Mostrando entradas con la etiqueta Traviata. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Traviata. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de diciembre de 2013

PRIMA DE LA SCALA. UNA TRAVIATA SIN VERDI

Día de San Ambrosio. Milán. Prima de La Scala. Todo un clásico que, una vez más, gracias a las retransmisiones vía internet y cines, podemos disfrutar a distancia.

La cita de este año venía cargada de morbo y se presumía que podría ocurrir lo que finalmente ocurrió. Escoger La Traviata como apertura de la temporada operística milanesa para cerrar el año del bicentenario de Verdi en el presunto templo de las esencias verdianas, es una decisión tan oportuna como arriesgada. Si, además, el reparto lo conforman una alemana, un polaco y un serbio, la dirección musical se le encarga a un italiano que ya ha sido protestado por el público scaligero y la puesta en escena a un joven ruso responsable de algunas cuestionadas e innovadoras producciones, la reacción adversa de i loggionisti estaba prácticamente asegurada.

Comenzaré por decir que yo salí muy decepcionado de la sala por los resultados artísticos ofrecidos y triste por la respuesta final del público, que me pareció injusta y desproporcionada, tanto en lo bueno como en lo malo, a excepción del masivo abucheo a la dirección escénica que considero que fue merecidísimo y donde eché en falta incluso algún que otro producto hortofrutícola de temporada en la jeta (dura) del señor Tcherniakov.

Lamentablemente, pienso que ayer en ese teatro abarrotado y con tantos millones de espectadores pendientes de la pantalla, si alguna ausencia sonada hubo fue precisamente de quien más presente debía haber estado, el maestro Giuseppe Verdi. Ni la dirección escénica, ni la musical, ni los cantantes olieron a Verdi ni de lejos, y en algún caso mancillaron deshonrosamente su obra.

Comenzando por lo que debiera ser lo menos importante, pero que ayer resultó trascendente, la dirección escénica de Dmitri Tcherniakov fue una defecación de ganado vacuno de proporciones descomunales. Producciones anteriores del director ruso, como la de La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh, me han parecido magníficas, otras, como su Eugene Onegin me han interesado menos, pero siempre he encontrado ideas, más o menos discutibles, y un exhaustivo trabajo de dirección.

La Traviata de Tcherniakov empezó por desagradarme al constatar que el director no había tenido arrestos de plantear una lectura rompedora, con nuevas ideas. Su propuesta es tremendamente clásica en el fondo, con algún detalle absurdo para que parezca que se ha innovado, pero sin querer ser demasiado transgresor, salvo en puntuales imbecilidades. No hay lectura de fondo, ni concepción dramática, ni idea alguna. Parece un trabajo de encargo sin la más mínima empatía con la obra que se adapta y sin saber lo que se quiere decir.

Que en la segunda escena del segundo acto, la fiesta en casa de Flora, la aparición de los odiados toreros de Madrid y las gitanas se resuelva con el coro estático cantándole a un Alfredo que se encuentra allí presente antes de hora, es la prueba evidente de que aquello le importaba un pimiento a Tcherniakov y éste no tenía idea alguna que aportar.

Pero claro, había que dejar constancia de que se había trabajado mucho con los cantantes, así que el amigo Dmitri decidió que la pareja protagonista no parase un solo instante, pareciendo que les hubiera endosado una docena de red bull y una guindilla de Indonesia en el perineo a cada uno. La hiperactividad sin límite y la sobreactuación caracterizaron los dos primeros actos, llegando a la culminación del ridículo con la aparición del señor Germont, momento en el que Violetta se dedica a preparar el té y a ordenar la cocina, sin hacer ni puñetero caso al hombre ese que le está pidiendo que renuncie al amor de su hijo. Eso sí, de repente a Violetta le da un pronto y, sin saber nadie por qué, le dice que lo hará, sin que, ni escénica ni musicalmente, adquiera coherencia ese instante. El pobre Germont debió llegar a casa con complejo de Mister Celofán, porque su hijo tampoco le hizo ni caso y, mientras él le entonaba el “Di Provenza”, Alfredo se dedicaba a hacer pizza y a trocear (mejor dicho, asesinar) todo tipo de verduras. Toda esa hiperactividad además no aportaba nada, ni contaba nada nuevo, y lo único que hacía era distraer al espectador del canto y la música.

No me gustó tampoco que el personaje de Giuseppe, transmutado en una especie de Locomotoro con sonrisa de retrasado, tuviese que estar presente en medio de la discusión paterno filial; ni que ese papagayo, estético y canoro, que fue ayer la Annina-Pumuky de una patética Mara Zampieri, estuviese también por medio en todo momento.

En el tercer acto la aberración de Tcherniakov alcanza su clímax y, como se debió de dar cuenta de que aquello estaba quedando más clásico que una película de John Ford, se lanzó a perpetrar incoherentes majaderías sin límite, como hacer que Violetta se atiborre de pastillas y alcohol o que Alfredo llegue con una caja de ridículos merengues (que, por un instante, crearon en mí la vana esperanza de que surgiese por fin la genialidad y La Traviata finalizase con una guerra de tartazos digna de Charlot, pero no…). Ignoro qué nos quiso contar al final Tcherniakov, si es que quiso contar algo, y, lo que es peor, me importa un comino.

