Mostrando entradas con la etiqueta Allex Aguilera. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Allex Aguilera. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de febrero de 2019

"I MASNADIERI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 06/02/19


Ayer, 6 de febrero, se representó en el Palau de les Arts la primera función de ópera del año 2019, con el estreno de I Masnadieri, de Giuseppe Verdi. Este es un dato bastante lamentable. Que hayamos estado en València 52 días, desde la última Flauta Mágica del 15 de diciembre, sin una sola representación de ópera de temporada, en un mes como el de enero, de máxima actividad operística en cualquier teatro medianamente serio, es preocupante.

Esta era una práctica habitual durante el mandato Livermore, ya que el ex intendente aprovechaba tradicionalmente ese mes para dedicarse a sus bolos presentando en otros teatros producciones suyas como director de escena. Este año no sé realmente por qué se ha vuelto a dejar enero en blanco. En cualquier caso, es una temporada de transición que fue montada tras la dimisión de Livermore mientras se esperaba el nombramiento del nuevo responsable de la dirección artística; así que confiemos en que esta sea una de las cosas que remedie a partir de la próxima temporada el nuevo equipo gestor comandado por el señor Jesús Iglesias Noriega.

Iglesias parece que el 1 de enero se ha incorporado ya definitivamente a su despacho en Les Arts y la entrada no ha podido estar rodeada de menos tranquilidad. Se encontró con la dimisión de Inmaculada Pla como Directora General a los 18 días de su nombramiento, después con una nota del Comité de Empresa del teatro acusando a sus gestores de incompetente gestión y falta de rumbo y, por si teníamos poco, el pasado martes se hizo público el anuncio de convocatoria de huelga por parte del Cor de la Generalitat. De momento la huelga está convocada para las dos últimas funciones de I Masnadieri, los días 15 y 17 de febrero; para el concierto del 7 de marzo en conmemoración del 600 aniversario de la Generalitat; y para todas las funciones de Iolanta y La malquerida.

La amenaza de huelga del Cor venía ya rondando desde las funciones de Tosca de la primavera pasada. Finalmente parecieron tranquilizarse las aguas, estableciéndose una comisión de seguimiento y continuando las negociaciones entre representantes de la empresa y de los trabajadores, pero la administración autonómica les ha sorprendido ahora sacando la convocatoria de las plazas de todos los componentes del coro a oposición, poniendo así en riesgo el mantenimiento mismo de la formación y dejando en evidencia la palabra del conseller Marzà cuando les aseguró recientemente que se tendría en cuenta la singularidad del coro a la hora de tomar decisiones sobre la consolidación de sus plazas que sería paulatina y no traumática.

Veremos cómo acaba esto, aunque entre la estulticia de algunos y el cabreo de otros, la cosa no parece pintar bien. Después de tanta tomadura de cabello y buenas palabras que siempre han sido seguidas por malas acciones de la administración, sería lógico pensar que los componentes del coro no se chupen el dedo y les cueste bastante fiarse ahora de cualquier nueva promesa… pero, en fin, seguiremos confiando en la capacidad negociadora de las partes y en que alguien imponga una brizna de sentido común en los representantes públicos que están a punto de conseguir cargarse un pilar cultural fundamental de la Comunidad Valenciana como es el Cor de la Generalitat, afectando además de manera directa a la línea de flotación del proyecto de futuro del Palau de les Arts, que, si acaba por perder la calidad de sus cuerpos estables (orquesta y coro) que han sido hasta ahora un referente en España, dejará de tener sentido. Habrá que estar atentos pues a ver qué papel mediador puedan jugar, o no, el nuevo director artístico o el Patronato de Les Arts. Seguiremos atentos el culebrón.

Pero bueno,  ciñéndome ya a mis impresiones de la función de ayer, después de la polémica generada por La flauta mágica que abrió la temporada, la producción de I Masnadieri presentada anoche obtuvo un éxito bastante considerable. Más por el apartado musical y vocal que por una puesta en escena que más bien pasó sin pena ni gloria, lo cual no es que sea algo positivo, pero viendo el escandalazo anterior casi que igual hay quien salió más contento que unas pascuas. Se trata de una coproducción del Teatro San Carlo de Nápoles y La Fenice de Venecia con dirección escénica de Gabriele Lavia, aunque ha sido Allex Aguilera el encargado de dirigir esta reposición, con la escenografía de Alessandro Camera, vestuario de Andrea Viotti e iluminación de Allex Aguilera y Nadia García.

Toda la acción se desarrolla en un único espacio escénico que recuerda a una nave industrial abandonada, configurado por una especie de bosque donde los árboles son focos y enmarcado por unos muros con grafitis y la leyenda Libertà o Morte de fondo. Un viejo sillón y una enorme cruz que desciende en la escena del sepulcro de Massimiliano son los únicos elementos escenográficos en ese espacio. Aunque escuché bastantes comentarios positivos, posiblemente debidos a la resaca flautista, a mí me pareció estéticamente bastante feo todo. Pero eso de la fealdad o belleza es algo subjetivo y además no creo que sea lo peor. A mi juicio lo más negativo de la propuesta escénica es lo poco que se lo curran.

Es verdad que el libreto de Maffei es absurdo e insustancial como pocos y posiblemente plantee no pocos problemas de concepto escénico, pero aquí la solución adoptada parece ser no afrontar esos retos dramatúrgicos y dejar que todo se desarrolle en un único espacio, con el agravante de que la dirección y movimiento de actores brilla por su ausencia y la mayor parte del tiempo parecen dejados a su suerte. Si, como es el caso, los cantantes tampoco son precisamente Sarah Bernhardt y Laurence Olivier, pues el impacto de la acción dramática viene más dado por la música que por el trabajo actoral que me pareció bastante pobre. Eso sí, al pobre Ruciński le hacen pasarse toda la ópera moviéndose con la pata tiesa (con perdón). Este inconsistente trabajo de actores llama la atención especialmente por la condición de actor, director de cine y director teatral de Gabriele Lavia que aquí francamente parece haberse querido complicar la vida muy poco.

No pude evitar recordar anoche el modesto Barbiere di Siviglia que se ofreció la pasada semana en versión semi escenificada en el Auditori por los amigos de la Fundación Eutherpe, donde, con una escasez de medios enormes y un espacio nada favorable, pero con un trabajo cuidadoso e inteligente de Kike Llorca y unos jóvenes artistas entregados, se consiguió meter plenamente en la obra al espectador y transmitir el espíritu de la ópera de forma idónea.

