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miércoles, 13 de enero de 2016

"SAMSON ET DALILA" (Camille Saint-Saëns) - Palau de les Arts - 12/01/16

Cuando el año pasado se anunció el contenido de la presente temporada operística en el Palau de les Arts, el espectáculo que mayor interés me suscitaba era la ópera Sansón y Dalila, de Camille Saint-Saëns, una obra por la que siempre he sentido debilidad y que, además, se presentaba con los alicientes añadidos de la presencia de Gregory Kunde como Sansón, la dirección musical de Roberto Abbado, en su primera ópera tras ser nombrado codirector titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, y una puesta en escena de Carlus Padrissa y La Fura dels Baus que, al menos, parecía asegurar un interesante espectáculo visual.

Tras lo visto y oído anoche, y antes de empezar a repartir estopa, he de decir que yo me lo pasé muy bien, aunque los resultados fuesen menos satisfactorios de lo que esperaba.

La dirección escénica de Carlus Padrissa y La Fura dels Baus, de quienes ya hemos tenido la oportunidad de ver en este teatro su trabajo en la magnífica y exitosa tetralogía wagneriana de El Anillo del Nibelungo, y su más discutida propuesta para Les Troyens de Berlioz en 2009, ha contado en esta ocasión también con la intervención directa de la coreógrafa Zamira Pasceri, en una producción que fue estrenada en la Ópera de Roma en el año 2013.

La primera impresión que me causó es la de ser una Fura low cost, de trapillo. Un poco las cosas de siempre, pero con menor presupuesto. La escenografía no es que sea minimalista, es ninguna. Apenas unos mandalas que igual servirán de flores que para conformar las columnas del templo. Lo cual no tiene por qué estar mal pues se compensa con proyecciones y juegos de luces; pero ese vacío escénico pienso que afectó negativamente a las voces, haciendo que, cuando se encontraban más allá de la primera línea del escenario, sin un apoyo escenográfico que las recogiese y proyectase hacia la sala, tendían a dispersarse en la caja escénica y quedaban tapadas por la orquesta.

Por otra parte, la oscuridad, una vez más, fue protagonista. De verdad que no pido que aquello esté como un quirófano, pero tanta tiniebla, acaba por hartar; sobre todo si le pones al coro un pequeño foco en la frente, con muy buena idea conceptual (para representar la guía que precisa el pueblo oprimido), pero que en la platea, en contraste con tanta oscuridad, molesta. Y no digamos cuando al principio del tercer acto, con la música ya sonando, aparecen correteando por la platea unos fureros con linternas deslumbrando con toda su mala leche al respetable. Como ocurrencia teatral puede ser aceptable, pero estamos en una ópera, donde tiene que haber teatro pero al servicio de la música y las voces, y esos linternazos molestan a la gente y el ruido que hacen corriendo por los pasillos, más.

Es el problema de traspasar “la cuarta pared”. Ese es el espacio del público. Hay quien no lo tolera en absoluto, y, en cualquier caso, en una ópera hay que ser muy cuidadoso para que esa violación de las reglas no afecte al espectáculo musical que es lo principal. En el primer acto hubo otro de estos momentos, con la ubicación del maravilloso coro de ancianos hebreos bajo la platea alta. Aquí el efecto acústico me pareció muy conseguido, pero al mismo tiempo se ubicó en la platea, en la nuca de Abbado, al Viejo hebreo (que parecía más bien salido de Turandot) cantando, produciéndose una descompensación no deseada entre orquesta y voz.

Las proyecciones tienen mucho de déjà vu. Esos primeros planos en blanco y negro o las ramificaciones en rojo en la escena de la seducción, están más vistos que los capítulos de Verano Azul, y el resto de proyecciones aporta realmente poco a la trama, aunque es verdad que se dota de cierto atractivo visual a la propuesta.

El vestuario de Chu Uroz posiblemente sea algo menos horroroso de lo que es costumbre, a excepción de la patética conversión de Sansón en un ridículo Hulk de gomaespuma, lo que hacía complicado tomarse en serio al personaje. Todo el vestuario juega con el blanco y el negro, representando la dualidad y los conflictos internos. El único toque de color es el amarillo de las tarjetas de crédito oro que lleva Dalila colgando. ¿Por qué van los hebreos con códigos de barras y los filisteos con códigos QR?, pues vaya usted a saber. Como tampoco conseguí adivinar el sentido del cinturón de explosivos del Viejo hebreo, o de tantos otros detalles, como la rampa-tobongancito o esas absurdas maquinarias propias del universo de los forgendros de Forges.

Como siempre me ocurre con las producciones de La Fura, echo de menos un mayor trabajo de actores con los personajes principales, una dramaturgia que sustente los caracteres de los protagonistas, más allá de disfrazarles y envolverles de proyecciones.

Pienso que la propuesta no carece de ideas. Lo que le falta es claridad, explicación o facilidad para ser comprendidas por los que somos más bien ceporros. Algunas de las que pillé me resultaron interesantes, como el juego de cuerdas opresoras en los judíos y destinadas al placer en los filisteos, o la resolución de la escena final. Me pareció que funcionaba bien la danza de las filisteas y posterior escena de entrada de Dalila. Y me gustó el que posiblemente vaya a ser uno de los pasajes más criticados por algunos, la bacanal, con escenas de bondage y sacrificios incluidos.

