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sábado, 11 de diciembre de 2010

"MANON" (Jules Massenet) - Palau de les Arts - 09/12/10


El pasado jueves día 9 se estrenó la segunda de las óperas de la temporada en el Palau de les Arts, “Manon” de Jules Massenet, que vino marcada por la polémica previa acerca de la cancelación que Lorin Maazel anunció, alegando enfermedad, de su participación en todas las funciones que tenía previsto dirigir, manteniendo sin embargo su concierto de Navidad del día 22, lo que ha suscitado múltiples comentarios sobre si realmente está enfermo o se trata de una excusa para eludir la dirección de una ópera que no le es próxima, o que ante un resultado previsiblemente no muy brillante prefirió bajarse del carro. Comentarios que ya surgieron también en 2009 cuando ocurrió algo similar antes del estreno del “Faust” de Gounod (también con Vittorio Grigolo de protagonista, por cierto). Sea como fuere, lo cierto es que el francés Patrick Fournillier fue finalmente el encargado de la dirección musical en el estreno de esta producción que contaba con la dirección artística del norteamericano Vincent Paterson.

Se trata de una coproducción entre Los Angeles Opera y la berlinesa Deutsche Staatsoper Unter den Linden que tiene ya unos cuantos años y que es conocida por el gran público gracias al DVD editado en 2007 de una de las funciones berlinesas, con dirección musical de Daniel Barenboim y con Anna Netrebko y Rolando Villazón en los papeles protagonistas.

La versión traída ahora a Valencia respeta básicamente la puesta en escena vista entonces, aunque, lamentablemente, ni Barenboim estaba en el foso, ni Anna Netrebko fue Manon y, ¿quién me lo iba a decir?, ¡hasta añoré a Villazón! Pero vayamos por orden.

La puesta en escena es lo único que me convenció medianamente de la noche. El director artístico Vincent Paterson es un famoso coreógrafo que ha colaborado en trabajos de cantantes como Michael Jackson o Madonna, y a él se deben las coreografías de películas como “Evita”, “Closer” “Hook” o “Bailando en la Oscuridad”. En la propuesta presentada, la acción se ha trasladado de la Francia del siglo XVIII original, a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con elementos muy cercanos al musical y guiños a la época dorada de Hollywood, como esa Manon-Marilyn del tercer acto o la escena final con un atardecer estilo “Lo que el viento se llevó”.

Es de agradecer que se prescinda de elementos tan habituales hoy como grúas, cantantes colgados por los sobacos o mareantes proyecciones videográficas, para centrarse en una escenografía, obra de Johannes Leiacker, muy vistosa, colorista y ajustada al drama, de corte clásico pese al cambio de ubicación temporal, y en una dirección artística en la que se plantea una lectura respetuosa con el libreto y en la que se ha trabajado la dirección de actores de forma coherente con aquella.

El impacto visual del conjunto es innegable, destacando el vestuario de Susan Hilferty, y pocos elementos hay que chirríen. A mi juicio, tan sólo las apariciones en escena de unos sujetos llevando unos focos móviles, como si todo se tratase de un rodaje cinematográfico, pero que generaban ruidos muy molestos sin aportar nada especialmente importante. Y chocante resultó también comprobar que las monjas del seminario de Saint Sulpice… llevaban tacones. Pero en conjunto, como decía, la dirección de escena acabó siendo lo mejor de la noche.

En lo musical, tras la cancelación del maestro Maazel, había gran curiosidad por ver cómo se desarrollaba la relación de Fournillier con la Orquestra de la Comunitat Valenciana, y el resultado no fue nada afortunado. El director francés ofreció una lectura vivaz y dinámica de la partitura, deteniéndose con intensidad en los fragmentos más líricos, pero todo quedaba sepultado por un torrente acústico desmedido y sin conseguir encontrar el ajustado punto de empaste de la Orquesta.

Si alguien tiene el email de Fournillier debería hacerle llegar con urgencia la información del otorrino más próximo a su domicilio, porque el director galo debe tener un grave problema auditivo. Ya dije cuando dirigió “Iphigénie en Tauride” que había abusado de los decibelios, pero lo del jueves fue homérico. Quizás quería que su tía la de Toulouse oyese el concierto sin salir de casa, porque los volúmenes de la Orquesta llegaron a ser estruendosos. Baste decir que en algún momento llegaron incluso a tapar los berreos de Grigolo, que ya es decir.

Es probable que el mediocre resultado orquestal de este estreno fuese fruto de insuficientes ensayos como consecuencia de la improvisada incorporación a última hora de Fournillier, pero lo cierto es que, sobre todo en el primer acto, los desajustes fueron importantes y el único empaste que se apreciaba en la orquesta era el de la muela del juicio del trombón solista. No obstante, esperaremos a las sucesivas funciones para ver si se consigue una mayor compenetración entre el director y los músicos.

