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viernes, 12 de abril de 2019

"LA MALQUERIDA" (Manuel Penella) - Teatre Martín i Soler - Palau de les Arts - 11/04/19


La cita del Palau de Les Arts con la música española ha tenido como protagonista este año, como ya ocurriera en 2016, una obra del valenciano Manuel Penella. Si en aquella ocasión se optó por su popular ópera El gato montés, la elección de los programadores de Les Arts ha recaído esta vez en la muy desconocida zarzuela La Malquerida.

La obra fue compuesta por Penella tomando como base el drama teatral homónimo escrito en 1913 por Jacinto Benavente. El compositor valenciano le dio forma de zarzuela en tres actos, aprovechando así, con sus abundantes fragmentos hablados, el sustento dramático del texto teatral, aunque permitiéndose alguna licencia, como la introducción del coro y de dos personajes cómicos, Rufino y Benita. Su estreno tuvo lugar en Barcelona en 1935 con un importante éxito al que siguió una pequeña gira, pero el estallido de la guerra civil, el exilio del compositor a Argentina y Méjico, y su fallecimiento en Cuernavaca en 1939, conllevaron que la zarzuela no volviese a representarse en España desde aquel lejano 1935 hasta 2017 en Madrid y un año después en Oviedo, precisamente mediante esta coproducción de los Teatros del Canal de Madrid y el Palau de les Arts que se estrenó ayer en València.

En 1949 el mítico director mejicano Emilio el Indio Fernández, filmaría su versión del drama de Benavente, trasladando la acción a una hacienda mejicana; y en 2014 la cadena Televisa popularizaría de nuevo la historia con una telenovela que cosechó un gran éxito popular.

Con esos antecedentes y el sopor que padecí con El gato montés, confieso que fui predispuesto a encontrarme con un importante ladrillo caravista, pero he de comenzar por reconocer que me lo pasé bastante bien y me gustó bastante más esta Malquerida que el gatico torero de 2016. Posiblemente se trate de una cuestión puramente subjetiva, todos tenemos días mejores y peores, y, según sean nuestras expectativas, las sensaciones que nos transmite una representación artística se condicionan bastante. No pretendo defender que esta zarzuela sea superior a El gato montés, sino simplemente decir que yo me lo pasé mejor.

Y eso que el tercer acto, salvo momentos aislados, es una castaña pilonga. Muy sobrecargado de texto, más estático, con el drama subiendo tanto en intensidad que roza lo cómico y con la música muy poco presente; pero los dos actos anteriores creo que mantienen el tipo y, a pesar de la sobrecarga de texto hablado, no se me hicieron pesados en absoluto. La obra es indudable que cuenta con instantes más inspirados que otros, pero, en general, la música es agradable, se adapta bien a las voces, tiene melodías pegadizas y algunos tintes veristas sin perder el color puramente hispano. En la parte negativa, se echa de menos una mayor continuidad del apartado musical que resulta demasiado fragmentado y con apariciones muy breves, dejando la sensación de libreto desaprovechado, sobre todo en el último acto, donde la intensidad dramática que lo recorre parece llamar a gritos un soporte musical que lo enriquezca.

La dirección de escena corre a cargo del valenciano Emilio López, un hombre muy vinculado a Les Arts y de quien en la pretemporada 2017-2018 pudimos ver su propuesta para Madama Butterfly. En esta ocasión se ha decidido ambientar la obra en una hacienda mejicana e incluir hasta un conjunto mariachi en escena, tomando como inspiración, supongo, la película de Fernández de 1949. También como homenaje al exilio mejicano de Penella me parece apropiado; e incluso a esa trama de drama desaforado y casi ridículo frenesí, le viene como chupete a bebé o anillo al dedo la ambientación a lo culebrón de Televisa.

Nada más abrirse el telón un grupo mariachi irrumpe en escena. Reconozco que cuando comenzó la cosa con esos mariachis acompañando a Norberto cantándole a Acacia, aquello me chirrió bastante y me temí lo peor, pero después todo fluyó naturalmente, gustándome especialmente el efecto conseguido cuando, en la segunda aparición de los cantantes mejicanos con las Coplas del Sacristán, el acompañamiento mariachi se va extinguiendo y la melodía es recogida por la orquesta.

