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lunes, 4 de marzo de 2013

"IL BARBIERE DI SIVIGLIA" (Gioacchino Rossini) - Palau de les Arts - 03/03/13


Sólo las preclaras mentes que dirigen los designios de los dos principales recintos musicales de Valencia, Palau de les Arts y Palau de la Música, sabrán por qué, en lugar de intentar coordinar su oferta de espectáculos, parecen empeñados, año tras año, en hacer el ridículo contraprogramándose. Pueden pasar semanas en esta ciudad sin que haya ni una representación musical y llegar un día en que coincidan dos espectáculos notables, llevando a los aficionados a tener que optar entre uno u otro.

Así ocurrió el pasado jueves 28 de febrero, día en que se estrenaba en el Palau de les Arts la ópera de Gioacchino Rossini “Il Barbiere di Siviglia”, mientras que el Palau de la Música ofrecía, a la misma hora, un recital de la gran mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato (por cierto, una de las mejores Rosina que he visto yo en directo). Desde luego, no tuve ninguna duda a la hora de tener que elegir y opté por acudir a escuchar a Di Donato. Y no me arrepentí, pues os aseguro que ese recital se encuentra entre los dos o tres mejores a los que he asistido (y son unos pocos) en el Palau de la Música (AQUÍ podéis leer la acertada crónica que hizo Maac).

Ayer, finalmente, acudí a la segunda de las funciones de “Il Barbiere di Siviglia” y mi sensación de haber elegido correctamente el día del estreno, se multiplicó por mil, y es que este Barbiere me ha decepcionado enormemente y, lo que es peor, me ha resultado aburrido.

La producción del Grand Théâtre de Genève presentada en Les Arts cuenta con la dirección escénica de Damiano Michieletto, lo que, a priori, constituía para mí uno de sus grandes alicientes. La propuesta del regista veneciano es muy atractiva visualmente y tiene sus virtudes, pero también grandes defectos.


La acción se traslada a la Sevilla de los años 80, mostrando una comunidad de vecinos de un barrio suburbial, mediante una impactante escenografía giratoria que alterna la visión de la fachada del edificio de viviendas y su interior, a modo de 13 Rue del Percebe. Cada detalle del mobiliario o vestuario está muy cuidado y contribuye a conferir la ambientación deseada al conjunto. Y el colorido, frescura y viveza del montaje se adapta perfectamente al espíritu rossiniano.

Además, si algo no puede discutirse a los montajes de Michieletto es su exhaustivo trabajo de dirección de actores. Todos y cada uno de los miembros de la figuración o del Coro, y por supuesto los solistas, tienen un perfil cuidadosamente diseñado que se mantiene coherente a lo largo de la representación y los movimientos en escena de todos ellos están perfectamente estudiados. Aquí, Andreas Zimmermann, director de la reposición, merece un 10. Pero todo eso, que en principio es positivo, constituye también uno de sus principales inconvenientes. Michieletto se empeña en distraer al espectador con numerosos planos de acción que, al tiempo que consiguen ambientar perfectamente la trama y pueden resultar divertidos, llevan al público a desviar su atención de la línea argumental principal y, sobre todo, de la concentración que puedan requerir la música y el canto.

En ese mismo sentido, el tener a los cantantes permanentemente subiendo y bajando escaleras y dando vueltas en la estructura giratoria, perjudicaba sus ya limitadas prestaciones vocales y dificultaba su contacto visual con el director musical, lo cual sin duda contribuyó a los numerosos desajustes que se produjeron entre cantantes y foso.

No quisiera finalizar mi reseña de la dirección escénica sin referirme a la vergüenza ajena sentida ante ese grito de “¡Viva los novios!” que se hace dar al Coro, en un guiño paleto al espectador, propio de un episodio de “Matrimoniadas” o un espectáculo de José Luis Moreno.

La dirección musical de Omer Meir Wellber al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana fue bastante correcta en términos generales. Pese a su espasmódica gesticulación a la que ya nos tiene acostumbrados y su conocido gusto por las aceleraciones sin ton ni son, en esta ocasión adoptó unos tempi bastante pausados, posiblemente para no hacer más evidentes las carencias de los cantantes, con una lectura de la obertura muy interesante y reposada. Solventó con eficacia y sentido musical los crescendos rossinianos y procuró controlar los volúmenes de la orquesta, pese a lo cual y a su reducido tamaño, no se impidió que los cantantes quedasen inaudibles en muchos momentos. Wellber fue también el encargado de acompañar con el clave los recitativos y a veces daba la impresión de que tocaba las notas que le daba la gana, con las melodías que se le iban ocurriendo. Pensé que igual se estaba aburriendo tanto como yo y que en cualquier momento se pondría a interpretar la “Rhapsody in Blue” o algo parecido.

