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jueves, 13 de septiembre de 2012

MI PRIMER BAYREUTH (2ª parte: La experiencia musical)


Relataba en el anterior post mi primera experiencia como asistente al Festival de Bayreuth. Allí me centraba en las impresiones acerca de todos los rituales que rodean el Festival y las visitas a la ciudad bávara, y ahora quisiera comentar algo sobre lo que realmente viví dentro de la sala del Festspielhaus en el apartado musical.

Mi primer día en Bayreuth tenía lugar la representación de “Tristan und Isolde”. Precisamente se trata de una de mis óperas favoritas y difícilmente podría haber encontrado un mejor modo de estrenarme en este Festival al que durante tanto tiempo había soñado con poder acudir. El momento en que se apagaron las luces por completo y comenzó a sonar el maravilloso Preludio, con esas notas iniciales que cambiaron la historia de la música, siempre permanecerá en mi memoria como uno de los instantes más emocionantes que he vivido en un teatro de ópera, hasta el punto de no poder evitar que se me saltaran las lágrimas.

Aunque lo que de verdad debía haber provocado mi llanto era la puesta en escena concebida por Christoph Marthaler, por su racanería mental, falta de sentido dramático y nula comprensión del drama wagneriano, dibujando una Isolde entontecida en el segundo acto y un Kurwenal patético, con falda escocesa y andares de haberse defecado encima. Y todo ello sin aportar absolutamente nada con un mínimo de interés.

Pero no quiero hablar aquí hoy de esa absurda mamarrachada, sino centrarme en lo puramente musical, donde, sin ninguna duda, lo primero que debo destacar es el impacto que me produjo la acústica de la sala.

Ya había oído hablar mucho de ella y estaba preparado para disfrutar de un magnífico sonido, pero hasta que no estás allí no acabas de ser consciente de su excelencia. La concha acústica cubre el foso casi en su totalidad y, por la perspectiva de la sala, desde los asientos del Festspielhaus no se ve absolutamente nada de la orquesta. Parece que no haya foso. Esto me trajo a la memoria algo que contaba la insigne soprano sueca Birgit Nilsson, como fue su desconcierto la primera vez que pisó el escenario de Bayreuth al mirar al director, Eugen Jochum, y verle descamisado y con pantalones sport, hasta que recordó que desde el público no se le podía ver. Incluso parece que alguno como Thomas Schippers llegó a dirigir con camiseta y pantalón corto.

Esa posición de la orquesta y el sentido musical con el que se diseñó la sala y se eligieron los materiales, proporciona un sonido peculiar y único, enormemente aterciopelado, que surge del fondo mismo del teatro y se extiende y corre con un equilibrio extraordinario, donde todos los instrumentos tienen presencia, con una cuerda transparente y la percusión y los metales sonando más matizados. En relación con otros recintos operísticos aquí posiblemente se pierda brillantez, pero se compensa con el enorme equilibrio orquestal. Igualmente, el balance con las voces es perfecto y hasta las notas en pianísimo emitidas por los cantantes desde el fondo del escenario son perfectamente audibles, salvo que se trate de una voz minúscula. Incluso los peores agitabatutas que tengan la suerte de dirigir en este teatro tienen complicado destrozar el equilibrio orquestal y vocal, aunque tendrán que mostrar su valía en el juego de las dinámicas y el adecuado mantenimiento y evolución de la tensión.

El director musical de este “Tristán e Isolda” era Peter Schneider. Cuando el pasado mes de julio escuché la retransmisión por la radio de la primera de las funciones, su versión me resultó desangelada, plana y rozando el aburrimiento. Escuchada en directo, mis sensaciones fueron distintas. Mis sensaciones, no la realidad que seguía mostrándonos una batuta rutinaria y aséptica, pero posiblemente la sensacional ejecución de la orquesta, con unos metales soberbios, la acústica mágica de la sala, la inspiradísima partitura de Wagner y la emoción del momento, alejaron cualquier posibilidad de aburrimiento o frustración. Aunque, desde luego, tengo muy claro que con otro director en el foso mi experiencia hubiese sido mucho mejor, como comprobaría sobradamente al día siguiente.


