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sábado, 3 de octubre de 2015

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/10/15


El viernes se levantó el telón del Palau de les Arts tras el descanso veraniego. Este año no ha habido que esperar casi a Navidad para empezar a disfrutar de ópera en nuestro teatro, pues, aunque la temporada oficial se inaugure con Macbeth el 5 de diciembre, el Intendente Davide Livermore ha decidido incluir previamente unos espectáculos a precios populares, a modo de pretemporada, que además servirán para conmemorar el décimo aniversario del coliseo valenciano.

Yo también quisiera hacer una pre-crónica, antes de entrar a compartir mis impresiones concretas de la función inaugural, para intentar aclarar algunas cosas. Lo primero que me gustaría dejar sentado es que me parece una muy buena idea construir una pretemporada como la que ahora comienza. Por un lado, es una magnífica forma de acercar la actividad de Les Arts al público joven a unos precios más que asequibles; y por otro, permite dar oportunidades a cantantes menos conocidos y más actividad al teatro y a la orquesta. Si además se programa un título tan popular como La Bohème, el lleno está garantizado, tal y como ocurrió el viernes.

Por otra parte, veo que hay cosas que no cambian en Les Arts esté quien esté al frente. Sin ningún aviso ni nota al respecto (de hecho aún aparece en la programación general) se ha variado el reparto de La Bohème, sustituyendo al Rodolfo previsto, Javier Tomé, por el italiano Giordano Lucà, y al Colline de David Sánchez por Felipe Bou. No cuestiono los motivos del cambio, pero sí que siga chupándole un pie al teatro la información al público. También me ha llamado la atención que después de anunciar, al presentarse la temporada, que la ópera Silla sería cantada por alumnos del Centre Plácido Domingo y “una estrella mundial del barroco”, ahora quien aparece en los carteles es Meredith Arwady, una contralto norteamericana que no dudo que ofrezca un excelente rendimiento, pero que ni por fama ni por repertorio creo que deba ser anunciada como estrella mundial del barroco.

Y, por último, también me gustaría aclarar por enésima vez que este blog no es la voz de la crítica especializada, ni mucho menos. No hay que tomárselo tan en serio. Es mi página personal, en la que, como un mero aficionado a la ópera que soy bastante ignorante, decidí hace tiempo compartir mis subjetivas, y posiblemente erradas, impresiones. Así que, como bien dice el señor Livermore, una cosa son los blogs de apasionados a la ópera y otra la opinión fundamentada de los músicos, cantantes y profesionales que viven de ello. Por ello, espero que no se dé tanto valor a lo que yo pueda expresar aquí. Empezando por el propio Intendente de Les Arts, quien parece enfadarse bastante a veces con lo que escribo.

Pero bueno, entrando ya en mi análisis de lo visto y escuchado el viernes, empezaré por decir que creo que se obtuvieron unos resultados más que dignos, confirmándose que nos encontramos ante una producción que escénicamente funciona de maravilla, y que seguimos teniendo un coro y una orquesta espectaculares, capaces incluso de brillar cuando la batuta no hace justicia.

La Bohème estrenada el viernes es la reposición de la producción que pudimos ver hace tres años. Una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del propio Intendente de les Arts Davide Livermore. Tal y como ya dije entonces, sin ser especialmente innovadora, es inteligente, de gran sencillez y de una fuerza visual incontestable, sirviendo de vehículo perfecto al drama y a las emociones que surgen del texto y la partitura.

Una escenografía mínima se ve reforzada por proyecciones de famosas obras pictóricas que van enmarcando la acción. El paisaje de invierno de Monet en el acto III me sigue pareciendo uno de los momentos más bellos, junto a la fuerza emocional que se obtiene en la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando la imagen de una mujer en un sofá rojo, similar al que hay en escena. Ese cuadro puede verse ya desde antes de la entrada de Mimí en el cuarto acto, vaticinando la tragedia mientras los amigos bromean, y cuando Mimí muera, la mujer desaparecerá del lienzo y el sofá quedará vacío.

Como también manifesté en su día, lo que destacaría principalmente es el efectivo trabajo de dirección de actores que desprende la propuesta. Luego, la mayor o menor habilidad de los cantantes ofrecerá mejores o peores resultados, pero es indudable que hay una estudiada labor dramatúrgica. Menos conseguido me pareció el primer acto y bastante más los siguientes, aunque el segundo resulte sobrecargado a veces, sobre todo por unos camareros bailarines demasiado presentes distrayendo de una acción escénica ya bastante concurrida.

