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viernes, 2 de febrero de 2018

PETER GRIMES (Benjamin Britten) - Palau de les Arts - 01/02/18

Tengo este blog demasiado abandonado. Me encantaría poderle dedicar más tiempo, pero con mi actividad laboral actual me quedan pocos ratos disponibles y cuando los tengo me pillan demasiado cansado. Me gustaría haber podido escribir alguna entrada para preparar la ópera que se estrenó ayer en Les Arts, Peter Grimes, de Benjamin Britten, una obra que me apasiona con locura y que considero un crimen perderse; y más después de lo visto y oído ayer. Pero bueno, igual salís ganando si acudís al blog de Maac que sí ha publicado alguna entrada previa que podéis leer AQUÍ y AQUÍ.

Y también quería haber escrito algunas cosas sobre la situación del teatro tras la dimisión, hace ya casi dos meses, de Davide Livermore como intendente y director artístico de Les Arts. En mi crónica del Don Carlo que inauguró esta temporada fui muy crítico con el gobierno valenciano y con su gestión de la situación, habiéndose cubierto de gloria con una serie de declaraciones que no sólo no tranquilizaban al aficionado acerca del futuro de la ópera en València, sino que nos hacía dudar seriamente de que supiesen siquiera de qué hablaban.

Desde aquellos días las noticias se han ido sucediendo en los medios de comunicación en un incesante goteo y, donde antes decían culo, hoy dicen teta y mañana pedorreta. Es verdad que, después de las primeras imbecilidades vomitadas por el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, más chulo que un ocho, el discurso de los responsables culturales valencianos ha ido cambiando a mejor e incluso el propio conseller Marzà, acusado por el público de Les Arts de cobarrde en el estreno de temporada, tomó directamente el timón de la situación, reunió al Patronato, recibió a Plácido Domingo y, con ganas o sin ellas, acudió a una de las funciones de Don Carlo acompañado de la vicepresidenta Mónica Oltra (por cierto vestidica como si fuera a los Oscar, aunque con estilismo de salón Kataoria).

Algunos de vosotros me habéis preguntado por qué no he ido diciendo nada de ese cambio de rumbo después de haber metido aquí caña a saco. Pues, sobre todo, por lo que comentaba al principio, la falta de tiempo; pero además porque no hay todavía absolutamente nada claro y hasta que no vea escritas negro sobre blanco acciones concretas, no me fío ni un pelo de que pasado mañana les siente mal el cremaet y vuelvan a ver las cosas desde su mundo del revés y a decir lo que realmente piensan. Creo que han demostrado un desconocimiento supino de la realidad operística valenciana, como también lo hicieron sus antecesores. Ahora parece que van tomando conciencia de la situación con alguna declaración medio razonable y alguna otra que debe mantenernos alerta. Ojalá al final se imponga la sensatez y sigan por buen camino, yo seré el primero en felicitarles y en pedir disculpas por mis recelos… aunque no puedo evitar de momento fiarme menos de sus palabras que de Grimes como babysitter. Y ya veremos cómo afecta también a la gestión diaria y sobre todo al futuro de la programación este descabezamiento del teatro si se prolonga demasiado.

El caso es que ayer se reanudaba la actividad operística desde aquellas últimas funciones de Don Carlo justo antes de Navidad. Casi mes y medio de parón en esta época del año, de máxima actividad en cualquier teatro normal, es impresentable. Y esto parece claro que hay que agradecérselo al dimitido Livermore, que se tiró el cuesco y se bajó del ascensor, y, como ya ocurriese la temporada anterior, en enero no se programó nada para dedicarse él a sus compromisos externos como director de escena. Inaceptable.

Pero bueno, lo mejor de todo es que la reanudación de la actividad ayer en el Palau de les Arts se produjo a lo grande, habiendo vivido quien esto escribe una de las jornadas más emocionantes e inolvidables en este teatro de ópera, siendo los principales responsables de ello, por supuesto Benjamin Britten, también la labor de Willy Decker, pero, sobre todo, el Cor de la Generalitat, a quien jamás podré agradecer bastante lo que anoche me hicieron disfrutar. Si alguien todavía no acaba de creerse que este coro es de primer nivel internacional, por favor, que se quite las legañas, se lave las orejas y acuda a ver este Peter Grimes.