En el apartado vocal tengo que destacar muy por encima del resto a la Isolde de una inconmensurable Irene Theorin, pese a que esta cantante no haya sido nunca santo de mi devoción. Su timbre me resulta ingrato, especialmente en la zona más aguda, y su tendencia al chillido ha llegado a enervarme en no pocas escuchas discográficas y radiofónicas. No obstante, la soprano sueca constituye uno de esos casos en los que una voz gana muchísimos enteros en directo, como ya pude comprobar hace un par de años en su “Elektra” del Festival de Salzburg. Pero es que, además, su Isolde es un ejemplo de expresividad, canto matizado, lleno de intención, fuerza, desgarro y arrebatado lirismo. Su timbre sigue sin enamorarme, pero su ejecución fue ejemplar, especialmente en un primer acto excelso. Su segundo acto fue incandescente poesía hecha canto, pese a las majaderías concebidas por el regista, y el liebestod final desbordó por completo el tarro de las emociones, cerrando su intervención con un pianísimo espectacular. He visto a Theorin en fragmentos de la grabación en Dvd de esta producción y me parece a años luz de lo que ofreció aquella noche en el Festspielhaus de Bayreuth.

Con Robert Dean Smith me pasó casi lo contrario. Este tenor es un todoterreno que, como otros muchos, ante la alarmante escasez de voces wagnerianas, lleva unos años inflándose a cantar papeles de tenor heroico sin serlo. Y, desde mi humilde punto de vista, de forma más que digna. Su Tristán, escuchado por la radio o en Dvd, me pareció muy meritorio, bien cantado y con un tercer acto pletórico. En directo, sin embargo, su voz me pareció mucho más irrelevante, con poco cuerpo y problemas de proyección, quedando deslucida su intervención en los preciosos dúos del acto segundo. No obstante, cumplió con creces y firmó un último acto espléndido al que llegó aparentemente fresco.

Extraordinario estuvo también el imponente Rey Marke que compuso el coreano Kwangchul Youn, con un fraseo sentido y emocionante; y muy bien la Brangäne de Michelle Breedt. Mención aparte, en lo negativo, merecen el insustancial Melot de Ralf Lukas y sobre todo el deficiente Kurwenal de Jukka Rasilainen, quien sin embargo fue incomprensiblemente aplaudidísimo en los saludos finales.

Posiblemente la mayor decepción que me traje de mi visita a Bayreuth fue comprobar cómo, también en este templo wagneriano, hubo un cenutrio que arrancó a aplaudir y soltó un desafinado y destemplado “bravo” cuando la última nota aún no se había apagado. No fueron pocos los que le chistaron y elevaron voces de desagrado, pero el caso es que rompió completamente la magia del momento.

Poco a poco el aluvión de aplausos fue in crescendo, tornándose en tormenta de bravos acompañados de los clásicos pateos rítmicos del suelo de madera de la sala, especialmente tras la salida de Irene Theorin, a quien yo también braveé ruidosa y repetidamente, como un auténtico hoolligan.

Al encenderse las luces, mi compañero de butaca, un elegante teutón de avanzada edad y gruesa nariz colorada, me miró sonriendo y me soltó una larga parrafada en perfecto alemán de la que no entendí ni una palabra. No sé si me decía: “que bien ha cantado la jodía”, “me gustas más que las salchichas con chucrut, cuerpazo” o “déjeme salir ya, por Wotan, que tengo la próstata regulera y me meo por la pata”. El caso es que yo también sonreí y cerré la conversación con un tajante y seguro: “Ja”. Sólo el espíritu de Wagner sabrá a qué demonios le dije que sí.



El segundo día tocaba “Tannhäuser”. Poco después de tener en mi poder las entradas tuve una alegría extra al conocer que el director musical sería mi admirado Christian Thielemann. Y escuchando a Thielemann me percaté de que aquella orquesta que el día anterior me había sonado a gloria, aún podía sonar mejor, muchísimo mejor.

Si emocionante fue el inicio de “Tristán e Isolda”, la Obertura de “Tannhäuser”, con la grandiosa Orquesta de Bayreuth a las órdenes de Thielemann, fue una obra maestra de inspiración musical y técnica de batuta, con una utilización portentosa de las dinámicas y los tempi y unos pianísimos en cuerda y metales casi imposibles. Pura emoción. Fue como si me hubiesen conectado una corriente eléctrica en la espalda y no la desenchufasen hasta su finalización, momento en el que pude percibir un débil rumor, una especie de generalizado suspiro de satisfacción, en un público que estaba controlando su reacción natural de ovacionar una ejecución portentosa. Y eso sólo era el inicio de una noche en la que Thielemann exhibió un dominio absoluto de la partitura, logrando mantener una tensión constante, haciendo brillar pequeños detalles que parecían haber estado ocultos entre las notas hasta que él los hubiera descubierto y donde los sonidos que surgían del foso maravillaron por su precisión, inteligencia musical e intensidad dramática, con una orquesta en estado de gracia.