La escenografía resultó muy vistosa, pero me temo que en directo contribuiría de forma decisiva a que las voces se proyectasen con dificultad en el teatro.

El horroroso vestuario merecería un post en exclusiva, aunque creo que ya he dedicado demasiado tiempo a las heces mentales de Dmitri y sus secuaces. Sólo diré que tendrán suerte si Diana Damrau no les ha presentado ya una demanda por atentar a su honor y dignidad. Fue inevitable, viéndola ayer, no acordarme de Conchita Márquez Piquer

Con esos mimbres escénicos muy bien tenían que conjugarse todos los factores musicales para que el resultado final no fuese negativo. Y tampoco hubo suerte. Desde mi punto de vista, Daniele Gatti se equivocó. Su dirección me pareció tremendamente irregular, incoherente y completamente ausente de acentos verdianos. Los tempi vivos, pero sin vida, llegaron a ser charlotescos por momentos, combinándose con súbitas ralentizaciones, sin que ni unos ni otras contribuyeran a reforzar una tensión que permanentemente tendía a decaer y hacía dormirse al más pintado. El concertante final del segundo acto fue un cúmulo de despropósitos y en la entrada de Violetta en esa misma escena, hubo un apagón en el escenario, no sé si voluntario, y las voces callaron mientras la orquesta seguía tocando sin que nadie tomase las riendas de la situación.

Pienso que la dirección de Daniele Gatti, que tanto me gustó en su Parsifal, fue arriesgada pero muy desafortunada, y, sobre todo, alejada del espíritu de Verdi por mucho que se hablase de la recuperación de versiones originales y pamemas por el estilo. Si no eres capaz de transmitir el acento y sonido de Verdi, lo demás es secundario. Y si permites o induces a los cantantes a interpretar fuera de estilo, eres responsable del fiasco final. Así se lo hizo saber una sonora parte del teatro con un abucheo final quizás demasiado riguroso.

Diana Damrau, por el contrario, tuvo un éxito incontestable y unánime (o casi unánime, pues en sus últimos saludos pareció escucharse alguna voz discordante). A mí me gustó mucho su tercer acto, donde ofreció lo mejor de su Violetta, con una intensidad interpretativa y expresiva de alto voltaje, logrando que la emoción recorriese la sala en plenitud. Su ”Addio del passato” fue excelente y en “Gran Dio! morir sì giovane” estuvo sencillamente colosal. Este último acto creo que compensó todo el resto de su actuación que no me pareció tan alabable.

En los dos primeros actos la encontré más limitada, echándose en falta un centro más poderoso y pasando por los graves como podía. En la cabaletta del primer acto estuvo muy correcta, pero parecía poco implicada, culminando con un mi bemol impactante aunque un tanto chillado. Y en el segundo, su “Amami, Alfredo” se quedó corto de intensidad. No favoreció en nada su actuación las continuas risitas del personaje, más propias del verismo que de Verdi. La hiperactividad escénica tampoco ayudaba a construir un canto ligado y bien respirado. De cualquier modo, su entrega interpretativa y sus múltiples recursos expresivos, favorecieron un resultado final positivo.

La gran injusticia de la noche se cometió con el Alfredo de Piotr Beczala, quien fue objeto de un incomprensible abucheo. El tenor polaco hizo gala de una bellísima voz, enorme elegancia y musicalidad, un canto refinado y una entrega interpretativa absoluta, adaptándose con naturalidad a las estupideces dictadas por el regista. No entendí muy bien ese alarde en su cabaletta con unas variaciones y sobreagudos nunca hasta ahora escuchados, pero supongo que fueron impuestos por Gatti. Aparte de esto, en su contra poco se puede decir más allá de que el agudo mostrase alguna tirantez o que sonaba poco italiano, pero tampoco hubo italianitá alguna en Damrau y fue aclamada. Y, en cualquier caso, eso no puede justificar abuchear a un artista que ha cantado estupendamente bien.

Por eso no entiendo en absoluto por qué fue protestado de semejante y desproporcionada forma. Eso ha motivado que el tenor haya publicado en su facebook una nota muy dolido diciendo que no va a volver más a La Scala aunque es un profesional y cumplirá su contrato. Y que tampoco está de acuerdo con la visión del personaje que ha propuesto el director de escena. Es verdad que se ha sido muy injusto con él, pero estas rabietas de niño mimado tampoco le van a hacer ningún bien a su carrera.

Željko Lučić fue un Germont correcto, sin más, con algún detalle interesante, pero su emisión fue un tanto tosca, y expresivamente su interpretación resultó plana, siendo incapaz de transmitir la más mínima emoción. Aunque también es verdad que hay que tener en cuenta que al pobre allí nadie le hacía ni caso.

El resto de cantantes fue de un nivel impropio de un estreno de temporada en Milán, destacando una pésima Giuseppina Piunti como Flora y la inaceptable Annina de una Mara Zampieri a la que, al menos sus familiares, no le deberían permitir hacer el ridículo de semejante forma después de la relevante carrera que tiene a sus espaldas.

