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viernes, 2 de febrero de 2018

PETER GRIMES (Benjamin Britten) - Palau de les Arts - 01/02/18

Tengo este blog demasiado abandonado. Me encantaría poderle dedicar más tiempo, pero con mi actividad laboral actual me quedan pocos ratos disponibles y cuando los tengo me pillan demasiado cansado. Me gustaría haber podido escribir alguna entrada para preparar la ópera que se estrenó ayer en Les Arts, Peter Grimes, de Benjamin Britten, una obra que me apasiona con locura y que considero un crimen perderse; y más después de lo visto y oído ayer. Pero bueno, igual salís ganando si acudís al blog de Maac que sí ha publicado alguna entrada previa que podéis leer AQUÍ y AQUÍ.

Y también quería haber escrito algunas cosas sobre la situación del teatro tras la dimisión, hace ya casi dos meses, de Davide Livermore como intendente y director artístico de Les Arts. En mi crónica del Don Carlo que inauguró esta temporada fui muy crítico con el gobierno valenciano y con su gestión de la situación, habiéndose cubierto de gloria con una serie de declaraciones que no sólo no tranquilizaban al aficionado acerca del futuro de la ópera en València, sino que nos hacía dudar seriamente de que supiesen siquiera de qué hablaban.

Desde aquellos días las noticias se han ido sucediendo en los medios de comunicación en un incesante goteo y, donde antes decían culo, hoy dicen teta y mañana pedorreta. Es verdad que, después de las primeras imbecilidades vomitadas por el secretario autonómico de Cultura, Albert Girona, más chulo que un ocho, el discurso de los responsables culturales valencianos ha ido cambiando a mejor e incluso el propio conseller Marzà, acusado por el público de Les Arts de cobarrde en el estreno de temporada, tomó directamente el timón de la situación, reunió al Patronato, recibió a Plácido Domingo y, con ganas o sin ellas, acudió a una de las funciones de Don Carlo acompañado de la vicepresidenta Mónica Oltra (por cierto vestidica como si fuera a los Oscar, aunque con estilismo de salón Kataoria).

Algunos de vosotros me habéis preguntado por qué no he ido diciendo nada de ese cambio de rumbo después de haber metido aquí caña a saco. Pues, sobre todo, por lo que comentaba al principio, la falta de tiempo; pero además porque no hay todavía absolutamente nada claro y hasta que no vea escritas negro sobre blanco acciones concretas, no me fío ni un pelo de que pasado mañana les siente mal el cremaet y vuelvan a ver las cosas desde su mundo del revés y a decir lo que realmente piensan. Creo que han demostrado un desconocimiento supino de la realidad operística valenciana, como también lo hicieron sus antecesores. Ahora parece que van tomando conciencia de la situación con alguna declaración medio razonable y alguna otra que debe mantenernos alerta. Ojalá al final se imponga la sensatez y sigan por buen camino, yo seré el primero en felicitarles y en pedir disculpas por mis recelos… aunque no puedo evitar de momento fiarme menos de sus palabras que de Grimes como babysitter. Y ya veremos cómo afecta también a la gestión diaria y sobre todo al futuro de la programación este descabezamiento del teatro si se prolonga demasiado.

El caso es que ayer se reanudaba la actividad operística desde aquellas últimas funciones de Don Carlo justo antes de Navidad. Casi mes y medio de parón en esta época del año, de máxima actividad en cualquier teatro normal, es impresentable. Y esto parece claro que hay que agradecérselo al dimitido Livermore, que se tiró el cuesco y se bajó del ascensor, y, como ya ocurriese la temporada anterior, en enero no se programó nada para dedicarse él a sus compromisos externos como director de escena. Inaceptable.

Pero bueno, lo mejor de todo es que la reanudación de la actividad ayer en el Palau de les Arts se produjo a lo grande, habiendo vivido quien esto escribe una de las jornadas más emocionantes e inolvidables en este teatro de ópera, siendo los principales responsables de ello, por supuesto Benjamin Britten, también la labor de Willy Decker, pero, sobre todo, el Cor de la Generalitat, a quien jamás podré agradecer bastante lo que anoche me hicieron disfrutar. Si alguien todavía no acaba de creerse que este coro es de primer nivel internacional, por favor, que se quite las legañas, se lave las orejas y acuda a ver este Peter Grimes.

