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martes, 3 de diciembre de 2019

"NABUCCO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 02/12/19


Gran expectación popular, lleno hasta la bandera, desaforada atención mediática, incluso con cámaras de televisión en la entrada a Les Arts preguntando a los espectadores si iban a apoyar a Plácido… la estrella era Plácido y todo parecía centrado en él. La vida es así de injusta a veces.

Injusta por muchos motivos. El primero porque, más allá de la categoría reconocida como el artista irrepetible de la historia de la ópera que es y será siempre Plácido Domingo, su situación vocal actual no justifica por sí misma ese interés por escucharle. Injusto es también que se lleve vendiendo todos estos días en prensa que es sólo la figura de Plácido la que ha hecho que se agoten todas las localidades de la totalidad de funciones de este Nabucco estrenado ayer, cuando la popular ópera verdiana digo yo que también habrá tenido algo que ver, y cuando había otros elementos objetivamente mucho más atractivos para el público que podrían y deberían haber influido en el éxito de la convocatoria, como la presencia en el reparto de la grandísima Anna Pirozzi o el contar todavía en nuestro teatro con uno de los mejores coros del panorama internacional, el Cor de la Generalitat, en una obra en la que el coro es precisamente su espina dorsal y su principal sustento dramático. E injusto es, finalmente, para el propio Plácido Domingo, que, a estas alturas de su incuestionable carrera, sea el morbo creado por las acusaciones de acoso que le han llevado a apartarse de la actividad en los teatros estadounidenses, el que protagonice los titulares y el que haya convertido de algún modo su presencia actual en Les Arts en una especie de plebiscito para demostrar que el público hispano no es como el norteamericano y va a acudir a aplaudirle y apoyarle, cante como cante, y donde sólo habría faltado que nos vistieran a los espectadores de flamencos como en Bienvenido Mr. Marshall.

Desde luego no seré yo quien abra aquí el melón de ponernos a teorizar y discutir sobre los presuntos acosos acaecidos, o no, muchos años atrás, pero para que no quepan dudas sobre mi postura quiero que quede claro que no me parece justificada la caza de brujas (o sátiros) desatada contra el artista; y que siempre he considerado que una cosa es la vertiente personal de cada uno de nosotros y otra la profesional. Cualquier tipo de abuso o acoso es condenable y lo rechazo de plano, así que si alguien ha cometido algún hecho reprobable penalmente y queda demostrado, que lo pague en los tribunales, se llame como se llame; pero no que se condene a un cantante preventivamente con su apartamiento de la escena por hechos no probados sucedidos en los tiempos del pantalón campana y juzgados, sin opción a defenderse, en las redes sociales con los criterios del politicorrectismo imperante en este nefasto siglo XXI. Pira mediática encendida y a pulverizar una carrera profesional inigualable.

Realmente la escena quizás la debería abandonar Domingo por otros motivos, como es el que sus condiciones vocales actuales y su condición física sigue yendo a peor y se corre el riesgo de que se acabe por deteriorar el recuerdo y la figura de uno de los mejores artistas de la historia; pero no por lo que hasta ahora se ha conocido de los famosos acosos. Especialmente cuando la vara de medir es tan diferente dependiendo de la conducta de que se trate o de la profesión a la que se dediquen algunos. Ahí tenemos sin ir más lejos a unos señores llamados Messio Cristiano, delincuentes sentenciados, y a quien nadie ha pedido que dejen de jugar en sus respectivos equipos por malhechores. Pero bueno, ya he dicho que no es mi intención debatir sobre este tema, en absoluto, y además tengo muchas cosas que quiero comentar del estreno de anoche.


La producción estrenada ayer de la Washington National Opera, en coproducción con The Minnesota Opera y Opera Philadelphia, cuenta con la dirección de escena y escenografía del estadounidense Thaddeus Strassberger y el vestuario de Mattie Ullrich, quienes fueron ya los responsables de otra producción verdiana que pudo verse en Les Arts en 2013, I due Foscari, también con el protagonismo de Plácido Domingo, aunque poco tienen que ver ambas producciones, salvo quizás algunos rasgos del vestuario. Si algo caracteriza a primera vista esta propuesta es, sin duda alguna, su tradicionalidad, vistosidad y la majestuosidad de cartón piedra en la ambientación de unas espectaculares Jerusalén y Babilonia, propias del álbum de cromos Vida y Color, con sus jardines colgantes, sus leones de la puerta de Ishtar, su barbudo Nabucodonosor… procurando que todo se ubique allí donde dice el libreto, con una escenografía consistente en su mayor parte en grandes telones pintados a la antigua, de esos que cuando pasaba el coro al lado de las columnas del templo de Salomón estas se movían ondulantes. Todo más clásico que un rollo de papel higiénico del Elefante. Una señora detrás de mí comentó entusiasmada que ya era hora de que trajesen a Les Arts puestas en escena como Dios manda. Lo que no me acabó de aclarar es si lo mandaba Jehová o Baal.

