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lunes, 27 de marzo de 2017

"LUCREZIA BORGIA" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 26/03/17


Tras el huracán mediático y popular que revolucionó el Palau de les Arts con la reciente Traviata de Verdi, adornada por Valentino, la temporada operística valenciana se reanudó ayer con una de las principales obras del género belcantista, si bien no es de las más populares o conocidas entre el gran público, Lucrezia Borgia, del compositor Gaetano Donizetti. Y la verdad es que vivimos una intensísima velada operística en la que volvimos a sentir la emoción de las más grandes noches de este teatro, gracias, principalmente, a una descomunal interpretación de doña Mariella Devia.

Para la ocasión se ha presentado la ópera con la primera producción propia de Les Arts este año, en la que la dirección escénica, y esto sí que es una novedad, no ha corrido a cargo del intendente Livermore, sino de Emilio Sagi, otro nombre bastante habitual en la casa, que cerrará también la sesión operística en julio con otra creación suya, esta vez para la rossiniana Tancredi. Sagi siempre nos ha ofrecido interesantes trabajos, centrados hasta ahora en repertorio español, como en La Bruja, El dúo de La Africana, Katiuska, Luisa Fernanda o El rey que rabió.

Esta vez el director asturiano se adentra en la ópera italiana romántica con un montaje que huele bastante a low cost, con elementos que parecen claramente reciclados de otras producciones anteriores, como los moñetes falleriles de El rey que rabió o los paneles móviles y espejos de La Bruja. Sin perjuicio de lo anterior, yo pienso que no se le puede negar un indudable atractivo visual y funciona bastante bien. La propuesta de Sagi no pretende contar nada especial, simplemente sirve de vehículo al drama, unas veces con mayor acierto que otras pero, en líneas generales, adecuadamente. Se ha optado por una concepción más abstracta, huyendo de concreciones temporales y de escenografías que nos ubiquen en un espacio y tiempo determinados (apenas una góndola nos remitirá a Venecia y una maqueta de la ciudad a Ferrara).

Gran parte del éxito de la producción se debe al excelente trabajo de iluminación de Eduardo Bravo, que consigue crear unos ambientes enormemente sugerentes y juega también con los efectos, colores y sombras con inteligencia. El vestuario de Pepa Ojanguren es otro elemento positivo y he de decir que, aunque ya manifesté con ocasión de Traviata que soy un absoluto ignorante en la materia, personalmente me gustaron bastante más los vestidos de ayer de Lucrezia que los Valentinos de Violetta.

Siguiendo con comparaciones con la anterior producción vista en Les Arts, a diferencia de lo que sucedía en La Traviata, aquí sí se observa una labor de dirección de actores que, al menos, justifica el sueldo de la regia escénica. Cosa distinta es que luego se tope uno con algún cantante con menos expresividad que un poste de teléfonos, pero, aunque no haya un exceso de originalidad, hay ideas y un trabajo serio de dirección.  

Entre los aspectos que considero más fallidos, no me gustó que, una vez más, nos tengan que entretener durante los preludios u oberturas. Nada más comenzar a sonar las primeras notas, nos enchufaron un video muy livermoriano, de esos en blanco y negro con los personajes unos años atrás que ya aburren a las ovejas. Y después la guinda la pone el bailecito de miembros del coro mientras revolotean con unas medusas y unas cometas de papel y con unos manojos que parecen de espumillón navideño, y todo ello haciendo mucho ruido, molestando notablemente la concentración en la música. Otro punto negativo es que en muchas ocasiones los focos se reflejaban en los espejos o elementos reflectantes de la escenografía deslumbrando y molestando al público.

No creo que nos encontremos ante una dirección escénica especialmente relevante, no se plantea ninguna lectura especialmente original, no es el Sagi más brillante ni de lejos; pero, como hemos dicho en tantas ocasiones aunque sea triste, con que no se interfiera el devenir dramático ni se tome el pelo al espectador, ya nos conformamos, y en este sentido la propuesta cumple y tiene su atractivo.

