Mostrando entradas con la etiqueta Di Trápani. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Di Trápani. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de junio de 2016

"UN SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO" (Felix Mendelssohn-Bartholdy) - Auditori Palau de les Arts - 23/06/16

Si la semana pasada se cerraba brillantísimamente la temporada operística en Les Arts con la última de las representaciones de A midsummer night’s dream, del compositor inglés Benjamin Britten; anoche se hacía lo propio en el apartado de conciertos con otra adaptación musical de la obra de Shakespeare, en esta ocasión con la maravillosa música incidental compuesta por Felix Mendelssohn-Bartholdy, Ein Sommernachtstraum (Un sueño de una noche de verano), en una versión de concierto-espectáculo que acabó resultando una tomadura de pelo aburrida y bochornosa.

Ya sabéis los que seguís este blog que no suelo escribir crónica de conciertos o espectáculos que se celebran sólo un día, pero en esta oportunidad no he podido evitar hacer pública mención de lo que considero una de las más desafortunadas experiencias vividas en el Palau de les Arts.

Hace pocos días se anunció que el director musical previsto, Ramón Tebar, principal director invitado del teatro, cancelaba su participación por motivos de salud, siendo sustituido por José Miguel Pérez Sierra, quien ya había dirigido en Valencia anteriormente La scala di seta, de Rossini, El rey que rabió, de Chapí y El dúo de La Africana de Fernández Caballero, así como un recital de zarzuela. No sé si sería por la precipitación del encargo o por una escasa adaptación al género sinfónico, pero los resultados del joven director madrileño no fueron nada buenos.

Ya en la obra que abría el concierto, la Sinfonía 3 (Escocesa), también del compositor alemán, los bostezos provocados desde el podio fueron lo más relevante, junto a unos inhabituales desajustes y fallos en la orquesta, sobre todo en los metales. La dirección de Pérez Sierra fue sosa, plana y sin alma; una mera faena de aliño que ni siquiera parecía capaz de interesarse en reconducir aquello que se desmandaba. Por parecidos derroteros transcurrió musicalmente la segunda parte de la velada, mejor en conjunto en la vertiente orquestal que la primera, pero con una batuta insustancial a la que se le escapaban vivos todos los recovecos y matices de una espléndida partitura.

Lo mejor de la noche estuvo en las breves intervenciones del Cor de la Generalitat, aunque también se echase de menos una dirección más cuidadosa que hiciese brillar como merece pasajes como el acompañamiento del coro en Kommt, einen Ringel.

Cumplieron con corrección las solistas del Centre Plácido Domingo, Elisa Barbero y Federica di Trapani, aunque esta última se perdiese con la letra en un momento dado.

Lo peor, en cualquier caso, no fue el apartado musical, sino el presunto espectáculo ofrecido en Ein sommernachtstraum. Se anunció un concierto espectáculo cuya concepción artística firmaba Allex Aguilera, con la participación de la actriz Rossy de Palma para encargarse del recitado de los fragmentos de la obra de Shakespeare introducidos por Mendelssohn como Melodrama, y traducidos esta vez al castellano.

Para la ocasión se inhabilitaron las tres primeras filas del infame Auditori, avisándonos hace una semana a los espectadores que habíamos comprado entradas en esa zona que se veían obligados a cambiarnos de localidad por los requerimientos escénicos, con el agravante de que, al haberse vendido ya gran parte del aforo, el asiento ofrecido fue bastante peor que el que habíamos adquirido al principio de temporada. Obviamente esto son gajes del abonado. No me parece bien que la falta de previsión del teatro origine que se acabe perjudicando a quienes compramos nuestra entrada con mucha antelación, pero eso no es lo principal. Lo que me parece inaceptable es que me quiten de mi localidad para defecarse en ella.

El motivo de inhabilitar las primeras filas fue colocar una especie de pasarela cubierta de horrendas flores de plástico de Todo a un eulo, en la que se ubicó durante la función a Rossy de Palma, vestida de odalisca de carnaval de Cádiz, haciendo que deambulase por ella muy de vez en cuando. ¿Aportó algo esa ubicación al concepto dramático?, no. Mejor hubiese sido dejar a la actriz arriba, junto al coro, ya que sus movimientos escénicos no fueron superiores a una carrera de caracoles tetrapléjicos y tampoco se necesitaba de cercanía al público para escucharla, pues intervino con una exagerada amplificación. Si se hubiera alejado de la platea a la actriz, además, se nos hubiera evitado la vergüenza ajena de ver cómo no había memorizado ni una línea de su papel, leyendo todas sus intervenciones con gafas de presbicia incluidas y con un nulo sentido del recitado y de chispa escénica. Su deplorable vocalización y voz sinusítica completaron una actuación lamentable. Mejor hubiese sido poner una voz en off de algún/a profesional de la locución.

