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jueves, 17 de junio de 2010

"SALOME" (Richard Strauss) - Palau de les Arts - 16/06/2010


El jueves 10 de junio se estrenó el Palau de Les Arts esta producción propia de “Salome”, de Richard Strauss, con la que se han iniciado las representaciones operísticas del III Festival del Mediterrani. Como ya comenté en mi post anterior, la lamentable descoordinación entre el Palau de la Música y el de Les Arts, haciendo coincidir dos acontecimientos musicales de primer nivel el mismo día, nos llevó a algunos aficionados a no poder asistir al estreno de esta “Salome” que todos los amantes de la música de Richard Strauss aguardábamos con gran interés.

Acudí ayer a Les Arts, no obstante, teniendo demasiado reciente el recuerdo de otra extraordinaria “Salome”. La que pude ver en abril en Madrid con una Nina Stemme insuperable y una dirección artística de Robert Carsen innovadora, atractiva y eficaz. La memoria de la excelencia de lo allí vivido era demasiado cercana como para que no esperase cierta decepción ante la producción ahora estrenada en el coliseo valenciano.

Llama la atención que, en estos tiempos de crisis y recortes culturales, hayamos podido ver, en menos de un año, 3 producciones diferentes de “Salome” en Barcelona, Madrid y Valencia, lo que demuestra lo poco coordinada que está la política cultural en este país.

Francisco Negrín es el responsable de la dirección artística en esta ocasión y nos ofrece una visión atemporal del drama, llena de anacronismos, con un Herodes vestido con traje y corbata o unos soldados con fusiles y uniformes que recuerdan a la Italia fascista o la Alemania nazi, junto a otros personajes con túnicas propias de la época marcada en el libreto o los judíos con la estética de los actuales judíos ortodoxos (aunque calvos, sin barbas ni tirabuzones). Jokanaan aparece con menos pelo que Berlusconi, pese a las referencias del texto a la belleza de los cabellos del profeta, lo que aquí sonaba a chiste de humor negro y parecía justificar el subsiguiente cabreo de Jokanaan con Salomé.

La escenografía me pareció sumamente interesante. El escenario está dominado por un gran espacio giratorio, que por un lado muestra lo que ocurre en el palacio de Herodes y por el otro representa la luna, con media esfera hueca que, al girar, permite la visión de la cisterna en la que está encerrado Jokanaan. Creo que desde el punto de vista escenográfico, de la iluminación y de la dirección de actores hay un trabajo muy elaborado y eficazmente resuelto.

En cuanto al concepto, es bastante coherente el planteamiento con su desarrollo, y, pese a algunas licencias del regista, el conjunto adquiere sentido. Salomé es presentada como una joven caprichosa, víctima del ambiente corrompido en que vive, pero a partir de su contacto con el profeta y, sobre todo, de la muerte de Narraboth, (que aquí juega como inteligente punto decisivo de inflexión del drama), su percepción de la realidad adquiere una nueva perspectiva, que culminará al ser consciente de la obsesión de su padrastro con ella desde niña y que desencadenará su venganza no sólo contra el rechazo de Jokanaan y contra la impotencia de no poder alcanzar lo que el profeta representa, sino también contra el propio Herodes, para, finalmente, acabar embadurnándose de blanco en una alegórica transmutación en Jokanaan mismo.

La danza de los siete velos me pareció uno de los momentos más convincentes de la noche. Comienza con un inicio de striptease de la protagonista que es grabado por Herodes en video, y se interrumpe cuando éste la invita a contemplar las grabaciones de índole voyeur que tiene de ella, realizadas a lo largo de su vida. La escena culmina con el tetrarca llevándose a su hijastra a la fuerza a una habitación, dando a entender que la viola. La introducción del elemento voyeurista no es ninguna originalidad y recientemente la vimos, por ejemplo, en la puesta en escena de Carsen en el Teatro Real. Pero la reacción de Salomé pidiendo la cabeza de Jokanaan adquiere aquí una enorme coherencia.