La escenografía representa los interiores y exteriores de la hacienda que, gracias a la plataforma giratoria que la sustenta, nos ofrece los diferentes ambientes en los que se desarrolla la acción, aportando fluidez a la narración. Además, por una vez, las mesas son mesas, las escopetas son escopetas y, gran novedad, nadie nos deslumbra. La iluminación ofrece algunos efectos de gran impacto estético y los movimientos de los cantantes y sus entradas y salidas de escena están bien resueltas, dejándose ver un aceptable trabajo de dirección actoral, más allá del rendimiento particular de cada uno, que, en líneas generales, he de decir que fue bueno.

Creo que nos encontramos ante una labor de dirección escénica bastante positiva, con sentido, muy funcional, efectiva, respetuosa con los cantantes, la música y el discurso narrativo, y atractiva visualmente.

En el foso se situó el director catalán Santiago Serrate al frente de una reducida Orquestra de la Comunitat Valenciana. Cumplió correctamente, sin más, ante una partitura que tampoco es el colmo del refinamiento ni destaca por la brillantez de su orquestación. Comenzó exhibiendo músculo, con una dirección algo basta y avasallando la escena. Según fue avanzando la obra, fueron ajustándose más voces y foso y, aunque la línea mostrada fue bastante plana toda la noche, hubo momentos en los que sí supo realzarse la fuerza dramática que la historia requería. En la orquesta destacaron las intervenciones de arpa y metales, así como un breve, pero precioso, solo de violonchelo de Alejandro Friedhoff.

El Cor de la Generalitat, también reducido para la ocasión, elevó muchos enteros el nivel del espectáculo con su calidad incontestable y se echó de menos que Penella no diese un mayor protagonismo al coro. Muy bien como siempre en lo vocal y sensacionales en su comportamiento escénico.

En el aspecto vocal hubo de todo. La inclusión de alumnos del Centre Plácido Domingo junto a miembros del Cor de la Generalitat y solistas más experimentados, cayó claramente del lado de estos últimos. Destacó muy por encima del resto en todas las facetas Sandra Ferrández, como Raimunda. Excelente, sin paliativos. Mostró la voz más firme, bella y relevante de la noche, con impecable dicción, cuidado fraseo, gran expresividad, buen desenvolvimiento en la franja aguda y luciendo graves con peso y carácter. Pero si en algo deslumbró especialmente fue con una labor actoral que no solo nada tuvo que envidiar a la de la pareja de actores profesionales que completaban el elenco, sino que incluso les superó de largo en naturalidad y contención.

Los tres alumnos del Centre Plácido Domingo que asumieron los papeles del trío protagonista formado por Esteban, Acacia y Norberto, fueron César Méndez, María Caballero y Vicent Romero, respectivamente, destacando más por su desempeño actoral que por sus virtudes vocales. Fue curioso que los dos primeros, él portorriqueño y ella mejicana, cuando cantaron apenas dejaban entrever acento alguno, pero en los fragmentos hablados no se esforzaron lo más mínimo en ocultarlo, supongo que con el visto bueno de la dirección escénica. En la dicción también patinaron y conforme avanzó la velada fueron descuidando más su fraseo. Méndez, además, tiene una de esas voces que parece que canten hacia dentro, con lo que para entenderle casi hizo falta llamar un traductor de lenguaje de signos. Caballero, por su parte, exhibió una tendencia al chillido bastante desagradable. En cuanto a Vicent Romero, su fuerte está en la franja más aguda donde se le nota más cómodo que en una zona central en la que muestra una emisión más irregular. Hay que agradecerle su gran entrega escénica y la intensidad que puso a su interpretación.

La que más me gustó en la faceta canora de los alumnos del Centre Plácido Domingo fue la Benita de la mezzosoprano colombiana Andrea Orjuela, muy desenvuelta en escena y con una bonita voz. Hizo pareja cómica con el Rufino del miembro del Cor de la Generalitat, José Enrique Requena, que estuvo sencillamente soberbio, mostrando una vis cómica imponente y resolviendo el dúo con Benita excelentemente.

