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domingo, 23 de junio de 2019

"LUCIA DI LAMMERMOOR" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 22/06/19


Con el estreno ayer de la celebérrima ópera de Gaetano Donizetti, Lucia di Lammermoor, la temporada operística valenciana toca a su fin. Una temporada que ya califiqué, cuando se conoció su contenido hace poco más de un año, como de ligeramente decepcionante y de transición, a la espera de que el nuevo director artístico de la casa, Jesús Iglesias Noriega, tomase definitivamente posesión de su cargo y pudiera empezar a trazar el nuevo rumbo del coliseo de Calatrava. Ese nuevo rumbo ya ha empezado a vislumbrarse con el anuncio de una próxima temporada lírica que invita a la esperanza. Y he de reconocer que, analizando todo lo visto este año, al final el resultado ha sido mejor de lo previsto y ha acabado presentando bastantes más luces que sombras.

Dije también hace un año que, a priori, esta Lucia di Lammermoor constituía el plato de fuerte de la temporada y creo que no ha defraudado las expectativas, gracias fundamentalmente a una pareja protagonista extraordinaria, con una inconmensurable Jessica Pratt y un estupendo Yijie Shi que hicieron tambalearse los cimientos del teatro ante las muestras de entusiasmo del público asistente. Ayer sí que hubiera habido motivos sobrados en diversos momentos, tanto por la calidad de lo escuchado como por la respuesta del público, para poder haber asistido a un bis de esos que Leo Nucci decidió unilateralmente implantar en Les Arts durante el reciente Rigoletto. Al final del aria de la locura y sobre todo tras el popular sexteto, hubo intensos y muy largos aplausos con voces pidiendo bis que, afortunadamente, no tentaron en esta ocasión a Abbado.

La  producción que se ha elegido para este cierre de temporada está coproducida por la Opéra Monte-Carlo y el New National Theatre de Tokio y cuenta con la dirección escénica de Jean Louis Grinda, de quien ya hemos visto aquí sus propuestas para Tosca, Werther, Amelia al ballo y The telephone, sin que nunca haya llegado a convencerme del todo. En esta Lucia no ha buscado contarnos nada especial, o si lo ha pretendido poco se nota, y se limita a presentar un marco estético para que la acción se desarrolle (casi) siempre dentro de las líneas principales que marca el libreto, con una ligera trasposición temporal, pero con un concepto clásico con el que busca el protagonismo de la música y de la belleza visual. Hay algunas cosas que pueden criticarse, pero, en general, funciona muy bien, todo tiene coherencia y se permite al espectador seguir la trama sin distraerse analizando extrañas divagaciones, sino pudiéndose centrar en la música y el canto, cosa que de vez en cuando se agradece.

Hay producciones muy minimalistas donde se apuesta por espacios prácticamente vacíos que resulten polivalentes para los diferentes escenarios en los que se desarrolla la acción y eso suele conllevar una mayor ligereza en las transiciones entre escenas. La presentada ayer, sin ser tampoco especialmente sobrecargada, sí que cuenta con un componente escenográfico importante que ralentiza bastante esas transiciones. Podía haberse optado por hacer más descansos entre actos, pero, creo que acertadamente, se ha preferido que los cambios se hagan en escena a telón bajado, interrumpiendo la función lo justo. En esos parones se ha decidido proyectar una imagen de las olas golpeando un acantilado con sonidos marítimos incluidos. Una tontunez que al principio tiene su gracia, pero a la cuarta repetición acaba por cansar y termina provocando la chunga del respetable que ya no sabe si esta en Lucia o en Moby Dick.

Como decía antes, en la vertiente de la estética visual es donde esta producción logra sus mejores prestaciones, merced principalmente a un inteligente trabajo de iluminación de Laurent Castaing y el vistoso vestuario de Jorge Jara. La escenografía de Rudy Sabounghi nos presenta, con mayor o menor acierto, todos los ambientes en los que la obra se desarrolla: la fuente, el torreón, la gran sala del castillo, el cementerio… otorgando un importante protagonismo al agua y a la presencia de los acantilados y la playa. Los elementos escenográficos se combinarán con algunas proyecciones lográndose interesantes efectos, siempre destilándose una atmósfera romántica, con alguna alusión más que evidente a Caspar David Friedrich, como al comienzo de la última escena del acto tercero.

Me gustó bastante la decisión adoptada variando al final la muerte de Edgardo que aquí no se apuñala ni se pasa muriéndose los últimos 5 minutos, aunque no haré spoiler, pero tiene mucho sentido. También me gustó la aparición de la fuente en la escena de la locura, centrándose la luz sólo en Luciay haciendo al público partícipe del delirio de la protagonista. Menos me agradó, en el comienzo de esa misma escena, la entrada de Lucia tras asesinar a Arturo, no con un puñal, sino con una gigantesca pica y, para colmo, con una pinta lamentable, mezcla entre la Moma y el tren de la bruja, muy apropiada por cierto para Valencia en estas fechas del Corpus y a las puertas de la feria de julio.

Algo ridículos también fueron los rosarios que lucen las plañideras en la última escena, de un tamaño tal que más bien parece que lleven colgadas ristras de ajos. Tampoco encontré justificado que se tenga que poner a Luciael traje de novia en escena a la vista de los espectadores. Lo mismo, detrás de un biombo, puede tener el mismo efecto y no se somete el abundante cuerpo enfajado de la pobre soprano al cuchicheo e impropios comentarios de la platea; pero bueno, pese a estas cosillas que me gustaron menos, creo que la propuesta del director monegasco funciona muy bien, tiene coherencia en su planteamiento y consigue algunos momentos de brillante impacto estético.

Roberto Abbado se despide con esta Lucia di Lammermoor de su paso por el Palau de les Arts como titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, una labor que, pese a que me consta que no cuenta con el respaldo de los músicos, desde el punto de vista del espectador creo que sólo puede decirse que los resultados obtenidos han sido buenos. Igual no es mérito suyo y sí la mera consecuencia de la profesionalidad y el trabajo de los miembros de la orquesta, pero su balance ha de ser necesariamente positivo. Y su labor de ayer también creo que merece el aplauso. Es verdad que me fue gustando más conforme avanzaba la obra. En el primer acto abordó el dúo de la pareja protagonista con una lentitud casi exasperante, aunque fue aumentando progresivamente la intensidad y fuerza y el final del dúo fue bellísimo. Hubo otros momentos muy destacados, como toda la escena de la boda, quizás lo más relevante orquestalmente, en la que hizo gala de una sabia administración y despliegue de la tensión. Pese a algún descontrol de volúmenes, estuvo especialmente cuidadoso con las voces, como suele ser habitual en él, adaptándose a sus características.

Al haberse optado en esta versión por utilizar la armónica de cristal en lugar de la flauta en la escena de la locura, el gran protagonismo del foso se lo llevó el reputado intérprete de este raro instrumento, Sascha Reckert. Fue una gozada su acompañamiento a la soprano acariciando el arsenal de copas que estaban dispuestas en un aparatoso soporte de madera. Durante el descanso no fuimos pocos los que sufrimos viendo cómo se iban incorporando al foso los músicos, pasando ajustados junto a todo ese coperío y más de una vez pensé que iban a tirar a tierra el mueble bar. Reckertrealmente consiguió extraer unos sonidos espectrales que, junto con la belleza del canto de Jessica Pratt, dejaron a la platea sin respiración, en un silencio que pocas veces he sentido yo en esta sala. No obstante ese merecido reconocimiento, me gustaría destacar muy especialmente en la orquesta el maravilloso rendimiento de ayer de los cuatro trompas, con Bernardo Cifresa la cabeza, en una obra para ellos muy exigente que bordaron con sobresaliente; como también lo hizo la solista de arpa en la introducción a la entrada en escena de Lucia o Rafal Jezierski al chelo con su bellísimo acompañamiento durante el último cuadro.

