El jueves se produjo el estreno de la última ópera de la temporada en la sala principal del Palau de les Arts. Aún queda el Narciso de Scarlatti que se subirá al escenario de la sala Martin i Soler el próximo día 22, pero con Nabuccofinaliza oficialmente la más corta y convulsa temporada del teatro de ópera valenciano hasta la fecha.
De la próxima nada se sabe oficialmente. Todas las buenas palabras del nuevo Intendente, Davide Livermore, asegurando que este año se iba a anunciar la programación a finales de marzo o primeros de abril, ha quedado en una nueva tomadura de pelo de Les Arts. Ya estamos en mayo y únicamente se han lanzado rumores de títulos, pero sin concretar fechas, lo que hace que, ni público, ni músicos, ni coro, puedan programar sus agendas para el ejercicio próximo. Y, lo que es peor, dadas las fechas en las que nos encontramos, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, en las que se auguran aires de renovación, o se anuncia rápidamente la programación o me temo que llegaremos de nuevo a verano sin saber nada y con demasiadas incertidumbres sobre el futuro.
Esas próximas elecciones también puede que sean el motivo de que ayer en Les Arts no se viese a ningún político valenciano de primera línea, más allá del imputado y dimisionario vicealcalde Alfonso Grau. Eso no es malo. Estuvimos todos más a gusto y olía mejor el patio de butacas, pero deja de manifiesto que el interés por la cultura operística de los políticos valencianos es nulo.
La producción presentada de Nabucco, originaria de la Bayerische Staatsoper, cuenta con la dirección escénica del griego Yannis Kokkos. Hubo quien asistió al ensayo general y me había comentado que era de las peores cosas que había visto en Les Arts, así que iba francamente atemorizado frente a lo que me podría encontrar. Y lo cierto es que a mí no me desagradó, pese a algunos reproches que se le pueden hacer.
De Kokkosyo conocía su buen trabajo en ese Les Troyens referencial del Châtelet parisino, con Antonacci, Kunde y Graham. Y por esa línea van los tiros de este Nabucco. Una propuesta atemporal, con los judíos vestidos de negro y los babilonios de azul oscuro con cascos y metralletas (por cierto, merece especial castigo y tortura las horrorosas pelucas azules de las mujeres babilonias).
La escenografía está limitada a seis cubos dorados y una escalinata para el templo de Salomón y un gran cubo para el palacio de Babilonia. Paneles móviles y poco más. Tan sólo hay un gran cambio escénico para la ejecución del celebérrimo Va pensiero, donde el coro, representando al pueblo judío, se sitúa tras una gigantesca alambrada, en una nada original alusión a los campos de concentración. Quizás una referencia al muro que aísla Cisjordania de Israel, señalando a los palestinos como nuevos oprimidos, hubiese sido una apuesta más valiente, pero líbreme Alá de dar lecciones a los registas.
La propuesta es oscura, con estudiados juegos de luces. Las alusiones al Dios judío son subrayadas por unos fogonazos de luz sobre la platea muy molestos para los espectadores, aunque efectivos para transmitir el poder de Jehová (siempre que digo Jehová no puedo evitar acordarme de “qué bueno está el bacalao, por Jehová”, de La vida de Brian). Por su parte, la entrada de Nabucodonosora caballo en el templo de Salomón es sustituida por una aparición en una plataforma móvil envuelta en una inmensa nube de humo, propia de Lluvia de Estrellas, aunque en este caso Dimitri Platanias no se convierta en Renato Bruson.
La dirección de actores no presenta tampoco novedades ni se denota en ella un trabajo especialmente exhaustivo. En resumen, nos encontramos con una labor de dirección escénica que no resulta rompedora ni aporta nada nuevo, manteniéndose en una concepción básicamente clásica, pese a los anacronismos que dotan de atemporalidad a la propuesta; pero el conjunto a mí me resulta positivo y adecuado para el desarrollo de la historia.
A mi juicio, lo peor del trabajo escénico estriba en las largas interrupciones entre los cuadros de las diferentes partes o actos. Esas paradas a telón bajado hacen decaer completamente la tensión dramática y lastran negativamente una propuesta que, por lo demás, no está mal.
En el foso de la sala principal de Les Arts tomaba la batuta por primera vez el director italiano Nicola Luisotti, quien ya había estado al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en Mefistófeles, de Boito, hace cuatro años, pero en el infecto Auditori.