Si la Orquesta de Bayreuth es el referente operístico wagneriano, otro tanto puede decirse del Coro de la casa. En “Tristán e Isolda” apenas tenía ocasión de lucimiento y por eso no he hecho mención antes de su excelente, aunque muy breve rendimiento, pero en “Tannhauser”, donde tiene un protagonismo muy relevante, demostró una potencia, equilibrio y homogeneidad sin parangón y dejó claro por qué es considerado el mejor coro wagneriano del mundo.

Para un enamorado de la música de Wagner, escuchar a esa orquesta y ese coro dirigidos por el genio de Thielemann en ese recinto con su peculiar acústica, es una experiencia que llega a rozar lo místico.

En cuanto a las voces solistas, la verdad es que el nivel general fue también estupendo. Yo destacaría a un magnífico Torsten Kerl. Este es otro cantante que sin ser un tenor heroico se ha convertido en un habitual de estos papeles y que solventa la papeleta de maravilla. Sólo en las frases finales del segundo acto rozó fugazmente el gallo y a punto estuvo de quebrarse, pero aguantó y completó una actuación de gran nivel tanto vocal como dramáticamente. Me gustó muchísimo y puede que esté destinado a ser el Tannhäuser de los próximos años.

Camilla Nylund fue una Elisabeth muy correcta y con poderío escénico, aunque su voz posiblemente sea demasiado lírica para un papel que no creo que sea el que mejor se adapta a sus características. También Michelle Breedt, la Brangäne del día anterior, cumplió sobradamente como Venus, con fuerza y presencia vocal, aunque en la vertiente más sensual del personaje presentase más limitaciones.

Günther Groissböck, a quien tuvimos ocasión de ver en Les Arts como el Gremin del “Eugene Onegin” de hace un par de temporadas, fue un estupendo Hermann y, pese a su juventud (más que el tío de Elisabeth parecía su hermano pequeño) luce una voz de auténtico bajo, contundente, con potencia, siendo, con justicia, uno de los más aplaudidos de la noche.

Sólo deslució el panorama vocal el flojo Wolfram de Michael Nagy, muy voluntarioso pero sin graves ni expresividad, en definitiva sin entidad para este papel y menos aún en este teatro y con las voces y músicos que le acompañaban.

De la puesta en escena de Sebastian Baumgarten voy a comentar muy poco. Dice el sabio que si catas un melón y está podrido, lo mejor que puedes hacer es tirarlo a la basura y no seguir comiendo. Y este sería el único destino razonable de semejante inmundicia escénica, porque lo de Baumgarten es de una podredumbre que tira de espaldas. El “Tristán e Isolda” de Marthaler era malo por absurdo y carente de ideas, pero esta defecación mental de Baumgarten es una provocación y un insulto al mundo de la ópera. El tipejo este suelta su discurso ridiculizando los personajes del drama y lo mismo le daba que la historia de base fuese “Tannhäuser” o un capítulo de “La Familia Telerín”. Las contradicciones con el texto son permanentes y las presuntas lecturas subyacentes las entenderá él después de chutarse. Las imbecilidades se suceden en escena sin descanso, como una Venus embarazada asistiendo al concurso de canto, unos espermatozoides gigantes bailarines o el coro de peregrinos, mientras suena la majestuosa música de Wagner, plagado de sujetos en calzones como autómatas limpiadores, momento éste en que opté por cerrar los ojos y concentrarme en lo que oía. Era algo tan surrealista como ver Benny Hill con el Adagietto de la 5ª sinfonía de Mahler como fondo musical.