Desde que hace ya algunos años venciese mi inicial distanciamiento de la música de Britten y descubriese su inmensa calidad, Grimes se convirtió pronto en una de mis óperas de cabecera. Siempre he tenido la ilusión de poder verla representada en directo algún día y me daba miedo que me la fastidiasen con alguna tontunez de puesta en escena que no hiciese justicia a la inmensa fuerza dramática del libreto y de la música de esta ópera. Ayer mi deseo se hizo realidad y además creo que la producción elegida es un acierto incuestionable.

No es nueva precisamente, se trata de una producción del Teatro de La Monnaie de Bruselas, que por cierto en el programa de mano se anuncia como adquirida ahora por el Palau de les Arts, con dirección de escena de Willy Decker, escenografía y vestuario del escocés John Macfarlane e iluminación de Trui Malten, que ya pudo verse en España, en Madrid en 1997, cuando Les Arts todavía no estaba ni en el coco de Calatrava, y en Bilbao en 2004. De Decker pudimos ver en València, en 2013, la famosa Traviata del reloj y, aunque hubo opiniones para todos los gustos, a mí me pareció un trabajo excelente, como también me lo ha parecido este.

Al igual que entonces, creo que el principal valor de esta puesta en escena es una cuidadísima dramaturgia y dirección actoral. Britten y Montagu Slater, el libretista, dibujan en esta obra un increíble retrato de personajes principales y secundarios, todos y cada uno de los cuales, independientemente de su mayor o menor protagonismo vocal, tienen unos rasgos claramente definidos y una participación muy concreta y coherente en la narración. Este valor intrínseco de la obra original ha sido extraordinariamente bien interpretado y trasladado a la escena por Decker, con un sobresaliente trabajo de dirección actoral y movimiento escénico en el que cada persona que está sobre el escenario tiene definida una personalidad concreta. Hasta los miembros del coro dejan de ser una masa anónima, de actuación y movimiento unívoco, para convertirse en un conjunto de personalidades individuales que también funciona como implacable colectivo, pero manteniendo la singularidad de cada personaje o grupo de personajes, tanto en la vertiente interpretativa como en el movimiento escénico. Hacía mucho tiempo que no veíamos una labor tan cuidada y efectiva en este apartado.

La fidelidad al original quiebra en algunos momentos pero sin que, a mi juicio, se resienta el espíritu de la obra, e incluso saliendo potenciado a veces (ojo que van spoilers): La primera es al inicio de la ópera, cuando, en lugar de estar el pueblo dedicado a sus quehaceres, aparecen cantando sentados dirigidos por el reverendo, a modo de himno eclesiástico, lo cual ayuda a incidir en la uniformidad del colectivo frente a la individualidad de personajes como Ellen. También en el mismo sentido, tras el precioso cuarteto del segundo acto, cuando aparecerán unas cuantas mujeres escrutando en actitud amenazante a las cuatro que habían sido apartadas del grupo que va a casa de Grimes. O en el segundo acto, cuando el aprendiz se abraza a Grimes mientras éste, melancólico, evoca cómo sería su vida junto a Ellen cuando sea rico; mientras que en el libreto el aprendiz permanece llorando en un rincón por el trato brusco del pescador, pero ese gesto dota de mayor humanidad al instante y resalta la violencia posterior de Grimes cuando le aparte de sí. O haciendo que Grimes vuelva a la cabaña con el chico muerto al final del segundo acto, haciendo evidente la desesperación del pescador. O en el sobrecogedor coro Who holds himself apart del tercer acto, cuando la masa sospecha que Grimes ha vuelto y canta Al que nos desprecia le destruiremos, y aquí todo el pueblo señalará con el dedo a Ellen, acusándola de lo que pueda haber ocurrido e incluso insinuándose que pueda ser el próximo blanco de la ira colectiva, cuando en el libreto Ellen ni siquiera está presente en ese momento; pero esta innovación contribuye a potenciar ese conflicto individuo-masa que preside toda la obra. Como también lo hará el final de la ópera, donde volverá a aparecer el pueblo sentado cantando y un simple gesto de Balstrode y Ellen hará evidente que estos han acabado por unirse a la uniformidad del grupo. Hay mil detalles en esta excelente dirección escénica y seguro que en posteriores visiones voy descubriendo nuevos.

La escenografía es mínima, una rampa muy inclinada y grandes paneles móviles, pero el poderío visual de la escena acaba por resultar impactante. La amenazadora presencia del mar y la naturaleza se percibe incluso aunque no veamos el mar ni las barcas. El espectacular juego de iluminación y la ambientación conseguida con los fondos y los movimientos de los paneles (magistral me pareció la resolución de la escena de la iglesia), bastan para trasladar al espectador el desasosiego y la opresión de los seres que pueblan el Borough, sin necesidad de mareantes vídeos livermorian style de nubarrones y marejadas.

