y dejando en evidencia la palabra del conseller Marzà cuando les aseguró recientemente que se tendría en cuenta la singularidad del coro a la hora de tomar decisiones sobre la consolidación de sus plazas que sería paulatina y no traumática.

Veremos cómo acaba esto, aunque entre la estulticia de algunos y el cabreo de otros, la cosa no parece pintar bien. Después de tanta tomadura de cabello y buenas palabras que siempre han sido seguidas por malas acciones de la administración, sería lógico pensar que los componentes del coro no se chupen el dedo y les cueste bastante fiarse ahora de cualquier nueva promesa… pero, en fin, seguiremos confiando en la capacidad negociadora de las partes y en que alguien imponga una brizna de sentido común en los representantes públicos que están a punto de conseguir cargarse un pilar cultural fundamental de la Comunidad Valenciana como es el Cor de la Generalitat, afectando además de manera directa a la línea de flotación del proyecto de futuro del Palau de les Arts, que, si acaba por perder la calidad de sus cuerpos estables (orquesta y coro) que han sido hasta ahora un referente en España, dejará de tener sentido. Habrá que estar atentos pues a ver qué papel mediador puedan jugar, o no, el nuevo director artístico o el Patronato de Les Arts. Seguiremos atentos el culebrón.

Pero bueno,  ciñéndome ya a mis impresiones de la función de ayer, después de la polémica generada por La flauta mágica que abrió la temporada, la producción de I Masnadieri presentada anoche obtuvo un éxito bastante considerable. Más por el apartado musical y vocal que por una puesta en escena que más bien pasó sin pena ni gloria, lo cual no es que sea algo positivo, pero viendo el escandalazo anterior casi que igual hay quien salió más contento que unas pascuas. Se trata de una coproducción del Teatro San Carlo de Nápoles y La Fenice de Venecia con dirección escénica de Gabriele Lavia, aunque ha sido Allex Aguilera el encargado de dirigir esta reposición, con la escenografía de Alessandro Camera, vestuario de Andrea Viotti e iluminación de Allex Aguilera y Nadia García.

Toda la acción se desarrolla en un único espacio escénico que recuerda a una nave industrial abandonada, configurado por una especie de bosque donde los árboles son focos y enmarcado por unos muros con grafitis y la leyenda Libertà o Morte de fondo. Un viejo sillón y una enorme cruz que desciende en la escena del sepulcro de Massimiliano son los únicos elementos escenográficos en ese espacio. Aunque escuché bastantes comentarios positivos, posiblemente debidos a la resaca flautista, a mí me pareció estéticamente bastante feo todo. Pero eso de la fealdad o belleza es algo subjetivo y además no creo que sea lo peor. A mi juicio lo más negativo de la propuesta escénica es lo poco que se lo curran.

Es verdad que el libreto de Maffei es absurdo e insustancial como pocos y posiblemente plantee no pocos problemas de concepto escénico, pero aquí la solución adoptada parece ser no afrontar esos retos dramatúrgicos y dejar que todo se desarrolle en un único espacio, con el agravante de que la dirección y movimiento de actores brilla por su ausencia y la mayor parte del tiempo parecen dejados a su suerte. Si, como es el caso, los cantantes tampoco son precisamente Sarah Bernhardt y Laurence Olivier, pues el impacto de la acción dramática viene más dado por la música que por el trabajo actoral que me pareció bastante pobre. Eso sí, al pobre Ruciński le hacen pasarse toda la ópera moviéndose con la pata tiesa (con perdón). Este inconsistente trabajo de actores llama la atención especialmente por la condición de actor, director de cine y director teatral de Gabriele Lavia que aquí francamente parece haberse querido complicar la vida muy poco.

No pude evitar recordar anoche el modesto Barbiere di Siviglia que se ofreció la pasada semana en versión semi escenificada en el Auditori por los amigos de la Fundación Eutherpe, donde, con una escasez de medios enormes y un espacio nada favorable, pero con un trabajo cuidadoso e inteligente de Kike Llorca y unos jóvenes artistas entregados, se consiguió meter plenamente en la obra al espectador y transmitir el espíritu de la ópera de forma idónea.

En la parte negativa de la propuesta de Gabriele Lavia consignaría también los focos que deslumbran al espectador (si me dieran un euro por cada vez que he renegado de esto, tendría ahora una piscina como la del Tío Gilito) y el exceso de humo que ahoga al que todavía no ha quedado cegato. El vestuario de los bandidos con cueros, fular de colores y sombreros de copa era casi tan absurdo como feo. Aunque para feo el tropel de punkis zombis que acompañan a Francesco en el acto II.

Sí que hubo cosas que me gustaron, como algún efecto luminoso, pese a la quemadura de córneas y, sobre todo algo enormemente positivo y de aplaudir sin reparo: que nos dejasen disfrutar de la preciosa obertura y el estremecedor solo de chelo sin proyecciones, actores haciendo el memo, ruidos improcedentes, ni pamplinas. Telón bajado, sala oscura y la música de Verdi. Esa es la mejor forma de ambientar al espectador y empezar a introducirle en el drama musical que se avecina.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado que este año se va a inflar a dirigir funciones como despedida de su condición de director titular de la casa. Parece ya absolutamente confirmado que no renovará como tal cuando finalice su contrato, aunque se ha anunciado el deseo de Les Arts y del propio director para que su presencia en València en futuras temporadas quede garantizada como uno de los directores invitados. También ha confirmado Jesús Iglesias que la próxima temporada la orquesta continuará sin director titular. Ese es otro de los problemas prioritarios que debería solucionar el nuevo director artístico, anunciando tan pronto como sea posible un nombre relevante para sustituir a Abaddo si no quiere que continúen las deserciones en la Orquestra de la Comunitat Valenciana y su calidad se vea mermada de forma irreversible.