Al finalizar la representación se esperaba bronca y efectivamente se confirmaron los pronósticos, pero, como he dicho al comienzo, creo que la reacción del público milanés fue desproporcionada e injusta. La Damrau fue exageradamente braveada y objeto de una lluvia de flores como si fuese la mismísima Callas rediviva, mientras Beczala era objeto de un incomprensible abucheo por una parte del público, lo que se entendía todavía menos viendo cómo al resto del reparto se le aplaudía y braveaba, Zampieri incluida. También Gatti fue abucheado por gran parte de los presentes, mientras que la salida del equipo escénico, con Tcherniakov al frente, suscitó una total unanimidad en la bronca. Cuando cortaron la retransmisión, la guerra de abucheos e insultos estaba librándose entre diferentes facciones del público, unos contra otros.

Es verdad, y lo sabemos, que entre i loggionisti hay mucho cretino y demasiada pose, siendo ya casi una obligación el que tenga que haber escándalo para seguir siendo considerado el público más entendido. La reacción que tuvieron ayer con Beczala creo que les desacredita. Y considero que es más deseable un punto medio entre los furiosos loggionisti y las standing ovation a piñón fijo del Met. Pero también tengo que confesar que, aunque los excesos deban criticarse, en el fondo no deja de gustarme que siga habiendo lugares donde la ópera siga generando pasiones. Yo ya estoy esperando la prima del año que viene.


video de teatroallascala

lunes, 11 de noviembre de 2013

"LA TRAVIATA" CON SONYA YONCHEVA

Finalmente, ayer 10 de noviembre, en la sexta función de las siete previstas de "La Traviata", de Giuseppe Verdi, que se está representando en el Palau de les Arts de Valencia, pudimos tener a la pareja de cantantes que se anunció en su momento que iba a protagonizar todas las representaciones.

Luego vinieron cancelaciones, cambios sin previo aviso, sustituciones en plena función, anuncios de nuevos cantantes que no llegan a venir… Sólo en el papel de Alfredo, tras seis representaciones, han pasado ya por los carteles o el escenario de esta Traviata, otros tantos tenores (el anunciado cuando se dio el avance de la temporada, Stefan Pop, que ni llegó a aparecer; Ivan Magrì que oficialmente iba a protagonizar todas las funciones, pero cantó el primer acto y el aria y cabaletta del segundo el día del estreno y se retiró por lesión en plena función; Nikolai Schukoff, que cantó desde un atril en el proscenio lo que restaba de Traviata en el estreno; Aquiles Machado, que fue anunciado para el 24 de octubre, pero luego cantó también la del 29; Saimir Pirgu, que teóricamente iba a cantar las funciones del 29 de octubre y 2 de noviembre, pero no llegó a venir; e Ismael Jordi que protagonizó las representaciones del 2 y 7 de noviembre).

Pues, como decía, anoche por fin pudo verse en escena a la pareja inicialmente prevista: Ivan Magrì como Alfredo y la búlgara Sonya Yoncheva como Violetta. Sólo voy a comentar aquí brevemente mis impresiones sobre estos dos cantantes, ya que acerca de la escena, orquesta y resto de intérpretes, me remito a mis anteriores crónicas que podéis ver aquí y aquí, no variando anoche nada sustancialmente respecto a lo que ya dije entonces, destacando una Orquesta de la Comunitat Valenciana sobresaliente bajo la dirección de un Zubin Mehta al que muy pronto empezaremos a echar de menos.

De Ivan Magri ya dije, con ocasión del accidentado estreno, que sus descoordinaciones con el foso fueron numerosas y que yo considero que no es el papel más adecuado para él, pero que debería juzgársele cuando cantase en condiciones. Bueno, pues ayer se supone que lo hizo y mi valoración no puede ser buena. En la parte positiva hay que reseñar su entrega y valentía, afrontando con arrojo las partes más exigentes de la partitura y subiendo sin temor a los extremos más agudos de la tesitura.

Pero su ingrato timbre metálico y unas enormes carencias técnicas, así como una reiterada tendencia a la desafinación y los numerosos fallos en sus entradas perdiendo a la orquesta (pese a no quitar ojo del maestro Mehta), dieron como resultado una actuación en general deficiente, que culminó agotado, perdiendo la impostación y no dando ni una nota en su sitio en un “Parigi o cara” de huir. Como actor se mostró también muy limitado, no sé si debido a su lesión, pero lo cierto es que tuvo menos movilidad y expresividad que un clik de Famobil. En algún momento llegué a pensar que los achuchones y meneos que le daba la Yoncheva en escena iban encaminados a ver si se le reproducía la lesión cervical y le cambiaban el galán para la última función.

Y es que ese paupérrimo Alfredo fue una auténtica lástima después de haber escuchado a unos estupendos Schukoff, Machado, o Ismael Jordi (de este último lo digo por referencias, ya que no pude asistir personalmente a ninguna de sus dos funciones), y sobre todo teniendo junto a él a un pedazo de Violetta como fue Sonya Yoncheva.

La verdad es que tras las magníficas prestaciones que ofreció los días anteriores la joven siciliana Jessica Nuccio, era unánime la sensación de que mucho iba a tener que esforzarse la Yoncheva para hacernos olvidar a aquélla. Pero, aunque sé que habrá opiniones para todos los gustos, conmigo lo consiguió enseguida. Y no sólo porque sea un bellezón.

