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jueves, 18 de octubre de 2018

"TURANDOT" (Giacomo Puccini) - Palau de les Arts - 17/10/18


Tras una espera que siempre se hace demasiado larga, ayer dio comienzo la pretemporada operística en el Palau de les Arts con el estreno de Turandot. Bueno, lo de estreno es un decir, ya que es la cuarta vez que se repone en el teatro valenciano esta producción que se ha convertido en nuestro particular Verano Azul.

Con estas funciones de pretemporada se reanuda la actividad operística tras el parón veraniego, aunque todavía tendremos que aguardar hasta el 1 de diciembre para que dé oficialmente inicio la temporada valenciana 2018-2019. Una temporada de transición entre la última medio programada por el dimisionario Davide Livermore y la primera que corra a cargo de Jesús Iglesias Noriega, el recientemente nombrado nuevo director artístico de Les Arts que se espera que se incorpore oficialmente a su despacho en el edificio de Calatravaa partir del mes de enero.

No obstante, supongo que ya se estará trabajando en el diseño de esa temporada 2019-2020 que debería anunciarse la próxima primavera y que, por una cuestión obvia de tiempo, presumo que tampoco podrá responder del todo a los planes del señor Iglesias. Sí que estaría bien que, lo antes posible, el nuevo director artístico o quienes le han seleccionado, ofrecieran al menos algún apunte de cuáles pueden ser las líneas básicas, previsiones y objetivos del proyecto vencedor de Iglesias Noriega para Les Arts. Y esto no lo pido como espectador, que también, sino sobre todo de cara al exterior para transmitir que se cuenta con un proyecto serio de futuro, dando cierta imagen de estabilidad tras los avatares sufridos en los últimos años.

Como ya he comentado en ocasiones anteriores, me parece una estupenda idea que se aproveche la pretemporada para la reposición de títulos populares a precios irrisorios como forma de atracción de nuevos públicos. Dicho eso, me planteo si no hay otras muchas producciones que puedan servir a tal fin sin necesidad de repetir ¡¡por cuarta vez!! esta Turandot. Es innegable que el éxito de taquilla está garantizado y se ha vendido todo el papel, pero creo que se puede lograr el mismo resultado con otras obras sin someter a los espectadores más veteranos a este permanente efecto pepino repetitivo.

Además, apostar por la cuarta reposición de esta producción cuenta con el riesgo añadido de que para los espectadores con mayor recorrido y memoria es imposible desligar esta Turandot en lo musical del recuerdo de la genialidad desplegada por la dirección de Lorin Maazel en 2009; y en lo sentimental, algunos siempre la tendremos asociada a la entrañable despedida de Zubin Mehta en 2014 con abucheo incluido a la ex consellera Catalá.

De la puesta en escena del director de cine chino Chen Kaige, de cuya reposición se ha encargado Allex Aguilera, poco tengo que comentar. Siempre he dicho y sigo manteniendo que visualmente tiene un poderío innegable, con la impactante escenografía de Liu King y el llamativo vestuario de Chen Tong Xun. Ya nos la sabemos de memoria y me reitero en lo ya comentado anteriormente en este blog con motivo de su última reposición y que reproduzco literalmente a continuación sin que la nueva puesta en escena me motive a cambiar nada:

“Es una propuesta que agrada especialmente a los amantes de las versiones tradicionales y estéticamente vistosas. Tiene su punto kitsch y basa toda su fuerza en el poder visual del colorido vestuario y en una escenografía de corte muy clásico. En el apartado de dirección de actores los estrechos espacios no dan mucho juego al coro y tampoco es un terreno en el que se haya hecho algo especialmente relevante, salvo en los personajes de PingPang y Pong, en los que sí se ha cuidado la actuación dramática y pienso que con éxito. También me resulta atractiva su escena inicial del segundo acto. En lo peor, siguen estando las absurdas banderitas del coro, el estilete del verdugo danzarín y sobre todo ese personaje de Altoum convertido en un idiota ebrio y con Parkinson”.

Decía antes que uno de los grandes riesgos de presentar de nuevo esta producción es que algunos nos acordemos de las maravillosas genialidades que hizo Maazel en el foso en 2009, y añado ahora que también de la brillantez obtenida de la orquesta por Zubin Mehta. Y si Galduf hubiese dirigido alguna de las pasadas Turandot, seguramente también le echaríamos de menos, y es que el debut en Les Arts del jovencísimo director británico Alpesh Chauhan al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, ha sido más que decepcionante.