Muy bien en todas sus intervenciones solistas, más o menos relevantes, el resto de miembros del Cor de la Generalitat: Lourdes Martínez, José Javier Viudes, David Asín, Boro Giner, Carmen Avivar, Inmaculada Burriel, Jesús Rita y un poderoso Juan Felipe Durá; destacando por sus habilidades actorales la Milagros de Ana Bort.

Los dos papeles reservados a actores profesionales, El Rubio y Juliana, estuvieron encarnados con profesionalidad por los valencianos Nacho Fresneda y Victoria Salvador, gustándome más ella que él.

La sala del Teatre Martín i Soler se encontraba prácticamente llena, con un público en el que había una numerosa presencia de personas mayores. Le costó mucho a los asistentes empezar a caldear un poco el ambiente y tardaron bastante en llegar los primeros aplausos. No obstante, al finalizar la función la reacción fue mucho más calurosa y los aplausos generalizados, incluidos los que aprobaron sin reparo la labor de la dirección escénica.

Bueno, si os apetece descubrir una obra casi inédita y con aspectos interesantes, todavía quedan funciones los días 14 y 18 de abril. Luego ya vendrá Rigoletto el 11 de mayo y de aquí a entonces se admiten apuestas acerca de si Nucci volverá a cancelar u ofrecerá los primeros bises de Les Arts. Mientras tanto, seguimos esperando a ver si el señor Iglesias se anima a anunciar la temporada próxima, aunque parece que hasta finales de mayo o principios de junio no se efectuará el anuncio oficial. Qué le vamos a hacer, hay cosas que no cambian.





lunes, 31 de octubre de 2016

"EL GATO MONTÉS" (Manuel Penella) - Palau de les Arts - 30/10/16


Ayer tuvo lugar el estreno de la segunda de las propuestas operísticas de la pretemporada en el Palau de les Arts, la ópera del valenciano Manuel Penella El gato montés. Parece que el motivo de programar esta ópera va doblemente encaminado a cubrir el cupo anual de autor valenciano y a conmemorar el centenario del estreno absoluto de la misma en el Teatro Principal de Valencia.

Es esta una ópera bastante poco representada y de la que únicamente su celebérrimo pasodoble ha alcanzado notoriedad, siendo el único fragmento, junto al dúo del segundo acto, conocido por el gran público. Yo siempre he mantenido la teoría de que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, cuando un título operístico ha permanecido casi en el olvido, por algo será. Reconozco que la opinión que voy a dar a continuación no es más que la mía, cargada de subjetividad y posiblemente de ignorancia, con el único fundamento de mis sensaciones, como no puede ser de otra manera tratándose de un blog personal y no de la crítica oficial de un medio especializado, algo que mucha gente parece olvidar a veces. Bueno, todo esto sirva como introducción para decir que a mí, El gato montés, con todos los respetos, me parece un pestiño colosal.

Es verdad que hay momentos musicales aislados más inspirados, sobre todo en el segundo y tercer acto y principalmente en la vertiente orquestal, con reminiscencias de aires puccinianos; pero no le encuentro coherencia y homogeneidad a un conjunto que, básicamente, me parece monótono y muy aburrido. A ello contribuye decisivamente un famélico libreto que mezcla los aires de sainete con una tragedia desaforada que roza lo esperpéntico, alargando la acción innecesariamente cuando en un acto podría haberse ventilado fácilmente; todo lo cual hace que la construcción dramática se tambalee desde el minuto uno. Ese necrofílico tercer acto sobra entero y el primero es excesivamente largo. Apenas dos horas de ópera se me hicieron más pesadas que un Götterdämerung mal ejecutado. Yo no pude evitar la sensación de estar asistiendo a un esbozo de zarzuela con ínfulas de ópera verista, un quiero pero no puedo sin acabar de decidir el rumbo a seguir.

Y el caso es que el sopor me llegó pese a encontrarnos con una meritoria puesta en escena, unas buenas prestaciones musicales y un reparto vocal equilibrado y con calidad.