Hubo instantes de una gran inteligencia teatral e intensidad dramática, como la llegada a puerto de Grimes; la entrada de este en la taberna (y toda la escena de la taberna); la partida final de Grimes o la última escena con Ellen y Balstrode incorporándose a la uniformidad del colectivo.

Si tuviera que buscar algún punto negativo destacaría el riesgo que conlleva el empleo de unas superficies inclinadas para el desarrollo de la acción con tantos personajes en escena. Reconozco que el efecto visual es interesante y que ayuda a incrementar la sensación de fragilidad de los habitantes del Borough, pero me parece milagroso que no acabase ayer nadie rodando y aterrizando sobre los timbales. También deslució un poco el impactante final el ruido que se origina en el rápido cambio de escena que hay que hacer entre la partida de Grimes y la aparición del pueblo de nuevo como al inicio, interfiriéndose así la escucha musical. En cualquier caso, me parece sobresaliente el trabajo del equipo escénico.

La dirección musical corrió a cargo del norteamericano Christopher Franklin, quien ya ha estado anteriormente en València al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en Juana de Arco en la hoguera, en Café Kafka, y en otro Britten, La vuelta de tuerca.  En esas ocasiones no me convenció y ya comenté en este blog que me preocupaba seriamente lo que pudiese hacer ante una ópera de enorme envergadura y exigencia como Peter Grimes. Quizás como esperaba que no me gustase su Grimes, acabé por encontrarle mejor que otras veces, aunque incurrió en defectos ya conocidos. Fundamentalmente el abusar de volumen y no cuidar demasiado las dinámicas, marcando una línea bastante horizontal generalmente en forte. Eso hizo que en los números de conjunto más multitudinarios se dificultara la distinción de planos sonoros. Faltó refinamiento y detenerse en detalles que hubieran ayudado a resaltar algunos momentos de la partitura de Britten que lo merecían. En los interludios en general estuvo bien, salvo en un Passacaglia un tanto excesivo y en el introductorio del acto tercero (luz de luna) donde hubo desajustes y una lectura algo tosca. También hubo algunos desequilibrios entre secciones con unos metales demasiado presentes. En lo positivo destacaría el control, nada sencillo, de voces y foso, concertando notablemente y marcando con rigor todas las entradas. Y creo que el conjunto no se resintió tanto como en Juana de Arco, por ejemplo; y a mí el resultado final, pese a los reparos que se le pueden hacer, no me impidió en absoluto disfrutar del genio de Britten.

La orquesta, más allá de la labor de dirección, mostró la enorme calidad de sus atriles y sería injusto destacar a nadie en particular, porque realmente brillaron todos sobremanera. Maderas, percusión, metales, arpa (genial) y una cuerda maravillosa que ya desde los primeros compases del Amanecer (interludio entre prólogo y acto primero) apabulló por su densidad y belleza sonora.

El Cor de la Generalitat, como ya he apuntado antes, creo que fue el gran triunfador de la velada. El coro en esta ópera es un personaje más de capital importancia y las exigencias vocales e interpretativas que plantea la obra son inmensas. Sin duda debe ser una de las apuestas más complicadas que ha afrontado la agrupación y la ha resuelto con matrícula de honor. Honor con mayúscula, honor en su definición como “gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas”, porque glorioso fue el rendimiento obtenido por el Cor tras una actuación heroica, tanto en el aspecto vocal como llevando a cabo una actuación dramática formidable.

Hubo quien cuestionaba el exceso de volumen o la falta de claridad de los planos sonoros que se produjo en alguna escena multitudinaria, pero eso, como he dicho antes, entiendo que es una responsabilidad del director de orquesta. Todas sus intervenciones fueron impactantes y de poner los pelos de punta. Desde el coro de la tormenta, hasta los We live and let live o Old Joe de la escena de la taberna, o el impresionante Now is gossip put on trial, y, por supuesto, el Who holds himself apart que mencioné más arriba, con el que finaliza la primera escena del acto tercero, con ese brutal crescendo de la tensión dramática y las  sobrecogedoras llamadas a Grimes.

Si no bastaba con su inmejorable actuación de conjunto, no pocos de sus componentes tuvieron ocasión de lucirse en pequeñas intervenciones individuales como Empar Llàcer, Javier Galán, Susana Martínez, José Enrique Requena, Boni Carrillo, Antonio Gómez, José Ángel González, Lluís Martínez, Boro Giner o un estupendo Fernando Piqueras.