Leyendo lo que llevo escrito y recordando que yo fui uno de los “puristas afrancesados” (Helga dixit) que abucheó a La Fura en Les Troyens, lo lógico es que penséis que fui uno de los que abucheó ayer a los responsables escénicos. Pues no. Les aplaudí. ¿Por qué?... aún lo estoy pensando; pero creo que por tres cosas fundamentales. Una fue ver a lo más rancio del patio de butacas abuchear a La Fura por raros. Yo siempre preferiré una producción fallida pero arriesgada y con ideas, que una repetición de moldes viejunos que no cuente nada. Otra, porque realmente, pese a todo, yo me lo pasé bien y nada me llegó a enfadar tanto como el día de Troyens. Y tercera y principal, porque creo que la producción hay que valorarla teniendo en cuenta el esfuerzo y la capacidad de respuesta que se ha tenido ante el accidente sufrido en los ensayos por Gregory Kunde, y el resultado de readaptación pienso que es positivo y muy meritorio, optando por mostrarle colgado en el primer acto, en alusión a la cercanía a Dios del personaje, y posteriormente en una plataforma deslizante, en la que incluso salió a saludar. En este apartado merece una mención muy especial el excepcional, y siempre en la sombra, equipo técnico de trabajadores de este teatro que ha hecho posible culminar esa reorientación de la puesta en escena.

Bueno, voy ya a lo musical que como me siga extendiendo van a hacer una ópera con esta crónica… O un auto de fe.

El director titular Roberto Abbado pisaba por primera vez el foso de la sala principal tras su nombramiento. Su estupenda labor en la Sinfonía Fantástica y Lélio que se ofrecieron en noviembre, puso de manifiesto un cada vez mayor acople con la Orquestra de la Comunitat Valenciana y un cierto control del repertorio francés. Anoche la dirección de Abbado presentó mayores problemas.

Personalmente, considero que el comienzo de esta ópera, con esa cuerda grave sobrecogedora y la subsiguiente intervención del coro, es uno de los momentos más emocionantes del repertorio operístico. Y ayer no funcionó. Pienso que el tempo impuesto por Abbado fue demasiado rápido. Yo lo hubiese preferido más reposado y detallista, dándole más realce a los extraordinarios contrabajos y violonchelos de la orquesta y más acorde al carácter grave de la plegaria, pero bueno, eso, al fin y al cabo, no es más que una opinión personal. Lo que no admite discusión es que en ese arranque de la obra hubo serios desajustes en el foso y de éste con el coro, como también ocurrió con el coro final. Y el equilibrio entre secciones, principalmente con los metales, no fue siempre el deseado.

Por el contrario, en los instantes más líricos, especialmente en las arias de Dalila, los tiempos se ralentizaron, en algún momento casi en exceso, pero se pudo paladear la belleza de la partitura con una orquesta pletórica, de la que, en general en todo el segundo acto, Abbado consiguió extraer todo el colorido y riqueza que atesora la página, con inteligente manejo de las dinámicas y unas maderas y arpa en estado de gracia. Y espectacular me resultó también la Bacanal, aunque saltasen todos los medidores de decibelios desde Les Arts a Albacete capital.

Pienso que no hay motivos de alarma, estoy convencido de que en las próximas representaciones se conseguirá un mayor ajuste, y aunque da la impresión de que Abbado todavía no consigue domar la orquesta completamente, sólo es cuestión de tiempo… espero.

El coro juega también en esta ópera un papel fundamental, es un personaje clave, tanto representando al pueblo hebreo como a los filisteos, y ha saber adaptar su canto y su interpretación a las diferentes exigencias del libreto. El Cor de la Generalitat es una garantía. Y ya no es que lo diga yo, está reconocido por cualquier persona con orejas que trabaja o disfruta con ellos (bueno, menos Rosa Solà y un Dj sordo de Guanajuato). Anoche volvió a estar al mejor nivel, pese a los desajustes que ya he comentado, sobre todo al comienzo, donde tuvo también influencia la dirección musical. El coro de ancianos hebreos fue sobrecogedor, deliciosa la salida de las doncellas filisteas, magnífico el coro interno del tercer acto y su rendimiento escénico y vocal en la Bacanal y en la escena final, insuperable.

Es un auténtico lujo que el tenor norteamericano Gregory Kunde, se haya convertido en cantante habitual de las temporadas de Les Arts. Y en esta ocasión tenemos que congratularnos especialmente de su debut como Sansón, ya que en uno de los ensayos se lesionó gravemente en una pierna, sin poder apoyar el pie, motivo suficiente para que cualquier cantante hubiese cancelado su participación en una ópera tan exigente como ésta. Pero su profesionalidad y la capacidad de reacción de la dirección escénica, nos han permitido disfrutar de un Sansón de primera categoría.

Es verdad que quizás no cubra adecuadamente la voz en todo el registro, que los agudos más exigentes necesiten más apoyo y apunten un cierto vibrato, pero este señor de 61 años le sigue dando sopas con honda a la mayoría del escalafón tenoril, sabiendo mostrar, pese las exigencias escénicas fruto de su lesión y de las ocurrencias fureras, todo el carácter heroico del personaje, con garra e ímpetu y con algunos agudos que eran cañonazos brillantes. También ofreció la faceta más lírica en el segundo acto, con pasión y más credibilidad que su acompañante en escena. Y en el tercer acto derrochó expresividad.