El Cor de la Generalitat merece una especial felicitación por el fantástico trabajo llevado a cabo en escena, derrochando vis cómica, demostrando que, además de grandes cantantes, son estupendos actores. En el aspecto vocal tuvieron algunos momentos destacados, como las escenas finales de ambos actos, aunque su coordinación con el foso no fue siempre la deseada.

Como ya se ha habrá podido ir deduciendo de mis anteriores comentarios, el gran problema de la producción presentada estriba, a mi juicio, en los cantantes elegidos. Y es que si en una ópera de Rossini, construidas para el lucimiento de los cantantes, estos fallan y además no tienen gracia en escena, el resultado sólo puede ser el sopor. Muchas veces he alabado la labor del Palau de les Arts a la hora de juntar repartos relativamente desconocidos, pero que han ofrecido unas prestaciones interesantes. Sin embargo, en esta ocasión, mi opinión es que no se ha acertado. Para ofrecer un nivel como este, pienso que es preferible encargar la representación a cantantes del Centre de Perfeccionament. Saldrán más baratos y la crítica posiblemente sea más benévola.

A Mario Cassi ya tuvimos ocasión de padecerle como un pésimo Dandini en “La Cenerentola” de la pasada temporada. Pese a ello, inexplicablemente, se le ha vuelto a contratar para un papel tan relevante como el de Fígaro. Y, como era de esperar, el resultado ha sido bochornoso. Ya en su aria de entrada dejó claras sus limitaciones: Incapacidad absoluta para las agilidades, pérdidas continuas de la impostación y nula técnica respiratoria. Fue totalmente inaudible en múltiples pasajes, donde daba la impresión de que estuviese la orquesta tocando sola y un tío en escena moviendo la boca. Además, pese a abordar un personaje que debe rezumar sentido del humor y picardía, resultó muy soso en escena.

La valenciana Silvia Vázquez tampoco estuvo acertada en el papel de Rosina. Creo que su vocalidad no es adecuada al rol, estuvo fuera de estilo, presentó demasiados problemas con las agilidades e incurrió en el agudo chillado en más de una ocasión. El impresionante sobreagudo con el que coronó “Contro un Cor” fue impecable, pero no venía a cuento. A diferencia de Cassi, al que se me hace difícil imaginar cantando bien cualquier papel, Silvia Vázquez creo que debe centrarse en otro tipo de repertorio para el que sí pueda mostrar mejores condiciones.

El tenor uruguayo Edgardo Rocha, como Almaviva, fue el que más me gustó de los protagonistas, pese a puntuales problemas de afinación y dificultades con las agilidades, pero mostró una voz de muy bello timbre, especialmente en la zona aguda, tuvo algunos detalles bonitos regulando intensidades y estuvo muy valiente toda la noche, principalmente en su “Cessa di piú resistere”.

Bastante anodino y también inaudible en muchos momentos estuvo Marco Camastra como Dr. Bartolo. Mucha más clase y calidad vocal demostró el Don Basilio de Paata Burchuladze, pese al declive de su voz.

Muy bien también en su aria la veterana Marina Rodríguez-Cusí, como Berta, y magnífica en su vertiente escénica. También destacaron en sus breves intervenciones tanto Mattia Olivieri, como Fernando Piqueras, este último muy divertido en su faceta actoral.

La sala presentó un impecable aspecto, con un lleno casi absoluto y presencia de mucha gente joven, que ovacionó, yo diría que hasta en exceso, a todos los artistas, salvo un par de irrelevantes abucheos aislados a Mario Cassi. Como no estuve, no sé si el día del estreno habría, como últimamente es habitual, una escasa asistencia de público, aunque dada la climatología infernal y la numerosa presencia de habituales de Les Arts viendo a Di Donato, presumo que así sería.

Ahora parece que en Les Arts pretenden corregir los desolados paisajes de los estrenos, pero no igualando tarifas con el resto de días de representación, sino regalando cupones en un diario local que permiten un descuento del 50% en las entradas de zonas 1 a 4 para los estrenos. A este paso, acabaremos pudiendo ir a Les Arts comprando dos paquetes de papel higiénico Hacendado. Eso sí, si los espectáculos siguen teniendo este nivel, no nos lo podremos dejar en casa.


video de PalaudelesartsRS


domingo, 11 de noviembre de 2012

"RIGOLETTO" (Giuseppe Verdi) - Palau de les Arts - 10/11/12


Y por fin, se levantó el telón... Tras muchas incertidumbres, la temporada de ópera en Valencia ha comenzado con relativa normalidad. No sabemos cómo acabará la cosa, pero de momento ayer se dio el pistoletazo de salida a un ejercicio operístico que se aventura movidito.

