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viernes, 25 de enero de 2013

"I DUE FOSCARI" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 24/01/13

Este año, en el que se celebra el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, el Palau de les Arts de Valencia tiene prevista la representación de dos óperas del autor italiano (“I due Foscari” y “Otello”), más “Rigoletto” que abrió la presente temporada el pasado mes de noviembre. Ayer tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “I due Foscari”, una composición de juventud perteneciente al periodo conocido como “años de galeras”, que, si bien no puede encuadrarse entre las obras maestras de Verdi, sí que atesora méritos suficientes como para tener una mayor presencia en los escenarios operísticos de la que tiene. Podéis leer un estupendo análisis de la misma pinchando aquí.

La presencia del veterano cantante Plácido Domingo debutando un nuevo papel de barítono, en este caso el de Francesco Foscari, constituía el principal aliciente de esta coproducción entre el coliseo valenciano, el Theater an der Wien, la Royal Opera House Covent Garden de Londres y la Ópera de Los Ángeles, donde ya se representó el pasado mes de septiembre. Pero ni el protagonismo de Domingo consiguió evitar que el teatro valenciano presentase una entrada paupérrima para ser una noche de estreno. Apenas media entrada, con los pisos superiores prácticamente vacíos. Quiero volver a reiterar aquí que quizás sea hora de plantearse el hecho de que las entradas para los días de estreno dejen de ser más caras que para el resto de representaciones. Para los artistas, el panorama de un estreno en un teatro medio vacío es deprimente; y está visto que el público prefiere esperarse a otras funciones de precio más reducido y donde además el espectáculo ya ha rodado y hay un mayor ajuste.

La producción presentada ayer cuenta con la dirección escénica del norteamericano Thaddeus Strassberger, con escenografía de Kevin Knight, el vestuario de Mattie Ullrich y la iluminación de Bruno Poet.

La puesta en escena se caracteriza por una ambientación oscura, a veces demasiado, acorde a la sombría trama del drama verdiano representado. La escenografía nos presenta estructuras y edificios semiderruidos apuntalados y montañas de escombros, posiblemente simbolizando todo ello una sociedad en descomposición dominada por un poder político corrupto donde las ambiciones personales prevalecen sobre la justicia. Incidiendo más en todo esto, se pone un énfasis, a mi juicio excesivo, en la vertiente más gore, con gratuitas imágenes de tortura y violencia en esas lóbregas mazmorras propias de las aventuras del Capitán Trueno.

El vistoso y colorido vestuario es lo único que aporta un cierto grado de luminosidad en medio de todo este oscuro y tétrico ambiente de los entresijos del poder que desprende una general fealdad. Por eso, causaba cierta gracia ver a Jacopo Foscari  colgado en una jaula y añorando su ciudad mientras esta se presenta como un montón de desechos.

Entre lo más positivo destacaría el uso de la iluminación para remarcar determinadas escenas con inteligencia, como en el terceto del segundo acto. También me gustaron las proyecciones, con algunas frases alusivas al drama, mientras sonaba la música al inicio de cada acto. Por el contrario, la escena de carnaval me pareció muy pobre y aquello más que el Carnaval de Venecia parecía una feria de pueblo, eso sí, con exhibición del últimamente omnipresente tragador de fuego que debe estar en plantilla de Les Arts. Pero, sobre todo, si algo me disgustó de esta propuesta escénica es que no comprendí a qué venía el detalle final de apartarse absurdamente del libreto original haciendo que, tras la muerte de los dos Foscari del título, Lucrezia ahogue en un charco al hijo mayor de Jacopo. Un disparate majadero sin igual.

Al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, tras el glorioso paréntesis en el que pudimos disfrutar de la maestría de Riccardo Chailly, volvió a colocarse su director titular Omer Meir Wellber. Tengo que decir que su trabajo me gustó bastante más que en “Rigoletto”, y, en conjunto, creo que fue positivo, aunque, una vez más, me volvió a dejar con la sensación de que su dirección peca de caprichosa. No consigue transmitirme un concepto unitario en su labor de batuta, aplicando tempi y volúmenes que en muchos momentos parecían seleccionados al azar, combinándose explosiones temperamentales de atronadores efectos sonoros y velocidades supersónicas, con algunos detalles líricos más reposados, pero no necesariamente conectados con lo que sucedía en escena. Su dirección vehemente y nerviosa volvió a atropellar en muchos momentos a los cantantes, y el descontrol, especialmente con Magrì y con el coro en sus primeras intervenciones, fue evidente en más de una ocasión. Este hombre debería tomarse una tila y respirar un poquito más con los cantantes. Por el contrario, pese a que otras veces en los concertantes ha patinado, ayer, en el que cierra el acto segundo, llevó a cabo una labor espléndida, alcanzándose uno de los momentos más bellos de la noche.

Los músicos de la Orquesta de la Comunitat Valenciana volvieron a mostrar un comportamiento ejemplar, con alardes de virtuosismo por parte del clarinete de Tamás Massànyi, magníficas intervenciones de Cristina Montes al arpa, y un espléndido inicio del segundo acto con el violonchelo de Guiorgui Anichenko y el solista de viola, al que no pude identificar.