Por el momento, la calidad de la agrupación sigue estando ahí y ayer se lograron algunos momentos muy relevantes para el lucimiento de los solistas, especialmente de Rafal Jezierski con ese maravilloso violonchelo que lleva a sus espaldas todo el peso de la obertura y que consiguió poner los pelos de punta a la platea desde los primeros compases. También destacó la cuerda en la bellísima introducción al acto II, el diálogo de arpa y flauta en Lo sguardo avea degli angeli”  y durante toda la obra fue memorable la asociación de las maderas, con gran inspiración en flautas, fagot, clarinete y oboe, este último a cargo de un Christopher Bouwman que ya ha anunciado oficialmente que el año que viene estará en la Israel Philarmonic Orchestra, otra pérdida muy dolorosa para nuestra orquesta.

La partitura de I Masnadieri responde a un esquema todavía bastante primitivo de Verdi, con sus números cerrados, sus recitativos, arias y cabalettas y una orquestación todavía lejos del refinamiento de sus más maduras creaciones. No obstante es innegable la belleza musical de muchos momentos y el sustento dramático que impregna buena parte de sus pentagramas. A mí me gustó bastante el trabajo que llevó a cabo ayer Roberto Abbado. Tuvo un cuidado exquisito con los cantantes, especialmente con la soprano a quien llevó en bandeja en los pasajes más peliagudos. Supo imponer brío, ritmo y un buen pulso dramático donde los acentos verdianos no se desdibujaban. Combinó con inteligencia la morbidez de los fragmentos más líricos y la garra en los heroicos. Optó por situar al coro en el foso para algunos de los coros internos y creo que la decisión esta vez fue acertada. Considero que Abbado pasó ayer la prueba con nota una vez más. Estoy convencido de que no es el director que necesita la Orquestra de la Comunitat Valenciana para evolucionar y consolidarse, pero lo que no se le podrá negar al director italiano es su honestidad y los buenos resultados que, en líneas generales, ha obtenido en València.

Que la ópera se llame I Masnadieri y no Ahí viene Carlo de Moor el pecador de Sajonia, por ejemplo, pone de manifiesto la importancia que tiene el coro en esta obra. El Cor de la Generalitat estuvo de nuevo sobresaliente y ni siquiera las malas noticias que les han llevado a convocar la próxima huelga, impidieron que disfrutásemos de su enorme calidad. El protagonismo de sus componentes masculinos brilló en el acompañamiento a la cabaletta del acto I “Nell'argilla maledetta” o en el “Noi meniam la vita libera” del III y se mostró poderosísimo en momentos como el “Su fratelli” que cierra el acto II o en el coro del juramento. Las mujeres tienen una actuación mínima, pero aún así quisiera destacar dos aspectos, la homogeneidad, equilibrio y claridad que se apreció en su interno del inicio del acto II y la belleza en la ejecución muy matizada de su intervención desde el foso.

El reparto de solistas vocales mantuvo un nivel general bastante bueno, aunque hubo un intérprete que estuvo muy por encima del resto, el barítono polaco Artur Ruciński, en su cuarta visita a Les Arts, si no recuerdo mal, tras sus participaciones en Manon, Eugene Oneguin y Don Pasquale, al que en esta ocasión le tocó afrontar uno de los personajes más detestables del repertorio, el malvado Francesco… y estuvo imponente. Reconozco que cuando me encuentro con un cantante que controla el fiato y se recrea en frases larguísimas, bien ligadas y con buena dicción y expresividad, ya me tiene conquistado, y anoche Ruciński dio toda una lección en ese terreno. Me da igual que a veces se le vaya la voz un poco atrás o que escénicamente le falte un poco de chispa; con acentos nobles, fraseo sentido y expresividad vocal dibujó un malvado barítono verdiano de muchos quilates, en una actuación a la que hay que añadir el mérito de ir todo el tiempo arrastrando la pierna estirada, que digo yo que acabaría con un dolor muscular importante. Fantástico en su aria de salida y especialmente en su gran escena del acto IV. Bravo.

Pese a que durante un tiempo se anunció en el papel protagonista de Carlo de Moor a Fabio Sartori, finalmente, sin que sepamos por qué no vino Sartori, el rol ha sido asumido por el tenor Stefano Secco. Fue el que menos me convenció de todo el elenco. Presentó tirantez arriba, una emisión no del todo limpia en su aria de entrada y sobre todo un recurrente empleo de portamentos y empujones de voz que afearon un fraseo en el que, por otra parte, mostraba legato y estilo, pero huérfano de belleza.

La también italiana Roberta Mantegna fue una Amalia muy digna en un papel que es un auténtico campo minado lleno de trampas, escrito para el virtuosismo de la mítica soprano sueca Jenny Lind. Cantó Mantegna con delicadeza y buen gusto, con algunos matices interesantes y bien en el plano expresivo. Peor lo pasó con trinos y agilidades, pero como decía antes, solventó la papeleta muy dignamente, con timbre atractivo, suficiente volumen y homogeneidad de registros. En su debe hay que consignar que no apartase la mirada en toda la función de Roberto Abbado, desluciendo así sus prestaciones escénicas.  

