En el capítulo anterior dejamos al autor de este blog y sus 4 acompañantes bebiendo pintas en Londres tras haber asistido a uno de los conciertos de los PROMS de este verano en el Royal Albert Hall (RAH). Pero ahí no acabarían las andanzas musicales de estos intrépidos melómanos.
Cuando organizamos el viaje a Londres, por supuesto lo primero que miramos es si en esas fechas se representaba alguna ópera en el recinto operístico por excelencia de la capital, la Royal Opera House Covent Garden. Pero no hubo suerte. Nuestra visita coincidía con una gira del Ballet Mariinsky de San Petersburgo, que celebraba el 50 aniversario de su primera actuación en la ROH, y toda la semana estaba ocupada por funciones de ballet.
Los que me conocéis ya sabéis que el ballet me atrae casi tanto como introducir los pies en ácido sulfúrico al amanecer, así que la perspectiva no era muy halagüeña, pero como algunos de los amigos que me acompañaban no habían estado nunca en la ROH y siempre es un placer visitar mi teatro favorito, cometimos la imprudencia de sacarnos unas entradas baratas para una función de “Don Quixote” y así aprovechar para ver el ambientillo de la ROH y sus interioridades. Lo único malo es que había que tragarse el espectáculo danzarín.
Vaya por delante, antes de continuar, que respeto y envidio muchísimo a aquellas personas a las que les gusta el ballet. Yo me reconozco en ese campo un absoluto inculto con orejas y, por más que me empeño en acercarme a él con buenos ojos, siempre me acabo aburriendo soberanamente. Así que pido disculpas desde este momento a todos los amantes del género por mi atrevida ignorancia, y las opiniones que vierta a partir de ahora no son las de ningún tipo que va de listo, sino que casi podrían denominarse “Homer Simpson va al ballet”.
Bueno, pues el Quixote este cuenta con una historia y coreografías que se inventó en el año de la tos un tal Marius Petipa, que se ve que, como entonces no había muchos más entretenimientos que no fueran pecado, no se le ocurrió nada mejor al chavalote que dejar para la posteridad este mayúsculo pestiño, para el que juran y perjuran que se basó en la obra homónima de Miguel de Cervantes.
El responsable criminal de la música es el austriaco Ludwig Minkus. Realmente es muy apropiada para ballet y agradable al oído, pero aburrida, simple y previsible como la de un anuncio de salva slips. Está trufada de referencias hispanas, jota incluida, para darle el toque exótico, y llena de chim-pon para que el público tenga claro dónde tiene que aplaudir y la danseuse pueda hacer su posturita con el abanico. Para quince minutillos la cosa no está mal, pero dos horas de quixotismo sin una UVI móvil cerca, debería ser considerado deporte de alto riesgo.
Y digo yo que si una obra se llama “Don Quixote” y se supone que va del héroe cervantino, lo normal es que el protagonista del asunto sea Quixote, creencia que se reafirma si, como es el caso, en los carteles preside el reparto un sujeto llamado Vladimir Ponomarev que era el encargado de dar vida al personaje...Pues de eso nada... Aquello se llamaba “Don Quixote” como podía haberse llamado “La faja de la tía Lorenza” o “Los Bingueros”, y se parecía a la obra de Cervantes como Helga a Mónica Bellucci.
El artistazo este del Ponomarev deambulaba a cámara lenta por el escenario (perfectamente caracterizado de Alonso Quijano, eso sí) y toda su interpretación consistía en aparecer entre los bailarines de vez en cuando, echar la cabeza hacia arriba muy despacio con cara de lelo; ponerse la mano izquierda en la pechera, en la intertetal misma; y levantar el brazo derecho muy tieso hacia lo alto, también muy despacico, como si le fuese a cantar una saeta a la Esperanza de Triana. Durante toda la obra estuve esperando que en un momento dado Ponomarev-Quixote nos sorprendiese poniéndose a pegar saltos y se desvelase como un bailarín excepcional, pero no… del gesto de la mano en el pecho, el brazo en alto y la cara de lelo no pasó en toda la noche.
Aquí podéis ver (si tenéis bemoles) un video de esta producción de “Don Quixote”. Ojito al papelón del Quixote de turno, podéis verle al fondo, detrás de las monísimas bailarinas, aunque luego, a partir del minuto 4, avanza hacia las primeras filas para que no nos perdamos ni un detalle de su arte:
video de kabaiivansko
video de kabaiivansko
Desde luego, si D. Miguel de Cervantes levantase la cabeza y viese a su heroico hidalgo convertido en un pelele idiotizado, iba a empezar a repartir estopa y lo de Lepanto iba a parecer una fiesta infantil.