El plantel solista presentado en Les Arts, como ya ocurriera con otro Britten anterior en El sueño de una noche de verano, no es especialmente conocido, a excepción de Kunde y Plowright, pero me pareció adecuadísimo y bastante equilibrado y las carencias individuales se diluían en la excelencia del colectivo sin afectar al conjunto, pues la entrega dramatúrgica e interpretativa de todos los cantantes, unida a una partitura que desborda emoción y tensión dramática, condujo a un resultado final que sólo puedo calificar de muy satisfactorio, más allá de los posibles detalles particulares que puedan ser criticables.

No sé si, tras la marcha de Livermore, Gregory Kunde seguirá siendo un asiduo en Les Arts, pero por el momento su colaboración ha continuado este año asumiendo este carismático papel del pescador Peter Grimes que, además, debutaba en nuestro teatro en versión escénica, aunque ya lo cantara en Roma en 2013 en versión concierto. El tenor norteamericano da lo mejor de sí en un rol que se nota que le motiva especialmente, llevando a cabo un auténtico derroche de fuerza dramática. Vocalmente las cosas son como son. Hay un desgaste evidente, los cambios de color entre registros están ahí, pero posiblemente ayer haya sido de los días que más me ha gustado en los últimos años. Trazó un Grimes más humano que el de Vickers aunque más plano que Pears. Mostró lirismo y un canto emocionado y sensible tanto en What harbour shelters peace como en Now the great Bear; bastante peor resolvió en el segundo acto In dreams I've built, donde quedaron más evidentes sus limitaciones y kundeó más; y su escena final fue muy destacable.

La también norteamericana Leah Partridge, a quien pudimos ver en Les Arts como la Helena de El sueño de una noche de verano, fue una buena Ellen Orford, llevando a cabo una interpretación cargada de emoción y sensibilidad. En la zona más aguda rozó a veces el chillido y denotaba obvias carencias en el registro más grave, pero su asunción del personaje me resultó muy meritoria. Estuvo fantástica en el dúo con Balstrode.

Con algún apuro por arriba, pero muy sólido en general, resultó también el Balstrode que compuso el barítono Robert Bork, con una voz amplia e impactante, con buena proyección. También destacó en su ajuste al personaje otro barítono, Charles Rice, como el farmacéutico Ned Keene; y cumplieron con corrección el resto del elenco masculino: el Swallow de Andrew Greenan, el Reverendo de Ted Schmitz o el Hobson del gigantón Lukas Jakobski. Menos me gustó la voz de Richard Cox como Bob Boles.

La legendaria veterana Rosalind Plowright ya no está para muchos trotes vocales, pero el papel de la odiosa señora Sedley le viene como anillo al dedo. Es verdad que en su momento del acto tercero acaba recurriendo al parlato, pero la composición del personaje es espléndida y llena el escenario en cuanto lo pisa.

No menos cascada está la voz de Dalia Schaechter, cuya zona grave en más de una ocasion resultó directamente inaudible, pero tampoco chirría en un personaje como Auntie.

Muy cumplidoras, ajustadas y desenvueltas en escena se mostraron también las dos Sobrinas, Giorgia Rotolo y Mariana Mappa, ambas alumnas del Centre Plácido Domingo.

También merece mención especial el joven Alejandro Antelm en su papel mudo de aprendiz, con una muy buena actuación. Lo que no sé es la cantidad de cardenales reales con los que acabará después de cada función porque no son pocas las veces que acaba rodando por los suelos.

Lamentablemente la sala principal de Les Arts no se hallaba llena ni mucho menos. La platea no presentaba mal aspecto, pero los pisos superiores estaban demasiado vacíos. Ojalá el boca a boca haga que en las próximas funciones la asistencia de público sea mayor. La ocasión lo merece. El público, que al menos en mi zona se mostró mucho más silencioso de lo habitual en cuanto a ruidos y chácharas varias, estuvo particularmente frío al finalizar el espectáculo y la intensidad de los aplausos fue bastante tibia en comparación con estrenos anteriores, además de ser más numerosa la típica estampida de los que se quieren poner el pijama y el chupete cinco minutos antes. Sí fueron más llamativas las ovaciones para orquesta, coro y Kunde. También la dirección escénica fue unánimemente aplaudida.