Irreprochable también, una vez más, la labor del Cor de la Generalitat, mostrando un gran poderío en la escena final y derrochando belleza en la intervención de las voces femeninas en la cavatina de la soprano.

Como decía al comienzo, el principal aliciente era la presencia en el escenario de Plácido Domingo en el papel de Francesco Foscari. El número 140 de su carrera, que se dice pronto. Y con eso creo que ya se dice todo. Un señor con semejante currículo, siendo por derecho propio uno de los mejores cantantes de la historia de la ópera, y pisando los escenarios a los setenta y tantos años con un dominio de las tablas impresionante y una voz con impropia frescura, se merece todo mi respeto. Como ya he manifestado en otras ocasiones en que he comentado intervenciones de Domingo como barítono, si comparamos, desde el punto de vista de la ortodoxia canora, el rendimiento del madrileño con otros barítonos de referencia, es obvio que Domingo sale trasquilado. Lo quiera él o no, su voz sigue siendo de tenor. Su zona grave se muestra demasiado desguarnecida como para afrontar por derecho estos papeles, de ahí que se le vea forzado e incómodo en muchos momentos e incluso se vea tapado por la orquesta, aunque en cuanto la tesitura sube, su timbre vuelve a brillar con luz propia.

Pero, si nos olvidamos de la ortodoxia y nos centramos en el puro espectáculo operístico, el señor Domingo no defrauda. Solventa las carencias con efectivos ardides de viejo tahúr y el animal escénico que es te seduce sin paliativos con la fuerza dramática y la pasión de la que siempre hace gala en escena. Además, especialmente en su primera intervención y en la escena final, exhibió un fraseo de auténticos tintes verdianos, con musicalidad, un legato de reglamento, perfecta dicción y expresividad por arrobas. Por si faltaba algo, murió en escena rodando cual Victorino sin puntilla, con tal credibilidad que llegué a temer por su integridad física.

El papel de Jacopo Foscari fue interpretado por el tenor siciliano Ivan Magrì, a quien ya tuvimos ocasión de ver como Duca en “Rigoletto”. Volvió a mostrar parecidos defectos y virtudes a los de entonces, aunque esta vez me gustó algo más. Su timbre no es precisamente bonito, muy metálico, con un centro donde presenta un vibratillo caprino que afea un tanto su emisión. Destacó nuevamente en su facilidad para la subida al agudo, con potente volumen, pero sus escasos intentos por enhebrar medias voces o matizar su fraseo se topaban con una pérdida de la impostación. Tuvo un buen comportamiento en escena pese a tener que cantar casi permanentemente enjaulado y sobre todo se entregó a su personaje de forma valiente y apasionada haciendo creíble el papel.

La hasta ahora desconocida soprano china Guanqun Yu, ganadora de la última edición de Operalia asumió el rol de Lucrezia Contarini, un papel mucho más exigente de lo que puede parecer, ya que tiene que mostrar sobrada suficiencia tanto en la zona grave como aguda, debe ser solvente en las agilidades y tener fuerza dramática y capacidad para el matiz. Pero, lamentablemente, pocas cosas de estas demostró ayer la china. Tiene una voz lírica de matices muy bellos, brillando la emisión en la zona alta, pero de graves anda cortísima, las agilidades fueron deficientes, en su aria caló reiteradamente, resultaba fría, inexpresiva y sin emoción, y su dicción fue pésima. Pese a todo fue aplaudidísima.

El bajo italiano Gianluca Buratto, como Jacopo Loredano, posiblemente el único de los cantantes principales cuya voz se ajustaba a los requerimientos del papel, tuvo una actuación en la que destacó su poderosa y rotunda voz grave. El tenor valenciano Mario Cerdá fue un Barbarigo que brilló en su intervención final manifestando la inocencia de Jacopo; y los cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo Marina Pinchuk (Pisana), Pablo García López (Soldado) y Mattia Olivieri (Siervo), tuvieron también unas correctas actuaciones, destacando la potente voz de este último.

Al final, un público más frío y cuchicheador que de costumbre, brindo una ovación de gala a Plácido Domingo, a quien lanzaron numerosos ramos de flores que fueron a parar todos ellos al foso, estando uno a punto de dejar tuerta a la solista de fagot. Fueron también muy ovacionados el resto del elenco, especialmente, como decía antes, la china Guanqun Yu. Y también hubo tibios aplausos para la dirección escénica, pese a un escaso “buuu” aislado de un francotirador.

Quiero expresar aquí mi satisfacción y pública felicitación al encargado de bajar el telón en el Palau de les Arts que ayer, por fin, esperó a que finalizase completamente la música antes de iniciar su descenso, con lo que se evitaron los anticipados aplausos de los nerviosillos de turno.

