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domingo, 12 de mayo de 2019

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 11/05/19


Desde que se anunciase oficialmente la presente temporada operística valenciana hace ya casi un año, dos dudas rondaban la cabeza de los aficionados respecto a las funciones de este Rigoletto que se estrenó anoche. La primera era conocer si, finalmente, Leo Nucci pisaría por vez primera el escenario del Palau de les Arts, tras haber cancelado en 2015 su participación aquí en Nabucco y haber hecho lo mismo recientemente respecto a la Luisa Miller que se verá en el Liceu en julio. La segunda era ver si Nucci protagonizaría el primer bis de la historia de Les Arts, aunque adivinar esto estaba francamente chupado, estaba claro que si venía, bisaría. Nucci vino con el tiempo justo para el ensayo general, cantó a su manera y, por supuesto, bisó la Vendetta ante el delirio del respetable. E intuyo que, si no cancela la función del día 14, el teatro valenciano vivirá su segundo bis.

Supongo que mucho se hablará y escribirá sobre lo sucedido anoche y las crónicas dejarán para la posteridad el hito histórico del bis, el gran éxito obtenido por el veterano barítono italiano y el entusiasmo del público de Les Arts. Es indudable que la gente se lo pasó muy bien, incluido un servidor, pero el espectáculo fue bastante lamentable. Al menos como ejemplo de función de ópera. Si hablamos de circo o de cachondeo, está muy bien; como representación operística de un teatro de relieve internacional, se consiguieron unos muy buenos momentos, pero el show del bis lo prostituyó todo. Es cierto que esto no sólo pasa aquí. Teatro que pisa el señor Nucci, bis que te crió. La gente lo esperaba y supongo que si no se hubiera bisado hubiera habido protestas. Así de memos somos.

En términos generales, la repetición de un fragmento operístico ante los aplausos y la demanda unánime del público, podríamos discutir si debe admitirse o no. Lo cierto es que se corta radicalmente el desarrollo dramático de la representación y se interrumpe el hechizo conseguido en el espectador por las emociones del texto y el canto, impidiendo que el drama fluya con el ritmo buscado por el autor. Pero bueno, sabemos que cuando las emociones en el público son muy fuertes, las mismas ovaciones y bravos interrumpen de alguna forma la función, e históricamente se viene aceptando que cuando esa muestra de aprobación es intensa y mantenida en el tiempo, paralizando la representación, pueda obsequiarse al respetable con el bis.

Lo de ayer fue distinto. Fue el particular show de Leo Nucci que hace allá donde va. Yo recuerdo haber asistido en Londres a un Barbero de Sevilla con Juan Diego Flórez, con muchos, pero muchos, minutos de aplausos tras una de sus arias y el público en pie gritando bis, bis… y nada. Anoche, nada más acabar la Vendetta, hubo unos microsegundos de aplausos y Nucci ya se dio la vuelta, se puso a saludar como si del final de la función se tratase, agarró a la soprano, saludó al director, hizo levantar a la orquesta, saludaba a diestra y siniestra, la gente le siguió el rollete, consiguió que la platea se pusiera en pie… hizo la seña a Abbado y a por el bis. Prueba conseguida.

Todos contentos… Bueno, yo no. No porque sea un señor estirado y amargado; me divertí y disfruté del show, pero como show, no como ejemplo de lo que debe ser una función de ópera de una intensidad musical y dramática como la de esa obra maestra que es Rigoletto. Recuerdo que de niño me gustaba ver los partidos de los Harlem Globetrotters, pero como espectáculo circense; para ver buen baloncesto prefería los legendarios encuentros de los Celtic contra los Lakers. Pero bueno, como decía antes, ya habrá tiempo de sobra para seguir hablando del bis.

Lo cierto es que estas funciones de Rigoletto han generado una inusitada expectación entre el público valenciano y las entradas para todas las sesiones se encuentran ya agotadas desde hace meses. Sin duda se trata de la ópera estrella de la temporada en cuanto a taquilla, pero, aunque los resultados artísticos han de considerarse buenos, no creo que pueda merecer la valoración de la mejor producción de este año como algunos ya se han atrevido a calificarla. La próxima Lucia di Lammermoor tiene todos los números para superarla y la reciente Iolanta creo que fue mucho más redonda.