Al finalizar la representación asistí a una de las más grandes ovaciones en las que yo he estado presente en un teatro. Casi 30 minutos de aplausos (obviamente no salió a saludar ningún responsable escénico), y cada vez que aparecía Thielemann la sala se venía abajo. Yo acabé ronco y con agujetas en los brazos. Está claro que Bayreuth adora a Thielemann, con toda justicia, y el director berlinés honra ese escenario y engrandece el recinto concebido por Richard Wagner.


video de Sugerius

Pues hasta aquí el relato de mi peregrinación a Bayreuth. Una experiencia inolvidable. Ahora toca volver a la realidad. A esperar, cruzando los dedos, que podamos consolidar en Valencia una temporada de ópera estable y en condiciones, pese a la crisis.

De momento, al menos Les Arts ha anunciado ya oficialmente en su página web la programación de la temporada, que podéis consultar pinchando aquí. Falta todavía muchísima información y además, si siguen fieles a su línea tradicional de actuación, cualquier parecido que tenga lo que finalmente se represente con lo anunciado, será pura coincidencia.
 
Pero, ante todo, elevaremos nuestras plegarias y pelearemos con todos los medios a nuestro alcance para intentar que nuestros gobernantes, aunque sea dándose un golpe en la cabeza, tengan un destello de lucidez y adquieran suficiente sensatez para no echar por la borda lo conseguido a lo largo de los últimos años, defendiendo con uñas y dientes la orquesta y coro que tenemos. Porque si algo tengo todavía más claro después de haber escuchado en Bayreuth a la mejor orquesta y coro wagnerianos del mundo, es que en Valencia contamos con una orquesta y un coro de auténtico lujo.

 

jueves, 17 de junio de 2010

"SALOME" (Richard Strauss) - Palau de les Arts - 16/06/2010


El jueves 10 de junio se estrenó el Palau de Les Arts esta producción propia de “Salome”, de Richard Strauss, con la que se han iniciado las representaciones operísticas del III Festival del Mediterrani. Como ya comenté en mi post anterior, la lamentable descoordinación entre el Palau de la Música y el de Les Arts, haciendo coincidir dos acontecimientos musicales de primer nivel el mismo día, nos llevó a algunos aficionados a no poder asistir al estreno de esta “Salome” que todos los amantes de la música de Richard Strauss aguardábamos con gran interés.

Acudí ayer a Les Arts, no obstante, teniendo demasiado reciente el recuerdo de otra extraordinaria “Salome”. La que pude ver en abril en Madrid con una Nina Stemme insuperable y una dirección artística de Robert Carsen innovadora, atractiva y eficaz. La memoria de la excelencia de lo allí vivido era demasiado cercana como para que no esperase cierta decepción ante la producción ahora estrenada en el coliseo valenciano.

Llama la atención que, en estos tiempos de crisis y recortes culturales, hayamos podido ver, en menos de un año, 3 producciones diferentes de “Salome” en Barcelona, Madrid y Valencia, lo que demuestra lo poco coordinada que está la política cultural en este país.

Francisco Negrín es el responsable de la dirección artística en esta ocasión y nos ofrece una visión atemporal del drama, llena de anacronismos, con un Herodes vestido con traje y corbata o unos soldados con fusiles y uniformes que recuerdan a la Italia fascista o la Alemania nazi, junto a otros personajes con túnicas propias de la época marcada en el libreto o los judíos con la estética de los actuales judíos ortodoxos (aunque calvos, sin barbas ni tirabuzones). Jokanaan aparece con menos pelo que Berlusconi, pese a las referencias del texto a la belleza de los cabellos del profeta, lo que aquí sonaba a chiste de humor negro y parecía justificar el subsiguiente cabreo de Jokanaan con Salomé.

La escenografía me pareció sumamente interesante. El escenario está dominado por un gran espacio giratorio, que por un lado muestra lo que ocurre en el palacio de Herodes y por el otro representa la luna, con media esfera hueca que, al girar, permite la visión de la cisterna en la que está encerrado Jokanaan. Creo que desde el punto de vista escenográfico, de la iluminación y de la dirección de actores hay un trabajo muy elaborado y eficazmente resuelto.

En cuanto al concepto, es bastante coherente el planteamiento con su desarrollo, y, pese a algunas licencias del regista, el conjunto adquiere sentido. Salomé es presentada como una joven caprichosa, víctima del ambiente corrompido en que vive, pero a partir de su contacto con el profeta y, sobre todo, de la muerte de Narraboth, (que aquí juega como inteligente punto decisivo de inflexión del drama), su percepción de la realidad adquiere una nueva perspectiva, que culminará al ser consciente de la obsesión de su padrastro con ella desde niña y que desencadenará su venganza no sólo contra el rechazo de Jokanaan y contra la impotencia de no poder alcanzar lo que el profeta representa, sino también contra el propio Herodes, para, finalmente, acabar embadurnándose de blanco en una alegórica transmutación en Jokanaan mismo.