La producción presentada del Teatro de la Zarzuela es la que pudo verse en Madrid en 2012, con dirección escénica de José Carlos Plaza, escenografía e iluminación de Paco Leal, vestuario de Pedro Moreno y coreografía de Cristina Hoyos. El principal activo de la propuesta radica en el gran trabajo de dramaturgia construido por José Carlos Plaza, un hombre de teatro que deja su impronta con un sentido del drama excelente, traducido en una cuidada labor de movimiento escénico y la acentuación de los rasgos psicológicos de los personajes mediante un más que relevante trabajo de dirección actoral.

Plaza opta por resaltar la visión más oscura y trágica del drama, haciendo especial énfasis en la violencia hacia la mujer y la marginación e injusticia social. Pilares básicos de la propuesta son el vestuario de Pedro Moreno y la iluminación de Paco Leal, esta última muy eficaz en la potenciación dramática, pero, una vez más, abusando del tenebrismo y haciendo que muchos detalles se pierdan para el espectador en medio de una oscuridad excesiva que además rechina ante las alusiones del libreto al sol y la luz de Sevilla.

La escenografía es prácticamente inexistente y los intérpretes se desenvolverán la mayor parte del tiempo en un escenario casi vacío, lo que originará que cada vez que se muevan por la zona trasera del mismo las voces no se proyecten correctamente hacia la sala. Entre los pocos elementos escenográficos que aparecen me pareció espantoso el gigantesco espejo dorado con motivos religioso-taurinos.

A mi juicio, la siempre complicada escena de la corrida, con perdón, está resuelta con gran inteligencia y sentido plástico, ofreciendo posiblemente el instante más atractivo visualmente de la propuesta, si bien sobran los exagerados y poco taurinos revoloteos de capote y muleta.

Absolutamente charlotesco o de Benny Hill resulta el momento en que llevan al torero en camilla a la velocidad de la luz con grave riesgo de acabar todos por los suelos. Incluso pienso que Rafaelillo no muere en esta producción por la cornada, sino del susto que pasa en la camilla.

En lo musical, ocupaba esta vez el foso de Les Arts al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Óliver Díaz, quien también fuese el encargado de la dirección musical de esta producción en el Teatro de la Zarzuela en 2012. El director ovetense ofreció una lectura ágil y fresca de la partitura, con gran atención a lo que pasaba en escena, marcando todas las entradas y obteniendo un resultado bastante satisfactorio ante una página con momentos bellos pero poco propicia para exhibición de matices. Aún así mostro buen gusto y refinamiento en el tramo final del primer acto y en el tercero, instantes en los que la orquesta brilló especialmente. Sí eché en falta, como tantas veces en este foso, un mayor control del volumen orquestal que dejó inaudibles a las voces en más de una ocasión.

Destacadas intervenciones en la orquesta de los violonchelos, con un solo en el tercer acto a cargo de Guiorgui Anichenko de los de chuparse los dedos. También merece destacarse a Christopher Bouwmann al oboe y a Rubén Marqués a la trompeta, y en general a todos los metales. Excelente igualmente la banda interna en el pasodoble.

El Cor de la Generalitat volvió a ofrecernos su mejor cara en una obra que no presenta tampoco demasiados momentos para el lucimiento, pero que sí contiene exigencias vocales y escénicas que solventaron, una vez más, con sobresalientes prestaciones. Especialmente destacable me pareció su escena junto al Gato montés del primer acto, uno de los momentos más emocionantes de la noche.

Muy bien estuvieron también los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, que tan buen sabor nos dejaron en A midsummer night’s dream, y que cumplieron con  nota alta en su breve intervención.

En el papel femenino protagonista de Soleá, la soprano jerezana Maribel Ortega presentó una voz grande, homogénea en todos los registros, con buena línea de canto, un fraseo muy cuidado y poderío en la zona aguda, con mordiente, con un centro bellísimo aunque poco reforzado y unos graves endebles. Me habían hablado hace tiempo de esta cantante que está afrontando roles de enjundia por otros teatros, como Abigaille o Lady Macbeth, lo cual, a tenor de lo escuchado ayer, me parece una apuesta bastante arriesgada, pues se percibe un instrumento sin suficiente peso, a priori, para afrontar papeles de soprano dramática que podrían malograr un instrumento ciertamente interesante. En cualquier caso, la voz se ajusta al personaje de Soleá que defendió con entrega escénica y suficiencia vocal, aunque tuviese más de un despiste de coordinación con la orquesta.