La mezzosoprano armenia Varduhi Abrahamyan, debutaba también este papel en nuestro teatro, donde igualmente se está convirtiendo en una habitual, habiendo interpretado recientemente los roles de Adalgisa en Norma y Fenena en Nabucco. Precisamente por haberla escuchado ya con anterioridad, hace tiempo que dije que no me parecía una voz idónea para Dalila. Y, tras la función de anoche lo sigo pensando, aunque sé que discrepo de la mayoría. Lo siento, no es cabezonería, creo que tiene el color, pero no el registro ni el carácter. Tiene una preciosa voz oscura, pero no graves de peso. Su timbre resulta enormemente atractivo en la zona central, pero yo la encuentro excesivamente lírica, y corta, tanto en el agudo como en el grave, donde en cuanto entraba en terreno más exigente cambiaba el color. Y, sobre todo, con carencias expresivas demasiado relevantes para un papel que, especialmente en el acto segundo, debe ser un derroche de magia y seducción vocal.

No se puede decir que estuviese mal, en absoluto. Reconozco el esfuerzo y el mérito de debutar el papel y hacerlo con gran corrección, y eso merece mi aplauso. En “Mon coeur s’ouvre a ta voix” sabía que tenía su gran momento y lo aprovechó, ofreciendo las mejores prestaciones de toda la velada, pero tanto ahí como en otros instantes líricos eché de menos más matices, regulaciones, expresividad en un fraseo que, siendo correcto, me resultó deslucido y frío. También mostró notorios problemas puntuales de afinación y en la escena final del primer acto con Sansón y el Viejo hebreo quedó inaudible.

El papel de Sumo Sacerdote se ha encomendado al barítono francés André Heyboer, a quien pudimos escuchar en una breve intervención en Lélio, de Berlioz, el pasado mes de noviembre en el Auditori. En aquella ocasión me pareció un barítono mediocre tirando a malo, pero la verdad es que, sin ser tampoco el hombre Gérard Souzay, ayer llevó a cabo una muy meritoria labor, destacando por dicción y adecuación al estilo.

Gran corrección hubo también en el resto de papeles menores, destacando el buen Abimélech de Alejandro López y, sobre todo, Jihoon Kim como Viejo hebreo.

La sala presentaba ayer más huecos que en anteriores estrenos. La ópera es menos conocida y, lamentablemente, a la gente parece que le cueste abrirse a escuchar cosas más allá de los Mozart, Verdi o Puccini básicos. No quiero ni pensar cuando llegue Britten… Se dejó ver, sonriente y amable como siempre, el conseller de cultura, Vicent Marzá. Fueron muy aplaudidos coro, orquesta y la pareja protagonista, mientras que la dirección escénica, como he comentado, cosechó división de opiniones, con, casi a partes iguales, aplausos y protestas, entre las que destacaban tímidos abucheos de algunas señoras de bien y mucha laca que se notaba que no estaban muy acostumbradas a armar bulla más allá del ruido de desenvolver y chupetear sus caramelitos o los comentarios al sonotone del marido.

Yo confiaba en una función redonda y no salió todo como pensaba, pero creo que la cosa irá mejorando los sucesivos días; y, en cualquier caso, recomiendo a todo el mundo que acuda a disfrutar de un gran espectáculo con una obra que tiene momentos bellísimos.

No quiero finalizar sin hacer una referencia al anuncio que se ha hecho recientemente de que Plácido Domingo celebrará su cumpleaños en Les Arts ocupando el podio de la orquesta el día anterior, 20 de enero, en sustitución de Roberto Abbado. Vaya por delante que ignoro cuáles son las motivaciones reales que han llevado a Les Arts a tomar esa decisión, pero, tal y como se ha vendido en prensa, todo apunta a que haya sido una concesión al capricho del señor Domingo. Y si es así, me parece impresentable.

Antes de que aparezca el tonto de turno a decir que viene a sacarnos la pasta, ya digo que estoy convencido de que esto no lo hace por dinero, en absoluto. Plácido Domingo es una figura que merece todo el respeto y reconocimiento por su carrera y por el apoyo que siempre ha dado y sigue ofreciendo a nuestro teatro de ópera. Hagámosle un concierto o gala de homenaje y que acuda el que lo desee, o démosle un videojuego de dirección para la Wii o hasta una tarjeta regalo de El Corte Inglés y que se compre lo que quiera; pero la decisión de que dirija el día 20 me parece una falta de respeto para el director titular, Roberto Abbado; para los músicos y cantantes que no tendrán tiempo de ensayar con él (tiene anunciados conciertos en Moscú y Dublín los días 14 y 17 de enero); y para el público que tenga su abono ese día o haya adquirido entrada para esa función. Porque, no nos engañemos, sin necesidad de llamar a Rappel, es fácil prever que la calidad del espectáculo mermará y a los músicos no les aportará nada. Domingo no es Barenboim, Muti o Thielemann, es un director muy mediocre, e igual que habrá mitómanos que irán a verle y le aplaudirán hasta cuando se seca el sudor, debería de permitirse la devolución del importe de la entrada a quienes se hayan visto sorprendidos con el regalo de cumpleaños y deseen cambiar su localidad para otra función.

