Ayer, por fin, en una noche más fría de lo esperado, dio comienzo la temporada de ópera 2011-2012 en el Palau de les Arts de Valencia con el estreno de la obra de Modest Mussorgsky “Boris Godunov”, una de las composiciones emblemáticas del género operístico ruso.
Lamentablemente se vieron demasiados huecos en la sala principal de Les Arts para ser la función de inauguración de la temporada. Faranduleo de todo a cien, politiqueo y gorrones varios no faltaron, claro, con la presencia en el palco por vez primera del nuevo President de la Generalitat, Alberto Fabra, y una corte de carguitos y pelotas que le seguían permanentemente, entre ellos la consellera de Cultura Lola Johnson.
Pero, como decía antes, lo más preocupante fue ver más asientos vacíos de lo que es normal en un estreno de comienzo de la temporada, y esa es la peor noticia posible en la situación actual de incertidumbre sobre su futuro en que se encuentra el teatro valenciano. Y encima, en una obra que no es de las más fáciles y con tanto gorrón poco cultivado, tras el descanso los vacíos aumentaron.
Pero, como decía antes, lo más preocupante fue ver más asientos vacíos de lo que es normal en un estreno de comienzo de la temporada, y esa es la peor noticia posible en la situación actual de incertidumbre sobre su futuro en que se encuentra el teatro valenciano. Y encima, en una obra que no es de las más fáciles y con tanto gorrón poco cultivado, tras el descanso los vacíos aumentaron.
Pero bueno, entrando ya en lo importante, esta coproducción del Palau de les Arts con la Fondazione Lirico Sinfonica Petruzzelli e Teatri di Bari y con el Teatro Regio di Torino, inauguró precisamente también la pasada temporada en este último. La versión ofrecida en Les Arts, como ya sucediera en Torino, es la original concebida por Mussorgsky en 1869, omitiendo por tanto el bellísimo acto polaco introducido en 1872, aunque se ha añadido el cuadro del bosque de Kromy con el que finaliza esa versión de 1872, pero intercalada antes del cuadro de la muerte de Boris. En cualquier caso, para conocer más sobre las versiones de “Boris Godunov” y sobre la obra misma, os recomiendo pasar por el blog de maac, de quien también os recomiendo leer la estupenda crónica que ha hecho de este estreno y que podéis ver aquí.
La dirección escénica e iluminación han corrido a cargo del director de cine ruso Andréi Konchalovski. Se caracteriza su puesta en escena por una escenografía de Graziano Gregori muy escueta, apenas unas plataformas móviles inclinadas que consiguieron algunos efectos visuales interesantes, como la caída final del trono a la muerte de Boris o la salida de éste en la escena de la coronación, y tan sólo unos pocos objetos de mobiliario que servían para distinguir en medio de tal sobriedad escénica los distintos espacios físicos en que se desarrollan los cuadros de la obra. Se ha dejado que lo primordial sea la música, el canto y la expresión de las emociones, el mundo interior de los personajes, siendo el vestuario realista de Carla Teti el único vehículo que nos remite a la época y lugar en que se desenvuelve la acción, sirviendo también para marcar las diferencias sociales existentes en la población de la Rusia zarista.
La espléndida iluminación ayuda también a remarcar la carga emocional de las situaciones que viven los personajes y proporciona algunos sugerentes juegos de luces y sombras, como ese gran momento en que el trono de Boris proyecta su larga sombra sobre el escenario.
Todo eso es importante en una obra con una carga psicológica tan fuerte como es esta, pero requiere, además, de unos intérpretes sólidos en el aspecto expresivo, y sobre todo de una dirección de actores coherente y trabajada. Y precisamente en ese punto creo que es donde la propuesta de Konchalovsky convence definitivamente. Se aprecia un consistente trabajo actoral con los cantantes, que resulta especialmente significativo en los movimientos de las masas corales, habiéndose extraído toda la potencialidad teatral del coro, con la dificultad añadida en este caso de su abultado número de componentes y de tener que actuar entre plataformas móviles. Todas estas circunstancias están resueltas con maestría y posiblemente la experiencia cinematográfica del director ruso haya tenido mucho que ver en el innegable éxito que obtuvo ayer la dirección escénica.
Omer Wellber ha iniciado su primera temporada como titular de la dirección musical de Les Arts con una auténtica prueba de fuego como es “Boris Godunov”. El israelí cuenta con una baza importantísima a su favor como es la de tener bajo sus órdenes a una agrupación excepcional como la Orquestra de la Comunitat Valenciana y con una partitura como la de Mussorgsky llena de fuerza dramática de principio a fin, y es indudable que con esos mimbres el cesto no podía ser demasiado malo. Es verdad que dio la impresión el israelí de comenzar un poco perdido y su dirección me pareció por momentos más rutinaria que intensa, pero en conjunto creo que pasó la prueba con nota, sabiendo mantener la tensión dramática y con momentos en los que hizo brillar especialmente a la orquesta, como la escena de la coronación. Mantuvo en todo instante una impecable conexión entre foso y escena y yo le criticaría un cierto descontrol en el abuso de decibelios, que tapó a los solistas en no pocas ocasiones.