Personalmente, su voz me cautivó. Es fresca, grande, de enorme volumen y proyección, muy homogénea, con un centro rico y denso, y unos agudos redondos y luminosos. Hizo gala de un buen control de la respiración que le permite hilvanar un fraseo ligado e intencionado. Su fuerza dramática es arrolladora y su actuación escénica conmovedora e impactante, pese al escaso tiempo que habrá tenido para ensayar.

En el aria y cabaletta del primer acto se le vio más justita, pero sin llegar a patinar en ningún momento. Sus dos siguientes actos, especialmente el segundo, fueron de una intensidad dramática desbordante, llevando a cabo un dúo con Germont sensacional y culminando con un “Amami, Alfredo” muy emocionante.


video de MrRobuso

Es verdad que, aunque sí reguló intensidades y se marcó un “Alfredo, Alfredo di questo core” notable, se echa en falta una mayor capacidad de matización que jugase con filados y pianísimos, pero domar ese pedazo de voz no debe ser tarea sencilla. No obstante, a mi juicio, es una extraordinaria Violetta, a la que me voy a quedar con las ganas de ver en escena con un Alfredo que pudiera estar mínimamente a la altura.

El público, que llenaba la sala principal de Les Arts por completo, estuvo muy frío toda la noche, gélido. Parece que costaba iniciar cada aplauso. Incluso al final de la cabaletta del tenor en el segundo acto, ante el silencio del respetable el maestro Mehta se volvió hacia los presentes y dijo: “Bravo, ¿no?”, comenzando entonces una tibia ovación. Eso sí, al finalizar la representación la catarata de bravos a Sonya Yoncheva y a la orquesta fue espectacular.

Bueno, pues ya sólo queda una representación, el próximo miércoles 13, de esta accidentada Traviata. Yo aconsejaría, a quien pueda acudir, que se acercase a la venta de última hora para conseguir entrada y escuchar en directo a Sonya Yoncheva. Además, igual, con un poco de suerte, hasta cancela Magrì.
 

viernes, 25 de octubre de 2013

"LA TRAVIATA" CON AQUILES MACHADO


Tras el show del día del estreno de la temporada en el Palau de les Arts, ayer tuvo lugar la segunda representación de la ópera "La Traviata", de Giuseppe Verdi, con la novedad de la sustitución del tenor Ivan Magrì, por el venezolano Aquiles Machado.

La repercusión que tuvo en la prensa y otros medios la charlotada del estreno, que por otra parte alcanzó unos muy buenos resultados musicales, parece que ha escocido bastante en los círculos de dirección del teatro valenciano, donde, tras las críticas recibidas, se han puesto las pilas y esta vez sí han hecho las cosas como se deben hacer. En cuanto buscaron sustitutos para Magrì, se anunciaron los nuevos repartos en la web, acompañados de una nota explicativa que fue también remitida a la prensa.

Además, como también se ha convertido ya casi en costumbre en Les Arts, sobre todo cuando es Mehta quien dirige, los repartos alternativos son casi más atractivos que los originalmente previstos. Sustituir a Ivan Magrì por un tenor de la categoría de Aquiles Machado y otro como Saimir Pirgu (que puede gustar más o menos, pero está cantando Alfredo en los más prestigiosos teatros) es una gestión que debe calificarse de muy positiva.

De todas formas, debe haber una especie de ley no escrita en este teatro que parece empeñarse en impedir que las cosas se hagan bien del todo. Cuando, esta vez, todo parecía haberse resuelto de forma satisfactoria, los asistentes a la función de ayer nos encontramos con que los programas de mano que se repartían seguían anunciando los repartos sin modificar. ¿Tanto costaba haber encartado una simple nota informando de cómo quedaba el cast tras las sustituciones?. Frente a eso, se optó por anunciar por megafonía, poco antes del comienzo de la representación, que la pareja protagonista esa noche iba a ser la formada por Jessica Nuccio y Aquiles Machado, lo que no tenía nada que ver con el programa y daba nueva sensación de chapuza para el que no estuviese enterado de todo lo ocurrido estos días. De hecho, mi vecino de localidad, al finalizar, me preguntó si la que había cantado era la búlgara o la italiana y si el tenor era Magrì.

Aunque ya hice en este blog la crónica del estreno, he querido volver hoy para hacer una breve referencia a lo acontecido ayer, ya sin incidentes que empañasen lo puramente artístico y con un nivel musical, desde mi punto de vista, aun mejor que el día del estreno.

Como no quiero ser reiterativo respecto a lo que ya comenté de la primera de las funciones, tan sólo incidiré en aquello que considero que varió respecto a lo ya dicho entonces.

La atención se centraba en el nuevo Alfredo que, en apenas dos días, había tenido que incorporarse a la producción, recién llegado de cantar el papel en Oviedo. Aquiles Machado llevó a cabo una actuación magnífica. Su derroche físico fue extraordinario, moviéndose por escena con una agilidad y soltura increíbles. Al tercer acto llegó empapado en sudor y congestionado del palizón físico que se estaba metiendo. Yo no sé las veces que acabó rodando por el suelo. Imagino que debió llegar al hotel con más cardenales que una elección de Papa. En su faceta como actor estuvo implicadísimo, metido completamente en el personaje y muy expresivo.