Haber tenido la oportunidad de escuchar en 2012 esta Bohème, en la magistral versión dirigida por Riccardo Chailly, era un problema. Quienes tenemos la suerte o la desgracia de poseer cierta memoria musical, sabíamos que si íbamos con intención de hacer comparaciones, lo pasaríamos mal. No fue mi caso. Os aseguro que me acomodé en mi butaca preparado a escuchar y ver una obra nueva. Simplemente dejándome llevar por las emociones que naturalmente pudiesen brotar, sin comparar cantantes ni direcciones musicales. Así lo hice y me encontré con unos jóvenes cantantes de buen nivel general, y en algún caso muy bueno; pero con un trabajo de batuta plano, insulso y blando, que contó con la ventaja de ir arropado por unos músicos formidables y una partitura de Puccini que es pura emoción y gusta hasta interpretada con dolçaina y tabalet.

El trabajo del director jienense Manuel Coves sin duda merece reconocimiento, pero lo que a mí, como espectador, me transmitió, fue poquísima emoción. Hubo pasajes donde la orquesta debía brillar y hacer tambalearse el teatro, poniéndonos los pelos de punta, como al final del segundo acto, o en el tercero, y, sin embargo, casi se pasaba por allí de forma rutinaria. Los tempí del segundo acto no fueron vivos sino casi atropellados en ocasiones, imponiendo unas exigencias brutales al coro. Se observaron demasiados desajustes entre foso y escena y poca capacidad de corregirlos. Apenas hubo matices, más allá de hacer tocar más fuerte o más bajito, pero sin un juego de dinámicas enfocado al realce de la emoción. La orquesta se comió a los cantantes, quienes en muchos momentos, entre sus propias carencias y los volúmenes de Coves, parecían mudos. Hubo estupendas intervenciones individuales de concertino, flauta, oboe, arpa; pero se echó de menos un conjunto orquestal brillante, bien amalgamado y poderoso. Aun con todo, la orquesta sonó estupendamente, pero faltó alma.

Tanto el Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, obtuvieron unos resultados magníficos y sobrevivieron a la batuta, con una entrega escénica formidable. Espero que en la próxima función el Cor de la Generalitat no tenga bajas en sus filas, pues llegué a preocuparme seriamente cuando, en el segundo acto, Musetta arrojó uno de sus zapatos como si fuese un ramo de novia, hacia su espalda y a lo alto, cayendo en picado e impactando cual kamikaze en toda la crisma de una de las integrantes del Cor.  

En el reparto vocal hubo un poco de todo, pero, en general, pienso que los resultados fueron buenos. Es verdad que podemos pensar que hay muchísimos cantantes de un nivel parecido a los que no se le han dado estas oportunidades, pero se trata de juzgar únicamente lo ofrecido en escena, y, al menos yo, salí más satisfecho de lo que pensaba cuando llegué al teatro.

Sobre todo por el gozoso descubrimiento que fue para mí la Mimí interpretada por la soprano norteamericana Angel Blue, una cantante que ya está pisando importantes recintos operísticos y que, tras lo escuchado el viernes, creo que puede tener un futuro realmente prometedor. Sorprendió por una voz lírica, rica, con cuerpo y grande, muy timbrada y con explosividad luminosa en el registro agudo. Me pareció especialmente relevante en el tercer acto y, pese a que en la zona grave perdía algo de presencia, solventó el cuarto con buen sentido dramático. Sólo le reprocharía una dicción mejorable y un fraseo que pedía mayor variedad de matices. En cualquier caso, fue la justa triunfadora de la noche.

Del Rodolfo de Giordano Lucà, que ya cantó en El Escorial con Coves este papel,  destacaría su valentía y facilidad en el registro agudo. Su voz, demasiado ligera para mi gusto, presenta un vibratillo corto pero que no llega a molestar. El canto fue muy correcto, pero monótono, sin matices, y tampoco destacó por su expresividad escénica. Fue quien más desajustes mostró con el foso, lo cual, dado que ha venido a sustituir al tenor inicialmente previsto, no sé si tendrá que ver con una falta de ensayos. De todas formas el resultado final fue muy digno.

Germán Olvera fue un buen Marcello. En Les Arts ya ha representado varios papeles este barítono que destaca por una voz de bello timbre que maneja con eficiencia en la zona central, pero que cuando la tesitura se empina (con perdón) roza el gallo y parece que vaya a quebrarse. Sus mejores prestaciones las obtuvo en el acto tercero y, como siempre, destacaron sus dotes actorales, aunque tienda a la sobreactuación.