Debe reseñarse el llamativo vestuario de Mattie Ullrich, con colores vivos y luminosos para los babilonios y tonalidades blancas o crudas para el pueblo judío; así como también la iluminación de Mark McCullough que jugará un importante papel en una producción que puede gustar o no gustar, enseguida me voy a pronunciar sobre ello, pero a la que si algo no se le puede negar es que viene sustentada en un trabajo escenográfico con un impacto visual muy relevante.

Strassberger no se ha limitado a dejarnos la escenificación clásica sin más, y su innovación consistirá en una duplicación de la acción, con la colocación a la izquierda del escenario de unos palcos de teatro, con espectadores vestidos de época (siglo XIX) asistiendo a la misma función que nosotros, de tal modo que nos encontraremos con una función de ópera dentro de la ópera. Los personajes que asisten a la función y otros figurantes llevarán a cabo su propia trama con una acción dramática paralela durante la obertura, en los entreactos y en algún otro momento que ahora comentaré.

Parece ser que lo que se ha pretendido es escenificar lo que podría haber sido el estreno de Nabucco en 1842 en el Teatro Alla Scala, y digo bien, lo que podría haber sido, no lo que fue. Los personajes de los palcos representarían a la nobleza austriaca, también veremos a miembros del ejército austriaco vigilando al público y  lo que ocurre en escena, y -OJO SPOILER- al final de la noche, acabada la representación operística y cuando están finalizando los saludos de los cantantes (con lo cual a no pocos espectadores, de esos que salen en desbandada nada más escuchar el chimpún final por si se les enfría el hervido, les pilló ya en la calle), se producirá una interacción entre cantantes y figurantes: La Pirozzicogerá del suelo los ramos que les habían lanzado a los cantantes durante los saludos desde los falsos palcos, y los arrojará desafiante contra ellos, en un gesto simbólico contra el invasor austriaco, entonces una voz desde el coro inicia una repetición a cappella del Va pensiero a la que acabará uniéndose todo el coro, los solistas y la orquesta, mientras el coro irá componiendo una bandera italiana con una especie de telones verdes blancos y rojos y unos figurantes junto a los cantantes sujetarán dos banderas italianas pequeñas con el lema Viva Verdi, grito que se lanzará también desde el escenario.

Doy fe de que mucha gente no se enteró de la película, pese a que tampoco es que hiciese falta tener una vasta cultura operística o histórica para entender de qué iba la cosa, porque a la salida escuché no pocas veces lo bonito que había sido que hiciesen un bis del Va pensiero, cosa que incluso ha llegado a salir en algún medio de prensa. Otros comentaban que no entendían por qué había gente vestida de diferentes épocas, pero… ¡qué bonito había sido todo! Incluso hubo quien lo que decía no acabar de comprender era por qué sacaban una bandera de Irlanda (sic), pero… ¡qué bonito!

Pues eso. Todo muy bonito, muy clásico y por lo escuchado ayer en diversos corrillos sé que hoy posiblemente yo vaya a ir a contracorriente, pero, vamos, personalmente, a mí no me acabó de convencer. Reconozco su fuerza visual; su clasicismo, que no tiene por qué ser negativo, en este caso con un guiño que puede resultar entrañable a la manera de hacer teatro a la antigua; e incluso puedo admitir cierta originalidad en la propuesta, enmarcando la obra original en el contexto histórico de la situación política en la fecha del estreno y trasladando a escena la repercusión política que tendría posteriormente la obra de Verdi, con ese episodio final de ficción haciendo protagonista al Va pensiero. Pero más allá de esa idea que puede tener cierta gracia, hay que recordar, como tantas otras veces, que aquí lo principal es la función operística y es en este punto donde yo, como tiquismiquis diplomado, encuentro bastantes cosas negativas.

