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domingo, 2 de junio de 2013

"OTELLO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 01/06/13

Jornada grande la de anoche en el Palau de les Arts. Muy grande. Se recuperaron sensaciones que hacía bastante tiempo que no se vivían con tal pasión. Posiblemente haya que retrotraerse a aquellas míticas jornadas del Anillo  wagneriano para encontrar algo similar en cuanto a emociones.

Todo hacía presagiar que podíamos asistir a una importante noche de ópera, como así finalmente fue. Una obra maestra como “Otello”, un reparto solvente, un coro y orquesta de la casa con posibilidad de lucirse, y todo ello con el maestro Mehta como director, eran unos mimbres muy esperanzadores. Es verdad que no todo fue perfecto, ni mucho menos, pero el resultado final fue enormemente satisfactorio y supuso una inyección de esperanza ante el futuro de un teatro que se encuentra al límite de la supervivencia y que, en jornadas como la de anoche, demuestra que no tiene nada que envidiar a nadie (salvo las aportaciones económicas que otros reciben) y que vale la pena apostar por mantener este imprescindible activo cultural que tenemos.  

La ocasión para demostrarlo era inmejorable. La asistencia al evento, como en años anteriores, de la esposa oficial del jefe del Estado español, trajo consigo, como también es costumbre, la habitual corte de pelotas y chupafotos, entre los que se encontraba el impresentable ministro de cultura con apellido de eructo. Algunos quisieron ver en la asistencia de este sujeto una señal que demostraría que el Estado va a implicarse más en el apoyo al teatro valenciano. Permitidme que confiese mi escepticismo, aunque ojalá sea así.  De cualquier modo, el interés no se demuestra viniendo a hacerse fotos con la reina o a comerse una paella, sino corrigiendo el año próximo la injusticia flagrante que sufre la ópera en Valencia desde los presupuestos estatales, no sólo ya recibiendo mucha menos aportación que los otros dos principales recintos españoles, sino sufriendo además un mayor recorte que aquellos.

La presencia de la reina y de autoridades civiles y militares varias, volvió a dar lugar a un penoso espectáculo, con arcos de detección de metales en los accesos a Les Arts, enormes colas al sol, cientos de miembros de seguridad con pinganillo impidiendo el paso de personas sin entradas a las taquillas donde muchos tenían que recogerlas, ascensores inhabilitados y múltiples molestias más. Si así se creen que van a aproximar el pueblo a sus gobernantes, andan errados, sin hache y con hache.

En la puerta de Les Arts un grupo de trabajadores del teatro manifestaba, bajo un férreo control policial, su silenciosa protesta ante la situación de incertidumbre que siguen viviendo. La llegada a la Consellería de Cultura de María José Catalá supuso un esperanzador cambio de talante y se puso de manifiesto una mayor tendencia al diálogo. El problema es que el tiempo ha ido transcurriendo y todo se ha quedado en buenas palabras y ninguna concreción, mientras los rumores de severos recortes de personal siguen sobrevolando el auditorio.

Pero bueno, dejo ya la crónica social, aunque daría para una tesis, y entrando en el análisis de lo que ocurrió a nivel artístico, comenzaré por decir que la dirección escénica que firma Davide Livermore creo que hay que juzgarla desde las concretas circunstancias en las que se ha creado. La penuria económica del Palau de les Arts dificultaba alquilar una producción externa que, ya simplemente con los gastos de seguros o traslados, se comería el presupuesto disponible. Echar el resto en una creación propia de envergadura tampoco era posible, lógicamente, así que se ha optado por una producción nueva basada fundamentalmente en juegos de iluminación y proyecciones y una escena única en la que se desarrollan los cuatro actos.

Con esa premisa de que nos encontramos ante una creación low cost, hay que decir que, desde mi punto de vista, la cosa funcionó razonablemente bien. La acción, como decía, se desarrolla en un mismo espacio de forma circular con el centro móvil, que se dice inspirado en el Globe Theatre shakesperiano. La propuesta de Livermore es, pese a su aparente innovación formal, decididamente clásica, sin que plantee ninguna lectura paralela. Ni falta que hace. Hay un inteligente uso de los medios disponibles, siempre respetando escrupulosamente la coherencia con el libreto, con un trabajo notable en la dirección de actores.