La brasileña Lina Mendes compuso una correcta Musetta, si bien ligera en exceso, lo que se puso en evidencia en el cuarto acto. En su vals cumplió con solvencia y resultó divertida y provocadora en escena. Menos me gustaron Felipe Bou como Colline, reservando sus mejores momentos para el aria “Vecchia Zimarra”; y el Schaunard de Aldo Heo que, aunque mejoró en el último acto, se mostró inaudible en la primera mitad y con graves carencias expresivas.

La sala del Palau de les Arts presentó el viernes su mejor aspecto. Lleno absoluto, con gran presencia de gente joven y palcos abarrotados. Me causó una grata sorpresa comprobar la asistencia a esta apertura de temporada del nuevo Alcalde, Joan Ribó, junto a su esposa, y de cinco miembros del gobierno valenciano, entre ellos Vicent Marzá, conseller de Cultura y sustituto de la nefasta Catalá. No sé cómo se desarrollarán las cosas en su gestión, pero, al menos, el viernes estuvo donde debía estar, lo cual ya es más de lo que hicieron otros. Y me gustó que viesen de primera mano que hay una gran cantidad de ciudadanos, muchos de ellos jóvenes, interesados por el género operístico.

Al finalizar la representación se ovacionó con fuerza a todos los intérpretes, especialmente a la soprano Angel Blue, que recogió el mayor número de bravos. Menos efusividad hubo en la salida del director musical, aunque cuando la orquesta se puso en pie las ovaciones fueron unánimes. También fue muy aplaudida la dirección escénica de Davide Livermore.

Me gustaría volver a pedir a la gente que se espere a aplaudir hasta que la música deje de sonar. En cuanto se mueve el telón hay algunos que tienen una prisa terrible por empezar a dar palmas. Así, el viernes fueron completamente inaudibles los últimos quince segundos del primer acto.

Antes de finalizar, me gustaría recomendaros a todos que acudáis el próximo jueves 8 al concierto conmemorativo del décimo aniversario del Palau de les Arts, donde Fabio Biondi dirigirá Davidde Penitente, de Mozart, una obra bellísima que contará además con la presencia, si Livermore no nos la sustituye, de la estupenda soprano Jessica Pratt.

Para terminar, y sin mala intención, os dejo un video con breves fragmentos de La Bohème que dirigió Riccardo Chailly en 2012…


lunes, 3 de diciembre de 2012

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/12/12


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts de Valencia la segunda ópera de una temporada de crisis que se caracteriza por la programación de títulos muy populares. Y pocos hay que lo sean tanto como La Bohème, de Giacomo Puccini.

Se busca con ello asegurar los ingresos de taquilla por venta de entradas en estos tiempos tan complicados económicamente. Al igual que ocurriese con el “Rigoletto” que abrió la temporada, está casi garantizado que, en los próximos días, el teatro valenciano estará prácticamente lleno. Sin embargo, también a semejanza de lo ocurrido entonces, el día del estreno volvió a haber muchísimos huecos. No sé si será el momento de que en Les Arts se replanteen que las entradas del primer día dejen de ser más caras que las del resto de representaciones y posibilitar así que el aspecto de la sala un día de estreno no sea tan deprimente como lo fue ayer, sobre todo en los pisos altos.

Los trabajadores del Palau de les Arts volvieron a manifestarse a las puertas del teatro haciendo llegar sus reivindicaciones al público que allí iba llegando. Además, ayer consiguieron un gran golpe de efecto colocando unas lápidas con el nombre de famosos compositores bajo los que figuraban las óperas de cada uno de ellos estrenadas en Les Arts, para indicar que la política cultural que se pretende llevar a cabo conllevará que no volvamos a disfrutar de momentos como los vividos hasta ahora. Por su parte, los músicos de la orquesta también ejecutaron su particular protesta, interpretando cinco minutos antes del comienzo un fragmento de La Bohéme, en concreto el vals de Mussetta, y, al finalizar, enarbolaron en alto el manifiesto de los trabajadores mientras el público rompía a aplaudir.

La Bohème estrenada ayer es la única producción propia que va a presentar el teatro valenciano esta temporada, en concreto se trata de una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del italiano Davide Livermore. Creo que la puesta en escena de Livermore, sin ser especialmente innovadora, es inteligente y constituye un acierto y, aunque absolutamente clásica y ambientada en la época del libreto, no huele a rancio.