Fabio Biondi ocupó ayer el foso de Les Arts para dirigir su primera ópera belcantista en la casa, donde hasta la fecha sus intervenciones se habían centrado en obras de los periodos barroco y clásico. En cualquier caso no es algo nuevo para él; sin ir más lejos, en 2012 y 2014 ya pudimos verle en el Palau de la Música dirigir a su agrupación Europa Galante en Norma y Anna Bolena. Como ya ocurriera en aquellas ocasiones, el director palermitano afirma haber buscado una lectura fiel a su origen con un lenguaje historicista. Pese a que Biondi se empeñe en querer destacar lo importante que es la base orquestal en esta partitura, no nos engañemos, no es lo principal. A mi juicio, Biondi se equivoca al intentarse hacer demasiado presente, con  desmanes de volumen y chimpunistas que perjudicaron a las voces, y con algunos cambios de tempo (en la cabaletta del bajo o en el trío del primer acto) efectistas sin duda, pero que no se sabía muy bien a qué respondían. Y, sin embargo, patinó en aquello en lo que debía haber sido más cuidadoso, el respeto a las voces y el mantenimiento de un pulso narrativo que no supo sostener, sobre todo en el Prólogo y en la primera mitad del segundo acto, donde, con algún tempo somnífero, en más de un momento se le cayó la tensión. No obstante, quizás en otra obra todo esto me hubiese enfadado más, pero lo cierto es que, quiéralo Biondi o no, lo fundamental aquí es el canto, y anoche funcionó tan bien lo vocal, con la excepción que luego comentaré, que no me importó.

Por lo demás, el nivel de la Orquestra de la Comunitat Valenciana fue irreprochable, con protagonismo y solvencia en los metales y delicadas intervenciones de arpa, flautas o del siempre hechizante oboe de Christopher Bouwman.

No es una obra esta que permita un especial lucimiento del coro, aunque, como de costumbre, el Cor de la Generalitat volvió a sorprender por su saber hacer escénico y por su homogeneidad y poderío vocal, como demostraron los chicos en la escena primera del segundo acto.

El gran atractivo de la cita se centraba en la presencia de nuevo en nuestra ciudad de una de las grandes diosas del bel canto, una figura referencial de la genuina escuela belcantista a la antigua, la gran Mariella Devia, que retornaba a Les Arts después de la maravillosa Norma que nos brindó en 2015. Y no es que no nos defraudara, es que dio una soberana lección de canto y puso la platea patas arriba.

La voz puede no tener, obviamente, la frescura de la juventud, pero escuchándola parece difícil creer que el próximo mes la Devia vaya a cumplir 69 años. Es muy complicado cantar mejor. Sigue maravillando la soprano italiana por su elegancia, musicalidad, claridad de exposición, finura y asombrosa técnica, con una depuradísima emisión y un inconmensurable control del fiato que, aunque haya disminuido, le permite seguir exhibiendo un legato pluscuamperfecto. Sus ataques son limpios y rotundos, la afinación y colocación perfectas, sus filados cortan la respiración, y suple las debilidades que se insinúan tímidamente con una contenida expresividad que sin embargo desborda emoción. Es verdad que a la zona grave le falta más consistencia y eso afecta a la homogeneidad de registros y podría deslucir un tanto la línea de canto, pero su sabiduría musical está ahí para salir del paso con distinción. Hay perfección canora tanto en el canto spianato como en las partes más ornamentadas, donde sigue afrontando las agilidades con maestría. Es ejemplar la nobleza y expresividad de su fraseo y cómo construye y acentúa los recitativos, sustentando dramáticamente el canto. Debería ser clase obligada para tantos cantantillos de medio pelo que piensan que con alardes pirotécnicos efectistas tienen la lección aprobada, vomitando luego unos recitativos ininteligibles y pavisosos de actor de serie española.

Ya maravilló con la belleza que supo imprimir a la cavatina de entrada Com'è bello! pese a los plúmbeos tempi de Biondi, o con la eterna nota mantenida en el concertante que cierra el Preludio, o en sus dúos con Gennaro; pero su escena final fue de enmarcar, es imposible cantar mejor Era desso il figlio mio. Todo lo que había que hacer lo hizo y lo hizo bien. Una ópera que acaba con la Devia cantando así y cayendo el telón, tiene el éxito garantizado, ya puede ser aburrida la dirección musical o escénica o ya pueden habernos metido un tenor de saldo, pero ante semejante exhibición sólo puede uno caer postrado de hinojos y susurrar: gracias.