Finalmente, las protestas de los trabajadores del Palau de les Arts frente a los incumplimientos de la empresa de los acuerdos laborales pactados a principios de año y ante el ERE que les van a aplicar, se concretaron en una ruidosa concentración en la explanada de acceso al teatro, tras una pancarta en la que se leía 'Sin nuestro trabajo no hay cultura', y el reparto al público asistente de unas hojas informativas con sus reivindicaciones. Se había planteado a la empresa la iniciativa de leer un manifiesto antes de comenzar la representación, pero parece ser que desde la Conselleria de Cultura se opusieron a la propuesta. Ante esa negativa, el maestro Omer Meir Wellber tuvo un bonito gesto cuando subió al podio para iniciar la interpretación de la obra, al coger el manifiesto de los trabajadores y durante unos segundos hacer como si lo estuviera leyendo al público pero permaneciendo en silencio. Finalizados estos instantes, parte del público, principalmente de los pisos altos, prorrumpió en aplausos y hubo algún grito a favor de la cultura.

El paro de dos horas que se había anunciado para la función del próximo martes se ha desconvocado, aunque para las siguientes representaciones se estará a lo que decida una próxima asamblea de trabajadores. En principio la noticia sería para alegrarse si ello respondiera a una decisión libre de los empleados de Les Arts o a un posible acuerdo con la empresa, pero parece que se debe más a una fuerte presión unilateral por parte de ésta. En fin, ya veremos como acaba la cosa…

Si queremos que la actividad del Palau de les Arts se mantenga, los primeros que habremos de responder seremos los espectadores, demostrando con nuestra asistencia que la continuidad de la actividad operística en nuestra ciudad tiene razón de ser. Y el aspecto que mostraba ayer la sala no era especialmente halagüeño. Había una buena entrada, pero siendo inicio de temporada, con una obra tan popular como “Rigoletto” y un sábado por la tarde, lo lógico era que se hubiese podido llenar. Esperemos que en las próximas representaciones, donde los precios de las localidades serán más baratos que en el estreno, mejore la asistencia de público.

Nos  volvió a obsequiar con su ausencia el President Fabra, al que está claro que le interesa menos la ópera que a mí el Reggaeton. Tampoco vi a la Consellera de Cultura con apellido de sheriff de spaguetti-western, que, si realmente no fue a dar la cara en un día como este, demostraría una vez más lo grande que le viene el cargo. Sí estaba por allí el Vicepresidente Císcar, la Delegada del Gobierno y algunos otros carguillos autonómicos de medio pelo, así como la Intendente Helga Schmidt. También se vieron algunas caras conocidas del mundo del espectáculo como el tenor Jorge de León o el ex portavoz del PP en las Cortes Valencianas, Rafael Blasco, actualmente imputado por seis delitos.

Mucho se venía hablando en los medios de comunicación locales acerca de la espectacularidad de esta producción de “Rigoletto” del Teatr Wielki de Varsovia, creada originariamente por el belga Gilbert Deflo hace casi veinte años para La Scala, donde es todo un clásico que se representa periódicamente desde entonces (estos días sin ir más lejos). Desde luego la producción es espectacular. Una grandiosa escenografía ocupa ampliamente, en altura y profundidad, la caja escénica del teatro valenciano, mostrando los diferentes ambientes en los que se va desarrollando la acción, siempre dejándonos la sensación de que lo que se pretende sobre todo es apabullar al espectador visualmente, como con el palacio del Duca que parece casi una catedral. Lo mismo ocurre con el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino, de un barroquismo y colorido ciertamente irreprochables. Menos cuidada me ha parecido la iluminación de Stanislaw Zieba, que pienso que podría haber dado mucho más juego en combinación con el resto de elementos escénicos.

Sin embargo, esa grandiosidad de la escenografía origina un serio inconveniente al haberse unido a los recortes de personal en Les Arts, y para cambiar los decorados se tarda un tiempo excesivo. Francamente, tres intermedios de media hora cada uno en un “Rigoletto” es una exageración y rompe completamente el ritmo de la obra. Que a los 15 minutos de comenzar ya haya un descanso de 30 minutos, me parece imperdonable.
 