Es de una gran sencillez, con una escenografía mínima, donde la ambientación se consigue mediante proyecciones, a veces con movimiento, de conocidas obras pictóricas impresionistas y postimpresionistas que enmarcan la acción. A veces se trata de indicar las circunstancias en que se desarrolla la misma, como el paisaje de invierno de Monet en el acto III, con el que a mi juicio se logra uno de los momentos estéticamente más bellos, o La Pradera de Renoir, con la que concluye el acto III y se inicia el IV, en alusión a la llegada de la primavera. En otras ocasiones se trata de subrayar menciones específicas del libreto, como esa “Costurera” de Renoir que aparecía cuando Mimí describe su trabajo. Especialmente interesante me pareció la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando esa imagen de una mujer en un sofá rojo, similar a la que se desarrollaba en escena. Cuando Mimí muere, la mujer desaparece del lienzo y el sofá aparece vacío.

Pero además de que estéticamente me pareciera atractiva la propuesta, con un uso de la iluminación también acertado, lo que destacaría principalmente es que denota un serio y efectivo trabajo de dirección. Esto es especialmente relevante en el acto II, donde los distintos planos en los que transcurre la acción y la abundancia de personajes en escena, requieren inteligencia y sentido de la dramaturgia y del movimiento escénico para resolverlo adecuadamente. Y creo que Livermore lo consigue con creces.

Si en el pasado “Rigoletto” manifesté mi decepción ante la dirección musical del titular de la casa, Omer Meir Wellber, en esta “Bohème” sólo puedo tener alabanzas hacia el formidable trabajo de batuta llevado a cabo por quien se dijo en su día que pudo haber ocupado ese puesto, Riccardo Chailly. El milanés ha dirigido por fin una ópera en Les Arts tras haber cancelado en todas las ocasiones anteriores en que fue anunciado. Y la cita resulta aún más especial teniendo en cuenta que no tiene previsto volver a dirigir una ópera hasta 2015.

Chailly había insistido en sus manifestaciones previas a este estreno en que su versión de La Bohème se alejaría de lo que estamos acostumbrados a escuchar y sería mucho más fiel a lo originariamente escrito por Puccini. Como desconozco la literalidad de la partitura original no puedo pronunciarme acerca de la fidelidad o no de la versión de Chailly a la escritura de Puccini, pero es cierto que no se recrea en excesos melodramáticos efectistas, a cambio de ofrecer una lectura general más uniforme, llena de belleza, donde el conjunto rezuma sentimiento, sin alharacas ni explosiones desbordadas, pero con alma. Los tempi impuestos fueron ágiles, por momentos veloces, con una primera mitad del acto I o un acto II llenos de vitalidad y frescura, y con un uso de las dinámicas inteligentísimo, consiguiendo en todo momento mantener la tensión y extraer un colorido orquestal brillante y riquísimo, plagado de matices, mostrándose, eso sí, inclemente con los cantantes en diversas ocasiones en cuanto a volúmenes. La fuerza dramática del final del acto IV fue memorable, y espectacular el maravilloso crescendo de las cuerdas en la entrada de Mimí del acto I.

Nuestra Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a tener un gran director al mando y eso se notó. En comparación con otros estrenos hubo, en general, una precisión y conjunción inusual, tanto en el foso como entre éste y los cantantes, demostrando Chailly además un control ejemplar en los concertantes. Entre las intervenciones solistas destacaron las del concertino Serguéi Ostrovski, así como las flautas comandadas por Álvaro Octavio en “D’onde lieta uscì“, y la inspiradísima noche de los clarinetes o del arpa de Cristina Montes.

El coro no interviene demasiado en esta obra, aunque sí con un alto nivel de exigencia vocal y de movimiento escénico en el acto II, y aquí tanto el magnífico Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, ofrecieron un rendimiento excelente.

El papel de Mimí fue interpretado por la israelí Gal James, una cantante de la que, francamente, esperaba un poco más. No puedo decir que hiciese nada mal, porque no lo hizo, pero no acabó de encender esa chispa que se precisa para que la emoción te invada. Al menos conmigo. Tiene una voz de atractivo timbre, aunque más bien pequeña, sufriendo notablemente en muchas ocasiones para hacerse oír. Es verdad que cantó bien y mostró sensibilidad en los compases más líricos, cuidando el matiz y apianando con gusto, pero me resultaba fría. De cualquier modo, me gustó más en la segunda mitad que en los dos primeros actos.