La grandeza de la Devia no debe eclipsar el reconocimiento de la otra gran triunfadora de la noche, la mezzosoprano Silvia Tro Santafé que nos ofreció un Maffio Orsini excelente. Sigue presentando la valenciana una voz amplia de muy bello timbre, con un centro sólido y unos graves de peso que combina con una zona aguda que sabe hacer brillar, aunque puntualmente se intuya algún apuro. El depurado y diáfano fraseo estuvo pleno de musicalidad y variedad de acentos y su implicación escénica y asunción del personaje fueron ejemplares. Brava.

Debutaba en este teatro el bajo Marko Mimica, que asumió el rol de Alfonso d’Este. Para empezar, se agradece escuchar de vez en cuando una voz natural de auténtico bajo, sin esas emisiones traseras cuasi rectales que tan comúnmente nos visitan. Mostró poderío, potencia y homogeneidad en una voz imponente y compacta, sin apenas fisuras, a la que además supo dotar de intensidad, nobleza en el fraseo y se permitió incluso insinuar medias voces y ofrecer algunos detalles más que interesantes.

Fue una lástima, por ser generoso en la calificación, que el cuarteto protagonista de solistas vocales no acabase de resultar redondo con el tenor al que se ha encomendado el papel de Gennaro, el norteamericano William Davenport, quien ya subió al escenario valenciano al inicio de la pretemporada para cantar a Donizetti, como Nemorino en L’Elisir d’amore, y que volvió a mostrar las virtudes y, sobre todo, carencias que se pusieron entonces de manifiesto. Muestra una atractiva emisión natural de una voz que se defiende en el agudo con solvencia, y pare usted de contar. Carece de homogeneidad y de empaque y técnica para proyectarla adecuadamente, resultando anginosa, enganchada a la garganta. Tampoco dotó a su fraseo del refinamiento que exige el género y en sus dúos, tanto con la Devia como con Tro, quedó en vergonzante evidencia. Sus recitativos eran pésimos, el fraseo plano y descuidado y cualquier atisbo de heroicidad, dignidad o nobleza de Gennaro quedaban ocultos en un canto sin fuerza alguna, que hacía completamente increíble un personaje que en su pellejo se convirtió poco más que en un mindundi, un Nemorino en apuros chupándose el dedito. La falta de expresividad fue la tónica de la noche y, a modo de ejemplo, cuando su madre le dice que ha sido envenenado y va a morir, su reacción emocional no fue mucho más allá de la que hubiera tenido ante la noticia de que Alavés y Celta habían empatado a cero un partido amistoso.

En papeles menores volvieron a ser reclutados los consabidos miembros del Centre de Perfeccionament Fabián Lara, que fue el más destacado de todos, Andrés Sulbarán, Alejandro López, Moisés Marín, Andrea Pellegrini y Michael Borth, que están ya más vistos los pobres que el anuncio ese de las solteras de tu barrio que quieren conocerte, aunque he de decir que cumplieron dignamente, especialmente en el apartado escénico. También lo hicieron en sus brevísimas intervenciones los miembros del Cor de la Generalitat José Enrique Requena y Lluís Martínez.

El caso del Petrucci de Simone Alberti es distinto. ¿Se ha contratado para un papel irrelevante a alguien que no pertenece al Centre ni al Cor y que encima fue quien peor cantó de todos? No lo entiendo… o quizás sí, habrá que ver a qué agencia pertenece y en qué lote le han colado.

Fue una sorpresa muy agradable ver que había un lleno considerable en el estreno de ayer, aunque también es verdad que siendo un domingo se favorecía la presencia de nativos y foráneos. Hubo cierto revuelo en la platea al haberse programado los subtítulos de inicio en valenciano, algo que muchas señoras y señores de bien no podían consentir y se apresuraron a intentar corregir sin saber muy bien cómo, generando murmullos y ruiditos varios. El público se mostró bastante frío durante la representación y apenas la cavatina de la Devia levantó encendidos aplausos. Creo que el desconocimiento de la obra por gran parte de los espectadores, que no sabían dónde aplaudir, favoreció esa sensación. Sin embargo, al finalizar la función fue un auténtico delirio el que invadió la sala, siendo ovacionadísimos Devia, Tro y Mimica. La salida de Biondi a saludar coincidió con una disminución del aplausómetro que, justo cuando él se giró y se iluminó a la orquesta, volvió a incrementarse. También fue reconocida con cálidos aplausos la labor de la dirección escénica.