Para empezar, el empeño en meter tramas dramáticas paralelas durante la obertura y los interludios orquestales, hace que el espectador se distraiga de la música y que esta pierda todo su sentido de introducir y ambientar lo que vendrá después, pasando a ser una mera música de fondo de una acción no escrita en el libreto. Algo parecido ocurrirá con la sobrecarga de acción dramática en el escenario, muchas veces sin sentido; ejemplo paradigmático de ello lo tenemos en el aria de Abigaille, Anch’io dischiuso un giorno, donde, en vez de dejarnos concentrarnos en ese intenso instante musical y dramático, tenemos que aguantar mientras como un puñado de sacerdotes se ponen a moverse por allí haciendo tontás, como si hicieran taichí, movimientos que durante la subsiguiente cabaletta se convertirán en giros similares a una danza de derviches… ¿derviches babilónicos?...

Pese a la aparente sencillez de una escenografía con telones móviles, se produjeron también importantes parones entre actos que, unidos a la trama paralela, cortaban bastante el discurrir dramático. Tampoco se apreció un trabajo especial de movimiento de actores. O, lo peor de toda la noche, el celebérrimo Va pensiero aquí se escenificará de forma que parece que lo estemos contemplando entre bambalinas, a través de un telón semitransparente bajado, con figurantes representando a cantantes o bailarines esperando para salir a escena y a diverso personal de La Scala realizando todo tipo de menesteres por delante del coro, que sale de espaldas a nosotros (aunque afortunadamente se giraron para cantar), pero consiguiendo con todo ello que uno de los instantes más emocionantes de la historia de la ópera perdiese toda su fuerza dramática y cualquier tipo del intimismo pretendido por Verdi. Y puestos ya a adulterar el original, tampoco entendí por qué en lugar de acabar la ópera con la muerte de Abigaille, lo hace con el coro Immenso Jeovha que la antecede.

Todas esas cosas, más allá que sean más o menos importantes para cada uno, a mí me dejaron la impresión de que al director norteamericano le importaba bastante poco la ópera y sólo la habría utilizado como vehículo de lucimiento personal. En lugar de haberse trabajado una propuesta escénica que transmita alguna nueva lectura o innovador concepto que pudiera encontrarse a partir del libreto original, Strassbergerse limita a dejar que la ópera se desarrolle de la forma más clásica posible en una parte del escenario, mientras sus innovaciones más que aportar nuevas ideas lo que hacen es introducir historias paralelas de modo tal que además se acaba por perjudicar la música y las voces. O al menos esa es la sensación con la que yo me quedé, por mucho que luego con la sorpresa final del Va pensiero repetido se pretenda ir de guay y epatar al espectador ofreciéndole de nuevo el fragmento más popular de la ópera.

Ocupaba de nuevo el foso de Les Arts el alcoyano Jordi Bernàcer, quien se reencontraba así con la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat, tras haber sido director asistente de ambas agrupaciones y haber dirigido ya en anteriores ocasiones funciones de la temporada regular de ópera en Valencia, como en Simon Boccanegra o Luisa Fernanda. Llevó a cabo ayer Bernàcer un trabajo de batuta bastante serio, con una gran capacidad concertadora, demostrando conocimiento de la partitura y del espíritu verdiano, dirigiendo con brío y énfasis, a veces pecando de exceso de volumen y estridencia y con unos tempi a veces algo lentos. Yo eché de menos una mayor gama de contrastes, aunque hubo instantes de gran intensidad como la preghiera. Creo que en líneas generales cumplió más que adecuadamente y tuvo además el mérito de saber seguir a Domingo cuando este marcaba sus particulares ritmos. Entre los miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, creo que merece destacarse el bellísimo sonido del violonchelo y en general de la cuerda grave toda la noche, especialmente en la bellísima  preghierade Zaccaria que se marcaron, con destacadas intervenciones también durante la velada de trompeta, percusión, flauta y maderas.

El verdadero protagonista de la velada fue el Cor de la Generalitat, luciéndose como el excepcional grupo vocal que sigue siendo, ante una obra de gran exigencia y en la que el coro lleva el peso de la función, y ello a pesar de que posiblemente sigan sin contar con los refuerzos óptimos que precisaría una obra de esta envergadura coral. También demostraron saberse imponer a las mamarrachadas escénicas, desde el cantar disfrazados tapados completamente con túnicas amarillas y una especie de tiesto en la cabeza, como si fuesen los caraconos en una fiesta de Halloween, o ese Va pensiero extraordinariamente cantado (qué maravilla de nota final sostenida), pero en el que era imposible concentrarse por el trajín ideado en escena por delante. Estuvieron espléndidos toda la velada comenzando ya con un tremendo Gli arredi festivi, siguiendo con el brutal Maledetto dal Signor que se marcó el coro masculino, me maravillaron en S'appressan gl'istanti y pusieron el broche de oro con una escena final para chuparse los dedos. Que lujazo sigue siendo este coro.