El veterano Michele Pertusi fue un Conde de Moor de irreprochable acento verdiano, bello timbre, noble fraseo, perfecta dicción y gran sabiduría escénica; los problemas vienen con un cierto desgaste vocal que empieza ya a mostrarse y un volumen limitado que le impedía a veces superar la orquesta.

En papeles menores estuvieron mucho mejor de lo que me esperaba el Moser de Gabriele Sagona, Bum Joo Lee como Arminio y Mark Serdiuk como Rolla. Pese a alabar su desempeño no entiendo por qué para estos comprimarios no se tira del fondo del Centre de Perfeccionament.


Como muchos nos temíamos, el reclamo de Verdi no fue suficiente para conseguir llenar el teatro con un título muy desconocido para el gran público. Y esto es algo que no consigo entender. Precisamente si la obra es menos conocida debería motivarnos más a enfrentarnos con nuevas propuestas, pero parece que hay gente que sólo está dispuesta a ver todos los años lo que se sabe de memoria. En fin… Bastantes huecos en la sala, pero creo transmitir el sentir general si digo que los que fuimos nos lo pasamos estupendamente. Al final fueron ovacionadísimos Ruciński, el coro y la orquesta, habiendo grandes aplausos para el resto del elenco. La curiosidad final que no he conseguido aún aclarar es por qué no salió nadie del equipo escénico a saludar…¿flautitis aguda?...

Bueno pues hasta aquí esta primera crónica del año. Si os estáis pensando si vais o no a conocer a estos bandoleros verdianos, mi consejo es que lo hagáis, seguro que descubrís una partitura con muchas más sorpresas de las esperadas, un equipo vocal muy solvente y un coro espectacular que merece nuestro apoyo más que nunca.




ACTUALIZACIÓN A 11/02/19:
Los trabajadores del Cor de la Generalitat han acordado hoy desconvocar los paros que habían anunciado para las dos últimas funciones de I Masnadieri, los días 15 y 17 de febrero; para el concierto del 7 de marzo en conmemoración del 600 aniversario de la Generalitat; y para todas las funciones de Iolanta y La malquerida. Se supone que mañana se comunicará oficialmente la desconvocatoria al Tribunal d'Arbitratge Laboral (TAL) tras haber aceptado la Conselleria de Cultura que la regularización de la plantilla se lleve a cabo de forma progresiva y no sacando la totalidad de las plazas a concurso oposición.

Una muy buena noticia que espero se confirme definitivamente y ayude a garantizar la estabilidad de los miembros del Cor de la Generalitat y el mantenimiento de su excelencia artística.

jueves, 29 de marzo de 2018

"IL CORSARO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 28/03/18


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts una nueva producción de Il Corsaro de Verdi, una obra que no es nada habitual verla representada. Baste decir que su estreno en España se produjo en el Liceu en versión concierto en el año 2004 y no sería escenificada en nuestro país hasta el año 2010 en Bilbao. Fuera de nuestras fronteras tampoco es frecuente su presencia en los teatros de ópera, así que ya sólo por eso la cita con esta poco conocida composición verdiana presenta un indudable interés.

Reconozco que a priori me hacía bastante poca ilusión, sobre todo después de mi anterior experiencia en Les Arts con la inaguantable Il Mondo della luna de Haydn. Pero bueno, el caso es que al final la experiencia no fue tan mala como la del tostón lunero; para empezar su duración es casi una hora inferior a aquella, lo que ayuda mucho, y, sin ser tampoco el recopetín, aquí todo fluye mejor. La obra es todavía un Verdi primerizo, muy deudor del belcantismo, con cánones encorsetados donde el genio del compositor no se plasma aún en toda su intensidad, pero reconozco que cuenta con algunos momentos destacables como pinceladas que apuntan ese particular estilo con el que alcanzará poco después las cimas de la ópera italiana.

En cualquier caso, su mayor lastre, a mi juicio, es un libreto bastante idiota, con unos personajes más planos y estereotipados que Pierre Nodoyuna y Penélope Glamour. Más allá de los valores literarios que sin duda contendrá la obra The Corsair de Byron, en la que se basa la ópera, la adaptación del libreto de Piave y la historia en sí me parecen bastante memas y con buenas dosis de pesadez.

Para la ocasión se ha decidido apostar por una producción propia que se ha coproducido con la Opéra de Monte-Carlo, encargando la dirección escénica a la alemana Nicola Raab, quien ya pasó por Les Arts hace 6 años con la Thaïs de Massenet. Como suele ser habitual en los trabajos de Raab, el atractivo visual de la puesta en escena pretende ser el principal protagonista, dejando un poco más descuidado el apartado dramatúrgico. Ayer la propuesta escénica no me convenció en ninguna de sus facetas y no debí ser el único descontento pues en los saludos finales se escucharon no pocos abucheos.

Raab opta por plantear la historia como una fantasía del propio Lord Byron mientras  escribe The Corsair. De ahí que el personaje de Corrado-Byron esté prácticamente todo el tiempo en escena. Esa idea inicial, aunque esté más vista que Verano Azul, no deja de tener cierto interés e incluso llega a funcionar por momentos, aunque son más los pasajes en los que este planteamiento conduce a situaciones absurdas e incomprensibles si no conoces el libreto al dedillo, cosa que no creo que sea habitual en una obra tan poco representada como esta, como esa pelea de Corrado contra nadie mientras a su espalda Seid cae muerto y se levanta reiteradamente; o que Medora en el primer acto ya se chupe el veneno que acabará con su vida en el tercero.