Ya acabo. Si habitualmente aprovecho para animaros a que acudáis a la ópera en directo a disfrutar del espectáculo, en esta ocasión lo hago con especial énfasis. De verdad que vale mucho la pena y hay muchas entradas. Esta ópera no es fácil de ver representada y es una obra que merece conocerse y disfrutarse. Ayer un amigo me decía en el descanso que si alguien va a ver Peter Grimes y dice que no le gusta es que está mal de la cabeza. Obviamente es una exageración y yo no diré tanto, pero se me hace muy difícil pensar en alguien que acuda a este espectáculo y, aunque tenga sus prejuicios acerca de la música de Benjamin Britten, no acabe sobrecogido por la intensidad de la historia y la fuerza de la partitura del compositor inglés… Y además está el Cor de la Generalitat. Tener en nuestro teatro este coro como titular es más que un lujo. Disfrutémoslo.


domingo, 20 de octubre de 2013

"LA TRAVIATA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 19/10/13


Anoche, finalmente, tras no pocos contratiempos e incertidumbres, se puso en marcha la temporada operística 2013/2014 en el Palau de les Arts con el estreno de “La Traviata”, de Giuseppe Verdi.

Una Traviataalgo peculiar, desde luego, porque resulta que Alfredo, en la primera escena del acto II, dice que se va a París a salvar su honor y, cual adúltero marido que alegase bajar a por tabaco, ya no volvió. Menos mal que el welsungo Siegmund, harto ya de tantos rollos incestuosos con Sieglindey de andar huyendo del vengativo cornudo Hundingy de la ira de los dioses Fricka y Wotan, se largó de los bosques germanos y acabó recalando en casa de Violetta, haciéndose pasar por Alfredo y ligándosela… No hay nada como ser un inútil gestionando un teatro de ópera para acabar celebrando el bicentenario de Verdiy Wagner a lo grande, fusionando Traviata y Valquiria para regocijo de los espectadores.

Lo ocurrido anoche en Les Arts no puede más que calificarse de bochornosa vergüenza. Posiblemente ahora haya quien salga alabando la capacidad de improvisación y el buen resultado final, pero ayer, más que nunca, quedó al desnudo la chapucera gestión del teatro valenciano.

Instantes antes de comenzar la función se anunció por megafonía que el tenor Ivan Magrì, pese a padecer una inflamación aguda de las cervicales, de última hora, iba a actuar. Mintieron. De última hora, nada. Hace ya semanas que se conocía el problema físico de Magrìhabiéndose especulado que podría cancelar su participación en Traviata. Así lo manifesté yo ya hace días en este blog, donde también adelanté que el tenor no tenía cover y podría haber problemas.

Durante el primer acto y la primera escena del segundo, el pobre tenor se movía como Robocopy presentó algunos apuros vocales. Tras la salida de escena de Germont, cuando se supone que Alfredo vuelve de París, y ante el desconcierto de Violetta (Jessica Nuccio), cae el telón y hacen retirarse de escena a esta, anunciándose por megafonía que el tenor Magrì había sufrido una indisposición y no iba a poder continuar (posteriormente se supo que había llegado incluso a tener un desvanecimiento), pidiendo al público que continuase en sus asientos. Casi media hora nos tuvieron allí. Apenas un par de silbidos manifestaron el descontento de un público demasiado acostumbrado a aborregarse y dejarse pisotear en todos los ámbitos sociales.

Un par de avisos más seguían pidiendo paciencia mientras se resolvía la situación, anunciándose finalmente que el tenor austriaco Nikolai Schukoff, que se encuentra estos días ensayando en Valencia su papel de Siegmund en la próxima Valquiria y que se hallaba entre el público (yo le vi en el descanso tomándose tranquilamente una copita de cava), iba a cantar desde un atril en el proscenio, mientras un coreógrafo y asistente de la dirección de escena, Christian David Krumm, interpretaría escénicamente el personaje.

Algunos me dirán que eso ocurre en otros teatros también. Cierto, yo lo viví en Londres, pero la situación fue muy diferente, aquello sí fue algo imprevisto, una fuerte tormenta de nieve que impedía llegar a algunos cantantes a tiempo a la representación. También en Les Arts, en un reciente “Cosí fan tutte”, cuando una cantante se quedó sin voz. Pero lo de ayer, aunque acabase resolviéndose bien, fue una imperdonable chapuza y falta de previsión de los responsables del teatro. Si hace semanas que sabes que este cantante está con serios problemas, que ha tenido mareos y fuertes dolores, aunque se lance a cantar tienes que tener preparada una solución por si pasa lo que pasó. ¿Si no llega a estar Schukoff, qué hubiera pasado? ¿Hubiera salido Mehta a escena a tararear?