Es cierto que la profesionalidad y valía de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y del Cor de la Generalitat, posiblemente hagan menos estrepitosa la charlotá del día 20 y aunque allí esté el venerable maestro Domingo moviendo la batuta, ellos lleven el piloto automático de lo ensayado con Abbado. Pero eso no son formas.

Así que, ya puestos, yo propongo un homenaje a quien realmente lo merece, que son nuestra orquesta y coro. Programen una función sin director en el foso. Lo digo muy en serio. No saldrá la cosa peor.


sábado, 2 de mayo de 2015

"NABUCCO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 30/04/15

El jueves se produjo el estreno de la última ópera de la temporada en la sala principal del Palau de les Arts. Aún queda el Narciso de Scarlatti que se subirá al escenario de la sala Martin i Soler el próximo día 22, pero con Nabuccofinaliza oficialmente la más corta y convulsa temporada del teatro de ópera valenciano hasta la fecha.

De la próxima nada se sabe oficialmente. Todas las buenas palabras del nuevo Intendente, Davide Livermore, asegurando que este año se iba a anunciar la programación a finales de marzo o primeros de abril, ha quedado en una nueva tomadura de pelo de Les Arts. Ya estamos en mayo y únicamente se han lanzado rumores de títulos, pero sin concretar fechas, lo que hace que, ni público, ni músicos, ni coro, puedan programar sus agendas para el ejercicio próximo. Y, lo que es peor, dadas las fechas en las que nos encontramos, con unas elecciones a la vuelta de la esquina, en las que se auguran aires de renovación, o se anuncia rápidamente la programación o me temo que llegaremos de nuevo a verano sin saber nada y con demasiadas incertidumbres sobre el futuro.

Esas próximas elecciones también puede que sean el motivo de que ayer en Les Arts no se viese a ningún político valenciano de primera línea, más allá del imputado y dimisionario vicealcalde Alfonso Grau. Eso no es malo. Estuvimos todos más a gusto y olía mejor el patio de butacas, pero deja de manifiesto que el interés por la cultura operística de los políticos valencianos es nulo.

La producción presentada de Nabucco, originaria de la Bayerische Staatsoper, cuenta con la dirección escénica del griego Yannis Kokkos. Hubo quien asistió al ensayo general y me había comentado que era de las peores cosas que había visto en Les Arts, así que iba francamente atemorizado frente a lo que me podría encontrar. Y lo cierto es que a mí no me desagradó, pese a algunos reproches que se le pueden hacer.

De Kokkosyo conocía su buen trabajo en ese Les Troyens referencial del Châtelet parisino, con Antonacci, Kunde y Graham. Y por esa línea van los tiros de este Nabucco. Una propuesta atemporal, con los judíos vestidos de negro y los babilonios de azul oscuro con cascos y metralletas (por cierto, merece especial castigo y tortura las horrorosas pelucas azules de las mujeres babilonias).

La escenografía está limitada a seis cubos dorados y una escalinata para el templo de Salomón y un gran cubo para el palacio de Babilonia. Paneles móviles y poco más. Tan sólo hay un gran cambio escénico para la ejecución del celebérrimo Va pensiero, donde el coro, representando al pueblo judío, se sitúa tras una gigantesca alambrada, en una nada original alusión a los campos de concentración. Quizás una referencia al muro que aísla Cisjordania de Israel, señalando a los palestinos como nuevos oprimidos, hubiese sido una apuesta más valiente, pero líbreme Alá de dar lecciones a los registas.

La propuesta es oscura, con estudiados juegos de luces. Las alusiones al Dios judío son subrayadas por unos fogonazos de luz sobre la platea muy molestos para los espectadores, aunque efectivos para transmitir el poder de Jehová (siempre que digo Jehová no puedo evitar acordarme de “qué bueno está el bacalao, por Jehová”, de La vida de Brian). Por su parte, la entrada de Nabucodonosora caballo en el templo de Salomón es sustituida por una aparición en una plataforma móvil envuelta en una inmensa nube de humo, propia de Lluvia de Estrellas, aunque en este caso Dimitri Platanias no se convierta en Renato Bruson.

La dirección de actores no presenta tampoco novedades ni se denota en ella un trabajo especialmente exhaustivo. En resumen, nos encontramos con una labor de dirección escénica que no resulta rompedora ni aporta nada nuevo, manteniéndose en una concepción básicamente clásica, pese a los anacronismos que dotan de atemporalidad a la propuesta; pero el conjunto a mí me resulta positivo y adecuado para el desarrollo de la historia.

A mi juicio, lo peor del trabajo escénico estriba en las largas interrupciones entre los cuadros de las diferentes partes o actos. Esas paradas a telón bajado hacen decaer completamente la tensión dramática y lastran negativamente una propuesta que, por lo demás, no está mal.

En el foso de la sala principal de Les Arts tomaba la batuta por primera vez el director italiano Nicola Luisotti, quien ya había estado al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en Mefistófeles, de Boito, hace cuatro años, pero en el infecto Auditori.