En la parte negativa de la propuesta de Gabriele Lavia consignaría también los focos que deslumbran al espectador (si me dieran un euro por cada vez que he renegado de esto, tendría ahora una piscina como la del Tío Gilito) y el exceso de humo que ahoga al que todavía no ha quedado cegato. El vestuario de los bandidos con cueros, fular de colores y sombreros de copa era casi tan absurdo como feo. Aunque para feo el tropel de punkis zombis que acompañan a Francesco en el acto II.

Sí que hubo cosas que me gustaron, como algún efecto luminoso, pese a la quemadura de córneas y, sobre todo algo enormemente positivo y de aplaudir sin reparo: que nos dejasen disfrutar de la preciosa obertura y el estremecedor solo de chelo sin proyecciones, actores haciendo el memo, ruidos improcedentes, ni pamplinas. Telón bajado, sala oscura y la música de Verdi. Esa es la mejor forma de ambientar al espectador y empezar a introducirle en el drama musical que se avecina.

La dirección musical corrió a cargo de Roberto Abbado que este año se va a inflar a dirigir funciones como despedida de su condición de director titular de la casa. Parece ya absolutamente confirmado que no renovará como tal cuando finalice su contrato, aunque se ha anunciado el deseo de Les Arts y del propio director para que su presencia en València en futuras temporadas quede garantizada como uno de los directores invitados. También ha confirmado Jesús Iglesias que la próxima temporada la orquesta continuará sin director titular. Ese es otro de los problemas prioritarios que debería solucionar el nuevo director artístico, anunciando tan pronto como sea posible un nombre relevante para sustituir a Abaddo si no quiere que continúen las deserciones en la Orquestra de la Comunitat Valenciana y su calidad se vea mermada de forma irreversible.

Por el momento, la calidad de la agrupación sigue estando ahí y ayer se lograron algunos momentos muy relevantes para el lucimiento de los solistas, especialmente de Rafal Jezierski con ese maravilloso violonchelo que lleva a sus espaldas todo el peso de la obertura y que consiguió poner los pelos de punta a la platea desde los primeros compases. También destacó la cuerda en la bellísima introducción al acto II, el diálogo de arpa y flauta en Lo sguardo avea degli angeli”  y durante toda la obra fue memorable la asociación de las maderas, con gran inspiración en flautas, fagot, clarinete y oboe, este último a cargo de un Christopher Bouwman que ya ha anunciado oficialmente que el año que viene estará en la Israel Philarmonic Orchestra, otra pérdida muy dolorosa para nuestra orquesta.

La partitura de I Masnadieri responde a un esquema todavía bastante primitivo de Verdi, con sus números cerrados, sus recitativos, arias y cabalettas y una orquestación todavía lejos del refinamiento de sus más maduras creaciones. No obstante es innegable la belleza musical de muchos momentos y el sustento dramático que impregna buena parte de sus pentagramas. A mí me gustó bastante el trabajo que llevó a cabo ayer Roberto Abbado. Tuvo un cuidado exquisito con los cantantes, especialmente con la soprano a quien llevó en bandeja en los pasajes más peliagudos. Supo imponer brío, ritmo y un buen pulso dramático donde los acentos verdianos no se desdibujaban. Combinó con inteligencia la morbidez de los fragmentos más líricos y la garra en los heroicos. Optó por situar al coro en el foso para algunos de los coros internos y creo que la decisión esta vez fue acertada. Considero que Abbado pasó ayer la prueba con nota una vez más. Estoy convencido de que no es el director que necesita la Orquestra de la Comunitat Valenciana para evolucionar y consolidarse, pero lo que no se le podrá negar al director italiano es su honestidad y los buenos resultados que, en líneas generales, ha obtenido en València.

Que la ópera se llame I Masnadieri y no Ahí viene Carlo de Moor el pecador de Sajonia, por ejemplo, pone de manifiesto la importancia que tiene el coro en esta obra. El Cor de la Generalitat estuvo de nuevo sobresaliente y ni siquiera las malas noticias que les han llevado a convocar la próxima huelga, impidieron que disfrutásemos de su enorme calidad. El protagonismo de sus componentes masculinos brilló en el acompañamiento a la cabaletta del acto I “Nell'argilla maledetta” o en el “Noi meniam la vita libera” del III y se mostró poderosísimo en momentos como el “Su fratelli” que cierra el acto II o en el coro del juramento. Las mujeres tienen una actuación mínima, pero aún así quisiera destacar dos aspectos, la homogeneidad, equilibrio y claridad que se apreció en su interno del inicio del acto II y la belleza en la ejecución muy matizada de su intervención desde el foso.

El reparto de solistas vocales mantuvo un nivel general bastante bueno, aunque hubo un intérprete que estuvo muy por encima del resto, el barítono polaco Artur Ruciński, en su cuarta visita a Les Arts, si no recuerdo mal, tras sus participaciones en Manon, Eugene Oneguin y Don Pasquale, al que en esta ocasión le tocó afrontar uno de los personajes más detestables del repertorio, el malvado Francesco… y estuvo imponente. Reconozco que cuando me encuentro con un cantante que controla el fiato y se recrea en frases larguísimas, bien ligadas y con buena dicción y expresividad, ya me tiene conquistado, y anoche Ruciński dio toda una lección en ese terreno. Me da igual que a veces se le vaya la voz un poco atrás o que escénicamente le falte un poco de chispa; con acentos nobles, fraseo sentido y expresividad vocal dibujó un malvado barítono verdiano de muchos quilates, en una actuación a la que hay que añadir el mérito de ir todo el tiempo arrastrando la pierna estirada, que digo yo que acabaría con un dolor muscular importante. Fantástico en su aria de salida y especialmente en su gran escena del acto IV. Bravo.

Pese a que durante un tiempo se anunció en el papel protagonista de Carlo de Moor a Fabio Sartori, finalmente, sin que sepamos por qué no vino Sartori, el rol ha sido asumido por el tenor Stefano Secco. Fue el que menos me convenció de todo el elenco. Presentó tirantez arriba, una emisión no del todo limpia en su aria de entrada y sobre todo un recurrente empleo de portamentos y empujones de voz que afearon un fraseo en el que, por otra parte, mostraba legato y estilo, pero huérfano de belleza.

La también italiana Roberta Mantegna fue una Amalia muy digna en un papel que es un auténtico campo minado lleno de trampas, escrito para el virtuosismo de la mítica soprano sueca Jenny Lind. Cantó Mantegna con delicadeza y buen gusto, con algunos matices interesantes y bien en el plano expresivo. Peor lo pasó con trinos y agilidades, pero como decía antes, solventó la papeleta muy dignamente, con timbre atractivo, suficiente volumen y homogeneidad de registros. En su debe hay que consignar que no apartase la mirada en toda la función de Roberto Abbado, desluciendo así sus prestaciones escénicas.  