El Cor de la Generalitat volvió a alcanzar la excelencia vocal e interpretativa y fue otra de las claves para el éxito final del espectáculo, brindándonos algunas intervenciones memorables como en D'immenso giubilo, en  todo el final del segundo acto y, especialmente, en un Oh! qual funesto avvenimento! que fue para quitar el sentío

Ya he dejado claro desde las primeras líneas de esta crónica que la pareja protagonista fue la indudable triunfadora de la noche. La soprano Jessica Pratt nos brindó nuevamente una magistral lección de canto que se me hace muy complicado trasladar a simples palabras. Ya nos entusiasmó hace un par de años en el rossiniano Tancredi y ayer volvió a poner el teatro patas arriba con una bellísima línea de canto de una pureza y precisión sublimes. Filados, pianísimos, trinos, medias voces perfectas, adornaban una voz cristalina que subía al agudo y sobreagudo con una facilidad pasmosa, resolviendo también la coloratura de manera modélica. Su impresionante fiato le permite lucir un legato impecable en el que además deslumbra por su infinita variedad de matices. ¿Fue todo perfecto? Bueno, un solo reparo pondría yo a esta exhibición vocal y es que estuvo corta de expresividad. Me comentaba un amigo en el descanso que, pese a reconocer la esplendorosa exhibición canora de la pareja protagonista, no había conseguido borrar el recuerdo de aquella otra Lucia que vimos aquí en 2010 con Nino Machaidze y Francesco Meli. Pues quizás la diferencia fuera esa, Machaidze y Meli desbordaron pasión y expresividad; Pratt y Shi, perfección vocal, pero más cortos en cuanto a transmisión de emociones. Es mi opinión.

El complicado papel de Edgardo fue asumido por el tenor chino Yijie Shi, que precisamente ya hizo pareja con la Pratt en aquel Tancredi de 2017, e igual que entonces ha vuelto a lograr un importante y merecido éxito. Gran parte de lo que escribí entonces para Argirio sería aplicable a su Edgardo, aunque posiblemente aquél papel rossiniano se ajuste mejor a su vocalidad que este. Su voz, de timbre ingrato, me sigue sin parecer precisamente bonita, pero es indudable su potencia, solidez, su insultante comodidad y firmeza en el registro agudo y la pulcritud con la que cuida los recitativos. Estuvo ajustado en los concertantes y tuvo también un buen comportamiento escénico. Si hubiese introducido más matices en el fraseo se llevaría el diez en una actuación que, en cualquier caso, ha de calificarse de sobresaliente.

Mucho menos me gustó el Enrico que compuso el barítono italiano Alessandro Luongo, a años luz de la pareja protagonista, lo cual era fácil de prever, aunque con indudables buenas intenciones y arrojo. Era la primera vez que visitaba Les Arts y cumplió la difícil encomienda con buena dicción, ligando bien, mostrando temperamento y desgarro interpretativo, quizás demasiado, pareciendo más cercano a veces a una Cavalleria que a una obra belcantista. Se echa de menos un mayor refinamiento en un fraseo tosco, con empujones de una voz que se mostró bastante irrelevante junto al plantel de acompañantes que tuvo en escena.

El que sí es un habitual en Les Arts, es el bajo ruso Alexander Vinogradov que afrontó la parte del capellán Raimondohaciendo gala, una vez más, de un instrumento privilegiado que le permite exhibir una voz grande, poderosa y profunda que conquista fácilmente al público. Cosa distinta es que le siga faltando nobleza en un canto bastante rudo, con escasa variedad de acentos y una cuestionable articulación y fraseo del italiano, que parece a veces que esté chupando un caramelo pues sólo se escuchan las vocales.

La sorpresa de la noche fue el Arturo de Xabier Anduaga. Hace tiempo que venía oyendo hablar de este joven tenor vasco que se presentó ayer en Valencia con una voz fresca, de enorme caudal y riqueza tímbrica y expresiva, para un papel vocalmente casi anecdótico que sirvió a la perfección y nos dejó con ganas de volverle a escuchar en roles más exigentes.

El tenor cántabro Alejandro del Cerro fue un Normannocorrecto, de agradable timbre y valiente vocalmente. Por su parte, Olga Syniakova compuso una Alisaexcelente, dando adecuada réplica a un monstruo como la Pratt y confirmando que estamos ante una de las voces más interesantes de las últimas generaciones del Centre Plácido Domingo.

La sala presentaba una buena entrada aunque lejos del sold out. Bastantes huecos en platea deslucían una velada que merecía un lleno completo. Eso sí, los espectadores se mostraron bastante más cálidos de lo que suele ser habitual en las noches de estreno e interrumpieron la representación con fuertes y prolongados aplausos en diversos momentos, llegando incluso, como he comentado antes, a escucharse voces pidiendo bis. Al finalizar la función, la platea se puso en pie y las ovaciones se mantuvieron muchos minutos, con atronadora efusividad para Pratt, Shi y Vinogradov. La salida de Jean-Louis Grinda como director de escena también fue premiada con unánimes aplausos.

Me gustaría mandar un mensaje al personal de Les Arts encargado de la vigilancia de puertas. Ayer se permitió que un numeroso grupo de espectadores retrasados entraran en la sala mientras sonaba el arpa introduciendo la entrada de Lucia del primer acto. No se debería permitir nunca una vez la música ha comenzado, pero es que además ayer tenía mucho menos sentido, ya que poco antes se había interrumpido la representación para el cambio de escenografía entre cuadro y cuadro y se volvería a hacer 3 o 4 veces más, momentos estos que se podrían haber aprovechado para recolocar a los tardones.

Que una obra tan popular como Lucia di Lammermoor, con un reparto de primera fila y en sábado no logré llenar la platea de Les Arts, es preocupante. No quiero pensar entonces qué pasará con Elektra o Ariodante. Hay quien comentaba que igual se debía a la festividad del lunes que podría haberse aprovechado por muchas personas para hacer puente. No lo sé. El caso es que en la web del teatro sigue habiendo bastantes entradas para las próximas funciones. Ya lo dije hace poco, si el público no respondemos llenando el teatro todos los días, todos los esfuerzos económicos y artísticos que se están llevando a cabo para llevar la ópera de Valencia definitivamente al primer nivel, será en vano. Así que ya sabéis, todos a Les Arts. Perderse una representación de ópera del nivel de esta Lucia sí que sería una locura.

domingo, 12 de mayo de 2019

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 11/05/19


Desde que se anunciase oficialmente la presente temporada operística valenciana hace ya casi un año, dos dudas rondaban la cabeza de los aficionados respecto a las funciones de este Rigoletto que se estrenó anoche. La primera era conocer si, finalmente, Leo Nucci pisaría por vez primera el escenario del Palau de les Arts, tras haber cancelado en 2015 su participación aquí en Nabucco y haber hecho lo mismo recientemente respecto a la Luisa Miller que se verá en el Liceu en julio. La segunda era ver si Nucci protagonizaría el primer bis de la historia de Les Arts, aunque adivinar esto estaba francamente chupado, estaba claro que si venía, bisaría. Nucci vino con el tiempo justo para el ensayo general, cantó a su manera y, por supuesto, bisó la Vendetta ante el delirio del respetable. E intuyo que, si no cancela la función del día 14, el teatro valenciano vivirá su segundo bis.