Desde que hace ya algunos años venciese mi inicial distanciamiento de la música de Britten y descubriese su inmensa calidad, Grimes se convirtió pronto en una de mis óperas de cabecera. Siempre he tenido la ilusión de poder verla representada en directo algún día y me daba miedo que me la fastidiasen con alguna tontunez de puesta en escena que no hiciese justicia a la inmensa fuerza dramática del libreto y de la música de esta ópera. Ayer mi deseo se hizo realidad y además creo que la producción elegida es un acierto incuestionable.

No es nueva precisamente, se trata de una producción del Teatro de La Monnaie de Bruselas, que por cierto en el programa de mano se anuncia como adquirida ahora por el Palau de les Arts, con dirección de escena de Willy Decker, escenografía y vestuario del escocés John Macfarlane e iluminación de Trui Malten, que ya pudo verse en España, en Madrid en 1997, cuando Les Arts todavía no estaba ni en el coco de Calatrava, y en Bilbao en 2004. De Decker pudimos ver en València, en 2013, la famosa Traviata del reloj y, aunque hubo opiniones para todos los gustos, a mí me pareció un trabajo excelente, como también me lo ha parecido este.

Al igual que entonces, creo que el principal valor de esta puesta en escena es una cuidadísima dramaturgia y dirección actoral. Britten y Montagu Slater, el libretista, dibujan en esta obra un increíble retrato de personajes principales y secundarios, todos y cada uno de los cuales, independientemente de su mayor o menor protagonismo vocal, tienen unos rasgos claramente definidos y una participación muy concreta y coherente en la narración. Este valor intrínseco de la obra original ha sido extraordinariamente bien interpretado y trasladado a la escena por Decker, con un sobresaliente trabajo de dirección actoral y movimiento escénico en el que cada persona que está sobre el escenario tiene definida una personalidad concreta. Hasta los miembros del coro dejan de ser una masa anónima, de actuación y movimiento unívoco, para convertirse en un conjunto de personalidades individuales que también funciona como implacable colectivo, pero manteniendo la singularidad de cada personaje o grupo de personajes, tanto en la vertiente interpretativa como en el movimiento escénico. Hacía mucho tiempo que no veíamos una labor tan cuidada y efectiva en este apartado.

La fidelidad al original quiebra en algunos momentos pero sin que, a mi juicio, se resienta el espíritu de la obra, e incluso saliendo potenciado a veces (ojo que van spoilers): La primera es al inicio de la ópera, cuando, en lugar de estar el pueblo dedicado a sus quehaceres, aparecen cantando sentados dirigidos por el reverendo, a modo de himno eclesiástico, lo cual ayuda a incidir en la uniformidad del colectivo frente a la individualidad de personajes como Ellen. También en el mismo sentido, tras el precioso cuarteto del segundo acto, cuando aparecerán unas cuantas mujeres escrutando en actitud amenazante a las cuatro que habían sido apartadas del grupo que va a casa de Grimes. O en el segundo acto, cuando el aprendiz se abraza a Grimes mientras éste, melancólico, evoca cómo sería su vida junto a Ellen cuando sea rico; mientras que en el libreto el aprendiz permanece llorando en un rincón por el trato brusco del pescador, pero ese gesto dota de mayor humanidad al instante y resalta la violencia posterior de Grimes cuando le aparte de sí. O haciendo que Grimes vuelva a la cabaña con el chico muerto al final del segundo acto, haciendo evidente la desesperación del pescador. O en el sobrecogedor coro Who holds himself apart del tercer acto, cuando la masa sospecha que Grimes ha vuelto y canta Al que nos desprecia le destruiremos, y aquí todo el pueblo señalará con el dedo a Ellen, acusándola de lo que pueda haber ocurrido e incluso insinuándose que pueda ser el próximo blanco de la ira colectiva, cuando en el libreto Ellen ni siquiera está presente en ese momento; pero esta innovación contribuye a potenciar ese conflicto individuo-masa que preside toda la obra. Como también lo hará el final de la ópera, donde volverá a aparecer el pueblo sentado cantando y un simple gesto de Balstrode y Ellen hará evidente que estos han acabado por unirse a la uniformidad del grupo. Hay mil detalles en esta excelente dirección escénica y seguro que en posteriores visiones voy descubriendo nuevos.