Sin embargo, en el balance negativo de Negrín yo situaría que, en ese momento en que insiste la protagonista en pedir la cabeza de Jokanaan, sus gestos y tono suenan más a capricho que a venganza, lo que chirría un tanto con el planteamiento anterior. Tampoco me gustó el innecesario y absurdo prólogo escénico que precedió a las primeras notas de la orquesta. E igualmente, creo que podrían haberse evitado fácilmente algunas discordancias entre libreto y escena que me impiden calificar la propuesta de Negrín de plenamente convincente. De cualquier modo, en conjunto, calificaría la dirección artística de muy notable.

Según comentaba el amigo Titus en su excelente crónica, el público que asistió al estreno el día 10 tributó a Negrín algunos abucheos, no sé si debidos a que se consideró su propuesta fallida o demasiado rompedora o escandalosa. “Salome” siempre ha sido una obra que ha dado pie a puestas en escena con sus buenas dosis de escándalo y provocación. Pero en este caso pienso que no hay para tanto. De hecho, me parece mucho más escandalosa alguna conducta de la vida pública de personajes que suelen ocupar el palco de Les Arts, que las referencias que puedan hacerse, en pleno siglo XXI, al sexo o a situaciones más o menos impropias, en el marco de una obra de ficción. Y a los del palco no se les abuchea (de momento).


En el apartado musical hay que destacar ante todo la dirección del Maestro Zubin Mehta, que logró extraer de la partitura de Strauss todo su potencial, que es mucho. La música fluyó con elegancia, consistencia y viveza. No se recreó en los momentos más líricos y pasionales y quizás por eso algunos consideren fría su lectura, pero resultó absolutamente increíble cómo se logró mantener la tensión dramática a lo largo de toda la obra, con una intensidad creciente.

La extraordinaria Orquesta de la Comunitat Valenciana, ayer compuesta por alrededor de un centenar de músicos, brilló como se esperaba de ella, respondiendo con corrección extrema a la mano maestra de Mehta. Los metales y la percusión estuvieron sencillamente perfectos. Las intervenciones individuales fueron todas ellas excepcionales, aunque quiero hacer mención expresa, por su virtuosismo, de los solistas de contrafagot, clarinete y flauta.

La finlandesa Camilla Nylund fue la encargada de asumir el difícil rol protagonista y lo hizo con mucha dignidad. Desde mi punto de vista su voz es demasiado lírica para un papel que posiblemente no sea el más adecuado a sus prestaciones canoras, mostrando una insuficiencia notable en el registro grave y falta de amplitud y homogeneidad, quedando tapada por la orquesta en varias ocasiones. En la zona alta se movió con solvencia, con unos agudos brillantes y punzantes. Sostuvo la intensidad que requiere el personaje en todo momento, aportando el dramatismo necesario, con un monólogo final poderoso, muy destacable.

El barítono Albert Dohmen fue un peculiar Jokanaan calvo y avejentado. Este es un papel que cuenta siempre con la dificultad añadida de tener que traspasar la barrera de la gran orquesta straussiana cantando gran parte del tiempo desde la cisterna en la que se encuentra encerrado. En esta ocasión Dohmen solventó la papeleta con éxito, logrando proyectar su voz sin excesivos problemas. Este hombre canta con un enorme gusto y así lo hizo ayer también, destacando en los pasajes más líricos, pero yo le eché en falta una mayor intensidad dramática.

El tenor alemán Siegfried Jerusalem, con 70 años recién cumplidos, compuso un Herodes excepcional en lo dramático, con un impecable comportamiento escénico, entregándose por completo. Vocalmente presentó un instrumento sorprendentemente fresco, aunque sólo se mostrase relativamente cómodo en la zona media. Capó muchas frases y notas, y eludió las partes más complicadas del rol con ardides de viejo tahúr.

Hanna Schwarz fue una Herodías de enorme fuerza dramática, pero por la que los años tampoco han pasado en balde, su voz, de tremendo volumen, se proyectaba con potencia superando con facilidad el inmenso muro orquestal, y lo hubiera seguido haciendo aunque hubiera estado formado por el doble de componentes, pero sus agudos son ya muy forzados y el vibrato tambaleante.

El joven tenor austriaco Nikolai Schukoff fue para mí la gran sorpresa de la noche. Asumió el papel de Narraboth, para el que estaba anunciado Tomislav Muzek (y continúa estándolo en la web de Les Arts, ellos son así…), pero éste cayó del cartel sin previo aviso ni explicación, como es habitual en la casa. En este caso hay que decir que el cambio fue para bien. Recientemente escuché en Madrid a Muzek en este mismo papel y no me gustó. Schukoff por el contrario fue un excelente Narraboth. Lució una voz amplia, limpia y de gran volumen, que controló con maestría adaptándose a los requerimientos dramáticos de la acción, teniendo un comportamiento escénico magnífico.