Junto a este derroche escenográfico y de vestuario, la propuesta de dirección escénica de Deflo, adaptada para la ocasión por Beata Redo-Dobber, no me pareció nada del otro mundo y no creo que aporte mucho, más allá de epatar visualmente. El manejo de la dirección de actores y los movimientos en escena son bastante simples. La escenografía pienso que está bien concebida para lograr que la acción fluya natural y eficazmente a los ojos del espectador, pero los cantantes y coro estuvieron bastante estáticos y la resolución de algunas situaciones como la entrada del Duca en el patio de la casa de Rigoletto o el tropiezo de éste con Borsa, me resultaron casi de función de colegio.

Así pues, desde el punto de vista visual la producción deja forzosamente una sensación viejuna pero, en conjunto, satisfactoria. Y es especialmente recomendable para aquellos que se enfrenten por vez primera a esta página de Verdi, pues todo se cuenta, más o menos, como marca el libreto, con un atractivo estético añadido incuestionable.

Lo que más me decepcionó ayer fue la dirección musical de Omer Meir Wellber. El israelí transmitió muy poco aliento verdiano. Dejó de lado cualquier esencia purista de la partitura y fue a su bola. Lo malo es que eso se lo pueden permitir genios como su antecesor Maazel, que, dentro de sus particularidades, te pueden maravillar con los resultados obtenidos, pero no quienes, como Wellber, carecen luego de coherencia en su lectura. Volvió a hacer, como en “Tosca”, una interpretación, a mi juicio, caprichosa de los volúmenes y dinámicas, y llevó a cabo una labor de batuta tan atropellada como sus gestos, poniendo en serios apuros a todos los intérpretes. Lo peor ya no fue que con los tempi veloces que imponía arrollase a los cantantes, sino que además demostró su incapacidad para, en esos momentos, controlar la situación y coordinar foso y voces. Ayer, sin embargo, no fue tan inclemente con el volumen como en otras ocasiones, apreciándose un intento de ajustar el mismo a los cantantes, pero cuando moderaba volúmenes se perdía tensión y, lamentablemente, el color orquestal se difuminaba y el alma que debe impregnar los sonidos que surgen del foso no se encontraba por ningún lado.

Lo anterior no quiere decir que las prestaciones de la Orquestra de la Comunitat Valenciana no hayan sido óptimas en cuanto a ejecución, porque sí lo han sido, pero más por la maestría de los atriles que por la labor del director. Impresionantes resultaron los sonidos del cello solista de Guiorgui Anichenko en el encuentro entre Rigoletto y Sparafucile, o la maravillosa conjunción de la sección de cuerdas al completo en la entrada de Rigoletto en busca de su hija secuestrada, o las flautas en el “Caro Nome”, o todas las intervenciones de Pierre Antoine Escoffier con el oboe.

Muy bien estuvo también la banda interna formada por alumnos del Conservatorio Profesional de Valencia, bajo la dirección de Ricardo Casero; así como los músicos en escena de la Fundación Desarroya.

En cuanto al Cor de la Generalitat, compuesto en esta ocasión por sus integrantes masculinos, sufrieron también el atropellamiento de Wellber y hubo algunos desajustes, aunque vocalmente su actuación fue óptima.

Ha de destacarse que miembros de Ballets de la Generalitat intervinieron por vez primera en una función en el Palau de les Arts, en concreto en el acto primero.

El reparto vocal a priori no presentaba grandes nombres y responde a la época de vacas flacas que nos toca atravesar. Aquí es donde un buen gestor tiene que demostrar su valía y, con menos recursos, saber sacar adelante una programación que mantenga un nivel de suficiente calidad, porque contratar a las grandes estrellas con talones firmados en blanco lo sabríamos hacer casi cualquiera. Personalmente, yo soy partidario de que los recursos que pueda haber se centren en mantener a toda costa la Orquesta y Coro que son hoy ya un referente internacional y en traer buenas voces, sean más o menos populares. Y la inversión en costosas producciones, la mayoría de las veces infumables, debería ser algo secundario.