Declaraba recientemente Chauhan que su versión iba a ser una Turandot muy rápida para intentar sacar todos los colores de la partitura. Pues bien, los únicos colores obtenidos fueron el rojo del rubor en mis mofletes por la vergüenza ajena sentida y el gris de una lectura plana, burda y desmanotada; y en cuanto a la velocidad anunciada, sólo fue tal a ratos. Empezó la obra imprimiendo un ritmo acelerado bastante absurdo que lo único que lograba era descontrolar el conjunto. No fueron pocos durante la noche los momentos de desfase entre foso y escena. Pero de repente intercalaba otros instantes donde imponía una lentitud exagerada, y, claro, si no tienes la genialidad de Maazel y sabes estirar la tensión al límite sin perder la brillantez, el conjunto se desploma y el bostezo se impone. Propuesta aburrida, lineal, falta de refinamiento y sin el más mínimo matiz, con un volumen por momentos insoportable, lo más opuesto a esa búsqueda de colores que declaraba que pretendía conseguir. No entiendo de quién ha sido la idea de que nos tengamos que chupar a este director porque, oído lo oído, creo que habrá, sólo en el barrio de Monteolivete, no menos de 30 seres humanos que harían mejor papel. Pese a todo se aplaude la actuación profesional de los músicos de la orquesta, con momentos solistas brillantes de clarinete, oboe, violines o chelos.

Cuando llegaron las vacaciones operísticas en Les Arts nos quedamos con la preocupación de la situación sufrida por el Cor de la Generalitat que les llevó a anunciar la posibilidad de convocar huelga y acciones de protesta para estas funciones de Turandot si la administración autonómica no daba pasos adelante hacia la solución satisfactoria de la problemática que viven los miembros de la agrupación. Finalmente no ha habido paros ni comentarios al respecto, lo cual hace pensar que ambas partes en conflicto siguen dando una oportunidad a la negociación. Ojalá todo vaya por buen camino y se solucione de la única forma justa y digna posible que no es otra que atender las legítimas peticiones del Cor. Ayer, otra vez más, la agrupación dirigida por Francesc Perales fue con mucha diferencia lo mejor de  la velada. Mostraron contundencia y poderío vocal pese a que no esté el coro todo lo reforzado que requeriría. Supongo que habrá quien diga que abusaron de volumen, pero ayer o se abusaba de volumen o Chauhan te arrollaba. Magnífica fue como siempre su prestación escénica aunque se tengan que mover en escena bien apretaícos; y de nuevo alcanzaron la excelencia en momentos delicadísimos como Perchè tarda la luna?o el “Liù bontà” con una belleza superior a la que la dirección orquestal parecía marcar. También merecen la felicitación por su rendimiento los niños de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

En años anteriores las funciones de la pretemporada valenciana se han caracterizado por ofrecer producciones propias de Les Arts, generalmente reposiciones, a precios muy económicos y con voces jóvenes; pero esta vez se ha optado por incluir en el reparto, en los dos papeles protagonistas, a dos cantantes ya consagrados que han interpretado el rol en los principales recintos internacionales, como son Jennifer Wilson y Marco Berti; aunque sin previo aviso ni explicación alguna y cuando ya estaba todo el papel vendido, se ha anunciado un segundo reparto para la función del día 26 con la soprano italiana Teresa Romano y el tenor francés Amadi Lagha en los papeles de Turandot y Calaf. No conozco a ninguno de los dos, pero visto y escuchado ayer el cast titular, me parece a mí que quienes tienen entradas para el 26 habrán salido ganando.

El papel protagonista de la princesa de hielo en el estreno ha recaído en la norteamericana Jennifer Wilson, una soprano bien conocida en Les Arts por sus participaciones como Brünnhilde, Isolde o la Leonora de Fidelio. Yo reconozco que le tengo a esta cantante un cariño muy especial y jamás podré desligarla de lo que me hizo disfrutar en aquellos Anillos. Recuerdo las discusiones que teníamos entonces a la salida y en las cenas posteriores los amigos en torno a su Brünnhilde, posicionándome yo siempre claramente entre sus fervientes defensores. Nunca podré olvidar el impacto que me produjo la primera vez que la escuché, en su primer Siegfried, y cómo me estremecieron aquellos agudos luminosos, potentes y colocados como estiletes. Ha pasado ya tiempo de aquello… Demasiado…

Algunos de los que criticaron entonces a Wilson hablaban de su excesiva frialdad, una frialdad que al papel de Turandot no le va nada mal en el segundo acto, pero ayer hubo otros muchos  problemas. No voy a hacer leña de la Wilson, así que los que esperen que me ensañe quedarán defraudados, pero tampoco voy a mentir. Salí muy triste de la sala. Me apenó enormemente ver a una querida cantante en un estado vocal muy preocupante. Yo pensé si estaría enferma, pero alguien que la conoce bien me dijo que no, que lleva tiempo así. Su línea de canto es inexistente, desigualdad entre registros, zonas central y grave desgastadas, problemas respiratorios, una línea expresiva  sin que se apreciase ninguna evolución en el personaje. Los agudos están lejísimos de los de antaño, se ha perdido brillo y metal y el recurso del chillido y el portamentoestán presentes. Una lástima y una decepción, pero que no justifica en modo alguno los abucheos aislados que se escucharon en los saludos finales. El abucheo a un cantante yo sólo lo justifico al caradura, al que pretende engañar. Si un cantante por los motivos que sean no da más de sí, a quien hay que criticar es a quien le contrata sabiéndolo.