La escenografía es mínima, una rampa muy inclinada y grandes paneles móviles, pero el poderío visual de la escena acaba por resultar impactante. La amenazadora presencia del mar y la naturaleza se percibe incluso aunque no veamos el mar ni las barcas. El espectacular juego de iluminación y la ambientación conseguida con los fondos y los movimientos de los paneles (magistral me pareció la resolución de la escena de la iglesia), bastan para trasladar al espectador el desasosiego y la opresión de los seres que pueblan el Borough, sin necesidad de mareantes vídeos livermorian style de nubarrones y marejadas.

Hubo instantes de una gran inteligencia teatral e intensidad dramática, como la llegada a puerto de Grimes; la entrada de este en la taberna (y toda la escena de la taberna); la partida final de Grimes o la última escena con Ellen y Balstrode incorporándose a la uniformidad del colectivo.

Si tuviera que buscar algún punto negativo destacaría el riesgo que conlleva el empleo de unas superficies inclinadas para el desarrollo de la acción con tantos personajes en escena. Reconozco que el efecto visual es interesante y que ayuda a incrementar la sensación de fragilidad de los habitantes del Borough, pero me parece milagroso que no acabase ayer nadie rodando y aterrizando sobre los timbales. También deslució un poco el impactante final el ruido que se origina en el rápido cambio de escena que hay que hacer entre la partida de Grimes y la aparición del pueblo de nuevo como al inicio, interfiriéndose así la escucha musical. En cualquier caso, me parece sobresaliente el trabajo del equipo escénico.

La dirección musical corrió a cargo del norteamericano Christopher Franklin, quien ya ha estado anteriormente en València al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en Juana de Arco en la hoguera, en Café Kafka, y en otro Britten, La vuelta de tuerca.  En esas ocasiones no me convenció y ya comenté en este blog que me preocupaba seriamente lo que pudiese hacer ante una ópera de enorme envergadura y exigencia como Peter Grimes. Quizás como esperaba que no me gustase su Grimes, acabé por encontrarle mejor que otras veces, aunque incurrió en defectos ya conocidos. Fundamentalmente el abusar de volumen y no cuidar demasiado las dinámicas, marcando una línea bastante horizontal generalmente en forte. Eso hizo que en los números de conjunto más multitudinarios se dificultara la distinción de planos sonoros. Faltó refinamiento y detenerse en detalles que hubieran ayudado a resaltar algunos momentos de la partitura de Britten que lo merecían. En los interludios en general estuvo bien, salvo en un Passacaglia un tanto excesivo y en el introductorio del acto tercero (luz de luna) donde hubo desajustes y una lectura algo tosca. También hubo algunos desequilibrios entre secciones con unos metales demasiado presentes. En lo positivo destacaría el control, nada sencillo, de voces y foso, concertando notablemente y marcando con rigor todas las entradas. Y creo que el conjunto no se resintió tanto como en Juana de Arco, por ejemplo; y a mí el resultado final, pese a los reparos que se le pueden hacer, no me impidió en absoluto disfrutar del genio de Britten.

La orquesta, más allá de la labor de dirección, mostró la enorme calidad de sus atriles y sería injusto destacar a nadie en particular, porque realmente brillaron todos sobremanera. Maderas, percusión, metales, arpa (genial) y una cuerda maravillosa que ya desde los primeros compases del Amanecer (interludio entre prólogo y acto primero) apabulló por su densidad y belleza sonora.