El trabajo de Luisotti me pareció notable. La obertura fue electrizante, combinando momentos de reposado lirismo, deleitándose casi en el alargamiento de los compases, con otros llenos de garra, viveza, fuerza y expresividad, sometiendo a la orquesta a un esfuerzo mayúsculo. Tanta fue la fuerza y el ímpetu en la dirección, que antes del descanso ya había salido una batuta quebrada volando, cayendo en el regazo de mi amigo Nibelungo.

Esa combinación de tempi reposados y enérgicos, siguió a lo largo de la función, llegando en algún momento a dar la impresión de arbitrariedad en su elección; aunque lo importante es que la tensión se mantenía y las emociones se subrayaban adecuadamente. Yo le reprocharía quizás, como a tantas otras batutas que han pasado por este foso, la tendencia a despacharse con decibelios a cascoporro, llegando a tapar a las voces más de una vez, y eso que alguna de ellas estaba sobrada de volumen. Se ve que se encuentran a los mandos de este Ferrari que es la orquesta de Les Arts y no pueden evitar apretar el pedal a fondo para hacerla brillar en toda su intensidad. Y esto desde luego se logró, la orquesta brilló en plenitud, con unos sonidos extraordinarios. Incluso hasta en el “momento banda de pueblo” de la marcha fúnebre, donde la banda interna sonó estupendamente bien.

Entre los músicos debe destacarse la magistral exhibición de la que volvió a hacer gala Álvaro Octavio a la flauta. Algunos piensan que exagero o que es amiguete mío y por eso siempre le destaco, pero lo hago porque realmente cuando él toca la flauta en el foso, se nota para bien. También es de justicia reseñar las extraordinarias intervenciones de Rafal Jezierski con el violoncello, así como a las arpistas y a Ana Rivera con lo que me pareció ser un corno inglés.

También hay quien me cuestiona porque siempre digo que el Cor de la Generalitat ha estado muy bien. Pues nada, irse preparando a repetirlo, porque en este Nabucco, donde el coro tiene un papel protagonista, esta agrupación ofrece su mejor cara y se me queda corto cualquier adjetivo que pueda buscar para alabar su fabuloso rendimiento en el estreno. Es verdad que al comienzo hubo algunos desajustes en las primeras intervenciones e incluso demasiada tensión y alguna destemplanza en las voces graves masculinas, pero a lo largo de la velada fue yendo todo a mejor, hasta alcanzar la excelencia.

Es de reconocer el enorme mérito que tuvo responder a las exigencias de la casi permanente presencia en escena, ahora de judíos, ahora de babilonios; así como aguantar los embates decibélicos de Luisotti, pese a que, al fin, parece que hubo refuerzos masculinos. Posiblemente, esa exigencia de volumen impuesta por la dirección musical vuelva a dar pie a la injustificada crítica de esas, cuya sordera o ignorancia, les lleva a empeñarse en afirmar que este coro sólo sabe cantar en forte. Porque desde luego se empleó el forte, y mucho, pero con una calidad mayúscula. Y únicamente la estulticia o la mala fe pueden justificar una crítica negativa al trabajo del Cor de la Generalitat en Nabucco. Todo el público esperaba la llegada del Va pensiero y, pese a la ocurrencia escénica de meter al coro tras una verja y retirados de la boca del escenario, no quedamos defraudados. Creo que es complicado cantarlo mejor y solamente por escuchar la eterna nota final mantenida en diminuendo vale la pena chuparse los siete Nabucco. Por cierto, aprovecho para pedir a los espectadores de próximas funciones que hagan como en el estreno, y no se apresuren en aplaudir al coro para disfrutar de esa maravillosa nota hasta su extinción.

Mientras esperamos a ver si finalmente se confirma que el veterano Leo Nucci acude a protagonizar las tres últimas funciones (días 10, 12 y 14 de mayo), el papel de Nabucco fue asumido ayer por el barítono griego Dimitri Platanias. De entrada, Platanias, pobrecico mío, tiene más aspecto de tractorista que de rey de Babilonia y, aunque tampoco hubo caballo en su entrada en el templo, nadie se hubiera extrañado de verle irrumpir en escena en una mula mecánica. El hombre tiene un importante exceso de peso que le dificulta su movimiento escénico y le coloca en ocasiones al límite del colapso. Daba penica verle congestionado y sudando más que Catalá en un examen de cultura general. Pero en lo vocal, que es lo fundamental, estuvo más que correcto.

A mí me fue gustando más conforme avanzaba la representación. Al principio me desagradaba un poco una emisión un tanto forzada y tosca, así como su poco tacto para el matiz, pero tanto en el dúo con Abigaille del tercer acto como en su aria, estuvo francamente bien, permitiéndose incluso alguna regulación, aunque sonase más a cantar bajito que a media voz pura, destacando sus acentos de puro sabor verdiano. Porque es que, si algo realmente destacaría de Platanias, es que al escucharle se escuchaba el sonido y los acentos del barítono verdiano.

Lo mejor de la noche junto con el Cor de la Generalitat, a mi juicio, fue la espectacular Abigaille que ofreció la italiana Anna Pirozzi, una soprano de la que no tenía referencia alguna, pero a la que habré de seguir la pista. Tiene la Pirozzi una apariencia que impone, por envergadura. Como imponente resulta también su enorme voz con tintes de spinto. Tiene densidad y cuerpo en la zona central y grave y se maneja con insultante poderío por la parte alta de la tesitura, clavando unos agudos y sobreagudos impactantes, aunque el del final del dúo lo chilló sin paliativos.

