Mostrando entradas con la etiqueta Tebar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tebar. Mostrar todas las entradas

domingo, 10 de diciembre de 2017

"DON CARLO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 09/12/17

Ayer dio comienzo oficialmente la temporada operística 2017/18 en el Palau de les Arts de València. Desde que se anunció el contenido de la programación de este año sabíamos que nos encontrábamos ante una de las grandes citas para el aficionado, confluyendo el interés que siempre tiene un inicio de temporada, con la representación de una de las indiscutibles joyas del repertorio, la grandiosa, en todos los sentidos, Don Carlo, de Giuseppe Verdi, contando además con la presencia, cuestionable pero siempre taquillera, del incombustible Plácido Domingo en el reparto.

Pero por si había poco picante en el guiso, el pasado martes 5 de diciembre Davide Livermore decidió vaciar el frasco de tabasco en la olla, anunciando de forma inesperada su dimisión como intendente y director artístico de Les Arts, como ya os comente AQUÍ; por lo que había también gran interés por saber cómo reaccionaría el público valenciano ante la noticia y si los representantes políticos responsables del área de Cultura acudirían al inicio de temporada, como hizo el conseller Marzà el año pasado o al comienzo de la pretemporada del anterior.

Marzà en su Mundo del Revés
Pues ayer quedaron dos cosas claras: que el aficionado está muy enfadado con la gestión política de este problema y que, una vez más, los políticos encargados de la política cultural en la Comunidad Valenciana son indignos de ostentar esa representación ciudadana, precisamente por su desprecio hacia la ciudadanía. Ni el conseller Marzà, ni el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, a quien estos días protegido en la intimidad de su despacho oficial se le llenó la boca de sandeces, tuvieron el coraje de acudir a Les Arts a dar la cara. Lo peor no fue su cobardía, sino el desprecio absoluto hacia el mundo de la ópera que ello significa, haciendo ostentación con su ausencia en un estreno oficial y en un momento tan delicado como este, de que pasan de nosotros. Es probable que se defecasen encima pensando en lo ocurrido en 2014, cuando se abucheó a otro nefasto personaje, la consellera María José Catalá del gobierno del PP, y no quisieran ser hoy portadas de prensa, pero con ello y sean cuales sean los motivos, perdieron la escasa dignidad pública que les pudiera quedar.

Por cierto, igual de indecente e impresentable es la postura de la señora Catalá quien hoy ha salido sacando pecho y acusando de cobardía al actual gobierno, cuando ella es culpable en muy gran medida de todo lo que está pasando hoy.

Quien sí estuvo dando la cara, asistiendo a la representación y departiendo en el descanso con quienes se acercaban a él, fue Davide Livermore. Fui testigo de cómo numerosos aficionados se acercaban a mostrarle su apoyo y le noté alterado y muy enfadado.

Nada más salir ayer Ramón Tebar al foso y antes de iniciarse la representación, una espectadora solicitó “un aplauso para el maestro Livermore”, petición que fue seguida de una larga ovación. Después, antes de la salida del director tras el descanso, una voz gritó “conseller cobarde”, secundándose con numerosos aplausos y con otras voces como “fuera políticos” o “no os carguéis la ópera”. A continuación, la salida de Tebar fue acompañada de una larguísima e intensa ovación dirigida a la orquesta.

Girona en su Mundo del Revés
La protesta del aficionado no hay que entenderla personalizada en la dimisión de Davide Livermore en sí. Realmente el detonante de la indignación del aficionado valenciano son las desafortunadas y chulescas declaraciones posteriores de Albert Girona, en las que no sólo mostró la falta de proyecto cultural serio en relación con el Palau de Les Arts, sino además el desconocimiento absoluto del funcionamiento de un teatro de ópera y el desprecio hacia los aficionados y en general hacia el mundo de la lirica, con mención especial para una indiscutible figura como Plácido Domingo de quien tuvo la osadía de afirmar: “no sé qué interés puede tener lo que diga una persona de fuera del Palau de les Arts”. Señor Girona, usted sí que es una persona de fuera… de fuera del mundo real.

Por cierto, alguien debería aclararle a Girona que el cargo de Helga y de Livermore ha sido intendente y director artístico, nunca “superintendente”, como reitera en todas sus declaraciones, no sé si consciente o inconscientemente. El único superintendente conocido es Vicente, el de la T.I.A., la agencia en la que trabaja Mortadelo y donde seguramente el señor Girona haría mucho mejor papel, junto al profesor Bacterio, que en la conselleria de Cultura.

Después de aquellas primeras declaraciones de Girona se ve que alguien se ha dado cuenta de que estaban metiendo la pata hasta las ingles y han procurado maquillarlas diciendo toda clase de tonterías, como que el funcionamiento de Les Arts “no ha sido ni será diferente al del resto de recintos del mundo”. Cualquier persona que haya trabajado en o con Les Arts sabe que eso es simplemente falso. Dudo que haya en todo el mundo otro teatro de ópera del nivel de Les Arts que tenga similares trabas burocráticas, económicas y administrativas para su funcionamiento diario y su gestión interna y artística. Eso es así y es una consecuencia de la dependencia económica y orgánica respecto a la administración autonómica, lo que impide, por ejemplo, que la orquesta pueda reforzarse adecuadamente, al aplicarle las mismas limitaciones en cuanto a contratación de nuevas incorporaciones que las que afectan a cualquier departamento administrativo funcionarial de la Generalitat.

También han salido corriendo ahora los Marzalitos a decir que nunca han pensado en hacer concursos públicos para contratar a los artistas de la temporada operística y que eso ha sido una invención de Livermore. Pues miren, tampoco es cierto. Eso lo dice Livermore porque es lo que se desprende de los informes de auditoría de cumplimiento de la Intervención General de los años 2015 y 2016.

Siguen insistiendo en que hay que abrir el Palau a la sociedad civil, no sé si es que ahora estará ocupado por el tercio Duque de Alba de la Legión o que los aficionados y abonados actuales no somos sociedad civil. Estos últimos años con Livermore al frente creo que precisamente se han dado muchos pasos hacia el acercamiento del género y del teatro a toda la sociedad valenciana con múltiples iniciativas. Lo que realmente habría que abrir a la sociedad civil y al mundo de la cultura y el arte es el Patronato de la Fundación Palau de les Arts, hoy copado por ineficientes y obtusos cargos políticos.