El mayor aliciente de un reparto vocal bastante desconocido se centraba en el Rigoletto de Juan Jesús Rodríguez, quien nos dejó muy buenas sensaciones el pasado mes de junio cuando sustituyó a última hora el día del estreno de “Il Trovatore” a Sebastián Catana como Conde di Luna, obteniendo un éxito considerable. Pero Rigoletto son palabras mayores. Y creo que el barítono onubense pasó la prueba con nota. A mí desde luego me gustó mucho. Rodríguez tiene una voz cálida, plena, bien colocada, muy homogénea y con auténtico timbre baritonal. Rigoletto es un papel que conoce bien y que seguro que irá perfeccionando. Debutó con él en Jerez y también lo ha cantado en teatros como Parma, Torino o Tenerife. Ayer demostró una entrega absoluta, hilvanando un fraseo con todo el color verdiano del que carecía el acompañamiento orquestal. Su “Cortigiani” resultó emocionante, en la “Vendetta” dio el agudo final y lo mantuvo con potencia, y se marcó un “Pari siamo” notable, con intencionado fraseo y espléndido legato. En el aspecto negativo hay que decir que Rodríguez ofreció a lo largo de la noche poca variedad de matices, y su interpretación quizás no acabase de transmitir la pluralidad de pasiones que convergen en el poliédrico personaje, resultando algo plana en el aspecto dramático.

Erin Morley, en el papel de Gilda, fue otra de las triunfadoras de la noche. La soprano norteamericana es un jilguerillo, de voz pequeña, clara y con estrecho vibrato, que llevó a cabo una buena actuación, con una emisión segura tanto a voz plena como en las medias voces. A mí me gustan las Gilda con voces de más peso, sobre todo para afrontar la parte final de la obra, pero he de reconocer que el “Caro Nome” estuvo excelentemente cantado, con unos trinos de manual y una coloratura nítida y precisa. Es verdad que sus graves carecen de cuerpo, pero esto en una Gilda importa poco.

Iván Magrì, como el Duca, me gustó bastante menos. El tenor siciliano mostró un incuestionable poderío y brillantez en los agudos y una emisión potente, pero su línea de canto se presentaba descuidada y poco refinada, con un centro aquejado de un vibratillo cuasi caprino. Hacía esfuerzos por matizar y apianar, pero entonces perdía la impostación. En “Parmi veder le lagrime” dejó en evidencia sus problemas de fiato y sus respiraciones a destiempo deslucieron su fraseo. El pobre ni siquiera tuvo oportunidad de ser aplaudido tras “La donna è mobile” ya que Wellber no hizo la paradinha estratégica para permitirlo. Por cierto, a este chico nos lo vuelven a colocar esta temporada en “I due Foscari”.

Paata Burchuladze está actualmente en un estado vocal bastante lamentable y su Sparafucile transmitió la maldad del personaje más a base de tablas que de rotundidad canora.

Adriana Di Paola fue una Maddalena de escasa relevancia. Es verdad que el personaje no tiene un gran protagonismo, pero en el último acto tiene que tener la suficiente entidad vocal como para no pasar inadvertida en el cuarteto ni destrozarlo y ayer Di Paola no lo logró.

El jovencísimo bajo mongol (de Mongolia) Amartuvshin Enkhbat, como Monterone, lanzó su maldición desde el centro del escenario, pero su voz, con una emisión cuasi anal, parecía provenir de las entrañas mismas de la tierra. Lo malo es que en la función del día 24 está anunciado que encarnará el papel de Rigoletto.

En general todos los secundarios estuvieron bastante correctos, especialmente Marina Pinchuk, Mario Cerdá y Miguel Ángel Zapater.

El público de nuevo volvió a iniciar los aplausos de los finales de acto con muchísima antelación a que la música dejase de sonar. Hay quienes deben estar mirando toda la representación el telón para en cuanto lo vean descender un centímetro empezar a dar palmas. Eso sí, luego esos mismos suelen ser los que salen a la carrera de la sala. Al final hubo ovaciones para todos los artistas, aunque con especial intensidad para Juan Jesús Rodríguez y Erin Morley. También fue aplaudida la dirección de escena, saliendo a saludar una mujer rubia (supongo que la directora de la reposición Beata Redo-Dobber) quien se volvió como loca en el escenario, adelantando por su cuenta para que saludasen, casi a empujones, sin ningún criterio, a quien pillaba más a mano, ahora Monterone, ahora Gilda, ahora un Paje, ahora Wellber... Sólo faltó ver entrar a una pareja de mocetones con batas blancas y que se la hubiesen llevado con una camisa de fuerza.

Bueno, pues la temporada 2012-2013 en el Palau de les Arts ha dado comienzo. Ya veremos si, con la colaboración de todos, se puede conseguir que además la podamos finalizar con normalidad y puedan encararse temporadas futuras sin este ambiente de incertidumbre y provisionalidad que se vive ahora mismo.


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