El resto del espectáculo consistió en bajar la consabida pantalla de proyecciones, que ya es casi de la familia y a la que vamos a tener que ir poniendo nombre, tapando a director, orquesta, coro y solistas. Esto ya se hizo en otros espectáculos en este mismo recinto con muy buenos resultados, como en la Trilogía Romana, de Respighi, o en El castillo del duque Barbazul, de Bartok, donde, sobre todo en el segundo de los casos, hubo originalidad en la propuesta, sentido dramático y unas proyecciones que guardaban relación con lo que se contaba musicalmente, contribuyendo a realzarlo.

Ayer ocurrió justo lo contrario. Las proyecciones no tenían nada que ver con lo que se estaba contando, más allá de que la obra transcurre de noche y allí salía mucho una gran luna llena girando como un tiovivo. Aquello parecía como si alguien hubiese pensado que tenía que hacer un espectáculo visual como fuese y hubiera decidido acudir al archivo de videos de Les Arts incluyendo lo que fue encontrando, sin orden ni concierto, con unos resultados tan nefastos que costaba creerse que eran fruto sólo de la incompetencia y no de la voluntad de fastidiar al público. No eran pocos los espectadores que pude ver cómo no miraban la pantalla para no marearse ni ser castigados con la sucesión de absurdicias visuales.

Los responsables de Les Arts deberían darse cuenta de que el público está ya cansado de ver una y otra vez, producción tras producción, las mismas proyecciones, más repetidas que los capítulos de Verano azul, de oscuros nubarrones, estrellas colisionando, churretes deslizantes, lunas llenas, espermatozoides sangrientos, planetas girando, mitocondrias flotantes y tonterías varías con las que nos impidieron ver a la orquesta coro y cantantes y marearon nuestros ojos durante toda la hora que duró la estupenda música de Mendelssohn, ayer masacrada por una dirección musical inane y un concepto escénico absurdo.

Para la basura ofrecida, hubiera sido mucho mejor limitarse a una versión en concierto clásica, sin tonterías, y sin ese temor que parece inundar este teatro en la etapa Livermore a que el público se aburra si le das sólo música y canto.

Siento ser tan duro porque me consta que ese espectáculo lleva detrás el esfuerzo y trabajo de técnicos y profesionales que se limitan a hacer eficientemente lo que se les manda.

El público llenaba prácticamente la sala, nuevamente con abundante presencia de gente joven. Por allí estaban el maestro Plácido Domingo y el Intendente Livermore, quien no se dejó ver durante las representaciones de Britten, pero que ayer estuvo presente en esta ñorda vespertina. Mención negativa merecen quienes no dejaron de hacer fotos con flash durante toda la representación, especialmente una pareja de avanzada edad presente en la primera fila. Entiendo que se aburriesen, pero molestaban aún más al resto de público e intérpretes. Cuando finalizó la obra hubo tibios aplausos que se transformaron en audible abucheo a la salida de los responsables del concepto artístico. Fue significativo que la mayor ovación de la noche se produjo justo tras la primera retirada de escena tras los saludos, cuando sólo quedaron en el escenario los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat

Es una lástima que tras la última y mejor producción operística de la temporada que nos causó tan buen sabor de boca, nos tuviésemos que chupar anoche este arenque podrido que nos deja con halitosis.

domingo, 13 de diciembre de 2015

"SILLA" (G. F. Haendel) - Palau de les Arts - 12/12/15

Cuando se presentó la temporada operística del Palau de les Arts, allá por el mes de junio, nuestro Intendente Davide Livermore anunció que la ópera Silla, de G.F. Haendel, sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”. Al comenzar la pretemporada en octubre, pudimos comprobar que quien aparecía anunciada era Meredith Arwady, una contralto norteamericana que, sin poner en duda su valía, ni por fama ni por repertorio cumplía el perfil de estrella mundial del barroco. Y, finalmente, ha sido una aún más desconocida Benedetta Mazzucato quien ha protagonizado anoche el estreno de Silla. Parece que en Les Arts, sea quien sea quién maneje su timón, hay cosas que se repiten una y otra vez y que ya parecen formar parte de su peculiar idiosincrasia.