El Cor de la Generalitat, como ya he apuntado antes, creo que fue el gran triunfador de la velada. El coro en esta ópera es un personaje más de capital importancia y las exigencias vocales e interpretativas que plantea la obra son inmensas. Sin duda debe ser una de las apuestas más complicadas que ha afrontado la agrupación y la ha resuelto con matrícula de honor. Honor con mayúscula, honor en su definición como “gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas”, porque glorioso fue el rendimiento obtenido por el Cor tras una actuación heroica, tanto en el aspecto vocal como llevando a cabo una actuación dramática formidable.

Hubo quien cuestionaba el exceso de volumen o la falta de claridad de los planos sonoros que se produjo en alguna escena multitudinaria, pero eso, como he dicho antes, entiendo que es una responsabilidad del director de orquesta. Todas sus intervenciones fueron impactantes y de poner los pelos de punta. Desde el coro de la tormenta, hasta los We live and let live o Old Joe de la escena de la taberna, o el impresionante Now is gossip put on trial, y, por supuesto, el Who holds himself apart que mencioné más arriba, con el que finaliza la primera escena del acto tercero, con ese brutal crescendo de la tensión dramática y las  sobrecogedoras llamadas a Grimes.

Si no bastaba con su inmejorable actuación de conjunto, no pocos de sus componentes tuvieron ocasión de lucirse en pequeñas intervenciones individuales como Empar Llàcer, Javier Galán, Susana Martínez, José Enrique Requena, Boni Carrillo, Antonio Gómez, José Ángel González, Lluís Martínez, Boro Giner o un estupendo Fernando Piqueras.

El plantel solista presentado en Les Arts, como ya ocurriera con otro Britten anterior en El sueño de una noche de verano, no es especialmente conocido, a excepción de Kunde y Plowright, pero me pareció adecuadísimo y bastante equilibrado y las carencias individuales se diluían en la excelencia del colectivo sin afectar al conjunto, pues la entrega dramatúrgica e interpretativa de todos los cantantes, unida a una partitura que desborda emoción y tensión dramática, condujo a un resultado final que sólo puedo calificar de muy satisfactorio, más allá de los posibles detalles particulares que puedan ser criticables.

No sé si, tras la marcha de Livermore, Gregory Kunde seguirá siendo un asiduo en Les Arts, pero por el momento su colaboración ha continuado este año asumiendo este carismático papel del pescador Peter Grimes que, además, debutaba en nuestro teatro en versión escénica, aunque ya lo cantara en Roma en 2013 en versión concierto. El tenor norteamericano da lo mejor de sí en un rol que se nota que le motiva especialmente, llevando a cabo un auténtico derroche de fuerza dramática. Vocalmente las cosas son como son. Hay un desgaste evidente, los cambios de color entre registros están ahí, pero posiblemente ayer haya sido de los días que más me ha gustado en los últimos años. Trazó un Grimes más humano que el de Vickers aunque más plano que Pears. Mostró lirismo y un canto emocionado y sensible tanto en What harbour shelters peace como en Now the great Bear; bastante peor resolvió en el segundo acto In dreams I've built, donde quedaron más evidentes sus limitaciones y kundeó más; y su escena final fue muy destacable.

La también norteamericana Leah Partridge, a quien pudimos ver en Les Arts como la Helena de El sueño de una noche de verano, fue una buena Ellen Orford, llevando a cabo una interpretación cargada de emoción y sensibilidad. En la zona más aguda rozó a veces el chillido y denotaba obvias carencias en el registro más grave, pero su asunción del personaje me resultó muy meritoria. Estuvo fantástica en el dúo con Balstrode.

Con algún apuro por arriba, pero muy sólido en general, resultó también el Balstrode que compuso el barítono Robert Bork, con una voz amplia e impactante, con buena proyección. También destacó en su ajuste al personaje otro barítono, Charles Rice, como el farmacéutico Ned Keene; y cumplieron con corrección el resto del elenco masculino: el Swallow de Andrew Greenan, el Reverendo de Ted Schmitz o el Hobson del gigantón Lukas Jakobski. Menos me gustó la voz de Richard Cox como Bob Boles.

La legendaria veterana Rosalind Plowright ya no está para muchos trotes vocales, pero el papel de la odiosa señora Sedley le viene como anillo al dedo. Es verdad que en su momento del acto tercero acaba recurriendo al parlato, pero la composición del personaje es espléndida y llena el escenario en cuanto lo pisa.

