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miércoles, 21 de septiembre de 2011

"EL ÁRBOL DE LA VIDA". MUSICA PARA UNA OBRA MAESTRA


Siempre he considerado que la persistencia, durante los días siguientes a la proyección, de las sensaciones provocadas por la contemplación de las imágenes de una película que has visto por primera vez, es un fiel indicador del valor de la misma. Al menos del valor que para ti tiene.


Si parto de esa premisa, a la reciente ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, “El Árbol de la Vida” (2011), dirigida por Terrence Malick, habré de considerarla como una de las mejores películas que he visto en los últimos años. O, al menos, una de las más memorables, en cuanto a persistentes en la memoria.

Este último trabajo del director estadounidense no está dejando indiferente a nadie y el público se divide claramente entre quienes opinan (opinamos) que nos encontramos ante una maravillosa obra maestra, y quienes la califican de soberano tostón o incluso directamente de desvergonzada tomadura de pelo.

No voy a ser yo quien defienda aquí la cinta de Malick. Reconozco que tiene muchos elementos que la hacen presa fácil de la crítica despiadada. ¿Es una película pretenciosa?, sin duda. Es larga, de ritmo moroso, desconcertante, narrada de forma poco convencional…

El cine de Malick probablemente no sea apto para todos los paladares, pero para poder disfrutar de él es imprescindible acercarse a la butaca de una forma distinta. Ir a ver una película suya puede ser lo más parecido a asistir a un recital de poesía visual de casi tres horas de duración, donde lo importante no es tanto lo que se cuenta, que también, sino cómo se cuenta. Al igual que ocurre cuando leemos un poema, es obvio que los mensajes que se quieren transmitir podrían surgir de manera más clara y concisa, pero probablemente no de forma más bella.

En esta película especialmente, el director norteamericano consigue hablarnos de la experiencia vital del ser humano y su comunión con la naturaleza, el universo y la trascendencia, en ocasiones quizás de forma demasiado abstracta y metafórica, pero con una belleza y una fuerza emocional difícilmente superables. Y lo consigue, además, no a base de apisonarnos con largos y complejos discursos, sino transmitiendo directamente sensaciones al espectador. Sensaciones que nos remiten sutilmente a nuestras propias experiencias de vida y nos hacen participar emocionalmente de esta inmensa obra maestra, a base de pura técnica cinematográfica esculpida con la paciencia y deleite que requiere la mutación del celuloide en poesía.

De cualquier forma no era mi intención entrar en un sesudo análisis de esta película en cuanto a sus valores puramente visuales o cinematográficos, sino que pretendía centrarme en un aspecto muy concreto, como es el de traer aquí algunos de los temas musicales incluidos en la misma, porque la música juega también un papel primordial a lo largo de todo el film. Contrariamente con lo que ocurre respecto a la escasez de diálogos, hay muy pocos momentos donde no se escuche la banda sonora.

Y es que una de las características del cine de Malick, melómano reconocido, como lo era también del de Stanley Kubrick, es el cuidado con el que emplea la música en sus trabajos y el acierto con el que suele elegir determinados fragmentos de música clásica que, a partir de entonces, suele ser difícil disociarlos de los fotogramas. Así ocurre con “Gassenhauer” de Carl Orff respecto de “Malas Tierras” (1973); con “El Acuario” de “El Carnaval de los Animales”, de Saint-Saëns, respecto de “Dias del Cielo” (1978); con “In Paradisum”, del “Réquiem” de Gabriel Fauré, respecto de “La Delgada Línea Roja” (1998); o con el inicio de “Das Rheingold”, de Richard Wagner, respecto a “El Nuevo Mundo” (2005).

La Banda Sonora original en esta ocasión corre a cargo del francés Alexandre Desplat, que ha compuesto una serie de temas de tono minimalista que se adaptan perfectamente a las poderosas imágenes de Malick, acompañándolas pero sin hacer perder el protagonismo a estas, y que se complementan a la perfección con los cortes clásicos incluidos por el director.