Se pretende engañar a la gente diciendo que lo que quieren, cuando proponen eliminar la figura de intendente y sacar a concurso la de director artístico, es equiparar el organigrama al de otros teatros como Madrid y Barcelona. Es cierto que ahí no hay intendente, pero sí director artístico, como lo era Livermore. Matabosch no fue elegido por concurso; sí lo fue en el Liceu Scheppelmann, pero desde luego en su proceso de selección no tuvo que acreditar, como dicen que pedirán ahora los Marzalitos, conocer la filosofía del gobierno de turno o el conocimiento oral y escrito de la lengua catalana... y ojo que hablamos de Barcelona.

En fin, ya seguiré comentando todas estas cuestiones en otro momento. Davide Livermore lo explica todo bien clarito en la entrevista que concedió ayer a El Mundo y que podéis leer AQUÍ. Yo voy a cambiar de tema porque si sigo no voy a decir nada de lo realmente importante de ayer que fue la representación de ópera que tuvo lugar.

La producción elegida para la ocasión, de la Deutsche Oper de Berlín, cuenta con la dirección escénica, escenografía e iluminación del suizo Marco Arturo Marelli y el vestuario de Dagmar Niefind. Como sabiamente la ha calificado el amigo Titus, se inscribe en ese, últimamente tan habitual, estilo “neososo” que te vale igual para un Don Carlo que un Barberillo de Lavapiés.

Toda la fuerza de la puesta en escena reside en una variada iluminación y una escenografía mínima, compuesta apenas por una serie de bloques o paneles móviles que configuran los distintos espacios escénicos. Durante la mayor parte de la obra se juega con el hecho de que el hueco que dejen esos paneles conforme la figura de una cruz, haciendo así presente en todo momento el omnímodo y vigilante poder religioso. El permanente movimiento de los paneles y los espacios que se van configurando dotan de agilidad a la propuesta y exigen un intensísimo y preciso trabajo por parte del equipo técnico del teatro, entiendo que de ahí que estos saliesen a saludar al término de la función.

Creo que visualmente funciona bastante bien y algunas escenas, como la del auto de fe, me pareció muy interesante, aunque en ésta la situación del coro entre los paneles y en las alturas intuyo que dificultaría su proyección y les exigiría un esfuerzo extra. En el apartado de movimiento escénico y dirección de actores no hay tampoco nada especialmente reseñable, pero sí que todo el conjunto presenta una homogeneidad del discurso dramático y deja fluir sin trabas la historia contada y cantada.

El vestuario mezcla distintas épocas y estilos optando por una abundancia de colores neutros o negros, a excepción del verde de Éboli, los blancos y azules de la reina y el rojo del clero. Sí pienso que alguna mayor carencia se aprecia en el apartado de caracterización y maquillaje, no sé si voluntaria o involuntariamente. Creo que poco hubiera costado un bote de Farmatint o una peluca de Casa Picó para que el Rodrigo encarnado por Plácido Domingo intentase al menos dar el pego de que, como ocurre en el libreto, se trata de un personaje de la misma edad que Carlo y no alguien que podría ser su abuelo. Y luego, la apariencia casi de zombis de los diputados flamencos o el aspecto cantinflanesco de Tebaldo, les hacen perder cualquier connotación dramática. Tampoco me gustó el exceso de humo presente en la sala gran parte de la noche sin venir a cuento. Imagino que cuando fueran a quemar en la hoguera a los herejes estos ya estarían asfixiados y medio ciegos, como buena parte de la platea.

Lo mejor de toda la velada, en mi opinión, estuvo en la magnífica dirección musical de Ramón Tebar. El nuevo titular de la Orquesta de València y principal director invitado de la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a mostrar gran sensibilidad y conocimiento de la obra verdiana, como ya hiciese en febrero con La Traviata. El director valenciano consiguió un óptimo ajuste de balances entre foso y escena y llevó a cabo una meritoria labor de concertación. Tebar, muy minucioso, guió la orquesta con nervio, buen pulso y tensión dramática, cuidando al mismo tiempo mucho las voces. Eso hizo que en algún momento, especialmente en intervenciones de Plácido Domingo, el material orquestal plegase gran parte de su protagonismo a las exigencias de las peculiares condiciones vocales del cantante; pero sin que en ningún instante decayese la tensión.

Ayer, en manos de Tebar la Orquestra de la Comunitat Valenciana volvió a adquirir las sonoridades de antaño y hubo momentos absolutamente mágicos. Creo que fue de menos a más y, tras un primer acto algo más anodino con unos cantantes bastante planos en lo expresivo, la emoción fue ganando enteros con unos dos últimos actos soberbios. Es imposible no recordar la gran escena del auto de fe que nos brindó Maazel en 2007, pero anoche Tebar no desmereció en absoluto, ofreciéndonos una intensidad orquestal y una emoción espectaculares, con un gran rendimiento de los atriles del foso y de la orquesta interna. Fue una noche especialmente inspirada de toda la sección de cuerda, especialmente de la cuerda grave y también de los metales. Hubo grandes instantes de arrebatadora intensidad dramática y enorme calidad musical, como toda la escena del Inquisidor con Felipe II; el precioso diálogo de cuerda grave y metales al comienzo del acto cuarto; el inicio del acto segundo; el dúo entre el rey y Elisabetta del acto tercero; la entrada del pueblo al final del acto tercero, con un nervio orquestal impactante; los violonchelos en el trío del acto tercero; la cuerda en la entrada de la guardia en la escena final; o, por supuesto, el estupendo solo de violonchelo de Guiorgui Anichenko que acompañó el aria de Felipe II. También hubo instantes de lucimiento para el oboe de Pierre Antoine Escoffier; de Ana Rivera con el corno inglés, como en el acompañamiento a Non pianger, mia compagna; o la flauta y los metales en la muerte del marqués de Posa.

En medio de la tempestad política y económica que lleva azotando estos últimos años la nave de Les Arts, a pesar de la fuga de atriles que está padeciendo la orquesta, y sobreviviendo a la incapacidad de los dirigentes políticos para reforzar la agrupación de forma que se garantice su continuidad, es un auténtico milagro que la Orquestra de la Comunitat Valenciana siga ofreciendo la inmensa calidad que la sigue consolidando como la mejor orquesta de España sin discusión posible.

