La 128ª temporada de ópera del Metropolitan de Nueva York se abría este año con una joya belcantista como es “Anna Bolena”, de Donizetti, que contaba además, a priori, con el atractivo de una pareja femenina protagonista tan interesante como mediática, formada por Anna Netrebko y Elina Garanca, quienes en abril de este mismo año ya asumieran con éxito los roles de Bolena y Seymour en la producción que se estrenó en Viena y de la que tuve ocasión de hablar en un post anterior. En esta ocasión el embarazo de Elina Garanca ha impedido que la letona formase parte del elenco, siendo la mezzosoprano rusa Ekaterina Gubanova la elegida para sustituirla.
La retransmisión en directo de la función a cines de todo el mundo nos ha permitido asistir una vez más a este interesante evento, desde una butaca privilegiada en la que podemos captar cada detalle de la representación (a veces demasiados detalles, casi de estudiante de odontología), y donde el único punto negativo, al menos en los cines Yelmo de Valencia, ha sido la muy mejorable calidad del sonido.
Ya dije en mi comentario sobre la Bolena vienesa que esperaba con gran interés la puesta en escena concebida para la ocasión por el escocés David McVicar, después del gran fiasco de la propuesta vienesa de Eric Génovèse. Pues bien, he de decir que McVicar no me defraudó. Es verdad que la concepción es tremendamente clásica, como lo era la de Génovèse, pero la diferencia básica es que la de McVicar me pareció estéticamente bella, con una buena concepción del movimiento escenográfico y con un elaborado e interesante trabajo de dirección de actores, aunque los movimientos de los coros fueran muy burdos y la introducción de un ¿baile? en el primer acto sin apenas espacio, prescindible.
La enorme caja escénica del MET posibilita el uso de una espectacular escenografía de Robert Jones, que, junto al vistoso vestuario de Jenny Tramani y la muy efectiva iluminación de Paule Constable, consiguen introducirnos en la historia y la época, con una estética que nos remite a las pinturas de Holbein, con un inteligente uso del claroscuro. Es obvio que no estamos ante la producción más innovadora o reflexiva del regista escocés, pero sí ante un vehículo adecuado y atractivo para que se desarrolle la obra, y eso, en los tiempos que corren, ya es mucho.
En lo musical, buen rendimiento de la Orquesta y del Coro del teatro neoyorquino bajo la dirección de Marco Armiliato, quien llevó a cabo un trabajo correcto, aseado, muy centrado en hacer fácil la labor de los cantantes, pero sin aportar la más mínima chispa de genialidad. No se le pueden hacer al director italiano demasiados reproches, desde luego, pero tampoco especiales elogios, limitándose a hacer que fluyera ágil la partitura de Donizetti, con oficio, y entregado en cuerpo y alma a lo que ocurría sobre el escenario.
Pero la estrella de la función, sin duda, se llamaba Anna Netrebko. Desde su salida a escena, como suele ser habitual, la cantante rusa se come el escenario (sí, ya sé que es fácil aquí hacer el chiste: “claro, así se ha puesto”) y consigue concitar el interés de todos los espectadores con su tremendo magnetismo escénico.
Ya dije hablando de su debut del personaje en Viena que, aunque el bel canto no es el terreno más apropiado para las características de Netrebko y el rol es tremendamente exigente, su creación me pareció muy conseguida. Y, después de lo visto el sábado, he de añadir que se me hace complicado pensar en una cantante que, hoy por hoy, pueda ofrecer una mejor Bolena. A mí por lo menos me conquistó sin reservas.
Ha pulido muchos aspectos desde las funciones vienesas y madurado el personaje, tanto vocal como dramáticamente. Ha mejorado notablemente su técnica y su dicción y sabe ocultar sus limitaciones al tiempo que saca el mayor partido de sus cualidades.
La expresividad y fuerza dramática de Netrebko siguen siendo prodigiosas y los primeros planos de estas retransmisiones cinematográficas nos permiten disfrutar de cada uno de los matices que aporta la cantante rusa con sus inmensas dotes como actriz. Impresionante en este sentido fue su “Giudici! ad Anna” del primer acto, donde la mezcla de rabia, desesperación y vulnerabilidad del personaje fueron inmejorablemente recreados.
Su “Al dolce guidami” fue realmente emocionante, con algunos pianos demoledores y bellísimos, y creo que ha sido la primera vez que asisto a una representación de ópera en el cine donde los presentes prorrumpen en una espontánea ovación al finalizar un aria; y el "Coppia Iniqua" con que acaba la obra, todo un derroche de dramatismo desbocado.
video de Grand Teton Music Festival
video de Grand Teton Music Festival
Ekaterina Gubanova cumplió con corrección como Seymour, aunque en ningún momento consiguió que olvidáramos a la ausente Elina Garanca, pese a que le puso mucha más pasión al personaje que la letona. Vocalmente presentó algunos problemas de emisión y cambios de color y en la zona alta se mostró forzada con agudos abiertos y tendiendo al chillido. No obstante, en el segundo acto me gustó más y su dúo con Anna fue notable. En cualquier caso, Gubanova me parece una estupenda cantante, pero creo que este no es su repertorio.
Ildar Abdrazakov fue un excelente Henry VIII. Imponente en presencia y comportamiento escénico, lució una voz rotunda y tan sólo le cuestionaría la impresión que daba, al menos en el cine, de estar justito de volumen, sobre todo en la zona más grave donde se echaba de menos algo más de peso y consistencia.
Stephen Costello me gustó más bien poco como Percy, aunque reconozco que fue yendo a mejor conforme avanzaba la representación. Vocalmente su timbre me resulta atractivo y generalmente se mueve con solvencia en el registro agudo, aunque tienda demasiado a abrirlos, exhibiendo también un considerable fiato, pero su línea de canto era tosca, empujando la voz de forma fea, su dicción muy deficiente y sus virtudes como actor escasas, lo que, unido a su ausencia absoluta de legato, escasa capacidad de matiz y nula elegancia canora, le inhabilita, a mi juicio, para un papel como éste, pese a los cerrados aplausos que obtuvo en todo momento de sus paisanos.
No me desagradó, ni mucho menos, la Smeaton que compuso Tamara Mumford, una mezzosoprano de timbre cálido que, aunque no sea una auténtica contralto, se movió con solvencia en la tesitura, siendo probablemente la cantante que mejores rasgos belcantistas exhibió de todo el reparto, mostrando además gran desenvoltura escénica y buenas dotes de actriz a pesar de tener que aguantar el look excesivamente gore del segundo acto, con toneladas de ketchup embadurnándola cual hamburguesa made in USA.
Como suele ser tónica habitual en el teatro neoyorquino, posiblemente uno de los más aplaudidores del orbe, hubo grandes y numerosas ovaciones para todos los intérpretes durante y después de la función, rozando la locura colectiva cuando la destinataria de las mismas fue Anna Netrebko.
La verdad es que disfruté de una estupenda tarde/noche de ópera en compañía de buenos amigos, gracias sobre todo a esa gran cantante que es Netrebko, y que no deja de sorprendernos para bien, pareciendo no tener limitaciones. Yo, personalmente, estoy deseando poder escucharla en dos papeles como los de Leonora (“Il Trovatore”) y Tatiana (“Eugene Oneguin”). Seguro que pronto podremos hacerlo.
video de MetropolitanOpera
video de MetropolitanOpera