Como decía al comienzo, la estrella era Plácido Domingo que acudía a su cita anual prenavideña con Les Arts. El público ya llegó decidido a bravearle incondicionalmente y así lo hizo. ¿Eso quiere decir que lo bordase?, pues, en mi humilde opinión, no. Como no podía ser menos, el madrileño hace su personal Nabucco que no suena a barítono, suena a Domingo cantando Nabucco. Y poco se puede añadir a lo que ya he escrito con motivo de sus últimas visitas, salvo que su voz se presenta cada vez más deteriorada y su movilidad más reducida. Sigue existiendo una zona central que en momentos mágicos aparece sonora y sana, pero las sonoridades leñosas son cada vez más frecuentes. El fiato también es cada vez más corto y la respiración muestra fatiga. Es verdad que sabe construir las frases como nadie, pero se ve obligado a acortarlas y modificarlas por limitaciones físicas más que normales en un cantante que está rondando (por arriba o abajo) los 80.

Reconozco que fue a más conforme avanzaba la representación y, tras una primera parte en la que me resultó bastante decepcionante y me hacía padecer, en la segunda mitad se vino arriba, completando un intenso dúo con Abigailley enhebrando un Dio di Giuda maravilloso, profundo, sentido, con un fraseo de maestro y encima, no ya arrodillado como marca el libreto, sino tumbado directamente boca abajo. Y es que donde Domingo no tiene prácticamente rival es en su instinto dramático, en su enorme expresividad, en la intensidad de sus recitativos, en su capacidad como actor cantante y en su conocimiento de lo que es el canto verdiano. Pocos habrá como él que sepan expresar con tal convicción dramática la evolución del rey babilónico, desde el tirano invasor, al demente que se cree un dios y al converso arrepentido. La humanidad y crueldad del personaje son dibujadas por Domingo con ese talento operístico irrepetible que sigue haciendo que, pese a todas las faltas que se pueden y deben poner a su interpretación vocal, yo siga saliendo del teatro con sensaciones encontradas.

El barítono, este sí de verdad, Amartuvshin Enkhbat, de nombre ciertamente imposible que suena a Rajoy, pazdescanse, felicitando las pascuas comiéndose un polvorón, interpretará el rol del rey babilonio los días 14 y 16. Me ha llamado la atención leer en algunos medios que este será el debut del barítono mongol (con perdón) en Valencia, cuando no es cierto. Ya debutó en Les Arts en un papel verdiano en 2012 interpretando el Monterone en Rigoletto, e incluso en una de las funciones asumió el papel protagonista. Como Monterone hace siete años no me gustó nada, mostrando una de esas emisiones atrasadas cuasi anales, pero me están hablando muy bien de él ahora y es francamente fácil que, en cuanto a ajuste vocal, lo haga mejor que Domingo, en el resto de facetas lo dudo. Lamentablemente no creo que pueda verle, ya que no queda ni una entrada, pero alguien nos lo contará. Ayer, por cierto, se encontraba en la sala y aprovechó el descanso para fumarse medio paquete de cigarrillos tomando el fresco.

Volvía también a Les Arts Anna Pirozzi en el papel de Abigailleque ya interpretase en 2015. No hay duda de que la Pirozzi es una de las grandes Abigaille de la actualidad y de las pocas artistas que pueden hacer frente a este diabólico rol con garantías. Ayer lo volvió a demostrar convirtiéndose, junto al coro, en lo más destacable de la velada. Su voz grande, corpórea, robusta, se imponía fácilmente a la orquesta y corría, timbrada y bellísima, por la sala con poderío, al tiempo que se adornaba en los momentos más líricos regulando intensidades y con un inteligente uso de las medias voces y pianísimos. Su fraseo intencionado derrochaba sentido dramático, cincelando todas las facetas del personaje, desde la autoridad y el odio, al abatimiento final. Todo lo corta que quizás se quede como actriz, lo compensa sobradamente con su expresividad vocal. Imponente estuvo en su Anch’io dischiuso un giorno y supo afrontar también con tremenda solvencia los saltos interválicos y la coloratura, como en la cabaletta Salgo già del trono. Quizás en la zona más alta algún agudo quedó un poco chillado, pero, como ya dije en mi crónica de 2015, pocas Abigaillehay que no chillen en algún momento. Bravissima.