La danza de los siete velos me pareció uno de los momentos más convincentes de la noche. Comienza con un inicio de striptease de la protagonista que es grabado por Herodes en video, y se interrumpe cuando éste la invita a contemplar las grabaciones de índole voyeur que tiene de ella, realizadas a lo largo de su vida. La escena culmina con el tetrarca llevándose a su hijastra a la fuerza a una habitación, dando a entender que la viola. La introducción del elemento voyeurista no es ninguna originalidad y recientemente la vimos, por ejemplo, en la puesta en escena de Carsen en el Teatro Real. Pero la reacción de Salomé pidiendo la cabeza de Jokanaan adquiere aquí una enorme coherencia.

Sin embargo, en el balance negativo de Negrín yo situaría que, en ese momento en que insiste la protagonista en pedir la cabeza de Jokanaan, sus gestos y tono suenan más a capricho que a venganza, lo que chirría un tanto con el planteamiento anterior. Tampoco me gustó el innecesario y absurdo prólogo escénico que precedió a las primeras notas de la orquesta. E igualmente, creo que podrían haberse evitado fácilmente algunas discordancias entre libreto y escena que me impiden calificar la propuesta de Negrín de plenamente convincente. De cualquier modo, en conjunto, calificaría la dirección artística de muy notable.

Según comentaba el amigo Titus en su excelente crónica, el público que asistió al estreno el día 10 tributó a Negrín algunos abucheos, no sé si debidos a que se consideró su propuesta fallida o demasiado rompedora o escandalosa. “Salome” siempre ha sido una obra que ha dado pie a puestas en escena con sus buenas dosis de escándalo y provocación. Pero en este caso pienso que no hay para tanto. De hecho, me parece mucho más escandalosa alguna conducta de la vida pública de personajes que suelen ocupar el palco de Les Arts, que las referencias que puedan hacerse, en pleno siglo XXI, al sexo o a situaciones más o menos impropias, en el marco de una obra de ficción. Y a los del palco no se les abuchea (de momento).


En el apartado musical hay que destacar ante todo la dirección del Maestro Zubin Mehta, que logró extraer de la partitura de Strauss todo su potencial, que es mucho. La música fluyó con elegancia, consistencia y viveza. No se recreó en los momentos más líricos y pasionales y quizás por eso algunos consideren fría su lectura, pero resultó absolutamente increíble cómo se logró mantener la tensión dramática a lo largo de toda la obra, con una intensidad creciente.

La extraordinaria Orquesta de la Comunitat Valenciana, ayer compuesta por alrededor de un centenar de músicos, brilló como se esperaba de ella, respondiendo con corrección extrema a la mano maestra de Mehta. Los metales y la percusión estuvieron sencillamente perfectos. Las intervenciones individuales fueron todas ellas excepcionales, aunque quiero hacer mención expresa, por su virtuosismo, de los solistas de contrafagot, clarinete y flauta.

La finlandesa Camilla Nylund fue la encargada de asumir el difícil rol protagonista y lo hizo con mucha dignidad. Desde mi punto de vista su voz es demasiado lírica para un papel que posiblemente no sea el más adecuado a sus prestaciones canoras, mostrando una insuficiencia notable en el registro grave y falta de amplitud y homogeneidad, quedando tapada por la orquesta en varias ocasiones. En la zona alta se movió con solvencia, con unos agudos brillantes y punzantes. Sostuvo la intensidad que requiere el personaje en todo momento, aportando el dramatismo necesario, con un monólogo final poderoso, muy destacable.

El barítono Albert Dohmen fue un peculiar Jokanaan calvo y avejentado. Este es un papel que cuenta siempre con la dificultad añadida de tener que traspasar la barrera de la gran orquesta straussiana cantando gran parte del tiempo desde la cisterna en la que se encuentra encerrado. En esta ocasión Dohmen solventó la papeleta con éxito, logrando proyectar su voz sin excesivos problemas. Este hombre canta con un enorme gusto y así lo hizo ayer también, destacando en los pasajes más líricos, pero yo le eché en falta una mayor intensidad dramática.