Esta Lucrezia Borgia es un hito que no debemos perdernos. Está muy bien que, además, vaya a ser la primera ópera que se emita desde Les Arts en streaming, el próximo sábado 1 de abril, a través de The Opera Platform; pero yo os recomiendo a todos que vayáis a escuchar a Mariella Devia en directo. Nunca es lo mismo y vale la pena.

Todo aquel falso oropel e impostado glamour con el que se decidió vestir el Palau de les Arts para arropar el gacetillero estreno traviateril, dejó ayer paso simplemente al arte en estado puro, al renacer de las auténticas esencias del género operístico, a lo que lo hace grande y eterno, a la sencilla belleza del canto humano sin artificios. Mariella Devia escribió ayer una nueva página de honor en este teatro al que honró con su presencia y con una de las interpretaciones más inolvidables que se han ofrecido en ese escenario. Todos a Les Arts. Ar!



domingo, 2 de octubre de 2016

"L'ELISIR D'AMORE" (Gaetano Donizetti) - Palau de les Arts - 01/10/16

Tras el parón veraniego la sala principal del Palau de les Arts volvió a vivir ayer una noche de estreno con la inauguración de la pretemporada operística 2016-2017. Una sana costumbre esto de la pretemporada… que permite aliviarnos el mono de ópera a los más enganchados y que facilita, con jóvenes repartos y precios baratos, el descubrimiento de voces emergentes, que dicen ahora los cursis, y el acercamiento al género de los más jóvenes o de aquellos que se engañan pensando todavía que la ópera es algo elitista reservado a los ricachones.

El año pasado fue una ópera tan popular como La Bohème la elegida y esta vez se ha optado por otra obra muy conocida, como es L’elisir d’amore de Donizetti, de trama simple y divertida, y en una versión escénica tan atractiva como la coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real de Madrid que vimos ya en Valencia en 2011, con dirección de escena del italiano Damiano Michieletto.

Me parece una muy buena elección, pese a algunos reproches que se puedan hacer a esta adaptación escénica y a que, como ya muchos sabéis, esta es una ópera que siempre me ha caído un poco gorda, aunque esto es una cuestión puramente personal. Pero si de lo que se trata es de aficionar a nuevos públicos al género, esta producción puede ser un buen instrumento para ello.

La encargada de la reposición escénica de esta creación de Damiano Michieletto ha sido su colaboradora Eleonora Gravagnola. No ha habido demasiadas variaciones respecto a lo ya visto en 2011, por lo que quizás repita muchas de las apreciaciones que manifesté entonces. Lo fundamental es que, a mi juicio, pese a todos los puntos negativos que se pueden reseñar, el resultado global es positivo y la frescura y vistosidad del espectáculo compensan que en ocasiones la voz y la música puedan verse desplazadas a un segundo plano.

Y es que si algo se debe criticar de la propuesta escénica es precisamente algo muy habitual en los trabajos de Michieletto (recordemos, por ejemplo, su cuestionadísimo Barbiere) que el exceso de acción secundaria y el ajetreo sobre las tablas distrae al espectador de lo puramente musical y vocal. Pero al menos aquí hay espectáculo. No han sido pocas las ocasiones en que se nos han presentado producciones en las que se ha perjudicado de una forma u otra la vertiente musical, pero encima no nos han ofrecido absolutamente nada nuevo en el aspecto dramático. Aquí hay una propuesta llena de frescura, agilidad, colorido y vis cómica, y que dota de sentido y coherencia narrativa a todo el conjunto.

La acción, como ya es sabido, se traslada a una playa valenciana, donde Adina regenta un chiringuito; el coro de segadores son familias de bañistas; los soldados, marineros de permiso; y el falso doctor Dulcamara es un vendedor de bebidas energéticas que se dedica a trapichear con drogas.

La obertura esta vez comenzó a telón bajado, pero la alegría duró poco, pues enseguida se alzó, iniciándose la acción y el ruido en escena y dificultando la escucha del preludio orquestal. También el principio del segundo acto se vio sazonado por los grititos y correteo de los miembros del coro. Respecto a 2011, no obstante, ha disminuido algo la distracción escénica, haciendo que el coro no esté siempre presente, reduciendo así la abundancia de diferentes planos de acción dramática y permitiendo mayor concentración en las voces y en la línea narrativa principal.