Del Rodolfo de Aquiles Machado yo destacaría su entrega interpretativa y el intencionado fraseo, con cuidada dicción, muy ajustado a las exigencias de los tempi impuestos en cada momento por Chailly. Sus agudos se mostraron demasiado tirantes, con una voz que dejaba entrever en la parte alta de la tesitura un adelgazamiento y un oscilante vibrato preocupante. Su centro sin embargo ha ganado cuerpo y cantó en todo momento con mucho gusto, con un uso de las medias voces que rozó el abuso.

El italiano Massimo Cavalletti fue un buen Marcello. Este barítono, curiosamente nacido, al igual que Puccini, en Lucca, posee una voz de bello timbre y sobrado volumen, aunque presentó puntuales engolamientos. Se echó de menos que no abandonase el forte en más ocasiones de lo que lo hizo.

La valenciana Carmen Romeu compuso una estupenda Mussetta, mostrando frescura vocal y resultando espléndida en lo actoral, consiguiendo dotar al personaje del espíritu que requiere.

Gianluca Buratto fue un Colline de hermosa voz, estando muy correcto en la ocasión que tiene de lucirse con “Vecchia Zimarra”. También correcto Mattia Olivieri como Schaunard aunque debe controlar un poco su tendencia a la sobreactuación.

Los saludos finales fueron un tanto atípicos. Los cantantes, según saludaban, se iban quedando sentados en el sofá en el que había expirado Mimí, con gesto serio, y acabaron como si estuvieran posando para una fotografía. Fueron muy aplaudidos todos los intérpretes, así como la dirección escénica, pero la gran ovación de la noche fue para Riccardo Chailly y los miembros de la orquesta. El director italiano, antes de que cayese el telón, cuando ya tuvo bastantes aplausos y saludos, tomó el camino de los camerinos haciendo lo propio todos los demás, bajándose entonces el telón.  

Y hablando de telón, lo de ayer con las prisas por aplaudir en cuanto empieza a bajar, alcanzó cotas de premio Nobel. En esta ópera es mucho más grave la cosa porque el final musicalmente no es el típico chimpún, sino que la música se va apagando progresivamente. Unos cuantos imbéciles comenzaron a aplaudir en cuanto se movió el telón, otro necio se unió gritando “Bravi” y, afortunadamente, una gran parte del público reaccionó pidiendo silencio, acallándose la ganadería hasta que se apagó definitivamente el sonido de la orquesta, aunque no se pudo evitar la aparición desgañitada del memo habitual en todas las representaciones del maestro de Lucca gritando “Viva Puccini”. La diferencia entre que estos majaderos intervengan a destiempo o no, es tan sencilla como que acabes emocionado disfrutando de los compases finales o termines la representación avergonzado e indignado. Creo que, ya que los mentecatos no parecen tener remedio, va siendo hora de que los responsables de Les Arts den instrucciones de que no se baje el telón hasta que la música haya finalizado por completo.


video de PalaudelesartsRS


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viernes, 9 de septiembre de 2011

EL RAH, LA ROH Y UNAS PINTAS CON MUSETTA (IIIª Parte)


Tras las andanzas londinenses de Atticus y sus amigos por el RAH y la ROH, de las que os hablé en los capítulos anteriores de esta miniserie, hoy finalizaré contando algo, por fin, acerca de las pintas con Musetta. Quizás me alargue un poco, pero ya no es cuestión de hacer más episodios.

Cuando ya nos habíamos hecho a la idea de quedarnos sin ver una ópera en Londres, una visita a mi buen amigo Simon, inglés residente en el barrio de Islington, cambió las cosas. Él nos comentó la existencia de un Pub del barrio donde representaban ópera en inglés y nos manifestó que pese a que hacía tiempo que tenía ilusión por haber ido, no lo había podido hacer. Estuvimos viendo el calendario de representaciones que nos facilitó y vimos que esa semana interpretaban “The Turn of the Screw” de Benjamín Britten, “L’Incoronazione di Poppea” de Monteverdi, y el día 5 de agosto, que coincidía con el cumpleaños de Simon, “La Bohème” de Puccini. Así que, tras los chistes y reticencias iniciales que nos provocaba eso de la ópera en el Pub, decidimos celebrar su cumpleaños escuchando una Bohème en directo mientras nos tomábamos unas pintas. Total, peor que Quixote no podía ser...