Esta vez no hubo a la entrada protesta de los trabajadores del Palau de les Arts. Parece ser que han optado por suspender temporalmente las mismas en tanto esperan que la nueva Consellera de Cultura les escuche, como prometió al ocupar el cargo. Ojalá todo acabe solucionándose satisfactoriamente, se olviden del ERE y ese engendro llamado Culturarts no engulla la Fundación Palau de les Arts.

No quisiera finalizar sin animar a todo el que esté indeciso, por desconocer “I due Foscari”, a que acuda al Palau de les Arts. Si ver en escena a un mito de la historia de la ópera como Plácido Domingo no es aliciente bastante, le añadiría que esta obra tiene momentos bellísimos y, sin duda, lo pasarán bien.


video de PalaudelesartsRS


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Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.

Y si alguien está interesado, el próximo miércoles 30 de enero, a las 19.30 horas, la Asociación Amics de l'Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana dará una charla sobre "I due Foscari" en los locales de la Real Sociedad Valenciana de Agricultura y Deportes (calle Comedias nº 12, 46003 Valencia). La entrada es gratuita.

lunes, 3 de diciembre de 2012

"LA BOHÈME" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 02/12/12


Ayer se estrenó en el Palau de les Arts de Valencia la segunda ópera de una temporada de crisis que se caracteriza por la programación de títulos muy populares. Y pocos hay que lo sean tanto como La Bohème, de Giacomo Puccini.

Se busca con ello asegurar los ingresos de taquilla por venta de entradas en estos tiempos tan complicados económicamente. Al igual que ocurriese con el “Rigoletto” que abrió la temporada, está casi garantizado que, en los próximos días, el teatro valenciano estará prácticamente lleno. Sin embargo, también a semejanza de lo ocurrido entonces, el día del estreno volvió a haber muchísimos huecos. No sé si será el momento de que en Les Arts se replanteen que las entradas del primer día dejen de ser más caras que las del resto de representaciones y posibilitar así que el aspecto de la sala un día de estreno no sea tan deprimente como lo fue ayer, sobre todo en los pisos altos.

Los trabajadores del Palau de les Arts volvieron a manifestarse a las puertas del teatro haciendo llegar sus reivindicaciones al público que allí iba llegando. Además, ayer consiguieron un gran golpe de efecto colocando unas lápidas con el nombre de famosos compositores bajo los que figuraban las óperas de cada uno de ellos estrenadas en Les Arts, para indicar que la política cultural que se pretende llevar a cabo conllevará que no volvamos a disfrutar de momentos como los vividos hasta ahora. Por su parte, los músicos de la orquesta también ejecutaron su particular protesta, interpretando cinco minutos antes del comienzo un fragmento de La Bohéme, en concreto el vals de Mussetta, y, al finalizar, enarbolaron en alto el manifiesto de los trabajadores mientras el público rompía a aplaudir.

La Bohème estrenada ayer es la única producción propia que va a presentar el teatro valenciano esta temporada, en concreto se trata de una coproducción del Palau de les Arts y la Opera Company of Philadelphia, que cuenta con la dirección escénica del italiano Davide Livermore. Creo que la puesta en escena de Livermore, sin ser especialmente innovadora, es inteligente y constituye un acierto y, aunque absolutamente clásica y ambientada en la época del libreto, no huele a rancio.

Es de una gran sencillez, con una escenografía mínima, donde la ambientación se consigue mediante proyecciones, a veces con movimiento, de conocidas obras pictóricas impresionistas y postimpresionistas que enmarcan la acción. A veces se trata de indicar las circunstancias en que se desarrolla la misma, como el paisaje de invierno de Monet en el acto III, con el que a mi juicio se logra uno de los momentos estéticamente más bellos, o La Pradera de Renoir, con la que concluye el acto III y se inicia el IV, en alusión a la llegada de la primavera. En otras ocasiones se trata de subrayar menciones específicas del libreto, como esa “Costurera” de Renoir que aparecía cuando Mimí describe su trabajo. Especialmente interesante me pareció la escena final, con el cuadro de Jean Beraud “Après la faute” dominando el escenario, reflejando esa imagen de una mujer en un sofá rojo, similar a la que se desarrollaba en escena. Cuando Mimí muere, la mujer desaparece del lienzo y el sofá aparece vacío.

Pero además de que estéticamente me pareciera atractiva la propuesta, con un uso de la iluminación también acertado, lo que destacaría principalmente es que denota un serio y efectivo trabajo de dirección. Esto es especialmente relevante en el acto II, donde los distintos planos en los que transcurre la acción y la abundancia de personajes en escena, requieren inteligencia y sentido de la dramaturgia y del movimiento escénico para resolverlo adecuadamente. Y creo que Livermore lo consigue con creces.

Si en el pasado “Rigoletto” manifesté mi decepción ante la dirección musical del titular de la casa, Omer Meir Wellber, en esta “Bohème” sólo puedo tener alabanzas hacia el formidable trabajo de batuta llevado a cabo por quien se dijo en su día que pudo haber ocupado ese puesto, Riccardo Chailly. El milanés ha dirigido por fin una ópera en Les Arts tras haber cancelado en todas las ocasiones anteriores en que fue anunciado. Y la cita resulta aún más especial teniendo en cuenta que no tiene previsto volver a dirigir una ópera hasta 2015.