Completando el trío protagonista, el rol de Zaccariafue interpretado por Riccardo Zanellato. El bajo italiano conoce bien la escritura verdiana, no en vano ha trabajado con Muti en diversas ocasiones, y frasea con intención, buen legato y acentos nobles. En su preghiera se mostró realmente emocionante. El problema es que carece del peso vocal preciso para este personaje y su voz se presenta clara en exceso y corta de proyección, lo que hacía que en los concertantes pasase desapercibido.

Otro viejo conocido de Les Arts es el tenor Arturo Chacón-Cruz, quien en 2017 fuese el Alfredo de La Traviata también junto a Plácido Domingo. Yo no sé qué le ve a este chico Domingo o quien sea responsable de su contratación. Digo Domingo porque es muy habitual que coincidan juntos en escena, con lo que entiendo que Plácido igual tiene algo que ver en el tema. Si lo que quieren es que cuando cante Chacón-Cruz nos acordemos del joven Domingoy le echemos de menos, lo han conseguido. Ayer el joven tenor mejicano interpretó el papel de Ismael y como en anteriores ocasiones, no me gustó demasiado. Su entrega vocal siempre es irreprochable, pero la voz presenta tiranteces y un centro bastante mate. Se mueve con cierta comodidad por la franja aguda aunque con algunos sonidos abiertos y recurriendo en más de una ocasión al portamento. El fraseo tampoco es nada refinado, y en escena, aunque hace muchos aspavientos y gestos, su expresividad es apenas mayor a la de un botijo toledano.

Por su parte, la soprano Alisa Kolosova fue la encargada de encarnar a la hija de Nabucodonosor, Fenena, con una voz grande, de bello timbre, que incluso en ocasiones se imponía en volumen a la de Pirozzi, como el terceto del primer acto,  y en la que posiblemente se echó en falta un mayor refinamiento en el fraseo. En pequeños papeles comprimarios destacó por encima de todos un estupendo Dongho Kim como Gran Sacerdote, exhibiendo una voz poderosa con la que casi me atrevo a decir que podría haber sido un mejor Zaccaria que Zanellato. Muy bien estuvo también Sofía Esparza como Anna y cumplió correctamente Mark Serdiuk como Abdallo.

La sala principal de Les Arts presentó la mejor entrada de la temporada. Lleno absoluto, con notable presencia del paisanaje valenciano y de esos personajes que no los sueles ver en la ópera si no viene la reina emérita o canta Plácido, pero que les conoces porque salen en revistas tipo Hello Valencia, en todos los eventos sociales, no sé si bronceados o con la cara untada de Nocilla y poniendo gesto de Joker con colitis. Políticos locales por supuesto apenas había, no fuera a acusarles alguien de que estaban apoyando a Domingo. Sí que me dijo alguien que estaba la directora general de Cultura, Carmen Amoraga, miembro del Patronato. Durante la representación y pese a los consabidos avisos, sonaron varios móviles, como siempre; los tísicos también acudieron en cuadrilla; y por supuesto no faltaron los canturreos acompañando el Va pensiero. Se aplaudió todo lo que sonaba a chimpún, se braveó insistentemente a Domingo tras el Dio di Giuda y, al finalizar la representación y la performance del Viva Verdi, las ovaciones fueron generalizadas para todos, incluyendo la dirección de escena.

También durante esos aplausos finales hicieron acto de aparición unos papeles pequeñines y cursis lanzados desde los pisos altos con frases de agradecimiento a Plácido Domingo. Y no faltó tampoco a su cita ese señor mayor que se coloca durante esos aplausos finales en la platea, en el cogote del director de orquesta, y les lanza ramos de flores a los cantantes cuando saludan, con una fuerza digna de Popeye y una precisión milimétrica. Si en Tokio 2020 hacen olímpico este deporte, no voy a decir el oro, pero el pódium lo tenemos garantizado.

