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lunes, 16 de noviembre de 2009

"LA SCALA DI SETA" (Gioachino Rossini) - Teatre Martin i Soler - Palau de Les Arts - 15/11/09


Ayer pudimos asistir en la sala Martín y Soler del Palau de Les Arts de Valencia a una excelente representación de ópera, con la producción del ROF de Pésaro de “La Scala di Seta” de Gioachino Rossini, en la que disfrutamos con la espléndida dirección artística de Damiano Michieletto, inmejorablemente reforzada por la adecuada escenografía y vestuario de Paolo Fantin, desarrollándose una puesta en escena original, imaginativa e inteligente que ayudó a engrandecer, sin duda, una obra musical de tono menor del genio de Pésaro.

Como ya comenté en mi anterior post, la escena se desarrolla en un plano de planta arquitectónica a Escala 1.1 del apartamento de Giulia. No sé si será una idiotez mía o la idea del plano a escala tendrá algo que ver con el doble sentido de la palabra “Scala”. El caso es que sobre el plano se dibujan las diferentes estancias del apartamento, el cual carece de paredes y los personajes simulan abrir y cerrar puertas inexistentes o se apoyan sobre muros invisibles, pero el seguimiento de la trama es perfectamente comprensible, favorecido además con el espejo que cierra el escenario, a modo de telón de fondo, en ángulo de 45 grados y permite el seguimiento de la trama incluso por las zonas que no están a la vista, como el jardín (¡magnífica la escena final con los sucesivos personajes reflejados mientras simulan que trepan desde el jardín al tejado y a la ventana de Giulia!). Esa ausencia de cerramientos verticales favorece el seguimiento y dota de agilidad a una historia que juega permanentemente con los malentendidos y que exige la presencia en escena de hasta seis personajes entrando en el apartamento, saliendo o escondiéndose en él.

La farsa se ha trasladado a la actualidad sin perder un ápice de su sentido original, y dibujándose unos personajes de nuestro tiempo plenamente reconocibles para todos, sin que se desvirtúe el libreto, más bien, si me apuran, al contrario.

Es de destacar una dirección de actores cuidada, exhaustiva, que exige muchísima entrega y concentración a los intérpretes, y que ayuda a remarcar el perfil de los diferentes personajes, quienes están en escena en continuo movimiento, y siempre en plena concordancia con la música que se escucha.

Se le podrían criticar ciertos aspectos que coincidirían con los reproches que he efectuado repetidamente a los montajes de La Fura dels Baus, y que he de reconocer que encontré que podrían estar de más. Así, durante la ejecución de la obertura, se abre el telón y los tramoyistas van llenando el escenario vacío con los muebles de las diferentes estancias e incluso colocando a los cantantes en posición. Una propuesta que me pareció muy interesante visualmente, pero que originaba ruidos que molestaban la escucha de la brillante obertura rossiniana. También hubo momentos en que quizás hubiese sido deseable prescindir de tanta sobrecarga de planos de acción, como por ejemplo durante la interpretación del aria de Giulia "Il Mio Ben Sospiro e Chiamo", que se vio acompañada por las risas de un público que estaba casi más pendiente de lo que hacía en la habitación contigua el personaje de Germano que de la delicadeza del canto de Dolores Lahuerta. No obstante, a diferencia de lo que me ocurrió con La Fura, los pros de la propuesta superaron con mucho a los contras.

Pese a ser una ópera en un acto, al igual que ocurrió en Pésaro este verano, se hizo un entreacto, tras el cual el personaje de Blansac sale al escenario frente al telón bajado y comienza a entonar el aria “alle voci dell’amore” (originariamente “alle voci della gloria”). Un aria que, como nos informó en su día Joaquim en su blog, no estaba incluida en la ópera y fue añadida, precisamente, por Alberto Zedda. El que se trate de un aria no incluida por el autor en la trama se soluciona escénicamente de forma inteligentísima, haciendo que comience a cantarse en el proscenio a telón bajado y, cuando éste se abre y durante todo el desarrollo del aria, quienes ocupan el escenario no son los personajes, sino los propios artistas, el personal técnico y los directores escénicos como si hubiesen sido sorprendidos de improviso por la reanudación de la función en pleno descanso, volviendo a retomarse la trama a la finalización del aria.