El veterano Michele Pertusi fue un Conde de Moor de irreprochable acento verdiano, bello timbre, noble fraseo, perfecta dicción y gran sabiduría escénica; los problemas vienen con un cierto desgaste vocal que empieza ya a mostrarse y un volumen limitado que le impedía a veces superar la orquesta.

En papeles menores estuvieron mucho mejor de lo que me esperaba el Moser de Gabriele Sagona, Bum Joo Lee como Arminio y Mark Serdiuk como Rolla. Pese a alabar su desempeño no entiendo por qué para estos comprimarios no se tira del fondo del Centre de Perfeccionament.


Como muchos nos temíamos, el reclamo de Verdi no fue suficiente para conseguir llenar el teatro con un título muy desconocido para el gran público. Y esto es algo que no consigo entender. Precisamente si la obra es menos conocida debería motivarnos más a enfrentarnos con nuevas propuestas, pero parece que hay gente que sólo está dispuesta a ver todos los años lo que se sabe de memoria. En fin… Bastantes huecos en la sala, pero creo transmitir el sentir general si digo que los que fuimos nos lo pasamos estupendamente. Al final fueron ovacionadísimos Ruciński, el coro y la orquesta, habiendo grandes aplausos para el resto del elenco. La curiosidad final que no he conseguido aún aclarar es por qué no salió nadie del equipo escénico a saludar…¿flautitis aguda?...

Bueno pues hasta aquí esta primera crónica del año. Si os estáis pensando si vais o no a conocer a estos bandoleros verdianos, mi consejo es que lo hagáis, seguro que descubrís una partitura con muchas más sorpresas de las esperadas, un equipo vocal muy solvente y un coro espectacular que merece nuestro apoyo más que nunca.




ACTUALIZACIÓN A 11/02/19:
Los trabajadores del Cor de la Generalitat han acordado hoy desconvocar los paros que habían anunciado para las dos últimas funciones de I Masnadieri, los días 15 y 17 de febrero; para el concierto del 7 de marzo en conmemoración del 600 aniversario de la Generalitat; y para todas las funciones de Iolanta y La malquerida. Se supone que mañana se comunicará oficialmente la desconvocatoria al Tribunal d'Arbitratge Laboral (TAL) tras haber aceptado la Conselleria de Cultura que la regularización de la plantilla se lleve a cabo de forma progresiva y no sacando la totalidad de las plazas a concurso oposición.

Una muy buena noticia que espero se confirme definitivamente y ayude a garantizar la estabilidad de los miembros del Cor de la Generalitat y el mantenimiento de su excelencia artística.

jueves, 18 de octubre de 2018

"TURANDOT" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 17/10/18


Tras una espera que siempre se hace demasiado larga, ayer dio comienzo la pretemporada operística en el Palau de les Arts con el estreno de Turandot. Bueno, lo de estreno es un decir, ya que es la cuarta vez que se repone en el teatro valenciano esta producción que se ha convertido en nuestro particular Verano Azul.

Con estas funciones de pretemporada se reanuda la actividad operística tras el parón veraniego, aunque todavía tendremos que aguardar hasta el 1 de diciembre para que dé oficialmente inicio la temporada valenciana 2018-2019. Una temporada de transición entre la última medio programada por el dimisionario Davide Livermore y la primera que corra a cargo de Jesús Iglesias Noriega, el recientemente nombrado nuevo director artístico de Les Arts que se espera que se incorpore oficialmente a su despacho en el edificio de Calatravaa partir del mes de enero.

No obstante, supongo que ya se estará trabajando en el diseño de esa temporada 2019-2020 que debería anunciarse la próxima primavera y que, por una cuestión obvia de tiempo, presumo que tampoco podrá responder del todo a los planes del señor Iglesias. Sí que estaría bien que, lo antes posible, el nuevo director artístico o quienes le han seleccionado, ofrecieran al menos algún apunte de cuáles pueden ser las líneas básicas, previsiones y objetivos del proyecto vencedor de Iglesias Noriega para Les Arts. Y esto no lo pido como espectador, que también, sino sobre todo de cara al exterior para transmitir que se cuenta con un proyecto serio de futuro, dando cierta imagen de estabilidad tras los avatares sufridos en los últimos años.

Como ya he comentado en ocasiones anteriores, me parece una estupenda idea que se aproveche la pretemporada para la reposición de títulos populares a precios irrisorios como forma de atracción de nuevos públicos. Dicho eso, me planteo si no hay otras muchas producciones que puedan servir a tal fin sin necesidad de repetir ¡¡por cuarta vez!! esta Turandot. Es innegable que el éxito de taquilla está garantizado y se ha vendido todo el papel, pero creo que se puede lograr el mismo resultado con otras obras sin someter a los espectadores más veteranos a este permanente efecto pepino repetitivo.

Además, apostar por la cuarta reposición de esta producción cuenta con el riesgo añadido de que para los espectadores con mayor recorrido y memoria es imposible desligar esta Turandot en lo musical del recuerdo de la genialidad desplegada por la dirección de Lorin Maazel en 2009; y en lo sentimental, algunos siempre la tendremos asociada a la entrañable despedida de Zubin Mehta en 2014 con abucheo incluido a la ex consellera Catalá.

De la puesta en escena del director de cine chino Chen Kaige, de cuya reposición se ha encargado Allex Aguilera, poco tengo que comentar. Siempre he dicho y sigo manteniendo que visualmente tiene un poderío innegable, con la impactante escenografía de Liu King y el llamativo vestuario de Chen Tong Xun. Ya nos la sabemos de memoria y me reitero en lo ya comentado anteriormente en este blog con motivo de su última reposición y que reproduzco literalmente a continuación sin que la nueva puesta en escena me motive a cambiar nada:

“Es una propuesta que agrada especialmente a los amantes de las versiones tradicionales y estéticamente vistosas. Tiene su punto kitsch y basa toda su fuerza en el poder visual del colorido vestuario y en una escenografía de corte muy clásico. En el apartado de dirección de actores los estrechos espacios no dan mucho juego al coro y tampoco es un terreno en el que se haya hecho algo especialmente relevante, salvo en los personajes de PingPang y Pong, en los que sí se ha cuidado la actuación dramática y pienso que con éxito. También me resulta atractiva su escena inicial del segundo acto. En lo peor, siguen estando las absurdas banderitas del coro, el estilete del verdugo danzarín y sobre todo ese personaje de Altoum convertido en un idiota ebrio y con Parkinson”.