El tenor alemán Siegfried Jerusalem, con 70 años recién cumplidos, compuso un Herodes excepcional en lo dramático, con un impecable comportamiento escénico, entregándose por completo. Vocalmente presentó un instrumento sorprendentemente fresco, aunque sólo se mostrase relativamente cómodo en la zona media. Capó muchas frases y notas, y eludió las partes más complicadas del rol con ardides de viejo tahúr.

Hanna Schwarz fue una Herodías de enorme fuerza dramática, pero por la que los años tampoco han pasado en balde, su voz, de tremendo volumen, se proyectaba con potencia superando con facilidad el inmenso muro orquestal, y lo hubiera seguido haciendo aunque hubiera estado formado por el doble de componentes, pero sus agudos son ya muy forzados y el vibrato tambaleante.

El joven tenor austriaco Nikolai Schukoff fue para mí la gran sorpresa de la noche. Asumió el papel de Narraboth, para el que estaba anunciado Tomislav Muzek (y continúa estándolo en la web de Les Arts, ellos son así…), pero éste cayó del cartel sin previo aviso ni explicación, como es habitual en la casa. En este caso hay que decir que el cambio fue para bien. Recientemente escuché en Madrid a Muzek en este mismo papel y no me gustó. Schukoff por el contrario fue un excelente Narraboth. Lució una voz amplia, limpia y de gran volumen, que controló con maestría adaptándose a los requerimientos dramáticos de la acción, teniendo un comportamiento escénico magnífico.

Muy correctos estuvieron el resto de comprimarios, entre los que destacaría a Adriana Zabala y Niklas Bjorling.

La escasez de público parece que va a ser una lamentable constante en las “Salome” del Festival del Mediterrani. Ayer el cuarto piso se hallaba prácticamente vacío, como también lo estaban los palcos VIP, donde tan sólo se encontraba el Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, acompañado de guardaespaldas con pinganillo, y que entró en el recinto como Pedro por su casa, sin enseñar siquiera la entrada a los porteros.

Al final, grandes ovaciones para todo el elenco que se hicieron especialmente intensas con la aparición de Nylund y cuando, como también viene siendo ya costumbre, Mehta subió al escenario acompañado de (casi) todos los miembros de la orquesta.

El sábado repetiré, en compañía de buenos amigos, y recomiendo a todo amante de la ópera libre de prejuicios que no se la pierda. (Helga, me debes ya varias comisiones).

Aquí podéis leer las crónicas de Titus y Maac.


Actualización - 20/06/2010: Acabo de llegar, después de haber asistido a la función de hoy (ya ayer) de "Salome" y creo que es justo que realice algunas rectificaciones.
Me ha gustado mucho más la función de hoy que la del pasado miércoles. Realmente ha sido una noche de ópera auténticamente mágica donde todo, o casi todo, ha salido redondo.
La orquesta ha sonado extraordinariamente bien y tan sólo podría poner en el debe de Mehta el exceso de volumen que imprime en algunos momentos, que pone a los cantantes al límite de lo humanamente resistible. Pero esa tensión que ha salido del foso desde los primeros compases (pese a algún pequeño descontrol inicial) y se ha mantenido durante dos horas, ha sido la clave del éxito de esta velada.
Albert Dohmen ha estado sencillamente inmenso. La fuerza y la belleza de su canto hoy, han conseguido estremecerme sin ningún tipo de reserva. Bravísimo.
Camilla Nylund ha estado igualmente sensacional. La intensidad dramática que ha derrochado, compensa cualquier objecion que se pudiera efectuar. La emoción que ha transmitido a la platea ha sido ciertamente de las que hacen grande a una cantante. Hoy ha sido una Salomé completa y creíble, de las que puedo asegurar que tardaré mucho tiempo en olvidar.
Hanna Schwarz ha rejuvenecido esta noche más de veinte años. Sus agudos y el control de su voz han sido ejemplares, y su Herodias memorable.
Siegfried Jerusalem ha cumplido también con nota alta. Pese a sus limitaciones, ha estado a la altura del maravilloso espectáculo que hemos vivido.
La ovación final a todos los participantes ha sido de las más largas y sentidas que yo he escuchado en Les Arts. Y con todo merecimiento.
Insisto en mi recomendación: No dejéis de ver esta "Salome". Esto es la Ópera (con mayúscula).