Para la ocasión se ha traído una producción de la ABAO y el teatro San Carlos de Lisboa que cuenta con la dirección escénica de Emilio Sagi y que tiene ya unos cuantos años de rodaje. En concreto, fue la que inició en 2006 en Bilbao el ciclo Tutto Verdi que todavía se sigue desarrollando en las temporadas de la capital vizcaína.

La propuesta de Sagi en esta ocasión no tiene el colorido y la luminosidad que han caracterizado otras producciones del director asturiano. Al contrario, la oscuridad y un cierto tenebrismo planean sobre este Rigoletto, con el propósito, parece ser, de dibujar la maldad e inmoralidad que preside la actuación de la mayoría de personajes de la obra. Planos inclinados y paneles movibles marcarán los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, mientras que espacios muy abiertos y una escasa escenografía resaltarían a su vez la soledad e incomunicación de los protagonistas. Esta limitación escenográfica deja muchas veces a los personajes desnudos frente a la actuación dramática de sus intérpretes, haciendo que toda la atención del espectador se concentre en ellos y en cómo transmiten las intensas emociones que desprende la obra, y alcanzará su mayor expresión en el tercer acto, con el fondo de la caja escénica a la vista.

Esa opción por el escenario abierto por los laterales toda la obra, y además por el fondo en el último acto, más allá de que pueda resultar acertado o no para poner el énfasis en la soledad que rodea a los personajes, conlleva una carga demasiado pesada al perjudicar notablemente la proyección de las voces. Para mí este es el mayor inconveniente de la producción. Cada vez que los intérpretes se alejaban de la boca del escenario, las voces se perdían. El coro durante el primer acto fue el más perjudicado por ello, así como Monterone.

Como siempre ocurre con los planos inclinados, algunos espectadores nos pasamos gran parte de la velada sufriendo por los cantantes que da la impresión que van a salir rodando en cualquier momento. Y no digamos en el segundo cuadro del primer acto, cuando el septuagenario Nucci se puso a saltar entre los huecos que dejaban los citados paneles simulando las callejuelas. No me pareció tampoco acertado que los cambios escenográficos entre los dos cuadros del primer acto y entre el segundo y tercer acto, fueran tan lentos y se realizaran a telón levantado.

Aunque el enclave espacio temporal es indeterminado, el clasicismo de la propuesta es evidente y apenas existen transgresiones de relevancia al texto original. Quizás lo más llamativo sea la más que expresa insinuación de relación incestuosa entre Sparafucile y Maddalena, lo cual tampoco creo que aporte absolutamente nada, ni que sea preciso remarcar la inmoralidad de unos personajes que vienen ya suficientemente bien caracterizados en el libreto. No comprendí tampoco por qué, durante la escena de la tormenta, los miembros del coro que imitan el ulular del viento, en lugar de estar haciendo el coro interno, permanecen en la balconada asistiendo como espectadores a las depravaciones que ocurren en la posada.

Buen trabajo de iluminación de Eduardo Bravo que, pese a la penumbra generalizada, consigue algunos efectos visuales interesantes, especialmente en el tercer acto y en el segundo cuadro del primero, aquí con una representación escenográfica de la casa de Gilda algo cursi, pero con buena resolución del movimiento escénico en la escena del rapto, donde se acaba raptando a la chica con casa incluida. De cualquier modo, en general, creo que la propuesta de Sagi funciona correctamente, hay un trabajo dramatúrgico serio y ante las mamarrachadas que por ahí circulan, puede valer; aunque eso no quite para que, personalmente, esperase más.

El todavía director titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Roberto Abbado, regresaba al foso de Les Arts para afrontar un final intenso de contrato y de temporada con este Rigoletto y la próxima Lucia. El trabajo que hizo ayer el director milanés tuvo muchísimo mérito. No me siento capacitado para valorar objetivamente su lectura hasta volver a asistir a alguna de las últimas funciones, porque ayer su labor consistió básicamente en perseguir a Nucci y adaptar sus tempi y dinámicas al ritmo y fraseo que marcaba el barítono y, en algunas ocasiones también, Celso Albelo, que ayer tuvo más de un descoordinación con la orquesta. Me gustó bastante la intensidad y el pulso que, pese a todo, impuso Abbado en momentos como el de la tormenta o en la gran escena de Rigoletto del segundo acto, pese a tener que ajustarse al particular fraseo y fiato de Nucci.