En lo vocal, pese a haberle escuchado hace menos de un año como Rodolfo en “La Bohème” que dirigiese Riccardo Chailly, me sorprendió una voz que cada vez se va alejando más de terrenos ligeros y que está adquiriendo una anchura y un peso sorprendentes en centro y graves. En la zona aguda, más inestable, sin embargo pasó menos apuros en la resolución de la zona de paso que en otras ocasiones y las oscilaciones fueron menos ostensibles.

Sólo mostró apuros en la cabaletta “O mio rimorso”, ofreciendo toda la noche un recital antológico de belleza tímbrica, fraseo elegante, buen gusto y delicadeza canora, propio de los más grandes. Cuando finalizó “De' miei bollenti spiriti”, mientras el público rompió a aplaudir, el maestro Mehtale dirigió una sonrisa de complicidad muy elocuente, como también lo fue el abrazo en el que se fundió con el venezolano durante los saludos finales.

Un gran Alfredoque ha puesto el listón francamente alto a los compañeros que van a sustituirle en las próximas representaciones.

Y otra que va a tener difícil hacer olvidar a su predecesora será la Yoncheva si finalmente viene a cantar, ya que la joven siciliana Jessica Nuccio, más centrada y tranquila que el día del estreno, volvió a construir una Violetta de muchos quilates mostrando que estamos ante una cantante a tener en cuenta.

El tercer acto volvió a ser el marco de sus mejores prestaciones, con una combinación de fiato, legato y expresividad dramática, desbordantes. Tuvo un par de amagos de gallo en “sempre libera” y “addio del passato”, puros accidentes, bien resueltos y que además se produjeron por querer adornar su canto apianando el sonido. En el “sempre libera”, incluso, las notas inmediatamente siguientes fueron acometidas con valentía y fuerza, jugándosela a pecho descubierto. Salvó la situación a lo grande y con valor, allá donde otras se hubieran atemorizado y mostrado conservadoras.

Del barítono Simone Piazzola sigo pensando que, con buen material y sentido del canto verdiano, a mi juicio exagera demasiado al final de su aria, haciendo unas ostentaciones que buscan el aplauso fácil y que, desde mi punto de vista, deslucen su interpretación, aunque consiga que el teatro se venga abajo en aplausos.

El maestro Zubin Mehta, que se pasó casi toda la noche tosiendo (Wotan no quiera que haya que sustituir a este), volvió a ser el auténtico protagonista de la noche, llevando a cabo una dirección magistral, curiosamente lejos de cualquier tipo de exhibicionismo, dejando que fueran los cantantes y la genial música de Verdi quienes cumpliesen con su papel. Hay que ver lo fáciles que parecen estas cosas cuando hay una mano sabia dirigiendo como se debe.

Coro y Orquesta, una vez más, fabulosos. Sí quisiera mencionar aquí al concertino Stefan Eperjesi, a quien el día del estreno no pude identificar y que anoche volvió a lucirse, como toda la sección de cuerda.

Pese a tratarse de una representación en día laborable, la sala presentó un lleno casi absoluto, lo cual es una muy buena noticia, y el público se lo pasó en grande. Ojalá que se acaben ya los sustos y continuemos la temporada por estos derroteros de sala llena y gran nivel artístico y musical.

Una curiosidad. En la función de ayer, al comienzo del segundo acto, cuando se supone que Alfredo en esta producción sale descalzo, con un batín de flores y en calzoncillos (no he podido desterrar todavía de mi mente desde el estreno las canillas de Magrì), Machado entró en escena con el horroroso batín pero ocultando sus extremidades inferiores con unos elegantes pantalones largos negros y zapatos de vestir. Ignoro si se habrá debido a la negativa del tenor a tener que enseñar sus miserias, además de venir a cantar deprisa y corriendo, o habrá sido una decisión del teatro. En las próximas representaciones veremos.

domingo, 20 de octubre de 2013

"LA TRAVIATA" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 19/10/13


Anoche, finalmente, tras no pocos contratiempos e incertidumbres, se puso en marcha la temporada operística 2013/2014 en el Palau de les Arts con el estreno de “La Traviata”, de Giuseppe Verdi.

Una Traviataalgo peculiar, desde luego, porque resulta que Alfredo, en la primera escena del acto II, dice que se va a París a salvar su honor y, cual adúltero marido que alegase bajar a por tabaco, ya no volvió. Menos mal que el welsungo Siegmund, harto ya de tantos rollos incestuosos con Sieglindey de andar huyendo del vengativo cornudo Hundingy de la ira de los dioses Fricka y Wotan, se largó de los bosques germanos y acabó recalando en casa de Violetta, haciéndose pasar por Alfredo y ligándosela… No hay nada como ser un inútil gestionando un teatro de ópera para acabar celebrando el bicentenario de Verdiy Wagner a lo grande, fusionando Traviata y Valquiria para regocijo de los espectadores.

Lo ocurrido anoche en Les Arts no puede más que calificarse de bochornosa vergüenza. Posiblemente ahora haya quien salga alabando la capacidad de improvisación y el buen resultado final, pero ayer, más que nunca, quedó al desnudo la chapucera gestión del teatro valenciano.