Supongo que mucho se hablará y escribirá sobre lo sucedido anoche y las crónicas dejarán para la posteridad el hito histórico del bis, el gran éxito obtenido por el veterano barítono italiano y el entusiasmo del público de Les Arts. Es indudable que la gente se lo pasó muy bien, incluido un servidor, pero el espectáculo fue bastante lamentable. Al menos como ejemplo de función de ópera. Si hablamos de circo o de cachondeo, está muy bien; como representación operística de un teatro de relieve internacional, se consiguieron unos muy buenos momentos, pero el show del bis lo prostituyó todo. Es cierto que esto no sólo pasa aquí. Teatro que pisa el señor Nucci, bis que te crió. La gente lo esperaba y supongo que si no se hubiera bisado hubiera habido protestas. Así de memos somos.

En términos generales, la repetición de un fragmento operístico ante los aplausos y la demanda unánime del público, podríamos discutir si debe admitirse o no. Lo cierto es que se corta radicalmente el desarrollo dramático de la representación y se interrumpe el hechizo conseguido en el espectador por las emociones del texto y el canto, impidiendo que el drama fluya con el ritmo buscado por el autor. Pero bueno, sabemos que cuando las emociones en el público son muy fuertes, las mismas ovaciones y bravos interrumpen de alguna forma la función, e históricamente se viene aceptando que cuando esa muestra de aprobación es intensa y mantenida en el tiempo, paralizando la representación, pueda obsequiarse al respetable con el bis.

Lo de ayer fue distinto. Fue el particular show de Leo Nucci que hace allá donde va. Yo recuerdo haber asistido en Londres a un Barbero de Sevilla con Juan Diego Flórez, con muchos, pero muchos, minutos de aplausos tras una de sus arias y el público en pie gritando bis, bis… y nada. Anoche, nada más acabar la Vendetta, hubo unos microsegundos de aplausos y Nucci ya se dio la vuelta, se puso a saludar como si del final de la función se tratase, agarró a la soprano, saludó al director, hizo levantar a la orquesta, saludaba a diestra y siniestra, la gente le siguió el rollete, consiguió que la platea se pusiera en pie… hizo la seña a Abbado y a por el bis. Prueba conseguida.

Todos contentos… Bueno, yo no. No porque sea un señor estirado y amargado; me divertí y disfruté del show, pero como show, no como ejemplo de lo que debe ser una función de ópera de una intensidad musical y dramática como la de esa obra maestra que es Rigoletto. Recuerdo que de niño me gustaba ver los partidos de los Harlem Globetrotters, pero como espectáculo circense; para ver buen baloncesto prefería los legendarios encuentros de los Celtic contra los Lakers. Pero bueno, como decía antes, ya habrá tiempo de sobra para seguir hablando del bis.

Lo cierto es que estas funciones de Rigoletto han generado una inusitada expectación entre el público valenciano y las entradas para todas las sesiones se encuentran ya agotadas desde hace meses. Sin duda se trata de la ópera estrella de la temporada en cuanto a taquilla, pero, aunque los resultados artísticos han de considerarse buenos, no creo que pueda merecer la valoración de la mejor producción de este año como algunos ya se han atrevido a calificarla. La próxima Lucia di Lammermoor tiene todos los números para superarla y la reciente Iolanta creo que fue mucho más redonda.

Para la ocasión se ha traído una producción de la ABAO y el teatro San Carlos de Lisboa que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi y que tiene ya unos cuantos años de rodaje. En concreto, fue la que inició en 2006 en Bilbao el ciclo Tutto Verdi que todavía se sigue desarrollando en las temporadas de la capital vizcaína.

La propuesta de Sagi en esta ocasión no tiene el colorido y la luminosidad que han caracterizado otras producciones del director asturiano. Al contrario, la oscuridad y un cierto tenebrismo planean sobre este Rigoletto, con el propósito, parece ser, de dibujar la maldad e inmoralidad que preside la actuación de la mayoría de personajes de la obra. Planos inclinados y paneles movibles marcarán los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, mientras que espacios muy abiertos y una escasa escenografía resaltarían a su vez la soledad e incomunicación de los protagonistas. Esta limitación escenográfica deja muchas veces a los personajes desnudos frente a la actuación dramática de sus intérpretes, haciendo que toda la atención del espectador se concentre en ellos y en cómo transmiten las intensas emociones que desprende la obra, y alcanzará su mayor expresión en el tercer acto, con el fondo de la caja escénica a la vista.

Esa opción por el escenario abierto por los laterales toda la obra, y además por el fondo en el último acto, más allá de que pueda resultar acertado o no para poner el énfasis en la soledad que rodea a los personajes, conlleva una carga demasiado pesada al perjudicar notablemente la proyección de las voces. Para mí este es el mayor inconveniente de la producción. Cada vez que los intérpretes se alejaban de la boca del escenario, las voces se perdían. El coro durante el primer acto fue el más perjudicado por ello, así como Monterone.

Como siempre ocurre con los planos inclinados, algunos espectadores nos pasamos gran parte de la velada sufriendo por los cantantes que da la impresión que van a salir rodando en cualquier momento. Y no digamos en el segundo cuadro del primer acto, cuando el septuagenario Nucci se puso a saltar entre los huecos que dejaban los citados paneles simulando las callejuelas. No me pareció tampoco acertado que los cambios escenográficos entre los dos cuadros del primer acto y entre el segundo y tercer acto, fueran tan lentos y se realizaran a telón levantado.

Aunque el enclave espacio temporal es indeterminado, el clasicismo de la propuesta es evidente y apenas existen transgresiones de relevancia al texto original. Quizás lo más llamativo sea la más que expresa insinuación de relación incestuosa entre Sparafucile y Maddalena, lo cual tampoco creo que aporte absolutamente nada, ni que sea preciso remarcar la inmoralidad de unos personajes que vienen ya suficientemente bien caracterizados en el libreto. No comprendí tampoco por qué, durante la escena de la tormenta, los miembros del coro que imitan el ulular del viento, en lugar de estar haciendo el coro interno, permanecen en la balconada asistiendo como espectadores a las depravaciones que ocurren en la posada.

Buen trabajo de iluminación de Eduardo Bravo que, pese a la penumbra generalizada, consigue algunos efectos visuales interesantes, especialmente en el tercer acto y en el segundo cuadro del primero, aquí con una representación escenográfica de la casa de Gilda algo cursi, pero con buena resolución del movimiento escénico en la escena del rapto, donde se acaba raptando a la chica con casa incluida. De cualquier modo, en general, creo que la propuesta de Sagi funciona correctamente, hay un trabajo dramatúrgico serio y ante las mamarrachadas que por ahí circulan, puede valer; aunque eso no quite para que, personalmente, esperase más.