Decía antes que uno de los grandes riesgos de presentar de nuevo esta producción es que algunos nos acordemos de las maravillosas genialidades que hizo Maazel en el foso en 2009, y añado ahora que también de la brillantez obtenida de la orquesta por Zubin Mehta. Y si Galduf hubiese dirigido alguna de las pasadas Turandot, seguramente también le echaríamos de menos, y es que el debut en Les Arts del jovencísimo director británico Alpesh Chauhan al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, ha sido más que decepcionante.

Declaraba recientemente Chauhan que su versión iba a ser una Turandot muy rápida para intentar sacar todos los colores de la partitura. Pues bien, los únicos colores obtenidos fueron el rojo del rubor en mis mofletes por la vergüenza ajena sentida y el gris de una lectura plana, burda y desmanotada; y en cuanto a la velocidad anunciada, sólo fue tal a ratos. Empezó la obra imprimiendo un ritmo acelerado bastante absurdo que lo único que lograba era descontrolar el conjunto. No fueron pocos durante la noche los momentos de desfase entre foso y escena. Pero de repente intercalaba otros instantes donde imponía una lentitud exagerada, y, claro, si no tienes la genialidad de Maazel y sabes estirar la tensión al límite sin perder la brillantez, el conjunto se desploma y el bostezo se impone. Propuesta aburrida, lineal, falta de refinamiento y sin el más mínimo matiz, con un volumen por momentos insoportable, lo más opuesto a esa búsqueda de colores que declaraba que pretendía conseguir. No entiendo de quién ha sido la idea de que nos tengamos que chupar a este director porque, oído lo oído, creo que habrá, sólo en el barrio de Monteolivete, no menos de 30 seres humanos que harían mejor papel. Pese a todo se aplaude la actuación profesional de los músicos de la orquesta, con momentos solistas brillantes de clarinete, oboe, violines o chelos.

Cuando llegaron las vacaciones operísticas en Les Arts nos quedamos con la preocupación de la situación sufrida por el Cor de la Generalitat que les llevó a anunciar la posibilidad de convocar huelga y acciones de protesta para estas funciones de Turandot si la administración autonómica no daba pasos adelante hacia la solución satisfactoria de la problemática que viven los miembros de la agrupación. Finalmente no ha habido paros ni comentarios al respecto, lo cual hace pensar que ambas partes en conflicto siguen dando una oportunidad a la negociación. Ojalá todo vaya por buen camino y se solucione de la única forma justa y digna posible que no es otra que atender las legítimas peticiones del Cor. Ayer, otra vez más, la agrupación dirigida por Francesc Perales fue con mucha diferencia lo mejor de  la velada. Mostraron contundencia y poderío vocal pese a que no esté el coro todo lo reforzado que requeriría. Supongo que habrá quien diga que abusaron de volumen, pero ayer o se abusaba de volumen o Chauhan te arrollaba. Magnífica fue como siempre su prestación escénica aunque se tengan que mover en escena bien apretaícos; y de nuevo alcanzaron la excelencia en momentos delicadísimos como Perchè tarda la luna?o el “Liù bontà” con una belleza superior a la que la dirección orquestal parecía marcar. También merecen la felicitación por su rendimiento los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En años anteriores las funciones de la pretemporada valenciana se han caracterizado por ofrecer producciones propias de Les Arts, generalmente reposiciones, a precios muy económicos y con voces jóvenes; pero esta vez se ha optado por incluir en el reparto, en los dos papeles protagonistas, a dos cantantes ya consagrados que han interpretado el rol en los principales recintos internacionales, como son Jennifer Wilson y Marco Berti; aunque sin previo aviso ni explicación alguna y cuando ya estaba todo el papel vendido, se ha anunciado un segundo reparto para la función del día 26 con la soprano italiana Teresa Romano y el tenor francés Amadi Lagha en los papeles de Turandot y Calaf. No conozco a ninguno de los dos, pero visto y escuchado ayer el cast titular, me parece a mí que quienes tienen entradas para el 26 habrán salido ganando.

El papel protagonista de la princesa de hielo en el estreno ha recaído en la norteamericana Jennifer Wilson, una soprano bien conocida en Les Arts por sus participaciones como Brünnhilde, Isolde o la Leonora de Fidelio. Yo reconozco que le tengo a esta cantante un cariño muy especial y jamás podré desligarla de lo que me hizo disfrutar en aquellos Anillos. Recuerdo las discusiones que teníamos entonces a la salida y en las cenas posteriores los amigos en torno a su Brünnhilde, posicionándome yo siempre claramente entre sus fervientes defensores. Nunca podré olvidar el impacto que me produjo la primera vez que la escuché, en su primer Siegfried, y cómo me estremecieron aquellos agudos luminosos, potentes y colocados como estiletes. Ha pasado ya tiempo de aquello… Demasiado…

Algunos de los que criticaron entonces a Wilson hablaban de su excesiva frialdad, una frialdad que al papel de Turandot no le va nada mal en el segundo acto, pero ayer hubo otros muchos  problemas. No voy a hacer leña de la Wilson, así que los que esperen que me ensañe quedarán defraudados, pero tampoco voy a mentir. Salí muy triste de la sala. Me apenó enormemente ver a una querida cantante en un estado vocal muy preocupante. Yo pensé si estaría enferma, pero alguien que la conoce bien me dijo que no, que lleva tiempo así. Su línea de canto es inexistente, desigualdad entre registros, zonas central y grave desgastadas, problemas respiratorios, una línea expresiva  sin que se apreciase ninguna evolución en el personaje. Los agudos están lejísimos de los de antaño, se ha perdido brillo y metal y el recurso del chillido y el portamentoestán presentes. Una lástima y una decepción, pero que no justifica en modo alguno los abucheos aislados que se escucharon en los saludos finales. El abucheo a un cantante yo sólo lo justifico al caradura, al que pretende engañar. Si un cantante por los motivos que sean no da más de sí, a quien hay que criticar es a quien le contrata sabiéndolo.