Muy correctos estuvieron el resto de comprimarios, entre los que destacaría a Adriana Zabala y Niklas Bjorling.

La escasez de público parece que va a ser una lamentable constante en las “Salome” del Festival del Mediterrani. Ayer el cuarto piso se hallaba prácticamente vacío, como también lo estaban los palcos VIP, donde tan sólo se encontraba el Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, acompañado de guardaespaldas con pinganillo, y que entró en el recinto como Pedro por su casa, sin enseñar siquiera la entrada a los porteros.

Al final, grandes ovaciones para todo el elenco que se hicieron especialmente intensas con la aparición de Nylund y cuando, como también viene siendo ya costumbre, Mehta subió al escenario acompañado de (casi) todos los miembros de la orquesta.

El sábado repetiré, en compañía de buenos amigos, y recomiendo a todo amante de la ópera libre de prejuicios que no se la pierda. (Helga, me debes ya varias comisiones).

Aquí podéis leer las crónicas de Titus y Maac.


Actualización - 20/06/2010: Acabo de llegar, después de haber asistido a la función de hoy (ya ayer) de "Salome" y creo que es justo que realice algunas rectificaciones.
Me ha gustado mucho más la función de hoy que la del pasado miércoles. Realmente ha sido una noche de ópera auténticamente mágica donde todo, o casi todo, ha salido redondo.
La orquesta ha sonado extraordinariamente bien y tan sólo podría poner en el debe de Mehta el exceso de volumen que imprime en algunos momentos, que pone a los cantantes al límite de lo humanamente resistible. Pero esa tensión que ha salido del foso desde los primeros compases (pese a algún pequeño descontrol inicial) y se ha mantenido durante dos horas, ha sido la clave del éxito de esta velada.
Albert Dohmen ha estado sencillamente inmenso. La fuerza y la belleza de su canto hoy, han conseguido estremecerme sin ningún tipo de reserva. Bravísimo.
Camilla Nylund ha estado igualmente sensacional. La intensidad dramática que ha derrochado, compensa cualquier objecion que se pudiera efectuar. La emoción que ha transmitido a la platea ha sido ciertamente de las que hacen grande a una cantante. Hoy ha sido una Salomé completa y creíble, de las que puedo asegurar que tardaré mucho tiempo en olvidar.
Hanna Schwarz ha rejuvenecido esta noche más de veinte años. Sus agudos y el control de su voz han sido ejemplares, y su Herodias memorable.
Siegfried Jerusalem ha cumplido también con nota alta. Pese a sus limitaciones, ha estado a la altura del maravilloso espectáculo que hemos vivido.
La ovación final a todos los participantes ha sido de las más largas y sentidas que yo he escuchado en Les Arts. Y con todo merecimiento.
Insisto en mi recomendación: No dejéis de ver esta "Salome". Esto es la Ópera (con mayúscula).

miércoles, 21 de abril de 2010

"SALOME" (Richard Strauss) - Teatro Real - Madrid 17/04/10


Parece que viene siendo ya casi una tradición hablar de estrenos de “Salome” y asociar inmediatamente la escenificación de esta obra maestra de Richard Strauss a la palabra escándalo. En esta ocasión, fue la dirección artística del canadiense Robert Carsen la que la noche de su estreno en el Teatro Real fue acogida por los espectadores con sonoros abucheos y pateos, habiendo sido noticia por ello en todos los medios de comunicación, en lugar de haber trascendido la magistral lección de canto e interpretación que está ofreciendo estos días en Madrid una Nina Stemme superlativa.