Bueno, pues esta es mi crónica de Nabucco y otros aconteceres. Si alguien ha aguantando leyendo hasta aquí que me perdone el rollo y espero que no se sienta desanimado para acudir a disfrutar en Les Arts de un notable espectáculo operístico, sólo por la Pirozzi y el coro ya vale mucho la pena. Y, pese a todo lo que he dicho, yo ayer me lo pasé muy bien.

domingo, 11 de noviembre de 2012

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/11/12


Y por fin, se levantó el telón... Tras muchas incertidumbres, la temporada de ópera en Valencia ha comenzado con relativa normalidad. No sabemos cómo acabará la cosa, pero de momento ayer se dio el pistoletazo de salida a un ejercicio operístico que se aventura movidito.

Finalmente, las protestas de los trabajadores del Palau de les Arts frente a los incumplimientos de la empresa de los acuerdos laborales pactados a principios de año y ante el ERE que les van a aplicar, se concretaron en una ruidosa concentración en la explanada de acceso al teatro, tras una pancarta en la que se leía 'Sin nuestro trabajo no hay cultura', y el reparto al público asistente de unas hojas informativas con sus reivindicaciones. Se había planteado a la empresa la iniciativa de leer un manifiesto antes de comenzar la representación, pero parece ser que desde la Conselleria de Cultura se opusieron a la propuesta. Ante esa negativa, el maestro Omer Meir Wellber tuvo un bonito gesto cuando subió al podio para iniciar la interpretación de la obra, al coger el manifiesto de los trabajadores y durante unos segundos hacer como si lo estuviera leyendo al público pero permaneciendo en silencio. Finalizados estos instantes, parte del público, principalmente de los pisos altos, prorrumpió en aplausos y hubo algún grito a favor de la cultura.

El paro de dos horas que se había anunciado para la función del próximo martes se ha desconvocado, aunque para las siguientes representaciones se estará a lo que decida una próxima asamblea de trabajadores. En principio la noticia sería para alegrarse si ello respondiera a una decisión libre de los empleados de Les Arts o a un posible acuerdo con la empresa, pero parece que se debe más a una fuerte presión unilateral por parte de ésta. En fin, ya veremos como acaba la cosa…

Si queremos que la actividad del Palau de les Arts se mantenga, los primeros que habremos de responder seremos los espectadores, demostrando con nuestra asistencia que la continuidad de la actividad operística en nuestra ciudad tiene razón de ser. Y el aspecto que mostraba ayer la sala no era especialmente halagüeño. Había una buena entrada, pero siendo inicio de temporada, con una obra tan popular como “Rigoletto” y un sábado por la tarde, lo lógico era que se hubiese podido llenar. Esperemos que en las próximas representaciones, donde los precios de las localidades serán más baratos que en el estreno, mejore la asistencia de público.

Nos  volvió a obsequiar con su ausencia el President Fabra, al que está claro que le interesa menos la ópera que a mí el Reggaeton. Tampoco vi a la Consellera de Cultura con apellido de sheriff de spaguetti-western, que, si realmente no fue a dar la cara en un día como este, demostraría una vez más lo grande que le viene el cargo. Sí estaba por allí el Vicepresidente Císcar, la Delegada del Gobierno y algunos otros carguillos autonómicos de medio pelo, así como la Intendente Helga Schmidt. También se vieron algunas caras conocidas del mundo del espectáculo como el tenor Jorge de León o el ex portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Rafael Blasco, actualmente imputado por seis delitos.

Mucho se venía hablando en los medios de comunicación locales acerca de la espectacularidad de esta producción de “Rigoletto” del Teatr Wielki de Varsovia, creada originariamente por el belga Gilbert Deflo hace casi veinte años para La Scala, donde es todo un clásico que se representa periódicamente desde entonces (estos días sin ir más lejos). Desde luego la producción es espectacular. Una grandiosa escenografía ocupa ampliamente, en altura y profundidad, la caja escénica del teatro valenciano, mostrando los diferentes ambientes en los que se va desarrollando la acción, siempre dejándonos la sensación de que lo que se pretende sobre todo es apabullar al espectador visualmente, como con el palacio del Duca que parece casi una catedral. Lo mismo ocurre con el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino, de un barroquismo y colorido ciertamente irreprochables. Menos cuidada me ha parecido la iluminación de Stanislaw Zieba, que pienso que podría haber dado mucho más juego en combinación con el resto de elementos escénicos.

Sin embargo, esa grandiosidad de la escenografía origina un serio inconveniente al haberse unido a los recortes de personal en Les Arts, y para cambiar los decorados se tarda un tiempo excesivo. Francamente, tres intermedios de media hora cada uno en un “Rigoletto” es una exageración y rompe completamente el ritmo de la obra. Que a los 15 minutos de comenzar ya haya un descanso de 30 minutos, me parece imperdonable.
 