Hubo momentos que me parecieron más conseguidos, como la escena de la tormenta inicial, el “credo” de Yago o ese “Dio mi potevi” con Otelo y Yago como dos personajes paralelos. Menos acertados me resultaron los cursis almendros en flor de la escena del jardín o el absurdo video proyectado durante la muerte de Desdémona, absolutamente discordante con el resto de la propuesta escénica. Horrendo me pareció el surtido de pelucas de colores, con ese Lodovico-Pumuky o el coro con ridículas crestas rosas, totalmente faltos de sentido, alcanzando su culminación con una Emilia que parecía salida del universo Star Wars y un Yago medio zombie, estéticamente deplorables.

En cualquier caso, la propuesta de Livermore es, en conjunto, visualmente muy atractiva y positiva, y se adapta bastante bien al drama sin entorpecer su desarrollo, mereciendo ayer el unánime reconocimiento del público asistente al finalizar la función.

En el apartado musical, el maestro Zubin Mehta llevó a cabo una dirección caracterizada por unos tiempos lentos que en el último acto se ralentizaron hasta extremos inauditos. Se recreó enormemente en los momentos más líricos, contando para ello con la baza de una pareja protagonista que aguantaba, sin ahogarse ni perder el legato, ese chicle que Mehta estiraba con una lentitud Maazeliana.  Eso hizo que se alcanzasen momentos de gran belleza en los que se extrajeron mil matices de la orquesta, aunque la tensión dramática pudiese resentirse ocasionalmente. Estuvo Mehta permanentemente pendiente de los cantantes, ajustando siempre la orquesta para lograr el justo equilibrio entre escena y foso. La dirección del complicado concertante del tercer acto fue todo un ejemplo de maestría con la batuta.

Pese a los ligeros desajustes que son propios de cualquier estreno, la Orquesta de la Comunitat Valenciana tuvo un excelente rendimiento que puso de manifiesto que seguimos contando con una agrupación de primer nivel, cuyo futuro no deberíamos consentir que se ponga en peligro por la estulticia de gestores culturales incapaces. Entre algunos momentos inolvidables surgidos anoche del foso de Les Arts destacaría el maravilloso sonido de las cuerdas en pianísimo en el acto IV, los excelentes contrabajos acompañando la entrada de Otelo en la alcoba en la escena final, las eficaces intervenciones de las trompetas, tanto de la orquesta como de la banda interna, o una extraordinaria Ana Rivera en el corno inglés al inicio del IV acto.

Y si hablamos de excelencia artística y de necesidad de asegurar su continuidad, otro tanto podría decirse del Cor de la Generalitat. No creo que haya una mejor forma de celebrar su XXV aniversario que exhibiendo su enorme valía en una obra tan exigente y a la vez tan propicia para ello como esta. Estuvo rotundo y poderoso en todas sus intervenciones y fue un protagonista más del drama. Una vez más, bravo a todos ellos y a su director Francesc Perales.

Tras varios anuncios, rumores, cancelaciones y cambios de reparto, fue el veterano Gregory Kunde el encargado de asumir el papel del moro veneciano. Cuando supe el otoño pasado que el tenor norteamericano iba a debutar, a sus casi 60 años, el papel de Otelo en Venecia, yo fui de los que pensaba que sólo su larga carrera justificaba una empresa que parecía tener más de capricho de tenor en su etapa final que responder a las condiciones de su voz. El instrumento de Kunde no parecía, a priori, propicio para acometer con éxito semejante aventura, tratándose de un cantante que comenzó de contraltino rossiniano y con papeles de lírico-ligero. Pero su debut veneciano nos sacó a muchos de nuestras dudas a base de puro canto. No será el más verdiano de los Otelos, quizás sea un moro sui generis, sin duda, pero es un Otelo excelente.

Básicamente se pudo disfrutar ayer de un Otelo cantado y muy bien cantado. Me atrevo a decir que no creo que hoy día haya un tenor que pueda cantarlo mejor. A años luz de los típicos berreadores que muchas veces suelen buscarse para el papel. Kunde dio muestra de una inmensa inteligencia, consiguiendo que la veteranía no sea un inconveniente sino una virtud, solventando sus carencias con sabiduría y musicalidad. Es obvio que tiene limitaciones, principalmente los de una voz que en terrenos centrales y graves se vuelve más mate y pierde mordiente. Eso hace que intente ensanchar artificialmente el centro, dejando aparecer un feo vibrato, pero en cuanto sube al registro agudo, la luminosidad y brillo son deslumbrantes y sus agudos punzantes y auténticos cañonazos. Impresionante fue su “Esultate” o el “Ora e per sempre addio”.