Chailly había insistido en sus manifestaciones previas a este estreno en que su versión de La Bohème se alejaría de lo que estamos acostumbrados a escuchar y sería mucho más fiel a lo originariamente escrito por Puccini. Como desconozco la literalidad de la partitura original no puedo pronunciarme acerca de la fidelidad o no de la versión de Chailly a la escritura de Puccini, pero es cierto que no se recrea en excesos melodramáticos efectistas, a cambio de ofrecer una lectura general más uniforme, llena de belleza, donde el conjunto rezuma sentimiento, sin alharacas ni explosiones desbordadas, pero con alma. Los tempi impuestos fueron ágiles, por momentos veloces, con una primera mitad del acto I o un acto II llenos de vitalidad y frescura, y con un uso de las dinámicas inteligentísimo, consiguiendo en todo momento mantener la tensión y extraer un colorido orquestal brillante y riquísimo, plagado de matices, mostrándose, eso sí, inclemente con los cantantes en diversas ocasiones en cuanto a volúmenes. La fuerza dramática del final del acto IV fue memorable, y espectacular el maravilloso crescendo de las cuerdas en la entrada de Mimí del acto I.

Nuestra Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a tener un gran director al mando y eso se notó. En comparación con otros estrenos hubo, en general, una precisión y conjunción inusual, tanto en el foso como entre éste y los cantantes, demostrando Chailly además un control ejemplar en los concertantes. Entre las intervenciones solistas destacaron las del concertino Serguéi Ostrovski, así como las flautas comandadas por Álvaro Octavio en “D’onde lieta uscì“, y la inspiradísima noche de los clarinetes o del arpa de Cristina Montes.

El coro no interviene demasiado en esta obra, aunque sí con un alto nivel de exigencia vocal y de movimiento escénico en el acto II, y aquí tanto el magnífico Cor de la Generalitat como la Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet y la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, ofrecieron un rendimiento excelente.

El papel de Mimí fue interpretado por la israelí Gal James, una cantante de la que, francamente, esperaba un poco más. No puedo decir que hiciese nada mal, porque no lo hizo, pero no acabó de encender esa chispa que se precisa para que la emoción te invada. Al menos conmigo. Tiene una voz de atractivo timbre, aunque más bien pequeña, sufriendo notablemente en muchas ocasiones para hacerse oír. Es verdad que cantó bien y mostró sensibilidad en los compases más líricos, cuidando el matiz y apianando con gusto, pero me resultaba fría. De cualquier modo, me gustó más en la segunda mitad que en los dos primeros actos.

Del Rodolfo de Aquiles Machado yo destacaría su entrega interpretativa y el intencionado fraseo, con cuidada dicción, muy ajustado a las exigencias de los tempi impuestos en cada momento por Chailly. Sus agudos se mostraron demasiado tirantes, con una voz que dejaba entrever en la parte alta de la tesitura un adelgazamiento y un oscilante vibrato preocupante. Su centro sin embargo ha ganado cuerpo y cantó en todo momento con mucho gusto, con un uso de las medias voces que rozó el abuso.

El italiano Massimo Cavalletti fue un buen Marcello. Este barítono, curiosamente nacido, al igual que Puccini, en Lucca, posee una voz de bello timbre y sobrado volumen, aunque presentó puntuales engolamientos. Se echó de menos que no abandonase el forte en más ocasiones de lo que lo hizo.

La valenciana Carmen Romeu compuso una estupenda Mussetta, mostrando frescura vocal y resultando espléndida en lo actoral, consiguiendo dotar al personaje del espíritu que requiere.

Gianluca Buratto fue un Colline de hermosa voz, estando muy correcto en la ocasión que tiene de lucirse con “Vecchia Zimarra”. También correcto Mattia Olivieri como Schaunard aunque debe controlar un poco su tendencia a la sobreactuación.

Los saludos finales fueron un tanto atípicos. Los cantantes, según saludaban, se iban quedando sentados en el sofá en el que había expirado Mimí, con gesto serio, y acabaron como si estuvieran posando para una fotografía. Fueron muy aplaudidos todos los intérpretes, así como la dirección escénica, pero la gran ovación de la noche fue para Riccardo Chailly y los miembros de la orquesta. El director italiano, antes de que cayese el telón, cuando ya tuvo bastantes aplausos y saludos, tomó el camino de los camerinos haciendo lo propio todos los demás, bajándose entonces el telón.  

Y hablando de telón, lo de ayer con las prisas por aplaudir en cuanto empieza a bajar, alcanzó cotas de premio Nobel. En esta ópera es mucho más grave la cosa porque el final musicalmente no es el típico chimpún, sino que la música se va apagando progresivamente. Unos cuantos imbéciles comenzaron a aplaudir en cuanto se movió el telón, otro necio se unió gritando “Bravi” y, afortunadamente, una gran parte del público reaccionó pidiendo silencio, acallándose la ganadería hasta que se apagó definitivamente el sonido de la orquesta, aunque no se pudo evitar la aparición desgañitada del memo habitual en todas las representaciones del maestro de Lucca gritando “Viva Puccini”. La diferencia entre que estos majaderos intervengan a destiempo o no, es tan sencilla como que acabes emocionado disfrutando de los compases finales o termines la representación avergonzado e indignado. Creo que, ya que los mentecatos no parecen tener remedio, va siendo hora de que los responsables de Les Arts den instrucciones de que no se baje el telón hasta que la música haya finalizado por completo.


