Yo tenía una vez un blog… Mucho, demasiado tiempo he mantenido este espacio sin actividad, y lo primero que quisiera hacer es dar las gracias a todos los que me habéis transmitido vuestro cariño y el deseo (incomprensible) de volver a leer las sandeces que escribo.
Os recuerdo que esto no es una página de crítica oficial, ni nadie me paga o contrata para escribir crónicas operísticas. Esto es un simple blog de un aficionado que tiene la osadía de decir en voz alta lo que piensa, y debe ser tomado únicamente como eso, como la opinión personal de un aficionado más.
Y también quiero aclarar que mi silencio no se ha debido a nada especial, simplemente ha sido consecuencia del cansancio y la falta de tiempo. Mi trabajo habitual me exige últimamente más dedicación y esfuerzo, y también las actividades de la Asociación Amics de l’Òpera i de les Arts de la Comunitat Valencianame ocupan gran parte del poco tiempo libre. Incluso había llegado a plantearme cerrar definitivamente el blog, pero… la temporada oficial de ópera ha vuelto a Valencia y no he podido resistirme a regresar yo también, al menos de momento... Aunque no para hablar de mí.
Este comienzo de temporada ha vuelto a traernos algunas situaciones parecidas a las que se vivieron al final de la anterior. La, al parecer, nunca suficientemente ambiciosa consellera Catalá, ha vuelto a caldear el ambiente filtrando interesadas y sesgadas informaciones sobre gastos de la Intendente de Les Arts desde los tiempos en que hizo la Comunión. No voy a opinar ni a recrearme en el tema. Helga Schmidt ya ha contestado con su claridad (de ideas, no verbal) habitual y a sus palabras me remito. Simplemente diré que lo que de verdad me parece indecente es que la presunta responsable de la cultura en esta depauperada Comunidad siga utilizando un activo cultural de primera magnitud, como es el Palau de les Arts, para torticeros intereses políticos. Ya sé que también hay quien dice que últimamente me he vendido a Helga y ya no la critico. Pues bien, vuelvo a aclarar que en las opiniones que emito en este blog sólo me vendo a mi personalísima, y por supuesto cuestionable, conciencia; aunque, desde luego, en esta guerra, no declarada ni reconocida, entre Catalá y Schmidt, tengo clarísimo a quién apoyo, porque lo que de verdad defiendo es el proyecto que representa el Palau de les Arts como garantía de una ópera de calidad en la ciudad en la que vivo. Y eso, hoy por hoy, es Helga quien mejor lo puede garantizar. De todas formas, lo que considere que debo criticar de ella lo seguiré haciendo, y ahora mismo, por ejemplo, voy a pasar a darle un capón o dos. Se inauguró ayer, demasiado tarde, la temporada operística en Valencia y se ha decido dedicar estas funciones de Manon Lescaut a Lorin Maazel, fallecido el pasado 13 de julio. Que se haya iniciado la temporada tan tarde sé que no es directamente culpa de Helga, pero ¿de verdad, después de esperar todo este tiempo, era preciso abrir la temporada un martes tras tres días de fiesta? Creo que hubiera sido mucho mejor hacerlo un fin de semana, o un festivo o víspera de festivo y publicitando debidamente el evento.
De todas formas, lo que me ha parecido directamente impresentable es que el único homenaje que desde Les Arts se haya hecho a Lorin Maazel, principal responsable de que hoy disfrutemos en Valencia de la mejor orquesta de España, haya tenido lugar casi cinco meses después de su muerte, y limitándose a eso, a escribir en el programa que se le dedican las funciones de Manon Lescaut. Lo cual, además, habrá sonado casi a chiste, porque, vamos, que esta orquesta, que logró aquellos sonidos celestiales con él, le recuerde con la dirección de Plácido Domingo, de la que luego hablaré, tampoco parece lo más adecuado. Sé que no hay presupuesto para casi nada, pero la capacidad de reflejos de los dirigentes de este teatro sigue dejando muchísimo que desear y, una vez más, pienso que no se ha estado a la altura. Creo que no costaba tanto haber hecho un concierto especial o, al menos, un acto más relevante de recuerdo y homenaje al maestro Maazel nada más conocerse la noticia de su fallecimiento. Sí ha habido más reflejos, sin embargo, para anunciar por megafonía al comienzo del espectáculo que la función se dedicaba a la memoria de María José Anderica, una joven trabajadora del departamento de vestuario que falleció de forma inesperada y repentina el pasado fin de semana; si bien parece que esta dedicatoria no ha surgido de la dirección del teatro sino de la iniciativa de los propios trabajadores y compañeros de la fallecida.
Pero bueno, voy a ver si me centro en la crónica del espectáculo.
Pese a que este año, por fin, el precio de las localidades de los estrenos es el mismo que el del resto de funciones, se vieron otra vez demasiados huecos en el teatro. Los pisos 3 y 4 estaban casi vacíos y había butacas desocupadas en todas las zonas. E insisto en que un martes post puente festivo, no es la fecha más indicada para abrir una temporada operística si se quiere dar cierta relevancia al acontecimiento.