Otro viejo conocido de Les Arts fue el elegido para asumir el papel de Calaf. El tenor italiano Marco Bertique ya protagonizó el rol en los años 2008 y 2009. Poco a mejor ha evolucionado Berti vocalmente (físicamente, a diferencia de la Wilson, parece haber adelgazado como media arroba). Hay aspectos que son incuestionables, como que todas las notas escritas en la partitura son emitidas con facilidad cuando se mueve en el registro agudo; o que frente a otros tenores de emisiones y dicciones más extrañas, Berti al menos transmite cierta “italianità”. Pero tampoco admite discusión su abuso del portamento, su fraseo estentóreo de pregonero, plano, monótono e inane y la nula capacidad de transmitir con su canto al menos una chispa de emoción que nos traslade la intensidad del drama en lugar de parecer que está cantando los números del bingo. Escénicamente tampoco ha mejorado demasiado y su tradicional estatismo de click de Famobil apenas llega ahora a Madelman. La voz arriba llega a brillar, pero en el centro y grave se abre y afea enormemente. Su gran momento del Nessun Dorma pasó sin pena ni gloria, dirigido a velocidad de película de Charlot por Chauhan parecía que nos habíamos equivocado en las revoluciones del pickup; Berti caló además algunas notas en la zona media-baja y acabó con un agudo cortísimo muy decepcionante, y como el director no hizo paradinha, se fue sin aplausos.

El papel siempre agradecido de Liú, salvo cuando lo canta la Voulgaridou (que Nuestro Señor mantenga lejos muchos años), recayó en la joven soprano donostiarra, ex alumna del Centre de Perfeccionament, Miren Urbieta-Vega. Como digo, este es un rol agradecido en el que el aplauso final está garantizado. Es el personaje bueno por excelencia de la obra y tiene unos pasajes bellísimos no especialmente comprometidos, pero en los que es preciso derrochar sensibilidad, matizar, ligar, saber frasear y acabar de enganchar con el público. No se trata de buscar el imposible de la nueva Caballé, pero tampoco admitir el encefalograma plano de Voulgaridou. Urbieta-Vega superó la prueba y mostró ayer una voz de bonito color con detalles de buen gusto, con algunas frases muy bien ligadas e intentando apianar y recoger la voz. Al final, como era de esperar en una Liú, obtuvo un triunfo arrollador que creo fue merecido.

Otro ex alumno del Centre de Perfeccionament, el bajo italiano Abramo Rosalen, fue el encargado de interpretar a Timur. Estuvo correcto, aunque le falta peso a su voz y fue imposible no acordarse de la rotundidad que imprimía aquí el ruso Alexánder Tsymbalyuk. Lo que sí fue rotundo fue el mamporrazo que se pegó nada más salir a escena, cuando según el libreto ha de caer al suelo, pero tanto ímpetu le puso que a poco más se desnuca.

Muy acertados en la vertiente actoral, correctos en lo vocal y logrando el favor del público estuvieron los ministros Ping, Pang y Pong, interpretados por Damián del CastilloValentino Buzza y Pablo García López. Bastante bien.

De nuevo el papel de Altoum recayó en el tenor ilicitano Javier Agulló que sufrió otra vez una dirección escénica que convierte su personaje en un pelele y hace su voz casi inaudible cantando desde el fondo del escenario. Bastante peor el Mandarinodel alumno del Centre de Perfeccionament César Méndez con el que seré benévolo y me limitaré a calificarle de irrelevante.

Estupendas, por el contrario, estuvieron como Doncellas las cantantes del Cor de la Generalitat Carmen Avivar y Mónica Bueno.

Hubo otros intérpretes inesperados que no aparecieron anunciados en los programas de mano: los pajaritos que se colaron en la sala, vaya usted a saber cómo, y que acompañaron con sus trinos todo el tercer acto. Cuando se comenzaron a escuchar pensé que era una grabación que pretendía ambientar el momento o un móvil, pero al poco ya nos percatamos todos de que aquello no eran efectos especiales. En todos los años que llevo yendo a Les Arts no recuerdo que nunca se haya producido una invasión avícola de la sala.

El teatro anoche presentaba un aspecto inmejorable, completamente lleno y, como suele ser habitual en funciones de pretemporada, con bastante público joven. No pude fijarme demasiado en quienes ocupaban el palco aunque sí vi una nutrida presencia de miembros del renovado Patronato, con su presidenta Susana Lloret al frente. No estuvo especialmente cálido el público, pero la frialdad de la dirección y de la pareja protagonista tampoco motivaba mucho más. Tan sólo interrumpieron los aplausos la representación al finalizar Liú el Signore ascolta y tras la escena de Ping, Pang y Pong que abre el segundo acto. Al terminar la función hubo generosos aplausos para todos, a excepción de esos abucheos aislados a la Wilson que ya he comentado. Las mayores ovaciones fueron para el coro, Urbieta-Vega y la orquesta, y me pareció oír que el director Alpesh Chauhan recibía también alguna protesta. Los pajaritos, inexplicablemente, no saludaron.