El Intendente Livermore, en una reciente rueda de prensa, anunció también que la programación de esta ignota ópera de Haendel para ser interpretada por alumnos del Centre Plácido Domingo respondía a lo que él denominó “la revolución del sentido común” (chúpate esa), que consiste, según él, en apostar por la calidad de los espectáculos, independientemente de que se trate de obras no tan conocidas por el gran público y aunque sus protagonistas no sean siempre estrellas, sino gente preparada, como era el caso de quienes figuran en el Centre.

Como declaración de intenciones me parece genial. Y hay que reconocer que este hombre tiene una labia que es capaz de venderle un jamón de jabugo a un Ayatollah, el problema puede venir cuando los resultados no se ajusten a los propósitos. Y, en mi opinión, eso es lo que sucedió ayer.

Me parece una gran idea que se incluyan en la temporada títulos minoritarios, de forma que el público no se limite a escuchar una y otra vez los clásicos Traviata, Bohème, etc. y pueda abrirse a nuevas propuestas.

Y también me parece estupendo que se den oportunidades a jóvenes cantantes, sin necesidad de que sean estrellas mediáticas, siempre que respondan a los niveles de calidad que el nombre de este teatro y la excelencia de sus cuerpos estables merece. Así ha ocurrido en el pasado con muchos de los cantantes que han pasado por Les Arts con enorme éxito antes de su reconocimiento internacional (Amber Wagner, Jennifer Wilson, Jorge de León y un largo etcétera). Pero anoche esa calidad no estuvo presente. Entre los cantantes hubo de todo, bueno, malo y regular; pero incluso en lo bueno el nivel me pareció más propio de estudiantes de conservatorio que de cantantes seleccionados para perfeccionarse en el Centre.

Lo he dicho en alguna ocasión, y lo sigo pensando, que el nivel del alumnado del Centre Plácido Domingo es muy inferior en los últimos años al que tuvo en un principio. Dicho esto también afirmo que lo que escuché anoche me gustó más que las representaciones del Centre del año anterior.

Entiendo, y así lo he mantenido siempre, que no se debe medir por el mismo rasero a estos cantantes del Centre que a los que se contraten para los espectáculos de la temporada de abono, pero cuando desde el teatro se nos pretende colar que esta es una alternativa de calidad, me considero en mi derecho de, al menos, discrepar. Anoche hubo una diferencia abismal entre la calidad de la parte musical y el apartado vocal.

Y el capítulo escénico tampoco acabó de convencerme. Se trata de una nueva producción del Palau de Les Arts que se ha encargado a la joven directora italiana Alessandra Premoli. El resultado es demasiado parecido a cualquiera de los trabajos que ha hecho anteriormente el Intendente Livermore para ser representados por alumnos del Centre, aunque habiéndose pagado aquí a un tercero (Premoli). Quizás esta sensación se deba a que se contaba con la escenografía de Manuel Zuriaga, la iluminación de Antonio Castro y el vestuario de José María Adame; es decir, los habituales colaboradores de la casa. La escenografía está compuesta por un par de paneles móviles y un graderío giratorio que igual representa un ágora, un circo o un parlamento; y los juegos de luces crean una sugerente ambientación para algunas escenas.

Su propuesta no me parece que aporte nada especial. En su defensa se ha de decir que tiene un enorme mérito perder tiempo y esfuerzos en poner en escena un libreto que es una ñorda elefantiásica. Pero la labor de dirección de actores me resultó menos conseguida que en otras ocasiones y limitarse a representar diversas escenas de violencia para que veamos lo malo que es el dictador, hacer veladas referencias a la Italia fascista o simbolizar a los oprimidos con alusiones a las madres de la Plaza de Mayo, no creo que sea nada muy original ni que constituya una inteligente transposición del drama a la época actual. No quiero decir que el trabajo de Premoli sea rechazable, pero me pareció absolutamente intrascendente.

Es de enorme interés la tarea que lleva a cabo Fabio Biondi para la investigación y recuperación de óperas perdidas, como es el caso de este Silla. Decía el maestro Biondi que el motivo de que Haendel hubiera dejado esta ópera en un cajón, llevándose parte de su música a Amadigi di Gaula, era un tema político de la época. Después de lo visto ayer yo más bien sospecho que el compositor pudiera haberse dado cuenta de la inconsistencia y ridiculez del libreto y decidiese dedicar la música a otros fines más loables. Y es que, a diferencia del texto, la partitura de Haendel contiene momentos bellísimos, a los que además Fabio Biondi supo sacarle el mejor partido posible.