Otro viejo conocido de Les Arts fue el elegido para asumir el papel de Calaf. El tenor italiano Marco Bertique ya protagonizó el rol en los años 2008 y 2009. Poco a mejor ha evolucionado Berti vocalmente (físicamente, a diferencia de la Wilson, parece haber adelgazado como media arroba). Hay aspectos que son incuestionables, como que todas las notas escritas en la partitura son emitidas con facilidad cuando se mueve en el registro agudo; o que frente a otros tenores de emisiones y dicciones más extrañas, Berti al menos transmite cierta “italianità”. Pero tampoco admite discusión su abuso del portamento, su fraseo estentóreo de pregonero, plano, monótono e inane y la nula capacidad de transmitir con su canto al menos una chispa de emoción que nos traslade la intensidad del drama en lugar de parecer que está cantando los números del bingo. Escénicamente tampoco ha mejorado demasiado y su tradicional estatismo de click de Famobil apenas llega ahora a Madelman. La voz arriba llega a brillar, pero en el centro y grave se abre y afea enormemente. Su gran momento del Nessun Dorma pasó sin pena ni gloria, dirigido a velocidad de película de Charlot por Chauhan parecía que nos habíamos equivocado en las revoluciones del pickup; Berti caló además algunas notas en la zona media-baja y acabó con un agudo cortísimo muy decepcionante, y como el director no hizo paradinha, se fue sin aplausos.

El papel siempre agradecido de Liú, salvo cuando lo canta la Voulgaridou (que Nuestro Señor mantenga lejos muchos años), recayó en la joven soprano donostiarra, ex alumna del Centre de Perfeccionament, Miren Urbieta-Vega. Como digo, este es un rol agradecido en el que el aplauso final está garantizado. Es el personaje bueno por excelencia de la obra y tiene unos pasajes bellísimos no especialmente comprometidos, pero en los que es preciso derrochar sensibilidad, matizar, ligar, saber frasear y acabar de enganchar con el público. No se trata de buscar el imposible de la nueva Caballé, pero tampoco admitir el encefalograma plano de Voulgaridou. Urbieta-Vega superó la prueba y mostró ayer una voz de bonito color con detalles de buen gusto, con algunas frases muy bien ligadas e intentando apianar y recoger la voz. Al final, como era de esperar en una Liú, obtuvo un triunfo arrollador que creo fue merecido.

Otro ex alumno del Centre de Perfeccionament, el bajo italiano Abramo Rosalen, fue el encargado de interpretar a Timur. Estuvo correcto, aunque le falta peso a su voz y fue imposible no acordarse de la rotundidad que imprimía aquí el ruso Alexánder Tsymbalyuk. Lo que sí fue rotundo fue el mamporrazo que se pegó nada más salir a escena, cuando según el libreto ha de caer al suelo, pero tanto ímpetu le puso que a poco más se desnuca.

Muy acertados en la vertiente actoral, correctos en lo vocal y logrando el favor del público estuvieron los ministros Ping, Pang y Pong, interpretados por Damián del CastilloValentino Buzza y Pablo García López. Bastante bien.

De nuevo el papel de Altoum recayó en el tenor ilicitano Javier Agulló que sufrió otra vez una dirección escénica que convierte su personaje en un pelele y hace su voz casi inaudible cantando desde el fondo del escenario. Bastante peor el Mandarinodel alumno del Centre de Perfeccionament César Méndez con el que seré benévolo y me limitaré a calificarle de irrelevante.

Estupendas, por el contrario, estuvieron como Doncellas las cantantes del Cor de la Generalitat Carmen Avivar y Mónica Bueno.

Hubo otros intérpretes inesperados que no aparecieron anunciados en los programas de mano: los pajaritos que se colaron en la sala, vaya usted a saber cómo, y que acompañaron con sus trinos todo el tercer acto. Cuando se comenzaron a escuchar pensé que era una grabación que pretendía ambientar el momento o un móvil, pero al poco ya nos percatamos todos de que aquello no eran efectos especiales. En todos los años que llevo yendo a Les Arts no recuerdo que nunca se haya producido una invasión avícola de la sala.

El teatro anoche presentaba un aspecto inmejorable, completamente lleno y, como suele ser habitual en funciones de pretemporada, con bastante público joven. No pude fijarme demasiado en quienes ocupaban el palco aunque sí vi una nutrida presencia de miembros del renovado Patronato, con su presidenta Susana Lloret al frente. No estuvo especialmente cálido el público, pero la frialdad de la dirección y de la pareja protagonista tampoco motivaba mucho más. Tan sólo interrumpieron los aplausos la representación al finalizar Liú el Signore ascolta y tras la escena de Ping, Pang y Pong que abre el segundo acto. Al terminar la función hubo generosos aplausos para todos, a excepción de esos abucheos aislados a la Wilson que ya he comentado. Las mayores ovaciones fueron para el coro, Urbieta-Vega y la orquesta, y me pareció oír que el director Alpesh Chauhan recibía también alguna protesta. Los pajaritos, inexplicablemente, no saludaron.

Bueno, pues hasta aquí la primera crónica de la temporada. Espero que la cosa vaya mejorando cuando se inicie ya oficialmente el nuevo ejercicio operístico en diciembre. En cualquier caso el objetivo de la pretemporada está cumplido. Todo el aforo vendido y, pese a que los listillos más veteranos nos pongamos en plan exquisito, una muy buena receptividad por parte de la mayoría del público que parecía salir contento y con ganas de más. ¿Qué queréis que os diga? También hay a quien le va la disciplina inglesa…

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
ACTUALIZACIÓN A 19/10/18: El Palau de les Arts ha anunciado hoy oficialmente que Jennifer Wilson cancela por baja médica el resto de funciones de Turandot que tenía previsto cantar. La italiana Teresa Romano que estaba anunciada para la representación del día 26 de octubre, asumirá además las de los días 23 y 28; mientras que será la soprano eslovena Rebeka Lokar quien lo haga los días 20 y 31.

Se insiste desde Les Arts en que la causa de la cancelación de Wilson es una baja médica. Mientras tanto, la soprano norteamericana se ha limitado a publicar en su perfil de facebook lo siguiente:

I will never forget my brief run as Turandot here in Valencia. At both the general probe and the premiere, I gave performances on a par with my best of my 80-plus Turandot shows around the globe. I greatly appreciate the thunderous ovations I received at the packed-to-the-rafters General and (with four or five noisy exceptions) at the premiere. Toi Toi Toi to my wonderful colleagues for the remainder of the run!

viernes, 24 de junio de 2016

"UN SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO" (Felix Mendelssohn-Bartholdy) - Auditori Palau de les Arts - 23/06/16

Si la semana pasada se cerraba brillantísimamente la temporada operística en Les Arts con la última de las representaciones de A midsummer night’s dream, del compositor inglés Benjamin Britten; anoche se hacía lo propio en el apartado de conciertos con otra adaptación musical de la obra de Shakespeare, en esta ocasión con la maravillosa música incidental compuesta por Felix Mendelssohn-Bartholdy, Ein Sommernachtstraum (Un sueño de una noche de verano), en una versión de concierto-espectáculo que acabó resultando una tomadura de pelo aburrida y bochornosa.