Pero, ¿qué Abigaille no chilla y se descompone ante semejante papel infernal? Siempre me ha llamado la atención que Giuseppina Strepponi pudiese acabar enamorándose de Verdi después de haberle hecho éste pasar por la tortura de cantar el personaje. Los diabólicos saltos interválicos escritos por el de Busseto, fueron ejecutados por Pirozzi con una solvencia magnífica. Bajadas al grave y subidas al agudo en una montaña rusa sin tregua que Pirozzi supo domar con maestría y belleza canora. Además, mostro una amplia gama de matices, con unas regulaciones bellísimas y algún ataque en piano sobresaliente. En la coloratura estuvo más justa, pero, en cualquier caso, estamos ante una espléndida Abigaille, sin duda alguna.

Más decepcionante fue el Zaccaria de Serguéi Artamonov a quien tuvimos la ocasión de escuchar muy recientemente en el Oroveso de Norma. Le faltó contundencia vocal en los graves que sonaron en demasiadas ocasiones eructados, y mostró tiranteces en las subidas al agudo.

Varduhi Abrahamyan, reciente Adalgisa en Norma, volvió a encantar al público, como Fenena, con su bello timbre, llevando a cabo una buena actuación pese a su plana expresividad.

Mucho menos me gustó el Ismaele de Brian Jadge. Sonidos abiertos, destemplanzas y problemas de afinación lastraron sus intervenciones, presentando también más limitaciones en su comportamiento dramático y escénico que un actor de teleserie española.

Muy correctos el Abdallo de David Fruci y, sobre todo, la Annade Hyekyung Choi. No me gustó nada Shi Zong como Sumo Sacerdote, totalmente irrelevante y con una emisión que parecía provenir del mismo ojete. Quiero pensar que estos tres cantantes serán alumnos del Centre de Perfeccionament, aunque no aparezca así reseñado en la web de Les Arts.

El recinto de la sala principal presentaba un aspecto magnífico, con muy pocos huecos, y es que este Nabucco parece que va a ser lo más vendido de la temporada. El público estuvo bastante frío, no lanzándose a aplaudir con entusiasmo más que el Va pensiero y al finalizar la representación, donde fueron todos los intérpretes muy ovacionados, destacando, con justicia, los bravos al coro y a Anna Pirozzi. La dirección escénica fue acogida con tibios aplausos.

De nuevo me veo en la obligación de denunciar el comportamiento de una de las personas que vigilan las puertas. Una amiga me comentó que en el tercer piso se puso a hablar por el pinganillo a mitad de representación, molestando a los espectadores, y cuando estos le reprocharon su actitud, contestó que estaba solucionando un problema técnico. Vamos a ver, si tienes un problema técnico que comentar, te sales fuera de la sala, y no molestas al público.

Bueno, pues, lamentablemente, esta agitada y breve temporada va llegando a su fin. Sólo nos quedan estas seis últimas funciones de Nabucco, que recomiendo que no os perdáis, y el Narciso que se estrena el 22 de mayo. Este año nos quedamos sin Festival del Mediterrani. No sé si el nuevo Intendente nos obsequiará con algún concierto o recital sorpresa. De momento, la sorpresa que nos está ofreciendo es faltar a su palabra de que anunciaría en marzo la temporada 2015/2016. Seguiremos esperando.


lunes, 9 de marzo de 2015

"NORMA" (Vincenzo Bellini) - Palau de les Arts - 08/03/15

Jornada llena de emociones la de ayer en el Palau de les Arts. Para empezar, se representaba el que, a todas luces, es el plato fuerte de esta temporada operística en Valencia, una de las obras cumbres del género, Norma, de Vincenzo Bellini, con un reparto sumamente atractivo. Y, por otro lado, a media tarde comenzaron a circular distintos rumores acerca del nombramiento del nuevo director musical titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
 
Se sabía que hoy lunes se anunciaría el nombre del sustituto del ya olvidado Omer Meir Wellber, tras demasiado tiempo con la orquesta de la casa sin titular, pero pocos minutos antes de comenzar la representación se empezó a escuchar por los pasillos que el elegido podía ser Fabio Luisi. Poco tiempo después, desde la página de Beckmesser, origen de la errónea información, se rectificaba y se decía que sería Fabio Biondi. Todo tipo de especulaciones corrieron a partir de ese momento. Esta mañana, finalmente, se ha hecho oficial que la titularidad de la dirección musical de Les Arts será compartida por los italianos Roberto Abbado y  Fabio Biondi, con el valenciano Ramón Tébar como primer director invitado.

El tema da para un amplio debate, pero ya habrá tiempo para ello. De momento hay que congratularse de que por fin se despeje la incógnita que estaba manteniendo demasiado en vilo a la orquesta, lo cual sólo podía ir en perjuicio de la misma. Además, después de las imbecilidades reiteradas, lanzadas desde la conselleria de Cultura y su entorno, acerca de la necesidad de que el nuevo director fuese valenciano por decreto de marijose, es de agradecer que se haya optado por criterios más o menos acertados, pero al menos no basados en partidas de nacimiento.