En el palco, sin ningún rubor, estaba la consellera de cultura María José Catalá, acompañada del ex director de CulturArts, Manuel Tomás, el imputado vicealcalde de Valencia, Alfonso Grau, el presidente de les Corts, Alejandro Font de Mora, y otros personajetes y carguillos de medio pelo.
Esta Manon Lescaut se tenía que haber representado hace ahora prácticamente un año, pero, como ya es suficientemente conocido, la caída de un trozo del trencadís de la cubierta del edificio y la injustificable decisión, de algún político que no quería perder su viaje navideño al Caribe, de cerrar el teatro unos meses, motivaron la suspensión de su representación, y finalmente se optó porque fuese la ópera que abriese la temporada 2014/2015 en el día de ayer, curiosamente con el edificio vestido ya con un impresionante andamiaje para proceder a las obras de reposición de la cubierta. La producción presentada, del Teatro Regio de Parma, cuenta con la dirección escénica del británico Stephen Medcalf, de quien ya pudimos ver su versión de La flauta mágica en abril de 2013, y con la escenografía y vestuario de Jamie Vartan e iluminación de Simon Corder. La propuesta se caracteriza por una ambientación muy clásica, totalmente ajustada al libreto, con vestuario de época y abundancia de pelucas y encajes. La escenografía es escasa pero, en general, de gran eficacia visual.
Me pareció bastante conseguido el efecto tanto de la llegada de la diligencia en el primer acto, como del barco del tercero. Mas fallido encontré el cuarto acto, con un interesante trabajo de iluminación y un sorprendente efecto en la muerte de Manon, pero no me gustó ese desierto limitado a dos montoncillos de arena (que más bien parecían el rastro excremental de unos caballos), ni la discutible decisión de que veamos a Des Grieux pululando mientras Manon canta “sola, perduta, abbandonata”. Tampoco acabo de entender la extendida manía, aquí también presente, de hacer que la acción se tenga que desarrollar sobre plataformas inclinadas, con el riesgo que conlleva de caídas para los intérpretes, sin que tampoco aporte absolutamente nada.
Los tres primeros actos comienzan con Des Grieux accediendo al escenario desde la platea, contemplando lo que ocurre, no sé si pretendiendo simbolizar un flash back del protagonista, pero al menos eso fue lo que yo interpreté.
Entre lo más positivo destacaría que la propuesta desvela un buen trabajo de dirección de actores, con un primer acto bastante bien resuelto, gracias también a un excelente rendimiento del coro. Y, aunque ya está bastante visto en otras producciones, los momentos de encuentro amoroso entre Des Grieux y Manon en el primer acto son subrayados con la congelación del resto de la acción escénica, lográndose un efecto visual impactante. También me gustó el comienzo del acto tercero, el más conseguido en mi opinión, con esos espejos aparecidos en el acto segundo y aquí convertidos en las celdas de las presas. En resumen, pienso que se trata de una puesta en escena visualmente interesante, con buen trabajo de dirección y que, aunque no aporta nada especialmente relevante, sirve perfectamente al propósito de ambientar la acción de un libreto que de origen ya resulta bastante caótico.
En el foso, como ya he dicho antes, se encontraba Plácido Domingo al frente de la Orquestrade la Comunitat Valenciana. Hablar de Domingo es uno de esos temas que suele levantar ampollas tanto si se alaba su trabajo como si se critica, así que una vez más me voy a limitar a dar mi particular e indocumentada opinión, reconociendo que yo mismo tengo sensaciones muy encontradas. Por una parte me alegra que se involucre de esta forma con nuestro teatro, y su presencia, tanto en el escenario como en el foso, es garantía de que pueda atraerse a artistas de cierta calidad, además de conllevar un importante tirón de público. Pero creo que es evidente que su labor como director de esta orquesta deja bastante que desear. Y es que si algo se echó de menos fue precisamente una labor de dirección, de control del desarrollo musical de la obra. Hubo notables desajustes de coordinación entre foso y escenario, ante un Domingo que marcó poquísimas entradas y permanecía todo el tiempo con la cabeza metida en la partitura, como si fuese una pantalla en la que estuviesen retransmitiendo un partido del Real Madrid. Eso sí, hizo todas las paradinhaspertinentes para intentar que el público se arrancase a aplaudir. Su lectura de esta página pucciniana estuvo además carente de alma. Fueron poquísimas las ocasiones en las que la emoción llegó a la platea y, lo que es peor, en las que la orquesta ofreció ese sonido suntuoso y mágico que le es habitual: apenas en el dúo del segundo acto (aunque a todo volumen tapando a los cantantes), en la segunda mitad del tercer acto y en el intermedio entre los actos segundo y tercero, si bien en esta ocasión con una lectura del mismo blanda y carente de matices.