Y si de milagros hablamos, lo del Cor de la Generalitat es ya digno de canonización. Hacer frente a una ópera como Don Carlo con un refuerzo irrisorio y con los caprichos escénicos de registas más pendientes de la estética que de la música, y obtener unos resultados como los que pudimos disfrutar en la noche de ayer, es para quitarse el sombrero, el bisoñé y la tapa craneal. Enorme auto de fe el que nos brindaron sus miembros, potente, empastado, emocionante… y, como siempre, un rendimiento escénico sobresaliente toda la velada. Bravo.

Plácido Domingo asumió el rol de Rodrigo, marqués de Posa, uno de los más bellos papeles baritonales de la producción verdiana. Sé que siempre es delicado hablar de Domingo y a mí se me hace especialmente difícil porque me provoca grandes contradicciones. En cualquier caso, voy a dar lo que no es más que mi opinión y lo que realmente pienso. Creo que el rol de Posa en la interpretación del veterano artista madrileño queda completamente desdibujado. Ya he comentado muchas veces que comprendo que la presencia de Domingo en la temporada valenciana es un aliciente para muchos espectadores y garantía de agotar las localidades; pero lo que se está agotando de verdad es la paciencia de otros muchos aficionados entre los que me incluyo, ante el maltrato y descafeinamiento de los que son objeto algunos personajes operísticos, como es el caso de este Rodrigo.

Reconozco la grandeza del artista Domingo y su insuperable carrera, sigo alabando y admirando su fuerza dramática y su inteligencia interpretativa, de la que continúa haciendo gala, pero no me parece que eso haya de justificar el que nos tenga que parecer normal o incluso bien que siga cantando estos papeles de barítono sin tener voz de barítono, con carencia absoluta del color baritonal, sin graves y presentando un instrumento cada vez más gastado. Su encarnación del personaje es dramáticamente espléndida, pero ese no es Rodrigo, ni vocal ni físicamente. Asistir por primera vez a Don Carlo con este Rodrigo es engañar al público. Admito que igual es preferible tener a Domingo, sea lo que sea, que a un barítono malo y soso; pero creo que se deben aceptar las reglas del juego.

Dicho todo lo anterior, al mismo tiempo reconozco que si alguien anoche en escena conocía las claves y acentos del fraseo verdiano, ese fue Domingo. Si alguien derrochó carisma escénico e intensidad dramática en cada intervención, ese fue Domingo. Si alguien supo encubrir sus debilidades y venirse arriba en los momentos precisos, ese fue Domingo. Paradigmática fue la escena de su muerte, donde echó el resto, mostrando, pese a la falta de fiato exhibida toda la noche, un fraseo ligado y cargado de intención. Escénicamente su muerte dejó más que desear y tardó más en hincar la rodilla que un Victorino de los bravos.

La reina Elisabetta corrió a cargo de María José Siri, otra vieja conocida en Les Arts. La soprano uruguaya presentó buena proyección para una voz de emisión sólida, sin graves pero muy segura sobre todo por arriba, pese a alguna oscilación y algún agudo abierto; pero, como ya ocurriera en sus anteriores presencias en este teatro, su expresividad es limitada y su canto carece de emoción, renunciando casi por completo a cualquier tipo de variedad o riqueza en un fraseo, monótono y bastante plano. Curiosamente lo mejor de la velada vino en su gran aria del acto cuarto, donde ofreció alguna regulación e incluso se permitió enhebrar una messa di voce de buena factura en la invocación a Francia.

El papel del infante Don Carlo se ha encomendado al italiano Andrea Carè, un tenor que está cantando papeles de spinto en recintos tan prestigiosos como Londres, Bruselas, Barcelona o Madrid. Mi impresión particular es que nos encontramos, una vez más, ante un caso de tenor lírico con grandes posibilidades al que se le intenta explotar cantando papeles que vocalmente puede afrontar pero que pueden pasarle factura muy pronto. Después de escucharle ayer no parece muy normal que con las características de su instrumento y su juventud esté centrando prácticamente toda su carrera en personajes como Don José, Pollione, Cavaradossi o Radamés. La voz no es fea y pretende mostrar autoridad en la zona alta, aunque con algún apuro en la zona de paso y notables estrangulamientos. El mayor problema lo encontré en un fraseo desganado, atropellado, sin clase ni emoción alguna y sin sentido del legato, todo acompañado además de una inexpresividad propia de un maniquí de Cortefiel.

El agradecido y complicado papel de Felipe II lo asumió el bajo ruso Alexander Vinogradov a quien ya hemos tenido por aquí otras ocasiones, como las Vespri Siciliani con las que se inauguró la pasada temporada. Hay que reconocer que, aunque su canto continúa siendo poco refinado, su voz tiene gran presencia y volumen y consigue meterse al público enseguida en el bolsillo. Ayer además, en esa auténtica joya que es el aria que abre el tercer acto, resolvió la papeleta con gran inteligencia, exhibiendo un canto ligado y un fraseo sentido. Fue, junto a Plácido, el triunfador de la noche.

Después de algunos años interpretando papeles de soprano, Violeta Urmana vuelve a nuestro teatro en su cuerda natural, la de mezzo, con un papel no muy extenso, pero de enjundia vocal, como es la Éboli. Aunque ha perdido parte de la frescura natural del timbre que exhibiera en sus inicios, mantiene un poderío incontestable y una entidad dramática imponente. Su voz se muestra todavía homogénea y aunque en los extremos de la tesitura tiende al chillido por arriba y se pierden graves por abajo, la fuerza expresiva de la Urmana a mí me convenció completamente.

El Gran Inquisidor que compuso Marco Spotti apenas se quedó en un pequeño monaguillo. Este inquisidor verdiano precisa de una voz de bajo profundo que estremezca, que imponga autoridad en sus dúos con la voz también grave del rey. Anoche la voz de Vinogradov como Felipe II era mucho más imponente y grave que la de un Spotti que a su lado ni siquiera parecía un bajo, sino más bien un baritonete de voz oscura. No obstante fue también muy aplaudido.

En los papeles secundarios destacaría especialmente al Tebaldo de Karen Gardeazabal y al estupendo conde de Lerma que ofreció Matheus Pompeu.

Cumplieron correctamente Rubén Amoretti, Olga Zharikova y los Diputados flamencos: Javier Galán, Manuel Mas, Valentin Petrovici, Pedro Quiralte, David Sánchez  y Arturo Espinosa.