Kunde mostró volumen e hizo correr la voz con suficiencia, imponiéndose a la orquesta, y logró que su canto se adaptase con flexibilidad a las exigencias de la partitura, no sólo en los pasajes de forza, sino también en los fragmentos más líricos, luciendo una variada gama de matices que tantas veces quedan eludidos por vozarrones que luego son incapaces de plegarse en los momentos más delicados, como el sublime dúo del primer acto, en el que tanto Kunde como Agresta ofrecieron un auténtico recital de belleza musical. Demostró además el norteamericano ser un cantante valiente, honesto y con una entrega vocal y escénica total. Todo un lujo.

Y no menos lujo supuso el poder volver a disfrutar en el escenario de la soprano María Agresta, quien hace un año nos cautivase con su Leonora de “Il Trovatore”. Fue una Desdémona soberbia, impregnada de espíritu verdiano por arrobas y con un uso de las medias voces y los reguladores ejemplar. En el IV acto hizo una absoluta exhibición de musicalidad y delicadeza, logrando unos sonidos etéreos, auténticamente celestiales, que  parecían quedarse flotando en la sala e iban diluyéndose lentamente.

Carlos Álvarez completaba el trío protagonista, encarnando de nuevo, tras el largo periodo en el que su enfermedad le ha tenido apartado de los teatros, a un personaje emblemático en la carrera del barítono malagueño, como es el de Yago.

Es evidente que Álvarez no ha recuperado al cien por cien sus prestaciones. Ha perdido volumen, la voz es más clara y en los agudos pasó algún apuro, pero afrontó el papel por derecho, con valentía, llevando a cabo además una actuación escénica sensacional que, en su pelea con Otelo del acto segundo, a punto estuvo de costarle romperse una pierna. Su lamentable caracterización, desgreñado y vampírico, no consiguió que nos despistáramos de lo verdaderamente importante, que es el canto. Y Álvarez exhibió su bellísimo timbre baritonal, ejecutando un inmaculado fraseo verdiano, increíblemente incisivo y expresivo, sabiendo transmitir toda la maldad de uno de los personajes más malvados de la historia de la ópera. En los saludos finales, cuando el teatro prorrumpió en bravos, rompió a llorar emocionado y nos hizo emocionarnos a todos los que salimos esperanzados con el retorno de un enorme cantante que, seguro, todavía va a hacernos disfrutar muchas más noches con su arte.

El Cassio del argentino Marcelo Puente estuvo en líneas generales correcto, aunque su voz no me pareció especialmente atractiva. Mucho más me gustó el rendimiento de Cristina Faus en un papel complicado como el de Emilia, brillando en el cuarteto. Muy bien el Roderigo del siempre eficiente Mario Cerdá, y no me gustó el Lodovico de Misha Scheloianski. Correctos el resto de comprimarios.

La sala principal de Les Arts presentó un lleno casi total y el público se mostró más silencioso que en otras ocasiones. En el cuarto acto, con la orquesta en pianísimo, el silencio era total y sólo se hacía notar el ruidoso sistema de ventilación del recinto. Bueno, eso hasta que a un imbécil le sonó el móvil ¡en dos ocasiones!, pero Desdémona estaba ocupada rezando y no se pudo poner. Al finalizar, ovación de gala con el público puesto en pie, absolutamente enloquecido, como en las grandes noches.

Siempre tengo que hacer alguna queja antes de acabar, así que hoy le va a tocar a los responsables de programar las funciones a las 8 y hacer dos descansos, originando que la gente saliese a las 12 de la noche. Me parece un disparate, aunque se haya disfrutado tanto como algunos lo hicimos ayer.

Pese a los indecentes horarios, la fiesta musical se pudo culminar con una cena en compañía de buenos amigos, en la que se aprovechó para celebrar el primer aniversario de Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana.

Quedan tres funciones más y todavía hay entradas. Dejar pasar este “Otello” es un delito imperdonable que merece ser castigado con reposiciones de “El barbero de Sevilla” del pasado marzo con todo su cast al completo.

 
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