El Palau de les Arts inauguró oficialmente anoche la temporada operística 2015/2016, décima temporada de abono del joven coliseo valenciano, con un programa digno del acontecimiento, la magnífica Macbeth, de Giuseppe Verdi, con el protagonismo de una figura como Plácido Domingo. Y lo cierto es que se vivió una emocionante noche de ópera.
Este año se ha hecho algo menos larga la espera con los espectáculos ofrecidos en la pretemporada, pero aún así había una gran expectación ante el inicio del nuevo ejercicio operístico y ello se tradujo en un lleno casi completo de la sala principal, que presentaba el rutilante aspecto de las grandes ocasiones.
Eso sí, si en la Bohème que abrió la pretemporada fue notable la presencia de representantes políticos, ayer, en el estreno oficial de temporada, no se dejó ver ninguno de los principales responsables autonómicos o municipales; ignoro si porque la campaña electoral les tiene muy ocupados o porque la temporada a precios normales no la consideran digna de apoyo. En cualquier caso, vuelve a ser muy triste que, sea cual sea el color de las instituciones políticas, siga quedando patente su ignorancia y la falta de respaldo político a la ópera en general y a este proyecto cultural que debería ser una de las joyas de la corona de la cultura en España.
La producción de Macbeth presentada ayer es del Teatro dell'Opera di Roma y el Festival de Salzburgo, donde se estrenó en 2011, y cuenta con la dirección de escena concebida por el prestigioso regista alemán Peter Stein y dirigida en esta reposición por el italiano Carlo Bellamio. La versión presentada es la de 1865, sin el ballet y sustituyendo el coro final por la escena final de la de 1847, con el aria de Macbeth“Mal per me che m'affidai”.
La propuesta es absolutamente clásica y fiel al libreto, con un vistoso vestuario de época de Anna María Heinreich que pone cierto contrapunto colorista a una escena tan oscura como la historia que se nos narra. A mí particularmente me agotan ya estas oscuridades escénicas que obligan al espectador a estar a veces, como si viese el Canal Plus codificado, haciendo ímprobos esfuerzos para enterarse de lo que ocurre en escena. Supongo que se ahorrará factura de luz, lo cual viene muy bien, pero cansa. Y, dicho esto, tengo que reconocer que los juegos de luces de Joachim Barth constituyen uno de los grandes valores de esta puesta en escena.
La escenografía es mínima y la sensación de vacío en escena está presente toda la representación. Quizás el problema venga de ser una producción pensada para un espacio tan peculiar como la Felsenreitschule de Salzburgo, con su decorado natural excavado en la roca. Pero aquí tan sólo enmarca la acción un fondo que cambia de color a la par que las emociones en el drama, mientras que la parte del escenario más próxima a la orquesta está ocupada por un suelo en pendiente que vuelve a poner a prueba las habilidades equilibristas de coro y solistas.
De las innovaciones más conseguidas de esta propuesta me parece el haber representado a las tres brujas con tres bailarines que mueven los labios y actúan, mientras componentes del coro femenino prestan su voz disfrazadas de bosque, consiguiendo un resultado visual y dramático espectacular. Algo similar ocurrirá con los sicarios encargados de dar muerte a Bancoy su hijo, que serán representados por 4 bailarines, mientras cantan el papel los componentes del coro masculino ocultos con capas negras que parecen representar un bosque petrificado.
También me gustó la resolución, siempre complicada, de la escena de las apariciones, consiguiendo un efecto visual impactante. Al menos desde platea, porque desde los pisos altos quedarán demasiado evidentes los trucos escenográficos.
Me sorprendió la escena de la batalla final, con unos espadachines que hicieron un trabajo buenísimo, muy alejado del ridículo chocar de espadas de función fin de curso que suele ser tan habitual.
Lo que menos me convenció de esta puesta en escena es una dirección de actores muy primaria, por no decir inexistente. Parece que se haya centrado todo el trabajo en los efectos escénicos, descuidando los movimientos de cantantes, sin que se aprecie una labor de dirección que potencie la dramaturgia, pareciendo más bien que la mayoría de las veces se les ha dejado sueltos en escena a su buen o mal hacer.
Me llama la atención que después de que este teatro optase por nombrar a dos directores titulares de la orquesta de la casa (Roberto Abbado y Fabio Biondi), más un director principal invitado (Ramón Tebar), ninguno de los tres sea el designado para ocupar el foso en la función que abre la temporada. El encargado ayer de tomar la batuta al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue el húngaro Henrik Nánási, quien ya dirigiese la temporada pasada, con un resultado extraordinario, El castillo del duque Barbazul, de Bartók. Pero claro, una cosa es un húngaro dirigiendo Bartók y otra los peculiares acentos que exige Verdi; así que fui con cierta prevención ante lo que pudiese ofrecernos Nánási y he de decir que, para mi muy grata sorpresa, me pareció uno de los mejores trabajos de dirección de los últimos años en este teatro.
Los primeros compases fueron ejecutados a un ritmo trepidante que hicieron temer unos tempi acelerados en exceso, pero no fue así. Nánási supo incluir las dosis requeridas de cada ingrediente para que la tensión dramática y la emoción estuviesen presentes en todo momento, honrando la partitura con acentos de puro sabor verdiano y llevando a cabo un control milimétrico de cuanto se desarrollaba en foso y escena. Supo extraer las mejores prestaciones de una orquesta que volvió a maravillar a lugareños y foráneos, con algunos matices espectaculares. Mostró autoridad en el control de los concertantes y cuidó a los cantantes con pulcritud, administrando sabiamente los volúmenes orquestales. Me pareció una dirección sobresaliente.