Ya sabéis los que seguís este blog que no suelo escribir crónica de conciertos o espectáculos que se celebran sólo un día, pero en esta oportunidad no he podido evitar hacer pública mención de lo que considero una de las más desafortunadas experiencias vividas en el Palau de les Arts.

Hace pocos días se anunció que el director musical previsto, Ramón Tebar, principal director invitado del teatro, cancelaba su participación por motivos de salud, siendo sustituido por José Miguel Pérez Sierra, quien ya había dirigido en Valencia anteriormente La scala di seta, de Rossini, El rey que rabió, de Chapí y El dúo de La Africana de Fernández Caballero, así como un recital de zarzuela. No sé si sería por la precipitación del encargo o por una escasa adaptación al género sinfónico, pero los resultados del joven director madrileño no fueron nada buenos.

Ya en la obra que abría el concierto, la Sinfonía 3 (Escocesa), también del compositor alemán, los bostezos provocados desde el podio fueron lo más relevante, junto a unos inhabituales desajustes y fallos en la orquesta, sobre todo en los metales. La dirección de Pérez Sierra fue sosa, plana y sin alma; una mera faena de aliño que ni siquiera parecía capaz de interesarse en reconducir aquello que se desmandaba. Por parecidos derroteros transcurrió musicalmente la segunda parte de la velada, mejor en conjunto en la vertiente orquestal que la primera, pero con una batuta insustancial a la que se le escapaban vivos todos los recovecos y matices de una espléndida partitura.

Lo mejor de la noche estuvo en las breves intervenciones del Cor de la Generalitat, aunque también se echase de menos una dirección más cuidadosa que hiciese brillar como merece pasajes como el acompañamiento del coro en Kommt, einen Ringel.

Cumplieron con corrección las solistas del Centre Plácido Domingo, Elisa Barbero y Federica di Trapani, aunque esta última se perdiese con la letra en un momento dado.

Lo peor, en cualquier caso, no fue el apartado musical, sino el presunto espectáculo ofrecido en Ein sommernachtstraum. Se anunció un concierto espectáculo cuya concepción artística firmaba Allex Aguilera, con la participación de la actriz Rossy de Palma para encargarse del recitado de los fragmentos de la obra de Shakespeare introducidos por Mendelssohn como Melodrama, y traducidos esta vez al castellano.

Para la ocasión se inhabilitaron las tres primeras filas del infame Auditori, avisándonos hace una semana a los espectadores que habíamos comprado entradas en esa zona que se veían obligados a cambiarnos de localidad por los requerimientos escénicos, con el agravante de que, al haberse vendido ya gran parte del aforo, el asiento ofrecido fue bastante peor que el que habíamos adquirido al principio de temporada. Obviamente esto son gajes del abonado. No me parece bien que la falta de previsión del teatro origine que se acabe perjudicando a quienes compramos nuestra entrada con mucha antelación, pero eso no es lo principal. Lo que me parece inaceptable es que me quiten de mi localidad para defecarse en ella.

El motivo de inhabilitar las primeras filas fue colocar una especie de pasarela cubierta de horrendas flores de plástico de Todo a un eulo, en la que se ubicó durante la función a Rossy de Palma, vestida de odalisca de carnaval de Cádiz, haciendo que deambulase por ella muy de vez en cuando. ¿Aportó algo esa ubicación al concepto dramático?, no. Mejor hubiese sido dejar a la actriz arriba, junto al coro, ya que sus movimientos escénicos no fueron superiores a una carrera de caracoles tetrapléjicos y tampoco se necesitaba de cercanía al público para escucharla, pues intervino con una exagerada amplificación. Si se hubiera alejado de la platea a la actriz, además, se nos hubiera evitado la vergüenza ajena de ver cómo no había memorizado ni una línea de su papel, leyendo todas sus intervenciones con gafas de presbicia incluidas y con un nulo sentido del recitado y de chispa escénica. Su deplorable vocalización y voz sinusítica completaron una actuación lamentable. Mejor hubiese sido poner una voz en off de algún/a profesional de la locución.

El resto del espectáculo consistió en bajar la consabida pantalla de proyecciones, que ya es casi de la familia y a la que vamos a tener que ir poniendo nombre, tapando a director, orquesta, coro y solistas. Esto ya se hizo en otros espectáculos en este mismo recinto con muy buenos resultados, como en la Trilogía Romana, de Respighi, o en El castillo del duque Barbazul, de Bartok, donde, sobre todo en el segundo de los casos, hubo originalidad en la propuesta, sentido dramático y unas proyecciones que guardaban relación con lo que se contaba musicalmente, contribuyendo a realzarlo.

Ayer ocurrió justo lo contrario. Las proyecciones no tenían nada que ver con lo que se estaba contando, más allá de que la obra transcurre de noche y allí salía mucho una gran luna llena girando como un tiovivo. Aquello parecía como si alguien hubiese pensado que tenía que hacer un espectáculo visual como fuese y hubiera decidido acudir al archivo de videos de Les Arts incluyendo lo que fue encontrando, sin orden ni concierto, con unos resultados tan nefastos que costaba creerse que eran fruto sólo de la incompetencia y no de la voluntad de fastidiar al público. No eran pocos los espectadores que pude ver cómo no miraban la pantalla para no marearse ni ser castigados con la sucesión de absurdicias visuales.

Los responsables de Les Arts deberían darse cuenta de que el público está ya cansado de ver una y otra vez, producción tras producción, las mismas proyecciones, más repetidas que los capítulos de Verano azul, de oscuros nubarrones, estrellas colisionando, churretes deslizantes, lunas llenas, espermatozoides sangrientos, planetas girando, mitocondrias flotantes y tonterías varías con las que nos impidieron ver a la orquesta coro y cantantes y marearon nuestros ojos durante toda la hora que duró la estupenda música de Mendelssohn, ayer masacrada por una dirección musical inane y un concepto escénico absurdo.

Para la basura ofrecida, hubiera sido mucho mejor limitarse a una versión en concierto clásica, sin tonterías, y sin ese temor que parece inundar este teatro en la etapa Livermore a que el público se aburra si le das sólo música y canto.

Siento ser tan duro porque me consta que ese espectáculo lleva detrás el esfuerzo y trabajo de técnicos y profesionales que se limitan a hacer eficientemente lo que se les manda.