Esto además puede traer cola. De fondo tiene que haber mucho más tomate. En el despacho de Helga Schmidt hubo una crispada reunión, durante el parón, de aquélla con el maestro Mehta y el agente de Magrì, en la que los gritos que se oían hubiesen hecho apocarse al mismísimo Tarzán. Veremos que trasciende de todo eso.

Insisto. La solución final fue aceptable y el resultado mejoró el original, pero no se puede funcionar a golpe de improvisación.

Por lo demás, se vieron por allí las caras conocidas del faranduleo pueblerino y la corrupción local que suelen acudir a los estrenos. También estaba el habitual Rappelque, aunque estuviese de fiesta en su día libre, bien podría haber avisado a Helga antes de empezar de lo que iba a ocurrir, que seguro que lo habría visto en su bola de cristal aunque llevase las gafas del revés. Nos obsequió con su presencia el President Fabra, que mostró durante la representación menos entusiasmo que un berberecho en una lata, acompañado por una corte de los milagros en la que se hacían ver la Consellera de Cultura, el Conseller de Sanidad y el Conseller cazador Castellano. Cuando pasaban en comitiva por el foyer durante el intermedio, alguien les gritó: “panda, que sois una panda”.

La producción elegida para abrir la temporada ha sido la que la De Nederlandse Opera de Ámsterdam crease, basada en el montaje que concibió Willy Decker para el Festival de Salzburgo de 2005. La famosa “Traviata del reloj” que firma en esta adaptación la directora de escena Meisje Barbara Hummel.

He de decir que me encantó. Ya la conocía del célebre Dvd con Netrebko y Villazón, pero ayer descubrí otros muchos detalles que me hacen valorar muy positivamente esta propuesta. Carece de cualquier envoltorio escenográfico que distraiga y toda la obra está dominada por un juego de luces muy inteligente y un escenario vacío en tonos claros, donde tan sólo nos encontramos con un sofá rojo y un omnipresente y enorme reloj que simboliza el inexorable paso del tiempo. Un tiempo que para Violetta se agota porque la muerte la espera, simbolizada en este caso por la figura del Dr. Grenvil (Luigi Roni) quien también tendrá un gran protagonismo en escena a lo largo de la obra, recordando a la joven con su presencia el inevitable final.

Violetta es la única que viste con color rojo, todo el resto del elenco va de negro y con trajes masculinos, salvo la criada que también es la única que viste de época. La obra se centra en Violetta y en su lucha dentro de una sociedad hipócrita y machista. Y así, escénicamente, se acentúa este objetivo.

Se podrá decir que todo este simbolismo es facilón y simplista, pero la construcción teatral y escénica alrededor del mismo me parece muy interesante. Hay momentos inolvidables, de gran fuerza dramática, como el tránsito del segundo al tercer acto, mientras suena el bellísimo preludio; el despojo de los ropajes y sábanas floridas que cubren la escena cuando en el segundo acto llega Germonta romper la felicidad de la pareja; o las miradas angustiosas de Violetta a Grenvil (la muerte), tanto en el primer acto, cuando Alfredo pide volver a verla al día siguiente y ella mira al doctor antes de responder “ebben, domani”, como en el tercero, cuando vuelve a cruzar la mirada, implorándole más tiempo, al regresar Alfredo y parecer que una feliz vida en común es posible. Y hay otros muchos instantes más que creo que dotan de gran fuerza a esta puesta en escena, aunque en ocasiones se contradiga el libreto, como la presencia de Alfredo junto a Violetta al final del primer acto o de ésta al lado de aquél al inicio del segundo. Hasta la, para mí, siempre antipática escena de “los toreros de Madrid”, resulta aquí más interesante al plantearse casi como una pesadilla de Alfredo.

El gran valor de la producción es este impacto dramático y la concentración en la psicología y pasiones interiores de los personajes. El problema es que la propuesta requiere grandes actores, además de cantantes, y de eso no estuvimos muy sobrados, primero con un Magrì que apenas podía moverse y luego rompiéndose definitivamente la magia escénica con ese Alfredo mudo, impecablemente interpretado por Krumm, pero que al ser doblado por Schukoff desde un rincón, la mirada inconscientemente se dirigía a éste.