Excelente fue también el rendimiento de los atriles orquestales, pese a un dubitativo comienzo de los metales en el Preludio que corrigieron sobradamente a lo largo de una inspirada velada. Espectacular, como de costumbre, el acompañamiento de Christopher Bouwman al oboe en Tutte le feste al tempio; así como los violonchelos en la escena de Sparafucile; y concertino, flautas y flautín toda la noche.

Los componentes masculinos del Cor de la Generalitat realizaron la gran labor escénica y vocal a la que nos tienen acostumbrados, aunque, como ya he comentado, salieron bastante perjudicados con la distorsión acústica que provocaba la apertura de la caja escénica. También les afectó el variable ritmo orquestal que imponía el particular fraseo de Nucci, originando algún desajuste; pero estuvieron fantásticos en sus intervenciones, como en el Scorrendo uniti remota via del acto segundo.

Leo Nucci, a sus 77 años, que se dice pronto, y con más de 500 Rigoletto en su joroba, ya no interpreta Rigoletto, él es Rigoletto y parece completamente poseído por el personaje. Lo tiene interiorizado, sufre con él y consigue transmitir al espectador todas las emociones de este padre verdiano. Me sigue pareciendo antológica su entrega dramática, su capacidad actoral y la intensidad que desprende en su escena del acto segundo en el Cortigiani y el subsiguiente Ebben, piango, mucho más que en la Vendetta del bis garantizado. Sólo por esto y por el reconocimiento que sin duda merece la carrera y el recorrido de una figura operística de este relieve, ya se justifica el aplauso a Nucci. Pero eso no puede hacernos obviar otras consideraciones que se deben realizar si no se quiere ser injusto. Sigue asombrando el timbre baritonal y la potencia de una voz que brillan puntualmente, pero el fiato ha menguado notablemente y esto desdibuja una línea de canto irregular, con los finales de frase inaudibles y sometida a un continuo empujón y empleo del portamento y de más trucos que Juan Tamariz. Es verdad que ocasionalmente, como aquellos muletazos de Curro Romero, te enhebra una frase espectacular llena de sentido verdiano y emoción y te derrite, pero también hace sufrir. No pretendo desmerecer un éxito justo y merecido, pero sí ponerlo en su justa medida de acuerdo con lo que pienso, que no tiene por qué ser acertado.

Muy notable resultó Celso Albelo como el Duca di Mantova, aunque también he de confesar que quedé un tanto decepcionado. Desconozco si tenía algún problema puntual, pero después de haberme gustado mucho en este mismo papel en 2013 en la Maestranza, anoche le encontré mucho más corto de fiato, sin acabar de ligar las frases con la elegancia y maestría que siempre le han caracterizado. Empezó muy regular en un Questa o quella sin chispa, viniéndose claramente arriba en el dúo con Gilda, donde creo que ofreció los mejores momentos de la noche. Espero también a ver si puedo escucharle en alguna de las próximas funciones porque estoy convencido de que su rendimiento mejorará.

La mejor de la noche me pareció la Gilda de la soprano Maria Grazia Schiavo, que regresaba a Les Arts 13 años después de su Zerlina en el accidentado Don Giovanni de 2006. Voz cristalina y angelical que en el primer acto brilló en un Caro nome de muchos quilates, afrontando las agilidades con corrección y adornando con trinos y reguladores un fraseo lleno de musicalidad y sentimiento. En el segundo  y tercer acto mostró que su instrumento de soprano ligera no está exento de cuerpo y expresividad y resolvió con sobresaliente sus intensas escenas con el padre. Fue una lástima que en el forzado bis de Nucci calase ligeramente el sobreagudo, algo que no puede empañar de ninguna manera su merecidísimo éxito.

La mezzo georgiana Nino Surguladze cumplió como Maddalena, con una voz de atractivo color oscuro, aunque en las bajadas más extremas al grave mostrara algún apuro. Derrochó buen hacer escénico y sensualidad. Menos me gustó el bajo italiano Marco Spotti, un habitual en Les Arts, que compuso un entregado Sparafucile pero muy corto de gravedad y profundidad que no asustaba ni a los gatos del callejón.