En el palco, como dije al comienzo, no había ningún responsable principal, secundario o chupatintas de la consellería de Cultura. La representación política institucional apenas estuvo cubierta por la consellera de Justicia, Gabriela Bravo y el diputado de Cultura, Xavier Rius. También estaba por allí el ex presidente Fabra, no pude ver si en vaqueros, pero tiene napias la cosa… después de que en todo su mandato apenas asomase el pico por el palco un par de veces y de que no hiciese absolutamente nada por mejorar la situación del teatro, que ayer se acercará a Les Arts hace pensar si era al olor de la posible carroña. Qué pena.

Al finalizar la representación hubo muy entusiastas ovaciones para todo el reparto, triunfando claramente Domingo y Vinogradov. Se produjo un hecho curioso en los saludos: posiblemente por despiste, cuando ya habían saludado todos los solistas, volvieron a entrar y a comenzar, esta vez por donde tocaba, por figurantes y coro, que antes se habían quedado sin salir. Hubo también la novedad de que tras los saludos del responsable de la dirección escénica pasaron al escenario gran parte del equipo técnico del teatro, posiblemente para reconocer el arduo trabajo técnico que conlleva la producción, pero el caso es que, como el ambiente estaba caldeadito con el tema Livermore/Generalitat, la mayor parte del público lo interpretó como que era un gesto de apoyo del personal de Les Arts a su dimitido intendente.

No sé cómo acabará el nuevo culebrón de Les Arts, pero es imposible que seamos optimistas. Ayer a la salida un espectador me preguntó si de verdad yo pensaba que se iban a cargar la ópera en València, que él pensaba que al final se impondría la sensatez. Yo le envidié su confianza, pero, aunque de verdad pudiera creer en la sensatez de los representantes políticos y en que Marzà se dé mañana un golpe valenciano en la cocorota y de pronto se interese por el sostenimiento y apoyo de un proyecto de ópera de calidad en el Palau de les Arts, veo casi imposible que el daño pueda repararse.

Ojalá me equivoque, pero de momento lo que es un hecho incuestionable es que el coliseo valenciano se encuentra sin director artístico. ¿Qué pasará durante estos próximos meses mientras se nombra a un responsable de la dirección artística? Los teatros de ópera trabajan a muchos meses vista y este parón en la dirección puede condenar la organización de la próxima o próximas temporadas. ¿Qué pasará si Biondi o Abbado o ambos deciden marcharse tras la salida de Livermore? ¿Qué ocurrirá esta misma temporada en mayo con la programación de Tosca, de cuya dirección escénica se encargaba Livermore como parte de un contrato que ya no existe y cuyo coste también entiendo que estaba incluido?. ¿Ahora le pagarán ese trabajo?, ¿se cancelará?

En fin, ya iremos viendo. Compañeros/as sigamos alerta y peleando, es lo que nos queda. De momento disfrutemos de lo bueno que tenemos mientras dure, por ejemplo de este estupendo Don Carlo.



viernes, 10 de febrero de 2017

"LA TRAVIATA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 09/02/17


Y entonces Monica Bellucci se detuvo junto a Él y ya nada importó… (Proverbios 32:21)

Noche de gala la vivida ayer en el Palau de les Arts con ocasión del estreno de La Traviata, ópera que, si nos atenemos a la parafernalia que se montó en el teatro valenciano y a su repercusión en prensa, debió ser compuesta por el modisto Valentino Garavani. Cuenta la leyenda que estando un día en la peluquería con la cabeza sumergida en un barreño de tinte, le vino la inspiración. Iba a escribir una ópera en la que un vestido negro con cola turquesa de plumas brindaba con unos pavos y le daba la tos, luego vendría un viejo a incordiar a un vestido blanco que acababa escribiendo una carta, para después, un vestido rojo en tafetán de seda, llegar a un garito y acabar por los suelos, finalizando todo con un camisón en piel de ángel rosa palo y encaje de Chantilly, con bata con flores aplicadas bajo mangas de farol en tul plumetti y mules forradas, que se mueren de tisis.

Amoavé sinojentendeeemoooo (como decía Faemino)… Que todo este rollo está muy bien. Que me parece genial que el Palau de les Arts sea la estrella de las noticias y no quede un asiento libre, aunque la mitad estuviesen ocupados por glúteos que visitaban por primera vez un recinto operístico. Que queda muy bien que el foyer de Les Arts parezca un flashmobde la revista Hola. Que me encanta que hayamos tenido la mayor presencia de representantes y ex representantes políticos valencianos de los últimos años. Que se agradece que la reina Sofía siga acudiendo al teatro que lleva su nombre. Que es fenomenal escuchar a las señoras con cara de teleñeco o rape con carmín decir qué bonito es todo. Y, principalmente, que es maravilloso y nunca podré olvidar el instante en que Mónica Bellucci pasó junto a mí y, como en la escena del gimnasio de West Side Story, parecía que se hubiese hecho el silencio, las luces se hubieran apagado y sólo estuviéramos ella y su Atticus… Ay…

Pero no, eso no es lo importante (bueno, lo último, un poquito sí). Lo principal, aunque no lo pareciese, es que allí se representaba una función de ópera. Que allí había unos músicos y unos cantantes ofreciéndonos una de las obras más maravillosas surgidas del genio, este sí de verdad, de Giuseppe Verdi.

Desde que se anunció que esta temporada podría verse en Valencia esta producción estrenada en la Ópera de Roma, la expectación mediática se disparó. Los nombres de Sofía Coppola, como directora de escena; Nathan Crowley, como escenógrafo; y Valentino Garavani como encargado del vestuario y creador de la producción; concitaron el interés del papel cuché y de muchas personas a las que la ópera les chupa un pie. Eso está bien, no es malo en sí mismo. Lo malo es no saber ponderar que como efecto llamada es positivo, pero lo fundamental es el espectáculo musical. Por eso, a mí me hubiese gustado que este tirón mediático se hubiera producido con otra ópera menos popular. La Traviata, aunque se hubiera traído con una producción salchichera de José Luis Moreno, hubiera llenado.