El Pub en cuestión es el King’s Head Theatre. Como he dicho, se ubica en el barrio de Islington, al norte de Londres, en el número 115 de Upper Street. En 1970 Dan Crawford lo convirtió en el primer Pub-teatro del Reino Unido, llegando a adquirir un gran prestigio. De hecho, por allí ha pasado gente como Ben Kingsley, Gary Oldman, Joana Lumley, Alan Rickman, Kenneth Brannagh o Imelda Staunton. En la zona de Pub hay actuaciones musicales en directo casi todos los días y en la trastienda las obras de teatro, generalmente de vanguardia, se alternan con funciones de ópera.

Desde el año pasado, Adam Spreadbury-Maher es el director artístico del King’s Head Theatre y parece ser el responsable de la actual denominación, magnífica, con la que se conoce popularmente al local: “London’s Little Opera House”, siendo el primer recinto destinado a ópera que se crea en la capital británica desde hace 40 años.

Spreadbury-Maher es también el director artístico de la compañía OperaUpClose, encargada de representar estas óperas con jóvenes cantantes, en lengua inglesa y con acompañamiento de un piano. “La Bohème” fue la primera ópera que estrenó esta compañía, habiendo alcanzado un enorme éxito de público y crítica, llegando incluso a obtener este año 2011 el prestigioso premio Laurence Olivier a la “Mejor Nueva Producción de Ópera” presentada en Londres esta temporada, compitiendo con las estrenadas en la mismísima ROH o en la English National Opera.

Así que llegó el día 5 y, con bastante escepticismo pero con espíritu abierto, nos dirigimos a Islington con nuestras entradas en la mano, que nos costaron al cambio unos 17 euros, y ganas de pasarlo bien. Al llegar al King’s Head mi cinefilia volvió a hacer acto de aparición y eso de entrar en el local y dirigirme directamente a una puerta trasera me llevó a recordar escenas memorables, como la del funeral de la abuelita de “Some Like it Hot” (Con faldas y a lo loco) o la sección porno de la librería de “El Sueño Eterno”. Aunque el caso es que la entrada a la trastienda del King’s Head de secreta no tenía nada.

Afortunadamente habíamos comprado las localidades con antelación porque cuando llegamos al Pub nos encontramos con el aforo totalmente vendido y con gente apuntada en una lista de espera por si se producía alguna baja o les colocaban en algún hueco.

La puerta trasera del Pub daba acceso a una pequeña sala, que supongo que sería en origen el almacén del local, con unas 7 u 8 filas de bancos corridos atravesadas por dos cortos pasillos ligerísimamente inclinados. En total calculamos que podría haber capacidad para unas 120 personas bien apretaditas. La insonorización del recinto era extraordinaria y allí dentro no se oía ni un ruido del bullicioso espacio contiguo destinado a Pub que se encontraba prácticamente lleno y con música ambiental incluida.

El público era bastante heterogéneo, aunque mayoritariamente joven. La gente entraba con sus pintas e incluso con botella de vino, copas y sacacorchos. Nosotros, los únicos guiris del local, nos agenciamos también nuestras pintas como los nativos, y nos insistieron muchísimo en que les dejásemos encargadas más bebidas para el intermedio y así las tendríamos dispuestas nada más salir. Así lo hicimos, no íbamos a ser menos.

La jefa de todo aquel tinglado parecía ser una dama con un preocupante parecido a doña Helga, tanto en la envergadura física como en los aires de gobernanta de campo de concentración con los que iba ordenando a la gente, según iban llegando, en los asientos sin numerar. Hasta que Helga-bis no finalizó sus tareas de apretujamiento del personal y comprobación de que todo estaba en orden, no comenzó la función.

El espacio reservado como escenario estaba amueblado representando un pequeño salón de un apartamento con un sofá, una silla, una mesita de centro, un perchero y una chimenea. Por allí se amontonaban los cuadros de Marcello, papeles y muchas botellas de licores varios. En un rincón, casi oculto, se hallaba un piano.

Ya desde que entramos en la pequeña sala uno de los intérpretes se encontraba actuando, sentado en el sofá, dando tragos de una botella de cerveza y consultando un ordenador portátil, ajeno al parloteo de la gente que nos íbamos acomodando y a las labores pseudomilitares de organización de Helga-bis. Digo que estaba actuando porque iba abrigadísimo y de vez en cuando simulaba tiritar de frío, pese al calorazo que hacía allí dentro. De repente, las luces se apagaron, se hizo un silencio digno de camposanto y desde el rincón del piano comenzaron a brotar las primeras y conocidísimas notas de la ópera de Puccini.

