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lunes, 8 de abril de 2013

"LA FLAUTA MÁGICA" (W.A.Mozart) - Palau de les Arts - 06/04/13

El sábado tuvo lugar en el Palau de les Arts el estreno de “La flauta mágica”, de Wolfgang Amadeus Mozart, la última ópera de la temporada oficial del teatro valenciano. Faltará todavía ese ansiado “Otello” en junio, en el Festival del Mediterrani, pero que estemos a primeros de abril hablando ya del final de una temporada que comenzó en noviembre y que se ha compuesto de escasos cinco títulos, es bastante triste y el mejor ejemplo de la complicada situación de pura supervivencia que se vive actualmente en el mundo de la ópera en general y en nuestro Palau de les Arts en particular.

Quedándonos con lo positivo, merecería destacarse que, al menos, la entrada que presentaba el sábado la sala principal de Les Arts era bastante buena, en contraposición con los paisajes desolados de los últimos estrenos. Aunque, por algunos comentarios escuchados y por el seguimiento de la venta de entradas en la web del teatro, me temo que el lozano aspecto de la platea y pisos altos respondiese a un regalo masivo de localidades en los últimos días.

La producción ahora presentada de la última ópera de Mozart, procede del Teatro Regio de Parma y cuenta con la dirección escénica de Stephen Medcalf. Si en el reciente Barbero hablábamos de una escenografía excesiva, casi asfixiante, en esta ocasión hemos pasado al extremo opuesto y en un escenario completamente vacío se desarrolla toda la trama.

Como mobiliario escénico tan sólo se cuenta con seis objetos colocados en la boca del escenario (en dos grupos de tres, claro, para respetar la simbología masónica que atraviesa toda la obra) que permanecen allí durante toda la función, acercándose los cantantes a por ellos cuando forman parte de la acción: la flauta, el carillón, el retrato de Pamina (en realidad un marco), un puñal, una vara y una manzana. En definitiva una absurdez bastante importante. Esa ausencia absoluta de atrezzo es suplida con unos efectistas juegos de luces de Simon Corder y con un conjunto de acróbatas-bailarines que, en inverosímiles posturas, forman la serpiente, las fieras, el árbol, los pájaros, las puertas… y van componiendo los diferentes ambientes y escenarios en los que se desarrolla la trama.

Dada mi congénita aversión a los danzarines y los mimos, cuando empezó la cosa me temí lo peor, aunque reconozco que el trabajo llevado a cabo por los encargados de representar esas mamarrachadas fue impecable, tanto desde el punto de vista gimnástico como coreográfico, y la verdad es que no entorpecían demasiado a los cantantes ni distraían en exceso de lo principal. El resultado fue que, conforme avanzaba el espectáculo, confieso que me fui sintiendo más cómodo con la propuesta planteada, que acabó por merecer mi valoración general positiva pese a sus innegables defectos.

Entre los principales reproches que se pueden hacer al trabajo de Medcalf se encuentra sin duda la entrada en escena de la Reina de la Noche, transmutada en lo que un principio me pareció un pulpo plateado con peinado de Marge Simpson, pero que luego identifiqué como una estrella. Visualmente, junto a los gigantes del segundo acto, creo que fue uno de los momentos más impactantes de la noche, pero obligar a una cantante a tener que afrontar un papel tan exigente vocalmente como este, haciendo equilibrios sobre la riñonada de unos tipos con monos negros que la sujetaban, es un disparate que denota una ignorancia supina de lo que es cantar ópera y muestra un preocupante desprecio hacia los artistas, que, aunque les pese a los registas, son lo fundamental de este espectáculo.

No obstante hay momentos estéticamente bellos y visualmente efectivos, como los ya mencionados o el comienzo del segundo acto mostrando a Sarastro y la Reina de la Noche como dos caras de una misma realidad, pero si no te conoces de memoria el libreto, esa ausencia absoluta de elementos escenográficos pueden despistarte un poco, como le pasaba a un jovenzuelo, no lo suficientemente alejado de mi asiento como para que no me molestase, que no dejaba de pedir explicaciones sobre lo que ocurría a su desesperada madre.

Como ya he dicho antes, pese a todo, acabé con buenas sensaciones, e igualmente debió ocurrirle a la mayor parte del público que premió con unánimes aplausos a los responsables de la dirección escénica. Yo opté por guardar silencio.

Ignoro quién será el culpable, pero, aunque me quede solo en esta cruzada, vuelvo a manifestar mi indignación y vergüenza ajena ante esos guiños graciosillos, populacheros y propios de espectáculos de variedades a lo Juanito Navarro, como introducir palabras en valenciano (Adeu, Visca) o que Papageno se ponga a silbar “El Gato Montés”.

En el foso, al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, se situaba el italiano Ottavio Dantone, quien considero que llevó a cabo una muy buena y sutil labor de batuta. Se evidenció un equilibrio fantástico entre secciones, con una articulación orquestal en la que funcionaba el conjunto como un engranaje perfecto en el que todo estaba en su sitio y en la medida justa, y donde cada detalle de la partitura era destacado con minuciosidad y sorprendente relevancia. Eso no quita para que se hiciesen presentes algunos desajustes con la escena, propios de todo estreno, que fueron más notorios en las intervenciones de la Reina de la Noche.

El propio Dantone se encargó de hacer sonar el carillón de Papageno, ejecutando él mismo el Glockenspiel “amablemente cedido” por el Palau de la Música (según se indicaba en el programa de mano). No sé yo cuán amable habrá sido la cosa tal y como están las relaciones.