Era la primera ocasión en que Biondi ocupaba el foso de Les Arts para dirigir una ópera. Ya pudimos verle en octubre al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, de la que fue nombrado en marzo director titular junto a Roberto Abbado, interpretando Davidde Penitente de Mozart, y tengo que reconocer que entonces me defraudó bastante. Ayer, sin embargo, creo que Biondi llevó a cabo un trabajo excelente de dirección que da motivos para ser optimistas.

Dirigió Biondi sin batuta, al violín, tal y como era costumbre cuando la obra fue compuesta. En alguna de sus primeras intervenciones como solista se observaron imprecisiones en la digitación, pero en las siguientes dejó instantes sublimes. La dirección de Biondi fue ágil, clara, con pulso dramático y estuvo plagada de modulaciones y matices soberbios que proporcionaron toda la expresividad que faltaba en escena. Cuidó muchísimo la endeblez de la mayoría de las voces y marcó con precisión todas las entradas. La escena de la tormenta fue extraordinaria y maravilloso el acompañamiento de las cuerdas en “La vendetta è un cibo al cor”.

En el foso destacaron toda la noche las intervenciones de Guiorgui Anichenko al violonchelo, Pierre Antoine Escoffier al oboe y un magistral Rubén Marqués a la trompeta, especialmente en el “Con tromba guerriera” que puso fin al primer acto.

En cuanto al apartado vocal, ya he dicho anteriormente lo poco que me satisfizo. Destacaría la delicadeza con la que Federica di Trapani acometió el aria de Flavia “Un sol raggio di speranza”, regulando y dando intención al texto, siendo también la cantante que mejor se manejó en los recitativos, masacrados por la generalidad del reparto. Me gustó también el color, volumen, proyección y sentido del legato de la soprano mejicana Karen Gardeazábal como Metella, aunque se le atragantasen las agilidades. Buenos detalles apuntó también Nozomi Kato como Celia, pese al infame vestuario que tuvo que padecer, mezcla de colegiala nipona y jotera, destacando especialmente en su aria “Sei già morto, idolo mio”.

Por respeto a los alumnos del Centre obviaré las consideraciones más negativas sobre ellos, pero sí señalaré que, curiosamente, lo peor de la noche vino de las dos únicas cantantes que no pertenecían al Centre Plácido Domingo. Adriana Di Paola, se cargó el papel de Claudio, el más  extenso de esta ópera, con voz entubada y destemplada, que cuando entraba en terrenos de agilidad no se sabía si cantaba, reía o le daban arcadas, y exhibió la expresividad dramática de un airgamboy.

Por su parte, Benedetta Mazzucato, en el rol del dictador Lucio Cornelio Sila, tan sólo ofreció agradable timbre en la zona central mientras no entraba en terrenos comprometidos, pero los graves se los dejó en Roma, con las agilidades mostró más problemas que Stephen Hawking saltando vallas y sus recitativos parecían el penoso declamado de un actor de teleserie española juvenil. Es inaudito que desde Les Arts no se haya encontrado ninguna alternativa mejor para el papel protagonista de esta ópera, y haber pasado de anunciar a una estrella mundial del barroco a traernos a Mazzucato es una tomadura de pelo en toda regla.

La figuración recayó esta vez en alumnos de la Escola Superior d'Art Dramàtic de Valencia (ESAD), quienes realizaron una meritoria labor con los mimbres que le atribuyó la dirección escénica.

La sala del Teatre Martin i Soler se encontraba prácticamente llena, con bastante gente joven, y se dejaron ver por allí el tenor José Manuel Zapata, el principal director invitado de la casa, Ramón Tebar, el director húngaro Henrik Nánási y Plácido Domingo junto a su esposa. El público no se mostró especialmente cálido durante la representación, aunque al final se aplaudió y braveó a discreción, especialmente a la orquesta y a su director, Fabio Biondi.

Expediente X digno de consultar a Iker Jiménez fue el origen de las ráfagas de olor a fritanga o churrería que inundaban la sala de vez en cuando, habiéndose confirmado que no se trataba de que hubiesen echado a la bañera de aceite hirviendo a quien seleccionó el reparto vocal.

Pese a todo lo dicho creo que siempre merece la pena acercarse a descubrir una ópera nueva, sobre todo si está plagada de bella música, como este Silla de Haendel y si de paso se puede disfrutar del buen hacer de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, mucho mejor.