Ya critiqué en su momento el hecho de que se hiciese cantar a Nemorino el esperado momento de Una furtiva lagrima subido al tejado del chiringuito, pues no tiene dramáticamente nada que aportar y no es la mejor ubicación para proyectar una voz, especialmente si, como ocurrió ayer, ésta no corre especialmente bien. Y ello sin contar con que la generosa envergadura del tenor hacía temer por la resistencia del tejado y que el pobre Nemorinoacabase formando parte del expositor de helados. Al menos en esta ocasión sí se ha evitado, respecto a 2011, que Adina esté presente en escena deambulando mientras Nemorino canta su melancólica aria, y ya sólo aparece cuando ha finalizado.

Pese a todos esos aspectos que, para un tiquismiquis profesional como es servidor, considero que deben cuestionarse, insisto en que el balance global ha de calificarse de positivo, debiendo resaltarse la frescura, viveza y chispa que aporta a una historia bastante boba, y, sobre todo, merece un especial reconocimiento el gran trabajo de dirección de actores y movimiento escénico que presenta, y que tan excelente respuesta obtuvo por parte de los intérpretes, tanto coro, como figurantes y solistas.

En el apartado musical una gozosa novedad es que ocupaba el foso de Les Arts una mujer, la canadiense Keri Lynn-Wilsonde quien estos días los medios especializados no se han privado de resaltar casi más su condición de “esposa de” (en este caso de Peter Gelb, mandamás del neoyorquino MET) que sus posibles méritos como directora en un ámbito, uno más, tan masculinizado. La verdad es que no tuvo una actuación especialmente relevante. Condujo Lynn-Wilson a la Orquestra de la Comunitat Valenciana con gran atención a lo que ocurría en escena y se cantó toda la ópera de principio a fin. Su labor fue muy voluntariosa y correcta en términos generales, aunque hubo algunos cambios de tempo que no parecían muy coherentes y que provocaron algunos desajustes entre cantantes y foso que no siempre fue capaz de controlar. También se le fue en algún momento de las manos el énfasis orquestal, perjudicando la escucha de las voces de menor envergadura. El resultado global no fue malo, pero se echó de menos una batuta más refinada y menos mecánica, capaz de extraer mayores matices.

Esta producción constituye una excepcional piedra de toque para corroborar la extraordinaria capacidad dramática de nuestro Cor de la Generalitat que supo responder con empeño sobresaliente a los exigentes y permanentes requerimientos escénicos concebidos por Michieletto, inmersión en la espuma incluida. En el apartado vocal quizás hubo menos rotundidad que en otras ocasiones, posiblemente también como daño colateral de ese trabajo escénico, aunque sí debe destacarse la extraordinaria intervención de las féminas en toda la escena del segundo acto con Gianettay durante la fiesta de la espuma.

Hace ya tiempo que vengo comentando a quien quiere tener la paciencia de escucharme que no entiendo por qué no se está dando más presencia en este teatro a algunas voces salidas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingoen sus primeras promociones, afincadas en Valencia y de gran calidad. Y una de ellas es Ilona Mataradze, quien ayer fue capaz de solventar el complicado papel de Adina con unos resultados magníficos. Mostró Mataradzerebosante musicalidad y refinamiento y un enorme desparpajo escénico. Su bonito timbre de lírico ligera corrió luminoso por la sala, atacó y colocó los agudos con valentía y limpieza e hizo frente a las agilidades del segundo acto con profesionalidad. Tuvo detalles de muy buen gusto, como en Prendi per me sei libero, donde supo regular y usar adecuadamente las medias voces y, en general, cuidó el fraseo con elegante legato. A sus buenas prestaciones vocales hay que añadir además una impecable actuación en escena, todo lo cual la convirtió en la triunfadora de la noche.

Bastante menos me convenció el Nemorino del tenor William Davenport. Lo más llamativo del cantante norteamericano es una atractiva emisión natural que se mueve con facilidad por el registro agudo y que hace inevitable pensar en un pavarottino, pero pocas más semejanzas se pueden hacer sin incurrir en blasfemia. Su principal problema es la falta de homogeneidad en los registros y el escaso empaque de una voz que mostraba problemas de proyección. El fraseo fue bastante frío y tan sólo destacó en su momento esperado, esa Furtiva lágrima en la que echó el resto y presentó las mejores credenciales de la noche, sabiendo respirar y ligar las frases como mandan los cánones, aunque a enorme distancia de aquél refinamiento melódico que nos ofreció Ramón Vargas en 2011. Hay que reconocerle que, pese a su abultada envergadura física, se movió en escena adecuadamente cumpliendo sobradamente las exigencias de la regia.