Entre los músicos de la orquesta, como no podía ser de otra forma tratándose de esta obra, destacó el protagonismo de la flauta de Álvaro Octavio, magistral como de costumbre.

Excelente también, una vez más, ese lujo que es el Cor de la Generalitat que, pese a no tener un especial protagonismo en esta ópera, en las ocasiones en las que tuvo que intervenir impresionó por su empaste, claridad, equilibrio y volumen.

En el apartado de los solistas las cosas no fueron tan positivas, aunque se mantuvo un nivel medianamente digno que hizo que el conjunto no se resintiese en exceso. Uno de los principales problemas vino derivado de que una propuesta escénica como esta, de escenario vacío, exige unos cantantes con gran expresividad y buenas dotes de actores. Y aquí hubo importantes carencias.

El Tamino del tenor sueco Daniel Johansson me gustó poco. Comenzó fatal, desafinado, desfiatado a la tercera frase y con una emisión sucia, opaca y muy atrás que afea notablemente un canto que debe ser brillante y luminoso y de tintes heroicos. Aquí la heroicidad sólo estaba en los oyentes. Afortunadamente, se fue entonando un poco conforme avanzaba la representación, mostrando volumen y algunos agudos notables, pero su hieratismo, frialdad y falta absoluta de expresividad, dejaron a un príncipe Tamino que apenas pasó de lacayo.

El barítono austriaco Thomas Tatzl, como Papageno, mejoró un poco en el apartado actoral, estando algo más desenvuelto en escena que Tamino, pero también le daba por pararse para cantar, desluciendo su actuación. En general estuvo correcto, aunque le falta peso y empaque vocal.

También falto de envergadura vocal en los graves se mostró el coreano In-Sung Sim como Sarastro, aunque cumplió dignamente en un rol complicado.

La que más me convenció fue la Pamina de la soprano italiana Grazia Doronzio que, pese a algunas destemplanzas en la zona aguda, hizo un uso inteligentísimo y elegante de las medias voces, exhibiendo un buen legato. Me pareció bellísimo su dúo con Papageno del primer acto, gracias también a Dantone y su sabio manejo de la orquesta.

La Reina de la Noche de la alemana Mandy Fredrich se vio muy perjudicada, como ya he dicho antes, por la imbecilidad escénica de tener cantar su primer aria, en equilibrio, subida a los lomos de dos pseudo fureros. Su timbre es bonito y cantó la primera parte del aria con mucho gusto, pero cuando llegaron las agilidades lo pasó mal, perdiendo a la orquesta y respirando donde no tocaba. En “Der Hölle Rache”, ya con los pies en el suelo, mejoró un poco la cosa, alcanzando los sobreagudos con precisión, pero la parte de agilidades se le seguía resistiendo y tuvo una calada que combinó con un piano un tanto extraño.

Bastante peor me pareció el Monotastos de Loïc Felix, quien sin embargo se movía por escena con muchísima soltura. No destacó demasiado Helen Kearns, en el breve y agradecido papel de Papagena. Sí me gustaron más Nathan Berg como el Orador, así como Mario Cerdá como Sacerdote.

Bastante bien estuvieron las tres damas, Jinkyung Park, María Kosenkova y Romina Tomasoni. Y excelentes resultaron los Tres Muchachos interpretados por adolescentes solistas del Tölzer Knabenchor. Yo no soy precisamente fan de las voces blancas, pero reconozco que estuvieron increíblemente bien, tanto en lo vocal como en el movimiento escénico. Me pareció un detalle de mal gusto que no figurasen sus nombres en el programa de mano.

Un público bastante frío sobre todo en el primer acto, y en el que volvió a ser notoria la presencia de numerosos niños y jóvenes, acabó ovacionando a todo el elenco con fuerza. Muchas veces he criticado que se comenzara a bajar el telón antes de que finalizase la música, y en las últimas óperas ya no lo hacen, sino que apagan la luz al acabar aquella, con lo que ya no hay que sufrir a los que tienen prisa en iniciar los aplausos. Pero es que el sábado ni siquiera bajaron el telón tras los saludos finales, así que cuando los artistas tuvieron ya bastante, se fueron yendo del escenario a su bola. Espero que no hayan despedido al encargado de bajar el telón por mi culpa…

Quisiera hacer también un llamamiento para que los chicos y chicas acomodadores y cuidadores de puertas hagan menos ruido durante las funciones, pues a veces molestan más ellos con sus pasos y el crujir de sus sillas metálicas, que los tosedores y los señores del caramelito. Igualmente me gustaría que sus jefes les recuerden la regla de que una vez comenzada la función no puede entrar la gente en la sala, porque el sábado, a mitad de obertura, se permitió el paso de dos tardones, con el agravante de que sus sitios habían sido ocupados por otros avispados con peor ubicación y el ruido y desconcierto que se organizó fue importante.

Bueno, pues la temporada se ha acabado. Ahora ya sólo nos resta esperar a “Otello” y que los órganos de gobierno de Les Arts se dignen a anunciar el contenido previsto de la próxima temporada, si es que hay contenido previsto y si es que va a haber próxima temporada. Hace tiempo se dijo que la temporada 2013-2014 se abriría con la reposición del Anillo wagneriano, pero pensar que esa previsión va a cumplirse, parece ahora mismo ciencia ficción. De momento, lo único que se sabe es que el musical “Los Miserables” ocupará la sala principal del 21 de noviembre al 22 de diciembre. Confío en que no sea con eso con lo único que nos quedemos el año próximo. Ah, no, que también está anunciado Raphael


video de PalaudelesartsRS