Y, sobre todo, yo no dejo de preguntarme si, teniendo el lleno traviateril garantizado, valía la pena gastarse el dinero en esta producción que, ignoro cuánto le habrá costado a Les Arts, pero intuyo que barata no será. Los responsables del teatro, mucho más listos que yo, sabrán si compensa. Ojalá así sea. Pero a mí ese gasto me gustaría más invertirlo en música y voces que en escenografías y vestiditos. Preferiría que se nutriese la orquesta como merece y que liberasen la temporada de Les Arts de tanto protagonismo a cantantes del Centre y se trajeran no sólo estrellas puntuales (Rebeka, Devia, Antonacci…) sino repartos más homogéneos  en conjunto y calidad.

Y esto desde ayer aún lo pienso más, ya que, reconociendo el impacto visual de la puesta en escena, muy atractiva, muy bonita, me pareció que el trabajo de dirección de escena era paupérrimo y la propuesta se quedaba en un clasicismo exacerbado, sin aportación personal alguna más allá de lo puramente estético.

Era como un Zeffirellial que le hubieran embargado la mitad del mobiliario y sin el más mínimo indicio de labor de dirección de actores. Yo adoro a Sofia Coppola como directora de cine, casi tanto como detesto su cara de colitis como actriz en El Padrino III, pero de verdad me pregunto qué ha hecho, más allá de cobrar la pasta. Parece que todo se haya centrado en el efecto estético, dejando que los cantantes pululasen por allí dejados a su buen o mal saber actuar. Declaró la Coppola con ocasión del estreno en Roma, que había pretendido encontrar una clave contemporánea… Supongo que todavía estará buscándola.

Los amantes de las puestas en escena tradicionales la disfrutarán sin duda. Y yo también agradezco de vez en cuando menos marcianadas y más ajustes al libreto, pero siempre que haya un concepto claro de lo que se quiere y una labor de dramaturgia que colabore a transmitir la personalidad y emociones de los personajes. Ayer no me dio esa impresión. Parecía más bien un desfile de modelos de Violetta en un entorno muy bonito. La escenografía y la iluminación desde luego son sobresalientes. Del vestuario, como soy un absoluto berzas, prefiero no opinar, porque a mí el famoso vestido rojo me parecía un gigantesco Dodotis de Valentino.

Otro de los grandes elementos negativos de la producción, sea causa directa suya o de las estrecheces técnicas del Palau tras los ERE, fue el disparate de tener que hacer ¡¡¡tres descansos!!! Supongo que para los cambios de la aparatosa escenografía entre cuadro y cuadro. Eso motivó que, entre los parones, el remoloneo del público para cotillear a las celebrities, los protocolos reales y la gente aplaudiendo hasta el carraspeo del acomodador, la función se alargase a las 4 horas, que uno ya no sabía si salía de Traviata o de Tristán e Isolda.

Pero bueno, dicho todo lo anterior, que sabéis que soy muxagerao pá tó, reconozco que no puedo decir que no me gustara, incluso hubo momentos estéticamente muy conseguidos, pero me enfadó mucho que una producción con tanto valor externo no aportase algo más de chicha que hiciese más redondo el conjunto.

De cualquier modo, como decía antes, lo principal, aunque no lo pareciese era lo musical y ahí, en líneas generales, creo que el resultado ha de calificarse de bastante positivo.

Ramón Tebar volvía a situarse al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana para afrontar esta página verdiana de la que, por conocida, a veces se menosprecia la riqueza que atesora y lo importante que es destacar sus infinitos matices. Anoche la orquesta sonó maravillosamente bien y creo que la labor de Tebar es digna de elogio y reconocimiento, bastante alejada del chimpunismo de Abbado en I Vespri, el Verdi anterior en este teatro, y, por supuesto, claramente por encima de aquella horripilante Traviata que perpetró Lorin Maazelen 2010. Ya desde el bellísimo inicio la sensibilidad del director se puso de manifiesto, brillando con toda su intensidad en el preludio al tercer acto y en el acompañamiento a la muerte de Violetta, donde pudimos disfrutar de unos violines excelsos que elevaron muchos grados la emoción en la sala. El primer acto fue conducido con brío y buen pulso, y el tercero estuvo llevado con gran sentido dramático, viéndose lastrado el segundo por un Plácido Domingo que llevaba su propio piloto automático, haciendo que Tebar se centrase en el foso para procurar seguir al cantante ante la imposibilidad de que éste se ajustase a la batuta. Toda la noche ofreció el director un meritorio trabajo de concertación, un hábil e inteligente manejo de las dinámicas, y una atentísima labor de control y matización de las voces, con la excepción ya mencionada. Entre los atriles destacaron, además de los violines, las intervenciones de Tamás Massànyi al clarinete o Pierre Antoine Escoffier al oboe, quien ofreció un precioso acompañamiento al Addio del passato de la protagonista.

El Cor de la Generalitat tiene aquí una menor intervención que en otras obras, pero, no obstante, volvió a conquistar al público con un trabajo escénico y vocal de primera fila. Mostró riqueza dinámica en el celebérrimo brindis y gran empaste y poderío en la última escena del segundo acto, con un Oh infamia orribile espectacular.

Había también gran expectación por escuchar la Violettaque nos ofrecía Marina Rebeka. En 2010, en aquella Traviata de infausto recuerdo dirigida, o lo que fuese, por el llorado Lorin Maazel, ya estuvo anunciada la soprano letona, aunque cayó finalmente del cartel sin justificación alguna, siendo sustituida por la rusa Hibla Gerzmava. Rebeka fue la gran triunfadora de la noche con un poderío vocal incuestionable, especialmente en una franja aguda resplandeciente y potentísima, con una voz rica, timbrada y que supo controlar con suficiencia y manejar con gusto, adornándose con algunas bellas regulaciones. Solventó con tablas la coloratura, agilidades y exigencias del acto primero, finalizando la cabaletta Sempre libera dando el Mi bemol sobreagudo.
Pese a lo irreprochable de su actuación hubo algo que, en mi opinión, no acabó de convencerme del todo y es que me transmitió demasiada frialdad. Todo fue correctísimo, pero de un automatismo gélido, o al menos esa fue mi impresión, lo cual se unió a una expresividad actoral limitada, posiblemente achacable a la dirección de escena. Su Amami Alfredofue bellísimo, pero poco explosivo y demasiado contenido para mi gusto, no sé si por indicación de la dirección musical o por su propia iniciativa. Sí que hubo dos instantes donde su expresividad salió a flote y fueron para mí sus mejores momentos de la noche, el fantástico Dite alla giovine del segundo acto y todo el tercer acto, donde las limitaciones en su zona grave las cubrió con una mayor implicación dramática. En cualquier caso, Rebeka fue una estupenda Violetta.