Gabriele Sagona fue el encargado de interpretar a Monterone. También le faltaron voz y carácter. La limitación de su instrumento, la apertura de la caja escénica y su entrada en el primer acto desde el fondo, remataron la faena. Si en las dos intervenciones que tiene el personaje no consigues imponerte con una voz rotunda que estremezca cuando lance la maldición, no has cumplido tu papel. No entiendo muy bien por qué, siendo así, no se ha optado por acudir a alguno de los alumnos del Centre Plácido Domingo, como se hizo para el resto de comprimarios. Quizás que comparta representante con Nino Surguladze lo explique.

En esos otros papeles menores cumplieron más que correctamente los cantantes del Centre Plácido Domingo: Marta Di Stefano, Alberto Bonifazio, Mark Serdiuk, Arturo Espinosa, Olga Syniakova, Pau Armengol y Juliette Chauvet.

Prácticamente abarrotada se encontraba la sala principal de Les Arts con todo tipo de politiquetes, famosillos y un público que sabía a lo que iba. A regocijarse con el show de Nucci y seguirle el rollo para poder decir que estuvieron allí el día que se produjo el primer bis del teatro valenciano. Por si fuera poco, la salida de Nucci en los saludos finales fue acompañada de una lluvia de los consabidos papeles pequeñines de colores dando las gracias al barítono italiano por su presencia en Valencia, cosa a la que también habrá influido, digo yo, que se le abone el caché que pedía. Grandísimas ovaciones para el terceto protagonista y para la orquesta, mientras que la dirección escénica fue acogida con tibios aplausos y alguna protesta aislada.

Como todas las entradas están agotadas, esta vez no voy a animaros a acudir a Les Arts, aunque siempre quedará el 5% reservado por ley para cada función, Yo de hecho intentaré conseguir localidades para alguna de las últimas representaciones porque quiero ver cómo resulta este Rigoletto sin estar condicionado por el huracán Nucci.

Sí que me gustaría que alguien me informase, si lo sabe, por qué había ayer en el escenario una concha de apuntador. Entiendo que no era para Nucci que se lo sabe ya del revés, ni para Albelo que lo ha cantado en no pocas ocasiones. Así que supongo que sería para la soprano, pero, bueno, ya dirán quienes lo sepan.



jueves, 4 de julio de 2013

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Teatro de la Maestranza - 29/06/13

Transcurría todavía el frío mes de enero cuando un grupo de amigos decidimos comprar entradas para acudir a finales de junio a Sevilla, a la representación de “Rigoletto”que se había anunciado en el Teatro de la Maestranza. Laverdad es que a mí me hacen falta pocos pretextos para ir a una ciudad que me encanta y a la que tengo gran cariño, pero en esta ocasión la excusa era perfecta, pues un “Rigoletto” con Leo Nucci, Jessica Pratt, Celso Albeloy María José Montiel no se ve todos los días. Lástima que no pudiera organizarme para haber ido a alguna de las funciones del también muy interesante primer reparto, con un trío protagonista andaluz formado por Juan Jesús Rodríguez, Mariola Cantarero e Ismael Jordi.

Y la experiencia ha valido la pena. Ya la simple presencia del veterano barítono italiano Leo Nucci en el papel del bufón, garantizaba el espectáculo, pero es que, además, el resto del reparto rindió a un nivel espléndido y pudimos vivir y disfrutar una fantástica noche de ópera, a la vieja usanza, como cuando todavía había divos operísticos y en la que la pasión contagiada desde el escenario desbordó el patio de butacas.

Si se buscaban ortodoxas esencias interpretativas de la partitura de Giuseppe Verdi, no era la cita más adecuada. La orquesta estuvo lejos de infundir al conjunto acentos y clímax puramente verdianos, y los cantantes se lanzaron a una impactante exhibición vocal incluyendo todos los agudos y sobreagudos no escritos originariamente pero que los sucesivos divos y divas han ido incorporando para su propio lucimiento a lo largo de los años. Ahora bien, si lo que se pretendía era pasarlo estupendamente asistiendo a un emocionante espectáculo de ópera, no había mejor ocasión.

Leo NucciES Rigoletto. Ha cantado tantas veces el papel y lo tiene tan asumido en su interior que, pese a sus puntuales excesos interpretativos, te lo crees completamente. El personaje le surge de forma natural. Se planta la joroba y se transforma. Si algún día me contasen que este hombre ha acabado en su vida personal, como le pasó a Johnny Weissmüller con Tarzán, creyéndose el personaje interpretado y entrando en el comedor de la residencia de la tercera edad gritándoles a todos “Cortigiani, vil razza dannata”, me lo creería sin dudar.