La acción se desarrolla la mayor parte del tiempo en dos planos, el más cercano al espectador sería el de Byron mientras crea su obra y comprueba cómo evoluciona la historia y los personajes; y tras él se desarrolla el drama que surge de su mente, en otra dimensión. Al final, la muerte de Corrado será planteada como el atrapamiento de Byron en ese plano de su propia creación mental. Esta distinción de planos se aprecia bastante bien en el aria de Medora y el posterior dúo, cuando ella parece atrapada tras unos velos de plástico sin que pueda acceder, pese a intentarlo, al “mundo real”. En otros momentos de la representación la distinción de estos mundos paralelos se limitará a plantar a Corrado-Byron mirando la escena. Al final todo se queda en una buena idea que no acaba de funcionar. Lamentable fue, por ejemplo, el resultado del aria de Medora, haciendo cantar a la soprano desde el fondo del escenario y tras los plásticos colgantes, mientras en primera línea el tenor nos obsequiaba con un ruidoso concierto de rotura de papeles muy bonito.

El punto fuerte de la propuesta, que se supone es el visual, tampoco me gustó. Las proyecciones alla Livermore no aportaban nada y la estética del harén de Seid, que supongo pretendía rememorar el orientalismo de la pintura del XIX (Delacroix, Ingres, Fortuny…), se convirtió en un espectáculo viejuno y kitsch hasta empachar. Aquello parecía una función de colegio (de pago) o la tienda de Souvenirs Mohamed del Gran Bazar. Esos turbantes, babuchas, dorados… Para un Rossini bufo le hubieran ido al pelo, pero en un Verdi pretendidamente dramático chirriaban demasiado. Pocas cosas más patéticas y ridículas he visto últimamente que el presunto disfraz de derviche de Corrado del acto segundo. ¿Qué costaba haberse acercado a un Todo a 1€ del barrio y buscar algo menos risible que envolver al protagonista en una alfombra de mercadillo playero y plantarle un minúsculo fez?

Y en la dirección de actores la producción presentada alcanza ya la matrícula de honor del despropósito haciendo dejación absoluta de funciones, con un planteamiento plano donde, a partir de dos o tres ideas, el resto se deja a la buena de Alá. El colmo de la inoperancia se puso de manifiesto con el movimiento del coro. Vaya diferencia entre el exhaustivo trabajo al que tuvo que hacer frente la agrupación en el reciente Peter Grimes, con esta pantomima en la que las únicas indicaciones parecían ser: “coro a escena - coro fuera de escena”, haciéndoles avanzar por unos pasillicos estrechos, cantar desde la trasera y quedarse todos más quietos que el peluquero de Puigdemont.

En definitiva, pienso que nos encontramos ante una fallida propuesta escénica, rancia, fea, que dificulta seguir la ya de por sí absurda historia, que no favorece el apartado musical y que descuida la vertiente dramática.

De la dirección musical se ha encargado Fabio Biondi. Llamó mucho la atención desde el anuncio de la temporada que el director italiano, centrado en otros repertorios, afrontase un Verdi, por mucho que hablemos de un Verdi primitivo. Biondi, siempre dispuesto a buscar autenticidad en las interpretaciones, ha sorprendido esta vez a la platea de Les Arts subiendo el foso casi a la altura del escenario para, según ha afirmado, encontrar una relación fónica entre orquesta y voces que esté más cercana a lo que podía encontrarse el espectador del siglo XIX. Además de subir el foso, Biondi ha variado la disposición de los atriles, ubicando en el centro a chelos y contrabajos, a la derecha madera, metales y percusión, y a la izquierda violines, violas y arpa.  Cuando vi la original elevación del foso pensé que podría haber voces damnificadas, pero claro, no contaba con el hipogrito huracanado de Fabiano y Dyka. Quizás lo que ocurrió fue lo contrario, que se enteró Biondi de que cantaban estos dos vozarrones y subió la orquesta para que pudiéramos escucharla.

Al final, pese a las dudosas previsiones, me gustó bastante el resultado orquestal obtenido por Biondi. Está claro que la obra no es precisamente el colmo del refinamiento y la complejidad, pero dirigió con brío y buen pulso, remarcando con sensibilidad los instantes más líricos y consiguiendo un equilibrio muy notable. Enorme delicadeza mostró, por ejemplo, en el acompañamiento en pizzicato a la muerte de Medora. Trabajó con gusto las dinámicas y logró que la puntual mala disposición escénica de los cantantes no afectase al conjunto. Contó además con otra noche especialmente inspirada de los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana que supieron dejar detalles de su valía, como el clarinete de Tamás Massànyi en la obertura, el arpa en el aria de Medora, las flautas en el aria de Gulnara, el oboe de Christopher Bouwman en la entrada de Medora del tercer acto o el increíble sonido de los chelos, comandados esta vez por Arne Neckelmann, en la introducción orquestal a la segunda escena del acto tercero, a mi juicio, junto al Eccomi prigioniero! subsiguiente, el momento más bello, con diferencia, de esta ópera.