Acostumbrados al sonido de grandes orquestas aquello sonaba un poco raro. Luego vinieron las primeras frases en inglés de Marcello y Rodolfo y todo sonaba más raro aún, primero por el idioma y después porque las voces dejaban bastante que desear. De hecho, mi amigo Ennecus me comentó en el intermedio el primer pensamiento que tuvo cuando escuchó el principio de la ópera y coincidía exactamente con lo que pensé yo: “si salimos ahí nosotros, no sonaría mucho peor… La que nos espera. Quixote era un santo varón”.

Pero de repente, sin saber muy bien por qué, aquello empezó a rodar, a fluir con naturalidad. Todo cobraba sentido, nada se encontraba fuera de lugar y, lo que es más importante, la emoción de la música y el drama había brotado y la belleza de la obra concebida por Puccini había hecho acto de presencia, pese al entorno, pese a las voces, pese a no contar con el imprescindible soporte musical de una orquesta. Pero todo funcionaba. Era ópera.

Los que amamos esta locura de la ópera sabemos que hay días donde aparentemente nada está muy mal, pero la chispa no surge; y otros en los que una voz, una actuación dramática, el sonido de un oboe o una misteriosa conjunción de elementos, consiguen que de repente la electricidad recorra nuestra espina dorsal y todo haya valido la pena. Así ocurrió esta mágica tarde.

La dirección artística y adaptación del libreto es obra de Robin Norton-Hale. La acción estaba trasladada al Londres contemporáneo. Los bohemios protagonistas son veinteañeros, interpretados por veinteañeros, compartiendo un apartamento en Islington. Rodolfo en lugar de escribir en “Il Castoro” se encarga del mantenimiento de una página web, hay alusiones en el texto a los Pubs de Angel (en Islington) y algunas otras licencias más que se nos escaparían, pero nada chirrió. No había el más mínimo asomo de pretenciosidad o de lecturas rebuscadas, sino de cercanía. Todo estaba adaptado a la actualidad, pero la obra y el espíritu de Puccini y del libreto de Giacosa e Illica, estaban ahí y seguro que el compositor de Lucca no hubiese puesto muchos reparos y no lo hubiese visto tan lejano a sus años de estudiante compartiendo apartamento en Milan junto a Mascagni.

El nombre de OperaUpClose de la compañía no podía ser más apropiado. Esto es una ópera cercana. Esto es acercar el género al público joven, al público que ve la ópera como algo ajeno, para estirados, propio de los ricos y un coñazo protagonizado por gordos gritones. Y al mismo tiempo era algo perfectamente asumible por los fieles aficionados más ortodoxos, simplemente había que desprenderse de prejuicios y dejarse llevar.

Siento enormemente no tener la referencia de los nombres de todos los cantantes que participaron, pero no he podido conseguir los de los intérpretes masculinos. Marcello, Schaunard y Colline eran cantantes claramente formados en el terreno del teatro musical y presentaban bastantes carencias para un teatro de ópera, pero allí sonaban bien y la voluntad y empeño que le pusieron, y sobre todo la intensa entrega dramática derrochada, compensaban sobradamente cualquier reparo que pudiera hacerse. Rodolfo fue un caso especial. Su centro era problemático y sonaba estrangulado y temblón, parecía que no iba a llegar vivo ni a los dos minutos de función, pero conforme fue calentando, la voz fue mejorando poco a poco, y curiosamente brillaba más e impostaba mejor conforme se adentraba en la zona aguda, llegando por momentos a estar pletórico, dando todas las notas de la partitura de forma más que aceptable, incluido el do de pecho del aria del primer acto.

El papel de Mimí fue encarnado por Elinor Moran, quien con una voz algo más depurada que sus compañeros masculinos, defendió con tremenda dignidad el rol, dando también todas las notas y con un portentoso comportamiento como actriz, consiguiendo transmitir todos y cada uno de los matices del personaje.