El todavía director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Roberto Abbado, regresaba al foso de Les Arts para afrontar un final intenso de contrato y de temporada con este Rigoletto y la próxima Lucia. El trabajo que hizo ayer el director milanés tuvo muchísimo mérito. No me siento capacitado para valorar objetivamente su lectura hasta volver a asistir a alguna de las últimas funciones, porque ayer su labor consistió básicamente en perseguir a Nucci y adaptar sus tempi y dinámicas al ritmo y fraseo que marcaba el barítono y, en algunas ocasiones también, Celso Albelo, que ayer tuvo más de un descoordinación con la orquesta. Me gustó bastante la intensidad y el pulso que, pese a todo, impuso Abbado en momentos como el de la tormenta o en la gran escena de Rigoletto del segundo acto, pese a tener que ajustarse al particular fraseo y fiato de Nucci.

Excelente fue también el rendimiento de los atriles orquestales, pese a un dubitativo comienzo de los metales en el Preludio que corrigieron sobradamente a lo largo de una inspirada velada. Espectacular, como de costumbre, el acompañamiento de Christopher Bouwman al oboe en Tutte le feste al tempio; así como los violonchelos en la escena de Sparafucile; y concertino, flautas y flautín toda la noche.

Los componentes masculinos del Cor de la Generalitat realizaron la gran labor escénica y vocal a la que nos tienen acostumbrados, aunque, como ya he comentado, salieron bastante perjudicados con la distorsión acústica que provocaba la apertura de la caja escénica. También les afectó el variable ritmo orquestal que imponía el particular fraseo de Nucci, originando algún desajuste; pero estuvieron fantásticos en sus intervenciones, como en el Scorrendo uniti remota via del acto segundo.

Leo Nucci, a sus 77 años, que se dice pronto, y con más de 500 Rigoletto en su joroba, ya no interpreta Rigoletto, él es Rigoletto y parece completamente poseído por el personaje. Lo tiene interiorizado, sufre con él y consigue transmitir al espectador todas las emociones de este padre verdiano. Me sigue pareciendo antológica su entrega dramática, su capacidad actoral y la intensidad que desprende en su escena del acto segundo en el Cortigiani y el subsiguiente Ebben, piango, mucho más que en la Vendetta del bis garantizado. Sólo por esto y por el reconocimiento que sin duda merece la carrera y el recorrido de una figura operística de este relieve, ya se justifica el aplauso a Nucci. Pero eso no puede hacernos obviar otras consideraciones que se deben realizar si no se quiere ser injusto. Sigue asombrando el timbre baritonal y la potencia de una voz que brillan puntualmente, pero el fiato ha menguado notablemente y esto desdibuja una línea de canto irregular, con los finales de frase inaudibles y sometida a un continuo empujón y empleo del portamento y de más trucos que Juan Tamariz. Es verdad que ocasionalmente, como aquellos muletazos de Curro Romero, te enhebra una frase espectacular llena de sentido verdiano y emoción y te derrite, pero también hace sufrir. No pretendo desmerecer un éxito justo y merecido, pero sí ponerlo en su justa medida de acuerdo con lo que pienso, que no tiene por qué ser acertado.

Muy notable resultó Celso Albelo como el Duca di Mantova, aunque también he de confesar que quedé un tanto decepcionado. Desconozco si tenía algún problema puntual, pero después de haberme gustado mucho en este mismo papel en 2013 en la Maestranza, anoche le encontré mucho más corto de fiato, sin acabar de ligar las frases con la elegancia y maestría que siempre le han caracterizado. Empezó muy regular en un Questa o quella sin chispa, viniéndose claramente arriba en el dúo con Gilda, donde creo que ofreció los mejores momentos de la noche. Espero también a ver si puedo escucharle en alguna de las próximas funciones porque estoy convencido de que su rendimiento mejorará.

La mejor de la noche me pareció la Gilda de la soprano Maria Grazia Schiavo, que regresaba a Les Arts 13 años después de su Zerlina en el accidentado Don Giovanni de 2006. Voz cristalina y angelical que en el primer acto brilló en un Caro nome de muchos quilates, afrontando las agilidades con corrección y adornando con trinos y reguladores un fraseo lleno de musicalidad y sentimiento. En el segundo  y tercer acto mostró que su instrumento de soprano ligera no está exento de cuerpo y expresividad y resolvió con sobresaliente sus intensas escenas con el padre. Fue una lástima que en el forzado bis de Nucci calase ligeramente el sobreagudo, algo que no puede empañar de ninguna manera su merecidísimo éxito.

La mezzo georgiana Nino Surguladze cumplió como Maddalena, con una voz de atractivo color oscuro, aunque en las bajadas más extremas al grave mostrara algún apuro. Derrochó buen hacer escénico y sensualidad. Menos me gustó el bajo italiano Marco Spotti, un habitual en Les Arts, que compuso un entregado Sparafucile pero muy corto de gravedad y profundidad que no asustaba ni a los gatos del callejón.

Gabriele Sagona fue el encargado de interpretar a Monterone. También le faltaron voz y carácter. La limitación de su instrumento, la apertura de la caja escénica y su entrada en el primer acto desde el fondo, remataron la faena. Si en las dos intervenciones que tiene el personaje no consigues imponerte con una voz rotunda que estremezca cuando lance la maldición, no has cumplido tu papel. No entiendo muy bien por qué, siendo así, no se ha optado por acudir a alguno de los alumnos del Centre Plácido Domingo, como se hizo para el resto de comprimarios. Quizás que comparta representante con Nino Surguladze lo explique.

En esos otros papeles menores cumplieron más que correctamente los cantantes del Centre Plácido Domingo: Marta Di Stefano, Alberto Bonifazio, Mark Serdiuk, Arturo Espinosa, Olga Syniakova, Pau Armengol y Juliette Chauvet.

Prácticamente abarrotada se encontraba la sala principal de Les Arts con todo tipo de politiquetes, famosillos y un público que sabía a lo que iba. A regocijarse con el show de Nucci y seguirle el rollo para poder decir que estuvieron allí el día que se produjo el primer bis del teatro valenciano. Por si fuera poco, la salida de Nucci en los saludos finales fue acompañada de una lluvia de los consabidos papeles pequeñines de colores dando las gracias al barítono italiano por su presencia en Valencia, cosa a la que también habrá influido, digo yo, que se le abone el caché que pedía. Grandísimas ovaciones para el terceto protagonista y para la orquesta, mientras que la dirección escénica fue acogida con tibios aplausos y alguna protesta aislada.

Como todas las entradas están agotadas, esta vez no voy a animaros a acudir a Les Arts, aunque siempre quedará el 5% reservado por ley para cada función, Yo de hecho intentaré conseguir localidades para alguna de las últimas representaciones porque quiero ver cómo resulta este Rigoletto sin estar condicionado por el huracán Nucci.

Sí que me gustaría que alguien me informase, si lo sabe, por qué había ayer en el escenario una concha de apuntador. Entiendo que no era para Nucci que se lo sabe ya del revés, ni para Albelo que lo ha cantado en no pocas ocasiones. Así que supongo que sería para la soprano, pero, bueno, ya dirán quienes lo sepan.



jueves, 7 de febrero de 2019

"I MASNADIERI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 06/02/19


Ayer, 6 de febrero, se representó en el Palau de les Arts la primera función de ópera del año 2019, con el estreno de I Masnadieri, de Giuseppe Verdi. Este es un dato bastante lamentable. Que hayamos estado en València 52 días, desde la última Flauta Mágica del 15 de diciembre, sin una sola representación de ópera de temporada, en un mes como el de enero, de máxima actividad operística en cualquier teatro medianamente serio, es preocupante.