Volvieron a brillar sin reparos los miembros del Cor de la Generalitat pese a las majaderías escénicas que ya he comentado, a su breve participación en la obra y a pillarles este Corsaro en pleno proceso de reivindicaciones y protestas por la inaceptable precariedad laboral a las que les tiene sometida la administración autonómica desde hace años. Fantásticos los chicos en el coro de corsarios inicial y muy bien las chicas tanto en el coro de odaliscas, como en la escena final, en esa especie de coro de Morticias en el que les convirtió la regia.

Uno de los mayores reclamos de esta producción era la presencia como Corrado del tenor norteamericano Michael Fabiano, un cantante con presencia en los principales teatros de ópera desde sus inicios y que saltó especialmente a la fama tras ganar el premio Richard Tucker de 2014. Yo le he visto en algunas ocasiones en retransmisiones desde el MET y nunca me había acabado de convencer del todo. Ayer en directo me gustó más. Lo primero que llama la atención es el impresionante volumen que derrocha y su facilidad de emisión, con una bonita voz de tenor lírico que luce especialmente en el centro, cálida, clara, limpia y mostrando una valentía a prueba de bomba, afrontando el riesgo sin importarle las consecuencias, cosa que se agradece. Quizás flaquea un poco en la zona más aguda, así como con alguna puntual desafinación; pero el resultado general de Fabiano fue muy notable y conquistó sin reservas al público valenciano. A mí también, pero no fue quién más me gustó.

La gran sorpresa de la noche para mí fue la Medora de la impronunciable soprano Kristina Mkhitaryan. Belleza vocal y cautivadora presencia física caracterizaron una actuación impecable en un papel que, pese a su corta participación, bordó. Su timbre de sonoridades claramente eslavas, la riqueza expresiva y la sensibilidad mostrada tanto en su aria como, especialmente, en toda la última escena, me llegaron a recordar, perdóneseme la herejía, a la joven Netrebko. Me gustaría volver a ver a la joven cantante rusa en un papel de mayor extensión para corroborar mis impresiones.

A Oksana Dyka ya la conocemos bien en Valencia después de pasar por Les Arts como Butterfly y Tosca en 2009 y 2010. Vozarrón desaforado y temperamento siguen caracterizando a la soprano ucraniana a la que, sin embargo, he encontrado con un cierto desgaste que no sé si será consecuencia de haber estado frecuentando papeles de mayor peso de lo que su voz lírica aconsejaba. El recital de chillidos que nos ofreció ayer la Dyka fue digno de un Marathon Matrimoniadas. El poderoso agudo que posee queda muy deslucido con esta tendencia al grito y un timbre cada vez más hiriente, así como con el feo empleo de portamentos, como hizo ayer en su aria. Algo más moderada estuvo en la segunda parte, donde incluso apuntó un par de regulaciones, pero he de confirmar con Les Arts si finalmente sus gritos acabaron con toda la cristalería de la cafetería o quedó alguna copa sana.

El barítono italiano Vito Priante fue el encargado de dar vida al repelente y políticamente incorrecto personaje de Seid que, por si fuese poco, ayer fue obligado a vestir de mamarracho salido de una filà de moros de 8ª regional. Cumplió bien su cometido, aunque su escueto volumen e inconsistente emisión, con tendencia a cantar padentro, deslucía un papel que debe imponer un poco más de autoridad y que devino inaudible en gran parte de los concertantes. Además, vocalmente al lado de Dyka era como Mini yo con Pau Gasol. Se hacía muy difícil de creer que aquella tremenda odalisca de grito suelto estaba sojuzgada por este Pachá.

Bien el Giovanni de Evgeny Stavinsky y dignas de mención las breves intervenciones de los miembros del Cor de la Generalitat Ignacio Giner, Antonio Gómez y un estupendo Jesús Rita. Es de agradecer que para estos pequeños papeles se utilicen las buenas voces que tenemos en nuestro coro, en lugar de acudir, como se ha hecho tantas veces, a ignotos cantantes, generalmente italianos, fruto de paquetes (con perdón) 2 x 1 de agentes listillos.

La sala principal de Les Arts presentaba ayer un aspecto más que bueno, de lo cual me alegro, aunque internamente me siga entristeciendo que el nombre de Verdi, aunque sea en una operita como esta, venda más que una joya como Peter Grimes. En el casi lleno de ayer también influyó que el resto de funciones se van a desarrollar en plenas semanas Santa y de Pascua y algunos abonados optaron por cambiar su entrada al estreno. Se aplaudieron prácticamente todos los chimpún con bravos, bravi, brave y fervor de fan, aunque, curiosamente, al llegar el descanso los aplausos no pasaron de una tibieza que rozó la frialdad. Al finalizar la función hubo algo más de entusiasmo, especialmente con el tenor; y, como ya he comentado, se escucharon sonoros abucheos a la dirección de escena.

Se ha anunciado oficialmente que la función del próximo día 8 será retransmitida en streaming a través de www.OperaVision.eu con la colaboración de la Agencia Valenciana de Turismo y el canal Mezzo. Yo, en cualquier caso, como siempre, os animo a acudir en directo y a disfrutar de las cosas buenas que también tiene esta ópera, con dos voces muy notables y algunos momentos musicales destacables. Además es una oportunidad de conocer una obra muy inusual y, total, si no os gusta, al fin y al cabo estamos en semana de Pasión.



domingo, 11 de diciembre de 2016

"I VESPRI SICILIANI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/12/16


Anoche tuvo lugar, al fin, el inicio oficial de la temporada operística 2016-2017 en el Palau de les Arts, con el estreno de la ópera de Giuseppe Verdi I Vespri siciliani, un estreno que ha llegado envuelto en cierta polémica, debido a los reiterados cambios anunciados en los últimos siete días de la protagonista femenina prevista, lo cual no es precisamente una cuestión baladí en una ópera que tiene uno de sus principales atractivos en el complicadísimo papel de Elena.