El público llenaba prácticamente la sala, nuevamente con abundante presencia de gente joven. Por allí estaban el maestro Plácido Domingo y el Intendente Livermore, quien no se dejó ver durante las representaciones de Britten, pero que ayer estuvo presente en esta ñorda vespertina. Mención negativa merecen quienes no dejaron de hacer fotos con flash durante toda la representación, especialmente una pareja de avanzada edad presente en la primera fila. Entiendo que se aburriesen, pero molestaban aún más al resto de público e intérpretes. Cuando finalizó la obra hubo tibios aplausos que se transformaron en audible abucheo a la salida de los responsables del concepto artístico. Fue significativo que la mayor ovación de la noche se produjo justo tras la primera retirada de escena tras los saludos, cuando sólo quedaron en el escenario los músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat

Es una lástima que tras la última y mejor producción operística de la temporada que nos causó tan buen sabor de boca, nos tuviésemos que chupar anoche este arenque podrido que nos deja con halitosis.

viernes, 26 de febrero de 2016

"AIDA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 25/02/16

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de la ópera Aida, de Giuseppe Verdi, tras un parón de más de un mes, desde el 23 de enero, lo cual, como ya comenté en mi anterior post, me parece impresentable, sobre todo si el motivo fuese que el Intendente Livermore ha estado en Italia preparando su producción de El barbero de Sevilla para la Ópera de Roma, lo cual significaría que la actividad del Intendente como regista en el exterior podría estar condicionando el calendario del teatro de ópera valenciano.

No sé si se habrá debido al parón livermoriano y las ganas que había de ópera o a la popularidad de Aida, pero el caso es que, si nos atenemos al resultado de taquilla, este parece ser el espectáculo que más expectación ha generado esta temporada, estando todas las entradas agotadas desde hace meses. Yo pensaba que Aida se vendería bien, pero, sinceramente, ni por asomo contaba con semejante éxito de venta, sobre todo teniendo en cuenta que es una producción que ya se ha visto aquí y que tampoco cuenta en su reparto con figuras de especial renombre. Por aquí han pasado óperas que suelen arrastrar más público, como Bohème, Traviata, Tosca, Turandot…, que también han tenido una excelente respuesta de taquilla, pero no han llegado a agotar las localidades con tanta antelación.

La lástima es que esa excelente respuesta del público ante Aida no ha venido acompañada, a mi juicio, de un éxito artístico proporcional. Y el caso es que, en conjunto, yo me lo pasé bien, pero creo que la ocasión merecía un nivel superior, especialmente en el apartado vocal.

Esta coproducción del Palau de les Arts con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, se pudo ver ya aquí en 2010. La dirección escénica, concebida por el escocés Sir David McVicar, ha sido encomendada en esta reposición a Allex Aguilera. Cuando se presentó la temporada, el Intendente Livermore dijo que esta vez íbamos a ver la versión íntegra, ya que en  la versión ofrecida en Valencia en 2010 se habían suprimido algunas cosas respecto al estreno londinense, añadiendo Livermore que ahora podríamos captar toda la profundidad de la puesta en escena de McVicar. Después de lo visto anoche, os juro por Torrebruno que yo no me percaté de más diferencia que la aparición de unos cadáveres momificados colgando del techo en la escena del desfile triunfal. Lo que no quiere decir que no hubiese más, pero a mí no me llamó la atención nada más. Bien es verdad que ni en 2010 ni anoche la propuesta me dejó un especial poso.

Pienso, igual que dije entonces, que estamos ante una puesta en escena más bien fea, muy oscura (para variar) y que, pese a la mutación espacio temporal que realiza, tampoco creo que aporte nada nuevo ni especialmente transgresor; pero reconozco que puntualmente tiene fuerza visual y dramática y, sobre todo, no me resultó molesta. Posiblemente si hubieran empezado a desfilar egipcios con camello me hubiera hastiado más.

Se ha insistido mucho en que se ha querido huir del aspecto más tópico y zefirelliano de las Aida con pirámides y elefantes, para trasladarnos a un espacio y tiempo indeterminados donde se entremezclan elementos de distintas civilizaciones guerreras y donde el componente religioso, la violencia y los sacrificios rituales han jugado un importante papel. Así encontramos guerreros samurái, druidas, mayas, incas o bereberes. Pero, más allá de esa sustitución del Egipto faraónico por lo que en muchos momentos parece un carnaval de barrio, tampoco se aporta mucho más. No deja de primarse el espectáculo puramente visual (sobre todo en los dos primeros actos), mientras que en los momentos más intimistas no aprecié ninguna lectura especialmente original ni profundización en las emociones o rasgos psicológicos de los personajes.

En esta ocasión, respecto a 2010, me ha dado la impresión de que la dirección de actores y movimientos escénicos, sin que tampoco sean la bomba, han estado algo más trabajados. En el vestuario hay de todo, más para bien que para mal, en mi opinión, aunque sigo sin entender el look espantoso de la pobre Amneris. Y la escenografía es bastante simple, con el escenario dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que siempre nos da la impresión de estar viendo a un grupo de chalados disfrazados en un almacén abandonado de un polígono industrial.

Insisto en que, pese a todo, la propuesta escénica no me pareció ni mucho menos lo peor de la noche e incluso creo que la música y el texto fluyeron con cierta comodidad entre las ocurrencias de Sir David McVicar.

El valenciano Ramón Tebar causó muy buena impresión en la función de Nabucco que dirigió la temporada pasada poco después de haber sido designado principal director invitado de Les Arts. Anoche fue el gran triunfador de la velada, si al aplausómetro nos remitimos. Y yo creo que hizo una meritoria labor, aunque también hubo cosas que me gustaron menos.

Pese a algún pequeño desajuste en el preludio, ya apuntó en estas notas iniciales algunos trazos de extrema sensibilidad que se repetirían en otros muchos momentos. Remarcó los contrastes de la partitura con habilidad, extrayendo de la orquesta todo su potencial para brillar en los numerosos pianísimos que pueblan esta genial página verdiana, deleitándose en estos momentos más líricos con un importante alargamiento de los tempi, y conduciendo con nervio y pulso firme en los pasajes más heroicos.

Dirigió con gesto claro y preciso, manejó las dinámicas con acierto y concertó con inteligencia los difíciles pasajes del segundo acto. ¿Cuál fue el problema entonces?, pues que, en mi modesta opinión, al conjunto le faltó emoción, alma. Me dio la impresión de que la orquesta presentó menor homogeneidad y mayores desequilibrios que en otras ocasiones, careció de continuidad en la exposición, y la ralentización de los tiempos más de una vez llevó aparejada una caída de la tensión dramática. Maazel era el rey de la cámara lenta, su Aida seguro que duró un cuarto de hora más, pero era un genio para llevar la situación al límite sin que la construcción dramático musical se desplomase.