Esta era una práctica habitual durante el mandato Livermore, ya que el ex intendente aprovechaba tradicionalmente ese mes para dedicarse a sus bolos presentando en otros teatros producciones suyas como director de escena. Este año no sé realmente por qué se ha vuelto a dejar enero en blanco. En cualquier caso, es una temporada de transición que fue montada tras la dimisión de Livermore mientras se esperaba el nombramiento del nuevo responsable de la dirección artística; así que confiemos en que esta sea una de las cosas que remedie a partir de la próxima temporada el nuevo equipo gestor comandado por el señor Jesús Iglesias Noriega.

Iglesias parece que el 1 de enero se ha incorporado ya definitivamente a su despacho en Les Arts y la entrada no ha podido estar rodeada de menos tranquilidad. Se encontró con la dimisión de Inmaculada Pla como Directora General a los 18 días de su nombramiento, después con una nota del Comité de Empresa del teatro acusando a sus gestores de incompetente gestión y falta de rumbo y, por si teníamos poco, el pasado martes se hizo público el anuncio de convocatoria de huelga por parte del Cor de la Generalitat. De momento la huelga está convocada para las dos últimas funciones de I Masnadieri, los días 15 y 17 de febrero; para el concierto del 7 de marzo en conmemoración del 600 aniversario de la Generalitat; y para todas las funciones de Iolanta y La malquerida.

La amenaza de huelga del Cor venía ya rondando desde las funciones de Tosca de la primavera pasada. Finalmente parecieron tranquilizarse las aguas, estableciéndose una comisión de seguimiento y continuando las negociaciones entre representantes de la empresa y de los trabajadores, pero la administración autonómica les ha sorprendido ahora sacando la convocatoria de las plazas de todos los componentes del coro a oposición, poniendo así en riesgo el mantenimiento mismo de la formación y dejando en evidencia la palabra del conseller Marzà cuando les aseguró recientemente que se tendría en cuenta la singularidad del coro a la hora de tomar decisiones sobre la consolidación de sus plazas que sería paulatina y no traumática.

Veremos cómo acaba esto, aunque entre la estulticia de algunos y el cabreo de otros, la cosa no parece pintar bien. Después de tanta tomadura de cabello y buenas palabras que siempre han sido seguidas por malas acciones de la administración, sería lógico pensar que los componentes del coro no se chupen el dedo y les cueste bastante fiarse ahora de cualquier nueva promesa… pero, en fin, seguiremos confiando en la capacidad negociadora de las partes y en que alguien imponga una brizna de sentido común en los representantes públicos que están a punto de conseguir cargarse un pilar cultural fundamental de la Comunidad Valenciana como es el Cor de la Generalitat, afectando además de manera directa a la línea de flotación del proyecto de futuro del Palau de les Arts, que, si acaba por perder la calidad de sus cuerpos estables (orquesta y coro) que han sido hasta ahora un referente en España, dejará de tener sentido. Habrá que estar atentos pues a ver qué papel mediador puedan jugar, o no, el nuevo director artístico o el Patronato de Les Arts. Seguiremos atentos el culebrón.

Pero bueno,  ciñéndome ya a mis impresiones de la función de ayer, después de la polémica generada por La flauta mágica que abrió la temporada, la producción de I Masnadieri presentada anoche obtuvo un éxito bastante considerable. Más por el apartado musical y vocal que por una puesta en escena que más bien pasó sin pena ni gloria, lo cual no es que sea algo positivo, pero viendo el escandalazo anterior casi que igual hay quien salió más contento que unas pascuas. Se trata de una coproducción del Teatro San Carlo de Nápoles y La Fenice de Venecia con dirección escénica de Gabriele Lavia, aunque ha sido Allex Aguilera el encargado de dirigir esta reposición, con la escenografía de Alessandro Camera, vestuario de Andrea Viotti e iluminación de Allex Aguilera y Nadia García.

Toda la acción se desarrolla en un único espacio escénico que recuerda a una nave industrial abandonada, configurado por una especie de bosque donde los árboles son focos y enmarcado por unos muros con grafitis y la leyenda Libertà o Morte de fondo. Un viejo sillón y una enorme cruz que desciende en la escena del sepulcro de Massimiliano son los únicos elementos escenográficos en ese espacio. Aunque escuché bastantes comentarios positivos, posiblemente debidos a la resaca flautista, a mí me pareció estéticamente bastante feo todo. Pero eso de la fealdad o belleza es algo subjetivo y además no creo que sea lo peor. A mi juicio lo más negativo de la propuesta escénica es lo poco que se lo curran.

Es verdad que el libreto de Maffei es absurdo e insustancial como pocos y posiblemente plantee no pocos problemas de concepto escénico, pero aquí la solución adoptada parece ser no afrontar esos retos dramatúrgicos y dejar que todo se desarrolle en un único espacio, con el agravante de que la dirección y movimiento de actores brilla por su ausencia y la mayor parte del tiempo parecen dejados a su suerte. Si, como es el caso, los cantantes tampoco son precisamente Sarah Bernhardt y Laurence Olivier, pues el impacto de la acción dramática viene más dado por la música que por el trabajo actoral que me pareció bastante pobre. Eso sí, al pobre Ruciński le hacen pasarse toda la ópera moviéndose con la pata tiesa (con perdón). Este inconsistente trabajo de actores llama la atención especialmente por la condición de actor, director de cine y director teatral de Gabriele Lavia que aquí francamente parece haberse querido complicar la vida muy poco.

No pude evitar recordar anoche el modesto Barbiere di Siviglia que se ofreció la pasada semana en versión semi escenificada en el Auditori por los amigos de la Fundación Eutherpe, donde, con una escasez de medios enormes y un espacio nada favorable, pero con un trabajo cuidadoso e inteligente de Kike Llorca y unos jóvenes artistas entregados, se consiguió meter plenamente en la obra al espectador y transmitir el espíritu de la ópera de forma idónea.

En la parte negativa de la propuesta de Gabriele Lavia consignaría también los focos que deslumbran al espectador (si me dieran un euro por cada vez que he renegado de esto, tendría ahora una piscina como la del Tío Gilito) y el exceso de humo que ahoga al que todavía no ha quedado cegato. El vestuario de los bandidos con cueros, fular de colores y sombreros de copa era casi tan absurdo como feo. Aunque para feo el tropel de punkis zombis que acompañan a Francesco en el acto II.

Sí que hubo cosas que me gustaron, como algún efecto luminoso, pese a la quemadura de córneas y, sobre todo algo enormemente positivo y de aplaudir sin reparo: que nos dejasen disfrutar de la preciosa obertura y el estremecedor solo de chelo sin proyecciones, actores haciendo el memo, ruidos improcedentes, ni pamplinas. Telón bajado, sala oscura y la música de Verdi. Esa es la mejor forma de ambientar al espectador y empezar a introducirle en el drama musical que se avecina.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado que este año se va a inflar a dirigir funciones como despedida de su condición de director titular de la casa. Parece ya absolutamente confirmado que no renovará como tal cuando finalice su contrato, aunque se ha anunciado el deseo de Les Arts y del propio director para que su presencia en València en futuras temporadas quede garantizada como uno de los directores invitados. También ha confirmado Jesús Iglesias que la próxima temporada la orquesta continuará sin director titular. Ese es otro de los problemas prioritarios que debería solucionar el nuevo director artístico, anunciando tan pronto como sea posible un nombre relevante para sustituir a Abaddo si no quiere que continúen las deserciones en la Orquestra de la Comunitat Valenciana y su calidad se vea mermada de forma irreversible.