Al llegar el final del primer acto las luces se encendieron, la trastienda del Pub se inundó de aplausos y nosotros nos miramos con una sonrisa emocionada y un gesto de cierta incredulidad. Aquello era buenísimo. Muy distinto, nada ortodoxo, pero era auténtico, era ópera en estado puro pese a no serlo. Nos pusimos a comentarlo todo, realmente emocionados y encantados con lo que estábamos viendo. Coincidimos en que, dadas las limitaciones escénicas, posiblemente suprimiesen el segundo acto o lo recortasen mucho, pero no importaba, estábamos disfrutando como niños. Una chica llegó entonces y nos pidió educadamente que saliésemos de allí y nos dirigiésemos a la zona de Pub a recoger nuestras nuevas bebidas. Miramos nuestros vasos todavía por la mitad, pero como se suponía que otras pintas nos estaban esperando fuera y la chica casi nos empujaba al exterior, no tuvimos más remedio que salir. Allí estaba nuestra nueva ronda de cervezas con nuestro nombre.

Yo aproveché la coyuntura para ir evacuando mi primera tanda de pintas por las vías urinarias y en eso que, estando todavía en faena, Ennecus acudió a decirme que aligerase porque el segundo acto había empezado ¡¡en el Pub!! Nosotros preocupados por si suprimían el segundo acto o por cómo podrían resolverlo debido a la limitación espacial de la pequeña sala, y la solución fue genial. El Pub King’s Head se transformó en el Café Momus de París y los clientes que se hallaban allí, así como los que habíamos salido en el descanso de la ópera, éramos los figurantes de ese segundo acto del que, no obstante, se suprimieron algunas partes, como todo lo relativo a Parpignol (que por cierto es lo que más me revienta de esa ópera).

Habían sacado el piano a un rincón de la zona de Pub y los cantantes que habían abandonado la escena al final del primer acto para dirigirse al Momus, entraron de la calle como si llegasen al local parisino. Una camarera hacía las partes del coro mientras servía a los clientes y cobraba los servicios. Musetta, interpretada por la guapa soprano Rosie Bell, entró con su Alcindoro, un bajo de voz potente que me comentaron que podría ser el dueño del Pub. Y la acción se desarrolló allí, entre los asistentes a la ópera, los borrachos del barrio y algún yuppie que había finalizado su jornada laboral, con Musetta cantando por encima de la barra con una voz de gran volumen mucho más apropiada para el género operístico, Marcello y sus compañeros bebiendo pintas y cantando, y todos nosotros interviniendo en la ópera involuntariamente y viviendo este segundo acto desde dentro.

Cuando finalizó el acto, yo me encontré absolutamente emocionado por el espectáculo y con dos pintas en la mano; y, al poco tiempo, nos volvieron a hacer entrar en la sala para presenciar los dos últimos actos, que se hicieron de un tirón.

Más allá de sus limitaciones vocales, los chicos y chicas lo hicieron francamente bien, sobre todo en su vertiente de actores, y, como ya he dicho, nada chirrió de forma que te fastidiasen el espectáculo. Todo lo contrario. En el último acto llegamos a emocionarnos, a hacerse el nudo en la garganta, cosa que hacía mucho tiempo que no me pasaba y menos con una Bohème. Sí, ya sé que habrá quien diga que llevar 2 pintas encima ayudaba, pero no sólo es eso. La cercanía, la autenticidad, la sinceridad con que se estaba haciendo todo aquello fue determinante.

Las pintas a lo que sí ayudaron fue a llegar más que apurados al final de la ópera, porque me temo que si llega a durar 15 minutos más la representación, a Mimí la lloran en barca. De hecho hubo quien se planteó rellenar los vasos vacíos y no precisamente con cerveza.

El público merece una mención aparte, también muy positiva. Pese a estar en la sala con las pintas, botellas de vino y todo tipo de bebedizos, se comportó mejor que gran parte del agropijismo de Les Arts, guardando un respetuosísimo silencio en todo momento, aplaudiendo lo justo cuando tocaba y viviendo el espectáculo con intensidad.

Al finalizar, enormes ovaciones fueron tributadas a todos los participantes, incluyendo a la joven pianista, de quien también lamento desconocer su nombre, que llevó a cabo un trabajo espléndido, consiguiendo con su instrumento llevar todo el peso musical de la obra y dotarla de los matices requeridos, dentro de las lógicas limitaciones.

Nosotros vivimos una experiencia nueva, muy interesante, que no nos esperábamos en absoluto y que nos devolvió, pese a sus peculiaridades, toda la magia y la emoción de las buenas noches de ópera.

Otra vez he vuelto a enrollarme demasiado, aunque al menos ahora ya os he contado lo de las pintas con Musetta… Aquí os dejo con un video de un breve fragmento de una de las representaciones de esa Bohème en el Pub:


video de fiphianh