En la Orquestra de la Comunitat Valenciana hay que empezar por destacar a los metales. La colocación de las trompetas en el quinto piso durante la marcha triunfal consiguió un efecto impactante que se resolvió satisfactoriamente en cuanto a la difícil concertación del conjunto y con excelso virtuosismo en la ejecución. La cuerda grave, contrabajos, chelos y violas, tuvieron también una noche inspiradísima, al igual que Tamás Massànyi al clarinete y Pierre Antoine Escoffier al oboe. Conmovedora resultó también la última intervención del concertino en unas notas finales sublimes.

El Cor de la Generalitat volvió a resultar deslumbrante, más allá de alguna puntual entrada en falso, y merece más que nunca todos mis elogios, porque creo que debe valorarse especialmente que cumpliese su cometido con la excelencia a la que nos tiene acostumbrados pese a tener que hacer frente a la contundencia orquestal de los momentos triunfales, o en los internos, con un número de componentes muy inferior al que sería deseable. Si seguimos sin dotar al coro de los refuerzos que precisa en determinadas óperas, acabarán por echar a perder uno de los principales valores de este teatro. Luego encima habrá quien vuelva a decirnos que este coro sólo sabe cantar en forte. Ayer demostró que no es cierto, pero es que además si les dejamos en cuadro y les exigimos apianar, también habrá quien diga que ya no suena tan contundente como antaño.

En el apartado solista es donde más carencias encontré. En 2010, la protagonista femenina que nos chupamos en las funciones dirigidas por Lorin Maazel fue una de las peores cantantes que han pasado por Valencia, Indra Thomas; así que mejorar el recuerdo no era complicado. La encargada de asumir el papel de Aida en el estreno anoche, tras caer del cartel Oksana Dyka “por indisponibilidad” (sic) no explicada, ha sido la uruguaya Maria José Siri, quien, por supuesto, mejoró las prestaciones de Thomas, pero me dejó seriamente preocupado.

Hace apenas un año que tuvimos ocasión de escucharla en Les Arts como Manon Lescaut, así que no ha transcurrido tanto tiempo como para que su voz haya experimentado un cambio radical. Sin embargo, su registro agudo anoche se mostró destemplado, cercano al chillido y, lo peor de todo, presentando un vibrato casi tambaleante propio de voces seniles. Ignoro si será un problema puntual o es el alarmante resultado de venir asumiendo roles de mayor peso de lo que su voz, de lírica pura, aconseja. En su haber se han de anotar sus buenas intenciones toda la noche, regulando, matizando, intentando apianar, con más fortuna unas veces que otras, y ofreciendo en O patria mia sus mejores momentos.

El tenor Rafael Dávila, a quien también vimos en Manon Lescaut como Des Grieux, tampoco es un tenor spinto, es un tenor lírico discreto, con una franja alta en la que muestra poderío en los agudos, algunos de ellos luminosos, pero sus graves y centro carecen totalmente de brillo y sonoridad. Su fraseo es insulso, desganado y tosco, y menos verdiano que el cuac cuac de un pato de los Urales. Se escapó de la orquesta dos o tres veces. Su dicción posiblemente fuese la mejor del trío protagonista, pero tiene el problema que rajoyea, o sea arrastra un poquito las eshes. Su versión peculiar de Celeste Aida hizo irreconocible por momentos el aria, intentó apianar pero casi mejor que no lo hiciese; en su dúo con Amneris pareció que estuviera ausente y en el dúo final llegó incluso a desafinar. Y como actor, el pobrecico mío, es muy malo.

Marina Prudenskaya tampoco me convenció como Amneris. Se mostró muchísimo más solvente en el registro agudo que en los graves, donde la voz perdía color y devenía mate, inaudible y ojetera. Su dicción resultaba ininteligible y transmitió una frialdad absolutamente impropia del personaje. Su mejor momento fue la escena del juicio, único instante de la noche en que consiguió encender una chispa de emoción.

Gabriele Viviani fue un Amonasro vociferante y brutote, con falta de contundencia en la zona grave, pero, sin ser tampoco el baluarte de las esencias verdianas, defendió el personaje con dignidad y, tanto en Quest’assisa como en Non sei mia figlia echó el resto y mostró el tono requerido.

Voces más bien feas, pero cumplidoras en general, presentaron Alejandro López, como el Rey, y Riccardo Zanellato como Ramfis, quien tuvo su mejor momento en la escena interna del juicio. Bien Federica Alfano en su breve intervención, también interna, como Sacerdotisa; y destacado el Mensajero de Fabián Lara.

Uno de los grandes protagonistas de la noche fue el Ballet de la Generalitat, cuyos componentes merecen un enorme aplauso, pues, más allá de la polémica entre rijosos y pacatos acerca de que mostrasen las tetas, tuvieron un excelente rendimiento, muy meritorio por la enorme exigencia escénica que se les ha requerido.

Ojalá todas las noches el recinto operístico de nuestra ciudad pudiese verse como ayer. Lleno completo, con bastante gente joven. Y nutridos aplausos al final para todos los participantes que fueron especialmente efusivos para Ramón Tebar y la orquesta. También hubo presencia institucional, con el Alcalde Joan Ribó y el Secretario Autonómico de Cultura, Albert Girona, entre otras personalidades… Estaba hasta el Intendente Livermore que se ve que ya ha acabado su barbero romano. Ah, y una vez más volvió a honrarnos con su presencia el internacionalmente conocido coro de carrasperos y tísicos terminales del Bajo Aragón, que toda la noche acompañó a destiempo y con saña los momentos más intimistas de la partitura, exhibiéndose especialmente en el primer tercio del acto tercero, donde marcaron un precioso contrapunto gargajoso que sepultó entre flemas todo el lirismo de Verdi sin piedad.

Ya dije al comienzo que, pese a que pueda poner de manifiesto cosas que no me gustaron tanto, yo pasé una noche muy agradable. Aunque si me preguntaseis qué es lo que más me gustó de Aida, os diré que el Encuentro que tuvo lugar dos días antes en el Aula Magistral con Allex Aguilera y Ramón Tebar, hablando de esta producción, y donde el director musical, mostrando también sus dotes como pianista, ilustró algunas ideas interesantísimas sobre esta obra. La pena fue que sólo lo disfrutásemos unas 30 personas. Pero claro, Les Arts lo anunció a sus abonados y en el programa de Aida, apenas unas horas antes de su comienzo.

Esperemos que un día de estos Livermore se centre en Les Arts y se empiecen a enderezar muchas cosas.