No menos cascada está la voz de Dalia Schaechter, cuya zona grave en más de una ocasion resultó directamente inaudible, pero tampoco chirría en un personaje como Auntie.

Muy cumplidoras, ajustadas y desenvueltas en escena se mostraron también las dos Sobrinas, Giorgia Rotolo y Mariana Mappa, ambas alumnas del Centre Plácido Domingo.

También merece mención especial el joven Alejandro Antelm en su papel mudo de aprendiz, con una muy buena actuación. Lo que no sé es la cantidad de cardenales reales con los que acabará después de cada función porque no son pocas las veces que acaba rodando por los suelos.

Lamentablemente la sala principal de Les Arts no se hallaba llena ni mucho menos. La platea no presentaba mal aspecto, pero los pisos superiores estaban demasiado vacíos. Ojalá el boca a boca haga que en las próximas funciones la asistencia de público sea mayor. La ocasión lo merece. El público, que al menos en mi zona se mostró mucho más silencioso de lo habitual en cuanto a ruidos y chácharas varias, estuvo particularmente frío al finalizar el espectáculo y la intensidad de los aplausos fue bastante tibia en comparación con estrenos anteriores, además de ser más numerosa la típica estampida de los que se quieren poner el pijama y el chupete cinco minutos antes. Sí fueron más llamativas las ovaciones para orquesta, coro y Kunde. También la dirección escénica fue unánimemente aplaudida.

Ya acabo. Si habitualmente aprovecho para animaros a que acudáis a la ópera en directo a disfrutar del espectáculo, en esta ocasión lo hago con especial énfasis. De verdad que vale mucho la pena y hay muchas entradas. Esta ópera no es fácil de ver representada y es una obra que merece conocerse y disfrutarse. Ayer un amigo me decía en el descanso que si alguien va a ver Peter Grimes y dice que no le gusta es que está mal de la cabeza. Obviamente es una exageración y yo no diré tanto, pero se me hace muy difícil pensar en alguien que acuda a este espectáculo y, aunque tenga sus prejuicios acerca de la música de Benjamin Britten, no acabe sobrecogido por la intensidad de la historia y la fuerza de la partitura del compositor inglés… Y además está el Cor de la Generalitat. Tener en nuestro teatro este coro como titular es más que un lujo. Disfrutémoslo.


sábado, 3 de junio de 2017

"THE TURN OF THE SCREW" (Benjamin Britten) - Palau de les Arts - 02/06/17

Anoche se estrenó en el Teatre Martin i Soler del Palau de les Arts The turn of the screw (La vuelta de tuerca), la segunda ópera de Benjamin Britten que se representa en el coliseo valenciano desde su inauguración. El año pasado se inició este particular ciclo Britten con una fantástica producción de A midsummer night’s dream y la próxima temporada está previsto que continúe nada menos que con la gran Peter Grimes. Ojalá se mantenga esta presencia anual de Benjamin Britten en nuestro teatro por mucho tiempo, creo que es uno de los grandes aciertos del intendente Livermore.

Desde que se anunció la programación de esta temporada, el acontecimiento que más me ilusionaba era este estreno de The Turn of the Screw, si bien ya manifesté entonces que me dejaba cierto sabor agridulce el que se hubiera decidido encomendar su interpretación a alumnos del Centre de Perfeccionament. Me parece una sabia opción que se haya optado por representarla en el Teatre Martin i Soler, porque no deja de ser una ópera de cámara y resulta mucho más apropiado; pero dije, y mantengo, que, sin poner en duda la valía de los alumnos (unos más que otros) del Centre, la introducción de Britten en la programación habitual de Les Arts requiere que se ofrezcan buenas producciones y con buenas y adecuadas voces. La música de Puccini, por ejemplo, entra sin vaselina; la de Britten, al neófito se le puede atragantar más, pero siempre defiendo que un Britten bien interpretado te engancha para siempre.