Instantes antes de comenzar la función se anunció por megafonía que el tenor Ivan Magrì, pese a padecer una inflamación aguda de las cervicales, de última hora, iba a actuar. Mintieron. De última hora, nada. Hace ya semanas que se conocía el problema físico de Magrìhabiéndose especulado que podría cancelar su participación en Traviata. Así lo manifesté yo ya hace días en este blog, donde también adelanté que el tenor no tenía cover y podría haber problemas.

Durante el primer acto y la primera escena del segundo, el pobre tenor se movía como Robocopy presentó algunos apuros vocales. Tras la salida de escena de Germont, cuando se supone que Alfredo vuelve de París, y ante el desconcierto de Violetta (Jessica Nuccio), cae el telón y hacen retirarse de escena a esta, anunciándose por megafonía que el tenor Magrì había sufrido una indisposición y no iba a poder continuar (posteriormente se supo que había llegado incluso a tener un desvanecimiento), pidiendo al público que continuase en sus asientos. Casi media hora nos tuvieron allí. Apenas un par de silbidos manifestaron el descontento de un público demasiado acostumbrado a aborregarse y dejarse pisotear en todos los ámbitos sociales.

Un par de avisos más seguían pidiendo paciencia mientras se resolvía la situación, anunciándose finalmente que el tenor austriaco Nikolai Schukoff, que se encuentra estos días ensayando en Valencia su papel de Siegmund en la próxima Valquiria y que se hallaba entre el público (yo le vi en el descanso tomándose tranquilamente una copita de cava), iba a cantar desde un atril en el proscenio, mientras un coreógrafo y asistente de la dirección de escena, Christian David Krumm, interpretaría escénicamente el personaje.

Algunos me dirán que eso ocurre en otros teatros también. Cierto, yo lo viví en Londres, pero la situación fue muy diferente, aquello sí fue algo imprevisto, una fuerte tormenta de nieve que impedía llegar a algunos cantantes a tiempo a la representación. También en Les Arts, en un reciente “Cosí fan tutte”, cuando una cantante se quedó sin voz. Pero lo de ayer, aunque acabase resolviéndose bien, fue una imperdonable chapuza y falta de previsión de los responsables del teatro. Si hace semanas que sabes que este cantante está con serios problemas, que ha tenido mareos y fuertes dolores, aunque se lance a cantar tienes que tener preparada una solución por si pasa lo que pasó. ¿Si no llega a estar Schukoff, qué hubiera pasado? ¿Hubiera salido Mehta a escena a tararear?

Esto además puede traer cola. De fondo tiene que haber mucho más tomate. En el despacho de Helga Schmidt hubo una crispada reunión, durante el parón, de aquélla con el maestro Mehta y el agente de Magrì, en la que los gritos que se oían hubiesen hecho apocarse al mismísimo Tarzán. Veremos que trasciende de todo eso.

Insisto. La solución final fue aceptable y el resultado mejoró el original, pero no se puede funcionar a golpe de improvisación.

Por lo demás, se vieron por allí las caras conocidas del faranduleo pueblerino y la corrupción local que suelen acudir a los estrenos. También estaba el habitual Rappelque, aunque estuviese de fiesta en su día libre, bien podría haber avisado a Helga antes de empezar de lo que iba a ocurrir, que seguro que lo habría visto en su bola de cristal aunque llevase las gafas del revés. Nos obsequió con su presencia el President Fabra, que mostró durante la representación menos entusiasmo que un berberecho en una lata, acompañado por una corte de los milagros en la que se hacían ver la Consellera de Cultura, el Conseller de Sanidad y el Conseller cazador Castellano. Cuando pasaban en comitiva por el foyer durante el intermedio, alguien les gritó: “panda, que sois una panda”.

La producción elegida para abrir la temporada ha sido la que la De Nederlandse Opera de Ámsterdam crease, basada en el montaje que concibió Willy Decker para el Festival de Salzburgo de 2005. La famosa “Traviata del reloj” que firma en esta adaptación la directora de escena Meisje Barbara Hummel.

He de decir que me encantó. Ya la conocía del célebre Dvd con Netrebko y Villazón, pero ayer descubrí otros muchos detalles que me hacen valorar muy positivamente esta propuesta. Carece de cualquier envoltorio escenográfico que distraiga y toda la obra está dominada por un juego de luces muy inteligente y un escenario vacío en tonos claros, donde tan sólo nos encontramos con un sofá rojo y un omnipresente y enorme reloj que simboliza el inexorable paso del tiempo. Un tiempo que para Violetta se agota porque la muerte la espera, simbolizada en este caso por la figura del Dr. Grenvil (Luigi Roni) quien también tendrá un gran protagonismo en escena a lo largo de la obra, recordando a la joven con su presencia el inevitable final.

Violetta es la única que viste con color rojo, todo el resto del elenco va de negro y con trajes masculinos, salvo la criada que también es la única que viste de época. La obra se centra en Violetta y en su lucha dentro de una sociedad hipócrita y machista. Y así, escénicamente, se acentúa este objetivo.