Por otra parte, los nombres de Abbado y Biondi, en principio, llaman a ser optimistas, sobre todo después de ver el sensacional rendimiento del primero junto a la orquesta de Les Arts en el reciente Don Pasquale, y la categoría contrastada del segundo, cuyo trabajo también hemos tenido la oportunidad de disfrutar en el Palau de la Musica varias veces en los últimos años. Lo de Ramón Tébar suena a cuota conselleril, pero no hay duda de que es un director solvente que puede hacer un buen trabajo como principal batuta invitada, si bien Gimeno o Bernàcer también podrían haberlo sido.

Habrá que esperar a ver si nos cuentan cómo se va a organizar esa bicefalia batutera, que es algo que a mí personalmente ya me causa más reparo. Yo soy partidario, a priori, de que haya un solo director titular que pueda marcar carácter a la orquesta y personalidad propia. Y otra cosa que me origina cierta preocupación es que, también a priori, parece que tenemos expertos en repertorio belcantista y barroco, quedando mucho más descuidado el más contemporáneo.

Pero bueno, como decía antes, ya habrá tiempo de comentar esto. Además, recuerdo aquí lo que escribí en mi crónica de Don Pasquale de hace apenas un mes: “Si mañana anunciase el verborreico Livermore que Abbado, ya que está por aquí, se va a quedar de director titular, no sería yo quien protestase”… Pues eso mismo.

Ahora voy a procurar centrarme en la crónica de una noche de ópera que, en términos musicales, fue de un nivel espléndido.

La coproducción del teatro valenciano con el Teatro Real y ABAO-Olbe presentada ayer, cuenta con la dirección escénica del Intendente, director artístico, director del Centre de Perfeccionament, y yo que sé cuántas cosas mas, Davide Livermore, que a este paso va a acabar con más títulos en sus tarjetas que la fallecida Duquesa de Alba, y no me acabó de convencer del todo, aunque el balance general creo que debe valorarse de forma positiva.

He de empezar diciendo que no conozco Juego de Tronos, porque ayer escuché un millón de veces distintas referencias a ello. La estética de este nuevo trabajo de Livermore a mí me recordaba al mundo de El señor de los anillos que es algo que controlo más. La propuesta es muy Livermore, para lo bueno y para lo malo.

Una escenografía casi nula. Apenas unos chirimbolos metálicos que simulan los árboles del bosque y un enorme tronco retorcido, con una escalinata en uno de sus lados, que servía para todo.

El tronco avanzaba y giraba consiguiendo algunos efectos interesantes, pero, a mi juicio, se abusó en exceso de esos giros. Cualquier ocasión era buena para hacer subir a los cantantes al tiovivo, perdiéndose las voces al proyectarse en dirección opuesta a las butacas. Tampoco favorecía la proyección de las voces el hacerles cantar desde lo alto del mamotreto. Y no me pareció nada adecuado que a una señora de edad respetable como Mariella Devia la tuviesen subiendo y bajando escaleras media función, que la verdad ya no se sabía si aquello era Norma de Bellini o Norma Duval.

Me resultó criticable que, nuevamente, se pretenda escenificar una obertura, como si temiesen que los aficionados nos aburramos cuando sólo hay música. Esto además se vio agravado al consistir el presunto divertimento en una panda de danzarines en bolas que no sé si pretendían representar los espíritus del bosque o una manifestación anti abrigos de piel, pero que, desde mi humilde punto de vista, sobraba. Estas son las cosas de tener que amortizar el tener al Ballet de la Generalitat, magnífico por otro lado, pero que debería tener su propio espacio diferenciado o reservarlo para las óperas que llevan ballet, y no ser utilizado para ahorrarse figurantes o para tener que montar bailes en cualquier ocasión, vengan o no a cuento.

Las consabidas proyecciones que inundan los trabajos de Livermore volvieron a estar presentes, casi hasta el empacho, sin que, a diferencia por ejemplo de lo que ocurría en La forza del destino, se aportase apenas nada al devenir dramático y, por el contrario, se rozase el ridículo en algunas ocasiones. Por otro lado, la obsesión de colocar una pantalla entre los cantantes y el patio de butacas para proyectar allí imágenes, llegó a hacerse molesta por excesiva, entorpeciendo la visión.

Claro, y ahora os preguntaréis ¿por qué habla este tío de balance general positivo después de repartir semejante estopa? Pues principalmente porque, como también suele ser habitual en los trabajos de dirección escénica de Livermore, hay una importante labor de dirección de actores y movimiento escénico, lo cual es más meritorio aún en una ópera intimista y de escasa acción, como es el caso de Norma. Cada personaje y miembro del coro estaba perfectamente instruido acerca de sus movimientos y actuación en escena, resultando el conjunto bastante eficaz y potenciándose el sentido dramático del texto.

Entrando ya en el apartado musical, en el foso se colocaba por primera vez al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigiendo una ópera, Gustavo Gimeno, uno de los directores valencianos cuyo nombre había sonado insistentemente como posible candidato a la titularidad de la batuta de Les Arts. Yo he defendido estos días mi opinión acerca de que considero que la orquesta precisa de un director con más carácter y más experimentado en lides operísticas, sin cuestionar en absoluto su valía en el terreno sinfónico. Y, aunque lo sigo manteniendo, desde ayer poco voy a poder criticarle en el campo operístico, al menos por lo demostrado en esta Norma, donde llevó a cabo una labor extraordinaria.