Quisiera también destacar, por último, lo mucho que favorece la acústica el diseño del escenario, que hace que, incluso cuando cantan de espaldas los intérpretes, la voz corra perfectamente.

En lo musical, y pese a las incidencias, interrupciones y reuniones en el despacho de Helga, el maestro Zubin Mehta llevó a cabo una labor de batuta magistral. Atentísimo toda la noche a los cantantes, respirando con ellos, cuidándoles, acabó dirigiendo a tres bandas: orquesta, cantantes y atril. Comenzó con un tempo vivo, muy verdiano, alejado de algunas lecturas repipis muy comunes en esta obra. Ello no quita a que hubiera pasajes donde se ralentizó el tempo, pero con una profundidad tal que se logró hacer crecer la tensión y la emoción de manera soberbia, como en el maravilloso Preludio del tercer acto, con una cuerda en pianísimo antológica, o en el dúo de Violetta y Germont o en el aria de éste (ahí quizás en exceso). En el “addio del passato”, y todo el tramo final de la ópera en general, la magia de Mehtay la calidad de la Orquesta de la Comunitat Valenciana brillaron definitivamente, haciendo surgir emociones hasta dentro de ese espectáculo charlotesco que se había vivido con la sustitución tenoril.

Toda la sección de cuerda debe ser destacada por su labor anoche, con un concertino espectacular al comienzo de “teneste la promessa”, y también creo que merece hacerse una referencia a las flautas, al clarinete de Tamás Massànyi o al oboe de Cristopher Bouwman en el “Alfredo, Alfredo”.

No por repetidos deben ser menos apasionados los elogios al lujazo de Cor de la Generalitat que, pese a recortes, EREs y zarandeos varios, podemos seguir disfrutando y que continúa exhibiendo una calidad estratosférica. En la representación de ayer su trabajo merece ser más valorado aún si cabe, teniendo en cuenta que el día anterior cantaron en el Palau de la Música, también de forma excepcional, una obra tan exigente como “La condenación de Fausto”, de Héctor Berlioz. Bravo de nuevo, chicas y chicos del coro. Sois un ejemplo.

Tras confirmarse la cancelación de la participación de la soprano Sonya Yoncheva en las funciones del mes de octubre (de momento), se ha optado porque sea la siciliana Jessica Nuccio, quien la sustituya en el papel protagonista. Nuccio, que es la pareja del barítono Piazzola, que encarna a Germont, fue buscada en un principio para suplir a la búlgara en la representación del 2 de noviembre, fecha en que Yoncheva tenía un compromiso en Berlín en una gala benéfica contra el SIDA.

Curiosamente, en la web de ésta se anuncia que, efectivamente, el día 2 de noviembre cantará en Berlín, y que lo hará en Valencia el resto de funciones de octubre y noviembre. Ya veremos cómo se soluciona finalmente este galimatías.

Yo pensaba que este lío de sustituciones de sopranos iba a concentrar la atención de esta crónica, pero el esperpento de las vértebras de Magrì y de Siegmund cantando Alfredo, ha superado cualquier previsión.

En cualquier caso, antes de entrar a hablar de las voces escuchadas ayer quisiera hacer aquí una reflexión. Una cosa es que el Palau de les Arts opte por seguir procurando construir una programación con cantantes de cierto renombre, como la Yoncheva, dentro de las limitaciones económicas que, cada vez más, condicionan su actividad, y otra que, por esas mismas circunstancias económicas o imprevistos sobrevenidos, se opte por llenar los repartos con cantantes jóvenes, empleando esos habituales eufemismos de “estrellas emergentes” o “jóvenes promesas”. Jessica Nuccio es una cantante que, sin duda, merece oportunidades y que demostró ayer estar a muy buen nivel, aunque todavía tenga que pulirse en aspectos técnicos y desenvoltura escénica. Pero si vamos a optar por afrontar la crisis o los imprevistos con gente joven, para eso aquí contamos con cantantes locales de un buen nivel que han venido representando el papel en muchos teatros con notable éxito.


Hablo de voces como las de Carmen Romeu, Dolores Lahuerta, Silvia Vázquez o Maite Alberola.  Insisto en que no me parece mal que se les den esas oportunidades a jóvenes voces en un teatro como el Palau de les Arts, teniendo un director musical como Mehta y una orquesta y coro de primera línea. Me parecería perfecto incluso que se programasen habitualmente funciones populares más baratas con cantantes principiantes, pero eso debería aprovecharse, básicamente, para lanzar también las carreras de nuestros jóvenes y buenos  intérpretes.