Bueno, pues después de mis miedos iniciales, he de reconocer que la labor que llevaron ayer a cabo los alumnos del Centre fue espléndida. Hubo cosas mejores y peores, pero, en conjunto, el resultado vocal fue más que digno. Así que bravo por ellos y por quienes les hayan preparado concienzudamente, porque además la asunción de vocalidad y estilo fue magnífica.

Por el contrario, cuando vi que de la dirección escénica se encargaría el intendente multiusos Davide Livermore, pensé que su habilidad e ingenio y la potente base del libreto nos conducirían a una producción impactante. Y, en mi humilde opinión, no fue así. Me decepcionó bastante.

Esta nueva producción de Les Arts se mueve, como desgraciadamente viene siendo habitual, muy condicionada por las limitaciones económicas de la casa, de las que Livermore siempre ha sabido extraer oro puro. Ayer también ofreció cosas interesantes y visualmente atractivas, pero no acabó de redondear la faena ante un material que pienso que daba mucho más juego.

La escenografía es mínima, apenas unos elementos de mobiliario, un espejo que simboliza el lago (con reflejos molestos para el espectador, por cierto, otra vez más) y el resto de la acción será enmarcado por unas enormes paredes móviles que irán creando los diferentes ambientes y, sobre todo, simbolizando de forma efectiva la creciente presión psicológica que irán sufriendo los protagonistas. La inquietud de la vida en esa casa se enfatizará a través de atractivos juegos de luces y sombras que añaden un punto turbador y expresionista. Creo que todas estas ideas funcionan bien, pero después de las primeras escenas todo se vuelve repetitivo y poco original. Ese parpadeo de la luz de la lámpara, por ejemplo, al principio contribuye a desasosegar al espectador, pero acaba mareándole.

Los efectos con la vela, las cartas o el vaso son interesantes. Que los fantasmas aparezcan en la pared, cantando detrás de ella, funciona visualmente bien, pero, sobre todo en el caso del tenor, dificultaba su proyección. Las escenas en que se gira el mobiliario y la casa se pone patas arriba, también impactan de inicio, pero luego te dejan padeciendo por si la cantante estará bien amarrada al sillón.

No me gustó en absoluto que en el sugestivo prólogo en el que suena el piano acompañando la voz del narrador, ésta saliera de un televisor, con sonido metálico de grabación y con la gracieta del chisporroteo de las interferencias televisivas. Y luego, ese recurso de que los espectros canten y doblen la voz y gestos los protagonistas para que nos demos cuenta de que no dejan de ser diferentes caras de la misma moneda, ya está bastante manido por el señor Livermore.

En conjunto la producción no funciona mal, presenta puntos de interés y sirve para conducir dramáticamente la acción. Y si valoramos los medios económicos disponibles le otorgaremos más mérito, pero yo me sigo quedando con esa impresión de que me esperaba bastante más.

En el foso, al frente de la, reducida para la ocasión, Orquestra de la Comunitat Valenciana, volvió a situarse el norteamericano Chistopher Franklin, quien ya lo hiciese anteriormente en Juana de Arco en la hoguera, de Honegger, y en Café Kafka, de Francisco Coll.  En ambas ocasiones, especialmente en la primera de ellas, no me convenció nada de nada. Y ayer me volvió a generar las mismas impresiones. Su dirección fue completamente plana y desmanotada, sin prestar atención alguna a los detalles y matices que son tan importantes en una partitura como esta. Abusando del forte, sin administrar la tensión en los crescendos y fallando a la hora de dotar de equilibrio al conjunto orquestal. Por el contrario, se mostró muy atento con la escena, dirigiendo y marcando las entradas a los cantantes y logrando que estos siguiesen a la orquesta en los momentos más complicados. No sé muy bien qué es lo que han visto en este director para insistir en traerle, pero me preocupa seriamente, después de los resultados de ayer, lo que pueda perpetrar el año que viene con una ópera de enorme envergadura y exigencia como es Peter Grimes.