Bueno, pues hasta aquí la primera crónica de la temporada. Espero que la cosa vaya mejorando cuando se inicie ya oficialmente el nuevo ejercicio operístico en diciembre. En cualquier caso el objetivo de la pretemporada está cumplido. Todo el aforo vendido y, pese a que los listillos más veteranos nos pongamos en plan exquisito, una muy buena receptividad por parte de la mayoría del público que parecía salir contento y con ganas de más. ¿Qué queréis que os diga? También hay a quien le va la disciplina inglesa…

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ACTUALIZACIÓN A 19/10/18: El Palau de les Arts ha anunciado hoy oficialmente que Jennifer Wilson cancela por baja médica el resto de funciones de Turandot que tenía previsto cantar. La italiana Teresa Romano que estaba anunciada para la representación del día 26 de octubre, asumirá además las de los días 23 y 28; mientras que será la soprano eslovena Rebeka Lokar quien lo haga los días 20 y 31.

Se insiste desde Les Arts en que la causa de la cancelación de Wilson es una baja médica. Mientras tanto, la soprano norteamericana se ha limitado a publicar en su perfil de facebook lo siguiente:

I will never forget my brief run as Turandot here in Valencia. At both the general probe and the premiere, I gave performances on a par with my best of my 80-plus Turandot shows around the globe. I greatly appreciate the thunderous ovations I received at the packed-to-the-rafters General and (with four or five noisy exceptions) at the premiere. Toi Toi Toi to my wonderful colleagues for the remainder of the run!

lunes, 4 de noviembre de 2013

"LA VALQUIRIA" (Richard Wagner) - Palau de les Arts - 03/11/13


Anoche tuvo lugar el estreno de la segunda ópera de esta temporada en el Palau de les Arts. Todo un plato fuerte. Nada menos que “La Valquiria”, de Richard Wagner, en la premiada coproducción del teatro valenciano con el Maggio Musicale Fiorentino que ya pudimos ver aquí en 2007 y en los dos Anillos de 2009.

Inicialmente estaba previsto que esta temporada se hubiese inaugurado precisamente con una nueva reposición del ciclo de El Anillo del Nibelungo completo, pero las estrecheces económicas han motivado que hayamos tenido que conformarnos únicamente con la segunda de las óperas del ciclo. No obstante, gracias a aquella previsión inicial y a que el maestro Zubin Mehta había reservado fechas en su agenda para haber dirigido aquí la tetralogía, hemos podido disfrutar de su batuta en las dos primeras óperas de la temporada, “La Traviata”y “La Valquiria”, con sendos homenajes a Verdi y Wagner en el año en que se conmemora el bicentenario del nacimiento de estos dos compositores, y en ambos casos con unos resultados musicales magníficos.

Existía gran curiosidad entre los aficionados por comprobar si, tras los incidentes acaecidos en el estreno de “La Traviata” con la sustitución del tenor Ivan Magrì en plena representación por Nikolai Schukoff, en esta ocasión nos esperaba alguna otra sorpresa, como que apareciese cualquiera de los seis tenores anunciados hasta ahora en Traviata en casa de Hundingconquistando a Sieglinde; o que saliese alguna de las dos Violettaentonando los guerreros “Hojotoho”reservados a Brünnhilde. Pero, afortunadamente, esta vez transcurrió todo sobre el escenario sin artistas invitados.

Donde también hubo pocos invitados esta vez fue en los palcos reservados a autoridades. Si en el estreno de “La Traviata” pudimos ver a un aburrido President de la Generalitat con una corte considerable de compañeros de desgobierno y pelotas varios, esta vez la presencia de politiquillos locales fue mínima. Se ve que Wagner les da miedo. No sé si es que les recordará a la Merkel o que, como decía Woody Allen, no quieren que les entren ganas de invadir Polonia y llenar Varsovia de puentes de Calatrava.

Pero bueno, entrando ya en el análisis concreto de lo acaecido, empezaré por decir que el resultado final de conjunto me pareció espléndido y, aunque ahora pueda entrar a criticar algunos aspectos concretos, quiero dejar claro que salí enormemente satisfecho del teatro y, pese a que haya cosas mejorables, ya quisieran, por ejemplo en Bayreuth, contar con un nivel así ahora mismo.

La dirección de escena ya conocida de Carlus Padrissa y La Fura dels Baus presenta los defectos y virtudes comentados en su momento. Entre los primeros, el exceso de gente en ocasiones trajinando en el escenario, los ruidos que se producen y una dirección de actores más bien pobre, centrándolo prácticamente todo en el impacto visual de la propuesta. Pero claro, esta fuerza visual es tan grande que, sobre todo en las dos primeras óperas del ciclo que se prestan más a ello, se compensan aquellos puntos flacos.

Sin embargo, de toda la tetralogía es esta la entrega en la que el trabajo furero es más comedido, llegando en algún pasaje, como el monólogo de Wotan, al minimalismo puro, lo cual creo que es un acierto pues concentra el interés donde se debe. No deja de ser en cualquier caso una lectura muy clásica, perfectamente ajustada al libreto y en perfecta consonancia con los sonidos surgidos del foso.

Siguen pareciéndome muy interesantes algunos detalles, como la evolución del personaje de Sieglinde, a quien Siegmund no sólo enamora, sino que además la humaniza, ayudando a que camine erguida; o el impactante comienzo del tercer acto; así como el simbolismo de Wotan-sol y Fricka-luna.
Anoche, en el momento en el que Siegmund extrae la espada del fresno o se despistó el director de escena en sus instrucciones o el propio Nikolai Schukoff, pero el caso es que sacó la espada a la carrera, sin el mínimo esfuerzo, como si la cogiese de un mostrador de El Corte Inglés.