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martes, 27 de marzo de 2012

"THAÏS" (Jules Massenet) - Palau de les Arts - 25/03/12


El Palau de les Arts de Valencia ha decidido homenajear el centenario de la muerte del compositor francés Jules Massenet con la programación de dos de sus óperas, “Thaïs” y “Le Cid”, que, si bien no son las más populares, sí reúnen suficientes alicientes para que resulten unas citas de gran interés.

El domingo tuvo lugar el estreno de la primera de ellas, “Thaïs”, un acontecimiento que había generado una enorme expectación debido sobre todo a la presencia en su reparto del incombustible Plácido Domingo, quien debutaba a los 71 años (declarados) en un nuevo papel que añadir a su carrera, en este caso el del monje Athanaël, un rol escrito para barítono y que el veterano cantante solventó con todas las tablas y el peculiar estilo que últimamente caracteriza sus incursiones en terrenos baritonales.

Lo primero que quisiera destacar es la desagradable sorpresa de encontrarme una sala con demasiados huecos, desde luego muchos más de los que un estreno en domingo con Domingo hacían presagiar, habiéndose quedado un buen número de entradas por vender. Este no es un dato que genere precisamente optimismo ante el incierto futuro del teatro valenciano. Y eso que pudo verse una amplia presencia de aficionados dominguistas, así como una nutrida representación de ese personal que se cree VIP, entre ellos varios miembros del gobierno valenciano con el vicepresidente Císcar al frente, y la corte de pelotas habitual. Llamaron la atención dos ausencias, la del President Fabra y la de la todavía Intendente de Les Arts, Helga Schmidt, que, si bien se encontraba por allí, evitó dejarse ver con la corte de los milagros.

La producción de la ópera de Göteborg presentada cuenta con la dirección escénica de Nicola Raab, escenografía y vestuario de Johan Engels e iluminación de Linus Fellbom. Se ha trasladado la acción de la Alejandría del libreto a la Francia de finales del siglo XIX, presentando a los monjes como miembros de una especie de logia masónica y a Thaïs como una estrella del espectáculo. La casa de Nicias es un teatro donde aparecen referencias a personajes del mundo teatral de distintas épocas. Finalmente, en el acto tercero aparece el desierto original descrito en el libreto, aunque sea con unos telones un poco cutres. La escenografía montada sobre una plataforma giratoria permite dar paso a los distintos ambientes de forma ágil y eficaz, aunque la maquinaria chirriaba un poco y el ruido a veces resultaba molesto.

La puesta en escena, aunque tampoco descubra nada nuevo, resulta visualmente muy atractiva y permite que el discurso dramático se desarrolle de forma coherente. Hay un trabajo de dirección, con algunos guiños simbólicos bastante evidentes, como el situar en el último cuadro a Thaïs y Athanaël en distintos planos para acentuar la espiritualidad alcanzada por ella y el nivel terrenal en el que ha caído él. Peores resultados se obtuvieron con la dirección de actores, no sé si por falta de ensayo o porque la obsesión de Domingo por rondar la concha del apuntador descontroló al personal.

Sí me pareció muy acertada la iluminación, y deslumbrante el vestuario, aun con su puntito kitsch, como esas unas túnicas doradas que seguro que hicieron babear de envidia en el patio de butacas a Rappel. Aunque, para premio, la lástima que da la pintica que luce Plácido Domingo, transmutado en una especie de Carlos Jesús. Pero, en definitiva, creo que, en su conjunto, la propuesta funciona bastante bien, resulta sugerente y, pese a la reubicación espacio-temporal, se adapta al espíritu de la obra.

El francés Patrick Fournillier fue el encargado de ocupar el foso de Les Arts, colocándose una vez más al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana dirigiendo una ópera francesa, como ya hiciera anteriormente en otras tres ocasiones. Llevó a cabo una dirección solvente, enérgica, vivaz y muy ajustada en estilo. Estuvo siempre atento a lo que ocurría sobre el escenario marcando las entradas con precisión, y puso intencionado énfasis en los pasajes más líricos, aunque personalmente eché de menos una mayor sensualidad y capacidad para el matiz. Consiguió que brillase como merece la inspiradísima orquestación de Massenet, pero con un desaforado desparrame decibélico que acabó, en mi opinión, por deslucir el conjunto. De este hombre siempre tengo que acabar diciendo lo mismo, pero es que el tío no escarmienta. Como me decía un amigo, Fournillier se ve con un Ferrari en sus manos y no resiste la tentación de darle caña. De todas formas yo sigo convencido de que tiene algún problema auditivo y creo que definitivamente le voy a dar el teléfono de Imanol Arias para que le mande al instituto ese de la sordera que anuncia.