Junto a este derroche escenográfico y de vestuario, la propuesta de dirección escénica de Deflo, adaptada para la ocasión por Beata Redo-Dobber, no me pareció nada del otro mundo y no creo que aporte mucho, más allá de epatar visualmente. El manejo de la dirección de actores y los movimientos en escena son bastante simples. La escenografía pienso que está bien concebida para lograr que la acción fluya natural y eficazmente a los ojos del espectador, pero los cantantes y coro estuvieron bastante estáticos y la resolución de algunas situaciones como la entrada del Duca en el patio de la casa de Rigoletto o el tropiezo de éste con Borsa, me resultaron casi de función de colegio.

Así pues, desde el punto de vista visual la producción deja forzosamente una sensación viejuna pero, en conjunto, satisfactoria. Y es especialmente recomendable para aquellos que se enfrenten por vez primera a esta página de Verdi, pues todo se cuenta, más o menos, como marca el libreto, con un atractivo estético añadido incuestionable.

Lo que más me decepcionó ayer fue la dirección musical de Omer Meir Wellber. El israelí transmitió muy poco aliento verdiano. Dejó de lado cualquier esencia purista de la partitura y fue a su bola. Lo malo es que eso se lo pueden permitir genios como su antecesor Maazel, que, dentro de sus particularidades, te pueden maravillar con los resultados obtenidos, pero no quienes, como Wellber, carecen luego de coherencia en su lectura. Volvió a hacer, como en “Tosca”, una interpretación, a mi juicio, caprichosa de los volúmenes y dinámicas, y llevó a cabo una labor de batuta tan atropellada como sus gestos, poniendo en serios apuros a todos los intérpretes. Lo peor ya no fue que con los tempi veloces que imponía arrollase a los cantantes, sino que además demostró su incapacidad para, en esos momentos, controlar la situación y coordinar foso y voces. Ayer, sin embargo, no fue tan inclemente con el volumen como en otras ocasiones, apreciándose un intento de ajustar el mismo a los cantantes, pero cuando moderaba volúmenes se perdía tensión y, lamentablemente, el color orquestal se difuminaba y el alma que debe impregnar los sonidos que surgen del foso no se encontraba por ningún lado.

Lo anterior no quiere decir que las prestaciones de la Orquestra de la Comunitat Valenciana no hayan sido óptimas en cuanto a ejecución, porque sí lo han sido, pero más por la maestría de los atriles que por la labor del director. Impresionantes resultaron los sonidos del cello solista de Guiorgui Anichenko en el encuentro entre Rigoletto y Sparafucile, o la maravillosa conjunción de la sección de cuerdas al completo en la entrada de Rigoletto en busca de su hija secuestrada, o las flautas en el “Caro Nome”, o todas las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier con el oboe.

Muy bien estuvo también la banda interna formada por alumnos del Conservatorio Profesional de Valencia, bajo la dirección de Ricardo Casero; así como los músicos en escena de la Fundación Desarroya.

En cuanto al Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión por sus integrantes masculinos, sufrieron también el atropellamiento de Wellber y hubo algunos desajustes, aunque vocalmente su actuación fue óptima.

Ha de destacarse que miembros de Ballets de la Generalitat intervinieron por vez primera en una función en el Palau de les Arts, en concreto en el acto primero.

El reparto vocal a priori no presentaba grandes nombres y responde a la época de vacas flacas que nos toca atravesar. Aquí es donde un buen gestor tiene que demostrar su valía y, con menos recursos, saber sacar adelante una programación que mantenga un nivel de suficiente calidad, porque contratar a las grandes estrellas con talones firmados en blanco lo sabríamos hacer casi cualquiera. Personalmente, yo soy partidario de que los recursos que pueda haber se centren en mantener a toda costa la Orquesta y Coro que son hoy ya un referente internacional y en traer buenas voces, sean más o menos populares. Y la inversión en costosas producciones, la mayoría de las veces infumables, debería ser algo secundario.