Por el momento, la calidad de la agrupación sigue estando ahí y ayer se lograron algunos momentos muy relevantes para el lucimiento de los solistas, especialmente de Rafal Jezierski con ese maravilloso violonchelo que lleva a sus espaldas todo el peso de la obertura y que consiguió poner los pelos de punta a la platea desde los primeros compases. También destacó la cuerda en la bellísima introducción al acto II, el diálogo de arpa y flauta en Lo sguardo avea degli angeli”  y durante toda la obra fue memorable la asociación de las maderas, con gran inspiración en flautas, fagot, clarinete y oboe, este último a cargo de un Christopher Bouwman que ya ha anunciado oficialmente que el año que viene estará en la Israel Philarmonic Orchestra, otra pérdida muy dolorosa para nuestra orquesta.

La partitura de I Masnadieri responde a un esquema todavía bastante primitivo de Verdi, con sus números cerrados, sus recitativos, arias y cabalettas y una orquestación todavía lejos del refinamiento de sus más maduras creaciones. No obstante es innegable la belleza musical de muchos momentos y el sustento dramático que impregna buena parte de sus pentagramas. A mí me gustó bastante el trabajo que llevó a cabo ayer Roberto Abbado. Tuvo un cuidado exquisito con los cantantes, especialmente con la soprano a quien llevó en bandeja en los pasajes más peliagudos. Supo imponer brío, ritmo y un buen pulso dramático donde los acentos verdianos no se desdibujaban. Combinó con inteligencia la morbidez de los fragmentos más líricos y la garra en los heroicos. Optó por situar al coro en el foso para algunos de los coros internos y creo que la decisión esta vez fue acertada. Considero que Abbado pasó ayer la prueba con nota una vez más. Estoy convencido de que no es el director que necesita la Orquestra de la Comunitat Valenciana para evolucionar y consolidarse, pero lo que no se le podrá negar al director italiano es su honestidad y los buenos resultados que, en líneas generales, ha obtenido en València.

Que la ópera se llame I Masnadieri y no Ahí viene Carlo de Moor el pecador de Sajonia, por ejemplo, pone de manifiesto la importancia que tiene el coro en esta obra. El Cor de la Generalitat estuvo de nuevo sobresaliente y ni siquiera las malas noticias que les han llevado a convocar la próxima huelga, impidieron que disfrutásemos de su enorme calidad. El protagonismo de sus componentes masculinos brilló en el acompañamiento a la cabaletta del acto I “Nell'argilla maledetta” o en el “Noi meniam la vita libera” del III y se mostró poderosísimo en momentos como el “Su fratelli” que cierra el acto II o en el coro del juramento. Las mujeres tienen una actuación mínima, pero aún así quisiera destacar dos aspectos, la homogeneidad, equilibrio y claridad que se apreció en su interno del inicio del acto II y la belleza en la ejecución muy matizada de su intervención desde el foso.

El reparto de solistas vocales mantuvo un nivel general bastante bueno, aunque hubo un intérprete que estuvo muy por encima del resto, el barítono polaco Artur Ruciński, en su cuarta visita a Les Arts, si no recuerdo mal, tras sus participaciones en Manon, Eugene Oneguin y Don Pasquale, al que en esta ocasión le tocó afrontar uno de los personajes más detestables del repertorio, el malvado Francesco… y estuvo imponente. Reconozco que cuando me encuentro con un cantante que controla el fiato y se recrea en frases larguísimas, bien ligadas y con buena dicción y expresividad, ya me tiene conquistado, y anoche Ruciński dio toda una lección en ese terreno. Me da igual que a veces se le vaya la voz un poco atrás o que escénicamente le falte un poco de chispa; con acentos nobles, fraseo sentido y expresividad vocal dibujó un malvado barítono verdiano de muchos quilates, en una actuación a la que hay que añadir el mérito de ir todo el tiempo arrastrando la pierna estirada, que digo yo que acabaría con un dolor muscular importante. Fantástico en su aria de salida y especialmente en su gran escena del acto IV. Bravo.

Pese a que durante un tiempo se anunció en el papel protagonista de Carlo de Moor a Fabio Sartori, finalmente, sin que sepamos por qué no vino Sartori, el rol ha sido asumido por el tenor Stefano Secco. Fue el que menos me convenció de todo el elenco. Presentó tirantez arriba, una emisión no del todo limpia en su aria de entrada y sobre todo un recurrente empleo de portamentos y empujones de voz que afearon un fraseo en el que, por otra parte, mostraba legato y estilo, pero huérfano de belleza.

La también italiana Roberta Mantegna fue una Amalia muy digna en un papel que es un auténtico campo minado lleno de trampas, escrito para el virtuosismo de la mítica soprano sueca Jenny Lind. Cantó Mantegna con delicadeza y buen gusto, con algunos matices interesantes y bien en el plano expresivo. Peor lo pasó con trinos y agilidades, pero como decía antes, solventó la papeleta muy dignamente, con timbre atractivo, suficiente volumen y homogeneidad de registros. En su debe hay que consignar que no apartase la mirada en toda la función de Roberto Abbado, desluciendo así sus prestaciones escénicas.  

El veterano Michele Pertusi fue un Conde de Moor de irreprochable acento verdiano, bello timbre, noble fraseo, perfecta dicción y gran sabiduría escénica; los problemas vienen con un cierto desgaste vocal que empieza ya a mostrarse y un volumen limitado que le impedía a veces superar la orquesta.

En papeles menores estuvieron mucho mejor de lo que me esperaba el Moser de Gabriele Sagona, Bum Joo Lee como Arminio y Mark Serdiuk como Rolla. Pese a alabar su desempeño no entiendo por qué para estos comprimarios no se tira del fondo del Centre de Perfeccionament.


Como muchos nos temíamos, el reclamo de Verdi no fue suficiente para conseguir llenar el teatro con un título muy desconocido para el gran público. Y esto es algo que no consigo entender. Precisamente si la obra es menos conocida debería motivarnos más a enfrentarnos con nuevas propuestas, pero parece que hay gente que sólo está dispuesta a ver todos los años lo que se sabe de memoria. En fin… Bastantes huecos en la sala, pero creo transmitir el sentir general si digo que los que fuimos nos lo pasamos estupendamente. Al final fueron ovacionadísimos Ruciński, el coro y la orquesta, habiendo grandes aplausos para el resto del elenco. La curiosidad final que no he conseguido aún aclarar es por qué no salió nadie del equipo escénico a saludar…¿flautitis aguda?...

Bueno pues hasta aquí esta primera crónica del año. Si os estáis pensando si vais o no a conocer a estos bandoleros verdianos, mi consejo es que lo hagáis, seguro que descubrís una partitura con muchas más sorpresas de las esperadas, un equipo vocal muy solvente y un coro espectacular que merece nuestro apoyo más que nunca.




ACTUALIZACIÓN A 11/02/19:
Los trabajadores del Cor de la Generalitat han acordado hoy desconvocar los paros que habían anunciado para las dos últimas funciones de I Masnadieri, los días 15 y 17 de febrero; para el concierto del 7 de marzo en conmemoración del 600 aniversario de la Generalitat; y para todas las funciones de Iolanta y La malquerida. Se supone que mañana se comunicará oficialmente la desconvocatoria al Tribunal d'Arbitratge Laboral (TAL) tras haber aceptado la Conselleria de Cultura que la regularización de la plantilla se lleve a cabo de forma progresiva y no sacando la totalidad de las plazas a concurso oposición.