Son muchos, más de 30, y muy distintos, los fragmentos de música clásica que en algún momento suenan durante la proyección de “El Árbol de la Vida”, y quería proponer la escucha de algunos de ellos. Unos son tan conocidos como la Tocata y Fuga BWV 565 de J.S. Bach, la Sonata para piano KV 545 de Mozart, la Sinfonía nº 4 de Brahms, o este “Vltava” (El Moldava), el segundo de los seis poemas sinfónicos que componen “Ma Vlast” (Mi Patria) de Bedřich Smetana, y que podemos escuchar a continuación en la interpretación de la Filarmónica de Viena dirigida por Wilhelm Furtwängler:




También en diferentes momentos de la película se escucha el comienzo del primer movimiento de la Sinfonía nº 1 “Titán” de Gustav Mahler, cuyos primeros minutos os dejo en la interpretación, de nuevo, de la Filarmónica de Viena, esta vez bajo la batuta de Leonard Bernstein:


video de Tokkemon

Una de las secuencias finales del film transcurre al son de los acordes del impresionante “Agnus Dei”, de la “Grande Messe de Morts” del francés Héctor Berlioz, que podemos escuchar al Coro y Orquesta Sinfónica de Atlanta, dirigidos por Robert Shaw:


video de orincorr

Hacia 1930, Ottorino Respighi compuso la Suite III de sus “Arias y Danzas Antiguas”, transcribiendo libremente algunas piezas para laúd de los siglos XVI y XVII y convirtiéndolas en suite orquestal. La “Siciliana”, que también puede escucharse en “El Árbol de la Vida”, parece que se basó en una composición anónima:




Uno de los momentos más entrañables de la película, y al que pertenece la imagen que encabeza este post, es la secuencia en la que padre e hijo ensayan, al piano y guitarra respectivamente, esta pieza compuesta hacia 1717 por el francés François Couperin, originariamente para clavecín, y titulada “Las Barricadas Misteriosas”, que podemos escuchar en una versión para piano interpretada por Angela Hewitt:


video de oldedrum

En 1913, Gustav Holst, apenas un año antes de embarcarse en su gran obra “Los Planetas”, compuso este “Himno a Dionisos”, musicando un fragmento de “Las Bacantes” de Eurípides, traducido al inglés por Gilbert Murray. Esta pieza se caracteriza por sus continuos cambios de tempo que progresivamente van acercándose al desenfreno final, una vez que el dios Baco ha hecho acto de presencia. La versión que propongo es la del Royal College of Music Chamber Choir y la Royal Philharmonic Orchestra dirigidos por Sir David Willcocks:


video de 13Orcun

El compositor polaco Zbigniew Preisner, conocido sobre todo por sus trabajos para el cine (“Azul”, “El Jardín Secreto”, “La Doble Vida de Verónica”), estrenó en 1998 la obra “Réquiem para mi amigo”, dedicada póstumamente a la memoria del director de cine Krzysztof Kieslowski, a la cual pertenece este “Lacrimosa” que adquiere una importante presencia en la película de Malick y que podemos escuchar a continuación interpretado por la soprano Elzbieta Towarnicka, junto a la Sinfonia Varsovia y el Varsov Chamber Choir, dirigidos por Jacek Kaspszyk:


video de quickwear

Y, para ir acabando, os dejo otro de los momentos musicalmente más intensos de “El Árbol de la Vida”, se trata del segundo movimiento de la impactante Sinfonía nº 3 de Henryk Górecki, también conocida como “Sinfonía de las Lamentaciones”. Compuesta en 1976 para orquesta y soprano, en este segundo movimiento Górecki puso música a un texto escrito por una prisionera de 18 años en la pared de una celda de la Gestapo en Polonia y dirigido a su madre, en el que dice: “Mamá, no llores. Reina de los Cielos, protégeme siempre”.