El mayor aliciente de un reparto vocal bastante desconocido se centraba en el Rigoletto de Juan Jesús Rodríguez, quien nos dejó muy buenas sensaciones el pasado mes de junio cuando sustituyó a última hora el día del estreno de “Il Trovatore” a Sebastián Catana como Conde di Luna, obteniendo un éxito considerable. Pero Rigoletto son palabras mayores. Y creo que el barítono onubense pasó la prueba con nota. A mí desde luego me gustó mucho. Rodríguez tiene una voz cálida, plena, bien colocada, muy homogénea y con auténtico timbre baritonal. Rigoletto es un papel que conoce bien y que seguro que irá perfeccionando. Debutó con él en Jerez y también lo ha cantado en teatros como Parma, Torino o Tenerife. Ayer demostró una entrega absoluta, hilvanando un fraseo con todo el color verdiano del que carecía el acompañamiento orquestal. Su “Cortigiani” resultó emocionante, en la “Vendetta” dio el agudo final y lo mantuvo con potencia, y se marcó un “Pari siamo” notable, con intencionado fraseo y espléndido legato. En el aspecto negativo hay que decir que Rodríguez ofreció a lo largo de la noche poca variedad de matices, y su interpretación quizás no acabase de transmitir la pluralidad de pasiones que convergen en el poliédrico personaje, resultando algo plana en el aspecto dramático.

Erin Morley, en el papel de Gilda, fue otra de las triunfadoras de la noche. La soprano norteamericana es un jilguerillo, de voz pequeña, clara y con estrecho vibrato, que llevó a cabo una buena actuación, con una emisión segura tanto a voz plena como en las medias voces. A mí me gustan las Gilda con voces de más peso, sobre todo para afrontar la parte final de la obra, pero he de reconocer que el “Caro Nome” estuvo excelentemente cantado, con unos trinos de manual y una coloratura nítida y precisa. Es verdad que sus graves carecen de cuerpo, pero esto en una Gilda importa poco.

Iván Magrì, como el Duca, me gustó bastante menos. El tenor siciliano mostró un incuestionable poderío y brillantez en los agudos y una emisión potente, pero su línea de canto se presentaba descuidada y poco refinada, con un centro aquejado de un vibratillo cuasi caprino. Hacía esfuerzos por matizar y apianar, pero entonces perdía la impostación. En “Parmi veder le lagrime” dejó en evidencia sus problemas de fiato y sus respiraciones a destiempo deslucieron su fraseo. El pobre ni siquiera tuvo oportunidad de ser aplaudido tras “La donna è mobile” ya que Wellber no hizo la paradinha estratégica para permitirlo. Por cierto, a este chico nos lo vuelven a colocar esta temporada en “I due Foscari”.

Paata Burchuladze está actualmente en un estado vocal bastante lamentable y su Sparafucile transmitió la maldad del personaje más a base de tablas que de rotundidad canora.

Adriana Di Paola fue una Maddalena de escasa relevancia. Es verdad que el personaje no tiene un gran protagonismo, pero en el último acto tiene que tener la suficiente entidad vocal como para no pasar inadvertida en el cuarteto ni destrozarlo y ayer Di Paola no lo logró.

El jovencísimo bajo mongol (de Mongolia) Amartuvshin Enkhbat, como Monterone, lanzó su maldición desde el centro del escenario, pero su voz, con una emisión cuasi anal, parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. Lo malo es que en la función del día 24 está anunciado que encarnará el papel de Rigoletto.

En general todos los secundarios estuvieron bastante correctos, especialmente Marina Pinchuk, Mario Cerdá y Miguel Ángel Zapater.

El público de nuevo volvió a iniciar los aplausos de los finales de acto con muchísima antelación a que la música dejase de sonar. Hay quienes deben estar mirando toda la representación el telón para en cuanto lo vean descender un centímetro empezar a dar palmas. Eso sí, luego esos mismos suelen ser los que salen a la carrera de la sala. Al final hubo ovaciones para todos los artistas, aunque con especial intensidad para Juan Jesús Rodríguez y Erin Morley. También fue aplaudida la dirección de escena, saliendo a saludar una mujer rubia (supongo que la directora de la reposición Beata Redo-Dobber) quien se volvió como loca en el escenario, adelantando por su cuenta para que saludasen, casi a empujones, sin ningún criterio, a quien pillaba más a mano, ahora Monterone, ahora Gilda, ahora un Paje, ahora Wellber... Sólo faltó ver entrar a una pareja de mocetones con batas blancas y que se la hubiesen llevado con una camisa de fuerza.

Bueno, pues la temporada 2012-2013 en el Palau de les Arts ha dado comienzo. Ya veremos si, con la colaboración de todos, se puede conseguir que además la podamos finalizar con normalidad y puedan encararse temporadas futuras sin este ambiente de incertidumbre y provisionalidad que se vive ahora mismo.


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