Vocalmente tiene más trampas que una película de chinos, empuja la voz, utiliza portamentia cascoporro, pero, a sus ¡71 años! el derroche que lleva a cabo en escena es brutal y digno de elogio. Y, lo que es más importante, logra alcanzar de forma inmediata el punto sensible del espectador transmitiendo emoción en estado puro, lo cual tiene mucho más mérito teniendo en cuenta que no baja el piloto automático del forte y no ofrece ni un solo matiz.

Pese a su edad, la voz, aunque pueda denotar cierto desgaste, se muestra sin apenas vibrato, su fiato sigue siendo muy respetable y su potencia y técnica de emisión permanecen incólumes. El incisivo fraseo de Nucci emociona y conmueve, retratando a la perfección las diferentes facetas del personaje, desde el arrastrado siervo sin reparos para ser cruel, al amante padre o al ultrajado progenitor  dispuesto a la despiadada venganza.

En ese sentido, su “Cortigiani” y el subsiguiente “Ebben, piango”, me parecieron antológicos, diferenciando de forma maestra las dos secciones, dando una lección de interpretación operística. Me gustó bastante más que la “Vendetta”, más atropellada y efectista, la cual, como no podía ser de otra forma, bisó a telón bajado en compañía de la Pratt con el público puesto en pie. De hecho me comentaron que la bisó hasta en el ensayo general. Nucci es así. That’s entertainment!.

Cuando escuché las primeras notas de Celso Albelo como Il Duca, no pude evitar recordar a Alfredo Kraus. Cierto es que las voces de ambos difieren y que la composición que del personaje realiza Albelotiene una vertiente mucho más golfa que aquel elegante duque que encarnaba Kraus, pero me pareció evidente que el desaparecido maestro es la clara referencia de su joven pupilo. Tengo que decir, ante todo, que me gustó muchísimo Albelo. Y eso pese a que a su fraseo le falte un punto de expresividad y a que comenzó un tanto inseguro y sin acabar de colocar bien la voz, pero en el dúo con Gilda estuvo formidable y su recitativo y aria “Ella mi fu rapita… Parmi veder le lagrime” me parecieron referenciales. Elegancia canora de muchísimos quilates, con impecable dicción, exhibición de fiato y un exquisito canto ligado que no se vio afectado ni pese a los estirados tempi que imponía Halffter. En “La donna é mobile” remató con una nota final eterna, quizás efectista en demasía, pero la noche pedía excesos.

Uno de mis principales alicientes para esta excursión sevillana se centraba en escuchar a la soprano australiana Jessica Pratt, de quien me habían hablado especialmente bien; y no me defraudó en absoluto. Lejos de muchos de los jilguerillos que asumen el papel de Gilda, la Pratt tiene una voz brillante y con cuerpo, con unos agudos timbradísimos, bien emitidos y mejor colocados, de impecable afinación. Dio todo un recital de medias voces, filados, pianísimos y trinos espectaculares que enriquecían su elegante y muy bien ligado fraseo de forma magistral. Haber podido disfrutar en directo, en apenas quince días, de dos voces de soprano como las de María Agresta y Jessica Pratt, es un lujazo.

Posiblemente, Maddalena no sea el rol más adecuado para que se desplieguen las virtudes vocales de María José Montiel, quien se encuentra más cómoda en tesituras no tan graves, pero, a pesar de ello, la mezzosoprano madrileña llevó a cabo una actuación excelente, dotando al personaje de una enorme expresividad, sabiendo transmitir sus diferentes estados de ánimo pese a la brevedad del papel, y con una tremenda carga sensual (a la salida casi había tantos comentarios alusivos a las bonitas piernas de la Montielcomo sobre el bis de Nucci). En el cuarteto se mostró soberbia, afinadísima, perfectamente audible y en conjunción perfecta con el trío protagonista, lo que en una Maddalenano suele ser muy habitual.

El bajo ruso Dmitri Ulianov, a quien vimos el año pasado en Les Arts como rey René de "Iolanta", fue un contundente y muy notable Sparafucile de profundas resonancias, voz potente y, aunque su canto no sea especialmente refinado, de intencionado fraseo con el que logró dibujar de forma efectiva la maldad del personaje.