Una muy buena noticia que espero se confirme definitivamente y ayude a garantizar la estabilidad de los miembros del Cor de la Generalitat y el mantenimiento de su excelencia artística.

jueves, 21 de junio de 2018

"LA DAMNATION DE FAUST" (Hector Berlioz) - Palau de les Arts - 20/06/18


Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de La Damnation de Faust, de Héctor Berlioz, la última ópera de la temporada en su sala principal (el próximo domingo se estrenará en el Auditori La Clemenza di Tito, de Mozart, en versión semi escenificada). La principal noticia de este estreno es, sin duda, que el mismo se llevó a cabo sin que tengamos que reseñar ninguna incidencia ajena a lo puramente musical, ya que, finalmente, se desconvocó la huelga anunciada por el Cor de la Generalitat.

Eso no quiere decir que el problema se haya solucionado, ni mucho menos. Sus justas reivindicaciones continúan sin ser atendidas por la administración autonómica. Sigue sin haber un compromiso claro y por escrito que garantice la estabilidad de la plantilla y la consolidación de los puestos de trabajo que llevan desempeñando desde hace entre 15 y 30 años. La traición del sindicato FSP-UGT, obrando por la espalda y por motivos que algún día se conocerán, ha sido en primera instancia la causa de una desconvocatoria que ha venido seguida de la expresa voluntad de los miembros de la agrupación de dar una oportunidad más a la negociación, aceptando participar en una comisión de seguimiento junto a representantes de la empresa y la administración y posponiendo posibles acciones de protesta y huelga al inicio de la pretemporada si todo sigue igual.

No voy a ahondar más en este tema de momento. No quiero remover las heces con el viento en contra, prefiero dejar que las negociaciones sigan su curso en el ámbito en el que han de desarrollarse y no contribuir a que el ambiente pueda enrarecerse más. Es decir, justo lo contrario de lo que hizo recientemente el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, con unas impresentables declaraciones, indignas de un representante público, que lo único que hacen es dejar en evidencia que su imprudencia es aún superior a su ignorancia.

El caso es que estaba previsto que el Cor de la Generalitat protagonizase las crónicas de este estreno y finalmente así acabará siendo, aunque no por haber ejercido su derecho a la huelga, sino por protagonizar una de las actuaciones más memorables de un coro en un teatro de ópera que ha vivido quien esto escribe, convirtiéndose por los méritos de su propia valía en los indiscutibles triunfadores de la noche. Por supuesto sin que ninguno de los chupatintas, bocachancla y mequetrefes mentales varios que se permiten cuestionar y poner en riesgo la supervivencia del Cor estuviese presente. Aunque en su descargo hay que decir que televisaban el apasionante Irán-España y en À Punt se programaba un nuevo capítulo de “Açò és un Destarifo”.

Decía antes que La Damnation de Faust y La Clemenza di Tito van a ser los dos últimos espectáculos de la temporada. Y hay algo que me ha llamado la atención. La Clemenza se va a interpretar en el aborrecible Auditori en versión semi escenificada (en principio iba a ser en versión concierto) y Damnation escenificada y en la sala principal, cuando lo cierto es que La Clemenza es una ópera que nació con el objeto de ser escenificada y La Damnation es una cosa extraña. Berlioz la calificó como leyenda dramática y en múltiples ocasiones se representa en versión concierto, y es que el componente sinfónico de esta obra tiene mayor peso que el dramático. Quizás hubiera sido más lógico que la programación se hubiese hecho al contrario, pero me alegro enormemente de que no haya sido finalmente así, pues eso nos ha permitido disfrutar de la maravillosa música de Héctor Berlioz sin las distorsiones de la imposible acústica del Auditori.

Para la ocasión se ha presentado una nueva producción del Palau de les Arts en colaboración con el Teatro Regio di Torino y el Teatro dell’Opera di Roma, donde precisamente abrió la temporada 2017/18. La puesta en escena la firma el italiano Damiano Michieletto, de quien en este teatro ya se han visto bastantes trabajos; algunos mejores, como L’elisir d’amore o La scala di seta, y otros claramente fallidos, como Il Barbiere di Siviglia. La producción estrenada ayer obtuvo recientemente el reconocimiento de la crítica italiana obteniendo el premio Franco Abbiati al mejor espectáculo de 2017.

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a unos minutos de uno de los ensayos de esta Damnation de Faust y una de las primeras cosas que pensé fue que la puesta en escena concebida por Damiano Michieletto iba a ser fuertemente abucheada. Pero al final me equivoqué. Es verdad que hubo algunos abucheos, pero en absoluto el rechazo generalizado que yo imaginaba. Está claro que Michieletto decide aquí arriesgar fuerte y apuesta por dar una visión muy particular del mito de Fausto. Ya Berlioz, a su vez, ofreció en esta obra su personal lectura del Fausto de Goethe, eliminando el inicial pacto del protagonista con el diablo para lograr la juventud y llevándolo al final como forma de salvar el alma de Marguerite, o ambientando el inicio en Hungría en lugar de Alemania, entre otras cosas. Michieletto va aún más allá y transforma a Faust en un adolescente traumatizado por la muerte de su madre y objeto de bullying por sus compañeros que intenta suicidarse y que se agarra al amor de Marguerite como tabla de salvación frente a su sufrimiento.

La escenografía corre a cargo de Paolo Fantin, el vestuario de Carla Teti y la iluminación de Alessandro Carletti. Toda la acción se desarrolla en un mismo espacio escénico y el coro estará permanentemente presente en escena, sentado en un graderío por encima de los cantantes. El protagonista en la propuesta de Michieletto es claramente Méphistophélès, quien también estará casi siempre en escena, presencialmente o en proyecciones, con un comportamiento histriónico que recuerda bastante al de presentadores de reality show, donde su punto de vista será mostrado además mediante las imágenes que graba sobre el escenario un cámara portando una steadycam.

Visual y estéticamente hay que reconocer lo impactante de una producción que no puede dejar indiferente a nadie. El blanco luminoso predominante hasta el tramo final y la frialdad de la iluminación me recordaban un poco la estética del 2001 de Kubrick. Los momentos de amor junto a Marguerite trasladarán a Faust a su particular Paraíso que será mostrado con la proyección del cuadro del mismo título de Lucas Cranach el Viejo mientras Méphistophélès contempla la escena transmutado en serpiente, en uno de los instantes a mi juicio más logrados. Otros momentos que me parecieron muy positivos fueron el del coro celestial que salva a Faust del suicidio tras la brutal escena de bullying y que se ilustrará con los recuerdos de éste junto a su madre celebrando un cumpleaños; o la escena de la cabalgada a los infiernos y el Pandemonium, pese al aspecto de bolsas de basura gigantes en movimiento; o la Apoteosis de Marguerite final.

Es verdad que hay cosas que funcionan menos o alguna provocación un tanto gratuita, aunque creo que, en conjunto, los aspectos positivos pesan más que los negativos y yo me lo pasé especialmente bien. Reconozco que puede haber espectadores que se sientan molestos o desconcertados y un poco perdidos, pero en mi opinión hay ideas y sentido dramatúrgico e incluso creo que se consigue dotar de una cierta unidad narrativa a una obra que no puede presumir precisamente de tener un armazón dramático especialmente consistente. Además, algo que me parece incuestionable es el enorme trabajo de dirección de actores (cantantes y figurantes), cuidado hasta el último detalle, y ya sólo por eso el abucheo resultaría injusto.