El Cor de la Generalitat Valenciana tampoco tuvo precisamente su mejor día y también fue en el primer acto donde se apreció una mayor falta de conjunción, aunque conforme avanzaba la representación su rendimiento fue mejorando, pero lejos de sus mejores noches.

La soprano estadounidense de origen hispano Aylin Pérez, que fue la encargada de dar vida a la protagonista, tiene una voz demasiado ligera para el papel, de agradable timbre, con escaso volumen, que quedaba reiteradamente tapada por el huracán Fournillier. Lució aparente facilidad para el agudo, pero tendiendo a abrirlos y chillarlos. Su zona grave era áfona y me resultó bastante sosa en escena, aunque no se le puede discutir su entrega y sus intentos por matizar, pero sus continuas desafinaciones acabaron por deslucir el resultado final.

Vittorio Grigolo, como Caballero Des Grieux, estuvo antológico… perdón, quería decir mitológico… porque a la mitología habría que acudir para encontrar semejante cruce entre pollino y cabra como el que presenta la voz del italiano. De Vittorio Grigolo siempre he dicho y mantengo que creo que tiene un instrumento con grandes posibilidades que desperdicia cantando mal. Y es una lástima. Su voz, aunque de bello color, carece totalmente de graves y temblequea cual ovejita lucera. Su técnica respiratoria es muy deficiente, lo que hace que cada vez que coge aire suene como un asno rebuznando. Se dedica a berrear todo lo que le echen, con la única preocupación del alarde exhibicionista y sin importarle el repertorio que afronte.

Su Des Grieux, como no podía ser menos, es lamentable. Muy efectista, pero absolutamente inapropiado y fuera de estilo. La sobreactuación actoral y vocal del italiano no sirve en una ópera como esta que, lejos de impropias interpretaciones veristas, exige musicalidad, delicadeza y elegancia en el fraseo. Sobreactuar no implica necesariamente intensidad emocional, y Grigolo, cuanta más pasión quería mostrar en escena, más aspavientos hacía y más gritaba. Es una pena que este hombre no consiga domar ese caudal de voz que tiene y debería dejar de una vez de intentar imitar a Villazón.

Para no ser del todo injusto diré que deben consignarse en su haber algunos agudos realmente brillantes y bien colocados y que en determinados momentos apianó con gran belleza, pero enseguida llegaba el grito, el golpe de glotis y el descontrol escénico. El hipogrito huracanado final del italiano, barritando como un elefante con hemorroides, es de las cosas más horrísonas que se han escuchado en un teatro de ópera desde que a un tramoyista del MET, en 1971, le cayera un foco sobre el dedo meñique de su pie.

Del resto del reparto tan sólo destacaría al Lescaut del barítono polaco Artur Ruciński, futuro Onegin en Les Arts, que cantó notablemente bien, pese a que tiene una voz un poco pesada y atrás.

Más discreto el Guillot de Emilio Sánchez, aunque su comportamiento escénico fue destacable. Y mucho más flojos me parecieron Raymond Aceto, como Des Grieux y Andrea Porta como Brétigny.

La asistencia de público a este estreno fue paupérrima. El patio de butacas, con numerosos asientos ocupados por invitaciones, presentaba un aspecto medianamente aceptable, aunque al comienzo del último acto se apreciaron muchas deserciones, pero los pisos altos estaban prácticamente vacíos (en el cuarto piso, 15 personas). Muy triste. Si con una ópera francesa relativamente conocida y con bellas melodías y arias este es el panorama, a “1984” igual vamos un servidor y la cuñada de Maazel.

Al finalizar la función, hubo aplausos para todos los intervinientes, sin llegar a ser entusiastas, excepto al salir Vittorio Grigolo, donde un sector ovacionó y braveó, al tiempo que se escuchaban algunos abucheos ruidosos pero aislados.

Cuentan que cuando Barenboim dirigió esta obra en Berlín dijo que “Manon” es una ópera que no debe interpretarse sin grandes figuras, y después de lo visto el jueves habrá que dar una vez más la razón al maestro.

Y una advertencia para los que todavía sigan confiando en la información que proporcionan en Les Arts: pese a que se dice que la duración de la función es de dos horas y media, el día del estreno, incluyendo los descansos y sin apenas tiempo de aplausos, la duración total llegó casi a las tres horas y media.

Para quitarme el mal sabor de boca (y oídos) de esta “Manon” finalizo con este video, que dedico especialmente a la amiga Assai, del tenor francés Leopold Simoneau cantando “En ferment les yeux”, del acto II de “Manon”, sin gritos, sin rebuznos, con sensibilidad y elegancia:


video de forallyouknow