El día 2 de diciembre, el Intendente Livermore anunció que la excelente soprano Anna Pirozzi cancelaba su participación por “prescripción médica ante su estado de gestación”, comunicándose que las funciones de los días 10, 16 y 18 de diciembre serían cantadas por la ucraniana Sofia Soloviy, mientras que los días 13 y 21 de diciembre lo haría la jerezana Maribel Ortega.

Como ya dije en este mismo blog, considero una falta de respeto al espectador que se tardase casi dos semanas en hacer público lo que ya se venía comentando en todas partes, sobre todo cuando Soloviy se encontraba ya varios días en Valencia ensayando y Pirozzi no había llegado a pisar el teatro.

Pero es que, en un triple salto mortal de la incompetencia y la improvisación, el pasado viernes, esto es, la misma víspera (valenciana) del estreno de estas Vísperas Sicilianas, Les Arts comunica que cambian las fechas anunciadas de las cantantes y así Maribel Ortega cantaría los días 10, 16 y 21 de diciembre y Sofia Soloviy el 13 y el 18... Impresionante. Homérico, como diría el bueno de Michaleen O'Flynn. Hubo gente que tras el anuncio de la cancelación de Pirozzi compró entrada para otras funciones para escuchar a las dos cantantes, y hay quien ahora se encuentra con que esos días han cambiado y va a escuchar a la misma…

Es verdad que los cantantes cancelan en todas partes, pero lo que ha pasado aquí no es normal. Para empezar, una cancelación por “prescripción médica ante su estado de gestación” no parece algo muy imprevisible o que a nadie se le haya pasado por la cabeza que podía ocurrir, pero no voy a entrar en eso; lo impresentable es que cuando todo el mundo sabía que Pirozzino venía, el teatro haya callado durante quince días hasta la rueda de prensa de presentación de la ópera. Y luego, lo de Soloviy y Ortega o es de record Guiness del mal fario o, lo que es más probable, una consecuencia más de improvisar y gestionar a palpón. ¿Ha podido surgir un imprevisto que provoque, como en cualquier teatro, que cambie la cantante del estreno?, puede ser, pero aquí se han bailado todas las fechas que habían anunciado hace apenas una semana. No es de recibo. No cuestiono que hayan surgido problemas e imprevistos, pero estoy convencido de que gran parte de estos movimientos tienen relación con no haberse hecho las cosas bien a la hora de cerrar los acuerdos con los artistas.

El problema es que las consecuencias de lo ocurrido no se han limitado a la anécdota de si finalmente el día de tu entrada canta Anna, Sofía o Maribel, sino que se ha inaugurado la temporada de Les Arts con una cantante de un nivel impropio para la relevancia del acontecimiento y de la obra presentada. Y, lo peor de todo, es que no fue lo único que no funcionó, ya que, lamentablemente, en mi opinión, anoche vivimos un estreno de temporada de serie B.

La producción elegida para la ocasión es una coproducción del Teatro Regio di Torino y ABAO-OLBE que cuenta con la dirección escénica de un turinés que se llama Davide Livermore, del que seguramente hayáis oído hablar. El polivalente Intendente de Les Arts ideó esta puesta en escena para conmemorar en 2011 el 150 aniversario de la unidad italiana en el teatro de su ciudad natal. Livermoretraslada la acción a la Sicilia de 1992, en concreto al brutal asesinato por la Mafia del juez Giovanni Falcone, su mujer y tres de sus escoltas, en lo que se conoce como la masacre de Capaci. El tratamiento que la prensa dio a aquellos hechos en Italia, lo utiliza Livermore para sustituir a los opresores franceses del libreto original por mafiosos y unos medios de comunicación manipulados por una clase política corrupta, que serían quienes actualmente tiranizan a la sociedad.

Al comienzo de la ópera, cuando un oficial francés obliga a Elenaa cantar y ella aprovecha para entonar un canto que eleve el valor del pueblo, Livermoretranspone la situación al momento que pudo verse en todas las televisiones del mundo, en el que la viuda de uno de los escoltas de Falcone habló en el funeral al dictado de un sacerdote y le apartaron el micrófono en cuanto se salió del discurso oficial.

Después, al comienzo del acto segundo, cuando Procidaregresa a Palermo y canta su famosísima aria Oh patria, Livermore nos presenta al personaje en la oscuridad, entre brumas que poco a poco se van disipando, hasta transformarse la escena en una reproducción de la imagen del atentado a Falcone, con los coches en el socavón provocado en la autopista por el explosivo, en uno de los mejores momentos escénicos de la producción.