Como ya ocurriese en su día, lo que menos me gusta de esta producción es el vestuario de Chu Oroz. Me sigue pareciendo horroroso.

Pero lo más grande de la noche, a mi juicio, tuvo lugar en el foso. La Orquesta de la Comunitat Valenciana, dirigida por el maestro Zubin Mehta, se convirtió en protagonista absoluta de la velada, con unos sonidos maravillosos que hicieron justicia a la genial partitura de Richard Wagner.

La versión ofrecida por Mehta es mucho más lírica que dramática y comenzó con un primer acto en el que ralentizó los tempi y se recreó quizás demasiado en esa vertiente lírica, dejando un poco abandonada la garra y fuerza que también deben estar presentes, llegando al límite mismo de dejar que el motor se calase y decayese la tensión. En los siguientes dos actos, sin embargo, disfrutamos de una lectura más fluida e intensa, con un dominio magistral de la técnica de batuta al servicio del drama escénico, en la que la precisión, la transparencia y la claridad se impusieron definitivamente.

Cuidó muchísimo a los cantantes. En ocasiones en exceso, pero es que las limitaciones de algunos, especialmente de Wotan, obligaban a bajar considerablemente el volumen de la orquesta si se pretendía que se le escuchara en algunos momentos, y aun así varias veces quedaron tapados.

En cualquier caso, el maestro Mehta extrajo de la orquesta todo su potencial, que es mucho, logrando unos sonidos de enorme belleza y haciéndose visibles muchos detalles de orquestación que normalmente pasan inadvertidos. Yo no recordaba una versión de La Valquiria donde las maderas tuviesen tal protagonismo. Los fagots estuvieron inspiradísimos toda la noche y las intervenciones solistas de Joan Enric Lluna al clarinete y Cristopher Bouwman en el oboe, fueron de ensueño. Toda la sección de cuerda fue seda pura, debiéndose destacar el papel de la cuerda grave desde el primer compás de la obra hasta el final, con unos contrabajos de lujo y una belleza en los cellos, comandados por Guiorgui Anichenko, difícil de olvidar. También la percusión estuvo sobresaliente. En los metales, trombones y trompetas en concreto, se apreciaron algunos pequeños problemas que no merecen ni reseñarse ante las exigencias de la partitura.

Muy bonito el detalle final del maestro, que espero que no suene a despedida, de subir con toda la orquesta al escenario. Fueron los grandes protagonistas de la velada y merecían este reconocimiento.

En cuanto a los cantantes, del Wotan de Thomas Johannes Mayer me habían hablado regular y, desgraciadamente, mi impresión tras escucharle no es mucho mejor. Pese a lo cual, he de reconocer que en el largo monólogo de Wotan del acto II, que es la prueba del algodón para cualquier cantante que pretenda asumir el rol, la variedad del fraseo y los acentos de Mayer fueron notables. Como también fue muy destacable su matización y las frases ligadas en “Der Augen leuchtendes Paar". Pero su voz me parece insuficiente para el personaje, careciendo del peso y autoridad requeridos en la zona grave y central, y sobre todo de volumen, forzando la emisión y llegando extenuado a los adioses.

En el primer “Leb wohl” Mayer entró a destiempo y luego tuvo que ir a la carrera para no perder a la orquesta, y en la invocación a Loge la voz estaba ya a punto de quebrarse. No me gustó nada su intervención en la muerte de Hunding, donde, lo que debe ser apenas un golpe de aliento y desprecio con el que el dios fulmina a aquél, se convirtió en un chillido que intuyo que hizo fenecer a Hunding del susto más que nada. Pese a todo, la actuación del barítono alemán fue digna y llena de entrega, y comparado con el Wotan que cantó en Bayreuth este verano, este hombre es Hans Hotter.

Jennifer Wilson nos asombró a muchos con su Brühnnildeen sus primeras visitas a Les Arts, con un instrumento privilegiado y unos agudos potentes, luminosos y precisos. El tiempo ha pasado y el brillo deslumbrante en la zona alta ya no es el mismo, mostrando algunos puntuales apuros con algún chillido un tanto feo. Sin embargo, a cambio, ha ensanchado más la voz y ha ganado  en autoridad y expresividad. A mí me sigue gustando mucho esta Brühnnilde.

Nikolai Schukoff, ya regresado de París después de haber conquistado a Violetta  desde el atril en el estreno de La Traviata, compuso un buen Siegmund, mostrando una voz grande y firme, con mordiente, que superaba casi siempre cómodamente la ingente orquesta wagneriana y con algunos momentos en que se preocupó de regular y matizar. Pero nos encontramos con un problema habitual en el repertorio wagneriano actual, el cantante austriaco no es un tenor heroico o heldentenor, sino un tenor lírico valiente y su voz no es homogénea. En la parte superior del registro no acaba de alcanzar el brillo que requiere un Siegmund, y en zonas centrales y graves parece querer dotarla artificialmente de una anchura que no tiene. Algo con lo que debería tener cuidado pues posiblemente esté forzando en exceso el instrumento y eso se acaba pagando.