La Orquesta de la Comunitat Valenciana volvió a llevar a cabo una actuación magnífica. Maravillosa resultó la lectura y ejecución del fragmento más conocido de esta ópera, que curiosamente no es vocal sino un solo de violín, la archifamosa “Meditación”, donde pudo lucirse el concertino Stefan Eperjesi, muy bien acompañado por el sensual sonido del arpa de Cristina Montes. Toda la sección de cuerda estuvo fantástica, con unos cellos donde destacaron un par de solos magistrales de Rafal Jezierski.

Muy bien, como siempre, el Coro de la Generalitat, sobre todo en la intervención del masculino en el primer acto. Me llamó la atención que en los saludos finales no estuviese presente su director Francesc Perales, sino el director asistente Jordi Bernàcer.

El principal interés de la noche, como dije antes, se centraba en escuchar al mítico Plácido Domingo. A esta cita habían acudido quienes rinden devoción a su figura y se desplazan decididos a aplaudirle aunque cante “La gallina Turuleta” con carraspera; luego estamos los que ya, más o menos, sabemos lo que nos vamos a encontrar, o sea, un tenor mayor cantando en una tesitura que no es la suya, pero con una fuerza escénica imponente; y, por último, quienes conocen por grabaciones su carrera como tenor, no han tenido ocasión de escucharle nunca en directo y aprovechan la oportunidad para hacerlo. Y, sinceramente, pienso que éstos saldrían defraudados.

Quienes me conocen saben que siempre he admirado a Plácido Domingo, más en unos papeles que en otros, obviamente, y me merece un enorme respeto, pero no puedo engañarme a mí mismo diciendo que me gustó, porque no me gustó. Ya no me refiero sólo a que estuviese fuera de estilo o que su voz no sonase baritonal, porque eso ya me lo esperaba. Su Boccanegra, por ejemplo, era SU Boccanegra, atenorado, pero con la fuerza vocal y dramática del cantante Domingo palpitando. Pero en esta ocasión su voz me pareció más opaca e inestable que nunca, y él me transmitió una sensación de no estar cómodo en escena. Posiblemente no tuviese bien aprendido el papel porque no dejaba de acercarse al apuntador, para desconcierto de sus acompañantes, y cambió el texto más de una vez, aparte de mutar las e finales en i y otros truquillos de avezado tahúr.

El problema principal es que su voz donde brilla realmente no es en la tesitura baritonal y si a eso además le unimos el torrente sonoro Fournillier, pues el poco lucimiento estaba asegurado. Eso sí, en cuanto pisaba terrenos más tenoriles se percibían los ecos del gran Domingo. Sorprendentemente hizo gala de buen control del fiato, mejor que en ocasiones anteriores, y, por supuesto, su presencia y carisma escénico y su entrega siguen siendo irreprochables. Y si consideramos su edad y recientes achaques de salud, el tema es de Expediente X. Por eso, pese a salir íntimamente un poco defraudado, no dudé en aplaudir a este señor por su coraje en seguir subiéndose a los escenarios y su amor por la música.

La guapa soprano sueca Malin Byström, tiene una voz francamente bonita, especialmente en su registro central, rica en armónicos, con suficiente volumen, y unos tintes oscuros muy atractivos. En la zona aguda, donde le cuesta más llegar, pierde algo de brillo y en algún momento rozó el chillido. En la vertiente expresiva se desenvolvió con solvencia, tanto en lo dramático como en lo vocal, teniendo algunos detalles de buen gusto, regulando e intentando algunos pianísimos que, aunque no sonaran con la limpieza deseada, son muy de agradecer. En su actuación fue de menos a más y obtuvo un merecido éxito.

El joven tenor siciliano Paolo Fanale, como Nicias, hizo gala de una bella voz y buen fraseo, aunque presentó serios problemas de proyección agravados por la muralla china que había plantado en el foso Fournillier. Personalmente me quedé con ganas de haber escuchado en el papel a Celso Albelo.

Muy correcto todo el resto del reparto, destacando un Gianluca Buratto de voz imponente, María José Suárez como Albine, y la veterana mezzosoprano valenciana Marina Rodríguez Cusí en un papelito insignificante.

Como comentaba al principio, se encontraban muchos dominguistas presentes entre un público que tributó, puesto en pie, una de las más largas y fuertes ovaciones que se han escuchado en este teatro, quiero pensar que más dirigida a la carrera de Domingo y a su carisma personal que al rendimiento concreto en este estreno. Desgraciadamente, volvieron a estar demasiado presentes los tísicos de abono, estos personajes a los que parece que algún sádico doctor les recomiende ir a la ópera a echar sus miasmas, concursando por ver quién consigue mayor alarde sonoro.