El trabajo de Luisotti me pareció notable. La obertura fue electrizante, combinando momentos de reposado lirismo, deleitándose casi en el alargamiento de los compases, con otros llenos de garra, viveza, fuerza y expresividad, sometiendo a la orquesta a un esfuerzo mayúsculo. Tanta fue la fuerza y el ímpetu en la dirección, que antes del descanso ya había salido una batuta quebrada volando, cayendo en el regazo de mi amigo Nibelungo.
Esa combinación de tempi reposados y enérgicos, siguió a lo largo de la función, llegando en algún momento a dar la impresión de arbitrariedad en su elección; aunque lo importante es que la tensión se mantenía y las emociones se subrayaban adecuadamente. Yo le reprocharía quizás, como a tantas otras batutas que han pasado por este foso, la tendencia a despacharse con decibelios a cascoporro, llegando a tapar a las voces más de una vez, y eso que alguna de ellas estaba sobrada de volumen. Se ve que se encuentran a los mandos de este Ferrari que es la orquesta de Les Arts y no pueden evitar apretar el pedal a fondo para hacerla brillar en toda su intensidad. Y esto desde luego se logró, la orquesta brilló en plenitud, con unos sonidos extraordinarios. Incluso hasta en el “momento banda de pueblo” de la marcha fúnebre, donde la banda interna sonó estupendamente bien.
Entre los músicos debe destacarse la magistral exhibición de la que volvió a hacer gala Álvaro Octavio a la flauta. Algunos piensan que exagero o que es amiguete mío y por eso siempre le destaco, pero lo hago porque realmente cuando él toca la flauta en el foso, se nota para bien. También es de justicia reseñar las extraordinarias intervenciones de Rafal Jezierski con el violoncello, así como a las arpistas y a Ana Rivera con lo que me pareció ser un corno inglés.
También hay quien me cuestiona porque siempre digo que el Cor de la Generalitat ha estado muy bien. Pues nada, irse preparando a repetirlo, porque en este Nabucco, donde el coro tiene un papel protagonista, esta agrupación ofrece su mejor cara y se me queda corto cualquier adjetivo que pueda buscar para alabar su fabuloso rendimiento en el estreno. Es verdad que al comienzo hubo algunos desajustes en las primeras intervenciones e incluso demasiada tensión y alguna destemplanza en las voces graves masculinas, pero a lo largo de la velada fue yendo todo a mejor, hasta alcanzar la excelencia.
Es de reconocer el enorme mérito que tuvo responder a las exigencias de la casi permanente presencia en escena, ahora de judíos, ahora de babilonios; así como aguantar los embates decibélicos de Luisotti, pese a que, al fin, parece que hubo refuerzos masculinos. Posiblemente, esa exigencia de volumen impuesta por la dirección musical vuelva a dar pie a la injustificada crítica de esas, cuya sordera o ignorancia, les lleva a empeñarse en afirmar que este coro sólo sabe cantar en forte. Porque desde luego se empleó el forte, y mucho, pero con una calidad mayúscula. Y únicamente la estulticia o la mala fe pueden justificar una crítica negativa al trabajo del Cor de la Generalitat en Nabucco. Todo el público esperaba la llegada del Va pensiero y, pese a la ocurrencia escénica de meter al coro tras una verja y retirados de la boca del escenario, no quedamos defraudados. Creo que es complicado cantarlo mejor y solamente por escuchar la eterna nota final mantenida en diminuendo vale la pena chuparse los siete Nabucco. Por cierto, aprovecho para pedir a los espectadores de próximas funciones que hagan como en el estreno, y no se apresuren en aplaudir al coro para disfrutar de esa maravillosa nota hasta su extinción.
Mientras esperamos a ver si finalmente se confirma que el veterano Leo Nucci acude a protagonizar las tres últimas funciones (días 10, 12 y 14 de mayo), el papel de Nabucco fue asumido ayer por el barítono griego Dimitri Platanias. De entrada, Platanias, pobrecico mío, tiene más aspecto de tractorista que de rey de Babilonia y, aunque tampoco hubo caballo en su entrada en el templo, nadie se hubiera extrañado de verle irrumpir en escena en una mula mecánica. El hombre tiene un importante exceso de peso que le dificulta su movimiento escénico y le coloca en ocasiones al límite del colapso. Daba penica verle congestionado y sudando más que Catalá en un examen de cultura general. Pero en lo vocal, que es lo fundamental, estuvo más que correcto.