Los papeles protagonistas de verdad, los de brincar, hacer puntas, pas de deux y todas esas gaitas, fueron asumidos por Yevgenia Obraztsova y Alexei Timofeyev, dos jóvenes bailarines muy finos ellos, huesuditos, con la sonrisa de Joker puesta todo el tiempo… vamos, lo que toca. Yo ya digo que no entiendo una patata, pero parecía que lo hacían bien. Ella se movía de puntas por todo el escenario sin caerse ni nada y daba más vueltas que un tiovivo sin luego darle la risa tonta y vomitar, y la gente aplaudía un montón y ella se quedaba con la sonrisa petrificada como si hubiese visto a Rappel en tanga. El chico salía marcando nalgazas y paquetín y saltaba abriendo mucho las piernas como si le hubiesen puesto una guindilla en el escroto, pero sin hacer ni un mal gesto el tío, y cogía a la Yevgenia con una mano y la levantaba a lo alto como si fuese un camarero llevando una bandeja con cuatro cañas y unas bravas, y la otra allá arriba, abriendo el abanico muy digna y risueña al son del chim-pon, aunque el Alexei le estuviese clavando la uña larga del meñique en la misma sobaca.
Luego salía también Sofia Gumerova dando unas zancadas que ni el correcaminos. Saltaba girando en el aire y caía con todo su peso en un solo pie, que yo sólo de verla casi me hago un esguince de tobillo. Y también estaba Karen Ioanissiyan, un torero paquetero más apropiado para boy de “Victor/Victoria” que para saltar a un ruedo, y que menos torear hacía de todo: ponía posturitas, pegaba unos brincos tremendos como si le hubieran amenazado con tragarse la obra hasta el final, y manejaba la capa con mucho arte como si fuese el abanico de Locomía.
El apartado musical corrió a cargo de la Orquesta del Teatro Mariinsky dirigida por la veterana y experta batuta de Boris Gruzin. La excelente acústica de la ROH no pudo ocultar que el conjunto sonase con demasiada frecuencia un poco a banda, aunque en el apartado positivo hay que consignar la excelente coordinación del foso con la escena.
Los decorados y el vestuario eran muy vistosos y coloridos, aunque todo era un puro disparate y allí se mezclaban bandoleros, faralaes, toreros, caballeros con plumero, duendes, baturros, gitanos, Quixotes y tutús sin ton ni son. Aquí podéis ver otro video (si es que no habéis tenido bastante) con algunos momentos estelares de este montaje de “Don Quixote” en 2006 con otros protagonistas, para que os hagáis una idea de todo esto. A partir del minuto 3.10 aparece la impagable cuadrilla de toreros, que no se sabe si mueven capotes u orean la ropa interior de Helga:
video de patricalin118
Los decorados y el vestuario eran muy vistosos y coloridos, aunque todo era un puro disparate y allí se mezclaban bandoleros, faralaes, toreros, caballeros con plumero, duendes, baturros, gitanos, Quixotes y tutús sin ton ni son. Aquí podéis ver otro video (si es que no habéis tenido bastante) con algunos momentos estelares de este montaje de “Don Quixote” en 2006 con otros protagonistas, para que os hagáis una idea de todo esto. A partir del minuto 3.10 aparece la impagable cuadrilla de toreros, que no se sabe si mueven capotes u orean la ropa interior de Helga:
video de patricalin118
Todo el público (mayoritariamente femenino), que llenaba la sala por completo, se lo pasó estupendamente por lo visto. Me quedé con la boca abierta (también es verdad que me pilló bostezando) cuando vi el entusiasmo y las cerradas ovaciones y bravos que la gente tributaba enloquecida a semejante ladrillo caravista desde su inicio. Pero el belfo me llegó ya al ombligo cuando después leí en el prestigioso The Times que, además de ensalzar el espectáculo como algo grandioso, el crítico arremetía con fiereza contra los responsables de que una maravilla como esta sólo se representase dos días. A éste le parecieron poco dos días de Quixote y yo sin embargo en el segundo descanso ya no pude más y me largué.
Sí, lo reconozco, soy un gañán sin sensibilidad, pero como no tenía hecho testamento opté por abandonar la sala antes del último acto por temor a estirar la pata en el anfiteatro de la ROH. Entre que el sopor me apabullaba, que a mi vecino de asiento, un portugués con halitosis que se debía aburrir tanto como un servidor, le dio por canturrear, y que dos de mis amigos pronunciaron las palabras mágicas “¿nos largamos?”, al finalizar el segundo descanso el grupo se dividió y tres de nosotros no retornamos a la localidad.
Nos quedamos paseando por la terraza y pasillos de la ROH deteniéndonos con tranquilidad en cada detalle, e intentando convencer a las amables acomodadoras, que se empeñaban en que si queríamos podíamos entrar a ver terminar la función, de que estábamos ya hasta los quixotes de tanto ballet.
Finalmente salimos de allí disfrutando del frescor de la noche y nos dirigimos a un Pub cercano a esperar con unas pintas al resto del grupo para ir a cenar.
Hablando de pintas, os dije que os hablaría de las pintas con Musetta y me he enrollado demasiado con la ROH, así que tendrá que ser en el siguiente capítulo.
Hablando de pintas, os dije que os hablaría de las pintas con Musetta y me he enrollado demasiado con la ROH, así que tendrá que ser en el siguiente capítulo.
TO BE CONTINUED