Creo que todo ese inicio de ópera y la idea en general de Livermore es buena, tiene sentido y no es una mera ocurrencia para provocar o salir del paso. El problema es que no basta sólo con que la idea sea buena y la situación a la que se quiere adaptar el libreto mantenga relación con éste, sino que luego todo el texto y el desarrollo dramático han de tener cierta coherencia; y en este punto pienso que ya hubo más problemas, sobre todo a partir de esa entrada de Procida en escena, que como digo me pareció impactante. Es como si, una vez pasados esos momentos de la ópera que se ajustaban bien a lo que se quería contar, se hubieran acabado las ideas y el resto hubiera que hacerlo casar a empujones. No se puede, por ejemplo, mantener esa misma escenografía de los coches del atentado en la escena siguiente del acto, con el coro Viva la guerra, viva el amor, las novias sobre los coches y las bolsas de basura sobrevolando el escenario de la masacre. Toda la poesía anterior se rompió, consciente o inconscientemente, pero dando la impresión de que aquello ya no tenía mucho sentido. Tampoco creo que se haya adaptado bien a la escena la contraposición entre los coros de franceses y sicilianos del primer acto.

El baile de máscaras se desarrollará en un hemiciclo parlamentario en el acto siguiente, el cual finalizará con una proyección de imágenes de conocidos personajes de la historia y la cultura italiana, desde Cavour a Dario Fo, Fausto Coppi o Mastroianni, que acabarán fundiéndose con los colores de la bandera italiana. Y el quinto acto se iniciará en un plató de televisión con Elena cantando el conocido Bolero junto a unas Mama Chichos. La ópera concluirá de nuevo en el hemiciclo con el pueblo ocupando los escaños y arrancándose sus máscaras mientras aparece sobreimpresionado el artículo 1 de la Constitución italiana proclamando que la soberanía reside en el pueblo.

Por otro lado, en contra de lo que suele ser habitual en los trabajos del regista turinés, en esta ocasión pareció más descuidado el apartado de construcción de personajes y comportamiento actoral de los cantantes que muchas veces parecían dejados caer o colocados donde menos molestasen.

Ya digo que considero que la propuesta de Livermore responde a una idea interesante, con momentos bastante conseguidos, una buena iluminación e instantes atractivos visualmente. Reconozco que me esperaba que la cosa funcionase bastante peor y no es así, pero sentí que el conjunto, aunque a mi juicio funciona, presenta demasiados altibajos, hay muchos detalles localistas que sólo los italianos captarán y acaba destilando una cierta demagogia y bastante pretenciosidad.

Este año sí ha sido uno de los directores musicales de la casa, Roberto Abbado, el encargado de ocupar el foso de Les Arts en la apertura de temporada. El año pasado fue el húngaro Henrik Nánási quien la abriera con un espectacular Macbeth. Y, la verdad, es que, vistos los resultados, hubiera preferido que también lo hubiera hecho en esta ocasión. Es cierto que el pasaporte no otorga el estilo o la sabiduría musical, pero resulta chocante que un húngaro consiguiese imprimir mucho más color verdiano que un italiano.

Roberto Abbado se enfrentaba a una partitura nada sencilla y enormemente exigente en cuanto a concertación. No sé si sería eso lo que le llevase a estar muy pendiente de procurar concertar adecuadamente los conjuntos, no siempre con éxito, o a llevar entre algodones a una soprano inadecuada, pero el caso es que a Verdi no se le veía por ningún lado, la tensión decaía con frecuencia, no se atisbaba apenas refinamiento alguno para destacar los múltiples contrastes de la página verdiana, y había un exceso de chimpuneo que no podía suplir la, ayer ausente, pulsión dramática y garra de la partitura. Eso no quita para que la orquesta tuviese grandes momentos en que se desvelaba su enorme calidad, como el acompañamiento de las cuerdas al aria de Monforte o en el concertante del acto cuarto.

Ayer vi a un Abbadoque parecía más tenso de lo habitual y más serio. Quizás yo vea fantasmas donde no los hay, pero eso unido a la entrevista que publicaba ayer el diario Levante, en la que manifestaba “creo que (en Les Arts) en el futuro debemos trabajar todos más juntos”, me hizo pensar si se estará viviendo cierta crisis entre la dirección musical y artística del teatro. Espero que no.

En medio de la decepción vivida anoche, uno de los rayos de optimismo volvió a surgir del gran Cor de la Generalitat, que también acometía una tarea increíblemente complicada, en una obra donde el coro juega un papel protagonista, con un grado de exigencia mayúsculo que supo superar, mostrándose a un nivel por encima del resto de intervinientes en la función, y ello pese a que también se apreciaron pequeñas descoordinaciones en momentos puntuales, pero como algo anecdótico dentro de una majestuosa labor de conjunto.

Lo más decepcionante de la velada fue, como ya he adelantado, la ausencia de una soprano que ofreciese una calidad acorde a un estreno de temporada en un teatro que pretende mantenerse en el primer nivel. No sé cuales habrán sido las circunstancias que habrán conducido a que haya sido ella la encargada de asumir finalmente en el estreno el papel de Elena, pero el resultado obtenido fue, por ser suave, inadecuado. Maribel Ortegapodría haber encabezado una digna función del Centre de Perfeccionament o un segundo reparto de pretemporada, pero nunca debió ser la protagonista del estreno de temporada del Palau de les Arts. Siento ser tan duro, pero cuando a uno le colocan en primera línea está ahí para lo bueno y para lo malo.