Pero a colación de la expresividad de la protagonista no quiero dejar de mencionar aquí la Violetta que pude escucharle hace apenas doce días, en el Palau de la Música, a una soprano perteneciente al Cor de la Generalitat, Carmen Avivar, y que me dejó absolutamente impresionado con una calidad mayúscula, digna de pisar con papeles principales la sala de Les Arts. No viene a cuento entrar en comparaciones con nadie, pero sí diré que los recursos estilísticos y la expresividad de Avivar fueron de primera línea.

Arturo Chacón Cruz fue el tenor encargado de dar vida a Alfredo Germont. Valentía y decisión no le faltaron al cantante mejicano, lo cantó todo con corrección, pero hay algo en su voz que no me gusta. Sé que el problema será mío y de mi gusto atrofiado, pero no me agradó. La voz suena demasiado mate, agarrada a la garganta, con tendencia a estrangularse sin estarlo, aunque cuando subía a la zona más aguda brillaba más. Su fraseo tampoco se caracterizó por la elegancia, echándose de menos una más cuidada línea de canto, mayor legato, más finura y menos berreos y sonidos abiertos. Perdió el tempo en más de un pasaje y su expresividad tampoco fue su fuerte, estando la mayor parte de las ocasiones ejerciendo de palitroque o perdido en escena. Esperaba bastante más.

De Plácido Domingo poco nuevo se puede decir. Para bien y para mal. Cuando le ves anunciado en un papel baritonal ya sabes que no vas a escuchar a un barítono, sino a un Domingo mayor cantando un papel de barítono. Tras las últimas experiencias yo estaba casi convencido de que hoy iba aquí a escribir que si sigue así, cantando todo lo que no debe sin recato, acabará por convertirse en nuestro Foster Jenkins particular. Espero que no sea así desde luego, porque no merece su inigualable carrera cerrarse de mala forma. Pero es que además, después de lo visto y oído anoche, he de reconocer que la cosa no salió ni mucho menos tan mal como me imaginaba. Es verdad que su voz está cada vez más gastada, pero al mismo tiempo sigue teniendo momentos en los que se muestra imponente. Sus carencias de fiatoentorpecen gravemente el fraseo, pero a la vez es capaz de mostrar en una sola de sus frases más emoción y expresividad que todo el resto del elenco. Como actor, un movimiento de su rostro o sus manos, un simple gesto, dice más que cualquier arrebato de cantante novel. Fue el único que transmitió personalidad en escena y verdad y alma en su canto. Eso no quita que llevase loca a la orquesta y a la soprano y que se desbaratase completamente ya al final del dúo, en Premiato il sacrificio, donde puso la directa sin esperar a nadie, y hasta se inventó algunas notas.  

En los papeles menores, cubiertos con cantantes del Centre de Perfeccionament, destacaron más ellas, Olga Zharikova y Anna Bychkova, que ellos, Moisés Marín, Jorge Álvarez, Andrea Pellegrini y el omnipresente Alejandro López, quien no parece que su larga estancia en el Centre le sirva para pulir su faceta de actor, actualmente no mucho mejor que la de un sobao pasiego.

Cumplieron los miembros del Cor, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Boro Giner, quien, aunque parezca una bobada, me proporcionó una de las agradables sorpresas de la noche, cantando y fraseando excelentemente un papel tan breve e irrelevante como el de Mensajero. También es verdad que en la platea había ganas de escuchar una voz baritonal de verdad.

El teatro se encontraba anoche completamente lleno. Esta es la parte buena. Cosa distinta es saber cuántos de los que estábamos habíamos pagado de nuestro bolsillo la localidad. Los palcos centrales del segundo piso, que suelen reservarse para entradas de grupo, estaban ocupados por una ingente representación del famoseo allí presente. Supongo que se pondrían de acuerdo entre Nati Abascal, Cari Lapique, la hija de Bertín y el duque de Alba, para formar grupo y que les hicieran descuento del 40%.

Por cierto, se rumoreaba ayer que el signore Valentinollevó abundante vestuario preparado con el que sustituyó los trapillos de menos de 6.000 euros que llevaban algunas de las famosas y acompañantes, a fin de que no deslucieran los palcos con ordinarieces.

Como era de esperar, la función obtuvo un apoteósico éxito, con un público entregado que lo aplaudía todo y que al final braveó con locura al trío protagonista. Lamentablemente, ha de reseñarse que la salida a escena de Valentino Garavani obtuvo más aplausos y grititos que los saludos de Ramón Tebar y la orquesta. Ejloquehay… Por cierto, sin que se entienda una falta de respeto a tan venerable figura, color caoba, de la moda internacional, el pobrecico mío parece una Virgen vestidera, de esas que son sólo cabeza, peluca y vestido que oculta un armazón de palos.

Si ya de normal la crónica suele venir adornada con el comportamiento inadecuado de público irrespetuoso, en este tipo de funciones, con gran presencia de espectadores no habituales, el problema se multiplica. Ayer fueron masivos los sonidos de móviles, las toses gargajosas, el güasapeopermanente, los comentarios en voz alta o los aplausos a destiempo. Lo peor, no obstante, es que también hubo una actuación incorrecta, por acción y omisión, por parte del teatro. Por acción, al permitir que entrase gente en la sala con la música sonando. Por omisión, al no conseguir evitar, pese a las protestas de algunos espectadores, el ruido generado por los camareros que guardaban bebidas en los pasillos de los lavabos contiguos al lateral del primer piso, que no paraban de entrar y salir de ese pasillo, provocando la apertura y cierre, y consiguiente ruido, de las pesadas puertas durante la representación.

No me ha parecido bien tampoco la decisión de sustituir en esta ocasión los diseños de Pepe Moreno sobre la figura de Lucrezia Bori que vienen ilustrando los programas de mano esta temporada, por la reproducción del cartel con firma de Valentino que se utilizó en el estreno romano.