Ayer además tuve la ocasión de descubrir a un nuevo fenómeno, el bostezador de Minnesota, un sujeto humanoide que se pasó toda la ópera bostezando (con ruido) tras mis apéndices auditivos, batiendo sin duda algún récord mundial. Lo curioso es que el tío tuvo la jeta a la salida de comentar a su compañero de butaca, previo bostezo, lo mucho que le había gustado. Eso sí, doy fe de que no se durmió… lamentablemente.

Aquí podéis leer la estupenda crónica de Maac.

Aquí la de Titus
Y aquí la de Mocho


Para finalizar, os dejo con la “Meditación” de “Thaïs” en la interpretación de Anne Sophie Mutter, con 13 añitos de edad y una pinta lamentable, acompañada por la Filarmónica de Berlín y dirigida por Herbert von Karajan:


video de theviolinchannel

Actualización a 31/03/12:

Después de haber asistido a la función de "Thaïs" del sábado 31 de marzo, creo que es de justicia que efectúe algunas puntualizaciones a la crónica del estreno. Y es que, para empezar, debo manifestar que la dirección de Fournillier fue magnífica. A diferencia de lo ocurrido en la primera representación, el director francés controló perfectamente el volumen de la orquesta y nos ofreció una versión ajustada y bellísima de la partitura, llena de matices, en una de las noches más inspiradas de Fournillier en este teatro.

Por otro lado, Plácido Domingo fue el gran cantante y animal escénico que todos esperábamos. Su voz se mostró fresca y brillante, dentro de sus limitaciones en la tesitura, y se le vio mucho más cómodo en el papel, llenando la sala de emoción con su saber hacer.

Una gran noche de ópera en la que se pudo disfrutar de una producción, un elenco y una dirección musical extraordinarias y que animo a todos a no perderse. 

lunes, 1 de febrero de 2010

"LUCIA DI LAMMERMOOR" (Gaetano Donizetti) - Palau de Les Arts - 31/01/10


Ha tenido que llegar el Palau de les Arts a su cuarta temporada para hacer sus primeras incursiones en el repertorio belcantista. El pasado mes de noviembre se estrenaba de soslayo con “La Scala di Seta” de Rossini en la pequeña Sala Martín y Soler. Y ahora se presenta en la sala principal esta “Lucía di Lammermoor” de Donizetti, un melodrama romántico con libreto de Salvatore Cammarano, basado en la novela de Sir Walter ScottThe Bride of Lammermoor”, que constituye una de las obras cumbres del belcantismo.

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, y en esta ocasión ha sido muy buena, habiéndose conseguido unos resultados óptimos a todos los niveles.

La producción presentada tiene ya más de 13 años. Se trata de una coproducción del Gran Teatro de Ginebra y el Maggio Musicale Fiorentino que cuenta con la dirección artística de Graham Vick y es todo un clásico que se ha paseado ya por medio mundo.
No hay que buscar en su trabajo especiales visiones del drama. Se limita a arropar sabiamente la construcción musical con una propuesta realista y eficaz, a la que la única crítica que se podría hacer sería que ya se lleva tiempo representando y está bastante vista, pero sigue resultando estéticamente agradable y no chirría en ningún momento.
Unos paneles móviles se encargan de ir cambiando los ambientes y encuadrando la acción, sucediéndose los diferentes escenarios con naturalidad, ajustándose a lo requerido y sin despistar al espectador.
Vick plantea una puesta en escena “ecológica” dominada permanentemente por una gran luna llena, un árbol seco y la vegetación púrpura de los páramos escoceses, que se salpica de flores rojas en la escena de la locura. Los juegos de luces, sombras y colores son permanentes y consiguen una plasticidad notable.
Me pareció fallida la resolución de las luchas a espada, que parecían propias de los ensayos de una función de fin de curso de 2º de primaria, así como la escena del baile, donde el escaso espacio escénico disponible no permitía bailar ni un chotis (muy apropiado, por cierto).

Karel Mark Chichon llevó a cabo una dirección solvente, manteniendo con pulso firme la intensidad dramática y consiguiendo una gran coordinación entre foso y escena, poniendo siempre la música, como requiere el género, al servicio de las voces, cuidando en todo momento los volúmenes, aunque en algún pasaje un juego un tanto efectista de la percusión provocase cierta descompensación con los cantantes. Tal cuidado por el control rozó la monotonía sonora y se echó de menos un mayor cuidado puntual de los matices.

En cualquier caso el resultado de conjunto logrado por el gibraltareño fue muy aceptable, contando para ello con la inestimable colaboración de los sensacionales músicos de la Orquestra de la Comunitat Valenciana que volvieron a dar otra lección de impecable ejecución. Merecen reseña aparte las intervenciones del solista de cello, el polaco Rafal Jezierski; de un impresionante Álvaro Octavio con la flauta, en la cadencia del aria de la locura, aunando el manchego su virtuosismo con una perfecta compenetración con la soprano; y de la solista de arpa, la sevillana Cristina Montes, en el preludio a la aparición de Lucía en escena, consiguiendo arrancar al instrumento todo su potencial melódico. Lástima que quedasen privados de un especial y merecido reconocimiento en los saludos finales.