Aspectos que considero negativos de la propuesta de Michieletto son: el ruido que se organiza en escena más de una vez perjudicando la música y, en general, que creo que pretende contar demasiadas cosas y quizás en ese afán de mostrar todas las lecturas y subniveles que ve el regista en la historia, se le ofrece un exceso de información visual al espectador en forma de claves que acaban por saturarle, haciendo que en lugar de centrarle le enreden más y le distraigan del apartado musical. Dicho eso pienso que en sucesivas visiones la propuesta puede ir ganando y el espectador descubriendo nuevos detalles. A mí sí me gustó.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado, quien tras la marcha de Biondi se ha quedado ya como director titular en solitario de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, pero esta va a ser la única ópera que dirija esta temporada, algo ciertamente chocante. No obstante, la próxima no va a salir del foso más que para aliviar vejiga porque está previsto que asuma la dirección de 3 de las 5 óperas que se representarán en la sala principal.

La labor de Abbado ayer me pareció bastante destacable. Es verdad que con esta orquesta y este coro y la espléndida orquestación de Berlioz, era complicado que la cosa saliese demasiado mal. Abbado ayer se lo pasó teta, se le veía en el foso disfrutar con la obra que estaba dirigiendo. Hubo incluso momentos en los que daba la impresión de que tanto se emocionaba que alguna entrada se retrasaba o el tempo variaba. En cualquier caso creo que hizo un trabajo relevante, mantuvo el pulso y la tensión y consiguió que la partitura brillase como merecía. Aunque en ese resultado intervino y mucho la calidad de los músicos de la orquesta, destacadísimos del primero al último. Excelentes los metales, la percusión, una cuerda descomunal, con mención para la solista de viola, y unas maderas que lo bordaron con unas inspiradísimas flautas y Pierre Antoine Escoffier y Ana Rivera en oboe y corno inglés marcándose un acompañamiento bellísimo a D’amour l’ardente flamme.

Del Cor de la Generalitat ya he adelantado antes que fueron los grandes protagonistas de la velada. La calidad del sonido obtenida ayer fue espectacular. El empaste impecable y todas las cuerdas se escuchaban con un equilibrio extraordinario. Creo que habrá pocos coros fuera de nuestras fronteras que puedan garantizar hoy un rendimiento mucho mejor ante una obra tan enormemente exigente como esta. Todas sus intervenciones fueron, incluso pese a algún puntual desajuste, de poner los pelos de punta, pero destacaría la belleza obtenida en el coro de gnomos y sílfides del sueño de Faust y, por supuesto, en el maravilloso coro final. La colocación del coro estático y arriba por la propuesta escénica, ha motivado que el director musical haya decidido que algunos de sus miembros se ubiquen en el foso junto a la orquesta, posiblemente temeroso de que no tuviesen sus voces la relevancia adecuada. Yo creo que no hubiera pasado nada por situar a todo el coro arriba y quizás se evitarían problemas de puntuales desequilibrios entre el coro de foso y el del escenario, pero no voy a dar yo consejos al director. Más allá de haber conseguido Abbado o no su objetivo, lo que quedó claro es que músicos y cantantes estuvieron en el foso como sardinillas en lata. Y que todos los miembros de Cor, en foso y escena, demostraron que la retención urinaria la llevan bastante bien.

Buena fue también la participación final de los niños y niñas de la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En el reparto vocal se ha contado con un trío protagonista íntegramente hispano, con el tenor Celso Albelo como Faust, Silvia Tro Santafé como Marguerite y Rubén Amoretti como Méphistophélès.

Gran mérito el de Celso Albelo ante un papel mucho más difícil de lo que parece a primera vista y que, si no me equivoco, debutaba. Además de eso tuvo que afrontar unas exigencias escénicas muy importantes y de todo ello salió con unos muy buenos resultados, yendo, a mi juicio, de menos a más, administrando perfectamente sus recursos. Su voz y fraseo ofrecen belleza y una técnica depurada, con una zona aguda muy solvente, brillante y potente. Hubo algún desliz de afinación y una cierta frialdad general, pero el resultado fue positivo.

También creo que se debe valorar como meritorio el desempeño de Silvia Tro Santafé componiendo una buena Marguerite pese a que creo que no es el papel que mejor se ajusta a sus características vocales. Quizás le faltase un poquito más de refinamiento, de control de volumen e intensidades, pero insisto en considerar positivos sus resultados, teniendo también que hacer frente a diversas exigencias escénicas de lo más variopinto, como el tener que cantar echándose vasos de agua por encima…

Aunque si ayer hubo un artista digno de reconocimiento por su comportamiento escénico, ese fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Sensacional toda la noche, con un trabajo actoral exhaustivo que además iba acompañado de numerosos primeros planos que sostuvo con sobresaliente. Impecable en lo dramático y muy destacado también en lo vocal, sabiendo transmitir toda la malvada ironía del personaje.

Correcto el Brander del alumno del Centre Plácido Domingo Jorge Eleazar Álvarez en la canción de la rata, uno de los instantes que más rechazo parece que provocó en el público por la ocurrencia de Michieletto de ilustrarlo con un gigantesco roedor en escena.

Especial reconocimiento merece también en esta obra el numeroso plantel de figuración que lleva a cabo un trabajazo monumental.

La sala principal de Les Arts presentó, lamentablemente, bastantes huecos. Parece que al público valenciano le siga costando animarse a asistir a óperas menos habituales, lo que es muy triste, pero si además le metemos un partido de Ejpaña, pues para qué queremos más. Aunque lo verdaderamente triste y lamentable de ayer no fue tanto el comportamiento del público que se quedó en casa como el de quienes asistieron a la función. Conté no menos de ocho deserciones durante la representación, con taconeo, portazo y cuchicheo incluido. Y lo mejor estaba por llegar. Al final, nada más apagarse la luz, bajarse el telón y cuando Abbado aun no se había bajado del atril, ocurrió esto:



Una estampida de proporciones dantescas en una de las mayores faltas de respeto a los artistas que yo he vivido en este teatro, y mira que he asistido a situaciones parecidas, pero lo de ayer era digno de un simulacro anti incendios con previa inserción de guindillas en el ano. No sé a qué narices se debió. El partido de fútbol ya había acabado y era una hora más que razonable… Los que se quedaron brindaron fuertes ovaciones para todos, y eso que durante la representación no hubo ni un solo aplauso pese a alguna que otra paradita estratégica de Abbado. Especialmente jaleados fueron el coro y la orquesta y también muy aplaudidos los solistas vocales. La salida del equipo escénico fue recibida con bastantes aplausos a los que se unieron algunos abucheos que no me dio la impresión que llegasen a ser mayoritarios.

Bueno, pues hasta aquí mi crónica de esta última ópera de la temporada en la sala principal. No puedo por menos que animaros a haceros con alguna de las numerosas entradas que hay disponibles para los próximos días. La belleza de la música de Berlioz lo merece. La calidad de nuestra orquesta y coro, más. Y la oportunidad de asistir a un espectáculo diferente siempre vale la pena. Los más reacios y clásicos haced un esfuerzo... el año que viene ya os hartaréis de Rigoletto, Lucia, Turandot y cosas de esas bonitas