Nada hay que reprochar a los solistas de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, con unos violines mágicos y una cuerda grave gloriosa, destacando las violas y el violonchelo de Rafal Jezierski; o unas excelentes intervenciones de Pierre Antoine Escoffier al oboe.
También debe alabarse especialmente, una vez más, el espléndido rendimiento del Cor de la Generalitat. Es de destacar su trabajo en una página tan complicada vocal y escénicamente como ese primer acto, sobre todo careciendo de un director en el foso que marcase entradas; imponente se mostró en el tercero y bellísima fue la intervención de las madrigalistas en el segundo, con una delicadeza que sí hizo brotar la emoción en la sala. En el apartado solista reconozco que salí algo defraudado. Esperaba bastante más de la pareja protagonista y, aunque la cosa no fuese tampoco un desastre, no contribuyeron a caldear el gélido ambiente.
La uruguaya María José Siri tiene un instrumento de indudable valía, con una voz con cuerpo, muy homogénea y de bello timbre lírico. Fue claramente de menos a más. En el primer acto anduvo reservona y no resultaba muy creíble en el papel. Mejoró bastante en los siguientes, mostrándose poderosa en el registro agudo, aunque a veces se acusasen ciertas destemplanzas. Menos contundencia presentó en la zona grave, donde quedó inaudible en muchas intervenciones, pero al menos la voz mostró homogeneidad e incluso apuntó algunos reguladores y matices de bella factura. Lástima que tampoco consiguiera transmitir mucha emoción con su canto, y en “sola, perduta, abbandonata”más que “quiero morir” parece que estuviese diciendo “quiero otra de calamares, camarero, si me hace usted el favor”. Menos me gustó el Des Grieux que compuso el portorriqueño Rafael Dávila. Todo su activo se fundamenta en un agudo luminoso y potente donde la voz brilla con suficiencia, pero el manejo del instrumento es tosco, con una línea de canto inexistente, el registro grave ausente y, sobre todo, si cuestionaba antes la expresividad de Siri, la de Dávila no supera a la de un salmonete congelado. El Lescautanunciado originariamente, Gabriele Viviani, parece que no llegó ni a pisar Valencia y, en su lugar, ha cantado el barítono del Centre de Perfeccionament, Germán Olvera. Es evidente que tiene camino todavía por recorrer. Le faltó contundencia vocal y en los ascensos al agudo recurrió a algún grito, forzando una voz que se le iba.
Estupendo, por el contrario, estuvo el Geronte elegido para la ocasión. Aunque pretendió engañarnos saliendo disfrazado de mamarracho, con peluca y floreadas medias y bailando minués, era el mismísimo Hundingde La Valquiria… El danés Stephen Milling volvió a dar una lección de poderío vocal que compenso su escasa italianitá. Del Edmondode Matthew Peña poco puedo decir, ya que con semejante técnica de emisión y al no tener mi entrada ubicada en su píloro no le oí ni una nota, aunque su comportamiento en escena fue positivo. Al igual que el de Mariam Battistelli, solista en el madrigal, que se movió con gracia y lució una bonita voz, pero con tendencia a desafinar.
Muy correctos el resto de comprimarios, entre los que destaco la breve, pero siempre eficaz, intervención del veterano Luigi Roni.
En una noche en la que hacía un frío para chuparse los dedos, las bajas temperaturas parecieron contagiarse a un público al que ni las paradinhas de Domingo conseguían arrancar más que algunos pocos aplausos. Al terminar la representación hubo tibias muestras de aprobación para todos los participantes, incluyendo la dirección escénica, pero sin mucho entusiasmo. Al final, Domingoprácticamente se quedó solo haciendo aspavientos saludadores mientras la platea casi se había vaciado. Pese a todos los reparos que he hecho, pienso que no se debe desaprovechar la ocasión de acudir a disfrutar la música de Puccini en una función de ópera de buen nivel, con una orquesta y un coro que sobreviven a la batuta, y donde estoy convencido de que en futuras funciones se irá mejorando el engranaje general.
Voy a ir terminando porque, después de llevar tanto tiempo sin escribir, me estoy alargando demasiado, pero no quisiera finalizar sin mostrar hoy mi público reconocimiento a todos los trabajadores del Palau de les Arts. Que se siga pudiendo representar ópera de primer nivel, se debe también en gran medida a los que nunca salen a recibir aplausos. Y, ahora más que nunca, tiene un mérito increíble, tras haber padecido un ERE traumático que ha dejado sin empleo a algunos compañeros y ha obligado a los que se han quedado a hacer su trabajo y el de los que no están. Incluso en las circunstancias más penosas o tristes, como ha sido en este caso la muerte de María José Anderica.
Vaya desde aquí mi recuerdo para ella, mi condolencia para sus allegados y mi agradecimiento a todos los compañeros que con su esfuerzo diario hacen posible que este proyecto siga adelante.