Pero si de recuerdos de 2011 hablamos, quizás quien más complicado lo tenía era el italiano Paolo Bordogna, de quien había que ver si sería capaz de que no añorásemos al carismático y avasallador Dulcamara que compuso en 2011 el uruguayo Erwin Schrott. Y, aunque hizo un dignísimo papel y fue muy aplaudido, desde mi punto de vista no lo logró. Y eso que a mí me había dejado unas estupendas sensaciones aquel mismo año 2011 como Don Magnífico en La Cenerentola. Es verdad que Bordogna se entregó sin reservas en lo actoral, pero era imposible no rememorar a su antecesor que se comía el escenario. En lo vocal, si Schrottno es precisamente el paradigma de la finura, tampoco Bordogna hizo gala de mucho refinamiento vocal. Agudos abiertos y graves justos se compensaban con más efectismo que autenticidad. Pese a todo, se mostro ajustado en estilo, bien en el canto silabato y con algunos detalles con los que supo conectar con el público, mereciendo la aprobación unánime del respetable.

Mattia Olivieri fue un correcto Belcore. Al barítono italiano se le conoce bien en este teatro tras su paso por el Centre Plácido Domingo y su participación como comprimario en numerosas producciones de los últimos años. Su tendencia habitual al histrionismo actoral, curiosamente, estuvo anoche mucho más controlada y su labor en escena fue irreprochable. Posiblemente fue el que presentó un instrumento de mayor volumen que proyectaba con suficiencia, aunque en los extremos de la tesitura mostró mayores problemas y discutible afinación.

No destacó especialmente Caterina di Tonno en el breve papel de Gianetta, pero su labor fue muy correcta en lo vocal y con excelentes y muy exigentes prestaciones en escena.

Ya lo he comentado mil veces, pero sigo cuestionando la obsesión de los responsables de la subtitulación por hacerse los graciosos. Insisto en que pienso que se deberían limitar a traducir simplemente lo que se dice y que no hay necesidad de transformar los escudosy ducados del libreto por euros, y mucho menos de convertir el vino de Burdeos en de Utiel-Requena, en un guiño pueblerino de primera división.

Lo mejor de la noche fue ver el teatro lleno casi por completo y con numerosa presencia de público joven que pareció pasarlo muy bien. Sin embargo, no aprecié apenas presencia institucional en los palcos, más allá de la consellera de Justicia. Fue muy aplaudido Davenport tras Una furtiva lágrima, pero sobre todo Ilona Mataradze al finalizar el aria Prendi, per me sei libero y la subsiguiente cabaletta Il mio rigor dimentica, donde se produjo una larguísima ovación. Al terminar la función hubo aplausos para todos, incluida la responsable escénica Eleonora Gravagnola, quien casi se estampa de la emoción al corretear con los tacones por la falsa arena playera.

Como ayer hubo quien me preguntó al respecto, quiero dejar constancia aquí de que la Asociación a la que pertenezco, Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana no se hará cargo esta temporada de dar las charlas previas a las funciones de ópera en Les Arts, por haberlo decidido así la Intendencia del teatro valenciano, que nos ha comunicado que prescinde de nuestra colaboración gratuita, habiendo decidido organizarlas con la colaboración de la Universitat de València. De momento, ayer fue un trabajador de la casa el encargado de hacerlo.

Y hablando de trabajadores de la casa, no estaría de más que encargasen a alguien la revisión y corrección de las publicaciones y textos que lancen al exterior para evitar sonrojantes bochornos como el sufrido por los abonados al recibir los formularios para solicitar la compra preferente de localidades, con una acumulación de erratas difícil de superar.

A quienes todavía no tengáis localidades para disfrutar de esta ópera que supone el chupinazo de inicio de la pretemporada, os animo a que acudáis a Les Arts estos días, el espectáculo vale la pena y será muy interesante también ver el rendimiento de una prometedora cantante como Karen Gardeazábal como Adina en el segundo reparto.