Bueno, pues hasta aquí mis impresiones subjetivas. No os puedo animar a ir porque no queda ni una entrada en venta anticipada, aunque ya sabéis que todos los días desde que se abran las taquillas se pone a la venta el 5% reservado para cada función. El espectáculo vale la pena. Y si para las siguientes funciones ya eliminan el photocall, los controles de seguridad de la Casa Real y toda la tontería del agropijismo valenciano, aún mejor.
 

viernes, 26 de febrero de 2016

"AIDA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 25/02/16

Ayer tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de la ópera Aida, de Giuseppe Verdi, tras un parón de más de un mes, desde el 23 de enero, lo cual, como ya comenté en mi anterior post, me parece impresentable, sobre todo si el motivo fuese que el Intendente Livermore ha estado en Italia preparando su producción de El barbero de Sevilla para la Ópera de Roma, lo cual significaría que la actividad del Intendente como regista en el exterior podría estar condicionando el calendario del teatro de ópera valenciano.

No sé si se habrá debido al parón livermoriano y las ganas que había de ópera o a la popularidad de Aida, pero el caso es que, si nos atenemos al resultado de taquilla, este parece ser el espectáculo que más expectación ha generado esta temporada, estando todas las entradas agotadas desde hace meses. Yo pensaba que Aida se vendería bien, pero, sinceramente, ni por asomo contaba con semejante éxito de venta, sobre todo teniendo en cuenta que es una producción que ya se ha visto aquí y que tampoco cuenta en su reparto con figuras de especial renombre. Por aquí han pasado óperas que suelen arrastrar más público, como Bohème, Traviata, Tosca, Turandot…, que también han tenido una excelente respuesta de taquilla, pero no han llegado a agotar las localidades con tanta antelación.

La lástima es que esa excelente respuesta del público ante Aida no ha venido acompañada, a mi juicio, de un éxito artístico proporcional. Y el caso es que, en conjunto, yo me lo pasé bien, pero creo que la ocasión merecía un nivel superior, especialmente en el apartado vocal.

Esta coproducción del Palau de les Arts con la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Den Norske Opera & Ballet de Oslo, se pudo ver ya aquí en 2010. La dirección escénica, concebida por el escocés Sir David McVicar, ha sido encomendada en esta reposición a Allex Aguilera. Cuando se presentó la temporada, el Intendente Livermore dijo que esta vez íbamos a ver la versión íntegra, ya que en  la versión ofrecida en Valencia en 2010 se habían suprimido algunas cosas respecto al estreno londinense, añadiendo Livermore que ahora podríamos captar toda la profundidad de la puesta en escena de McVicar. Después de lo visto anoche, os juro por Torrebruno que yo no me percaté de más diferencia que la aparición de unos cadáveres momificados colgando del techo en la escena del desfile triunfal. Lo que no quiere decir que no hubiese más, pero a mí no me llamó la atención nada más. Bien es verdad que ni en 2010 ni anoche la propuesta me dejó un especial poso.

Pienso, igual que dije entonces, que estamos ante una puesta en escena más bien fea, muy oscura (para variar) y que, pese a la mutación espacio temporal que realiza, tampoco creo que aporte nada nuevo ni especialmente transgresor; pero reconozco que puntualmente tiene fuerza visual y dramática y, sobre todo, no me resultó molesta. Posiblemente si hubieran empezado a desfilar egipcios con camello me hubiera hastiado más.

Se ha insistido mucho en que se ha querido huir del aspecto más tópico y zefirelliano de las Aida con pirámides y elefantes, para trasladarnos a un espacio y tiempo indeterminados donde se entremezclan elementos de distintas civilizaciones guerreras y donde el componente religioso, la violencia y los sacrificios rituales han jugado un importante papel. Así encontramos guerreros samurái, druidas, mayas, incas o bereberes. Pero, más allá de esa sustitución del Egipto faraónico por lo que en muchos momentos parece un carnaval de barrio, tampoco se aporta mucho más. No deja de primarse el espectáculo puramente visual (sobre todo en los dos primeros actos), mientras que en los momentos más intimistas no aprecié ninguna lectura especialmente original ni profundización en las emociones o rasgos psicológicos de los personajes.

En esta ocasión, respecto a 2010, me ha dado la impresión de que la dirección de actores y movimientos escénicos, sin que tampoco sean la bomba, han estado algo más trabajados. En el vestuario hay de todo, más para bien que para mal, en mi opinión, aunque sigo sin entender el look espantoso de la pobre Amneris. Y la escenografía es bastante simple, con el escenario dominado por un gran andamiaje central giratorio, muy feo, que siempre nos da la impresión de estar viendo a un grupo de chalados disfrazados en un almacén abandonado de un polígono industrial.

Insisto en que, pese a todo, la propuesta escénica no me pareció ni mucho menos lo peor de la noche e incluso creo que la música y el texto fluyeron con cierta comodidad entre las ocurrencias de Sir David McVicar.

El valenciano Ramón Tebar causó muy buena impresión en la función de Nabucco que dirigió la temporada pasada poco después de haber sido designado principal director invitado de Les Arts. Anoche fue el gran triunfador de la velada, si al aplausómetro nos remitimos. Y yo creo que hizo una meritoria labor, aunque también hubo cosas que me gustaron menos.

Pese a algún pequeño desajuste en el preludio, ya apuntó en estas notas iniciales algunos trazos de extrema sensibilidad que se repetirían en otros muchos momentos. Remarcó los contrastes de la partitura con habilidad, extrayendo de la orquesta todo su potencial para brillar en los numerosos pianísimos que pueblan esta genial página verdiana, deleitándose en estos momentos más líricos con un importante alargamiento de los tempi, y conduciendo con nervio y pulso firme en los pasajes más heroicos.

Dirigió con gesto claro y preciso, manejó las dinámicas con acierto y concertó con inteligencia los difíciles pasajes del segundo acto. ¿Cuál fue el problema entonces?, pues que, en mi modesta opinión, al conjunto le faltó emoción, alma. Me dio la impresión de que la orquesta presentó menor homogeneidad y mayores desequilibrios que en otras ocasiones, careció de continuidad en la exposición, y la ralentización de los tiempos más de una vez llevó aparejada una caída de la tensión dramática. Maazel era el rey de la cámara lenta, su Aida seguro que duró un cuarto de hora más, pero era un genio para llevar la situación al límite sin que la construcción dramático musical se desplomase.