Los movimientos que ha habido en la Orquestra de la Comunitat Valenciana durante estos meses entre temporada y temporada, afortunadamente no parecen haber menguado la excelencia de la agrupación, que ayer volvió a maravillar con la exquisitez de su sonido, con una sección de cuerda que sigue estando en estado de gracia y donde quiero destacar a las violas que tuvieron un par de intervenciones de auténtico lujo. Igualmente merecen destacarse las actuaciones solistas del oboe de Christopher Bouwman y la flauta de Álvaro Octavio.
El nunca suficientemente alabado Cor de la Generalitat tenía aquí una obra propicia para el lucimiento, donde el pueblo ruso se convierte en el auténtico protagonista de la ópera, y lo consiguió con creces, y ello pese a que en esta ocasión la prueba se complicaba más, tanto por la complejidad del idioma, como por esa escenografía móvil que exigía una atención permanente al movimiento escénico. Un empaste impecable, con la rotundidad que exige la partitura, y una actuación teatral excelente fueron claves para que lograsen transmitir de forma idónea el lamento y la rabia de un pueblo ruso permanentemente oprimido.
Las mismas alabanzas las hago extensivas a los jóvenes integrantes de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats y de Pequeños Cantores de Valencia, que llevaron a cabo una labor magnífica.
En una ópera como “Boris Godunov”, donde se incide tanto en lo más íntimo de la personalidad del personaje principal, se requiere un cantante que sea capaz de transmitir con su voz todas las emociones, sabiendo combinar la vertiente más humana del mandatario y su atormentado remordimiento, con su crueldad y ambición. El bajo Orlin Anastassov quizás sea demasiado joven para el papel, pero esa no es su principal carencia, lo cual además compensa con su impresionante envergadura física. Es verdad que el búlgaro tiene una voz realmente bonita, de acentos claramente eslavos, y es un estupendo cantante que hizo un notable trabajo para acentuar los matices del papel, pero su timbre es posiblemente más claro de lo deseable y le falta claramente rotundidad vocal, especialmente en la zona más grave, presentando problemas para proyectar adecuadamente, por lo que, lamentablemente, en muchos momentos se vio tapado por la orquesta y eso en un Boris es imperdonable. No obstante, su rendimiento fue bueno y, hoy por hoy, quitado René Pape, no se me ocurren muchos más nombres que pudieran mejorar el resultado.
El tenor austriaco Nikolai Schukoff, que ya me sorprendiese muy favorablemente como Narraboth en la “Salome” de hace dos temporadas, fue un Grigori (falso Dmitri) de muchos quilates. Su potente voz lírica, de gran belleza, corría con facilidad por la sala y se imponía a la orquesta. Fue una lástima la supresión del acto polaco, porque allí hubiera tenido territorio para lucirse mucho más.
El veterano Vladimir Matorin, con una voz ya no tan fresca como antaño, pero conservando sus resonancias de auténtico bajo ruso y un gran volumen, compuso un Vaarlam excepcional, ayudado además por una interpretación magnífica como actor.
Excelente también fue la actuación de Ilona Mataradze como Xenia, deleitándonos con una preciosa voz cristalina que adornó con unos soberbios matices. Somos ya muchos los que pensamos que esta cantante merece papeles de mayor envergadura.
Aunque las voces infantiles no son precisamente mi debilidad, agradecí en este caso que el papel de Fiódor fuese interpretado por un niño contralto, Iván Khudyakov, en lugar de por una cantante femenina travestida.
El resto de solistas, como el Pimen de Alexánder Morozov o la Posadera de Nadezhda Serdiuk se mantuvo en un buen nivel. Emilio Sánchez, como de costumbre, mejor como actor que como cantante; más flojete me pareció Andréi Zorin como el Idiota, pero al fin y al cabo, haciendo de idiota no desmerecía demasiado; y caso aparte fue Konstantín Plúzhnikov, un deplorable Shúyski, que me hizo dudar de si realmente era un tenor profesional o un payaso del circo instalado actualmente frente al Palau de les Arts que se había colado allí de rondón.
Fuertes ovaciones premiaron la actuación de todos los artistas, siendo especialmente reconocidos Matorin y Anastassov. Patética era la imagen que presentaba el patio de butacas cuando los escasos cinco minutos de aplausos estaban finalizando, pues apenas una veintena de personas quedaban en la platea.
Una de las primeras en salir a la carrera fue la concejala de cultura y presidenta del Palau de la Musica de Valencia, Mairen Beneyto, quien por cierto no dejo de juguetear con su teléfono móvil durante toda la función molestando con su luz, y las prisas en salir de allí desde luego no serían por encontrar un taxi, pues tenía su coche oficial esperando fuera, igual que el resto de carguetes, lo cual, aprovecho para decir, que me parece vergonzoso e irritante con la que está cayendo.
Una de las primeras en salir a la carrera fue la concejala de cultura y presidenta del Palau de la Musica de Valencia, Mairen Beneyto, quien por cierto no dejo de juguetear con su teléfono móvil durante toda la función molestando con su luz, y las prisas en salir de allí desde luego no serían por encontrar un taxi, pues tenía su coche oficial esperando fuera, igual que el resto de carguetes, lo cual, aprovecho para decir, que me parece vergonzoso e irritante con la que está cayendo.