La norteamericana Heidi Melton, a quien no había escuchado anteriormente, tiene una voz fresca y luminosa, de bello timbre, con un registro agudo solvente, y compuso una Sieglinde casi irreprochable, aunque no consiguió electrizar al público en sus intervenciones, faltándole algo más de garra y pasión en el fraseo. O quizás fuese que teníamos todavía muy reciente el huracán arrebatado que fue Eva María Westbroek en 2009. No obstante, me gustó bastante más en su intervención del tercer acto, donde la encontré mucho más expresiva.

Aunque también parecía difícil poder olvidar el impresionante, malvado y profundo Hunding que ofreciese en su día el gran Matti Salminen, Stephen Milling logró sacar adelante el reto con enorme suficiencia. Su voz de auténtico bajo se mostró imponente y amedrentadora, su fraseo muy cuidado, y su actuación escénica fue magnífica, salvo en el momento de la muerte, donde parecía más preocupado en colocarse bien y no partirse la crisma que en expirar.

La interpretación que más agradablemente me sorprendió fue, curiosamente, la del antipático personaje de Fricka, a cargo de la austriaca Elisabeth Kulman que culminó una actuación excelente, con una bella voz aterciopelada y potente, y sabiendo imprimir al personaje la autoridad que requiere, derrochando expresividad con un fraseo de acentos intensos.

En las Valquirias Bernadette Flaitz, Julia Borchert, Pilar Vázquez,Nadine Weissmann, Eugenia Bethencourt, Julia Rutigliano, Patrizia Scivoletto y Gemma Coma-Alabert hubo un poco de todo, pero en términos generales estuvieron muy correctas.

Frente al lleno prácticamente completo que caracterizó el estreno de “La Traviata”, ayer había demasiados huecos. La platea superaba por poco los tres cuartos de aforo, pero los pisos superiores estaban con muchísimos asientos vacíos. Hubo también algunas deserciones en los intermedios, pero los que se quedaron ovacionaron como se merecía a todos los intervinientes en el espectáculo, especialmente a Mehta y a la orquesta. Por parte de la dirección de escena no salió ningún miembro de La Fura dels Baus, sino Allex Aguilera, perteneciente a la plantilla de Les Arts y encargado de la dirección de esta reposición, recibiendo también los aplausos del público.

Hay todavía muchas localidades disponibles para las siguientes tres funciones de “La Valquiria”. Parece que la mención de la palabra Wagner y la larga duración de sus óperas sigue asustando a una gran parte de los aficionados, y es una lástima, porque el espectáculo vale la pena y es una excelente manera, tanto para acercarse a la producción del genial compositor alemán, como, sobre todo, para disfrutar de nuestra orquesta, que en pocas obras podrá sonar mejor que en esta y que no sabemos lo que nos va a durar tal y como están las cosas.

Aunque si cualquier ser racional con orejas, de quien pudiese depender poner los medios necesarios para el mantenimiento de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, estaba presente, no debería ser preciso plantear ningún otro argumento para convencerle. El problema es que encontrar seres racionales entre quienes nos gobiernan es casi más complicado que hallar un cover para Alfredo en Les Arts.

lunes, 25 de junio de 2012

"TRISTAN UND ISOLDE" (Richard Wagner) - Palau de les Arts - 23/06/12


El pasado sábado 23 de junio, mientras toda España estaba pendiente de cómo los de La Roja derrotaban al gabacho y se acababan ya para siempre todos los males del país, el Palau de les Arts de Valencia estrenaba la última de las óperas programadas en el V Festival del Mediterrani. En esta ocasión el coliseo valenciano volvía al repertorio wagneriano con la representación de una de las obras maestras del genio de Leipzig, “Tristán e Isolda”. Eso sí, en el infecto Auditorio superior de Les Arts y en versión concierto. Bueno, sería más correcto decir: "versión semi escenificada con atriles, para solistas, coro, orquesta y fuegos de artificio".

Desde este blog vengo denunciando permanentemente que desde la dirección de Les Arts sigan empeñados en programar óperas en un recinto que no reúne unas mínimas condiciones acústicas. Este hecho no nos lo hemos inventado cuatro raritos con una especial sensibilidad en las orejas, sino que todos los músicos o cantantes con los que he tenido ocasión de hablar del tema han coincidido en calificar la acústica del Auditori como pésima e indigna del nivel que pretende tener el teatro.

Desde que el Palau de les Arts inició su actividad, las óperas en versión concierto se han venido representado en el Auditori, pese a disponer de una sala principal de excelente acústica. Con la crisis y los recortes económicos, este tipo de versiones han ido adquiriendo una mayor importancia dentro de la temporada y cada vez son más las ocasiones en que nos vemos obligados a visitar el maldito Auditori.

Últimamente, parece que en Les Arts han adquirido conciencia de que a los aficionados nos gustan poco las óperas en versión concierto y la propia Intendente Helga Schmidt ha anunciado que en las próximas temporadas, pese a la crisis, habrá menos representaciones de este tipo.