El Coro de la Generalitat, dirigido por Francesc Perales, volvió a dejar constancia de su empaste y homogeneidad habituales, en breves pero rotundas intervenciones.

El nivel general de los solistas vocales, todos ellos muy jóvenes, fue muy alto, con dos protagonistas de auténtico lujo.

La georgiana Nino Machaidze, a quien dediqué ya un post cuando se anunció la programación de Les Arts intuyendo que podría ser uno de los grandes nombres de la temporada, no defraudó las expectativas y enamoró a la platea con esa bellísima voz fresca y bien timbrada con la que está triunfando, a sus 26 años, en los principales recintos operísticos del mundo.
Acometió el difícil papel protagonista con arrojo desde el inicio. Se mostró muy segura en las coloraturas, sin abusar de la ornamentación gratuita, pero dando absolutamente todas las notas. Sus agudos fueron limpios, seguros y bien atacados. Mostro dominio de la técnica y del estilo, luciendo un legato de ensueño, dominio del fiato, unos glissandi fabulosos, modulando intensidades con gusto y musicalidad, y conjugando en todo momento virtuosismo vocal y expresión dramática, haciendo asomar algunos graves francamente redondos.
Estuvo fantástica en la escena de la locura, pese a haber eludido los sobreagudos, no escritos por Donizetti, pero que son ya una tradición, especialmente el mi bemol de la cabaletta “Spargi d’amaro pianto”. Machaidze sigue confirmando día a día ser una gran cantante con un futuro enormemente prometedor por delante y unas facultades que, quizás, le pidan ya empezar a despuntar en terrenos más líricos.

A continuación podemos escuchar a Nino Machaidze, en la representación del pasado día 26, cantando la cavatina “Regnava nel silenzio” seguida de la cabaletta “Quando rapito in estasi”:


video de Mr.Robuso

Francesco Meli ya sorprendió a muchos en este mismo teatro, con el “Don Giovanni” de la primera temporada, componiendo un excelente Don Ottavio. Ayer Meli demostró, una vez más, ser un grandísimo tenor y llevó a cabo, sin duda, la mejor interpretación de la noche, exhibiendo una bellísima voz en toda la tesitura, de timbre claro y radiante, que corría con elegancia, con un dominio fantástico de las dinámicas y consiguiendo un fraseo realmente espectacular.
Se movió en la zona alta con hechuras de tenorazo, atacando por derecho, salvo en el elegante falsete con el que culminó el dúo “Verranno a te sull'aure”. Su “Fra poco a me ricovero” fue extraordinaria aunque estuviese a punto de gallear en uno de los agudos. La pasión y entrega con que acometió el “Tu che a Dio” final fue el digno colofón a una encomiable actuación de un pedazo de tenor.

Aquí podemos escuchar a Meli el pasado día 26 en el recitativo y aria “Tombe degli avi miei… Fra poco a me ricovero”:


video de Mr.Robuso

El barítono búlgaro Vladímir Stoyanov compuso un Enrico convincente, más en lo vocal que en lo dramático, donde pecó un poco de “click de famobil”. Presentó una voz homogénea de noble timbre que proyectaba con facilidad y un fraseo elegante y depurado.

Diógenes Randes lució una bonita voz, grande, oscura y cálida, quizás algo falta de la fuerza en graves que se pide a un auténtico bajo. Su Raimondo, no obstante, imponía por su poderío vocal y presencia física.

Angelo Antonio Poli, como Lord Arturo, estuvo absolutamente espléndido en un corto y desagradecido papel.

La alumna del Centre de Perfeccionament de Les Arts Natalia Lunar fue una destacable Alisa, mientras que Enrico Cossutta, como Normanno fue, con diferencia, el más flojo de los solistas, resultando absolutamente inaudible en sus intervenciones de la escena primera donde, por mucho que se empeñaba en abrir la boca, su voz no se proyectaba más allá de las ridículas trencitas con las que le habían castigado en vestuario.

Un público más silencioso y contenido de lo habitual, incluso frío en la primera mitad de la obra, premió con entusiasmo finalmente a todos los intervinientes, con especial intensidad para la pareja protagonista.

Pese a los numerosos huecos en la platea que habían presidido el estreno de esta Lucía, ayer el recinto de Les Arts se hallaba prácticamente lleno, lo cual es una buena noticia que espero sea consecuencia del interés del público y no de una política generosa en invitaciones por parte de la dirección del teatro.

Otra estupenda noche de ópera la que se vivió anoche en Les Arts con una “Lucia di Lammermoor” que recomiendo sin titubeos a todo el que quiera disfrutar de un espectáculo operístico de primer nivel. Yo pienso repetir.

Os dejo con los principales artífices del éxito, Nino Machaidze y Francesco Meli, una Soprano y un Tenor con mayúsculas pese a su juventud, que interpretan en este video, grabado ayer, el final del dúo “Verranno a te sull'aure” que cierra la primera parte, con falsete de Meli incluido:


video de ValeriaValeri

Si queréis leer más y mejor sobre esta Lucía, no os perdáis las crónicas de maac y titus.