Gimeno demostró, ante todo, oficio. Una claridad en el gesto ejemplar y una atención permanente a la conexión entre foso y escena, que fue impecable. Supo respirar con los cantantes en una ópera tan exigente como esta, marcando todas las entradas y llevando a cabo el que creo que ha sido uno de los trabajos de batuta más cuidadosos con las voces que yo he contemplado en este teatro. Manejó las dinámicas con gran inteligencia y momentos como el concertante final o el prescindible coro Guerra, Guerraestuvieron cargados de tensión dramática. En resumen, una dirección musical sobresaliente.

Entre los solistas, destacaron Magdalena Martínez en la flauta y Tamás Massànyi al clarinete, con una sección de violonchelos al mando de Rafal Jezierski espectacular en el inicio del acto segundo.

El Cor de la Generalitat, una vez más, respondió incluso por encima de las expectativas, contundente el masculino en sus escenas con Oroveso, y delicadísimo y casi celestial el acompañamiento de las voces femeninas en la cavatina Casta diva. En la ya mencionada escena de Guerra, Guerra, se lució demostrando poderío vocal y un empaste magnífico, y, como siempre, destacaron en el apartado dramático. No por repetido deja de ser verdad el lujazo que es contar en el Palau de les Arts con estos cuerpos estables.

Mariella Deviaes una auténtica diosa del belcanto. Soy un devoto admirador suyo y, quizás no sea demasiado objetivo, porque esto es lo que tiene también la pasión operística. Reconozco que no la había escuchado en el papel de Norma que, pese a su larga carrera, ha debutado hace menos de un año, así que iba también con un poco de prevención porque, a priori, no parece el rol que mejor se adapte a su vocalidad y, además, la señora está a punto de cumplir 67 años. Bueno, pues he de decir que me reafirmo en que puede no ser el papel que mejor se adapta a sus características, pero, por Tutatis, vaya lección belcantista nos ofreció la Devia anoche.

La voz ofrece algún pequeño síntoma de desgaste y en los descensos al grave se denotaban apuros y cambios de color, pero ahí pondría yo el punto y final a cualquier crítica que se pretenda hacer de una labor cuyos puntos positivos compensaron, con mucho, cualquier reparo. Su técnica respiratoria y el prodigioso control del fiato le permitieron exhibir un legatoexcelso, elegante hasta el desmayo. La precisión en los ataques, la afinación y la musicalidad infinita que derrochó fueron ejemplares. Si en los pasajes dramáticos percibía más limitaciones, la soprano los compensaba con expresividad a raudales a base de pura técnica canora. Además de eso, su comportamiento escénico fue encomiable, pese a tener que hacer de vedette sube y baja escaleras.

Una gratísima sorpresa fue la Adalgisa que ofreció la mezzosoprano armenia Vaduhi Abrahamyan. Su voz oscura, de bello timbre, grande, se apoderaba de la sala, mostrando gran expresividad, buena dicción y sentido musical. Empastó perfectamente en los dúos con Norma, aunque técnicamente pasó algún apuro en las agilidades.

El Pollionedel tenor norteamericano Russell Thomastambién fue digno de destacarse, con un importante vozarrón que brilló especialmente en los agudos, mostrando voluntad para adornar el canto con algunos matices y recursos expresivos que no acabaron de salir bien del todo. La pena fue una dicción bastante mala y un escaso sentido del legato belcantista, debido sobre todo a una técnica de emisión ruda, a empujones. Yo me preguntaba cómo una mujer tan elegante vocalmente como Norma podía haberse enamorado de este romano tan basto… Aunque igual es que el nombre del personaje no es casualidad.

Tampoco fue un ejemplo de elegancia belcantista el bajo Serguéi Artamonovcomo Oroveso, pero su voz oscura se adaptaba a los requerimientos del personaje. Buenas prestaciones ofreció Cristina Alunno como Clotilde y algo más justito David Fruci, como Flavio, con problemas de proyección; ambos alumnos del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo.

La sala se encontraba ayer más llena que en los últimos estrenos, castigándonos con su presencia en el palco la nefasta consellera María José Catalá, a quien acompañaba el President Fabra, quien por hacerse la foto se tuvo que chupar la ópera enterita. Sus ronquidos no se llegaron a escuchar, posiblemente debido a que serían tapados por el concierto de desaforadas toses que tuvimos que padecer durante toda la noche, con especial intensidad al comienzo del segundo acto.

El público aplaudió y braveó con calidez durante toda la representación los principales momentos, y al finalizar fueron singularmente efusivas las ovaciones dedicadas al terceto protagonista, especialmente a Mariella Devia. También la dirección escénica de Livermorefue acogida con unánime aprobación, así como el trabajo de Gustavo Gimeno al frente de la orquesta y el del Cor de la Generalitat.

A la salida todos los comentarios se centraban en cruzar apuestas acerca de quién sería el designado hoy tras filtrarse el nombre de Biondi. Bueno, pues ya ha habido fumata blanca. Esperemos que este sea el inicio de una vuelta a la normalidad lo más rápida posible que ayude a consolidar la continuidad y calidad de nuestra orquesta. Mimbres hay, ahora hay que saber hacer los cestos.