Robert Carsen es un director de escena de quien tenía muy buen concepto tras conocer algunos de sus trabajos, sin ir más lejos los presentados también en el Teatro Real para “Diálogos de Carmelitas” o la estéticamente maravillosa “Katia Kabanova”. Pero tras haber visto fotos de la producción y escuchado los comentarios indignados de algunos aficionados asistentes al estreno de esta “Salome”, me temía lo peor, y estaba casi convencido de que volvería defraudado y encuadrando a Carsen en el grupo de esos neandertales con gafas que van de modernos directores de escena y pretenden engañarnos con vacua palabrería, propia de jefe plasta con mal beber, para vendernos sus defecaciones mentales, carentes de más justificación que buscar el escándalo, cuanto más grande mejor, para lucrarse. Pero lejos de eso, la propuesta de Carsen, aunque pueda ser discutible, está muy trabajada y me resultó interesante, coherente y, aun con altibajos, acabó gustándome.

La producción presentada ahora en Madrid fue estrenada en 2008 en el Teatro Regio de Turín y sitúa la acción en la antesala de la cámara acorazada de un Casino de Las Vegas, símbolo en este caso de una sociedad corrompida, carente de valores, donde impera la ambición, la violencia, el sexo, la sed de poder y el amor al dinero. Los soldados son los guardas de seguridad, entre los judíos hay tres travestidos, Salomé va vestida de gótica, Herodes, mafioso drogadicto y pedófilo, es quien regenta el Casino, y Herodías es una alcohólica.

Dejando al margen lo excesivo y extravagante que suena todo dicho así, Carsen construye un entramado escénico impecable, muy cuidado, en el que todo tiene sentido y donde casi en ningún momento chirría la propuesta con el original.

Salomé se nos presenta como una joven hastiada del mundo corrupto, materialista y vacío que la rodea, que intenta encontrar alicientes y los encuentra en Jokanaan y su mensaje de espiritualidad, obsesionándose después por su posesión al ser rechazada, derivando en un impulso erótico irrefrenable.

Una calculada dirección de actores contribuye a dotar a todo el conjunto de sentido y mantiene una pulsión narrativa intensa y constante, trazando los rasgos de los personajes con mano maestra.

También la iluminación de Manfred Voss juega un papel fundamental en el desarrollo dramático de la historia y alcanza un alto grado de plasticidad en momentos como el diálogo entre Salomé y Jokanaan, la lluvia de polvo de oro, o en aquellos en que el profeta lanza su mensaje desde la caja fuerte en la que permanece recluido y una simbólica luz desde el interior alumbra la oscuridad de la antesala en la que se encuentran el resto de personajes.

La danza de los siete velos es uno de los momentos que más controversia ha generado, al sustituir el baile con desnudo final de la protagonista, por una Salomé vestida como su madre y que, imitando a ésta, seduce en escena a siete hombres de avanzada edad, siendo ellos los que acaban desnudos y despojados de los velos que ocultan sus rostros al comienzo del baile, mientras Herodes graba, con rijoso deleite, toda la escena en video. Independientemente de que estéticamente resulte grotesco, me pareció bastante coherente con la propuesta dramática concebida por Carsen, en la que Salomé es más una víctima de los que le rodean que la encarnación del vicio y la depravación, queriendo significar que es en la mirada de aquéllos donde realmente se encuentra la perversión. La escena finaliza con la protagonista disfrazada de Herodías besando en los labios a ésta, poniendo de manifiesto que a su madre únicamente le ha movido el amor por ella misma.

Hubo dos momentos concretos en los que Carsen no me convenció. El primero se sitúa inmediatamente después de la decapitación de Jokanaan, cuando durante la primera mitad del diálogo de Salomé con la cabeza del profeta, ésta es sostenida por una decena de personas que evolucionan por el escenario junto a la protagonista, llegando incluso a jugar al fútbol con la cabeza, rompiéndose, a mi juicio, la intensidad dramática del instante.

El otro momento que me resultó fallido es ese final inventado por Carsen, donde Salomé huye con la cabeza de Jokanaan en lugar de morir por orden de su padrastro, siendo Herodías quien es ejecutada. Creo que aquí se ha ido más allá de ofrecer una lectura revisada y actualizada del libreto, para caer en la tentación de fabricar algo distinto, vulnerando su espíritu. Y, además, pienso que la muerte de la protagonista es el final más adecuado incluso para esta lectura de Carsen, no como castigo por su depravación, sino como única salida a ese mundo desprovisto de moral del que es una víctima más.

Pero, como decía, el resultado de conjunto me pareció muy positivo y no comparto en absoluto las protestas cosechadas en el estreno, aunque reconozco que en caso contrario esta crónica hubiese sido más divertida.