Todo el resto del reparto funcionó también muy bien, sin que nadie desluciese el relevante nivel vocal general, mereciendo destacarse el buen Monterone de Miguel Ángel Arias, con una voz francamente interesante, a quien pienso que perjudicaba un tanto la caracterización empleada para avejentarlo, con postizos impropios hasta de la cabalgata de reyes.

No me convenció en absoluto Pedro Halffter al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Interpretar a Verdiexige saberle dar a la partitura todo el protagonismo dramático que la genialidad del compositor de Busseto le otorgó. Y Halffter no supo o no quiso. Su empleo de tempi y dinámicas se me antojó caprichoso, sin responder al devenir narrativo y emocional del drama, siendo la monotonía e insulsez la tónica dominante de su lectura. Hubo pasajes de una morosidad exacerbada, como en “Parmi veder le lagrime”, donde no sólo la orquesta no respiraba con los cantantes, sino que les colocó en una situación muy comprometida que sólo se salvaba gracias a la técnica individual de los intérpretes. Curiosamente, o no, Nuccifue quien menos padeció estas lentitudes. Posiblemente el ser la estrella de la función influyera en ello.

Para no ser del todo injusto diré que hubo momentos donde la orquesta brillo con más relevancia, como en las entradas de Monterone o en la escena de la tormenta y el último acto en general, donde el cuarteto fue bien conducido.

Muy importante me pareció sin embargo la aportación del Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. Si en el aspecto orquestal cualquier comparación que se pudiese hacer con la agrupación que escuchamos habitualmente en Les Arts no se sostenía, en el caso del Coro no ocurrió lo mismo. Sonó fantásticamente bien con un ajuste, sonoridad y empaste de primera línea. Todo un descubrimiento.

En cuanto a la dirección escénica, se trataba de la concebida por Stefano Vizioli para el Teatro Regio di Parma. De corte absolutamente clásico, como le gusta a Nucci, con una escenografía especialmente vistosa en el primer cuadro, sirvió a la perfección para contribuir a la sensación de estar viviendo una noche operística de las de antaño, si bien el trabajo escénico como tal me pareció pobre, sobre todo en lo que a la dirección de actores se refiere.

Pienso que se resolvió bastante hábilmente el último acto, aunque, en este caso, la colocación de los cantantes durante el cuarteto en alturas diferentes creo que es un error. Tampoco se solucionó adecuadamente la voz interna del tenor que sonaba claramente a nivel del escenario y no desde la ventana donde se supone que se encontraba. Pero esta noche, más que nunca, la dirección escénica era lo de menos.

El público, que llenaba totalmente el recinto sevillano, con presencia de caras conocidas de la jet local y muchos aficionados desplazados de toda España, enloqueció literalmente con el espectáculo ofrecido y jaleó y braveó puesto en pie a todos los intérpretes, llegando en el bis de la Vendetta a no esperar ni a que Nucci acabase de cantar. Pocas veces he visto, además, tal cantidad de gente intentando entrar en los camerinos al acabar la función.

Aunque si de verdad hubo algo que nunca había visto en un patio de butacas de un teatro serio de ópera, fue lo que aconteció cuando Celso Albelocomenzaba a afrontar “È il sol dell'anima”: una ruidosa bolsa de plástico empezó a sonar insistentemente, pese las protestas de los que nos encontrábamos cerca del humanoide con gafas autor de semejante concierto que no cesaba. Cuando finalmente paró el ruido, mi compañera de butaca me hizo señas de que mirase al personaje en cuestión y allí estaba el señoritingo de la bolsa metiéndose entre pecho y espalda un bocata tamaño fagot y chuperreteándose sus pezuñas… Al encenderse las luces, apenas unos minutos después, mi amiga le llamó la atención ante la falta de respeto con los artistas y el público de su comportamiento y su respuesta fue que éramos “muy sensibles”, con lo que todos los que por allí estábamos a punto estuvimos de demostrarle que lo único sensible iba a ser su nariz al día siguiente.

En fin, no me alargo más. Hasta aquí mi crónica para dejar constancia de otra inolvidable jornada operística y de un estupendo fin de semana gastronómico-cultural que quiero agradecer a todos los amigos y amigas que me ayudaron a pasarlo todavía mejor, y muy especialmente a nuestros anfitriones Joan, Gabriel y Cayetana. Esperemos poder repetir muy pronto otra escapada.