Se podrá decir que todo este simbolismo es facilón y simplista, pero la construcción teatral y escénica alrededor del mismo me parece muy interesante. Hay momentos inolvidables, de gran fuerza dramática, como el tránsito del segundo al tercer acto, mientras suena el bellísimo preludio; el despojo de los ropajes y sábanas floridas que cubren la escena cuando en el segundo acto llega Germonta romper la felicidad de la pareja; o las miradas angustiosas de Violetta a Grenvil (la muerte), tanto en el primer acto, cuando Alfredo pide volver a verla al día siguiente y ella mira al doctor antes de responder “ebben, domani”, como en el tercero, cuando vuelve a cruzar la mirada, implorándole más tiempo, al regresar Alfredo y parecer que una feliz vida en común es posible. Y hay otros muchos instantes más que creo que dotan de gran fuerza a esta puesta en escena, aunque en ocasiones se contradiga el libreto, como la presencia de Alfredo junto a Violetta al final del primer acto o de ésta al lado de aquél al inicio del segundo. Hasta la, para mí, siempre antipática escena de “los toreros de Madrid”, resulta aquí más interesante al plantearse casi como una pesadilla de Alfredo.

El gran valor de la producción es este impacto dramático y la concentración en la psicología y pasiones interiores de los personajes. El problema es que la propuesta requiere grandes actores, además de cantantes, y de eso no estuvimos muy sobrados, primero con un Magrì que apenas podía moverse y luego rompiéndose definitivamente la magia escénica con ese Alfredo mudo, impecablemente interpretado por Krumm, pero que al ser doblado por Schukoff desde un rincón, la mirada inconscientemente se dirigía a éste.

Quisiera también destacar, por último, lo mucho que favorece la acústica el diseño del escenario, que hace que, incluso cuando cantan de espaldas los intérpretes, la voz corra perfectamente.

En lo musical, y pese a las incidencias, interrupciones y reuniones en el despacho de Helga, el maestro Zubin Mehta llevó a cabo una labor de batuta magistral. Atentísimo toda la noche a los cantantes, respirando con ellos, cuidándoles, acabó dirigiendo a tres bandas: orquesta, cantantes y atril. Comenzó con un tempo vivo, muy verdiano, alejado de algunas lecturas repipis muy comunes en esta obra. Ello no quita a que hubiera pasajes donde se ralentizó el tempo, pero con una profundidad tal que se logró hacer crecer la tensión y la emoción de manera soberbia, como en el maravilloso Preludio del tercer acto, con una cuerda en pianísimo antológica, o en el dúo de Violetta y Germont o en el aria de éste (ahí quizás en exceso). En el “addio del passato”, y todo el tramo final de la ópera en general, la magia de Mehtay la calidad de la Orquesta de la Comunitat Valenciana brillaron definitivamente, haciendo surgir emociones hasta dentro de ese espectáculo charlotesco que se había vivido con la sustitución tenoril.

Toda la sección de cuerda debe ser destacada por su labor anoche, con un concertino espectacular al comienzo de “teneste la promessa”, y también creo que merece hacerse una referencia a las flautas, al clarinete de Tamás Massànyi o al oboe de Cristopher Bouwman en el “Alfredo, Alfredo”.

No por repetidos deben ser menos apasionados los elogios al lujazo de Cor de la Generalitat que, pese a recortes, EREs y zarandeos varios, podemos seguir disfrutando y que continúa exhibiendo una calidad estratosférica. En la representación de ayer su trabajo merece ser más valorado aún si cabe, teniendo en cuenta que el día anterior cantaron en el Palau de la Música, también de forma excepcional, una obra tan exigente como “La condenación de Fausto”, de Héctor Berlioz. Bravo de nuevo, chicas y chicos del coro. Sois un ejemplo.

Tras confirmarse la cancelación de la participación de la soprano Sonya Yoncheva en las funciones del mes de octubre (de momento), se ha optado porque sea la siciliana Jessica Nuccio, quien la sustituya en el papel protagonista. Nuccio, que es la pareja del barítono Piazzola, que encarna a Germont, fue buscada en un principio para suplir a la búlgara en la representación del 2 de noviembre, fecha en que Yoncheva tenía un compromiso en Berlín en una gala benéfica contra el SIDA.

Curiosamente, en la web de ésta se anuncia que, efectivamente, el día 2 de noviembre cantará en Berlín, y que lo hará en Valencia el resto de funciones de octubre y noviembre. Ya veremos cómo se soluciona finalmente este galimatías.

Yo pensaba que este lío de sustituciones de sopranos iba a concentrar la atención de esta crónica, pero el esperpento de las vértebras de Magrì y de Siegmund cantando Alfredo, ha superado cualquier previsión.

En cualquier caso, antes de entrar a hablar de las voces escuchadas ayer quisiera hacer aquí una reflexión. Una cosa es que el Palau de les Arts opte por seguir procurando construir una programación con cantantes de cierto renombre, como la Yoncheva, dentro de las limitaciones económicas que, cada vez más, condicionan su actividad, y otra que, por esas mismas circunstancias económicas o imprevistos sobrevenidos, se opte por llenar los repartos con cantantes jóvenes, empleando esos habituales eufemismos de “estrellas emergentes” o “jóvenes promesas”. Jessica Nuccio es una cantante que, sin duda, merece oportunidades y que demostró ayer estar a muy buen nivel, aunque todavía tenga que pulirse en aspectos técnicos y desenvoltura escénica. Pero si vamos a optar por afrontar la crisis o los imprevistos con gente joven, para eso aquí contamos con cantantes locales de un buen nivel que han venido representando el papel en muchos teatros con notable éxito.