En la Orquestra de la Comunitat Valenciana hay que empezar por destacar a los metales. La colocación de las trompetas en el quinto piso durante la marcha triunfal consiguió un efecto impactante que se resolvió satisfactoriamente en cuanto a la difícil concertación del conjunto y con excelso virtuosismo en la ejecución. La cuerda grave, contrabajos, chelos y violas, tuvieron también una noche inspiradísima, al igual que Tamás Massànyi al clarinete y Pierre Antoine Escoffier al oboe. Conmovedora resultó también la última intervención del concertino en unas notas finales sublimes.

El Cor de la Generalitat volvió a resultar deslumbrante, más allá de alguna puntual entrada en falso, y merece más que nunca todos mis elogios, porque creo que debe valorarse especialmente que cumpliese su cometido con la excelencia a la que nos tiene acostumbrados pese a tener que hacer frente a la contundencia orquestal de los momentos triunfales, o en los internos, con un número de componentes muy inferior al que sería deseable. Si seguimos sin dotar al coro de los refuerzos que precisa en determinadas óperas, acabarán por echar a perder uno de los principales valores de este teatro. Luego encima habrá quien vuelva a decirnos que este coro sólo sabe cantar en forte. Ayer demostró que no es cierto, pero es que además si les dejamos en cuadro y les exigimos apianar, también habrá quien diga que ya no suena tan contundente como antaño.

En el apartado solista es donde más carencias encontré. En 2010, la protagonista femenina que nos chupamos en las funciones dirigidas por Lorin Maazel fue una de las peores cantantes que han pasado por Valencia, Indra Thomas; así que mejorar el recuerdo no era complicado. La encargada de asumir el papel de Aida en el estreno anoche, tras caer del cartel Oksana Dyka “por indisponibilidad” (sic) no explicada, ha sido la uruguaya Maria José Siri, quien, por supuesto, mejoró las prestaciones de Thomas, pero me dejó seriamente preocupado.

Hace apenas un año que tuvimos ocasión de escucharla en Les Arts como Manon Lescaut, así que no ha transcurrido tanto tiempo como para que su voz haya experimentado un cambio radical. Sin embargo, su registro agudo anoche se mostró destemplado, cercano al chillido y, lo peor de todo, presentando un vibrato casi tambaleante propio de voces seniles. Ignoro si será un problema puntual o es el alarmante resultado de venir asumiendo roles de mayor peso de lo que su voz, de lírica pura, aconseja. En su haber se han de anotar sus buenas intenciones toda la noche, regulando, matizando, intentando apianar, con más fortuna unas veces que otras, y ofreciendo en O patria mia sus mejores momentos.

El tenor Rafael Dávila, a quien también vimos en Manon Lescaut como Des Grieux, tampoco es un tenor spinto, es un tenor lírico discreto, con una franja alta en la que muestra poderío en los agudos, algunos de ellos luminosos, pero sus graves y centro carecen totalmente de brillo y sonoridad. Su fraseo es insulso, desganado y tosco, y menos verdiano que el cuac cuac de un pato de los Urales. Se escapó de la orquesta dos o tres veces. Su dicción posiblemente fuese la mejor del trío protagonista, pero tiene el problema que rajoyea, o sea arrastra un poquito las eshes. Su versión peculiar de Celeste Aida hizo irreconocible por momentos el aria, intentó apianar pero casi mejor que no lo hiciese; en su dúo con Amneris pareció que estuviera ausente y en el dúo final llegó incluso a desafinar. Y como actor, el pobrecico mío, es muy malo.

Marina Prudenskaya tampoco me convenció como Amneris. Se mostró muchísimo más solvente en el registro agudo que en los graves, donde la voz perdía color y devenía mate, inaudible y ojetera. Su dicción resultaba ininteligible y transmitió una frialdad absolutamente impropia del personaje. Su mejor momento fue la escena del juicio, único instante de la noche en que consiguió encender una chispa de emoción.

Gabriele Viviani fue un Amonasro vociferante y brutote, con falta de contundencia en la zona grave, pero, sin ser tampoco el baluarte de las esencias verdianas, defendió el personaje con dignidad y, tanto en Quest’assisa como en Non sei mia figlia echó el resto y mostró el tono requerido.

Voces más bien feas, pero cumplidoras en general, presentaron Alejandro López, como el Rey, y Riccardo Zanellato como Ramfis, quien tuvo su mejor momento en la escena interna del juicio. Bien Federica Alfano en su breve intervención, también interna, como Sacerdotisa; y destacado el Mensajero de Fabián Lara.

Uno de los grandes protagonistas de la noche fue el Ballet de la Generalitat, cuyos componentes merecen un enorme aplauso, pues, más allá de la polémica entre rijosos y pacatos acerca de que mostrasen las tetas, tuvieron un excelente rendimiento, muy meritorio por la enorme exigencia escénica que se les ha requerido.

Ojalá todas las noches el recinto operístico de nuestra ciudad pudiese verse como ayer. Lleno completo, con bastante gente joven. Y nutridos aplausos al final para todos los participantes que fueron especialmente efusivos para Ramón Tebar y la orquesta. También hubo presencia institucional, con el Alcalde Joan Ribó y el Secretario Autonómico de Cultura, Albert Girona, entre otras personalidades… Estaba hasta el Intendente Livermore que se ve que ya ha acabado su barbero romano. Ah, y una vez más volvió a honrarnos con su presencia el internacionalmente conocido coro de carrasperos y tísicos terminales del Bajo Aragón, que toda la noche acompañó a destiempo y con saña los momentos más intimistas de la partitura, exhibiéndose especialmente en el primer tercio del acto tercero, donde marcaron un precioso contrapunto gargajoso que sepultó entre flemas todo el lirismo de Verdi sin piedad.

Ya dije al comienzo que, pese a que pueda poner de manifiesto cosas que no me gustaron tanto, yo pasé una noche muy agradable. Aunque si me preguntaseis qué es lo que más me gustó de Aida, os diré que el Encuentro que tuvo lugar dos días antes en el Aula Magistral con Allex Aguilera y Ramón Tebar, hablando de esta producción, y donde el director musical, mostrando también sus dotes como pianista, ilustró algunas ideas interesantísimas sobre esta obra. La pena fue que sólo lo disfrutásemos unas 30 personas. Pero claro, Les Arts lo anunció a sus abonados y en el programa de Aida, apenas unas horas antes de su comienzo.

Esperemos que un día de estos Livermore se centre en Les Arts y se empiecen a enderezar muchas cosas.