De cualquier modo, lo más importante de la noche tuvo carácter musical y nombre propio, con la excepcional Salomé que nos brindó la sueca Nina Stemme. Definitivamente, Stemme es un prodigio vocal e interpretativo, que, en una obra como esta, con una enorme exigencia vocal y dramática y una música deslumbrante, alcanza unas cotas de belleza y perfección difícilmente mejorables hoy en día. Su actuación escénica fue impecable, adaptándose con profesionalidad y absoluta entrega a los requerimientos del planteamiento de Carsen.

Su voz presenta una tremenda densidad y homogeneidad, y fluía con facilidad, proyectándose con precisión y potencia, superando sin dificultad la poderosa construcción musical straussiana que surgía de un foso al completo. Nos deleitó con su precioso y ancho centro, sus agudos segurísimos bien atacados y una paleta de infinitos matices con algunos filados portentosos, mientras en cada frase desbordaba dramatismo.

En la escena final, su expresividad e intensidad fueron creciendo progresivamente. Sobrecogedora fue su frase “el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte”, alcanzando en la palabra “todes" (muerte) unos graves espeluznantes y rotundos, y en su último “Jokanaan yo he besado tu boca” el escalofrío que todos esperamos sentir en un teatro hizo acto de presencia en toda su intensidad y hasta llegaron a empañárseme los ojos de pura emoción.

Junto a ella, el resto del reparto cumplió a un nivel muy alto. Especialmente la perversa pareja formada por el sensacional Herodes que compuso Gerhard Siegel, y la inmensa Herodías de Doris Soffel, ambos compaginando excelentemente voz, vigor, expresividad y actuación teatral.

Wolfgang Koch fue un buen Jokanaan, aunque por momentos estuvo casi inaudible, pero creo que debido más a un exceso de contundencia en el foso que por carencias suyas. En los momentos en los que la dirección musical moderaba la intensidad, se pudo apreciar un timbre atractivo aunque un tanto nasal, musicalidad y un fraseo correctísimo.

Tomislav Mužek fue un discreto Narraboth, papel que tiene previsto cantar también en Les Arts en junio, y mostró algunas veladuras y una voz demasiado engolada.

Jesús López Cobos, al frente de una Sinfónica de Madrid entregadísima, donde brillaron las maderas con luz propia, nos ofreció una dirección enérgica, muy cuidadosa en el detalle, procurando moderar, aunque no siempre con acierto, el imponente volumen de una orquesta de casi un centenar de músicos, en búsqueda del difícil equilibrio, en una obra como esta, entre foso y escena. A la dirección de López Cobos le eché en falta una mayor flexibilidad, sutileza y énfasis de la vertiente más lírica de la partitura.

El público asistente fue un claro ejemplo de la intensidad y la magia que se vivió en el coliseo madrileño. Apenas un par de toses se oyeron en toda la noche. Un silencio expectante y tenso acompañó toda la representación, mutándose bruscamente en tormenta de aplausos y bravos con la última nota de la partitura, y derivando en auténtica locura colectiva con la salida de Nina Stemme. Los desnudos, la pedofilia, las provocaciones y situaciones grotescas de la escena, apenas estaban en boca de los presentes cuando abandonaban la sala, tan sólo un nombre: Nina Stemme.

En el interior de los programas de mano se incluyó una hoja en la que se invitaba al público a asistir, a primeros de mayo, a la presentación de la próxima temporada 2010-2011 en coloquio abierto con el nuevo director artístico, Gérard Mortier (de quien, por cierto, he de decir que cuantas más declaraciones suyas leo, más sensato me parece todo lo que plantea, pero, en fin, eso es otro tema). Ese tipo de iniciativas es común ya en otros recintos operísticos, como el Liceu. No es el caso de Les Arts, claro, donde no ya es que no estén abiertos a debatir con sus abonados, sino que ni siquiera se ha confirmado todavía la programación de la próxima temporada.

Estoy empezando a estar preocupado: le doy la razón a Mortier, me gusta la puesta en escena de “Salomé en Las Vegas”… deben ser cosas de la edad…

Para desengrasar, finalizo con el video de Nina Stemme cantando la escena final de “Salome” en la producción vista en el Liceu el año pasado:


video de LiceuOperaBarcelona