Estas consideraciones hubiera sido fácil hacerlas si ayer la Nuccio hubiera resultado un desastre, pero las hago comenzando por afirmar que la soprano siciliana llevó a cabo un trabajo muy meritorio y que se ganó a pulso el éxito que finalmente obtuvo.

Y eso que comenzó bastante mal. Afrontó las primeras notas con voz temblona, posiblemente por los nervios del estreno, y con algunas desafinaciones demasiado evidentes y notas caladas. Tiene la Nuccio un timbre metálico, algo ingrato en ocasiones, mostrándose tremendamente frágil en la zona grave, pero con un poderoso registro agudo, si bien con abuso del portamento. Defendió el “sempre libera” con solvencia, aunque la coloratura quedase algo corta y esos portamenti comentados desluciesen un tanto su intervención. Su “dite alla giovine”, por el contrario, estuvo matizadísimo y cargado de intención y sensibilidad. En la parte menos positiva destacaría un “amami Alfredo” cortito de emoción y fuerza dramática, y el “Alfredo, Alfredo, di questo core” demasiado frío e insulso.

De cualquier forma, el resultado final fue muy positivo, gracias sobre todo a un tercer acto que, frente a lo que muchos pensábamos a priori, resolvió extraordinariamente bien. Su “addio del passato” fue sumamente emocionante, jugando con las medias voces y los filados con muchísimo gusto y, sobre todo, exhibiendo un magnífico fiato, impecable legato y un fraseo expresivo y cargado de sentimiento.

De Ivan Magrì poco debo decir, dado que era obvio que no se encontraba en condiciones para salir a escena. Las descoordinaciones con el foso fueron numerosas y pienso que no es el papel más adecuado para él, pero deberá juzgársele cuando cante en condiciones.

Nikolai Schukoffsí merece una elogiosa reseña. Ciertamente era Siegmund cantando Alfredo, pero qué bien cantado… Parecía increíble que este hombre subiese del patio de butacas y, a pelo, se zampase tres cuartos de Traviata con semejante autoridad vocal, con unas inflexiones y matices fantásticos, inundando de expresividad su canto, de tal forma que no hacía falta ver la actuación de su doble escénico, y, lo que es más sorprendente, con tal grado de coordinación con el foso y con sus compañeros. Parecía que llevase ensayando un mes. Su intervención en el complicado concertante del segundo acto fue magistral y de poner los pelos de punta todo el pasaje del “Ogni suo aver tal femmina”. Incluso se permitió unirse a la actuación escénica en la transición entre los actos segundo y tercero, mientras sonaba el Preludio. Bravísimo Nikolai. Esperamos ahora su Siegmundcon más ganas si cabe.

El barítono veronés Simone Piazzola, pese a su juventud, compuso un buen Germont, bastante creíble, en el que yo destacaría su fraseo verdiano, intencionado y muy ligado, aunque pienso que se equivocó al cargar todo el final de su aria “Di Provenza” de efectismos cara a la galería buscando el aplauso fácil. No lo necesitaba.

El resto del jovencísimo (a excepción del Dr. Grenvil de Luigi Roni) reparto, formado básicamente por alumnos y ex alumnos del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, funcionó a bastante buen nivel, destacando como siempre la voz del tenor Mario Cerdá, esta vez en el papel de Gastone.

El público, que casi llenaba el teatro, con una numerosísima presencia de espectadores foráneos, prorrumpió en estruendosas ovaciones nada más finalizar la obra, esperándose en esta ocasión, por fin, a que finalizase la música en el tercer acto, no así en el primero. Nuccio, Piazzola y los siameses Schukoff-Krumm fueron especialmente braveados. También Mehta, coro y orquesta. Y la directora escénica fue igualmente bastante aplaudida sin que se apreciasen muestras de rechazo. Yo, al menos, le grité un sentido bravo.

Bueno, pues hasta aquí la extensa crónica del accidentado inicio de temporada. Si las cosas ya se avecinaban complicadas, esto no parece que ayude mucho a levantar nuestro optimismo. Aunque, para ser sincero, debo reconocer que, en esta ocasión, la imprevisión e inutilidad manifiesta para la gestión de los responsables de nuestro teatro, hicieron transformarse la noche, que podría haber pasado sin mucha pena ni gloria, en un cúmulo de emociones.

Ahora sólo falta saber si Sieglinde le leerá la cartilla a Siegmund cuando vuelva a casa… ¡habrase visto!… dejar a una welsunga por una tísica…