Que la dirección no acabase de estar a la altura no resta mérito al virtuosismo exhibido por todos y cada uno de los músicos que ayer ocupaban el foso, ofreciendo una vez más unas prestaciones excelentes. Sería injusto destacar a nadie en particular porque todos se mostraron al mejor nivel: celesta, piano, arpa, violines, viola, chelo, contrabajo, flauta, clarinete, oboe, fagot, trompa y percusión. Todos brillaron ante una partitura difícil y en una orquesta de cámara donde cualquier error queda inmediatamente en evidencia. Vaya lujo de músicos seguimos teniendo.

Como decía al principio, mi mayor miedo al inicio no eran los fantasmas de Quint y Jessel, sino el rendimiento que pudiesen dar los alumnos del Centre. He de reconocer que ese miedo se disipó bastante en cuanto se anunciaron oficialmente los nombres de Karen Gardeazabal y Nozomi Kato, posiblemente las dos mejores voces que ha dado el Centre en los últimos años, para los papeles de Institutriz y Mrs. Grose; pero, aún así, hay que felicitar a todos los cantantes que intervinieron ayer por los buenos resultados obtenidos.

El papel de La institutriz no es precisamente una perita en dulce, resulta muy complicado de cantar y de interpretar, y ayer Karen Gardeazábal estuvo a la altura en ambas facetas, ofreciendo una entrega absoluta. Es verdad que quizás se echó de menos esa madurez requerida para saber crear y administrar, vocal y escénicamente, la evolución psicológica que requiere este personaje; pero en cualquier caso lo cantó fantásticamente bien, con ese instrumento poderoso, compacto y de bello color que posee, con una dicción muy buena, un fraseo claro y expresivo y con un arrojo dramático imponente. Además, tratándose de una función de alumnos del Centre no toca cebarse en la faceta negativa, sino alabar lo positivo que se escuchó anoche, que no fue poco. Esta mujer, aunque nos pese, debería ir pensando en volar más allá del Centre Plácido Domingo y encarar una carrera que le está pidiendo a gritos retos mayores.

Muy notable también fue la señora Grose que nos brindó Nozomi Kato, quien ya nos conquistase el año pasado en otro Britten, con su papel de Hermia en A midsummer night’s dream. La cantante japonesa dio adecuada réplica vocal e interpretativa a Gardeazabal y los dúos entre las dos jóvenes intérpretes del Centre fueron de una alta intensidad emocional.

También me sorprendieron muy gratamente la Miss Jessel que compuso Marianna Mappa, así como la Flora de Giorgia Rotolo. Menos me convenció Andrés Sulbarán en el difícil rol de Peter Quint. Tuvo alguna desafinación y le faltó algo de brillo e incisividad, pero, como digo, el papel es muy complicado y se observó un notable esfuerzo por ajustarse al estilo, lo cual es de agradecer.

Posiblemente el triunfador de la noche fuese el joven del Trinity School Croydon, William Hardy, un Miles espléndido… con lo difícil que es encontrar una voz blanca adecuada al personaje y que además esté a la altura interpretativa que el rol demanda. Ni un reparo se puede hacer a su labor como actor, con un repertorio gestual tan sutil como eficaz que transmitía sus emociones de forma perfecta. Con un rendimiento vocal francamente bueno, siguiendo sin despistes a la orquesta y dotando de expresividad al canto, poniendo así la guinda a una actuación sobresaliente. Si hubiera que poner algún reparo, aunque no es culpa suya, es que el muchacho ha pegado ya el estirón y se le veía grandote para lo infantil del personaje.

La sala del Teatre Martin i Soler presentaba un buen aspecto cercano al lleno, con notable presencia de personal foráneo. Para lo que suele ser habitual en este tipo de representaciones no hubo apenas más que un par de deserciones durante la función y en los momentos en que la música se relajaba se percibía un silencio bastante sintomático de que el público estaba metido de lleno en la historia. Los aplausos fueron generosos para todos, incluido Livermore y su equipo escénico, aunque Gardeazabal, el muchachote Hardy y la orquesta fueron los que concitaron el mayor entusiasmo.

En definitiva, una noche con Britten de rechupete, mucho más satisfactoria de lo que de entrada me esperaba. Aún quedan dos funciones, mañana domingo y el sábado 10, con entradas de 25 euros. Sinceramente pienso que vale la pena acercarse a esta obra maestra. Yo repetiré.