Todo esto probablemente sea lo que ha originado que, a última hora, deprisa y corriendo, hayan decidido que, en lugar de ofrecer “Tristán e Isolda” en versión concierto tal y como estaba previsto, se haya ideado una pequeña escenografía, iluminación y movimiento escénico para animar un poco la cosa. Los propósitos de la idea son buenos y el trabajo realizado aceptable, pero los resultados me han parecido lamentables.

Y es que, señora Schmidt, es verdad que nos gustan poco las óperas en versión concierto, pero lo que menos nos gusta de todo es que sigan utilizando el Auditori. Ese es el principal problema. La propuesta presentada el sábado, si hubiera tenido lugar en la sala principal, con cada cosa en su sitio: la orquesta en el foso y los solistas y coro en el escenario, hubiera estado hasta bien, pero lo ocurrido en el Auditori el sábado fue una absoluta vergüenza.

Se ubicó a la orquesta, compuesta para la ocasión por alrededor de un centenar de músicos, ocupando la totalidad del escenario, habilitando la zona superior a éste, destinada habitualmente al coro, para la colocación de una plataforma con barandilla, que asemejaba la proa de un barco, como espacio escénico en el que se desarrollaba la actuación de los cantantes. Esto originó varios problemas.

El primero y principal es que en la mitad baja del Auditori, que es la zona de mejor acústica, al estar las butacas al nivel de una orquesta wagneriana y los cantantes a un nivel superior y detrás de aquélla, costaba oir las voces, que eran tragadas por la orquesta pese a que el maestro Mehta procuraba moderar los volúmenes. Era como escuchar una ópera de Wagner desde el foso orquestal. Por el contrario, en la parte media-alta del recinto, se escuchaban mejor las voces solistas, pero al ser la zona de peor acústica, la conjunción con la orquesta era igual de mala que siempre.

Otro de los problemas es que a los espectadores de las butacas de las primeras filas centrales del Auditori, Zubin Mehta y los músicos les tapaban parcialmente la visión de la zona habilitada para los cantantes.

Otro más, fue que al coro no le quedaba sitio disponible, por lo que cuando tenían que intervenir salían por una puerta lateral a la carrera, haciendo ruido, y se ubicaban apiñados junto a un extremo de la orquesta, volviendo a desaparecer, tras sus intervenciones, corriendo y haciendo más ruido.

Por otro lado, el haber improvisado la versión escenificada a última hora motivó que se mezclasen cantantes que se sabían el papel de memoria, con otros como Jay Hunter Morris (Tristán) y Eike Wilm Schulte (Kurwenal) que, confiados en que se trataba de una versión de concierto, no se lo debían haber aprendido y tenían que recurrir a leer la partitura en el atril. Así que, en el espacio escénico creado para la ocasión, había 3 ó 4 atriles estratégicamente situados que motivaron momentos francamente chocantes, más propios de una película de los Hermanos Marx que de una ópera seria.

Por ejemplo, en el momento en que Kurwenal da muerte a Melot, Eike Wilm Schulte salió disparado desde el atril a coger la espada, simulando que se la clavaba de medio lado a Melot, volviendo de nuevo corriendo a todo correr al atril para continuar cantando con sus gafas de presbicia puestas, con lo que en lugar de un valiente caballero salvando el honor de su señor, parecía un torero cobardica que pinchase al morlaco de mala manera y huyese despavorido al burladero. También, en el dúo de amor del segundo acto, Jay Hunter Morris estaba más pendiente de la partitura que de Isolda, trocándose ese maravilloso momento de pasión desbordada, en lo que asemejaba una pareja hastiada de su relación, tomando la fresca en la puerta de casa, con ella lanzándole incendiarias frases de amor, mientras Tristán leía los deportes en el periódico.

Para que la charlotada fuese completa, avanzado el tercer acto comenzaron a oírse unos extraños sonidos que parecían denotar que el timbalero se hubiera tomado dos copas de más y estuviese aporreando el instrumento cuando no tocaba. Pero, lejos de eso, se trataba de un castillo de fuegos artificiales, intuyo que dedicados al triunfo de La Roja, que cada vez se hacían más audibles, gracias al excelente aislamiento acústico del aborrecible Auditori, y que a punto estuvo de interferir el Liebestod final de Isolda. Un director con menos miramientos que Mehta creo que hubiese arrojado la batuta y se hubiese marchado al bar a tomarse un copazo.


Lo peor de todo es que nada de esto fueron imprevistos irremediables, porque nada hubiera ocurrido si desde un principio se hubiera planificado escenificar la obra y se hubiese representado la misma (en concierto o escenificada) en la sala principal. Pienso que esto ha sido la gota que colma el vaso de la paciencia de cualquier músico o  aficionado respecto al Auditori, y, como soy demasiado ingenuo, confío en que sea el detonante definitivo para que no se vuelva a programar ni una ópera más en ese despreciable recinto.

Me he alargado demasiado con estas reflexiones previas que creo que debía efectuar, así que procuraré ser breve en cuanto al resto.