Hablo de voces como las de Carmen Romeu, Dolores Lahuerta, Silvia Vázquez o Maite Alberola.  Insisto en que no me parece mal que se les den esas oportunidades a jóvenes voces en un teatro como el Palau de les Arts, teniendo un director musical como Mehta y una orquesta y coro de primera línea. Me parecería perfecto incluso que se programasen habitualmente funciones populares más baratas con cantantes principiantes, pero eso debería aprovecharse, básicamente, para lanzar también las carreras de nuestros jóvenes y buenos  intérpretes.

Estas consideraciones hubiera sido fácil hacerlas si ayer la Nuccio hubiera resultado un desastre, pero las hago comenzando por afirmar que la soprano siciliana llevó a cabo un trabajo muy meritorio y que se ganó a pulso el éxito que finalmente obtuvo.

Y eso que comenzó bastante mal. Afrontó las primeras notas con voz temblona, posiblemente por los nervios del estreno, y con algunas desafinaciones demasiado evidentes y notas caladas. Tiene la Nuccio un timbre metálico, algo ingrato en ocasiones, mostrándose tremendamente frágil en la zona grave, pero con un poderoso registro agudo, si bien con abuso del portamento. Defendió el “sempre libera” con solvencia, aunque la coloratura quedase algo corta y esos portamenti comentados desluciesen un tanto su intervención. Su “dite alla giovine”, por el contrario, estuvo matizadísimo y cargado de intención y sensibilidad. En la parte menos positiva destacaría un “amami Alfredo” cortito de emoción y fuerza dramática, y el “Alfredo, Alfredo, di questo core” demasiado frío e insulso.

De cualquier forma, el resultado final fue muy positivo, gracias sobre todo a un tercer acto que, frente a lo que muchos pensábamos a priori, resolvió extraordinariamente bien. Su “addio del passato” fue sumamente emocionante, jugando con las medias voces y los filados con muchísimo gusto y, sobre todo, exhibiendo un magnífico fiato, impecable legato y un fraseo expresivo y cargado de sentimiento.

De Ivan Magrì poco debo decir, dado que era obvio que no se encontraba en condiciones para salir a escena. Las descoordinaciones con el foso fueron numerosas y pienso que no es el papel más adecuado para él, pero deberá juzgársele cuando cante en condiciones.

Nikolai Schukoffsí merece una elogiosa reseña. Ciertamente era Siegmund cantando Alfredo, pero qué bien cantado… Parecía increíble que este hombre subiese del patio de butacas y, a pelo, se zampase tres cuartos de Traviata con semejante autoridad vocal, con unas inflexiones y matices fantásticos, inundando de expresividad su canto, de tal forma que no hacía falta ver la actuación de su doble escénico, y, lo que es más sorprendente, con tal grado de coordinación con el foso y con sus compañeros. Parecía que llevase ensayando un mes. Su intervención en el complicado concertante del segundo acto fue magistral y de poner los pelos de punta todo el pasaje del “Ogni suo aver tal femmina”. Incluso se permitió unirse a la actuación escénica en la transición entre los actos segundo y tercero, mientras sonaba el Preludio. Bravísimo Nikolai. Esperamos ahora su Siegmundcon más ganas si cabe.

El barítono veronés Simone Piazzola, pese a su juventud, compuso un buen Germont, bastante creíble, en el que yo destacaría su fraseo verdiano, intencionado y muy ligado, aunque pienso que se equivocó al cargar todo el final de su aria “Di Provenza” de efectismos cara a la galería buscando el aplauso fácil. No lo necesitaba.

El resto del jovencísimo (a excepción del Dr. Grenvil de Luigi Roni) reparto, formado básicamente por alumnos y ex alumnos del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo, funcionó a bastante buen nivel, destacando como siempre la voz del tenor Mario Cerdá, esta vez en el papel de Gastone.

El público, que casi llenaba el teatro, con una numerosísima presencia de espectadores foráneos, prorrumpió en estruendosas ovaciones nada más finalizar la obra, esperándose en esta ocasión, por fin, a que finalizase la música en el tercer acto, no así en el primero. Nuccio, Piazzola y los siameses Schukoff-Krumm fueron especialmente braveados. También Mehta, coro y orquesta. Y la directora escénica fue igualmente bastante aplaudida sin que se apreciasen muestras de rechazo. Yo, al menos, le grité un sentido bravo.

Bueno, pues hasta aquí la extensa crónica del accidentado inicio de temporada. Si las cosas ya se avecinaban complicadas, esto no parece que ayude mucho a levantar nuestro optimismo. Aunque, para ser sincero, debo reconocer que, en esta ocasión, la imprevisión e inutilidad manifiesta para la gestión de los responsables de nuestro teatro, hicieron transformarse la noche, que podría haber pasado sin mucha pena ni gloria, en un cúmulo de emociones.

Ahora sólo falta saber si Sieglinde le leerá la cartilla a Siegmund cuando vuelva a casa… ¡habrase visto!… dejar a una welsunga por una tísica…