El papel del torero Rafael fue interpretado por el mismo cantante que lo asumió ya en 2012 en Madrid cuando se presentó esta misma producción en el Teatro de la Zarzuela, el joven tenor vasco Andeka Gorrotxategi. Mostró facilidad para moverse en la zona aguda y no le faltó valentía para afrontar los no pocos escollos que presenta el rol. La voz no siempre corría bien por la sala, abusando de engolamientos en un instrumento de timbres oscuros que sólo liberaba la emisión en los terrenos más agudos. No es precisamente el joven tenor vasco un ejemplo de expresividad y refinamiento y se echó en falta una actuación actoral más implicada y una mayor variedad de matices vocales. Prácticamente lo canto todo en forte y en más de una ocasión empleó empujones y portamentos que deslucían sus llegadas a los extremos altos de la tesitura.

Muchos más matices aportó el experimentado Àngel Òdena en su encarnación del personaje que da título a la obra, papel que también interpretó en esta misma producción en 2012 en Madrid. El barítono catalán controló bien la emisión de una voz auténticamente baritonal y grande que supo mostrarse imponente cuando había de hacerlo y adornar con regulaciones y medias voces en los momentos más íntimos. Su cuidada expresividad escénica y vocal permitió dibujar claramente todas las facetas del personaje.

No le anduvo a la zaga en calidad vocal y escénica tampoco la valenciana Cristina Faus, como Gitana, en un papel breve que defendió con calidad mayúscula en sus dos intervenciones de los actos primero y tercero.

Muy bien estuvo también Miguel Ángel Zapater como Padre Antón. Algunas de sus últimas citas en el Palau de les Arts habían mostrado signos preocupantes de un declive vocal del que ayer no quedaba rastro. Su implicación escénica y sentido del humor fueron irreprochables.

La veterana Marina Rodríguez-Cusì compuso una más que notable Frasquita, plena de emoción y expresividad, con una voz que, pese a los cambios de color y algún problema mostrado en el agudo, supo manejar ofreciendo intensidad dramática.

Igualmente destacado por su buen hacer escénico y una dicción notable el Hormigón del alumno del Centre Plácido Domingo, Jorge Álvarez.

Cumplieron más que correctamente en sus muy breves intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat: Carmen Avivar, Lluís Martínez, Boro Giner, Juan Felipe Durá, José Javier Viudes, Fernando Piqueras, Antonio Gómez, Bonifaci Carrillo y Vicente Antequera; debiendo destacarse el excelente Pastorcillo que cantó Mónica Bueno.

La sala principal del teatro valenciano presentó una buena entrada, aunque con bastantes más huecos que en el pasado L’elisir d’amore. Entre el público se encontraba la actriz Terele Pávez, nieta del compositor. El público se mostró algo frío durante la representación, aunque al final aplaudió generosamente a todos los intervinientes, incluida la dirección escénica, y mostrando la ya conocida tendencia al aplauso en cuanto se empieza a bajar el telón, ya sea para final de acto o cambio de escena, y aunque estén sonando música o voces. El efecto telón en el público valenciano merecería a un Pávlov que lo estudiase científicamente.

En el ensayo general el Intendente Livermore decidió ofrecer la platea a esos taxistas que no deja de mencionar desde que accedió al cargo, alegando que era muy triste que no conociesen lo que se hacía en el Palau de les Arts. A ver si a partir de ahora eso sirve para liberarnos de que siga repitiéndose con este tema más que Gila con sus chistes, pero con menos gracia.

Como decía al comienzo, que yo me aburriese como una ostra es una cuestión meramente personal ante una obra que no consiguió generar mi interés pese a que fue servida con notable calidad. Hubo otra mucha gente que se lo pasó estupendamente, así que, como para gustos colores, nada mejor que cada uno vaya y opine por sí mismo.