Toda la Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó anoche con la brillantez deseada. Estupendas fueron las intervenciones de arpa y corno inglés, pero es de justicia destacar especialmente la labor de los vientos, donde además tuvimos la gratísima sorpresa del retorno de Christopher Bouwman, quien con su oboe hizo trío de lujo junto a Joan Enric Lluna al clarinete y la flauta de Álvaro Octavio, de quien se comenta que pueda abandonar la orquesta para ir a la ONE, lo que sería una pérdida irreparable para nosotros.
Pero sí de sobresaliente puede calificarse la labor orquestal, el trabajo derrochado ayer por el Cor de la Generalitat merece matrícula de honor. Uno de los principales protagonistas de esta ópera, sin duda, son las brujas, y anoche las componentes femeninas del coro que cantaban el papel tuvieron un protagonismo capital, realizando una espectacular exhibición vocal y escénica que algunos tardaremos tiempo en olvidar, con el mérito añadido de tenerse que mover por el escenario camufladas como arbustos. También la sección masculina tuvo ocasión de lucirse, mostrándose imponente ya desde su primera intervención acompañando a Macbeth, hasta el magnífico momento de los sicarios. Y todo el coro al completo nos maravilló en los dos concertantes que cierran los dos primeros actos, pero, sobre todo, en un Patria oppressa memorable que inundó de emoción el Palau de les Arts. Jamás había escuchado yo este fragmento tan excelentemente cantado y con un acompañamiento orquestal tan bello como el que proporcionó Nánási. Para mí fue el momento mágico de la noche.
Uno de los alicientes principales de este Macbethlo constituye la presencia en el papel protagonista del incombustible Plácido Domingo. Una presencia que ya roza lo sobrenatural cuando sigue incorporando a su repertorio nuevos papeles y, sobre todo, cuando hace menos de dos meses pasaba otra vez por el quirófano, haciéndonos temer a todos una previsible cancelación de sus compromisos en Valencia. Pero, parece ser, que sigue sin descubrirse la kriptonita que le haga doblar la rodilla a este hombre.
El problema es que, aunque él se vea hecho un machote y con fuerzas para asumir nuevos retos, es obvio, y cada vez más evidente, que está al límite. En toda la primera parte me lo hizo pasar fatal. La falta de fiatoera alarmante, dificultando el fraseo ligado. Daba la impresión de estar extenuado y, en cuanto el tempoorquestal se aceleraba y parecía que se le escapaba la orquesta, personalizaba el fraseo comiéndose palabras y saltándose notas. En el concertante final del primer acto me resultó inaudible y su pronunciación durante toda la velada fue bastante deficiente, presentando además numerosos lapsus de texto, pese a contar con apuntador, cuya concha (con perdón) rondaba en cuanto podía.
Pero si algo no se le puede negar a Domingo es su entrega, su dominio de las tablas y una fuerza dramática absolutamente ejemplar, como también lo es su autoridad vocal y una belleza tímbrica que perdura milagrosamente. Enhebró algunas frases bellísimas, rotundas e impregnadas del mejor sabor verdiano. En la segunda parte fue a mejor, con una escena de las apariciones muy notable y, especialmente, con dos arias finales “Pietà, rispetto, amore” y “Mal per me che m'affidai”, que fueron toda una lección de sentido dramático.
La verdad es que tuve toda la noche sentimientos muy encontrados con él y escuchándole en “Pietà, rispetto, amore” no pude evitar pensar que al comienzo de la velada era casi piedad y lástima lo que estaba sintiendo hacia él; que, pese a todo, su categoría dramática y su entrega eran dignas del mayor de los respetos; y que, finalmente, había acabado por caer rendido y enamorado del gran artista que, una vez más, nos demostró ser.
El bajo Alexander Vinogradov en el aria de Bancocantó con legato e intención, con una voz oscura y rotunda, aunque con una emisión sucia y, como diría el amigo Titus, ogresca.
El tenor italiano Giorgio Berrugi cumplió en el breve papel de Macduff con voz de color atractivo y bellos perfiles, luciéndose especialmente en su bellísima aria “Ah, la paterna mano”, con un canto bien ligado, pero sobraron un par de apuntes veristas que no venían a cuento.
Fabián Lara fue un correcto Malcom. Destacables en papeles menores estuvieron Federica Alfano, apuntando incluso un pianísimo en el cuarto acto, y Lluis Martínez. Cumplieron también sobradamente Boro Giner, Pablo Aranday y Juan Felipe Durá. Y fueron estupendas las intervenciones de los dos niños de la Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats, Josep de Martín y Héctor Francés.
Como decía al comienzo, la sala principal presentaba un lleno casi completo, con bastante presencia de público foráneo, pudiéndose ver incluso vestidos típicos más propios de Salzburg que de la costa mediterránea. Plácido tenía sus fans y su “Pietá, respeto, amore” fue ovacionada larga y justamente. Al final de la representación hubo emocionados aplausos para todo el elenco, especialmente para Semenchuk, Domingo, coro y orquesta. La dirección de escena fue acogida con tibios aplausos y con algún abucheo aislado pero ruidoso.
Bueno, pues hasta aquí mi crónica del estreno de la temporada valenciana. Estos días que en la prensa no dejamos de leer como presumen otros teatros de ópera por tener a Leo Nucci o Juan Diego Flórez, creo que podemos decir bien alto y con orgullo: pues aquí tenemos al Cor de la Generalitat y sólo por disfrutar de su profesionalidad ya vale la pena chuparse todas las funciones de este Macbeth.