Si la dirección artística merece un sonoro Bravo, otro tanto hay que decir respecto a la musical. El maestro milanés Alberto Zedda, director artístico del ROF Pésaro y del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, dirigió a los estupendos músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana con enérgica batuta, demostrando su conocimiento de la partitura rossiniana, y dotando a la misma de toda la frescura, agilidad y brío que la farsa requería. Quizás se le pueda reprochar, aunque roce el anatema, no haber controlado en ciertos momentos ese ímpetu para compensar las limitaciones vocales de algunos de sus alumnos solistas.

Dentro de la orquesta, que rindió de nuevo al máximo nivel, es justo destacar el extraordinario papel de José Ramón Martín, quien estuvo impecable en el clave.

Los jóvenes cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo que actuaban como cantantes solistas derrocharon entrega dramática, sentido escénico y vis cómica. En el ámbito vocal no es momento de hacer reproches con la lupa puesta, ya que se está en proceso de formación y todos ellos tienen mucho tiempo por delante para pulir defectos y potenciar virtudes. Unos más que otros, desde luego.

Sin duda, destacó por méritos propios Dolores Lahuerta, como Giulia, haciendo gala de una voz de soprano lírica de gran volumen, exquisitamente timbrada, con la que afrontó con suficiencia y aparente comodidad las agilidades de la partitura y nos obsequió con unos agudos brillantes y segurísimos. Dramáticamente, como el resto del elenco, estuvo entregadísima, llegando a cantar, por ejemplo, mientras realizaba ejercicios de fitness. Esta mujer tiene un instrumento que precisa, ya mismo, de papeles de mayor envergadura, y estoy convencido de que está llamada a importantes éxitos muy pronto en los principales recintos operísticos.

Respecto al resto del reparto, Hans Ever Mogollón, como Dorvil paso algunos apuros puntuales, aunque tuvo momentos donde lució un buen control del fiato y gran expresividad vocal, y se agradeció que renunciase a los exigentes sobreagudos del aria “Vedrò qual sommo incanto”.

Germano es el personaje conductor de la obra. En esta producción se nos presentó como un criado filipino, y requiere de un cantante con unas grandes dotes para la comedia y con resistencia física. Lluís Martínez cumplió en este sentido sobradamente. Fue de menos a más en sus prestaciones vocales, con una actividad permanente en escena, teniendo que cantar mientras plancha, dobla la ropa, limpia el polvo, cocina… y por si fuera poco hace malabarismos con todo lo que encuentra a su mano (naranjas, rollos de papel higiénico…). Fue interesante escuchar como en los recitativos Martínez recalcaba el acento asiático del personaje.

Ekaterina Metlova compuso una Lucilla descarada y provocativa, desenvolviéndose en escena con una soltura irreprochable. Lució más en los recitativos y las réplicas a Blansac que en su aria “Sento talor nell'anima”. Es poseedora, no obstante, de una materia prima interesante que deberá trabajar más.

Isaac Galán fue un Blansac limitado en el aspecto vocal, pero con un extraordinario comportamiento actoral.

Javier Tomé, como Dormont, cumplió en un papel muy breve y poco agradecido.

El público, con numerosa presencia de gente joven, finalmente llenó la sala, pese al gran número de entradas que quedaban por vender hace apenas un par de días (¿se regalaron a última hora?), y ovacionó largamente el espectáculo ofrecido, con especial intensidad para Dolores Lahuerta, Lluís Martínez, la dirección artística y, sobre todo, el maestro Zedda, quien fue premiado con una lluvia de flores por parte de sus alumnos presentes en la sala.

A destacar también la presencia en primera fila de mi amiga Helga Schmidt, quien no paraba de incorporarse para controlar el foso, ignoro con qué motivo (¿abrir expediente disciplinario al que tocase con desgana o se riese del profesor?), lo que sé es que el pobre señor que estaba tras ella no hacía más que buscar por diestra y siniestra un campo de visión que no fuera obstaculizado por la abultada presencia de la Schmidt. Y a ver quién era el valiente que le decía algo… Si hubiese estado Kynan Johns

Aquí podéis leer la excelente crónica que ha escrito Titus.

Para finalizar podemos escuchar a William Mateuzzi interpretando el aria de Dorvil "Vedrò qual sommo incanto", y este no se come ni una nota:



video de vilaph