A mí me fue gustando más conforme avanzaba la representación. Al principio me desagradaba un poco una emisión un tanto forzada y tosca, así como su poco tacto para el matiz, pero tanto en el dúo con Abigaille del tercer acto como en su aria, estuvo francamente bien, permitiéndose incluso alguna regulación, aunque sonase más a cantar bajito que a media voz pura, destacando sus acentos de puro sabor verdiano. Porque es que, si algo realmente destacaría de Platanias, es que al escucharle se escuchaba el sonido y los acentos del barítono verdiano.
Lo mejor de la noche junto con el Cor de la Generalitat, a mi juicio, fue la espectacular Abigaille que ofreció la italiana Anna Pirozzi, una soprano de la que no tenía referencia alguna, pero a la que habré de seguir la pista. Tiene la Pirozzi una apariencia que impone, por envergadura. Como imponente resulta también su enorme voz con tintes de spinto. Tiene densidad y cuerpo en la zona central y grave y se maneja con insultante poderío por la parte alta de la tesitura, clavando unos agudos y sobreagudos impactantes, aunque el del final del dúo lo chilló sin paliativos.
Pero, ¿qué Abigaille no chilla y se descompone ante semejante papel infernal? Siempre me ha llamado la atención que Giuseppina Strepponi pudiese acabar enamorándose de Verdi después de haberle hecho éste pasar por la tortura de cantar el personaje. Los diabólicos saltos interválicos escritos por el de Busseto, fueron ejecutados por Pirozzi con una solvencia magnífica. Bajadas al grave y subidas al agudo en una montaña rusa sin tregua que Pirozzi supo domar con maestría y belleza canora. Además, mostro una amplia gama de matices, con unas regulaciones bellísimas y algún ataque en piano sobresaliente. En la coloratura estuvo más justa, pero, en cualquier caso, estamos ante una espléndida Abigaille, sin duda alguna.
Más decepcionante fue el Zaccaria de Serguéi Artamonov a quien tuvimos la ocasión de escuchar muy recientemente en el Oroveso de Norma. Le faltó contundencia vocal en los graves que sonaron en demasiadas ocasiones eructados, y mostró tiranteces en las subidas al agudo.
Varduhi Abrahamyan, reciente Adalgisa en Norma, volvió a encantar al público, como Fenena, con su bello timbre, llevando a cabo una buena actuación pese a su plana expresividad.
Mucho menos me gustó el Ismaele de Brian Jadge. Sonidos abiertos, destemplanzas y problemas de afinación lastraron sus intervenciones, presentando también más limitaciones en su comportamiento dramático y escénico que un actor de teleserie española.
Muy correctos el Abdallo de David Fruci y, sobre todo, la Annade Hyekyung Choi. No me gustó nada Shi Zong como Sumo Sacerdote, totalmente irrelevante y con una emisión que parecía provenir del mismo ojete. Quiero pensar que estos tres cantantes serán alumnos del Centre de Perfeccionament, aunque no aparezca así reseñado en la web de Les Arts.
El recinto de la sala principal presentaba un aspecto magnífico, con muy pocos huecos, y es que este Nabucco parece que va a ser lo más vendido de la temporada. El público estuvo bastante frío, no lanzándose a aplaudir con entusiasmo más que el Va pensiero y al finalizar la representación, donde fueron todos los intérpretes muy ovacionados, destacando, con justicia, los bravos al coro y a Anna Pirozzi. La dirección escénica fue acogida con tibios aplausos.
De nuevo me veo en la obligación de denunciar el comportamiento de una de las personas que vigilan las puertas. Una amiga me comentó que en el tercer piso se puso a hablar por el pinganillo a mitad de representación, molestando a los espectadores, y cuando estos le reprocharon su actitud, contestó que estaba solucionando un problema técnico. Vamos a ver, si tienes un problema técnico que comentar, te sales fuera de la sala, y no molestas al público.
Bueno, pues, lamentablemente, esta agitada y breve temporada va llegando a su fin. Sólo nos quedan estas seis últimas funciones de Nabucco, que recomiendo que no os perdáis, y el Narciso que se estrena el 22 de mayo. Este año nos quedamos sin Festival del Mediterrani. No sé si el nuevo Intendente nos obsequiará con algún concierto o recital sorpresa. De momento, la sorpresa que nos está ofreciendo es faltar a su palabra de que anunciaría en marzo la temporada 2015/2016. Seguiremos esperando.