La propuesta escénica que se ha improvisado, y que por cierto ni siquiera se han dignado publicar en la web de Les Arts, ha corrido a cargo de personal del propio teatro, siendo Alex Aguilera el responsable de la dramaturgia, Antonio Castro de la iluminación y Manuel Zuriaga de la escenografía. Como dije antes, el planteamiento es de circunstancias y muy sencillo, más cercano a una función de taller de ópera que de una representación de primer nivel, pero creo que, dados los condicionantes, su trabajo se debe calificar de positivo, aunque los resultados, por los motivos ya comentados, hayan sido espantosos.

Zubin Mehta llevó a cabo una dirección muy solvente y efectiva, con algunos momentos más conseguidos (a mí me lo pareció el preludio del tercer acto) y otros menos (el dúo de amor del segundo). Estuvo como siempre atentísimo a los cantantes, al tiempo que lograba extraer unos sonidos bellísimos de la orquesta, pero se mostró bastante irregular en el mantenimiento de la tensión, pecando quizás su lectura de falta de hondura en muchos pasajes. No obstante, el resultado de conjunto a mí no me desagradó en absoluto. Bien es verdad que a ello contribuyó decisivamente el óptimo rendimiento de todas las secciones de la fantástica Orquestra de la Comunitat Valenciana, que brilló como suele ser costumbre, pero en esta ocasión con una partitura que es además toda una piedra de toque para calibrar el auténtico nivel de una agrupación orquestal, con destacadas intervenciones solistas del concertino Serguéi Ostrovski, de Itamar Ringel a la viola, Francisco Javier Ros al clarinete bajo, Cristopher Bouwman al oboe, Joan Enric Lluna al clarinete, Guiorgui Anichenko al violonchelo y, por supuesto, de la espléndida actuación del solista de corno inglés, Simon Sommerhalder, al comienzo del acto tercero. Sólo por escuchar esta orquesta valió la pena la charlotada.

El Cor de la Generalitat vio muy lastrada su actuación, vocalmente impecable, por su imposible ubicación escénica y por las características propias de ese recinto, cuyo nombre me asquea volver a repetir, que hacía que los coros internos apenas se escuchasen.

Jennifer Wilson parece haber perdido parte de la brillantez en el agudo que mostrase como Brünnhilde en el Anillo de Les Arts de hace unos años y su Isolda pecó de frialdad y de cierta monotonía, pero, yo no sé explicar por qué, a mí me gusta. Dentro de sus límites, le aprecié una mayor implicación dramática que en otras ocasiones estando bastante mejor en los momentos líricos que en la maldición, y su Liebestod he de confesar que me gustó.

Con el Tristán de Jay Hunter Morris tuve sensaciones encontradas. Le hubiera tirado piedras en el segundo acto y al final acabé aplaudiéndole. El pobre hombre tiene una voz más fea que las chaquetas de Ángela Merkel, con una nasalidad propia del pato Donald y algunos sonidos abiertos y arrastrados horrendos, pero por otra parte se preocupa permanentemente de matizar y ofrecer expresividad, aunque sea con falsetillos, y, sobre todo, se marcó un tercer acto muy meritorio, de gran intensidad dramática, sobreviviendo dignamente a la terrorífica partitura.

Lo mejor de la noche en el terreno vocal vino de la fantástica Brangäne que modeló Ekaterina Gubanova, con unas Advertencias en el segundo acto de auténtico ensueño; y del rey Marke de un sorprendente Liang Li, al que habíamos escuchado como Ferrando en “Il Trovatore” y que superó todas las expectativas, mostrando un fraseo incisivo, poderío vocal y luciendo toda la nobleza y dolor que exige el personaje.

Excelentes también el Kurwenal de Eike Wilm Schulte y el Marinero de Mario Cerdá. Y muy correctos Karl-Michael Ebner como Melot, Jesús Álvarez como Pastor y Josep Miquel Ramón como Timonel.

El público no llegaba a llenar la sala, pero no había una mala entrada para coincidir con partido internacional, apreciándose una gran presencia de espectadores foráneos. Pese a los despropósitos vividos, la grandeza de la música de Wagner, el buen hacer de Mehta y la orquesta y el esfuerzo de los intérpretes, motivaron enormes ovaciones que no decayeron ni en los saludos de los responsables de la escenificación, saliendo el público francamente contento, aunque todos los comentarios girasen en torno a los fuegos artificiales y la indecente acústica e insonorización de esa cosa que llamaron Auditori en lugar de Juan Vicente, que ya dije en una ocasión que hubiera quedado mucho más propio.

Señora Schmidt: Escarmienten de una vez. Esto no tiene justificación alguna. Ya han logrado hacer el ridículo internacional y dudo mucho que el maestro Mehta esté precisamente contento con lo acontecido el sábado. Los aficionados hemos llegado al límite de nuestra indignación. Damos por buena la penitencia sufrida, pero, por el amor de Wagner, no vuelvan a representar ni una ópera más en el Auditori, déjenlo para Julio Iglesias y sus fiscales que llevarán amplificación; pero las óperas (en versión concierto, escenificadas o con charlotada pirotécnica) en la sala principal.

AQUÍ podéis leer la crónica de maac.


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