Ya dije a raíz de su intervención en El gato montés, cuando ni sospechar podía lo que me esperaba ayer, que percibía un instrumento sin suficiente peso para afrontar papeles de mayor exigencia dramática. Pienso que este papel no es para ella. La soprano jerezana tiene un atractivo timbre lírico, pero carece totalmente de graves, su centro es inane y sin cuerpo, cubriendo esas carencias con un feo entubamiento, y tan sólo brilla puntualmente en el agudo, algunas veces chillado. Ayer durante los tres primeros actos de la ópera estuvo completamente ausente dramáticamente e inaudible. En los concertantes únicamente resaltaban sus subidas al agudo, el resto era una película de Buster Keaton. En la segunda parte, donde el personaje adquiere mayor protagonismo, tuvo que implicarse algo más y ofreció algún fugaz destello, como un par de agudos imponentes en el quinto acto, pero su Arrigo, ah, parli a un core fue plano y con un final que no se sabía si aquello era una escala descendente o el inicio de una saeta a Jesús del Gran Poder; y el Bolero, directamente lamentable, pese a que fue cuidadísima por Abbado, a quien sólo le faltó subir al escenario a dar las notas, trinos y adornos que ella obviaba.

No fueron pocas las ocasiones en que iba a destiempo, obligando al director a intentar reparar aquello, provocando daños colaterales en el coro y orquesta. Y tampoco puedo entender su escasa implicación dramática. No sé si sería la tensión del momento, pero estaba como atenazada, sin personalidad escénica que supliese las carencias vocales y, al menos anoche, su trabajo de actriz no hubiera superado un casting de telefilm alemán de sobremesa. Es verdad que es una cantante joven y que el papel es enormemente exigente, pero ayer estuvo lejísimos de lo que sería simplemente aceptable.

Si complicado es el papel de Elena, el de Arrigo es probablemente uno de los más exigentes que Verdi escribiera para tenor, requiriendo al intérprete, además de solidez dramática, moverse permanentemente por la zona del pasaje. Que Gregory Kunde a estas alturas de su carrera se atreva a afrontar un personaje que casi todos sus colegas esquivan, ya es de agradecer, pero además es que cumplió nuevamente con solvencia, pese a que cada vez su voz muestra un mayor desgaste, veladuras tímbricas y más colores que una chaquetilla de Chicote, pero cantó con pasión, sentido dramático y un fraseo incisivo que brillaba en el agudo. Culminó en falsete el addio, addiode la segunda escena del quinto acto, con un efecto que acabó resultando más chocante que elegante. Es verdad que, como dicen muchos, Kunde kundea, pero sigue mostrando una autoridad vocal y escénica que cautiva al espectador, aunque le disfracen con ridículas pelucas como fue el caso.  

En el apartado solista, junto a Kunde, para mí lo mejor de la noche estuvo en el Monforte que nos brindó Juan Jesús Rodríguez. Sigue presentando el cantante onubense una voz de auténtico barítono y cuidada línea de canto. En su aria In braccio alle dovizie mostró su dominio del fraseo verdiano con un inspirado recitativo lleno de intención que desembocó en un aria bien respirada y ligada, a la que tan sólo se le echó en falta  un punto más de expresividad y variedad dinámica. 

El Procida del joven bajo ruso Alexánder Vinogradov conquistó al público de Les Arts con su voz profunda, grande y rotunda, de timbre atractivo que se expandía con facilidad por la sala de forma imponente. En su aria Oh patria, que es un regalo de Verdi para la cuerda de bajo, fue enormemente aplaudido, pese a que su canto fue muy poco refinado, sin matices ni ligazón, y trabado a base de arrastrar y empujar la voz.

Cumplieron más que correctamente en papeles menores, Cristian Díaz y los alumnos del Centre de Perfeccionament Nozomi Kato, Andrea Pellegrini, Moisés Marín, Andrés Sulbarán, Jorge Álvarez y Fabián Lara.

La sala no se encontraba llena, presentando numerosos huecos en los pisos superiores y platea alta, con más presencia institucional de lo habitual, con el conseller de Cultura, Vicent Marzà, la consellera de Justicia, Gabriela Bravo, la consellera de Medio Ambiente, Elena Cebrián, o el concejal de Mobilitat, el italiano Giuseppe Grezzi. También pudo verse a cantantes como Raimon o Sole Giménez. El público aplaudió casi cada chimpún de la partitura y al finalizar fueron Alexánder Vinogradov y Gregory Kunde los más braveados. La dirección escénica fue bastante aplaudida con algún abucheo muy aislado. Todo un símbolo de la situación vivida con la soprano es que se optara porque fuese Gregory Kunde el último en salir a saludar, en lugar de la intérprete del papel de Elena, como suele ser lo habitual.

Os aseguro que, aunque algunos piensan que disfruto y me relamo, chupando mis afilados colmillos, cuando hago críticas negativas, nada me gustaría más que poder escribir entusiasmado y animando a todo el mundo a disfrutar de una experiencia inolvidable en nuestro teatro. Ojalá hubiese salido anoche tan emocionado de Les Arts como lo hice el pasado día 7 del Liceu, tras asistir a una Elektra referencial e histórica. Pero no fue así, y yo soy el primero en lamentarlo. No obstante, como digo siempre, esto no es más que una opinión personal, subjetiva y posiblemente cargada de ignorancia, por lo cual os animo a todos a que vayáis a Les Arts estos días a disfrutar de una ópera interesantísima y que hay muy pocas oportunidades de verla representada, y después saquéis vuestras propias conclusiones. La música de Verdi siempre justifica el viaje.